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HISTORIA DE LA SALVACIÓN |
CAPITULO 9
EL ISRAEL ESPIRITUAL
Tras
la vuelta del exilio el pueblo de Israel deja sus ilusiones nacionalistas
para convertirse en una comunidad religiosa en torno a la ley, el templo y el
sacerdocio. De hecho, a excepción del breve periodo de independencia bajo los
asmoneos (163- DATOS HISTÓRICOSLos
datos que nos ofrece la Biblia sobre el periodo que abarca desde el decreto
de Ciro permitiendo la vuelta de los desterrados a Jerusalén ( El
año 539 el imperio babilónico cae ante el empuje del joven imperio persa.
Inmediatamente (538) su emperador Ciro publica un edicto permitiendo a los
judíos volver a su patria (Esd. 1,2-4). Muchos
prefieren quedarse en Babilonia, donde ya estaban instalados. Algunos deciden
regresar, pero encuentran muchas dificultades para instalarse, debido a que
los habitantes anteriores se sienten perjudicados. Se
comienza la reconstrucción del templo, pero surgen las dificultades y cunde
el desaliento. Sólo bajo el impulso de los profetas Ageo
(520) y Zacarías (520-518) se culmina dicha reconstrucción. Por otra parte,
Zacarías centra la promesa sobre el Sumo Sacerdote Josué dando predominio a
la dimensión religiosa sobre la político-nacional (al principio habían
existido ilusiones de restauración nacional con Zorobabel, de la familia de
David, pero desaparecen con su muerte y las numerosas dificultades de los
repatriados). Tras
la reconstrucción del templo existe una situación de moralidad degradada
(Mal. 1-3). Es entonces cuando llega a Jerusalén Nehemías como gobernador
(445-443) con el encargo de reconstruir la muralla de la ciudad, cosa que
logra a pesar de la oposición (Neh. 4,12-23).
Además realiza una profunda reforma religiosa rigorista y para apoyarla es
enviado Esdras, «sacerdote escriba» (428); con permiso del rey persa, da a
los judíos la ley del Dios Altísimo como su estatuto jurídico (Esd. 7,12-26). También
al imperio persa le llegaría su fin con la conquista relámpago de Alejandro
Magno (340-326). Pero como éste muere pronto y su imperio se reparte entre
sus cuatro generales, Palestina queda al principio bajo los ptolomeos de Egipto. Es disputada por su condición de
lugar de paso y, tras un siglo de pacífico dominio egipcio, queda bajo el
control de los seléucidas de Siria. El
enfrentamiento entre la comunidad judía y la cultura griega era inevitable
antes o después. La crisis salta con Antioco IV Epífanes, empeñado en
helenizar sus reino. Necesitado, además, de recursos
económicos, saquea el templo de Jerusalén llevándose sus tesoros y objetos
sagrados y dicta una serie de medidas vejatorias contra la comunidad judía
(deroga la ley judía, establece la pena de muerte por la circuncisión y la
observancia del sábado, coloca una estatua de Zeus en el templo de
Jerusalén). Ante
esto, los judíos fieles reaccionan con el martirio (algunos prefieren la
muerte antes que traicionar sus creencias) o con la rebelión armada. Esta,
iniciada por Matatías y continuada por sus hijos, especialmente Judas el
Macabeo, logra la liberación del territorio y la independencia nacional,
estableciendo la dinastía de los asmoneos, que
reina cerca de un siglo (163- Los
asmoneos establecerán una serie de luchas por la
sucesión en el trono que provocarán la intervención de Roma. El año TEMPLO, SACERDOCIO Y LEYConvertido
en Comunidad religiosa, Israel va a tener a partir de ahora estos tres
pilares. Conscientes de que Yahveh ha realizado con
ellos un nuevo éxodo superando las maravillas antiguas (Is.
43,19-20), los repatriados se saben «el resto» predicho por los profetas en
el que continúa la promesa de salvación de Dios sobre su pueblo. La
reconstrucción del templo de Jerusalén es un gran signo de esperanza: Yahveh garantiza de nuevo su presencia protectora en
medio de su pueblo. Aunque este templo es pobre en comparación con el de
Salomón, no por ello es menos glorioso al estar santificado por la presencia
del Señor (Ez. 43; Ag. 2,1-9; Zac.
2,10-17). Al celebrar la pascua (Esd. 6,16-22) se
empalma con el acontecimiento fundante de Israel y Yahveh
ratifica su alianza («serán mi pueblo y yo seré su Dios»: Zac,8,8), hasta el punto de que Jerusalén será el centro
hacia el que peregrinarán todos los pueblos en busca de la salvación, como
profetiza el tercer Isaías exigiendo al mismo tiempo la conversión (Is. 56-66). Este
pueblo sacerdotal o asamblea Santa (cfr. Ex. 19,6)
es guiado por los sacerdotes que aseguran el servicio del culto a Yahveh en el templo ofreciendo en nombre del pueblo
oblaciones de acción de gracias, holocaustos y sacrificios de expiación por
los pecados (cfr. Lev. 1-7). Con su minucio so ceremonial y sus purificaciones rituales
inculcan en el pueblo el respeto al Dios Santo. Además, dirigen la oración y
bendicen al pueblo (Eclo. 45,19) con la bendición sacerdo tal (Núm. 6,24-27). Nehemías 9 es un ejemplo de
esta oración comunitaria. El
Pentateuco, probablemente completo en esta época como estatuto jurídico, se
convierte en la Ley del pueblo de Dios. Como expresión de la voluntad santa
de Dios, la Ley se venera, se medita y se ama (Sal. 119) y se convierte en el
centro de la vida religiosa de Israel. En este sentido es emblemático el
gesto de Esdras al leer pública y solemnemente la Ley (Neh.
8); el pueblo empalma con sus orígenes y renueva la alianza instaurando la
fiesta de los tabernáculos. Al
principio, los sacerdotes explican la Ley en las reuniones litúrgicas (cfr. Jer 18,18). Pero en este
período surge una nueva figura: el escriba. Hombre dedicado a escudriñar la
Ley día y noche y a dilucidar su aplicación a los distintos casos que la vida
presenta, se convierte en guía de la comunidad, que acude a él en busca de
orientación. FIDELIDAD A LA LEY HASTA EL MARTIRIOUn
caso concreto de esta fidelidad a la Ley es la que aparece en algunos
israelitas piadosos con ocasión de la persecución de Antíoco
IV (2Mac. 7): prefieren dejarse matar antes que
renegar de la ley santa de Dios. A
ello exhorta también el libro de Daniel, escrito
precisamente en la época macabea (hacia el Esta
actitud martirial resulta posible porque se ha afianzado en Israel la
doctrina de la inmortalidad del alma y la retribución realizada en una vida
ultraterrena. Esta fe aparece expresada claramente en dos libros de origen
judío escritos en ambiente griego: los Macabeos y el libro
de la Sabiduría (Alejandría, entre el 80 y el La
rebelión macabea, a pesar de la ambigüedad de sus
motivaciones, es también una nueva experiencia de la intervención de Yahveh en favor de su pueblo, defendiendo a su comunidad
contra toda esperanza, cuando todo parece estar en contra. El pueblo lo
expresa con la purificación del templo y la fiesta que se instituye con ese
motivo (cfr. 1Mac. 4,36-60; 2Mac. 10,1-8). Por
otra parte, la helenización tiene otras consecuencias ventajosas, como la
traducción de la Biblia hebrea al griego (conocida con el nombre de los LXX), con lo que el mensaje bíblico se abre a nuevas posibilidades
de comunicación. LOS SABIOS DE ISRAELAdemás
de los sacerdotes y escribas, encontramos a los sabios como guías
espirituales del pueblo de Dios. Aunque en Israel la sabiduría aparece con la
monarquía -el prototipo de sabio es Salomón, 1Re. 5,9-14-, es en esta época
cuando llega a su esplendor. Sabios
ha habido en muchos pueblos de la antigüedad, destacando sobre todo en Egipto
y Babilonia. Su sabiduría era de orden práctico, arrancando de la experiencia
y de la reflexión sobre el mundo y sobre la conducta humana y orientada a
formar individuos capaces de comportarse correctamente en la vida. La
sabiduría bíblica absorbió sin duda ciertos elementos de la sabiduría
extranjera, pero tiene una fisonomía propia y distinta por el hecho de
arrancar de la fe en Yahveh y contener una moral
profundamente religiosa. El
sabio israelita es un hombre prudente y reflexivo, interesado por la
educación del pueblo y de la juventud y despuntando como consejero (Jer. 18,18). El sabio no impone sus enseñanzas, sino que
las propone suavemente con objeto de persuadir y de convertir la enseñanza en
convicción personal; dirige sus consejos a quienes los solicitan o los
aceptan y suele hacerlo de manera impersonal, a veces interrogativa, para
avivar la curiosidad del interlocutor obligándole a la reflexión. Podemos
destacar tres rasgos: -el
sabio tiene un gran sentido de la realidad, propio del hombre de
buen criterio que observa y reflexiona y cuyas observaciones son concretas y
pertinentes (ver, por ejemplo, Prov. 15,12; 20,14; 22,13). -tiene
una fe viva en el Dios sabio, omnisciente y omnipotente; por eso,
además de la experiencia, medita día y noche la ley del Señor (Sal. 1,2) y se
esfuerza en descu brir la
sabiduría divina manifestada en la creación y en la historia del pueblo de
Dios (Sab. 10-19). No se trata de una moral laica
(Prov. 15,16; 16,9) y la clave y fuente de toda sabiduría está en el temor
del Señor (Eclo. 1,1-10; Sab.
9,1-18; Prov. 2,5-8). -transmite una
visión de la vida que repercute en la conducta cotidiana del
hombre; el sabio no sólo juzga el mundo a la luz de la fe, sino que ofrece
innumerables consejos prácticos que ayudan a vivir; realiza una especie de
humanismo religioso que, por medio de la observación y la reflexión
religiosa, vivifica todos los valores humanos desde la fe y desde la
sabiduría divina; en efecto, toda sabiduría del hombre consiste en imitar a
Dios y en ser fiel a la ley (cfr. el retrato del
escriba hecho por Ben Sira: Eclo. 39,1-11). He
aquí los principales escritos de los sabios en este periodo: +Proverbios. Es la colección de textos sapienciales
más antiguos. Recibe este nombre por las numerosas sentencias que contiene y
que suponen muchos siglos de tradición; fue recopilado el +Job. Este libro, escrito hacia el +Eclesiastés (Qohélet).
Hacia el +Eclesiástico (Sirácida). Hacia el +Sabiduría. Este libro, escrito en griego, probablemente
en Alejandría, entre el 100 y el La
reflexión sapiencial, al presentar a la sabiduría como personificada e
incluso preexisten te junto a Dios (Prov. 1-2; Eclo.
24; Sab. 6-9), prepara el camino a la revelación de
Cristo; en efecto, Jesús no sólo aparecerá lleno de sabiduría (Mt. 12,42) sino que Él mismo es la Sabiduría (1Cor.
1,24), la Palabra que estaba junto al Padre y se nos manifestó (Jn.1). LOS POBRES DE YAHVEHDurante
este periodo de la historia de Israel va decantándose en el seno de la
comunidad un grupo, los anawim o pobres de Yahveh, que son como el alma de dicha comunidad. Ellos
son los que en el pueblo de Dios mantuvieron firme y pura la esperanza en la
salvación por obra de Yahveh sin mezclar la con
ambiciones materiales o nacionalistas. La esperanza de los anawim penetra en el Nuevo Testamento, acogiendo la
salvación tal como Dios la envía, por caminos tan distintos de los que el
pueblo soñaba. Sofonías, hacia el Según
esto, se pueden indicar algunas características de los pobres de Yahveh, esa comunidad forjada en la miseria y en el
sufrimiento que fue el origen de la restauración y renovación religiosa de
Israel (cfr. también Sal. 22; 35; 55; Eclo. 51,1-12; Lam. 3,1-66): a) la pobreza real o sus equivalentes
(enfermedad, persecución, horfandad, destierro..);
en definitiva, pobre es aquel a quien le han fallado las seguridades humanas,
que experimenta la indigencia en sus múltiples manifestaciones, que siente
además la incapacidad para salir de su situación y se encuentra aplastado
bajo el peso del dolor. b)
la actitud de humildad: la experiencia de humillación le ha hecho
humilde; el sufrimiento le ha hecho experimentar su impotencia, su
incapacidad para salvarse por sí mismo. c) fe y confianza absolutas en
Dios: la conciencia de su propia limitación impulsa al pobre a acudir
confiado en busca de auxilio al único que puede dárselo. Y lo hace con una
confianza sin límites, poniendo los ojos en el Señor y esperando de Él solo
continuamente la salvación. La pobreza es la actitud de desnudez absoluta
delante de Dios, de entrega plena y confiada en manos de Yahveh,
en la esperanza y en la seguridad de que Él le salvará. Como, además, la
máxima experiencia de miseria y de opresión es el pecado, la petición de
salvación que hace el pobre de Yahveh va acompañada
del reconocimiento de sus culpas y de la petición de perdón y conversión. d) acogida de los débiles y pequeños:
la experiencia personal de humillación hace al pobre de Yahveh
sumamente comprensivo y solícito con todos aquellos que sufren pruebas
semejantes. Así
entendida y vivida la pobreza es la actitud religiosa perfecta; en
las antípodas del pretender «ser como Dios», el pobre pone en manos de Dios
su salvación, en la certeza de que no le fallará aunque le conduzca por
caminos desconcertantes e incomprensibles. Desprendido de sí mismo, la pobreza
más radical, el hombre se encuentra con Dios y es su amigo. Por eso no es
extraño que en este contexto germinase la expectativa mesiánica más pura: se
espera un Mesías humilde (Zac. 9,9), amigo de los
pequeños (Is. 11,4), que anunciará a los pobres la
buena nueva de la salvación (Is 61,1-3). Esta
corriente empalma con el Nuevo Testamento y penetra en él. Pobres de Yahveh son el anciano Simeón, la profetisa Ana, Juan el
Bautista... Sobre todo María, que resume en su corazón la inmensa espera de
los anawim y su enorme deseo de acoger a Dios
plenamente; ella recoge todos sus anhelos y aspiraciones y los manifiesta en
el Magníficat, expresión perfecta del alma de los
pobres de Yahveh. Más aún, el perfecto pobre de Yahveh es Jesús mismo, que colmado de sufrimientos se
abandona enteramente en las manos de su Padre. Y este espíritu de los anawim, llevado a la perfección, es el que revela todo el
Sermón de la montaña, consagrando de una vez por todas la pobreza como camino
necesario para acoger el Reino de Dios: «Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el Reino de los cielos» (Mt. 5,3). |
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |