“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”

Reflexión desde el Salmo Sal 39, 2. 4. 7-10

Segundo II Tiempo Ordinario Ciclo B

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds


R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Esperé confiadamente en el Señor: Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor.

Puso en mi boca un canto nuevo, un himno a nuestro Dios. R.

Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me diste un oído atento; no pediste holocaustos ni sacrificios, entonces dije: “Aquí estoy”. R.

“En el libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón”. R.

Proclamé gozosamente tu justicia en la gran asamblea; no, no mantuve cerrados mis labios, tú lo sabes, Señor. R.

Acción de Gracias por el Auxilio Recibido.

Entre los versos 2 al 12, este salmo es una acción de gracias individual, del 12 en adelante es una súplica de auxilio. La liturgia de hoy, sólo toma algunos versos de la primera parte, la cual es de acción de gracias, supone la liberación de un peligro de muerte gracias a la intervención providencial de Dios (ver versos del 2 al 5), y, en consecuencia, el salmista entona un himno eucarístico, invitando a los oyentes a adherirse al Señor, que protege a sus fieles, y recordando los favores que otorga a los suyos (ver versos del 4 al 6). Más que ofrecer sacrificios de acción de gracias, el Señor prefiere que se publiquen sus bendiciones y se acate su voluntad (ver versos del 7 al 11).

La liberación de un peligro de muerte (1-3).

“Esperé confiadamente en el Señor: Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor” El salmista se refiere a una situación de peligro para su vida, sin determinar si se trata de una enfermedad grave o un accidente mortal. Por otra parte, no alude, como en otros salmos, a amenazas de muerte de parte de sus enemigos. El Señor acudió a su súplica cuando se hallaba al borde del abismo. Se consideraba ya en el sepulcro u horrible hoya, que describe como charca fangosa o cisterna en la que se echaba a los prisioneros. “Y me sacó de una horrible hoya, de fangosa charca. Y afirmó mis pies sobre roca y afianzó mis pasos”. (v.3)  La situación parecía desesperada, pero intervino la mano protectora del Señor, y al punto su vida se cambió, y del peligro pasó a la máxima seguridad, pues el Señor afirmó sus pies sobre roca, afianzando sus pasos. La semejanza es corriente en la literatura salmódica, y refleja bien la situación del náufrago que, después de nadar, encuentra la salvadora e inconmovible roca, o el perseguido por los enemigos que al fin llega a una prominencia rocosa, desde donde los domina como desde ciudadela inaccesible. El salmista se siente seguro, y sus pies no vacilan en el suelo fangoso, sino que sus pasos se afianzan, caminando por superficie firme como las rocas.

Himno de acción de gracias (4-6).

“Puso en mi boca un canto nuevo, un himno a nuestro Dios”. La liturgia sólo toma el cuarto versículo. La liberación súbita del peligro de muerte por obra del  Señor hace que se vea forzado a entonar un cántico de alabanza en su honor. En su entusiasmo quiere que se asocien a su desahogo lírico los que le rodean, los cuales se han de ver sobrecogidos de temor reverencial ante el que obra tales prodigios; y también los invita a confiar en El. El salmista tiene siempre un sentido comunitario de solidaridad de los que pertenecen al pueblo de Yahvé, y anhela el reconocimiento por parte de todos de sus beneficios a favor de uno de ellos, en este caso el propio salmista. Por eso habla en plural: nuestro Dios. El caso suyo es uno de tantos en que se refleja la particular providencia que Dios tiene de los que a El se confían. Por eso considera bienaventurado al que tiene confianza ciega en Dios, apartándose de lo que dicen los apóstatas o ateos prácticos, que no admiten la providencia divina en la vida de los hombres y, en su soberbia, se permiten afirmar mentirosamente que sólo su poder basta para gobernarse en la vida.

El salmista — frente a esta actitud de autosuficiencia y de orgullo — declara que muchas veces ha sido testigo de las maravillas y prodigios que reflejan los designios salvadores y benevolentes de Dios hacia los suyos. Son tantas que no es posible anunciarlas todas.

Dios se agrada más en la obediencia que en los sacrificios (7-11).

Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me diste un oído atento; no pediste holocaustos ni sacrificios, entonces dije: “Aquí estoy”. R.

“En el libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón”. R.

Proclamé gozosamente tu justicia en la gran asamblea; no, no mantuve cerrados mis labios, tú lo sabes, Señor. R.

Al expresar la acción de gracias, normalmente el fiel israelita ofrecía sacrificios específicos en reconocimiento al favor recibido del Señor. El sacrificio característico de acción de gracias se componía de un sacrificio “pacífico y una oblación”. El salmista en este caso los considera innecesarios, pues cree que Dios exige ante todo obediencia y conformidad a su Ley. Bajo este aspecto no hace sino hacerse eco de la predicación de los grandes profetas: “Cuando saqué de Egipto a vuestros padres, no fue de holocaustos y de sacrificios de lo que les hablé ni lo que les mandé, sino que les ordené: oíd mi voz y seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo...” (Jer 7:21-22. — 20 Sam 15:22. — 21 Os 6:6). Es el comentario a la famosa frase de Samuel: “¿No quiere mejor Dios la obediencia a los mandatos que no los holocaustos y las víctimas? Mejor es la obediencia que las víctimas.” (Sam 15:22) Los sacrificios y ofrendas materiales poco valen si no van acompañadas de la entrega íntima del corazón del oferente a los preceptos, que es la expresión de la voluntad divina. Es lo que enfáticamente declara el profeta Oseas: “Prefiero la misericordia al sacrificio, y el conocimiento de Dios al holocausto.” (Os 6:6) El salmista acepta esta doctrina y declara que el Señor le ha sugerido lo mejor, dándole oído abierto, es decir, docilidad a sus preceptos — expresión de su voluntad —, lo que prefiere a los holocaustos y sacrificios expiatorios, que pueden ofrecerse sin compunción de corazón y sin ánimo de seguir su Ley.

Conforme a esta exigencia de Dios, el salmista se ofrece para secundar sus indicaciones: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.. Con toda generosidad se ofrece, como en otro tiempo al pequeño Samuel, para seguir sus preceptos tal como está escrito en el rollo del libro de la Ley; está totalmente a su disposición para hacer su complacencia. San Pablo aplica estas palabras a Cristo, Sacerdote y Mediador por los seres humanos, citándolas según la versión de los LXX: “Por lo cual, entrando en este mundo, dice: No quisiste sacrificios y oblaciones, pero me has preparado un cuerpo (el TM del salmo: “me has perforado los oídos”). Los holocaustos y sacrificios por el pecado no los recibiste. Entonces yo dije: Heme aquí que vengo — en el volumen del libro está escrito de mi (TM: “me está prescrito”) — para hacer, ¡oh Dios! tu voluntad.” Es uno de tantos textos acomodaticios traídos en la argumentación de la Epístola a los Hebreos según la versión de los LXX. La fuerza argumentativa es válida para los lectores que admitían la versión de los LXX como auténtica.

“En el libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón”

El salmista declara su plena adhesión a la voluntad divina al decir que lleva la Ley escrita en lo más profundo de sus entrañas. Es el cumplimiento del mandamiento deuteronómico: “Llevarás muy dentro de tu corazón todos estos mandamientos que yo hoy te doy.”

“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”

Pedro Sergio

II Domingo Tiempo Ordinario Ciclo B


FUENTES;

Biblia de Jerusalén

Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC

www.caminando-con-jesus.org


www.caminando-con-jesus.org

caminandoconjesus@vtr.net

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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