“El
Señor es mi pastor, nada me puede faltar” Reflexión desde el Salmo 22, 1-3. 5-6 Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds R. El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. El Señor es mi
pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas. Me
conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el recto
sendero, por amor de su Nombre. R. Tú preparas ante
mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa.
R. Tu bondad y tu
gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo. R. Dios,
Pastor del hombre Justo. En este bello poema idílico, el salmista
juega con dos semejanzas alegóricas, por una parte el buen pastor y por otra el
padre de familias, que hace gala de desprendida y generosa hospitalidad. Bajo
estas similitudes, el salmista expresa la confianza ciega del hombre justo en
la providencia atenta de su Dios. Nada le puede turbar. El tono es acentuadamente
personal; por tanto, no se presta a una interpretación colectiva, como en
otros salmos, donde se reza una solicitud del Señor por la comunidad
israelita. Se atribuye este bello poema al propio
David. Realmente, ninguno mejor que David sabía lo que era la vida del pastor
y su solicitud por las ovejas, pues era su actividad en los tiempos de su
niñez. Sin embargo, como en el versículo 6 se alude a la casa del Señor: “y
habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo”, esto es el
templo de Jerusalén, parece que la composición es posterior a Salomón,
constructor del santuario. Desde el punto de vista doctrinal, el
salmo es una lección de confianza tranquila en Dios, solícito Pastor y Padre
de familias, que protege al huésped de todo peligro y le provee abundantemente
de todo. El
Señor y el buen pastor. De una forma muy hermosa, el salmista
compara su Dios al pastor solícito, que se preocupa de sus ovejas. “El
Señor es mi pastor, nada me puede faltar”. Como tal, busca los
mejores pastos para su rebaño y las frescas aguas: “Él me hace descansar en verdes
praderas”. En tierras semi-desérticas como las de Palestina, los
pequeños oasis y praderías son codiciosamente buscados por los pastores. En
los salmos es frecuente la afirmación de que el Señor es el Pastor de Israel,
su pueblo. Ya Jacob hablaba del “Dios que le pastoreaba” El Señor es para el salmista el pastor que
le hace ir hacia los lugares frescos y serenos: “Me conduce a las aguas
tranquilas”, llevándole por
las rectas sendas para que allí se recree su alma, como descansan las ovejas
en el oasis después de haber caminado bajo los ardores del sol del desierto. “repara
mis fuerzas”. También en la vida el justo tiene que atravesar zonas
áridas, en las que priva el vicio y el desprecio sistemático a la virtud heroica
de aquél. “me guía por el recto sendero” Sólo con la ayuda del Señor y “por
amor de su Nombre”, encuentra la satisfacción íntima, las frescas
aguas de la vida litúrgica en el templo y los verdes pastos de sus promesas
consoladoras. El nombre del Señor es garantía de triunfo
y de protección en la vida contra todas las adversidades. El Señor se
manifiesta en sus obras, y su nombre glorioso es reflejo de sus logros. Es
tal la confianza que tiene en El, que, aunque tenga que andar por parajes
peligrosos, valles profundos en los que moran las fieras, se siente seguro
bajo la protección de tal Pastor. El salmista juega con la semejanza del
pastor que tiene que atravesar zonas peligrosas antes de llegar a los oasis
seguros. Un
Dios hospitalario. Una nueva similitud para expresar la
providencia solícita del Señor para con el salmista. Antes era el buen Pastor
que le defendía contra los peligros y le llevaba a fecundos pastizales, ahora
es el bondadoso padre de familia, algo que recuerda cuando el jefe familiar recibe
amorosamente al justo en su tienda, prodigándole todas las atenciones que son
de ley en la tradicional hospitalidad oriental. Frente a los enemigos del
salmista: “frente a mis enemigos”, para dar una sensación más de favor,
el Señor dispone una mesa bien abastecida a su huésped honrado, “Tu
preparas ante mí una mesa”, y, conforme al rito de las grandes casas
señoriales, le derrama el óleo sobre su cabeza; “unges con óleo mi cabeza”;
en los banquetes orientales no puede faltar la unción perfumada. El
anfitrión, además, ofrece personalmente la copa rebosante de bebida al
huésped: “mi copa rebosa”. Todo es generosidad y señorío en la casa del
Señor, que honra delicadamente al salmista. Su copa o su cáliz, es decir, la
amistad íntima del salmista con su Dios, rebosa sin medida ante la envidia y
despecho de sus enemigos, que son testigos de las larguezas del Señor del
justo. Al lado de su Dios, el hombre se siente
seguro, porque experimenta diariamente su bondad y benevolencia: “Tu
bondad y tu gracia me acompañan”. Como es ley en los salmos, el justo
encuentra su máxima felicidad en vivir en la casa del Señor: “a
lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo”. Por todo ello con gran confianza podemos
cantar junto al Salmista: El
Señor es mi pastor, nada me puede faltar Nada te turbe, nada te espante…..quien a
Dios tiene nada le falta: Sólo Dios basta…..Confianza y fe viva mantenga el
alma, que quien cree y espera todo lo alcanza……siendo Dios tu tesoro nada te
falta…..sólo Dios basta. (Teresa de Jesús) Otra reflexión de este salmo en este Link: EL SEÑOR ES MI
PASTOR (DEL SALMO 22) Pedro Sergio Fuentes: Algunos comentarios están tomados del estudio de
la Biblia Comentada de Nácar-Colunga y los textos de Bíblicos de la sagrada
Biblia de Jerusalén (SBJ) |
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