“¡Feliz
quien ama al Señor! Reflexión desde el Salmo 127, 1-5 Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds ¡Feliz quien ama al Señor! Feliz el que
teme al Señor y sigue sus caminos! Comerás del fruto de tu trabajo, serás feliz
y todo te irá bien. R. Tu esposa será
como una vid fecunda en el seno de tu hogar; tus hijos, como retoños de olivo alrededor de tu mesa. R. ¡Así será bendecido el hombre que teme al Señor!
¡Que el Señor te bendiga desde Sión todos los días de tu vida: que contemples
la paz de Jerusalén! R. Felicidad del Justo. Este breve poema tiene un fondo sapiencial, como el anterior, (parece continuación y conclusión del salmo anterior) si bien resalta en él un carácter marcadamente placentero. Se declara bienaventurado al que sigue las normas de la justicia divina, disfrutando de su trabajo y viéndose rodeado de numerosa sucesión y aun lejana descendencia. En el salmo anterior, Salmo 126, se citaba que los esfuerzos humanos sin Dios son estériles, y reza que no se fatiguen para ganar el pan, porque Dios se los da a sus amigos mientras duermen, y numerosos hijos como herencia o salario; “cuando él colma a su amado mientras duerme la herencia del Señor son los hijos, recompensa el fruto de las entrañas” (Salmos (SBJ) 126, 2,3). En este salmo es todo lo contrario, pues ahora felicita al hombre que tiene en cuenta a Dios. También se proclama y se contempla la satisfacción del que, por haber actuado bien y fielmente, honra al Señor y sigue sus caminos; “Feliz el que teme al Señor y sigue sus caminos”, por tanto ha conseguido hermosas bendiciones divinas tales como trabajo fructífero y sustento asegurado, prosperidad; “Comerás del fruto de tu trabajo, serás feliz y todo te irá bien”, y tendrá además una esposa fecunda e hijos numerosos como brotes de un olivo: “Tu esposa será como una vid fecunda en el seno de tu hogar; tus hijos, como retoños de olivo alrededor de tu mesa”. En otra palabras, la felicidad total. La prosperidad del que teme a Dios. El “temor de Dios es el principio de la sabiduría; “El temor de Dios es el principio de la ciencia; los necios desprecian la sabiduría y la instrucción”. (Proverbios (SBJ) 1,7), porque amoldando la conducta a las exigencias de la ley divina se consigue la bendición del Señor Todopoderoso. El salmista insiste en esta idea, tan recalcada en los escritos sapienciales. El ideal de la doctrina de la mayor parte de los libros sapienciales del A.T., proclama que debe disfrutarse de los bienes que Dios otorga de modo moderado, teniendo en cuenta que cualquier exceso es duramente castigado por la justicia divina. La senda de la ley del Señor lleva a la felicidad: “Ahora pues, hijos, escuchadme, dichosos los que guardan mis caminos”. (Proverbios (SBJ) 8,32), pues el justo tiene asegurada larga vida bajo la protección del Señor Todopoderoso; el trabajo de sus manos no será usufructuado por sus enemigos, sino que, al contrario, el premio a su laboriosidad será el disfrute honesto del mismo; y así, su vida se desarrollará plácida y tranquila, rodeado de numerosa descendencia. Sus hijos serán como brotes de olivo que se enrollarán al tronco familiar, formando una escolta de honor en torno a la mesa del hogar: “tus hijos, como retoños de olivo alrededor de tu mesa”. El olivo es símbolo de vitalidad y de vigor. Pero esta felicidad familiar debe tener una proyección social y aun nacional; por eso, el salmista piensa en la prosperidad de la ciudad santa, donde mora el Señor. Todo israelita debe pensar siempre en la suerte de su nación, que está vinculada a su Dios por una alianza: la prosperidad familiar debe ser un reflejo de la prosperidad general de la colectividad nacional y de la propia capital de la teocracia: Alabad al Señor, porque es bueno el Señor, salmodiad a su nombre, que es amable. Pues el Señor se ha elegido a Jacob, a Israel, como su propiedad. (Salmos (SBJ) 134, 3). Por eso, la descendencia del israelita está vinculada a la suerte de la nación: la paz sobre Israel. Este pensamiento final colectivo sirve para que el salmo pueda ser cantado por los peregrinos que se acercan jubilosos a la ciudad santa. Somos responsables ante Dios de todo lo que hagamos y digamos y de todo lo que dejemos de hacer y de decir. No se trata de tener miedo a Dios, pero sí de “trabajar con temor y temblor por nuestra salvación” (Fil 2,12). El Temor de Dios, es amor a Dios, por eso hoy cantamos muy alegres: ¡Feliz quien ama al Señor! Pedro Sergio Fuentes: Algunos comentarios están tomados del estudio de
la Biblia Comentada de Nácar-Colunga y los textos de Bíblicos de la sagrada
Biblia de Jerusalén (SBJ) |
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