SEMANA 31
DOMINGO
Entrada: «No me abandones, Señor, Dios mío, no te
quedes lejos; ven aprisa a socorrerme, Señor mío, mi salvación» (Sal
37,22-23).
Colecta (del Misal anterior y antes en el Gregoriano,
con retoques del Veronense y Gelasiano): «Señor de poder y de misericordia,
que has querido hacer digno y agradable por favor tuyo el servicio de tus
fieles, concédenos caminar sin tropiezos hacia los bienes que nos
prometes».
Ofertorio (compuesta con un texto del Sermón 91 de San
León Magno): «Que este sacrificio, Señor, sea para ti una ofrenda pura, y
para nosotros una generosa efusión de tu misericordia».
Comunión: «Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás
de gozo en tu presencia» (Sal 15,11). O bien: «El Padre que vive me ha
enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí» (Jn 6,58).
Postcomunión (del Misal anterior y antes del Gelasiano y
Gregoriano): «Te rogamos, Señor, que aumente en nosotros la acción de tu
poder, para que, alimentados con estos sacramentos, tu gracia nos disponga
a recibir las promesas con que los enriqueces».
Ciclo A
La actitud del
soberbio es siempre repugnante y hace repulsiva la religiosidad y la misma
fe que profesamos. La soberbia puede adoptar forma de engreimiento
personal, forma de irresponsabilidad, de autoritarismo, de
intransigencia... Todo esto separa de Dios, que es el Todo Otro. Ante Dios
no hay más superioridad humana que la de la verdad, la sinceridad y la
humildad, avaladas por la virtud de la caridad.
–Malaquías
1,14-2,2.8-10: Os apartasteis del camino y habéis hecho tropezar
a muchos en la ley. Aun el sacerdocio, en Israel, y cualquier autoridad
religiosa sobre el pueblo de Dios merecen la reprobación divina, si no
testifican la verdad y el amor de Dios a su pueblo. Es necesario dar buen
ejemplo. Para todos es urgente la coherencia entre fe y vida. Así dice San
Agustín:
«¿Qué pensar
de los que se adornan con un nombre y no lo son? ¿De qué sirve el nombre si
no se corresponde con la realidad? Así, muchos se llaman cristianos, pero
no son hallados tales en la realidad, porque no son lo que dicen en la
vida, en las costumbres, en la esperanza, en la caridad» (Trat. sobre I
Juan 4,4).
Y también:
«¿Queréis alabar a Dios? Vivid de acuerdo con lo que pronuncian vuestros
labios. Vosotros mismos seréis la mejor alabanza que podéis tributarle, si
es buena vuestra conducta» (Sermón 34).
–Con el Salmo
130 pedimos al Señor que guarde nuestra alma en la paz y en la
humildad, siempre junto a Él: «Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis
ojos altaneros. No pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que
acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre. Espero en
el Señor ahora y por siempre».
–1
Tesalonicenses 2,7-9.13: Deseábamos no sólo entregaros el Evangelio
de Dios, sino hasta nuestras propias personas. El verdadero amor
cristiano, por lo que tiene de humilde servicio a los demás, constituye la
mejor garantía de nuestra autenticidad cristiana en la Iglesia. San Juan
Crisóstomo, se pone en lugar de San Pablo y dice:
«“Es verdad
que os he predicado el Evangelio para obedecer un mandato de Dios. ¡Pero os
amo con un amor tan grande que hubiera deseado morir por vosotros!” Pues
bien, ése es el modelo acabado de un amor sincero y auténtico. El cristiano
que ama a su prójimo debe estar animado por estos sentimientos. Que no
espere a que se le pida entregar su vida por su hermano, antes bien debe
ofrecerla él mismo» (Homilía sobre I Tes 2).
–Mateo
23,1-12: No hacen lo que dicen. El Evangelio de Jesús es
diáfano: «el que se exalta, será humillado... y el que se humilla será
enaltecido» (Mt 23,12). Podemos decir, en síntesis, que todo el mensaje
bíblico de este Domingo es: «una vida para Dios». Una vida orientada a la
glorificación de Dios, no a conseguir la propia gloria. Dice San Juan
Crisóstomo:
«¿Quién es
más manso, quien más bueno que el Señor? Es tentado por los fariseos, y sus
trampas se rompen... Y sin embargo, por respeto al sacerdocio, por la
dignidad de su nombre, exhorta al pueblo a sometérseles en consideración no
de sus obras, sino de su doctrina... Mientras ellos dilatan
innecesariamente sus filacterias y agrandan
las franjas para obtener la alabanza de los hombres, les reprocha que
pretendan los primeros lugares en los banquetes y los primeros asientos en
las sinagogas, que se den en público a la gula, a buscar la gloria y
hacerse llamar por los hombres Maestros» (Comentario al Evangelio de
Mateo 23,3 y 7).
Ciclo B
Las lecturas
primera y tercera nos hablan del amor a Dios y al prójimo. En la segunda
lectura se nos expone la supremacía del sacerdocio de Cristo sobre el del
Antiguo Testamento: es un sacerdocio santo y eterno. Nuestro amor a Dios
sobre todas las cosas y, por amor a Dios, el amor a nuestros hermanos,
constituyen insoslayablemente el signo fundamental de nuestra autenticidad
cristiana.
–Deuteronomio
6,2-6: Escucha, Israel: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón. Toda la historia de la salvación es fruto de una iniciativa de
amor divino, que nos exige, a su vez, una correspondencia plena de amor
filial. El tema del amor de Dios es en el Antiguo Testamento fundamental, y
en el Deuteronomio, concretamente, es característico y hasta exclusivo.
Oigamos a San León Magno, que trata del hambre y sed que hemos de tener de
Dios:
«Ninguna cosa
temporal apetece esta hambre, ni ninguna cosa terrena anhela esta sed, sino
que desea saciarse del bien de la justicia y, de modo oculto a la mirada de
todos, desea llenarse del mismo Señor. Dichoso aquel que ambiciona esta
comida y está ávida de esta bebida, pues no la desearía si no hubiese
gustado ya esta suavidad. Al escuchar al espíritu profético, que le dice:
“gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 33,9), recibe ya una porción de
la dulzura celestial, y se inflama del amor del casto placer, de modo que,
abandonando todas las cosas temporales, anhela con todo su afecto comer y
beber la justicia, y abraza la verdad del primer mandamiento, que dice:
“amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas
tus fuerzas” (DDT 6,5; Mt 22, 37); porque amar la justicia no es otra cosa
que amar a Dios. Y, puesto que al amor de Dios se une el cuidado del
prójimo, a este deseo se añade la virtud de la misericordia» (Sermón 95).
–Con el Salmo
17 confesamos ese ardiente amor al Señor: «Yo te amo, tú eres mi
fortaleza, mi roca, mi alcázar, mi libertador, mi peña, mi refugio, mi
escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte». Él es todo eso para nosotros, y
por eso lo alabamos y le damos gracias.
–Hebreos
7,23-28: Como Cristo permanece para siempre, tiene el sacerdocio que
no acaba. Como Hijo muy amado, el Corazón de Jesucristo, Sacerdote y
Mediador, nos enseñó el amor al Padre y a nosotros, sus hermanos, hasta el
sacrificio total de sí mismo. Enseña San Fulgencio de Ruspe:
«Él es quien
en sí mismo posee todo lo que es necesario para que se efectúe la
redención, es decir, Él mismo es el sacerdote y el sacrificio. Él mismo,
Dios y el templo, es el sacerdocio por cuyo medio nos reconciliamos; el
sacrificio que nos reconcilia; el templo en que nos reconciliamos; el Dios
con quien nos hemos reconciliado. Ten, pues, como absolutamente seguro y no
dudes en modo alguno, que el mismo Dios unigénito, Verbo hecho carne, se
ofreció por nosotros a Dios en olor de suavidad como sacrificio y hostia;
el mismo en cuyo honor, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, los
patriarcas, profetas y sacerdotes ofrecían en tiempo del Antiguo Testamento
sacrificios de animales; y a quien ahora, o sea en el tiempo del Testamento
Nuevo, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, con quienes comparte la
misma y única divinidad, la santa Iglesia católica, no deja nunca de
ofrecer por todo el universo de la tierra el sacrificio del Pan y el Vino,
con fe y caridad” (Sobre la fe 22).
–Marcos
12,28-34: Éste es el primer mandamiento. El segundo le es semejante.
Como Hombre de Dios, el Corazón de Jesucristo nos ha enseñado la síntesis integradora
del amor a Dios, evidenciado en el amor semejante a nuestros hermanos. Con
dos testimonios del Antiguo Testamento (Dt 6,4-5; Lev 19-18), Jesucristo
propone su revelación sobre el amor, presentando el amor como el fundamento
de toda su revelación y como el camino esencial de su Evangelio. El
precepto del amor resume todos los preceptos, porque «el amor es la
plenitud de la ley» (Rom 13,9-10).
El Evangelio
es esencialmente revelación de la caridad. En él se proclama todo el
dinamismo de la caridad salvífica del misterio de la Encarnación del Verbo.
En su origen: caridad trinitaria (Padre, Jn 3,16; Hijo, Gal 2,20; Espíritu
Santo, Rom 5,5). En su dinamismo interno: urgencia suprema de la caridad (el mayor y primer
mandamiento; Mt 22,38). En sus urgencias concomitantes (un mandamiento
nuevo; Jn 13,34-35).
Ciclo C
Las lecturas
primera y tercera nos proclaman hoy la misericordia de Dios con los
pecadores. La segunda lectura nos exhorta a que nos atengamos a la fe. El
tiempo nos ofrece la oportunidad del amor misericordioso de Dios, que llama
al hombre a la conversión y la espera, urgiéndole a diario para que se
santifique.
–Sabiduría
11,23-12,2: Te compadeces, Señor, de todos, porque amas a todos los
seres. El tiempo es para el hombre un índice de su limitaciones como
criatura y un don del amor misericordioso de Dios, que le espera para la
conversión y la salvación. Tenemos aquí una enseñanza teológica, muy rica y
profunda, de la omnipotencia y misericordia divinas, que de un modo
paradójico, pero divinamente
armónico, cooperan a hacer siempre más concreto y vivo entre los
hombres el don salvífico divino, no obstante los límites y la falta de
correspondencia de las criaturas.
El texto de
la Sabiduría nos abre el corazón a una gran confianza y a un sano
optimismo: nos lleva a ver en Dios no un dueño tiránico, siempre dispuesto
a exigir y castigar, sino un Padre misericordioso que en todo y por todo
busca siempre el bien de los hombres, elevados a la dignidad de hijos
suyos.
–Por eso
ensalzamos a Dios, nuestro Rey, con el Salmo 144. Bendecimos su
nombre por siempre jamás; día tras días lo bendecimos y lo alabamos, porque
es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad. Es bueno
con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. Esto nos mueve a procurar
que todos se unan a nosotros para proclamar la gloria de su reinado y
manifestar sus maravillas. El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en
todas sus acciones, sostiene a los
que van a caer y endereza a los que ya se doblan.
–2
Tesalonicenses 1,11–2,2: Que Jesús, nuestro Señor, sea vuestra
gloria y que vosotros seáis la gloria de El. El Apóstol eleva oraciones
a Dios para que su predicación pueda dar fruto en sus oyentes. San Agustín
escribe:
«Quien
pretende enseñar la palabra de Dios debe hacer cuanto esté de su parte para
que se le escuche inteligentemente con gusto y docilidad. Pero no dude de
que si logra algo, y en la medida en que lo logra, es más por la piedad de
sus oraciones que por sus dotes oratorias. Por tanto orando por aquellos a
quienes ha de hablar, sea antes varón de oración que de peroración. Y
cuando se acerque la hora de hablar, antes de comenzara a hablar, eleve a
Dios su alma sedienta, para derramar de lo que bebió y exhalar de lo que se
llenó» (Sobre la doctrina cristiana 4,15-32).
–Lucas
19,1-10: El Hijo del Hombre
ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Cristo Jesús busca
al hombre pecador: continúa a diario su misión de llamar, buscar y salvar
al hombre, mediante la conversión y la nueva vida de santidad que El le
ofrece. Y atraído por su gracia, el hombre pecador, como Zaqueo, busca a
Jesús. San Agustín comenta:
«Reconoce a
Cristo, que está lleno de gracia. Él quiere derramar sobre ti aquello de
que está lleno y te dice: “busca mis dones, olvida tus méritos, pues si yo
buscase tus méritos, no llegarías a mis dones. No te envanezcas, sé
pequeño, sé Zaqueo”. Pero vas a decir: “si soy como Zaqueo, no podré ver a
Jesús a causa de la muchedumbre”. No te entristezcas, sube al árbol del que
Jesús estuvo colgado por ti y lo verás... Pon ahora los ojos en mi Zaqueo,
mírale, te suplico, queriendo ver a Jesús en medio de la muchedumbre, sin
conseguirlo. Él era humilde, mientras que la turba era soberbia; y la misma
turba, como suele ser frecuente, se convertía en impedimento para ver bien
al Señor. Él se levantó sobre la muchedumbre y vio a Jesús sin que ella se
lo impidiera.
«En efecto, a
los humildes, a los que siguen el camino de la humildad, a los que dejan en
manos de Dios las injurias recibidas y no piden venganza para sus enemigos,
a ésos los insulta la turba y le dice: “¡inútil, que eres incapaz de
vengarte!” La turba te impide ver a Jesús; la turba que se gloría y exulta
de gozo cuando ha podido vengarse, impide la visión de quien, pendiente de
un madero, dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”... El
Señor que había recibido a Zaqueo en su corazón, se dignó ser recibido por
él... Y “llegó la salvación a aquella casa”» (Sermón 174,3).
LUNES
Años impares
–Romanos
11,29-36: Dios tiene misericordia de todos. La incredulidad
temporal de los judíos no es sino una etapa histórica misteriosa, que
precede a su conversión final y a la instauración definitiva del Reino de
Dios. También ellos, dice el Apóstol, «alcanzarán misericordia». Y
entonces, unidos en la fe judíos y gentiles, «Dios será todo en todos» (1
Cor 15,28). Mientras tanto, todo es gracia, gracia de Dios gratuitamente
concedida. Comenta San Agustín:
«¿Qué hemos
dado a Dios, si todo lo que tenemos y somos lo recibimos de Él? Nada le
hemos dado. En este sentido, no podemos considerar a Dios como deudor,
según dice el Apóstol (Rom 11,34-35)... El único título que tenemos para
exigir algo a nuestro Señor es decirle: “cumple lo que prometiste, puesto
que hicimos lo que mandaste, aunque también esto es obra tuya, pues
ayudaste a quien se esforzaba”.. ¿Qué diste a Dios, cuando ni siquiera
existías para poder dárselo? ¿Qué hizo Dios cuando predestinó a quien no
existía?... Demos gracias a Dios, porque cuando no existíamos nos predestinó,
porque alejados, nos llamó y porque siendo pecadores nos justificó» (Sermón
152,2-3).
–Con el Salmo
68 decimos: «Que me escuche, Señor, tu gran bondad. Soy un pobre
malherido, tu salvación me levante, Dios mío. Alabaré el nombre de Dios con
cantos, proclamaré su grandeza con acción de gracias. Miradlo los humildes
y alegraos, buscad al Señor y vivirá vuestro corazón, que el Señor escucha
a sus pobres, no desprecia a sus cautivos. El Señor nos salvará»... Él nos
prepara una ciudad celeste en la gloria, la habitaremos en posesión por su
infinita misericordia, la estirpe de sus siervos la heredará, los que aman
su nombre vivirán en ella.
Años pares
–Filipenses
2,1-4: Manteneos unánimes, con un mismo pensar y un mismo sentir.
Esto es lo que quería el Apóstol. Es una invitación a vivir en el amor
fraterno, en unidad y en humildad. Cristo nos ha dado ejemplo en su
encarnación, en su vida entera, en su pasión y muerte, en la cruz. Comenta
San Agustín:
«Pensad en la
unidad, hermanos míos, y ved que si os agrada la multitud es por la unidad
que existe en ella... Engrandeced al Señor conmigo y ensalcemos su nombre
todos juntos. Una sola cosa es necesaria: aquella unidad celeste, la unidad
por la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola cosa. Ved cómo
se nos recomienda la unidad... Las tres Personas no son tres dioses, ni
tres omnipotentes, sino un solo Dios omnipotente. La misma Trinidad es un
solo Dios, porque “una sola cosa es necesaria”. Y la consecución de esta
única cosa nos lleva el tener los muchos “un solo corazón”» (Sermón 103,4).
–Con el Salmo
130 proclamamos: «Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos
altaneros, no pretendo grandezas que superan mi corazón. Yo acallo y modero
mis deseos, como un niño en brazos de su madre. Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre».
–Lucas
14,12-14: No hagamos el bien buscando sobre todo el agradecimiento.
Obremos por amor, generosamente, buscando el bien de nuestros hermanos.
Comenta San Agustín:
El Señor «te
mostró con quién tienes que ser generoso..., con los necesitados, que no
tienen nada que devolverte. ¿Pierdes con eso acaso? Se te recompensará
cuando se recompense a los justos... Cuando Él nos lo devuelva, ¿quién nos
lo quitará?... Cuando aún éramos pecadores, nos donó la muerte de Cristo;
ahora que vivimos justamente, ¿nos va a decepcionar? Pero Cristo no murió
por los justos, sino por los impíos. Si a los malvados les dio la muerte de
su Hijo, ¿qué reservará para los justos?... El mismo Hijo, pero en cuanto
Dios, como objeto de gozo, no en cuanto hombre, sometido a la muerte. Ved a
lo que nos llama Dios. Mas de la misma manera que te fijas en el destino,
dígnate mirar también el camino, dígnate mirar también el cómo» (Sermón 339,6).
MARTES
Años impares
–Romanos
12,5-16: Cada uno ha de entregarse al servicio de los demás.
Cada miembro de la Iglesia ha de cumplir su propia misión, procurando el
bien de todos por la vida de oración y el ejercicio de la caridad. Oigamos
a San Agustín:
«Dice el Apóstol:
“llenos de gozo en la esperanza”. Así, pues, nuestro gozo actual es gozo en
la esperanza, aún no en la realidad... Si los compañeros de peregrinación
gozan de esta manera en el camino, ¡cuál será su gozo en la Patria! Los
mártires lucharon en esta vida, luchando caminaron, y caminando aclamaron.
En efecto, quienes aman, caminan, pues hacia Dios no se corre con pasos,
sino con el afecto. Hay tres clases de hombres detestables: el que se para,
el que da marcha atrás y el que se sale del camino. Que nuestro caminar se
vea libre y protegido, con la ayuda de Dios, de estos tres tipos de mal» (Sermón
306,B,1).
–Con el Salmo
130 decimos: «Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero
mis deseos, como un niño en brazos de su madre. Espere Israel en el Señor,
ahora y por siempre». Éste es el camino de la infancia espiritual, libre de
preocupaciones altaneras, dócil a las inspiraciones de Dios, como quien
sabe que camina de su mano, más seguro que conducido por la más cariñosa de
las madres.
Años
pares
–Filipenses
2,5-11: Cristo se anonadó. Y por eso fue exaltado. La
exhortación a la humildad se fundamenta en el ejemplo de Cristo: aun siendo
Hijo de Dios, no hizo valer su calidad de semejanza, de igualdad, con el
mismo Dios, sino que tomó la condición humana, haciéndose obediente hasta
la muerte. Dice San Clemente Romano:
«El cetro de
la majestad de Dios, Jesucristo, nuestro Señor, no vino rodeado de orgullo
y aparatosidad, aun cuando lo hubiera podido hacer, sino en la humildad»
(Funk I,107).
San Agustín
comenta:
«Quien
todavía no puede ver lo que ha de mostrarle el Señor, no busque el ver
antes de creer, sino más bien crea primero, para que pueda sanar el ojo con
que ha de ver. A estos ojos serviles [el Señor] se manifiesta solo en la
forma de siervo... Y, puesto que no existía la posibilidad de verlo como
Dios y sí como hombre, el que era Dios se hizo hombre, para que aquello que
se veía sanase la causa de que no se viera» (Sermón 88,4).
Se anonadó el
Hijo divino, es decir, el Infinito se hizo igual a cero. Se anonadó,
haciéndose hombre, y más aún, muriendo por nosotros en la Cruz. Ejemplo
inmenso de humildad. Por eso Dios lo exaltó. Imitémoslo.
–Con el Salmo
21 decimos que el Señor es nuestra alabanza en la gran asamblea.
Cumpliremos nuestros votos delante de los fieles. Los desvalidos comerán
hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan; viva su corazón para
siempre. Recordarán al Señor y volverán a Él hasta de los confines del
orbe. En su presencia se postrarán las familias de los pueblos, porque del
Señor es el Reino.
Él gobierna
los pueblos. Ante Él se postrarán las cenizas de las tumbas... Hablarán del
Señor a la generación futura, todo lo que hizo el Señor en su misericordia,
anonadándose por nosotros. Pero Dios lo exaltó y le dio un nombre sobre
todo nombre, para que al nombre del Señor toda rodilla se doble en el
cielo, en la tierra y en el abismo, y todos proclamemos que Jesucristo es
el Señor (cf. Flp 2,6-11).
–Lucas
14,15-24: Los invitados más distinguidos, fueron descorteses, y no
quisieron venir. Entonces el padre de familia convocó a toda clase de
gente. La Iglesia es el lugar de la reunión universal realizada por Cristo.
Comenta San Agustín:
«Dejemos de
lado las excusas vanas y perversas, y acerquémonos a la cena que nos
saciará interiormente. No nos lo impida la soberbia altanera, no nos engría
o sujete y aparte de Dios la ilícita curiosidad; la sensualidad de la carne
no nos aleje del placer del corazón. Acerquémonos y saciémonos. ¿Quiénes se
acercaron sino los mendigos, los débiles, los cojos y los ciegos? No
vinieron los ricos, los sanos... Vengan, pues, los mendigos... vengan los
débiles.... vengan los cojos..., vengan los ciegos... Éstos vinieron en hora
buena, pues los primeros invitados fueron reprobados debido a sus excusas»
(Sermón 112,8).
MIÉRCOLES
Años impares
–Romanos
13, 8-10: Amar es cumplir la ley entera. El Apóstol nos exhorta
al amor. Toda la ley se cumple en el amor, participando del amor de Jesús.
San Agustín comenta:
«Ama a Dios y
ama al prójimo como a ti mismo. Veo que al amar a Dios te amas a ti mismo.
La caridad es la raíz de todas las obras buenas... La plenitud de la ley es
la caridad. No voy a tardar en decirlo: quien peca contra la caridad, se
hace reo de todos los preceptos. En efecto, quien daña a la raíz misma, ¿a
qué parte del árbol no daña? ¿Qué hacer, pues? Quien peca contra la caridad
se hace reo de todos los preceptos. Esto es absolutamente cierto, pero
distinto es el modo como peca contra ella el ladrón, el adúltero, el
homicida, el sacrílego y el blasfemo. Todos pecan contra la misma caridad,
puesto que donde existe la caridad plena y perfecta no puede haber pecado.
Es ella misma la que crece en nosotros para llegar un día a la perfección y
a tal perfección que no admita ya adicción alguna» (Sermón 179,A,5).
–Con el Salmo
111 decimos: «Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus
mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo
será bendita. En las tinieblas brilla como una luz el que es justo,
clemente y compasivo. Dichoso el que se apiada y presta y administra
rectamente sus asuntos, reparte limosna a los pobres, su caridad es
constante, sin falta, y alzará la frente con dignidad». Por eso decía San
Roberto Belarmino que vale más un grano de caridad que cien arrobas de
razón. Solo el que ama es fuerte y es capaz de hacer todas las obras buenas
que el mundo necesita.
Años pares
–Filipenses
2,12-18: Es Dios quien obra en nosotros el querer y el obrar. El
Señor, viviendo en nosotros, nos hace posible caminar hacia la salvación
con una vida ejemplar, y ser luz en medio de las tinieblas de este mundo.
Así en el día del juicio podremos gozar de su gozo eterno. En la Carta a
Diogneto leemos:
«Los cristianos
no se distinguen de los demás hombres por su tierra, ni por su habla, ni
por sus costumbres. Porque ni habitan en ciudades exclusivamente suyas, ni
hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los
demás... Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan el tiempo
en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes
establecidas, pero con su vida sobrepasan las leyes... Mas, para decirlo
brevemente, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el
mundo» (Diogneto V-VI).
–Con el Salmo
26 proclamamos: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El
Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Una cosa pido al
Señor, eso buscaré; habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida,
gozar de la dulzura del Señor, contemplando su rostro. Espero gozar de la
dicha del Señor en el país de la vida»... Esperaré en el Señor con gran
valor y confianza. Él es mi salvación y mi alegría. Él es mi Luz, la luz
que debo irradiar en mi vida.
–Lucas
14,23-35: Renunciamos a todo, para venir a ser discípulos del Señor.
El Señor creó todo para nosotros. Todo es bueno: «todas las cosas son para
nosotros», para nuestro provecho, para nuestra utilidad, pero «nosotros
somos de Cristo, y Cristo de Dios». Usemos todas las cosas del mundo
presente de tal modo que no nos incapacitemos para las eternas. No pongamos
todo nuestro interés en las cosas de este mundo. Guardemos el corazón en
una santa indiferencia. Oigamos a Casiano:
«No vayamos a
creer que aquellos que han sido elevados en este mundo a las cumbres de las
riquezas, del poderío y de los honores hayan alcanzado con ello el bien por
excelencia, pues éste consiste únicamente en la virtud. Esas otras cosas
son indiferentes. Son útiles, son provechosas para los justos que usan de
ellas con recta intención y para cumplir sus menesteres ineludibles, pues
brindan la ocasión para hacer obras buenas y para producir frutos para la
vida eterna. Son, en cambio, lesivas y dañinas para aquellos que abusan de
ellas, encontrando en ellas ocasión de pecado y de muerte» (Colaciones 66,3).
JUEVES
Años impares
–Romanos
14,7-12: En la vida y en la muerte somos del Señor. Pertenecemos
al Señor y para Él vivimos y morimos. Unos y otros hagamos todo lo posible
por conformar nuestra vida con la voluntad divina, y colaboremos fielmente
con la gracia de Dios. Entreguemos a Dios nuestra vida, como Cristo la
entregó para salvarnos. San Cirilo de Alejandría escribe:
«Se ha dicho
que Cristo tuvo hambre, que soportó la fatiga de largas caminatas, la
ansiedad, el terror, la tristeza, la agonía y la muerte en la cruz. Sin ser
obligado por nadie, libremente se entregó por nosotros, para ser Señor de
vivos y muertos (Rom 14,9). Con su propia carne ha pagado así un rescate
justo por la carne de todos; y con su alma ha llevado a cabo la redención
de todas las almas. Y si Él ha vuelto a tomar su vida, es porque, como
Dios, Él es viviente por naturaleza» (Sobre la Encarnación del Unigénito).
–Con el Salmo
26 digamos: «Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa
de mi vida, ¿quién me hará temblar? Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en la Casa del Señor todos los días de mi vida; gozar de la dulzura
del Señor, contemplando su rostro. Espero gozar de la dicha del Señor en el
país de la vida», es decir, en la gloria eterna. Para esto vivamos aquí en
la presencia del Señor, identificados con su voluntad divina, llenos de
amor e irradiándolo por doquier.
Años pares
–Filipenses
3,3-8: Sólo Cristo ha de ser nuestro tesoro. Todo lo demás es
pérdida. San Pablo sacrificó todos los títulos de gloria por ganar a
Cristo. Y en Cristo lo encontró todo: verdad, vida, camino, alimento, roca,
luz, amor... todo. Así hemos de hacer también nosotros. San Ambrosio dice:
«Por Él
anhela quien repite sus palabras y las medita en su interior. Hablemos,
pues, siempre de El. Si hablamos de sabiduría, Él es la sabiduría; si de virtud, Él es la
virtud; si de justicia, Él es la justicia; si de paz, Él es la paz; si de
la verdad, de la vida, de la redención, Él es todo eso» (Comentario al
Salmo 36).
Y San
Bernardino de Siena:
«Todo lo
tenemos en Cristo: es refugio de los penitentes, bandera de los que
combaten, medicina de los que desfallecen, consuelo de los que sufren,
honor de los creyentes, esplendor de los evangelizadores, mérito de los que
trabajan, satisfacción de los que oran, deleite de los contemplativos,
gloria de los que triunfan» (Sermón 49).
–En esa misma
perspectiva, con el Salmo 104 proclamamos «que se alegren en el
Señor los que lo buscan». Recurramos al Señor y a su poder, busquemos
constantemente su rostro, recordemos las maravillas que hizo y hace
constantemente en nuestra alma, sus prodigios, las sentencias de su boca.
El Señor es nuestro Dios. Él gobierna toda la tierra. Creamos en su amor y
correspondámosle también con un gran amor. Él todo lo merece. Sin Él nada
somos. Con Él todo lo podemos, todo lo tenemos.
–Lucas
15,1-10: La gran alegría del cielo por un pecador que se convierte.
La infinita bondad de Dios se nos revela en las parábolas de la
misericordia. Todos nosotros somos llamados a la experiencia espiritual de
la gran misericordia divina, pero no según nuestros modos y criterios, sino
según los modos y criterios de Dios. Comenta San Ambrosio:
En estas
parábolas «¿quién es este padre, este pastor y esta mujer? ¿Acaso no
representan a Dios Padre, a Cristo y a la Iglesia? Cristo te lleva sobre sus hombros, te
busca la Iglesia y te recibe el Padre. Uno porque es Pastor, no cesa de
llevarte; la otra como Madre, sin cesar te busca, y el Padre te vuelve a
vestir. El primero por obra de su misericordia, la segunda cuidándote y el
tercero reconciliándote con Él. A cada uno de ellos le cuadra perfectamente
una de esas cualidades: el Redentor viene a salvar, la Iglesia asiste y el
Padre reconcilia. En todo actuar divino está siempre la misma misericordia,
aunque la gracia varía según nuestros méritos» (Tratado sobre el
Evangelio de San Lucas lib.VII,208).
VIERNES
Años impares
–Romanos
15,14-21: Que nuestra ofrenda agrade a Dios. El ministerio
apostólico aparece bajo este aspecto en un sentido muy determinado. Este
ministerio es como una liturgia y quien lo ejerce actúa como un sacerdote.
El Apóstol predica la palabra y manifiesta la presencia de Cristo
resucitado en el corazón, en los acontecimientos y en las cosas. Es
sacerdote no como un especialista de ritos, como los sacerdotes del templo
de Jerusalén, sino porque al revelar el sentido pascual de todas las cosas,
ayuda a sus oyentes a tomar actitudes de fe, de conversión y de compromiso,
y ése es el contenido de los sacrificios espirituales de la Nueva Alianza,
unidos a la sagrada Eucaristía, que actualiza sacramentalmente el
sacrificio redentor del Calvario.
Todas estas
realidades del mundo de la gracia son ya una maravilla, pero aún han de
perfeccionarse y llegar a plenitud en la gloria. Escribe Orígenes:
«No nos
equivoquemos, porque si Pablo y los que son como él se llaman perfectos en
comparación con los demás, sin embargo, nadie entre los hombres puede
llamarse o ser perfecto con aquella ciencia sublime o aquella perfección
propia de los que habitan en el cielo» (Comentario a la Carta a los
Romanos 10,10).
–Con el Salmo
97 pedimos al Señor que revele a las naciones su victoria. «Cantemos al
Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas, su diestra le ha dado
la victoria, revela a las naciones su justicia, se acordó de su
misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel [de la Iglesia,
de cada uno de nosotros]. Los confines de la tierra han contemplado la
victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera, gritad, vitoread,
tocad».
Años pares
–Filipenses
3,17–4,1: Aguardamos al Señor. Él transformará nuestra condición humilde,
según el modelo de su condición gloriosa. Cristo nos transforma por su
palabra, y aún más por su ejemplo. También nosotros ayudamos a los demás
con nuestra palabra, pero aún más con nuestra vida. Comenta San Juan
Crisóstomo:
«No hay mejor
enseñanza que el ejemplo del Maestro... Hablad, pues, con sabiduría,
instruid con toda la elocuencia posible; pero sabed que vuestro ejemplo
causará una impronta más fuerte y decisiva... Cuando vuestras obras sean
consecuentes con vuestras palabras, no habrá entonces nada que se os pueda
objetar» (Homilía sobre Flp 3).
No seamos
enemigos de la Cruz de Cristo, nos advierte San Pablo, que ya en su tiempo
encontró fieles que no respondían verdaderamente a la vocación cristiana
por miedo a la Cruz. Sigamos fielmente las enseñanzas de Cristo, el gran
Maestro que nos dio doctrina admirable y un ejemplo cabal. Vivamos eso
mismo que Él nos enseñó y vivió.
–La Casa del
Señor a la que nos encaminamos es la gloria futura, la Jerusalén celeste,
llamada visión de paz. Y así con el Salmo 121 decimos: «Qué alegría,
cuando me dijeron “vamos a la Casa del Señor”. Ya están pisando nuestros
pies tus umbrales, Jerusalén. Allí suben las tribus, las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor»... En la Jerusalén
celeste nos aguarda Dios, nuestro Señor, justo y misericordioso. Y en este
caminar hacia el cielo no podemos dejar que nos dominen las fuerzas del
mal, sino que hemos de superar todas las dificultades con la gracia del
Señor.
–Lucas
16,1-8: Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los
hijos de la luz. La astucia del mundo ha de ser superada con valentía y
generosidad, no con habilidades arteras, sino con la gran fuerza del
cristianismo, que es el amor. Hemos de colaborar con el Salvador con gran
diligencia, sin desgana y pe-reza. Comenta San Agustín:
«¿Por qué
propuso el Señor esta parábola? No le agradó aquel siervo fraudulento, que
defraudó a su amo y sustrajo cosas que no eran suyas. Además las hurtó a
escondidas, y le causó daño preparándose un lugar de descanso y
tranquilidad para cuando tuviera que abandonar la administración. ¿Por qué
propuso el Señor esta parábola? No porque el siervo aquel hubiera cometido
un fraude, siendo previsor para el futuro, sino para que se avergüence el
cristiano que carece de determinación viendo alabado el ingenio de un
fraudulento. En efecto, dice: “los hijos de las tinieblas son más sagaces
que los hijos de la luz”. Ellos comenten fraudes mirando al futuro.
¿Mirando a qué vida tomó precauciones aquel mayordomo? Mirando a aquella
vida a la que tendría que pasar cuando se lo mandaren. Y si él se preocupó
por la vida que tiene un fin, ¿tú no te preocuparás por tu vida eterna?» (Sermón
359,10).
SÁBADO
Años impares
–Romanos
16,3-9.16.22-27: El misterio de Dios. La revelación del misterio
está en el centro de la doxología con que se termina esta Carta. En el
apostolado paulino este misterio es el acceso de los gentiles a la
revelación. Este misterio es concebido por la Sabiduría divina, que examina
el origen de la historia más allá de los siglos. Es el misterio que antes
estaba oculto en el tiempo, pero que se manifiesta por Jesucristo, que
muere por todos los hombres. Él es el Salvador de todos, el Redentor que
con tanta fuerza fue proclamado al mundo por San Pablo.
La Sabiduría
de Dios realizó este misterio en la Cruz de Jesucristo. Y los Apóstoles son
los testigos de ese misterio y sus principales realizadores. Todos los
discípulos de Cristo, judíos o gentiles, se acogen entre sí en la caridad
fraterna, y realizan en sí mismos el misterio de Dios, escondido durante
siglos, y ya revelado y realizado en el tiempo. Es el dinamismo admirable
del Misterio Pascual, que actúa en todos los pueblos y culturas, formando
una maravillosa y nueva Hermandad, la de los hijos de Dios. Dice Orígenes:
«Los que
ayudaban y eran hospitalarios se encontraban en todos los hermanos
creyentes, no sólo entre los que provenían de los judíos, sino también en
los creyentes que provenían de la gentilidad. En efecto, la hospitalidad
era muy estimada no sólo por Dios, sino también por los hombres» (Comentario
a la Carta a los Romanos 10,18).
–Bendecimos
al Señor con el Salmo 144 por los muchos beneficios que hemos
recibido de Él, y le bendecimos sobre todo por haber sido llamados a la
salvación. Lo bendecimos por siempre jamás, pues Él es nuestro Dios y
nuestro Rey. «Grande es el Señor, y merece toda alabanza, es incalculable
su grandeza. Una generación pondera tus obras a la otra y le cuenta tus
hazañas, alaban los pueblos la gloria de tu majestad, y yo repito tus
maravillas». Queremos y pedimos que todas las criaturas den gracias al
Señor, que le bendigan sus fieles, que proclamen la gloria de su reinado,
que hablen de sus hazañas. La Iglesia se extiende por doquier y sigue
pujante en la santidad de sus fieles, como lo muestran hoy las muchas
beatificaciones y canonizaciones de que somos testigos.
Años pares
–Filipenses
4,10-19: Todo lo puedo en Aquel que me conforta. Los fieles de Filipos
corresponden al santo Apóstol con sus dones y San Pablo lo agradece. Ellos
piden, reciben y dan generosamente. San Juan Crisóstomo dice:
«Cuando tú
más recibes, más se alegra Él y más dispuesto está a seguir dándote. Dios
tiene por propia riqueza nuestra salvación. Y su gloria está en dar copiosa
merced a cuantos le piden» (Homilía 22, sobre San Mateo).
Y San
Ireneo:
«La razón por
la que Dios desea que los hombres le sirvan es su bondad y misericordia,
por las que quiere beneficiar a los que perseveran en su servicio; pues, si
Dios no necesita de nadie, el hombre, en cambio, necesita de la comunión
con Dios. En esto consiste la gloria del hombre, en perseverar y permanecer
en el servicio de Dios» (Contra las herejías 4,13).
–Por eso
decimos con el Salmo 111: «Dichoso el que teme al Señor y ama de
corazón sus mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia
del justo será bendita. Dichoso el que se apiada y presta, y administra
rectamente sus asuntos. El justo jamás vacilará, su recuerdo será
perpetuo... Su corazón está seguro, sin temor, reparte limosna a los
pobres, su caridad es constante, sin falta, y alzará la frente con
dignidad». Es gran don poder dar, y todos podemos dar, a nuestros hermanos
una oración, una sonrisa, un servicio, un signo de amabilidad, de
dulzura...
–Lucas
16,9-15: No podemos servir a dos señores. O damos culto a Dios,
o damos culto a las riquezas, sean éstas las que fueren: dinero, placer,
poder... Dice San Gregorio Magno:
«Son
engañosas las riquezas, porque no pueden permanecer siempre con
nosotros; son engañosas porque no
pueden satisfacer las necesidades de nuestro corazón. Las riquezas
verdaderas son únicamente las que nos hacen ricos en las virtudes» (Homilía
15, sobre los Evangelios).
Y San
Basilio:
«Tus riquezas
tendrás que dejarlas aquí, lo quieras o no; por el contrario la gloria que
hayas adquirido con tus buenas obras la llevarás hasta el Señor» (Sobre
la caridad). Y en otro lugar: «La virtud es la única de las riquezas
que es inamovible y que persiste en vida y muerte» (Discurso a los
jóvenes).
San Ambrosio
escribe:
«¿Quién hasta
ahora se ha justificado con las riquezas? ¿Quién se ha hecho humilde con el
poder, misericordioso con la nobleza de su nacimiento, casto con la
hermosura? La verdad es que todas estas prendas temporales más bien son
peligrosas, para hacernos caer en la culpa, que útiles para ayudarnos en el
camino de la virtud» (Comentario al Salmo 1,39).
SEMANA 32
DOMINGO
Entrada: «Llegue hasta ti mi súplica; inclina tu oído a
mi clamor, Señor» (Sal 87,3).
Colecta (del Misal anterior y antes del Gelasiano y
Gregoriano): «Dios omnipotente y misericordioso, aparta de nosotros todos
los males, para que bien dispuesto nuestro cuerpo y nuestro espíritu,
podamos libremente cumplir tu voluntad».
Ofertorio (del Misal anterior): «Mira con bondad, Señor,
los sacrificios que te presentamos, para que, al celebrar el misterio de la
pasión de tu Hijo, gocemos de sus frutos en nuestro corazón».
Comunión: «El Señor es mi Pastor, nada me falta; en
verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas» (Sal
22,1-2). O bien: «Los discípulos conocieron al Señor Jesús al partir el
pan» (Lc 24,35).
Postcomunión (del Gelasiano, Gregoriano y Misal de Paris de 1738): «Alimentados con esta
eucaristía, te hacemos presente, Señor, nuestra acción de gracias,
implorando de tu misericordia que el Espíritu Santo mantenga siempre vivo
el amor a la verdad en quienes han recibido la fuerza de lo alto».
Ciclo A
En la primera
lectura se nos exhorta a consagrar las jornadas y las vigilias de la noche
a buscar la Sabiduría que procede de Dios. El Evangelio nos manda que
estemos vigilantes y atentos, siempre preparados para la venida del Señor.
Y San Pablo en la segunda lectura nos afirma que todos aquellos que hayan
creído en Jesús entrarán, cuando Él vuelva, en el mundo de la resurrección,
donde vivirán para siempre en su Reino.
La Iglesia,
según el Vaticano II, es «el sacramento universal de salvación» (LG
1). Pero la salvación de los hombres, que es una invitación gratuita y
amorosa de iniciativa divina, está siempre condicionada por la respuesta de
los mismos hombres ante el llamamiento de Dios. Por eso necesitamos
preocuparnos más del gran problema de nuestra vida: la santificación y la
salvación. De ahí la necesidad urgente de una vigilancia constante.
–Sabiduría
6,13-17: Encuentran la Sabiduría los que la buscan. Por
Sabiduría entendemos aquí el designio amoroso de Dios de poner a nuestro
alcance su invitación generosa de salvación, que es encontrada por los que
la buscan sinceramente. La salvación del Dios es un tema hondamente
arraigado en la Sagrada Escritura: Dios salva a los hombres, Cristo es
nuestro Salvador. El Evangelio aporta la salvación a todo creyente. Es, por
lo mismo, un término clave en el lenguaje bíblico, pero su proceso de
elaboración ha sido lento. Toda la historia de Israel es una «historia de
salvación» que llega a su culmen en Cristo Jesús, que precisamente
significa: «Dios salva». En Él Dios re-capitula toda la historia de la
salvación en favor de los hombres.
Dios salva
del pecado. Solo Dios puede perdonarlo, absolverlo, eliminarlo. Por eso es
por lo que Israel, tomando más conciencia de la universalidad del pecado,
ya no podrá buscar otra salvación que la que viene de invocar el nombre de
Dios Redentor. El nombre de Jesús significa que el Nombre mismo de Dios
está presente en la persona de su Hijo, hecho hombre para la redención
universal y definitiva del pecado. Él es «el cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo» (Jn 1,29).
–Por eso con
el Salmo 62 decimos que nuestra alma está sedienta de Dios. Nuestra
carne tiene ansia de Él, como tierra reseca, agostada y sin agua. Solo Él
puede salvarnos. Su gracia vale más que la vida, solo en Él podemos
encontrar la saciedad de nuestra alma. Él es nuestro auxilio y «a la sombra
de sus alas» cantamos con júbilo.
–1
Tesalonicenses 4,12-37: A los que han muerto en Jesús, Dios los
llevará con Él. Hemos sido creados y redimidos para la eternidad. Toda
nuestra vida temporal lleva en sí una responsabilidad permanente para el
«día» del encuentro con el que ha de venir.
El punto
central de esta lectura es la unión constante con el Señor. Nuestra fe en
el retorno del Señor ha de ir a lo esencial: «¡estaremos siempre con Él!»
Ésta ha de ser nuestra alegría constante, nuestra gran solicitud: no
separarnos de Cristo. Y lo único que nos aparta de Él es el pecado. De ahí
la gran vigilancia que hemos de tener para no dejarnos atrapar por el pecado.
Con la gracia divina nosotros siempre podemos salir victoriosos en las
dificultades y tentaciones que podamos encontrar en nuestro camino hacia el
Padre. La Iglesia, «Sacramento universal de salvación», con todos los
medios que tiene, es la gran ayuda que nosotros tenemos y necesitamos.
La esperanza
firme en la vida eterna, lograda por la misericordia de Dios, que es fiel a
sus promesas, da a los cristianos paz en la vida y paz en la muerte.
Oigamos a San Agustín:
«Nos amonesta
el Apóstol a “no entristecernos” por nuestros seres queridos que duermen, o
sea, que han muerto, “como hacen los que no tienen esperanza” en la
resurrección e incorrupción eterna. También la costumbre de la Escritura
los denomina en verdad durmientes, para que al escuchar este término no
perdamos la esperanza de que hemos de volver al estado de vigilia. Por ello
canta también en el salmo: “¿acaso no volverá a levantarse el que duerme?’’
(Sal 40,9). Los muertos causan tristeza, en cierto modo natural, en
aquellos que los aman. El pánico a la muerte no proviene, en efecto, de la
sugestión, sino de la naturaleza. Pero la muerte no habría llegado al
hombre si no hubiese existido antes la culpa que originó la pena» (Sermón
172,1).
–Mateo
25,1-13: ¡Que llega el Esposo, salid a su encuentro! La
vigilancia responsable o la irresponsabilidad paralizante son dos modos de
vivir la fe cristiana ante el misterio de la salvación. Pero su desenlace
final es irreversible. La salvación no se improvisa.
La vocación
cristiana es irrenunciable-mente una vivencia profunda, personal y
colectiva de la esperanza escatológica. Sin estas vivencias careceremos del
sentido auténtico de la misión redentora de Cristo. El santo temor de Dios
nos libra de la presunción vana ante la salvación y nos comunica la confianza
filial, que quita de nosotros toda desesperanza paralizante. Es en el
tiempo y en nuestro quehacer diario donde hemos de ser y permanecer
vigilantes, esperando el retorno del Señor con las lámparas encendidas,
alimentadas con el aceite de nuestras buenas obras. La eternidad nos la
jugamos a diario en este tiempo que Dios nos concede para colaborar con su
gracia divina realizando bajo su influjo obras buenas y salvíficas. Oigamos
a San Agustín:
«Aquellas
vírgenes simbolizan a las almas. En realidad no son solo cinco, pues
simbolizan a muchas. Y además, ese número de cinco comprende tanto varones
como mujeres, pues ambos sexos están representados por una mujer, es decir,
por la Iglesia. A ambos sexos, esto es, a la Iglesia, se la llama Virgen (2
Cor 11,2). Y si pocos poseen la virginidad de la carne, todos deben poseer
la virginidad del corazón...
«¿Y quiénes
son las vírgenes necias? También ellas son cinco. Son las almas que
conservan la continencia de la carne, evitando toda corrupción, procedente
de los sentidos... Evitan ciertamente la corrupción, venga de donde venga,
pero no presentan el bien que hacen a los ojos de Dios en la propia
conciencia, sino que intentan agradar con él a los hombres, siguiendo el
parecer ajeno... Evidentemente no llevan el aceite consigo... Las necias
encienden ciertamente sus lámparas; parece que lucen sus obras, pero decaen
en su llama y se apagan, porque no se alimentan del aceite interior...
Faltarán las obras a las vírgenes necias, por no tener el aceite de la
buena conciencia» (Comentario al Salmo 147,10-11).
Ciclo B
La primera y
tercera lecturas nos ponen de relieve la generosidad de una pobre viuda;
con la primera el profeta Elías obra un milagro, y la segunda merece el
elogio del Señor. En la segunda lectura se compara el culto del sacerdocio
de Aarón y el de Cristo, que lo aventaja plenamente.
La
autenticidad de nuestra fe se mide siempre por la autenticidad cristiana de
nuestras actitudes habituales ante Dios y ante los hombres. Más que las
obras externas, aun religiosas, lo que importa ante todo es la profundidad
interior y la sinceridad religiosa de nuestra postura íntima.
–1 Reyes
17,10-16: La viuda hizo un panecillo y se lo dio al profeta Elías.
La verdadera religiosidad es la fidelidad a Dios y la generosidad sin
medida del corazón, que supera humildemente todo egoísmo.
El Señor confía la misión de alimentar a
su profeta no a una familia rica, sino a una pobre viuda, que está al
límite de sus pocos recursos. Dios actúa siempre según su plan y se sirve
de medios en los que los hombres no se atreverían a confiar, para que nadie
se atribuya a sí mismo el éxito de la realidad.
De aquí la
confianza que siempre hemos de tener en Dios, aunque nos veamos a veces en
medio de circunstancias muy precarias. Él actúa por las causas segundas. No
podemos quedarnos con los brazos cruzados. Hemos de hacer cuanto esté de
nuestra parte, aunque sea una cosa pequeña, como en el caso de la viuda,
que entrega un poco de harina y un poco de aceite. Hemos de hacer lo que
podemos, lo que Dios nos da hacer, pero ante todo hemos de poner
enteramente nuestra confianza en Dios. No le faltó a aquella viuda pobre ni
harina ni aceite en todo el tiempo de carestía.
–El Salmo
145 nos invita a la alabanza divina, pues «el Señor mantiene su
fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, libera a los
cautivos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan, ama a
los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda...
El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad». Tengamos total
confianza en Él.
–Hebreos
9,24-28: Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados
de todos. El Corazón de Cristo Jesús, Sacerdote y Víctima redentora,
representa la más profunda vivencia religiosa del amor al Padre y de su
amor victimal a los hombres. En la Pascua de Cristo encuentran su
cumplimiento, «una vez para siempre», las aspiraciones hacia Dios del
sacerdocio aaronítico y de sus propios ritos: el perdón del pecado. El
acceso a Dios ha quedado ya abierto para siempre, y para siempre se ha
realizado la reconciliación. No son necesarios ya otros sacrificios. El
sacrificio de Cristo Redentor en el Calvario se reactualiza
sacramentalmente en la sagrada Eucaristía hasta el fin de los tiempos. Y
Cristo en su segunda venida dará a todos los creyentes la plenitud de la
salvación.
–Marcos
12,38-44: Esta pobre viuda ha echado más que nadie. La medida de
nuestra religiosidad ante Dios y ante los hermanos no está en la
materialidad de nuestra obra, sino en la generosidad o tacañería de nuestro
espíritu.
Una mujer,
pobre y viuda, en medio de una multitud que aparatosamente hace sus propias
ofrendas en el tesoro del templo, deja caer en él algunos céntimos. El
gesto es señalado por Jesús ante los apóstoles, ya que tal ofrenda, para
esa viuda, en su gran pobreza, representa una verdadera y admirable
privación. Lo que cuenta para Dios es la actitud interior del corazón. Esto
vale más que muchas obras externas ruidosas y brillantes, que carecen de
esa sinceridad y generosidad en lo interior. Dios se complace en aceptar el
más pequeño acto interior de nuestro corazón como el tesoro más precioso
que le pueda ofrecer el universo.
Esto ha de
animarnos a la práctica continua de las virtudes cristianas y debe
confortarnos en los momentos de angustia y dolor. Todo lo debemos al Señor
y de todo hemos de darle continuas gracias. También hemos de agradecerle
porque podemos hacer algún bien, pues a Él se lo debemos. El sentido
religioso de nuestra existencia de hijos de Dios nos hace vivir siempre
ante el Padre y ante los hombres «los mismos sentimientos de Cristo Jesús»
(Flp 2,5). Oigamos a San Agustín:
«Ignoro,
hermanos, si puede encontrarse alguien a quien hayan aprovechado las
riquezas. Quizá se diga: ¿no fueron de provecho para quienes usaron bien de
ellas, alimentando a los hambrientos, vistiendo a los desnudos, hospedando
a los peregrinos, redimiendo a los cautivos? Todo el que obra así, lo hace
para que no le perjudiquen. ¿Qué le sucedería, si no poseyese esas riquezas
con las que hace misericordia, siendo tal que se hallase dispuesto a
hacerla, si se hallase en posesión de ellas? El Señor no se fija en que las
riquezas sean o no grandes, sino en la piedad de la voluntad.
«¿Acaso los
apóstoles eran ricos? Abandonaron solamente unas redes y una barquichuela,
y siguieron al Señor. Mucho abandonó quien se despojó de la esperanza del
siglo, como aquella viuda del Evangelio. Y el Señor la elogió... Si
examinas los corazones de quienes dan, hallarás con frecuencia en quienes
dan mucho un corazón tacaño, y en quienes dan poco uno generoso.. Si eres
pobre, aunque sea poco lo que des, se te premiará como si hubieras dado
mucho, como aquella viuda» (Sermón 105, A,1).
Ciclo C
La primera y
la tercera lecturas nos hablan de la resurrección. San Pablo, en la
segunda, aparece abrumado por la perversidad de sus enemigos, pero confía
en Cristo y exhorta a los cristianos a permanecer firmes aguardando el
retorno del Señor. Los hermanos macabeos, San Pablo y Cristo nos enseñan a
vivir una vida diametralmente opuesta a la de los hijos del materialismo,
que malgastan su existencia humana sin más horizontes que el ansia de
felicidad en la tierra y en el tiempo, siendo así, que estamos llamados por
Dios a gozar eternamente en la gloria del cielo.
–2
Macabeos 7,1-2.9-14: El Rey del universo nos resucitará para una
vida eterna. Con el lenguaje infalsificable de su sangre los hermanos
macabeos nos ofrecen un ejemplo de su fidelidad a Dios y de su esperanza
ciertísima en la resurrección. En un mundo lleno de materialismo es
necesario subrayar la fe en la resurrección, que constituye el centro de
nuestra esperanza cristiana. El amor de Dios debe manifestarse en nuestro
caminar terreno; mas nuestra mirada ha de estar fija en la gloriosa meta
futura, que trasciende toda espera humana y queda dolorosamente escondida a los sabios de
este mundo. San Pablo, en el punto culminante de su Carta a los Romanos,
escribe: «los sufrimientos del momento presente no son comparables a la
gloria futura que nos será revelada» (8,18). Hemos de mantener siempre viva
esta dimensión escatológica de nuestra fe.
–Con el Salmo
16 decimos: «Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor», y le
pedimos que escuche nuestra apelación, que preste oído a nuestra súplica,
pues no hay engaño en nuestros labios, ni vacilación en nuestros pasos.
Sabemos que el Señor, en su bondad misericordiosa, nos escucha e inclina su
oído a nuestras palabras. A la sombra de sus alas nos escondemos y venimos
a su presencia con nuestra apelación.
–2
Tesalonicenses 2,15–3,5: El Señor os dé fuerzas para toda clase de
palabras y obras buenas. El verdadero creyente es el hombre que,
consciente de su destino eterno, hace de su esperanza en la resurrección el
móvil de toda su vida y de toda su conducta en el tiempo. Oigamos a San
Juan Crisóstomo:
«El Apóstol
lo anima a ofrecer oraciones a Dios por él, pero no para que Dios le exima
de los peligros que debe afrontar –pues éstos son consecuencia inevitable
del ministerio que desempeña–, sino para que la palabra del Señor avance
con rapidez y alcance la gloria» (Homilía sobre II Tes. 3,1).
–Lucas
20,27-38: Dios no es un Dios
de muertos, sino de vivos. Estamos destinados, como criaturas nuevas en
Cristo, a una nueva y definitiva vida con Cristo en Dios. Él es la
Resurrección y la Vida (Jn 11,25). Comenta San Agustín:
«¿Es que
creemos en vano en la resurrección de la carne? Si la carne y la sangre no
poseerán el Reino de Dios, en vano creemos que nuestro Señor resucitó de
entre los muertos con el mismo cuerpo con que nació y en el que fue
crucificado, y que ascendió a los cielos en presencia de sus discípulos...
«El
bienaventurado Pablo no quería que cayesen en el error de pensar que en el Reino de Dios,
en la vida eterna, iban a hacer lo mismo que hacían en esta vida, es decir,
de tomar mujer y de engendrar hijos. Estas son obras de la corrupción de la
carne. No hemos de resucitar para tales cosas, como lo dejó claro el Señor
en la lectura evangélica que hemos leído hace poco... Niega lo que pensaban
los judíos y refuta los errores de los saduceos, puesto que los judíos
creían, sí, que los muertos habían de resucitar, pero pensaban carnalmente,
por lo que respecta a las obras para las que iban a resucitar. “Serán,
dijo, semejantes a los ángeles”» (Sermón 362,18).
LUNES
Años impares
–Sabiduría
1,17: La Sabiduría es un espíritu amigo de los hombres. El Espíritu
del Señor llena la tierra. La Sabiduría consiste en buscar a Dios y
huir del pecado. Está íntimamente ligada con el Espíritu de Dios, que
instruye a cada fiel y llena el universo entero. El medio fundamental para
alcanzar la bienaventuranza última es la Sabiduría, que el autor identifica
con el Espíritu. Esta fuerza divina anima al hombre y al universo, al que
confiere su cohesión y armonía, pero de distinto modo, ya que en el cosmos
ese orden es mecánico y necesario, pero en el hombre se conjuga con su
libertad y su voluntad de comunión con Dios. Se trata, pues, de una
colaboración que reviste diversos aspectos, pero que implica una misma
exigencia: ser conscientes de la presencia de Dios en el corazón y en las
palabras, y dejarse llevar por Él sin resistirle.
A esto se
llama amar la justicia, es decir, comulgar con la voluntad de Dios, tener
un corazón sencillo, orientar la vida únicamente a la búsqueda de Dios.
Esto significa también «prestar fe» a Dios, fiarse de Él, «tomar su mano»,
la mano que Dios tiende para conducirnos en medio de los acontecimientos. Y
renunciar al pecado con la ayuda de su gracia.
–Pedimos al
Señor con el Salmo 138 que nos guíe por el camino recto. «Señor, tú
nos sondeas y nos conoces, desde lejos penetras nuestros pensamientos y
distingues nuestros caminos y descansos. Todas nuestras sendas te son
familiares... Tu saber, Señor, nos sobrepasa». Es sublime y no lo
abarcamos. En todas partes estás, Señor. Estás en el cielo y en el
abismo... en el confín de la tierra. Hagámonos conscientes de esa presencia
continua de Dios. Todo lo llena el Señor, Él llena también nuestra vida,
nuestras obras, nuestros pensamientos...
Años
pares
–Tito
1,1-9: Guardemos el conocimiento de la verdad, según nuestra
religión y la esperanza de la vida eterna. El Apóstol, al organizar la
Iglesia en Creta, tiene como punto de mira «la esperanza de la vida
eterna». Escribe San Juan Crisóstomo:
«¿Qué
discurso podrá representar lo que luego [en el cielo] ha de seguirse: el
placer, la dicha, el júbilo de la presencia y el trato con Cristo? No hay
lengua que pueda explicar la bienaventuranza que goza, ni la ganancia de
que es dueña, aquella alma que ha recuperado su propia nobleza y que puede
en adelante contemplar a su Señor. Y no solo se goza de los bienes que
tiene en sus manos, sino de saber con certidumbre que esos bienes no han de
tener fin jamás» (A Teodoro 1,13).
Señala
también el Apóstol las virtudes que han de tener aquellos obispos y
presbíteros que presiden la comunidad cristiana. Son las cualidades que
resume el Concilio Vaticano II al decir: «abunden en todo bien espiritual y
sean para todos un vivo testimonio de Dios» (LG 41).
–El Salmo
23 nos indica quiénes son los que buscan al Señor: «El hombre de manos
inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos». Éstos recibirán la
bendición del Señor, les hará justicia el Dios de salvación. Él los colmará
de sus bienes, pues se han entregado a su amor, en el que siempre han
creído, a pesar de las dificultades en que se han encontrado. Es una gran
lección que todos hemos de aprender y vivir con plenitud. Ahí está nuestra
verdadera felicidad.
–Lucas
17,1-4: Gravedad del escándalo y necesidad del perdón. Comenta
San Agustín:
«Quien quiera
que seas tú que tienes tu mente puesta en Cristo y deseas alcanzar lo que
prometió, no sientas pereza en cumplir lo que ordenó. ¿Qué prometió? La
vida eterna. ¿Y qué ordenó? Que concedas el perdón a tu hermano. Como si
dijera: “tú, hombre, concede el perdón a otro hombre, para que también yo,
Dios, me acerque a ti”. Pero, omitamos, o mejor, pasemos por alto aquellas
otras promesas divinas más sublimes, según las cuales nuestro Creador nos
ha de hacer iguales a sus ángeles, para que vivamos eternamente en Él, con
Él y de Él; dejemos de lado por el momento todo esto. ¿No quieres recibir
de tu Dios eso mismo que se te
ordena otorgar a tu hermano? Dime que no quieres y no se lo des. ¿Qué
significa esto sino que perdones a quien te lo pide, si tú mismo pides que
se te perdone?... Aunque nada tengas de qué ser perdonado, debes perdonar,
porque también perdona Dios, que nada tiene que haya de serle perdonado” (Sermón
114,1).
MARTES
Años impares
–Sabiduría
2,23-3,9: Los insensatos pensaban que morían, pero ellos están en la
paz. Dios creó al hombre para la inmortalidad. El pecado es obra del
diablo. Las almas de los justos, que han tenido que sufrir pruebas en este
mundo, resplandecerán en la luz inmortal, en el día del juicio. No se acaba
todo con la muerte y aquel que busca el premio, ha de mirar y confiar en el
Señor. Los justos disfrutarán de la retribución que esperaron, y los
perseguidores se encontrarán delante de sus víctimas, que les perdonaron.
Solo Dios
puede condenar. Podemos ir a la muerte con la confianza de que Dios es
nuestro Padre, que quiere que «todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad». Los que en Él confían conocerán la verdad y los
fieles permanecerán con Él en el amor, porque sus elegidos encontrarán
gracia y misericordia. Seremos examinados en el amor, y si aprobamos ese
examen, moraremos perpetuamente en la mansión del Amor, porque «Dios es
Amor».
–Con el Salmo
33 bendecimos al Señor en todo momento: su alabanza ha de estar siempre
en nuestros labios, nuestra alma se gloría en el Señor, que los humildes lo
escuchen y se alegren. Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos
escuchan sus súplicas, pero Él se enfrenta con los malvados. Cuando uno
suplica al Señor, Él lo escucha y lo libra de sus angustias. El Señor está
con los atribulados, salva a los abatidos, que confían en Él.
Es momento de
revisar nuestra vida: ¿nos olvidamos de Dios? ¿vivimos con Él? ¿vamos a
veces al margen de Él o contra Él? Es momento también de orar por la
conversión de los pecadores.
Años pares
–Tito
2,1-8.11-14: Llevemos una vida religiosa, aguardando la dicha que
esperamos: la aparición de nuestro Dios y Salvador, Jesucristo. La
educación de la fe urge desde que el hombre despierta a la novedad del
cristianismo. Esta novedad debe iluminar todos los aspectos de la vida
personal, familiar, comunitaria. Y solo desde la Cruz de Cristo, muriendo
al hombre viejo, es como podemos vivir la vida nueva del Resucitado, que
nos comunica la gracia divina.
En una época
en la que el hedonismo, el consumismo, campea a sus anchas, hemos de
manifestar con palabras y hechos que somos discípulos del Crucificado. No
queremos ser educados por el mundo, sino que pretendemos educar al mundo en
los principios de la fe vivificada por la doctrina y ejemplos de Cristo.
Ésta es la misión que se ha de realizar en el mundo de hoy y de siempre.
Sin esto escamoteamos una de las dimensiones fundamentales de la vida
cristiana.
–Con el Salmo
36 proclamamos que el Señor es el que salva a los justos. En Él hemos
de confiar, así es como haremos el bien en torno nuestro, así practicaremos
la lealtad. El Señor ha de ser nuestra delicia. Él nos dará lo que pide
nuestro corazón. Él vela por los días de los buenos, asegura los pasos de
los hombres, y se complace en sus caminos, cuando siguen los principios y
normas del Evangelio, las enseñanzas de la cruz de Cristo. Así es como nos apartaremos
del mal y haremos el bien. Así es como se aniquilará en nosotros el amor
propio, que es la fuente de todo mal. Así es como caminaremos por la
mansedumbre y el fruto será poseer la tierra y heredar luego la gloria
eterna.
–Lucas
17,7-10: Guardemos la humildad en todas nuestras acciones, a ejemplo
de Cristo, de la Virgen y de los Santos. Somos unos pobres siervos;
hemos hecho lo que teníamos que hacer. Comenta San Ambrosio:
«Vive en
consecuencia con la convicción de que eres un siervo al que han encomendado
muchos trabajos. No te creas más de lo que eres porque eres llamado hijo de
Dios –debes reconocer sí la gracia, pero no debes echar en olvido tu
naturaleza–, ni ha de envanecerte el haber servido con fidelidad, ya que
ése era tu deber. El sol realiza su labor, obedece también la luna, los
ángeles sirven... Por tanto, no pretendamos nosotros alabarnos a nosotros
mismos, ni nos anticipemos al juicio de Dios, ni nos adelantemos a la
sentencia del juez, antes bien, esperemos a su día y a su juicio» (Tratado
sobre el Evangelio de San Lucas lib.VIII,32).
No podemos,
no debemos glorificarnos a nosotros mismos, sino que hemos de glorificar a
Dios con nuestras palabras y con nuestras obras. Sin Él nada podríamos
haber hecho.
MIÉRCOLES
Años impares
–Sabiduría
6,2-12: Aprendamos la Sabiduría, que es el arte de gobernar y
dirigir nuestra propia vida. Es necesaria la sabiduría a los que rigen
los pueblos, pero también a los que son regidos. Todo hombre tiene siempre
algo que regir, si no a los demás, sí al menos a sí mismo. Toda autoridad
viene de Dios. El ejercicio de la autoridad en la Sagrada Escritura aparece
sometido a las exigencias imperiosas de la voluntad divina. La autoridad
confiada por Dios no es absoluta: está limitada por las obligaciones
morales.
Esto ha de
cumplirse en los gobernantes de los países, en los padres con respecto a
sus hijos, en los maestros con respecto a sus alumnos, en los patronos con
respecto a sus empleados, etc. y también ha de realizarse en el dominio de
uno mismo. Lo contrario a esto engendra en nosotros endiosamiento respecto
a los demás y con respecto a nosotros mismo. Caemos así en una verdadera
idolatría.
–Con el Salmo
81 decimos al Señor que juzgue la tierra. «Él protege al desvalido y al
huérfano, hace justicia al humilde y al necesitado, defiende al pobre y al
indigente, sacándolos de las manos del culpable». El Salmo da una sentencia
precisa con respecto a los que gobiernan los pueblos, una sentencia que
podemos aplicar a todos los que de algún modo ejercen autoridad, al menos
sobre sí mismos. «Aunque seáis dioses e hijos del Altísimo todos,
moriréis como cualquier hombre, caeréis, príncipes, como uno de tantos». Es
una gran lección que todos hemos de aprender para gobernarnos como Dios
quiere y para gobernar a los demás según la ley del Señor.
Años pares
–Tito
3,1-7: Estábamos descarriados, pero la misericordia del Señor nos ha
vuelto al buen camino. Todos los hombres somos beneficiarios de la
salvación de Cristo, Nuevo Adán, y recapitulador de la humanidad. Pero esta
solidaridad de todos con Cristo hay que aplicarla a cada uno por la
mediación sacramental de la Iglesia. El cristiano participa de esta
sacramentalidad por ser miembro de la Iglesia; su vida en el mundo es
juntamente una misión y una mediación.
Gracias a él
la Iglesia puede estar presente en las múltiples redes de relaciones y de
fraternidad que cubren toda la vida humana. Todos hemos de ser apóstoles en
el propio ambiente en que vivimos. No puede, no debe, existir una
disociación entre nuestra fe y nuestro comportamiento y actuación en
cualquier estado, oficio, ocupación y empleo. Allí, en cada caso, en cada
lugar hemos de testimoniar nuestra fe en Cristo, vivificándolo todo con
ella. Y no nos desanimemos si nos rechazan o se vuelven incluso contra
nosotros. Oigamos a San Agustín:
«Hablen
contra mí lo que quieran. Nosotros amémosles, aunque no quieran. Conozco,
hermanos, conozco lo que dicen sus lenguas. No nos enojemos por eso; hemos
de soportarlos con paciencia... No niego que estuve envuelto en el error,
en mi necedad y locura. Mas cuanto no niego mi pasado, tanto más alabo a
Dios que me lo perdonó» (Comentario al Salmo 36,3).
Sigamos el
ejemplo de San Agustín de perdonar las injurias, aunque éstas sean
justificables por nuestra conducta pasada. Si estamos arrepentidos, Dios
nos perdonó y esto es la que debe llenarnos de alegría.
–Con el Salmo
22 invocamos al Señor, nuestro Pastor. Con Él nada nos falta, nos hace
recostar en verdes praderas, nos conduce hacia fuentes tranquilas y repara
nuestras fuerzas. Él nos guía por un sendero justo por el honor de su
nombre. Aunque caminemos por cañadas oscuras, nada hemos de temer, porque
Él va con nosotros, su vara y su cayado nos sosiegan. Enfrente de nuestros
enemigos, prepara una mesa para nosotros, la Eucaristía, y nos unge con
perfume exquisito. Su bondad y su misericordia nos acompañan todos los días
de nuestra vida, y luego habitaremos por años sin término en la Casa del
Señor, en la Jerusalén celestial. A esa vida eterna nos prepara la
Eucaristía, comida de inmortalidad.
–Lucas
17,11-19: De los diez leprosos curados solo uno volvió a dar las
gracias, y era un samaritano. La lepra aparece frecuentemente en la
Biblia como símbolo del pecado. El milagro de Cristo supera el propio
significado de una maravillosa curación. Nos lleva a considerar su gran
obra de la sanación del pecado. Podemos parecernos a los nueve leprosos
judíos, si no somos agradecidos; si comulgamos, pero no sabemos dar gracias.
Parece que estamos replegados sobre nosotros mismos, sobre nuestro amor
propio, y que no nos damos cuenta de los beneficios incontables que nos
hace constantemente el Señor. Por eso es nuestra gratitud tan escasa. Hemos
de dar gracias a Dios «siempre y en todo lugar», con una correspondencia
continua de amor, y no solo con palabras, sino también con nuestra conducta
y con nuestra vida.
Los primeros
cristianos, conscientes del don recibido y animados por le ejemplaridad del
Maestros divino, hacen de la acción de gracias la trama misma de su vida
renovada. La abundancia de estas manifestaciones tiene algo sorprendente.
Es notable que el mismo Señor no se muestra indiferente a la gratitud
manifestada, sino que la reconoce con agrado, y lamenta la ingratitud de
los otros.
JUEVES
Años impares
–Sabiduría
7,22–8,1: La Sabiduría es reflejo de la Luz eterna y espejo nítido
de la actividad de Dios. En realidad la Sabiduría divina es el Verbo
encarnado, Cristo (cf. 1 Cor 1,24). El texto marca los jalones
de una teología de la Trinidad. Contempla, efectivamente, la Sabiduría
divina en su trascendencia y a la vez en su inmanencia. De esta manera, el
Dios único y Santo de Israel es al mismo tiempo el Dios que salva y que
comparte su ser, comunicándolo por la vida de la gracia. Comenta San
Agustín:
«Este
Unigénito, que permanece todo entero junto al Padre, todo entero brilla en
las tinieblas, todo entero está en el cielo, todo entero en la tierra, todo
entero en la Virgen, todo entero en su cuerpo de Niño, y no de forma sucesiva,
como si pasase de un lugar a otro... No se desparrama como el agua, ni cual
tierra se le retira de un lado y se lleva a otro con fatiga. Cuando está
todo entero en la tierra no abandona el cielo y, de la misma manera, cuando
está en el cielo, tampoco se aleja de la tierra, pues “alcanza de un
extremo a otro con fortaleza y dispone todas las cosas con suavidad” (Sab
8,1)» (Sermón 277,13).
¡Oh beatísima
Trinidad, nosotros te adoramos y te reverenciamos como Dios unitrino!
–Con el Salmo
118 decimos: «Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo.
Tu fidelidad de generación en generación, igual que fundaste la tierra y
permanece. Por tu mandamiento subsisten hasta hoy, porque todo está a tu
servicio. La explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los
ignorantes. Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, enséñame tus leyes, que
mi alma viva para alabarte, que tus mandamientos me auxilien».
Años pares
–Filemón
7-20: Todos somos hermanos en Cristo, y así hemos de acogernos
recíprocamente. No es puro sentimentalismo. Es expresión de la caridad
fraterna, en la que libres y esclavos se relacionan como hermanos en
Cristo.
Así lo
predica Pablo a Filemón, transmitiéndole una llamada de Dios, y
considerándolo como «hijo» suyo, engendrado por él en el Evangelio. En
efecto, la Palabra de Dios es eficaz y lleva consigo la vida y la
fecundidad. Por lo tanto aquel que la transmite ejerce una especie de
paternidad (1 Cor 4,14-21). Y cuando el Apóstol no se contenta con transmitir
verbalmente la Palabra de Dios, sino que la vive en su propia persona hasta
el sufrimiento, la Cruz y la prisión (Gal 4,19), manifiesta que su
paternidad es verdadera, como la vida de Cristo fue el instrumento de la
paternidad de Dios para con los hombres (1 Cor 4,15). Puede, por tanto,
exigir a sus discípulos un afecto filial que él tiene sumo cuidado de
atribuir a Dios, ya que su paternidad es simplemente vicaria (1 Tes
2,7-11). Por eso Pablo intercede ante su hijo Filemón en favor del esclavo Onésimo.
–Con el Salmo
145 consideramos dichoso a «quien auxilia el Dios de Jacob, que
mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, que
da pan a los hambrientos, que liberta a los cautivos, abre los ojos al
ciego, endereza a los que ya se doblan. El Señor ama a los justos, guarda a
los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda». Por eso nosotros, como
hijos suyos, le imitamos asistidos por su Espíritu, practicando todas las
obras de caridad para con el prójimo.
–Lucas
17,20-25: El Reino de Dios está dentro de nosotros. Jesús enseña
siempre la primacía de lo interior. Comenta San Ambrosio:
«“El Reino de
Dios está dentro de nosotros” por la realidad de la gracia, no por la
esclavitud del pecado. Por lo tanto, el que quiera ser libre, sea esclavo
en el Señor (1 Cor 7,22), pues en la misma medida que participamos de esa
esclavitud, en esa misma participamos del Reino. Por eso dijo: “el Reino de
Dios está en medio de vosotros”. No quiso decir cuándo iba a venir, sino
que anunció que el día del juicio tenía que venir de tal modo que producirá
en todos un gran terror. Y ese día, ciertamente, se va acercando, aunque no
determina el tiempo que tardará en llegar» (Tratado sobre el Evangelio
de San Lucas lib.VIII,33).
El hombre
festeja su propio tiempo en la medida en que busca la eternidad de cada
instante y la vive en la misma vida de Dios. No existe ningún día que haya
que esperar más allá de la historia; cada día encierra en sí la eternidad
para quien lo vive en unión con Dios, sobre todo en la celebración
eucarística que reactualiza sacramentalmente el sacrificio redentor del
Calvario.
VIERNES
Años impares
–Sabiduría
13,1-9: A través de la creación el hombre debe elevarse al
conocimiento de Dios. San Pablo dice: «Desde la creación del mundo, se
deja Dios ver a la inteligencia a través de sus obras, su poder eterno y su
divinidad» (Rom 1,20). Oigamos a San Agustín:
«El libro de
la Sabiduría [13,8-9] acusa a los
que consumieron su tiempo y las
ocupaciones de sus discusiones en estudiar y en cierto modo medir las
criaturas: investigaron las órbitas de los astros, los intervalos de las
estrellas, los caminos de los cuerpos celestes, hasta tal punto que, con
ciertos cálculos lograron la ciencia de predecir los eclipses del sol, de
la luna y, según predecían, se realizaban en el día y hora, en la
intensidad y parte anunciada por ellos. ¡Gran habilidad! ¡Gran talento!
Pero, cuando buscaban al Creador, que no estaba lejos de ellos, no lo
hallaron. Si lo hubieran hallado lo tendrían consigo... ¿Por qué buscas una
voz más fuerte? A ti te están clamando el cielo y la tierra: “Dios me
hizo”» (Sermón 68,6).
–Con razón
decimos en el Salmo 18: «El cielo proclama la gloria de Dios, el
firmamento pregona la obra de sus manos, el día al día le pasa el mensaje,
la no-che a la noche se lo susurra. Sin que hablen sin que pronuncien, sin
que resuene su voz, a toda la tierra
alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje». La gran
Palabra de Dios, al alcance de todos, es la misma creación. Cristo mismo
enseñó a descubrir el sentido de las palabras de Dios, que habla en las
cosas más pequeñas de la naturaleza. San Juan de la Cruz dice:
«¡Oh bosques
y espesuras plantadas por la mano del Amado! ¡Oh prado de verduras de
flores esmaltado, decid si por vosotros ha pasado! Mil gracias derramando,
pasó por estos sotos con presura y,
yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de su
hermosura».
Años pares
–2 Juan
4-9: Quien permanece en la doctrina, vive con el Padre y el Hijo. El
amor es inseparable de la verdad. El amor a los hermanos y el servir a
los hombres no serán solidarios del amor a Dios más que si el creyente
mantiene su fe en Jesucristo, Dios y Hombre. La verdadera fe y la verdadera
caridad son indisociables. Enseña San Cirilo de Jerusalén:
«Velad
cuidadosamente no sea que el enemigo despoje a algunos desprevenidos y
remisos; o que algún hereje pervierta alguna cosa de las que os han sido
entregadas. Recibir la fe es como
poner en el banco el dinero que os hemos entregado; Dios os pedirá cuenta
de ese depósito» (Catequesis 5 sobre la fe y el símbolo).
–Con algunos
versos del Salmo 118 llamamos dichoso al que camina en la voluntad
del Señor, el que guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón. Por
eso decimos al Señor sinceramente: «Te busco de todo corazón, no consientas
que me desvíe de tus mandamientos. En mi corazón escondo tus consignas, así
no pecaré jamás. Haz bien a tu siervo, y viviré y cumpliré tus palabras.
Ábreme los ojos y contemplaré las maravillas de tu voluntad».
–Lucas
17,26-37: Un día se manifestará el Hijo del Hombre. Es la
doctrina escatológica del Evangelio, que nos hace mantenernos siempre
alertas y preparados por la esperanza. Comenta San Agustín:
«Hermanos
míos, muchos que no creen ni han oído la voz de los santos patriarcas serán
hallados como se halló la multitud en tiempos de Noé: no se salvaron más
que aquellos que entraron en el
arca. Si reflexionasen y cambiasen sus caminos, alejándolos de la impiedad
y se convirtieran a nuestro Señor, satisfarían por sus pecados y, acudiendo
con lágrimas a su misericordia, con toda certeza no pecarían... Teman,
pues, los hombres ser hallados así en el último día. Nosotros, hermanos,
comportémonos de manera que cambiemos nuestros caminos alejándolos de la
impiedad y enmendemos nuestras costumbres, para que aquel día nos encuentre
preparados, puesto que, nunca miente quien dice que ha de venir. Cuídate de
dudar de lo que es verdad» (Sermón 346,A).
SÁBADO
Años impares
–Sabiduría
18,14-16; 19,6-9: El Paso del Mar Rojo. Aquel día la creación
obedeció al Creador. La gran primavera de Israel es aquella en la que Dios
lo libra del yugo egipcio, mediante una serie de intervenciones
providenciales, la más asombrosa de las cuales se afirma en la plaga
décima: el exterminio de los primogénitos de los egipcios. El Ángel
exterminador «pasó» de largo por las casas de los hebreos, y el libro de la
Sabiduría en la lectura de hoy lo expresa así: «un silencio lo envolvía
todo y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra poderosa se abalanzó como
paladín inexorable, desde el trono real de los cielos al país condenado».
Lo más
importante en la celebración de la pascua judía es esto, la liberación, el
“paso” de Yahvé, el «paso» del Mar Rojo... Y de modo semejante, en nuestra
Pascua cristiana lo más decisivo es la liberación del pecado por el
bautismo, el «paso» de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de las
tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios.
–Con el Salmo
104 recordamos las maravillas del Señor. Le cantamos al son de
instrumentos, hablamos de sus maravillas, nos gloriamos de su nombre
santo... Y recordamos que «hirió de muerte a los primogénitos del país»...
Sacó a su pueblo cargado de oro y plata, y entre sus tribus nadie
tropezaba. Y todo esto lo hizo así el Señor «porque se acordaba de la
palabra sagrada que había dado a su siervo Abrahán; sacó a su pueblo con
alegría, a sus escogidos con gritos de triunfo».
Años pares
–3 Juan
5-8: Debemos sostener a los hermanos, colaborando así a la
propagación de la verdad. El problema de la remuneración de los
predicadores es abordado más de una vez en el Nuevo Testamento. El ministro
de la Palabra es un testigo de la gratuidad de Dios, por tanto debe
reflejarla en su comportamiento. Pero no se pone en duda que el obrero del
Evangelio «merece su salario». Él da gratuitamente la palabra de salvación
y los que la reciben deben, en conciencia, dar gratuitamente a quienes les
da gratuitamente tan precioso don.
San Pablo, en
general, no quiso seguir esa pauta, y apenas aceptó algunas ayudas. Los
apóstoles de la Palabra divina dan gratuitamente y solo gratuitamente han
de recibir. La palabra que ellos proclaman mueve el agradecimiento de los
fieles. Siempre ha sido así. Los fieles son agradecidos a quienes les
entregan bienes espirituales que les ayudan a vivir la vida presente y a
conseguir la vida eterna.
–Por eso
decimos con el Salmo 111: «Dichoso quien teme al Señor y ama de
corazón sus mandatos... En su casa habrá riqueza y abundancia, su caridad
es constante, sin falta. En las tinieblas brilla como luz, el que es justo,
clemente, compasivo... Dichoso el que se apiada y presta y administra
rectamente sus asuntos. El justo jamás vacilará, su recuerdo será
perpetuo». Dios es providente. Él suscita en el hombre los buenos
sentimientos para con los que dirigen sus pasos a la Casa de Dios, a una
vida buena, santa y comprometida con el Evangelio.
–Lucas
18,1-8: Dios hará justicia a sus elegidos, que le suplican día y
noche. Ésta es la maravillosa eficacia de la oración. Comenta San
Agustín:
«¿Pensáis,
hermanos, que no sabe Dios lo que os es necesario? Lo sabe y se adelanta a
vuestros deseos, Él que conoce nuestra pobreza. Por eso, al enseñar la
oración y exhortar a sus discípulos a que no hablen demasiado en la
oración, les dice: “no empleéis muchas palabras”... (Mt 6,7-8). Si sabe
nuestro Padre lo que necesitamos antes de que se lo pidamos, ¿para qué las
palabras aunque sean pocas?... Porque Él también dijo: “pedid y se os
dará”. Y para que no pienses que se trata de algo incidentalmente dicho,
añade: “buscad y hallaréis”. Y para
que ni siquiera esto lo consideres
como dicho de paso, advierte lo que añade, mira cómo concluye:
“llamad y se os abrirá”... Él quiso, pues, que pidieras para recibir, que
buscases para hallar y que llamases para entrar» (Sermón 80,2).
Debemos
aceptar en nuestra oración los tiempos y plazos que Dios tenga determinado
para todas las circunstancias de nuestra vida. Oremos sin descanso, sin
decaimiento, constantemente. Oremos confiadamente, con humildad, a ejemplo
de la Virgen, que conserva lo que ve en su Hijo, meditándolo en su corazón,
y lo exalta en el Magnificat.
SEMANA 33
DOMINGO
Entrada: «Dice el Señor: tengo designios de paz y no de aflicción; me
invocaréis y yo os escucharé, os congregaré sacándoos de los países y
comarcas por donde os dispersé» (Jer 29,11.12.14).
Colecta (del Veronense): «Señor, Dios nuestro,
concédenos vivir siempre alegres en tu servicio, porque en servirte a ti,
creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero».
Ofertorio (del Misal anterior y antes del Gregoriano):
«Concédenos, Señor, que esta ofrenda sea agradable a tus ojos, nos alcance
la gracia de servirte con amor y nos consiga los gozos eternos».
Comunión: «Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer
del Señor mi refugio» (Sal 72,26); o bien: «Cualquier cosa que pidáis en la
oración, creed que os la han concedido, y lo obtendréis» (Mc 11,23-24).
Postcomunión (del Veronense): «Ahora que hemos recibido el
don sagrado de tu sacramento, humildemente te pedimos, Señor, que el
memorial que tu Hijo nos mandó celebrar, aumente la caridad en todos
nosotros».
Ciclo A
Las lecturas primera
y tercera exhortan al trabajo y a hacer fructificar los dones del Señor. La
segunda lectura nos anima a estar vigilantes y a vivir con sobriedad, para
esperar siempre la venida del Señor. La Iglesia quiere fijar nuestra mirada
de creyentes en el «Día del Señor», el día del retorno definitivo de
Cristo, al final de la historia y de los tiempos, para coronar su obra de
salvación (Ef 1,10). No podemos, no debemos, prepararnos para la eternidad,
relegando temerariamente esa preparación para el último instante de nuestra
existencia terrena.
–Proverbios
31,10-13.19-20.30-31: Trabaja con la destreza de tus manos. Bajo
el símil de la mujer prudente y amorosamente afanada en el bien de los
suyos, la liturgia nos presenta los afanes de la Madre Iglesia para hacernos
dignos de la salvación para el día del retorno de su Señor. ¿Cuál es la
mujer ideal? ¿Cuál es el fundamento de su obras laudables y fructuosas? No
su gracia exterior, ni su belleza física, cosas falaces y efímeras, sino el
temor de Dios, esto es, su piedad religiosa, unida a su rectitud moral.
Es éste un
ejemplo de cómo, a través de la fiel dedicación a los propios deberes, se
puede vivir y realizar santamente la propia existencia. La vida, en
cualquiera de sus honestas modalidades posibles, ha de ser vivida con un
sentido de responsabilidad y de generosidad, sin cerrarnos en nosotros
mismos, sino abriéndonos y dándonos a los demás.
–Con el Salmo
127 proclamamos dichoso al que teme al Señor y sigue sus caminos;
comerá del fruto de su trabajo, será dichosos y le irá bien.
–1
Tesalonicenses 5,1-6: El día del Señor llegará como un ladrón en la
noche. Ante la esperanza en el que ha de venir, Cristo Jesús, el
apóstol San Pablo lanza un grito de alerta: no nos durmamos en la
inconsciencia de los que no tienen fe, sino mantengámonos vigilantes y
vivamos sobriamente. Comenta San Agustín:
«Mantente en
vela durante la noche para que no sufras la acción del ladrón. El sueño de
la muerte vendrá quieras o no» (Sermón 93,8).
Los creyentes
que, por el bautismo, han venido a ser hijos de la luz e hijos del día, no
se encuentran en las tinieblas de las falsas seguridades y en la ceguera
espiritual, sino en la luz de la vigilancia y de la sobriedad, esto es, en
una preparación activa y lúcida. Ésta deberá consistir, además de la
oración incesante, en el cumplimiento fiel de los deberes diarios y en la
atención a la obra de Dios y su desarrollo histórico. De este modo no solo
esperan, sino que salen al encuentro de su Señor con las lámparas
encendidas.
–Mateo
25,14-30: Como has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu
Señor. Desgraciados los hombres que, por inconsciencia o
irresponsabilidad, habrán de presentarse ante Dios con las manos vacías.
Comenta San Agustín:
«Da, pues, el
dinero del Señor; mira por el prójimo... No pienses que basta con conservar
íntegro lo recibido, no sea que te digan: “siervo malvado y perezoso,
debías haber entregado mi dinero, para que yo, al volver, lo recobrase con
intereses”; y no sea que se le quite lo que había recibido y sea arrojado a
las tinieblas exteriores. Si los que pueden conservar íntegro todo lo que
se les ha dado deben tener pena tan dura, ¿qué esperanza les queda a
quienes lo malgastan de forma impía y pecaminosa?» (Sermón 351,4).
La frivolidad
de vida y de obras pone al hombre en riesgo permanente de esterilidad
escatológica: olvida insensatamente su condición radical de simple
administrador de los bienes divinos, recibidos en usufructo y condicionados
a una rendición final de cuentas.
Ciclo B
Se aproxima el fin del Año litúrgico, y
las lecturas primera y tercera nos hablan del fin del mundo. La segunda
lectura nos presenta a Cristo en cuanto Sumo Sacerdote glorificado junto a
Dios, después de haber salvado a los hombres por su sacrificio en la Cruz.
Al culminar el Año de la Iglesia se nos proponen temas escatológicos. Es
preciso estar alerta. La vida temporal solo se vive una vez. «Está
establecido que el hombre muera una sola vez, y después el juicio» (Heb
9,27). El misterio de Cristo se consumará para nosotros en la eternidad.
Pero es en el tiempo cuando nos acecha a diario el riesgo de frustrar en
nosotros sus designios y su obra de salvación.
–Daniel
12,1-3: En aquel tiempo se salvará tu pueblo. En nuestro destino
eterno la iniciativa es siempre de Dios, que tiene fijado el momento, y de
Cristo, que nos ha garantizado la resurrección para la eternidad. Pero su
desenlace en bienaventuranza o condenación es también responsabilidad
nuestra en el quehacer de cada día. Para todo mal –persecución, impiedad,
pecado– existe un final. En él se actúa un juicio que es de salvación para
algunos, los justos perseguidos, y de condena para otros, los impíos
perseguidores. Salvación que es realizada en una resurrección gloriosa para
los «sabios» y de ignominia para los «necios». Solo en el misterio de Dios
se revelará el misterio de la grandeza y de la gloria de los justos. Pero,
¿quién se tiene a sí mismo por justo?
–Con el Salmo
15 imploramos «Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. El Señor es
el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en su mano. Tengo siempre
presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el
corazón, se gozan mis entrañas y mi carne descansa serena. No me entregarás
a la muerte ni me dejarás conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de
la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu
derecha».
–Hebreos
10,11-14.18: Con una sola ofrenda ha perfeccionado a los que van
siendo consagrados. El sacrificio del Corazón Redentor de Cristo y su
sacerdocio mediador ante el Padre son la garantía de salvación que a todos
los hombres se nos concede en el tiempo de gracia, cual es nuestra vida en
el tiempo presente. Dice Teodoreto de Ciro:
«Alabemos
nosotros al legislador de lo nuevo y de lo antiguo y, para que obtengamos
de Él su auxilio, pidamos que, cuando cumplamos sus divinas leyes,
alcancemos los bienes prometidos en
Jesucristo nuestro Señor, para el cual es la gloria junto con el Padre y el
Santísimo Espíritu ahora y siempre, por los siglos de los siglos, Amén» (Comentario
a Heb. 13,25).
La
irrepetibilidad del Sacrificio de Cristo, su capacidad de hacer perfectos a
los hombres y su eficacia infinita para satisfacer al Padre, nos manifiesta
su superioridad sobre los sacrificios del Antiguo Testamento, diariamente
repetidos e incapaces para quitar el pecado. La Eucaristía que celebramos
es memorial, reactualización sacramental del sacrificio redentor
del Calvario. El mayor acto posible del culto. Con ella damos a Dios
plena alabanza, plena acción de gracias, y le ofrecemos plena satisfacción
y petición.
–Marcos
13,24-32: Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos. Por
cuanto no sabemos el tiempo ni la hora de nuestro encuentro definitivo para
la eternidad, solo la esperanza responsable puede mantenernos en vigilancia
amorosa para el «Día del Señor». Comenta San Agustín:
«Que nadie
pretenda conocer el último día, es decir, cuándo ha de llegar. Pero estemos
todos en vela mediante una vida recta, para que nuestro último día
particular no nos halle desprevenidos, pues de la forma como haya dejado el
hombre su último día, así se encontrará en el último del mundo. Serán las
propias obras las que eleven u opriman a cada uno... ¿Quién ignora que es
una pena tener que morir necesariamente y, lo que es peor, sin saber cuándo? La pena es cierta
e incierta la hora; y, de las cosas humanas, solo de esta pena tenemos
certeza absoluta» (Sermón 97,1-2).
Ciclo C
Los temas
escatológicos están tratados en la primera y segunda lectura. San Pablo
exhorta a que las especulaciones sobre el fin del mundo no alejen a los
cristianos de sus propios deberes cotidianos. El presente Domingo
constituye un pregón litúrgico de la segunda venida del Señor al final de
los tiempos, en su gloriosa condición de Juez de vivos y muertos.
–Malaquías
4,1-2: Os iluminará un Sol de justicia. Toda la revelación
divina nos anuncia el «Día del Señor». Como el día del juicio definitivo e
irresistible: «Venid, benditos de mi Padre... Apartaos, malditos»... Esta
perspectiva escatológica solo se entiende y acepta por la fe. El «Día del
Señor» es seguro, no solo como algo final, sino como una intervención
constante que anuncia y prepara el Juicio último. Hay que esperarlo con fe,
trabajando honradamente, en intensa oración, y cumpliendo nuestros propios
deberes.
Esa fe en la
segunda venida la alumbra a diario nuestro Señor Jesucristo, el «Sol de
Justicia» o «Luz de lo alto», que ya hizo su primera venida. El Reino de
Dios comienza con la presencia de Cristo, con su predicación, que lo anuncia,
con su resurrección y con el envío del Espíritu Santo. Este Reino es
salvación para todos los que lo acogen con fe y con amor.
–Por eso
decimos con el Salmo 97: «El Señor llega para regir la tierra con
justicia». Nos alegramos por ello. Tocamos instrumentos músicos y aclamamos
al Rey y Señor. En Él tenemos toda nuestra confianza. Todo lo esperamos de
Él.
–2
Tesalonicenses 3,7-12: El que no trabaja que no coma. La
esperanza del «Día del Señor» no aliena al cristiano auténtico en su
quehacer cotidiano en el tiempo, antes bien, le exige la santificación de
sus trabajos en cada momento. El cristiano no huye del mundo. No desprecia
el mundo, sino que lo ama, como cosa querida por Dios, pero tiene una
reserva crítica porque el mal ha contaminado el mundo. De tal modo usemos
las cosas temporales que no perdamos las eternas. Todo ha sido hecho para
nosotros, pero nosotros somos de Cristo y Cristo de Dios. No quedemos,
pues, cautivados por los bienes efímeros del mundo presente.
–Lucas 21,5-19: Con vuestra paciencia
salvaréis vuestras almas. Ante la incertidumbre sobre el momento en que
se verificará nuestro encuentro final con Cristo, solo la vigilante
perseverancia es garantía de salvación. Comenta San Agustín:
«Ésta es la
fe cristiana, católica y apostólica. Dad fe a Cristo, que dice: “no
perecerá ni uno solo de vuestros cabellos” (Lc 21,18), y, una vez eliminada
la incredulidad, considerad cuánto valéis. ¿Quién de nosotros puede ser
despreciado por nuestro Redentor, si ni siquiera un solo cabello lo será? O
¿cómo vamos a dudar de que ha de dar la vida entera a nuestra carne y a
nuestra alma, Aquel que por nosotros recibió alma y carne para morir, la
entregó al momento de la muerte, y la volvió a recobrar para que
desapareciese el temor a morir?» (Sermón 214,12).
No seamos
irresponsables ante la salvación de los demás, ni inconscientes de nuestra vocación de
santidad en el tiempo. Recordemos siempre que se nos ha de juzgar al final
por el bien que pudimos hacer e hicimos o por el bien que pudimos hacer y
omitimos.
LUNES
Años impares
–1
Macabeos 1,11-16.43-45.57-60: Apostasía en Israel y reacción en un
grupo de fieles. A lo largo de la antigua historia de la salvación, la
fidelidad divina se revela inmutable, y contrasta con la constante
infidelidad del hombre. En la plenitud de los tiempos, Cristo, el testigo
fiel de la verdad, comunica a los hombres la gracia de que está lleno,
haciéndolos capaces de merecer la corona de vida, y de imitar su fidelidad
hasta la muerte. Pero, también antes de Cristo se encontraron en Israel
grupos elegidos de almas fieles, que prefirieron morir antes que quebrantar
la ley, como se recuerda en esta lectura de hoy.
–Con algunos
versos del Salmo 118 reafirmamos nuestra fidelidad a los
mandamientos de Dios, y pedimos la liberación de los malvados: «Dame vida,
Señor, y guardaré tus decretos. Sentí indignación ante los malvados, que
abandonan tu voluntad. Los lazos de los malvados me envuelven, pero no
olvido tu voluntad. Líbrame de la opresión de los hombres y guardaré tus
decretos. Ya se acercan mis inicuos perseguidores, están lejos de tu
voluntad. La justicia está lejos de los malvados, que no buscan tus leyes.
Viendo a los renegados sentía asco, porque no guardan tus mandatos».
Años pares
–Apocalipsis
1,1-4; 2,1-5: No nos enfriemos en el amor. Cristo, autor de la
Nueva Alianza, es el Primogénito de toda criatura, en cuanto que está por
encima de todo otro poder celeste o terrestre. San Cesáreo de Arlés
escribe:
«En realidad
todo lo que parece decir [el Señor] a las siete Iglesias se aplica a la
única Iglesia extendida por toda la tierra, porque en el número siete se
hace referencia a toda la plenitud. Así, pues, mediante los ángeles designa
a la Iglesia; y en los ángeles muestra las dos partes, es decir, a los
buenos y a los malos. Por ello no solo alaba, sino que también increpa, de
modo que la alabanza se dirige a los buenos y la increpación a los malos.
Así el Señor en el Evangelio ha designado a todo un cuerpo de propósitos
como un solo siervo bienaventurado y malvado, que cuando venga será
dividido por el mismo Señor (Mt 24,51; Lc 12,46).
«¿Y cómo
puede ser que un solo siervo sea dividido si, dividido, no puede vivir? Es
que el único siervo significa todo el pueblo cristiano. Porque si el pueblo
fuese enteramente bueno no sería dividido, pero como no solo contiene a los buenos sino también a los malos,
por eso ha de ser dividido. Y los buenos oirán: “venid, benditos de mi
Padre”...; pero los ladrones y los adúlteros, los que no han hecho
misericordia, oirán: “apartáos de mí, malditos”... (Mt. 25, 34 y 41). Todo
lo que en el Apocalipsis se dice a cada una de las iglesias, hermanos muy
queridos, conviene a cada uno de los hombres que forman parte de la Iglesia
única» (Comentario al Apocalipsis 2,5).
–Con el Salmo
1 decimos: «Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni
entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los
cínicos, sino que su gozo es la ley del Señor y medita su ley día y noche.
Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y
no se marchitan sus hojas, y cuanto emprende tiene buen fin. No así los
impíos, no así; serán paja que arrebata el viento; porque el Señor protege
el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal».
–Lucas 18,35-43:
Señor, que veamos. La obediencia amorosa de Cristo hasta entregar su
vida inaugura en Él un Reino, que no es de este mundo. En toda su vida
terrestre fue peregrino de la Jerusalén celestial. Así es también la
Iglesia, Cuerpo de Cristo. Ella peregrina en esta tierra continuamente en
su afán cotidiano hasta la realización perfecta, más allá de la muerte. La
Iglesia convoca a todo miembro suyo a ser un peregrino del Reino. Este
peregrinar le lleva a dar su vida entera por la construcción del Reino. Ser
peregrino del Reino es, en definitiva, seguir a Jesús, caminando iluminado
por la luz de la fe. San Agustín se fija más en la curación del ciego:
«Gritaba el
ciego cuando pasaba Jesús. Temía que pasara y no le curara. ¿Cómo gritaba?
Hasta el punto de no callar, aunque la muchedumbre se lo ordenaba. Venció
oponiéndose a ella, y voceando consiguió al Salvador. Al vocear la
muchedumbre y prohibirle gritar, se paró Jesús, lo llamó y le dijo: “¿Qué
quieres que haga?” Y él contestó: “Señor, que vea”. “Mira, tu fe te ha salvado”. Amad a
Cristo. Desead la luz de Cristo. Si aquel ciego desea la luz corporal,
¡cuánto más debéis desear vosotros la del corazón! Gritemos ante Él no con
la voz, sino con las costumbres. Vivamos santamente, despreciemos el mundo,
consideremos como nulo todo lo que pasa» (Sermón 349,5).
MARTES
Años impares
–2
Macabeos 6,18-31: Eleazar prefiere morir antes que desobedecer al
Señor. El cristiano es un embajador del Señor, pero no es dueño del
mensaje que transmite. Por eso su intransigencia para guardar la pureza del
mensaje no se podrá tachar de fanatismo o de integrismo, sino de fidelidad
a una misión debidamente aceptada. Esto le traerá a veces persecuciones,
como a Jesucristo, a los Apóstoles y a todos los Santos, pero en esto está
la alegría y el triunfo. Ya pasó el tiempo de juzgar las cosas con la
oscura mentalidad humana. Hemos de tener el corazón siempre abierto a todos
los pensamientos del Espíritu Santo, guardando la fortaleza y la
simplicidad del corazón.
–Con el Salmo
3 expresamos nuestra confianza de que el Señor nos sostenga. En
realidad son muchos los enemigos que se levantan contra nuestra vida
espiritual, muchas fuerzas que se oponen a nuestra intimidad filial con
Dios: mundo, demonio y carne. Y al vernos a veces tan abatidos, muchos
creen y dicen que ya no nos protege Dios. Pero no es verdad. El Señor es
nuestro escudo y nuestra gloria. Él mantiene alta nuestra cabeza, pues
cuando lo invocamos, Él nos escucha des-de su monte santo. Podemos, pues,
dormir tranquilos, pues el Señor nos sostiene y nos guarda.
Años pares
–Apocalipsis
3,1-6.14-22: Yo llamo, y si alguno me abre, entraré y comeremos
juntos. Dos de las Iglesias aludidas en el Apocalipsis reciben
reproche: una por su falta de cuidado y otra por su tibieza. Son deficiencias
permanentes en unas u otras partes de la Iglesia. También en nuestros días.
Los fundamentos habituales de la esperanza vacilan, y lo que era
interpretado antes con un sentido puramente religioso, adquiere con
frecuencia un valor y un sentido profanos. La fe entonces palidece. Dios
parece que está ausente. Tenemos necesidad de que se nos despierte el
sentido religioso y misterioso de los acontecimientos cotidianos y de los
futuros escatológicos. Hemos de abrir las puertas de nuestro corazón a
Cristo, tener gran intimidad con Él, corresponderle con un gran amor al que
Él nos ha tenido y nos tiene.
–Con el Salmo
14 confesamos que aquel que procede honradamente y practica la
justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua, el
que no hace mal al prójimo, ni difama a su vecino, el que ora por la
conversión de los impíos y honra a los que temen al Señor, el que no es
usurero, ni acepta soborno contra el inocente, ése nunca fallará, pues el
Señor está con él y le sostiene con su fuerza.
–Lucas
19,1-10: El Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que
estaba perdido. No viene solamente para hacerse amigo de la gente justa
y buena. Comenta San Agustín:
«¿Acaso
Zaqueo poseía justamente sus riquezas? Leed y ved. Era el jefe de los
publicanos, es decir, aquel a quien se entregaban los tributos públicos. De
ahí sacó sus riquezas. Había oprimido a muchos, a muchos se las había
quitado, mucho había almacenado. Entró Cristo en su casa y le llegó la
salvación, como así le dice el Señor: “hoy llegó la salvación a esta casa”.
Contemplad ahora en qué consiste la salvación.
«Primeramente
deseaba ver al Señor, y como era de estatura pequeña, la muchedumbre se lo
impedía, por lo que él se subió a un sicómoro y vio lo que pasaba. Jesús lo
miró y dijo: “Zaqueo, baja, conviene que yo me detenga en tu casa...
Querías verme al pasar, pues hoy me encontrarás habitando en tu casa”.
Entró en ella el Señor. Lleno de gozo dijo Zaqueo: “Daré a los pobres la
mitad de mis bienes... Y si a alguno quité algo, le devolveré el
cuádruplo”. Se infligió a sí mismo una condena, para no incurrir en la
condenación. Por lo tanto, vosotros, con lo que tenéis que proceda del mal,
haced el bien» (Sermón 113,3).
MIÉRCOLES
Años impares
–2
Macabeos 7,20-31: El Creador del universo os devolverá el aliento y
la vida. Siete hermanos, junto con su madre, sufren el martirio por no
abandonar la fe de Israel y romper con la Alianza. Comenta San Agustín:
«Uno solo es
el Dios de los tres niños del horno de Babilonia y el de los Macabeos; a
los primeros los libró del fuego, a los segundos los dejó morir en el
tormento. ¿Cambió de parecer? ¿Amaba más a los primeros que a los segundos?
Mayor fue la corona concedida a los Macabeos. Ciertamente aquellos
escaparon del fuego, pero les estaba reservando los peligros de este mundo;
para éstos, en cambio, acabaron en el fuego todos los peligros. No había
tiempo ya para ninguna otra prueba; solo para la coronación. En
consecuencia los Macabeos recibieron más.
«Sacudid
vuestra fe, aplicad los ojos del corazón, no los de la carne. Tenéis, en
efecto, otros ojos interiores; son obra del Señor, que abrió los ojos de
nuestro corazón cuando os otorgó la fe. Preguntad a esos ojos quiénes
recibieron más: los Macabeos o los tres niños. Pregunto a la fe. Si
pregunto a los hombres, amantes de este mundo, dirán: “yo quisiera estar
con aquellos tres niños”. Es la respuesta de un alma débil. Avergüénzate
ante la madre de los Macabeos, pues ella prefirió que sus hijos muriesen,
porque sabía que no morirían» (Sermón 286,6).
–Con el Salmo
16 oramos al Señor, haciendo nuestros los mismos sentimientos de los
Macabeos, cuando por el martirio pasan de este mundo al otro: «Al
despertar, Señor, me saciaré de tu semblante. Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores, presta oído a mis súplicas, que en mis labios no
hay engaño. Mis pies estuvieron firmes en mis caminos, y no vacilaron mis
pasos. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío, inclina el oído y
escucha mis palabras. Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de
tus alas escóndeme. Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al
despertar me saciaré de tu semblante».
Años pares
–Apocalipsis
4,1-1: Santo es el Señor, soberano de todo, el que era y el que es.
Juan, valiéndose de imágenes de los antiguos profetas de Israel –Isaías,
Ezequiel y Daniel– contempla a Dios en su majestad real. El Señor está
rodeado del mundo espiritual y de la Iglesia, simbolizada por los ancianos,
que cantan eternamente su gloria. Explica San Cesáreo de Arlés:
«Los ancianos
significan la Iglesia, como dice Isaías: “cuando Él sea glorificado en
medio de sus ancianos” (24,23). Ahora bien, los veinticuatro ancianos son
los prepósitos y los pueblos. En los doce Apóstoles se indica a los
prepósitos y en los otros doce el resto de la Iglesia... De la Iglesia
salen los herejes –relámpago y voces–, pues “salieron de entre nosotros” (1
Jn 2,19). Pero también hay en ese texto otro significado, a saber, que los
rayos y voces indican la predicación de la Iglesia. En las voces reconoce
las palabras, en los relámpagos los milagros... “El mar semejante al
cristal” es la fuente del bautismo; “delante del trono” quiere decir, antes
del juicio. Pero por trono se entiende a veces, el alma santa, tal como
está escrito: “el alma del justo es la sede de la sabiduría” (Prov 12,23).
Otras veces significa a la Iglesia, en la que Dios tiene su sede...
«Los ojos [de
los animales] son los mandamientos de Dios, que tienen la facultad de ver
el pasado y el futuro. En el primer animal, semejante a un león, se muestra
la fortaleza de la Iglesia; en el novillo, la pasión de Cristo. En el
tercer animal, que es semejante a un hombre, se representa la humildad de
la Iglesia; porque ella no se jacta en absoluto con un sentimiento de
orgullo, aun cuando posee la adopción filial. El cuarto animal representa a
la Iglesia, semejante a un águila, es decir, volando libremente y elevada
por encima de la tierra por dos alas, levantada por los dos Testamentos o
por los dos mandamientos» (Comentario al Apocalipsis 4).
–Por eso
alabamos a Dios con el Salmo 150, comenzando por el trisagio:
«Santo, Santo, Santo es el Señor, soberano de todo. Alabad al Señor en su
templo, alabadlo en su fuerte firmamento. Alabadlo por sus obras
magníficas, alabadlo por su inmensa grandeza, alabadlo tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras, alabadlo con tambores y danzas, alabadlo con
trompetas y flautas, alabado con platillos sonoros, alabadlo con platillos
vibrantes. Todo ser que alienta alabe al Señor».
–Lucas
19,11-28: ¿Por qué no pusiste mi dinero en un banco? Hemos de
hacer fructificar los dones que hemos recibido de Dios. Hemos de rendir
cuentas de ellos al mismo Dios que nos los ha otorgado. Comenta San
Agustín:
«Sabemos de
qué modo amenaza aquella misericordiosa avaricia del Señor, que por doquier
busca extraer ganancias de su dinero, y que dice a su siervo perezoso, que
entorpece las ganancias del Señor: “siervo malvado, por tu boca te condenas”...
Nosotros no hemos hecho otra cosa que dar el dinero del Señor, y Él será el
exactor no solo de aquel criado, sino de todos nosotros. Cumplamos, pues,
el oficio del que va delante dando, sin usurpar el del exactor» (Sermón 279,12).
JUEVES
Años impares
–1
Macabeos 2,15-29: Queremos vivir según la Alianza de nuestros padres.
La resistencia de los judíos fieles, que sufren la persecución de los
paganos, se concretiza en Matatías, el padre de los Macabeos. Él se rebela
contra los oficiales encargados de obligar a la apostasía. Marca con su
actitud fiel el comienzo del enfrentamiento armado. La adhesión a Dios vale
más que todas las riquezas del mundo. Esto es lo que nos enseña la lectura
de hoy. El poderoso mundo quiere comprar a Matatías, para que renuncie a sus principios religiosos y siga los
paganos. Pero el precio del servicio de Dios es mucho mayor que todos los
bienes de este mundo. San Ireneo dice:
«El servir a
Dios en nada afecta a Dios, ni tiene Dios necesidad alguna de nuestra
sumisión. Él es, por el contrario, quien da la vida, la incorrupción y la
gloria eterna a los que le siguen y sirven, beneficiándolos por el hecho de
seguirle y servirle, sin recibir de ellos beneficio alguno» (Contra las
herejías 4).
Esto es lo
que, arriesgando sus vidas y perdiéndola a veces, hicieron aquellos judíos
piadosos para observar fielmente la ley santa del Señor.
–Con el Salmo
49 proclamamos la felicidad de ser fieles al Señor, como aquellos
judíos piadosos de la lectura anterior: «Al que sigue buen camino le haré
ver la salvación del Dios. El Dios de los dioses, el Señor habla: convoca
la tierra de oriente a occidente. Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece.
“Congregadme a mis fieles, que sellaron mi pacto con un sacrificio”.
Proclame el cielo su justicia, Dios en persona va a juzgar. Ofrece a Dios
un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo, e invócame el día
del peligro: yo te libraré, y tú me darás gloria».
Nosotros
también nos vemos tentados como aquellos judíos perseguidos, que son para
nosotros una gran ejemplo. También el mundo quiere que demos culto a muchos
ídolos que pone en nuestro camino, como son el dinero, el poder, los
honores, la fama, el placer...
Años pares
–Apocalipsis
5,1-10: El Cordero fue degollado y con su sangre nos ha comprado de
toda nación. El Cordero que nos ha comprado con su sangre es Cristo,
muerto y resucitado, el único que puede abrir el libro, esto es, el único
que sabe hacer patentes los secretos de Dios sobre el porvenir de la
Iglesia y del mundo. Escribe San Cesáreo de Arlés:
«“Cantan un
cántico nuevo”, es decir, profieren públicamente su profesión de fe. Es
verdaderamente una novedad el que el Hijo de Dios se haga hombre, muera,
resucite y suba al cielo y conceda a los hombres la remisión de los
pecados. Pues la cítara, es decir, una cuerda tensa sobre la madera,
significa la carne de Cristo unida a la pasión; mas la copa representa la
confesión y la propagación del nuevo sacerdocio. “La apertura de los
sellos” es el desvelamiento del Antiguo Testamento» (Comentario al
Apocalipsis 5).
–Con el Salmo
149 cantamos nosotros al Señor un cántico nuevo, y así resuena su
alabanza en la asamblea de los fieles, se alegra Israel, la Iglesia, por su
Creador y por su Redentor, los hijos de Sión y de la Iglesia por su Rey.
«Alabemos su nombre con danzas, cantémosle con tambores y cítaras, porque
el Señor ama a su pueblo». Dios nos entregó a su Unigénito para redimirnos,
y Él adorna con la victoria a los humildes. Festejemos su gloria, cantemos
jubilosos en la asamblea litúrgica, con vítores a Dios en la boca. Esto es
un honor para todos sus fieles, para toda la Iglesia.
–Lucas
19,41-44: Jesús llora por su amada Jerusalén, que no ha comprendido
su gran amor, y prevé los castigos que le vendrán. Es un gran misterio.
Adoremos los designios del Señor. Es verdad que la Iglesia de Jesucristo es
el Israel de los tiempos nuevos. Es verdad que los apóstoles eran todos
judíos, así como la mayor parte de los miembros de las primeras comunidades
cristianas. Pero también es cierto que el pueblo judío, tanto en sus
representantes cuanto en sus instituciones, rechazaron la salvación
mesiánica que les ofrecía el Señor, como herederos de las promesas. Es un
misterio. Israel no entró en la conversión suprema que Jesucristo exigía de
él para que fuera el gran instrumento de su misión universal. El pueblo
judío rechazó a Jesucristo, y por eso Él llora. Orígenes dice:
«hay que ver
ante todo la significación de sus lágrimas. Todas las bienaventuranzas de
las que Jesús habló en el Evangelio las confiesa Él mismo con su ejemplo, y
lo que enseñó lo prueba con su propio testimonio... Conforme a lo que ha
dicho: “bienaventurados los que lloran” (Mt 5,5), Él lloró para plantar
también el fundamento de esta bienaventuranza. Lloró sobre Jerusalén,
diciendo: “si hubieras conocido también tú la visita de la paz”» (Comentario
al Evangelio de San Lucas 38,1-2).
También a
nosotros nos puede pasar algo semejante si no sabemos discernir en las
vicisitudes de nuestra vida lo que conduce a la paz, si no correspondemos
con gran amor al inmenso amor que Cristo nos tuvo y nos tiene.
VIERNES
Años impares
–1
Macabeos 4,36-37.52-59: Celebran con alegría la consagración del
altar, con ofrendas y holocaustos. Tras la victoria de los fieles
resistentes, Judas Macabeo purifica el templo, y el pueblo celebra con
júbilo su consagración. El templo de Jerusalén es el centro del culto a
Yavé. A él acude todo piadoso israelita de cualquier parte del país para
contemplar el «rostro» de Dios, y es para los fieles objeto de un amor
conmovedor. Por eso cuando el templo es profanado por el rey Antíoco, que
instala en él un culto idolátrico pagano, los judíos se sublevan para
defenderlo, y el primer objetivo de su guerra santa es justamente purificar
el templo, para reanudar en él el culto tradicional. Cuando muere Cristo el
velo de aquel antiguo templo venerable se rasga, para significar que el
culto antiguo ha sido sustituido por otro culto más espiritual y perfecto:
el de Cristo, el de la Iglesia. Con todo, al principio, los apóstoles
simultaneaban su culto eucarístico con las oraciones en el templo. Pero en
el año 70 sufre una completa destrucción, que significa en forma decisiva
que su función ha terminado ya. Y nunca ha sido reconstruido.
–Alabamos al
Señor con un cántico del libro 1 Crónicas 29: «Alabamos, Señor, tu
nombre glorioso. Bendito eres, Señor, Dios de nuestro padre Israel, por los
siglos de los siglos. Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder, la gloria,
el esplendor y la majestad, porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra. Tú
eres Rey y Soberano de todo: de ti viene la riqueza y la gloria. Tú eres el
Señor del universo, en tu mano está el poder y la fuerza, tú engrandeces y
confortas a todos».
Años pares
–Apocalipsis
10,8-11: La Palabra de Dios ha de ser primero asimilada y luego
proclamada. Esto es lo que significa en ese lugar del Apocalipsis
«comer el libro». La historia es el producto del encuentro de dos libertades: la de Dios y la del
hombre. Y Dios tiene unos planes acerca de este encuentro, sobre todo desde
que Jesucristo pronunció su «Sí» incondicional a la nueva Alianza. San
Cesáreo de Arlés comenta:
«“En la boca”
se entienden los cristianos buenos y espirituales; “en el vientre”, los
carnales y lujuriosos. Por consiguiente, cuando se predica la palabra de
Dios, ella es dulce para los espirituales, pero para los carnales –para los cuales, según el Apóstol, “su
Dios es el vientre” (Flp 3,19)– la palabra es amarga y áspera» (Comentario
al Apocalipsis 10).
Las Escrituras
consuelan, efectivamente, no porque ellas descubran de antemano la
evolución de los acontecimientos previstos por Dios, sino porque ayudan a
revelar el sentido profundo de la presencia de Dios en los acontecimientos
que viven los hombres.
–Con unos
versos del Salmo 118 decimos «¡qué dulce al paladar tu promesa,
Señor! Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas las
riquezas. Tus preceptos son mi delicia, tus decretos son mis consejeros.
Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata.
Qué dulce al paladar tu promesa: más que miel en la boca. Tus preceptos son
mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Abro la boca y respiro,
ansiando tus mandamientos».
–Lucas
19,45-48: Habéis convertido la Casa de Dios en una cueva de bandidos.
Jesús se indigna ante la profanación del templo, que ha de ser «Casa de
oración». Es una lección para nosotros. El respeto al templo ha de ser
ahora mayor aún que entonces. Es ahora el lugar de la reactualización
sacramental del sacrificio redentor del Calvario, y allí está Cristo
realmente presente en el sagrario. Es el lugar de la oración y de la vida
sacramental de la Iglesia. Dice San Ambrosio:
«Él expulsó a
los cambistas. Pero, ¿de quién son figura estos tratantes sino de los que
procuran enriquecerse con los tesoros del Señor, no tratando de distinguir
lo que es un bien de lo que es un mal? El gran tesoro del Señor es la
divina Escritura, ya que en el momento de partir Él, distribuyó los
denarios entre sus servidores y les repartió los talentos (Mt 25, 14; Lc
19,13)... Si existe el tesoro de las Escrituras, es evidente que se puede
hablar también de los intereses de la Escritura» (Tratado sobre el
Evangelio de San Lucas lib. IX,18).
«Las mesas de los cambistas caen por
tierra para poner en su lugar la mesa del Señor [la Eucaristía], y es
destrozada el ara con el fin de puedan surgir los altares» (ib. 20).
SÁBADO
Años impares
–1
Macabeos 6,1-13: Muero de tristeza, por el daño que hice en
Jerusalén. Antíoco Epifanes, el perseguidor, es atacado por una
enfermedad, lejos de su país, y muere reconociendo que sufre el castigo de
sus faltas. El pueblo de Dios a lo largo de su historia pasa por la
experiencia de la persecución; ésta no perdona al Hijo de Dios, que ha
venido a salvar al mundo, y es odiado por él. Todo culmina en su pasión y
muerte en Cruz. También sus discípulos sufren persecución a lo largo de los
siglos.
Pero, los
perseguidos vencieron siempre, incluso cuando fue motivada la persecución
por los pecados del pueblo. La historia muestra el fin de los
perseguidores, unos convertidos, como es el caso de San Pablo, prodigio
admirable al comienzo del cristianismo; otros despechados y doloridos por
su fracaso, como es el caso de Juliano el Apóstata y de tantos otros.
Confiemos siempre en el Señor. Pasan los hombres, pasan los perseguidores,
pero Dios, Cristo y su Iglesia permanecen para siempre.
–Con el Salmo
9 cantamos al Señor que nos defiende de los enemigos: «Gozaré, Señor,
de tu salvación. Te doy gracias, Señor, de todo corazón, proclamando todas
tus maravillas. Me alegro y exulto contigo y toco en honor de tu nombre.
Porque mis enemigos retrocedieron, cayeron y perecieron ante tu rostro.
Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío y borraste para siempre su
apellido. Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron, su pie quedó
prendido en la red que escondieron. Él no olvida jamás al pobre, ni la
esperanza del humilde perecerá».
Años pares
–Apocalipsis
11,4-12: Los dos testigos se oponen
a los dos bestias. Habla el Apocalipsis de dos Bestias malignas
y de dos testigos fieles de Cristo que les resisten y combaten. Comenta San
Cesareo de Arlés:
«Éstos son
los dos “que están”, no los que estarán. “Los dos candelabros” es la Iglesia, pero por
causa del número de los dos Testamentos dijo dos; de igual modo que dijo
cuatro ángeles para significar la Iglesia, aun cuando sean siete, siguiendo
el número de los ángeles de la tierra, y así toda la Iglesia es
representada por los siete candelabros, si bien enumera uno o más de uno
según los lugares. Zacarías contempló un solo candelabro de siete brazos
(4,2-14), y estos dos olivos, es decir, los dos Testamentos, vierten el
aceite en el candelabro, es decir en la Iglesia. Así como en el mismo lugar
tiene los siete ojos –la gracia septiforme del Espíritu Santo–, que están
en la Iglesia y observan atentamente toda la tierra... Si alguno hiere o
quisiera herir a la Iglesia, con las oraciones de su boca será consumido
por el fuego divino, ya sea en el presente para su corrección, ya sea en el
siglo futuro para su condenación» (Comentario al Apocalipsis 11).
–Con el Salmo
143 decimos: «Bendito el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el
combate, mis dedos para la pelea. Mi bienhechor, mi alcázar, mi baluarte
donde me pongo a salvo; mi escudo, mi refugio, que me somete los pueblos.
Dios mío, te cantaré un cántico nuevo, tocaré para ti el arpa de diez
cuerdas; para ti que das la victoria a tu pueblo escogido y salvas a tus
siervos». Tú salvas a la Iglesia, a todas las almas que en ti confían.
–Lucas
20,27-40: No es Dios de muertos, sino de vivos. En la enseñanza
de este Evangelio, Jesús afirma la realidad maravillosa del mundo nuevo y
reafirma la resurrección. Comenta San Ambrosio:
«Los
saduceos, que eran la parte más detestable de los judíos, tientan al Señor
con esta cuestión. Abiertamente Él les reprende entonces su malicia y, en
un sentido místico, retuerce su posición, precisamente con la doctrina de
una castidad ejemplar, tomando pie del problema que ellos le propusieron,
ya que, según la letra, una mujer debería casarse, aun contra su voluntad,
para que el hermanos del difunto le diese un heredero. De aquí el dicho “la
letra mata” (2 Cor 3,6), como una propagadora de vicios, mientras que el Espíritu es el maestro de la castidad... Para la
sinagoga la ley, literalmente tomada, es muerte, mientras que aceptada en
sentido espiritual, la hace resucitar» (Tratado sobre el Evangelio de
San Lucas lib.IX, 37 y 39).
Recibiendo
esa doctrina con verdadero espíritu de fe, vivamos de tal modo que tengamos
una resurrección gloriosa.
SEMANA 34
En lugar de
este último domingo del tiempo ordinario, se celebra la solemnidad de
Jesucristo, Rey del universo. Pero en las ferias de esta semana 34, se
emplean las siguientes oraciones:
Entrada: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus
amigos, y a los que se convierten de corazón» (Sal 84,9).
Colecta: «Mueve, Señor, los corazones de tus hijos,
para que, correspondiendo generosamente a tu gracia, reciban con mayor abundancia
la ayuda de tu bondad».
Ofertorio: «Recibe, Señor, estos dones sagrados que nos
mandaste consagrar a tu nombre, y para que ellos nos hagan gratos a tus
ojos, concédenos obedecer siempre tus mandatos».
Comunión: «Alabad al Señor todas las naciones, firme es
su misericordia con nosotros» (Sal 116,1-2); o bien: «Sabed que yo estoy
con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
Postcomunión: «Dios todopoderoso, ya que nos has alegrado
con la participación en tu sacramento, no permitas que nos separemos de
ti».
LUNES
Años impares
–Daniel
1,1-6.8-20: Excelencia de la ascesis cristiana. Para Daniel y
los otros jóvenes judíos que estaban con él la vida en la corte dificultaba
gravemente la fidelidad a la ley. Pero actuaron consecuentemente y Dios los
premió, pues no solo les dotó de buen aspecto, sino que los colmó de toda
clase de sabiduría, de forma que ante el rey quedaron por encima de los
demás. Por ello el ascendiente de Daniel en la corte fue extraordinario.
Dios premia siempre a quien es fiel a sus mandatos, y lo premia a veces ya
en esta vida, pero con toda certeza en la otra.
En todo caso
siempre el hombre fiel tiene la conciencia en paz, pues ha cumplido con su
deber principal, que es obedecer a Dios. La vida ascética, bien llevada,
nos conduce a los premios eternos, pero ya en esta vida los pregustamos,
gozando de una mayor libertad de espíritu, la libertad propia de los hijos
de Dios.
–El cántico
de los tres jóvenes, en Daniel 3, nos sirve de Salmo responsorial:
«Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres. Bendito tu nombre santo y
glorioso. Bendito eres en el templo de tu santa gloria, Bendito eres sobre
el trono de tu reino. Bendito eres tú que, sentado sobre querubines,
sondeas los abismos. Bendito en la bóveda del cielo». Siempre hemos de
cantar himnos de alabanza y de acción de gracias al Señor por el bien que
constantemente hace a su Iglesia y a nosotros en particular.
Años pares
–Apocalipsis
14,1-3.4b-5: Llevar en la frente el nombre de Cristo y de su Padre.
Cristo es descrito en el Apocalipsis rodeado de sus elegidos, los mártires,
que cantan un cántico nuevo. San Cesáreo de Arlés explica:
«Nosotros
entendemos aquí el nombre de Cristo y se muestra su semejanza que la
Iglesia adora en verdad: la hostilidad de los herejes [que la Iglesia
sufre] es semejante a la que sufrió Él; éstos son los que, persiguiendo
espiritualmente a Cristo, sin embargo participan en la gloria del signo de
la Cruz de Cristo. Por esto es por lo que se ha dicho que el nombre de la
bestia es un número humano» (Comentario al Apocalipsis 14).
–Cantamos con
el Salmo 23: «Del Señor es la
tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes: Él la fundó sobre
los mares, Él la afianzó sobre los ríos. ¿Quién puede subir al monte del
Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes
y puro corazón, que no confía en los ídolos. Ése recibirá la bendición del
Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Éste es el grupo que busca al
Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob».
El creyente
que admira el poder, la grandeza y la sabiduría de Dios en la creación, no
puede quedar silencioso. Ha de reconocer y agradecer abiertamente que en
todas las criaturas resplandece la inmensa bondad de Dios. Ha de ver su
presencia en toda la creación, y de modo especial en los templos, que son
como recordatorios de la presencia de Dios entre los hombres, y sobre todo
en el sagrario: Cristo está realmente presente en el sacramento de la
Eucaristía.
–Lucas
21,1-4: La generosidad de los pobres: el óbolo de la pobre viuda.
La viuda entrega de su indigencia. Suele decirse que «solo se da aquello
que se tiene»; pero ella solo posee lo que ha dado. Oigamos a San Agustín:
«Mucho
abandonó quien se despojó de la esperanza del siglo, como aquella pobre
viuda, que depositó dos ochavos en el cepillo del templo. Según el Señor
nadie echó más que ella... ¿Quién se dignó poner los ojos en ella? Sólo
Aquel que al verla no miró si la mano estaba llena o no, sino el corazón...
Nadie dio tanto como la que nada reservó para sí» (Sermón 105,A,1).
MARTES
Años impares
–Daniel
2,31-45: Dios suscitará un Reino eterno. Interpreta Daniel el
sueño de la estatua colosal, construida con diversos materiales. Su explicación
muestra la historia como colisión de fuerzas simbolizadas en los diversos
imperios, que se oponen a la instauración del Reino por excelencia, el
Reino de Dios, el de Cristo, el de los Santos. La piedra que cae y destruye
la estatua es para algunos el monoteísmo yavista, sublimado en Cristo,
opuesto a la idolatría –la estatua– de los grandes imperios. Es un Reino
nuevo, llamado a extenderse rápidamente sobre toda la tierra. Por lo mismo
hay que dar a esa piedra un significado mesiánico, en su sentido pleno.
Cristo es la piedra angular, que desecharon los constructores, pero que ha
venido a ser el punto clave del Reino espiritual de Dios.
–Sigue como
Salmo responsorial el cántico de los tres jóvenes, en Daniel 3:
«Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor; ángeles del Señor, bendecid
al Señor; aguas del espacio, ejércitos del Señor, bendecid al Señor». Toda
la naturaleza debe ser un canto de alabanza al Dios providente y eterno
que, no obstante haberse manifestado a los patriarcas y profetas de Israel,
sigue Altísimo y trascendente, sentado sobre querubines, que penetra con su
mirada lo más profundo de los abismos. Su trono real es el firmamento de
los cielos. Desde allí asiste majestuoso, desplegando su providencia sobre
su pueblo y sobre los justos. Por eso toda la naturaleza, desde los ángeles
hasta las bestias, y los mismos seres inanimados, deben alabarlo sin fin.
Nosotros, los hombres cristianos, con mayor razón, pues tenemos más dones
que los que recibieron los justos en el Antiguo Testamento: tenemos a
Cristo, sus sacramentos, su Iglesia y su mensaje de santidad.
Años pares
–Apocalipsis
14,14-19: Llega la hora de la siega. Se acerca la venida
gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, que ya en su primera venida logró la
victoria sobre las fuerzas del mal. El juicio de Dios es tan grande y
perfecto, tan justo y misericordioso, como Dios mismo. Comenta San Cesáreo
de Arlés:
«Describe,
pues, a la Iglesia en su gloria, que se hace blanca especialmente después
de las llamas de la persecución. Tenía en su cabeza una corona de oro fino.
Éstos son los ancianos con las coronas de oro. Y en su mano una hoz
afilada. En efecto, esta hoz separa a los católicos de los herejes, a los
santos de los pecadores, tal como dice el Señor de los segadores. Pero hay
que pensar que el segador visto en la nube blanca es especialmente Cristo
en persona. ¿Quién es el vendimiador que viene detrás de Él, si no es el
mismo Cristo, pero en su cuerpo que es la Iglesia? Quizá no nos equivocamos
si vemos en estos tres ángeles que salieron el triple sentido de las
Escrituras: histórico, moral y espiritual; pero en cuanto a la hoz hay
desacuerdo. Y arrojó al grande en el lagar de la cólera de Dios. No en el
gran lagar, sino que Él arroja al mismo grande en el lagar, es decir, a
todo orgulloso» (Comentario al Apocalipsis 14,14-19).
–Con el Salmo
95 aclamamos al Señor, que llega a regir la tierra. «Decid a los
pueblos: “el Señor es Rey, Él afianzó el orbe y no se moverá; Él gobierna a
los pueblos rectamente”. Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar
y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los
árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la
tierra, regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad». En
nuestro Señor Jesucristo confiamos, pues a Él le ha sido dado «todo poder
en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Nos abandonamos a su inmensa
misericordia y bondad.
–Lucas
21,5-11: No quedará piedra sobre piedra. Jesús anuncia la
destrucción del templo de Jerusalén. Comenta San Ambrosio:
«Existe, sin
embargo, otro templo, construido con piedras preciosas y adornado con
ofrendas... Él hace referencia a la sinagoga de los judíos, cuya vieja
construcción se disolvió cuando surgió la Iglesia. Pero en verdad, también
en cada hombre existe un templo, que se derrumba cuando falla la fe y,
especialmente, cuando se lleva hipócrita-mente el nombre de Cristo, sin que
un afecto interior corresponda a tal nombre.
«Quizás sea
ésta la exposición que mayores bienes me reporta a mí. Porque, ¿de qué me
sirve saber el día del juicio? Y puesto que tengo conciencia de tantos
pecados, ¿de qué me aprovecha el que Dios venga si no viene a mi alma ni a
mi espíritu, si no vive en mí Cristo, ni Él habla en mí? Por esta razón
Cristo debe venir a mí, su venida tiene que llevarse a cabo en mi persona.
La segunda venida del Señor tendrá lugar al fin del mundo, cuando podamos
decir: “el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gal 6,14)” (Tratado
Sobre el Evangelio de San Lucas lib.X, 6 y 7).
MIÉRCOLES
Años impares
–Daniel
5,1-6.13-14.16-17.23-28: Aparecieron unos dedos de mano escribiendo
en el muro. El banquete de Baltasar le ofrece a Daniel una nueva
oportunidad de mostrar su sabiduría, al descifrar la inscripción. El relato
intenta convencer a los judíos y a nosotros de que los acontecimientos de
la historia de los hombres son otros tantos eslabones, encadenados entre
sí, que aceleran la llegada del fin. Existe, por tanto, una estrecha
conexión entre la historia de los hombres y el designio de la salvación de
Dios. La religión de los adivinos de Baltasar es incapaz de conocer el
sentido y la finalidad de la historia, porque el dios que ellos adoran es
caduco, no existe. Nadie puede competir con Dios, ni en ciencia ni en
poder, y, sobre todo, nadie puede impunemente ofenderlo con actos
sacrílegos.
–Sigue como
canto responsorial Daniel 3, es decir, la alabanza a Dios de
los tres jóvenes en el horno: «Sol y luna bendecid al Señor. Astros del
cielo, lluvia y rocío, vientos todos, fuego y calor, fríos y heladas...
bendecid al Señor». Él es digno de nuestras aclamaciones por las
innumerables maravillas que ha realizado en la historia de la salvación, en
nuestra historia presente, en nuestra propia alma, con infinita
misericordia. Por eso merece toda nuestra correspondencia en el amor.
Años pares
–Apocalipisis
15,1-4: Cantaban el cántico de Moisés, el cántico del Cordero.
Como los israelitas cantaron a Dios después de cruzar el mar Rojo, así
también cantan los que han vencido en este mundo a la Bestia y han llegado
al cielo. La Bestia es el enemigo sobre el que ellos han triunfado por el
poder de Cristo. Y sus fieles, en el cielo, recordando sus pasadas
calamidades, cantan gozosos un cántico de victoria, un himno de acción de
gracias. Este canto es un eco de otras alabanzas que se encuentran en el
Antiguo Testamento, en las que se canta la grandeza y santidad del Creador
del mundo, así como la justicia omnipotente del Señor, que tiene en sus
manos las riendas de la historia. Dice San Cesáreo de Arlés:
«Es el canto
de uno y otro Testamento, que cantan éstos de los que acabamos de hablar...
El templo, ya lo hemos dicho, significa la Iglesia» (Comentario al
Apocalipsis 15,3).
–Unidos a
ellos cantamos también nosotros con el Salmo 97: «Grandes y
admirables son tus obras, Señor, Dios soberano de todo. Cantad al Señor un
cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra le ha dado la
victoria, su santo brazo. El Señor da a conocer su victoria, revela a las
naciones su justicia; se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor
de la casa de Israel. Retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos
la habitan; aplaudan los ríos, aclamen los montes. Ante el Señor que llega
para regir la tierra. Regirá el orbe con justicia y los pueblos con
rectitud».
–Lucas
21,12-19: Todos os odiarán por causa de mi nombre, pero ni un
cabello de vuestra cabeza perecerá. En las persecuciones que sufrimos,
de tal modo se cumplen las palabras de Cristo, que aquellas no destruyen
nuestra esperanza, sino que la confirman.
El final de
los tiempos vendrá precedido de una persecución violenta contra los
discípulos de Jesús. Pero éstos recibirán del mismo Cristo una forma de
expresarse y una sabiduría tales, que serán capaces de resistir hasta el
martirio. Con su perseverancia salvarán sus almas. Comenta San Agustín:
«El que nos
creó nos dio garantías aun sobre nuestros propios cabellos. Si Dios cuenta
nuestros cabellos, ¡cuánto más contará nuestras costumbres! Ved que Dios no
desprecia ni siquiera vuestras cosas más insignificantes. Si las
despreciara, no las crearía. En efecto, Él creó nuestros cabellos, que
tiene contados... ¿Por qué, pues, temes a un hombre, tú, hombre que te
hallas en el seno de Dios? Procura no salir de tal seno. Cualquier cosa que
sufras allí dentro te servirá de salvación, no de perdición» (Sermón 62,15).
JUEVES
Años impares
–Daniel
6,11-27: Dios envió a su ángel a cerrar las fauces de los leones. Daniel es
condenado a ser arrojado vivo en el
foso de los leones, pues a pesar de la prohibición real, tres veces al día,
según la santa costumbre de Israel, eleva su oración al único Dios vivo y
verdadero. Es preservado maravillosamente por el Señor, y el rey entonces
proclama su fe en el verdadero Dios. La lectura de hoy señala la necesidad
de la oración, su grandiosa eficacia, y el valor de su fiel asiduidad,
cuando se eleva en los tres momentos tradicionales del sacrificio del
templo. Una vez más comprobamos que la providencia de Dios está sobre todas
las vicisitudes de la vida y, sobre todo, que nunca ha quedado desmentida
la protección solícita con que guarda a sus siervos fieles.
–Con textos
de Daniel 3 unimos de nuevo nuestra oración a la de los tres
jóvenes: «Rocíos y nevadas, témpano y hielos, escarchas y nieves, noche y
día, luz y tinieblas, rayos y nubes... bendecid al Señor. Bendiga la tierra
al Señor». Sigamos también nosotros alabando al Señor por sus innumerables
beneficios. Escribe San Bernardo:
«A quien
humildemente se reconoce obligado y agradecido por los beneficios, con
razón se le prometen muchos más. Pues el que se muestra fiel en lo poco,
con justo derecho será constituído sobre los muchos; así como, por el
contrario, se hace indigno de nuevos favores quien es ingrato a los que ha
recibido antes» (Sermón sobre el Salmo 50).
Años
pares
–Apocalipsis
18,1-2.21-23–19,1-3,9: Ha caído Babilonia, la gran ciudad. Los
elegidos entonan en el cielo un cántico eterno. Babilonia, símbolo del
imperio mundano hostil al Reino, está condenada a la destrucción. Y el
Señor se mantiene fiel a sus designios de salvación sobre los hombres.
Escribe San Cesáreo de Arlés:
«¿Es que las
ruinas de una sola ciudad pueden contener todos los espíritus impuros y
todo pájaro impuro, o aquel tiempo en que la misma ciudad cayese, el mundo
entero sería abandonado a los espíritus y a los pájaros impuros y
éstos habitarán en las ruinas de una
sola ciudad? No existe ciudad alguna que solo contenga almas impuras, a no
ser la ciudad del diablo, en la cual habita toda impureza en los hombres
malos de toda la tierra. Los reyes que dijo que perseguían a Jerusalén son
los hombres malos que persiguen a la Iglesia.
«Cada vez que
oís nombrar a Babilonia, hermanos queridísimos, no entendáis una ciudad
construída con piedras, porque “Babilonia” significa “confusión”, como se
ha repetido varias veces; pero reconoced que con este nombre se designa a
los hombres soberbios, ladrones, lujuriosos e impíos, recalcitrantes en sus
pecados; por el contrario, cada vez que vosotros oyéseis el nombre de Jerusalén,
que quiere decir visión de paz, entended por ella los hombres santos que
pertenecen a Dios» (Comentario al Apocalipsis 18,1-3).
–Con el Salmo
99 aclamamos al Señor y convocamos la tierra entera a «servir al Señor
con alegría, a entrar en su presencia con vítores. Pues el Señor es Dios.
Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. Entremos por
sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole
gracias y bendiciendo su nombre. El Señor es bueno, su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades». Correspondámosle con todo nuestro amor,
asociémonos a la liturgia de los ángeles y santos. Cantemos jubilosos los
salmos en nuestra liturgia cristiana, en la que hemos de participar con
mente y corazón.
–Lucas
21,20-28: Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que a los
gentiles les llegue su hora. La profecía relativa al final de los
tiempos augura primero el cerco de la ciudad santa por obra de los poderes
paganos. Luego llegará la hora de los gentiles, en la que se desencadenará
la persecución contra la Iglesia. Pero el triunfo es de Cristo y de su
Iglesia. La misma historia de la Iglesia nos conforta en esta esperanza:
ella sigue en pie y permanece, mientras que sus perseguidores perecieron y
pasaron. Comenta San Ambrosio:
«De hecho,
Jerusalén fue asediada y tomada por los ejércitos romanos, y por eso los
judíos creyeron que se había cumplido entonces “la abominación de la
desolación” (Mt 24,75; Dan 9,27), ya que los romanos arrojaron al templo la
cabeza de un puerco, mofándose de las observancias rituales de los judíos.
De ahí algo que yo no diría ni siquiera en estado de delirio. Y es que “la
abominación de la desolación” es el execrable acontecimiento propio del
anticristo, puesto que él, con sus funestos sacrilegios, mancha el
santuario de las almas y, sentado, como sigue la narración en el templo, se
quiere apropiar del trono del Dios onmipotente.
«Y en un
sentido espiritual se nos previene muy atinadamente que debemos estar
preparados, ya que él [el anticristo] desea poner la marca de su perfidia
sobre el corazón de cada uno, y, falsificando las Escrituras, quiere hacer
ver a través de éstas que él es Cristo. Y entonces es cuando llegará la
desolación, puesto que muchos, cayendo en el error, se separarán de la
verdadera religión» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.X,
15 y 16).
VIERNES
Años impares
–Daniel
7,2-14: Vi venir una especie de hombre entre las nubes del cielo.
Las cuatro bestias simbolizan cuatro reinos o colectividades nacionales que
se oponen al reino de los santos. Se anuncia el fin próximo de los grandes
imperios terrestres, el último de los cuales, en particular, somete a una
cruel tiranía al pueblo elegido, y se suscita la confianza de un Reino de
Dios próximo, gracias a la misericordia de un Hijo del Hombre y del pueblo
de los santos. Cristo se apropió de este título de «Hijo del Hombre» en su
predicación, y aludió a su final aparición solemne en las nubes del cielo
(Mt 16, 27; 24,10; 26,64; Mc 13,26; Lc 21,27; Ap 1,7; 14,14).
–Seguimos con
el cántico de los tres jóvenes, de Daniel 3: Montes y cumbres,
cuanto germina en la tierra, manantiales, mares y ríos, cetáceos y peces,
aves del cielo, fieras y ganados... bendecid al Señor. Evoquemos cuanto se
ha dicho sobre la alabanza divina y acción de gracias, y vivamos lo que
describe Casiano:
«Cuando el
alma recuerda los beneficios que antaño recibió de Dios y considera
aquellas gracias de que le colma en el presente, cuando dirige su mirada
hacia el porvenir sobre la infinita recompensa que prepara el Señor a
quienes le aman, le da gracias en medio de indecibles transportes de
alegría» (Colaciones 9).
Años pares
–Apocalipsis
20,1-4.11–21,2: Los muertos fueron juzgados según sus obras. Vi la
nueva Jerusalén que descendía del cielo. Después de la victoria de Dios
sobre los espíritus del mal, se hace alusión al juicio final, y aparecen
los mártires como asesores de Cristo Juez. Luego, con el cielo nuevo y la
tierra nueva, estalla la alegría eterna del universo renovado. El Apocalipsis
anuncia para entonces mil años de perfecto reinado de Cristo. Y San Cesáreo
de Arlés comenta:
«Estos mil
años deben ser comprendidos como los
años que van desde la venida de Nuestro Señor. Durante estos años el Señor
prohibe al diablo que extravíe a los pueblos que están destinados a la vida
eterna, para que puedan reconciliarse con Dios aquellos a los que antes
había extraviado... Solamente los soberbios e impíos serán seducidos, pero
los humildes y verdaderos cristianos no serán seducidos. “Muchos son los
llamados, pero pocos los escogidos” (Mt 20,16)... Por falsos profetas se
entiende a los herejes o los falsos
cristianos. En verdad, después del
tiempo en que el Señor ha sufrido, la Bestia y los falsos profetas mueren y
son enviados al fuego hasta que se cumplan los mil años desde la venida del
Señor... La nueva Jerusalén... Ha dicho todo esto a propósito de la gloria
que la Iglesia tendrá después de la resurrección» (Comentario al
Apocalipsis 20-21).
–Con el Salmo
83 decimos: «Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi
corazón y mi carne retozan por el Dios vivo»... Anhelemos los altares del
Señor de los ejércitos, nuestro Rey y nuestro Dios. Dichosos los que viven
en su casa, alabándolo siempre. Dichosos los que encuentran en Él su fuerza
y caminan de baluarte en baluarte. Confiando en el Amor que el Señor nos
tiene, no hemos de temer nada, si también nosotros hemos correspondido con
gran amor al que el Señor nos tiene.
–Lucas
21,29-33: Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca
el Reino de Dios. La caída de Jerusalén fue un gran impulso
providencial de Dios a su Iglesia, porque le ha obligado a abrirse
decididamente a las naciones y a establecer un culto espiritual, liberado
del particularismo del templo. Cada etapa de la evangelización del mundo,
vinculada a cada etapa de la humanidad, es también un jalón en la historia
de salvación que se consumará en la venida final de Cristo.
Cada
conversión del corazón, mediante la cual el hombre se abre más y más a la
acción del Espíritu del Resucitado, es una nueva manifestación de la venida
de Cristo. Cada asamblea eucarística, reunida precisamente hasta que vuelva
con pleno poder el Hijo del Hombre sobre la nube, es el jalón por excelencia
de ese acontecimiento. Hemos de conocer los signos de los tiempos, como se
conoce por los brotes de la higuera y de los árboles que la primavera está
cerca.
SÁBADO
Años impares
–Daniel
7,15-27: El poder real y el dominio será entregado al pueblo de los
santos del Altísimo. No obstante las persecuciones del mundo, la
victoria es de nuestro Señor. Al fin se les hará justicia a los fieles, ya
que la irresistible Autoridad divina arrebatará el dominio al perseguidor y
lo dará a los santos para siempre. El desquite de éstos será total, y
llegará como fruto de una gran paciencia. Oigamos a San Cipriano:
«Esta virtud
de la paciencia derrama sus frutos con profusión y exuberancia por todas
partes. La paciencia es la que nos recomienda y guarda para Dios; modera
nuestra ira, frena la lengua, dirige nuestro pesar, conserva la paz,
endereza la conducta, doblega la rebeldía de la pasión, reprime el orgullo,
apaga el fuego de los enconos, contiene la prepotencia de los ricos, alivia
la necesidad de los pobres... Es la que fortifica sólidamente los cimientos
de nuestra fe, y levanta en alto nuestra esperanza... Ella nos lleva a
perseverar como hijos de Dios, imitando la paciencia del Padre» (Tratado
de la paciencia 20).
–Sigue como
canto responsorial el de los tres jóvenes, en Daniel 3: «Hijos
de los hombres, bendecid al Señor. Bendiga Israel al Señor. Sacerdotes del
Señor, siervos del Señor, almas y espíritu justos, santos y humildes de
corazón... bendecid al Señor». Así hemos de proceder en nuestros días, de
modo que toda nuestra vida sea una alabanza continuada al Señor. Y cuando
nuestros labios no puedan manifestar nuestro júbilo, que venga expresado en
todo por nuestras obras, y que eleve nuestro pensamiento al Señor, alzando
hacia Él constantemente breves oraciones o jaculatorias.
Años pares
–Apocalipsis
22,1-7: Ya no habrá más noche, porque el Señor irradiará luz sobre
ellos. Se describe la gloria de la nueva Jerusalén. Dios unitrino y la
misma humanidad de Cristo resplandecen en medio de la ciudad y son su única
Luz. Comenta San Cesáreo de Arlés:
«El monte
elevado, al cual San Juan dijo que había ascendido, representa el Espíritu.
La ciudad de Jerusalén, que él dijo haber visto allí, es figura de la
Iglesia; es la que el mismo Señor mostró en el Evangelio cuando dijo: “no
puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte” (Mt 5,14). Y
cuando dice que ella tiene una luz semejante a una piedra preciosísima, ved
en ella la gloria de Cristo. En las doce puertas y en los doce ángeles
reconoced a los apóstoles y a los profetas...
«Y puesto que
esta ciudad que es descrita representa a la Iglesia, que está extendida por
toda la tierra, se dice que ella tiene tres puertas en cada una de las
cuatro partes a causa del misterio de la Trinidad. En la vara de oro mostró
a los hombres de la Iglesia,
frágiles en la carne, pero que tienen por fundamento una fe luminosa... Lo
que dice de la ciudad de oro, el altar de oro y las copas de oro, se trata
de la Iglesia por su recta fe. Y el recipiente muestra la pureza de esta
fe»... (Comentario al Apocalipsis 22).
–Con el Salmo
94 decimos: «Venid, aclamemos al
Señor, demos vítores a la Roca que nos salva, entremos a su
presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos. Porque el Señor es un
Dios grande, soberano de todos los dioses. Tiene en sus manos las simas de
la tierra, son suyas las cumbres de los montes, suyo es el mar, porque Él
lo hizo, la tierra firme que modelaron sus manos. Entremos, postrémonos por
tierra, bendiciendo al Señor, Creador nuestro. Él es nuestro Dios y
nosotros su pueblo, el rebaño que Él guía». Dejémonos guiar por Él y así
llegaremos a la Jerusalén celeste, llamada visión de paz.
–Lucas
21,34-36: Vigilancia y oración son las actitudes necesarias para
esperar la venida del Señor. Jesucristo nos anuncia en cada página del
Evangelio un mensaje de esperanza. Cristo mismo es nuestra única esperanza.
Él es la garantía plena para alcanzar los bienes prometidos. Él nos muestra
cuál debe ser el objeto principal de nuestra esperanza: el tesoro de la
herencia incorruptible, la felicidad suprema de la posesión eterna de Dios.
Escribe San Basilio:
«El único
motivo que te queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de
esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en
Cristo» (Homilía 20 sobre la humildad).
Pero la
esperanza no es posible, como dice San Agustín, si no hay amor (Sobre la
fe, la esperanza y la caridad 117). Y en el atardecer de nuestra vida,
como dice San Juan de la Cruz, seremos examinados sobre el AMOR.
ASUNCIÓN DE LA
VIRGEN MARÍA
15 DE AGOSTO, SOLEMNIDAD
Entrada: «Una señal grandiosa apareció en el cielo: una
Mujer con el sol por vestido, la luna bajo sus pies y en la cabeza una
corona de doce estrellas» (Ap 12,1). O : «Alegrémonos todos en el Señor al celebrar este día de
fiesta en honor de la Virgen María: de su Asunción, se alegran los ángeles
y alaban al Hijo de Dios».
Colecta (como la oración del ofertorio y la
postcomunión, procede del Misal anterior, desde 1950): «Dios todopoderoso y
eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada
Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos, que aspirando
siempre a las realidades divinas, lleguemos a participar con ella de su
misma gloria en el cielo».
Ofertorio: «Llegue a tu presencia, Señor, nuestra humilde
oblación, y por la intercesión de la Santísima Virgen María, que ha subido
a los cielos, haz que nuestros corazones, abrasados en tu amor, vivan
siempre orientados hacia ti».
Comunión: «Me felicitarán todas las generaciones, porque
el Poderoso ha hecho obras grandes por mí» (Lc 1,48-49).
Postcomunión: «Después de recibir los sacramentos que nos
salvan, te rogamos, Señor, que, por intercesión de la Virgen María, que ha
subido a los cielos, lleguemos a la gloria de la resurrección».
En la Virgen
María, asunta en cuerpo y alma a los cielos, se ha consumado plenamente el
misterio Pascual de Cristo. Ella nos ha precedido en el tiempo como índice
de la capacidad regenerante y glorificadora de la obra de Cristo sobre la
naturaleza humana.
–Apocalipsis
11,19.12,1-6.10: Una Mujer vestida de sol, la luna por pedestal.
María, Arca Nueva y Viva de la Nueva Alianza, realizadora de la presencia
del Emmanuel en medio de su pueblo y entronizada, al fin, en la
bienaventuranza. Ella es el signo plenamente logrado de la obra redentora
de Cristo. Comenta San Germán de Constantinopla:
«Ya que por
medio de ti, oh santísima Madre de Dios, han cobrado esplendor los cielos y
la tierra, ¿acaso es posible que, con tu tránsito, dejas a los hombres
privados de tu asistencia? En modo alguno podemos pensarlo. Puesto que
cuando habitabas en el mundo no eras ajena a las costumbres celestiales, de
igual modo, después de haber emigrado
de entre nosotros, no te has distanciado en espíritu del tenor de vida de
los seres humanos» (Homilía 1 sobre la Dormición, 13, 109-110).
–Con el Salmo
44 proclamamos: «De pie a tu derecha está la Reina enjoyada con oro de
Ofir... Prendado está el Rey de tu belleza... Las traen entre alegría y
algazara, van entrando en el palacio real»...
–1
Corintios 15,20-26: Primero resucita Cristo, como primicia, después
todos los cristianos. La Asunción plena de María en cuerpo y alma a los
cielos, triunfo pleno de la obra de Cristo en Ella, es también un índice
consumado de nuestra vocación de resucitados para Cristo y para la
eternidad. Comenta Modesto de Jerusalén:
«Finalmente,
tal como correspondía a la gloriosísima Madre de Aquel que es dador de vida
y de inmortalidad, le fue concedida la vida eterna y la participación en la
incorruptibilidad de su Hijo: Cristo, en efecto, nuestro Dios y Salvador,
la resucitó de la muerte, haciéndola subir del sepulcro y la elevó junto a
Sí en los cielos del modo que solo Él conoce» (Sermón sobre la Dormición
14).
–Lucas
1,39-56: El Poderoso ha hecho obras grandes por mí: enaltece a los
humildes. Grandes son las prerrogativas de la Virgen María, sobre todo
su Maternidad divina, con todo lo que antecede y sigue a la misma. Escribe
Antíoco Estratagio:
«Desde el
tiempo en que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, gracias a su
bondad para con nosotros, se dignó aparecer en el mundo, naciendo de la
santa e inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, nos ha concedido
el don de la fortaleza necesaria para combatir al diablo, a fin de que,
para quien lo desea, resulte más fácil alcanzar la virtud de la virginidad
a pesar de que su práctica sea ardua y laboriosa.
«A los que de
veras aman a Dios se les otorga un feliz resultado y unos dones aún
mayores, de acuerdo con su promesa. Nadie, sin embargo, puede alcanzar una
virtud tan excelsa, si no tiene amor y si no posee la humildad debida, como
lo atestigua Aquella que es totalmente inmaculada, la siempre alabada y
gloriosísima Madre de Dios, al entonar su cántico de alabanza en el que
dice: “mi alma engrandece al Señor”» (Homilía 21).
La larga
serie de los Domingos del Tiempo Ordinario, y todo el Año litúrgico, se
concluye con la grandiosa solemnidad de Cristo Rey.
Entrada: «Digno es el Cordero degollado de recibir el
poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la
alabanza. A Él la gloria y el poder, por los siglos de los siglos» (Apoc
5,12.16).
Colecta (de nueva composición): «Dios todopoderoso y
eterno, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del
universo, haz que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado,
sirva a tu majestad y te glorifique sin fin».
Ofertorio (del Misal anterior): «Te ofrecemos, Señor, el
sacrificio de la reconciliación de los hombres, pidiéndote humildemente que
tu Hijo conceda a todos los pueblos el don de la paz y de la unidad».
Prefacio: (del Misal anterior): «Porque consagraste
Sacerdote eterno y Rey del Universo a tu único Hijo, nuestro Señor
Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría, para que, ofreciéndose a sí
mismo como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz,
consumara el misterio de la redención humana; y, sometiendo a su poder la
creación entera, entregara a tu majestad infinita un reino eterno y universal:
el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el
reino de la justicia, del amor y de la paz».
Comunión: «El Señor se sienta como rey eterno, el Señor
bendice a su pueblo con la paz» (Sal 28,10-11).
Postcomunión (de nueva composición): «Después de recibir el
alimento de la inmortalidad, te pedimos, Señor, que quienes nos gloriamos
de obedecer los mandatos de Cristo, Rey del Universo, podamos vivir
eternamente con él en el Reino del cielo».
Ciclo A
El Evangelio
nos presenta a Cristo en el juicio final separando las ovejas de las
cabras. Las primeras a la derecha y las segundas a la izquierda. Esto ha
motivado la elección del pasaje de Ezequiel sobre Dios Pastor que juzga a
su rebaño. La segunda lectura nos habla de Cristo que devuelve a Dios Padre
su Reino.
El reino de
Cristo no es de este mundo (Jn 18, 36), pero se inicia o se rechaza aquí,
cuando por la fe o la incredulidad aceptamos o rechazamos su mensaje de
salvación.
–Ezequiel
34,11-12.15-17: A vosotros, ovejas mías, os voy a juzgar. La
Realeza mesiánica del Corazón de Jesucristo, en su etapa de encarnación y
de humillación redentora, se realizó por vía de amor y de sacrificio; como
Buen Pastor, que dio su vida por sus ovejas (Jn 10,11). El juicio del Señor
se hará sobre los delitos, injusticia y opresión con respecto a las ovejas
pobres y débiles por parte de las más fuertes y poderosas. Hacer justicia
equivale a salvar las más débiles de la opresión por parte de las más
poderosas. El Señor asume la defensa de estas ovejas humildes, rectifica lo
tortuoso, asegurando la salvación.
–Consiguientemente
se toma como canto responsorial el Salmo 22: «El Señor es mi Pastor,
nada me puede faltar, en verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia
fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por
el honor de su nombres. Prepara una mesa ante mí, en frente de mis
enemigos, me unge la cabeza con perfume y mi copa rebosa. Tu bondad y tu
misericordia me acompañan todos los días de mi vida y habitaré en la Casa
del Señor por años sin términos».
–1
Corintios 15,20-26.28: Devolverá el Reino a Dios Padre, para que
Dios sea todo en todos. Con su sacrificio salvador nos brindó Jesús la
posibilidad de librarnos de nuestros pecados y de sus degradantes
consecuencias. Pío XI en la encíclica Quas primas, en la que
instituyó en 1925 la solemnidad de Cristo Rey, dice:
«Es necesario
que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto
acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas
y a la doctrina de Cristo. Es necesario que reine en la voluntad, la cual
ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos. Es necesario que reine en
el corazón, el cual, posponiendo los afectos naturales, ha de amar a Dios
sobre todas las cosas y solo a Él
estar unido. Es necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que
como instrumentos, o en frase del apóstol San Pablo, como “armas de
justicia” para Dios (Rom 6,13), deben servir para la interna santificación
del alma».
El texto
anterior de San Pablo en la Carta primera a los Corintios, en el que se
contempla el Reinado de Cristo, es ampliamente comentado por los Padres,
como puede apreciarse en la siguiente síntesis:
El Reino de Cristo
se asentará y jamás llegará a su fin (Teodoreto de Ciro), porque Él
comienza a reinar eternamente en todos los sentidos (San Jerónimo). El
último enemigo, la muerte, será destruído (San Juan Crisóstomo). El
sometimiento de Cristo al Padre significa que toda criatura aprenderá a
someterse a Cristo, quien a su vez se somete voluntariamente al Padre
(Ambrosiáster).
Del mismo
modo que nosotros nos sometemos a la gloria de su Cuerpo reinante, el Señor
somete a sí mismo todas las cosas (San Hilario de Poitiers). Algunos
rechazaban el término «sometimiento» referido al Hijo, sin entender que el
sometimiento del Hijo al Padre revela la bendición de nuestra madurez
espiritual (Orígenes). Cuando las Escrituras dicen que el Hijo es menor que
el Padre, se refieren a su condición de hombre. Pero cuando señalan que es
igual al Padre, se refieren a su divinidad (San Agustín y San Gregorio
Nacianceno).
El Señor hace
suyas incluso nuestras adversidades, cargando con nuestros sufrimientos
(San Basilio). Los Santos Padres trataron de responder tanto a las
confusiones de los paganos, como a las exageraciones arrianas respecto al
texto paulino aludido (Teodoreto de Ciro y Mario Victorino). San Pablo está
pensando en la dispensación divina de la Encarnación cuando dice que el
Hijo, que es verdadero Dios, se ha sometido voluntariamente al Padre (San
Juan Crisóstomo). Es necesario que Él haga su reino tan evidente, para que
sus enemigos no se atrevan a negar que Él reina (San Agustín). Cristo no
deja de reinar cuando pone a todos sus enemigos bajo sus pies (San Gregorio
Nacianceno y San Cirilo de Jerusalén).
La nueva vida
que ahora comienza por medio de la fe, proseguirá mediante la esperanza,
hasta que llegue un momento en que la muerte se vuelva victoria (San
Agustín). Cuando seamos capaces de recibir a Dios, entonces «Dios será para
nosotros todo en todas las cosas» (Orígenes). Dios será la consumación de
todos nuestros deseos (San Agustín y Orígenes). Esta es madurez hacia la
cual nos apresuramos (San Gregorio Nacianceno). Cuando todos los santos
sean glorificados en el coro de todas las virtudes, y Dios sea todo para
todo el mundo (San Jerónimo y San Agustín) (cf. La Biblia
comentada por los Santos Padres, Ciudad Nueva, Madrid 2001, pg. 230).
–Mateo
25,31-46: Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de
otros. Sobre nuestra existencia pesa un momento decisivo: el encuentro
final con Cristo Rey, Señor de cielos y tierra. Él ha de juzgar nuestras
vidas, con el modelo de su Amor... Y de este juicio dependerá nuestra suerte
eterna. San Juan Crisóstomo dice:
«Ahora ha
venido en deshonor, en injurias e ignominias; mas entonces se sentará en el
trono de su gloria. Es que como la cruz estaba tan cerca y la cruz parecía
el suplicio más ignominioso, de ahí que trate Él de levantar a sus
oyentes y les ponga ante los ojos el
tribunal, y delante del tribunal la tierra entera. Y no es éste el modo
único por el que da tono de espanto a su palabra, sino el hecho de
mostrarnos vacíos los cielos. Porque todos los ángeles -dice- vendrán en su
acompañamiento, y también ellos dará testimonio de cuanto sirvieron,
enviados por el Señor, en la salvación de los hombres. De todos modos ha de
ser espantoso aquel día» (Homilía 79,1, sobre San Mateo).
Ciclo B
El Reino de
Cristo no es de este mundo (tercera lectura). Él es el Hijo del Hombre al
que Daniel vio venir sobre las nubes investido con una realeza eterna y
universal (primera lectura). San Juan en el Apocalipsis nos presenta a
Cristo como príncipe de los reyes de la tierra (segunda lectura). Cristo es
la razón de nuestra fe, el aval de nuestra esperanza y el centro de nuestra
caridad. Coronamos el año litúrgico con una vivencia intensa del Reinado de
Jesucristo.
–Daniel
7,13-14: Su poder es eterno. No cesará. La investidura real del
Hijo del Hombre coronará la victoria de Dios y de su pueblo sobre las
fuerzas del mal y congregará a todos los que han vivido en la fe de Cristo.
Como Israel somos santos y reinaremos en la medida en que en que servimos a
Dios. El Reino eterno de Dios destruirá las potencias adversas que actúan
mediante el imperio del despotismos, de la agresividad, de la recíproca
destrucción y de la idolatría. La entronización del Hijo del Hombre será
para todos los pueblos, naciones y lenguas el quebrantamiento de toda esclavitud
y un servicio que es fruición del Reino divino universal de la libertad.
–Con el Salmo 92 aclamamos al Señor
que reina, vestido de majestad, el Señor vestido y ceñido de poder. Así
está el orbe firme y no vacila. Su
trono está firme desde siempre y Él es eterno. Sus mandatos son fieles y
seguros, la santidad es el adorno de su casa por días sin términos.
–Apocalipsis
1,5-8: El príncipe de los reyes de la tierra nos ha convertido en un
reino y nos ha hecho sacerdotes. La humanidad entera ha quedado emplazada
para la Parusía: el retorno de Cristo Rey para juzgar a vivos y
muertos. La realidad de Cristo, expresión perfecta de la acción del Dios
del universo, es contemplada y celebrada en los momentos esenciales que
abarcan el pasado, el presente y el futuro de la historia de la salvación.
La realeza de Cristo converge hacia el Reino del Padre y en la realeza de
Cristo viene realmente hasta nosotros el Reino del Padre.
–Juan
18,33-37: Tú lo dices: soy Rey. La realeza de Cristo está por
encima de los criterios y moldes humanos. Es Reino de salvación. Reino de
amor. La Cruz nos revela quién es el Padre y quién es Jesús, la
comunicación interpersonal de amor que se difunde en el hombre. En la
medida en que la Cruz es para nosotros palabra y verdad, la muerte de
Cristo nos salva, la fe acoge su acto redentor y mediante esta fe de los
hombres, Cristo puede reinar en ellos.
Testigos de
la realeza de Jesucristo vivimos en la esperanza nuestra vocación de
eternidad. Nuestro vivir de cada día no debe desmentir nuestra condición de
elegidos para el Reino del Hijo muy amado del Padre. Pero esta realeza de
Cristo hay que vivirla en la interioridad y en el amor.
Ciclo C
El título de
la Cruz: «Jesús nazareno, Rey de los judíos» (tercera lectura) evoca la
unción de David como rey de Israel. Cristo descendiente de David. Pero
Jesús es mucho más que Rey de los judíos; es, como indica San Pablo,
«imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura, Cabeza del Cuerpo
que es la Iglesia y quien hizo la paz por la sangre de su Cruz» (segunda
lectura).
–2 Samuel
5,1-3: Ungieron a David como rey. Históricamente David fue el
rey «según el corazón de Dios», para el pueblo de Israel. Fue, al mismo
tiempo, una figura de Cristo Rey para la humanidad rescatada. Dios, que
conoce de antemano el destino de cada hombre y pueblo, había elegido a
David como jefe de su pueblo. Samuel lo ungió rey. De pastor de ovejas pasó
a ser pastor del pueblo elegido. Cristo, más aún, será el Ungido del Señor
para ser el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y ella le conocen a Él. Es
el Buen Pastor que va en pos de la
descarriada y da su vida por la salvación de la humanidad, a la que rescata
del pecado. Es Rey de reyes y Señor de los que dominan.
–Jerusalén es
la ciudad del rey David. La Iglesia, nueva Jerusalén, es la gran familia
que salvó Cristo y reina sobre ella, por eso cantamos jubilosos con el
Salmo 121: «¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor»,
vamos a la Iglesia, a la asamblea litúrgica.
–Colosenses
1,12-20: El Padre nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido.
La razón suprema de la realeza del Corazón de Cristo está en su filiación
divina. Dice San Juan Crisóstomo:
«Los
beneficios recibidos son múltiples: además del propio don con el que nos
gratifica, nos da también la virtud necesaria para recibirlo... Dios no
solo nos ha honrado haciéndonos
partícipes de la herencia, sino que nos ha hecho dignos de poseerla. Es
doble, pues, el honor que recibimos de Dios: primero el puesto, y segundo
el mérito de desempeñarlo bien» (Homilía sobre Colosenses 1,12).
Y más
adelante dice él mismo:
«El Hijo de
Dios no solamente ha creado todo, sino que Él conserva todo; de modo que si
suspendiera un solo momento la acción de su voluntad soberana, todo
volvería a la misma nada de la que Él ha sacado todo lo que existe... Por
la palabra plenitud es necesario entender la divinidad de Jesucristo... La
elección de esta expresión se ha hecho para indicar mejor que la esencia
misma de la divinidad residía en Cristo» (ib. 17 y 19).
Y San
Agustín:
«La Cabeza es
nuestro mismo Salvador, que padeció bajo Poncio Pilato y ahora, después que
resucitó de entre los muertos, está sentado a la diestra del padre. Y
su Cuerpo es la Iglesia... Pues toda la Iglesia, formada por la reunión de
los fieles –porque todos los fieles son miembros de Cristo–, posee a Cristo
por Cabeza, que gobierna su Cuerpo desde el cielo» (Comentario al Salmo
56,1).
–Lucas
23,35-43: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. Toda
la realeza salvífica del Corazón redentor de Cristo Jesús gira en torno al
Calvario. Es la realeza que nos redime con su inmolación amorosa y nos
salva con su resurrección pascual. Comenta San Agustín:
«Miremos la
Cruz de Cristo. Allí estaba Cristo y allí estaban los ladrones. La pena era
igual, pero diferente la causa. Un ladrón creyó, otro blasfemó. El Señor,
como en un tribunal, hizo de juez para ambos; al que blasfemó lo mandó al
infierno; al otro lo llevó consigo al Paraíso. Cristo en la Cruz es
considerado Rey: “acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Cristo reinó
desde la Cruz. La participación en la realeza de Cristo es consustancial a
la vida cristiana, con tal que lo reconozcamos en medio de las
tribulaciones, en su Cruz, como el buen ladrón» (Sermón 335,2).
En los tres
ciclos se puede meditar también el texto siguiente de Orígenes:
«Sin duda,
cuando pedimos que el reino de Dios venga a nosotros, lo que pedimos es que
este reino de Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera, produzca
fruto y se vaya perfeccionando. Efectivamente, Dios reina en cada uno de
los santos, ya que éstos se someten a su ley espiritual, y así Dios habita
en ellos como en una ciudad bien gobernada. En el alma perfecta está
presente el Padre, y Cristo reina en ella, junto con el Padre, de acuerdo
con las palabras del Evangelio: “vendremos a él y haremos morada en él”.
«Este reino
de Dios que está dentro de nosotros llegará, con nuestra cooperación, a su
plena perfección cuando se realice lo que dice el Apóstol, esto es, cuando
Cristo, una vez sometidos a Él todos sus enemigos, entregue a Dios Padre su
reino, y así Dios lo será todo para todos. Por esto, rogando incesantemente
con aquella actitud interior que se hace divina por la acción del Verbo,
digamos a nuestro Padre que está en los cielos: Santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu Reino» (Tratado sobre la oración 25).

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