SEMANA 26
DOMINGO
Entrada: «Lo que has hecho con nosotros, Señor, es un
castigo merecido, porque hemos pecado contra ti y no pusimos por obra lo que
nos habías mandado; pero da gloria a tu nombre y trátanos según tu
abundante misericordia» (Dan 3,31.29. 30.43.42).
Colecta (del Misal anterior y antes en el Gelasiano y
Gregoriano): «¡Oh Dios!, que manifiestas especialmente tu poder con el
perdón y la misericordia; derrama incesantemente sobre nosotros tu gracia,
para que, deseando lo que nos prometes, consigamos los bienes del cielo».
Ofertorio: «Dios de misericordia, que nuestra oblación te
sea grata y abra para nosotros la fuente de toda bendición».
Comunión: «Recuerda la palabra que diste a tu siervo, de
la que hiciste mi esperanza. Este es mi consuelo en la aflicción» (Sal
118,49-50); o bien: «En esto hemos conocido el amor de Dios: en que Él dio
su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los
hermanos» (1 Jn 3,16).
Postcomunión (del Misal anterior, retocada con textos del
Veronense y del Misal de París del año 1782): «Que esta Eucaristía renueve nuestro
cuerpo y nuestro espíritu, para que participemos de la herencia gloriosa de
tu Hijo, cuya muerte hemos anunciado y compartido».
Ciclo A
El malvado que se convierta de
su maldad será salvado. Esto es lo que nos enseñan las lecturas primera y
tercera. San Pablo nos exhorta a tener los mismos sentimientos de Cristo,
viviendo en humildad, como él vivió.
Por su misma naturaleza, la
vocación cristiana exige una respuesta exacta y constante al designio de
Dios. De nuestra actitud de fidelidad o infidelidad a este designio depende
el que esta vocación, gratuita y amorosa, alcance su coronación,
conduciéndonos a la salvación definitiva. Ni irresponsabilidad ante la
voluntad salvífica de Dios ni presunción o falsa confianza en nosotros
mismos. Hemos de tener una actitud personal de conversión permanente.
–Ezequiel 18,25-28:
Cuando el malvado se convierta de su maldad, salvará la vida.
Ezequiel es, en la historia de la salvación, el profeta que más altamente
proclama la responsabilidad personal ante la voluntad e iniciativa divinas
sobre nuestra vida. La muerte o la vida son consecuencias de una vida
vivida en la impiedad o en la honestidad. Cada uno es responsable de sus
actos. Cada uno ha de responder con su parte a su propio destino: o con
Dios o contra Dios.
–Por eso cantamos en el Salmo
20: «Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna». Pedimos al
Señor que nos enseñe sus caminos, que nos instruya en sus sendas, que
caminemos con lealtad, porque Él es nuestro Salvador y todo el día lo
estamos esperando. Le rogamos que no se acuerde de nuestros pecados, de
nuestras maldades, que tenga misericordia de nosotros por su inmensa
bondad. El Señor es bueno y recto, enseña el camino a los pecadores, hace
caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes.
–Filipenses 2,1-11:
Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. El modelo de
fidelidad a la voluntad del Padre es el mismo Corazón de Jesucristo, Hijo
de Dios, hecho hombre para enseñar a los hombres a ser y vivir como hijos
de Dios. Oigamos a San Agustín:
«Escucha al Apóstol, que quiere
que consideremos la misericordia del Señor, quien se hizo débil por
nosotros para reunirnos bajo sus alas, como polluelos y enseñar a los
discípulos a que si alguno, superada la debilidad común, se ha elevado a
una cierta robustez, se compadezca también él de la debilidad de los otros,
considerando que Cristo descendió de su celeste fortaleza a nuestra
debilidad. Les dice el Apóstol: “tened vosotros los mismos sentimientos que
tuvo Cristo Jesús”. Dignaos, dijo, imitar al Hijo de Dios en su compasión
hacia los pequeños...
«Al decir “existiendo en la
forma de Dios”, mostró que era igual a Dios... Como todos los hombres
eligen para sí la mejor de las muertes, así eligió la peor de todas, la más
execrable para todos los judíos. Él, que ha de venir a juzgar a vivos y
muertos, no temió morir en la ignominia de la Cruz, para librar a todos los
creyentes de cualquier otra ignominia. Por tanto, se hizo obediente hasta
la muerte y muerte de Cruz. Con todo es igual a Dios por naturaleza; fuerte
en el vigor de su majestad y débil por compasión a la humanidad; fuerte
para crearlo todo y débil para recrearlo de nuevo» (Sermón 264).
–Mateo 21,28-32: Después
se arrepintió y fue. Ni la falsa fidelidad del presuntuoso, ni la
impenitencia del irresponsable son caminos de salvación. Sólo la humilde
conversión puede abrir nuestro corazón a la fidelidad ante la voluntad del
Padre, según el diseño de fidelidad del Corazón de Jesucristo. Escribe San
Jerónimo:
«Son los dos hijos descritos en
la parábola de Lucas (cf. Lc 15,11-32), uno sobrio y otro disoluto,
de los que también habla el profeta Zacarías (11,7). Primero se le dice al
pueblo pagano por el conocimiento de la ley natural: “ve y trabaja en mi
viña”, es decir, no hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti. Él
respondió con soberbia: “no quiero”. Sin embargo, después de la venida del
Salvador, hizo penitencia, trabajó en la viña de Dios y reparó con su
esfuerzo la obstinación de sus palabras. El segundo hijo es el pueblo
judío, que respondió a Moisés: “haremos todo lo que ha dicho el Señor” (Ex
24,3), pero no fue a la viña, porque después de haber muerto el hijo del
padre de familia se consideró heredero.
«Otros no creen que la parábola
se refiera a los paganos y a los judíos, sino simplemente a los pecadores y
a los justos. El mismo Señor explica a continuación sus palabras: “os
aseguro que los publicanos y las prostitutas os precederán en el Reino de
Dios”. Aquellos que por su mala conducta se habían negado a servir al
Señor, después recibieron de Juan el bautismo de penitencia; mientras que
los fariseos, que hacían profesión de justicia y se jactaban de cumplir la
Ley de Dios, despreciando el bautismo de Juan, no cumplieron los preceptos
de Dios» (Comentario al Evangelio
de Mateo 21,32).
Ciclo B
El Espíritu de Dios sopla donde
quiere: esto es lo que nos dan a entender las lecturas primera y tercera.
La segunda lectura nos enseña el buen uso que hemos hacer de las riquezas y
que éstas no pueden ser adquiridas injustamente.
Los dones que Dios ha
repartido, tanto naturales cuanto sobrenaturales, no son valores absolutos
puestos a nuestro servicio egoísta y personalmente irresponsable. Hay que
ejercitarlos con la virtud de caridad. No somos dueños absolutos. De todos
ellos hemos de dar cuenta a Dios en el día del juicio.
–Números 11,25-29:
Ojalá todo el pueblo fuera profeta. Dios reparte sus dones
gratuitamente, a quien quiere y como quiere. Pero todos los dones divinos
han de emplearse para el bien de todos y para la unidad del pueblo de Dios.
El episodio de la lectura sirve
para demostrar que el gobierno del pueblo de Dios no es un asunto de
naturaleza política o económica, sino solamente religiosa. Los dones de
Dios son distribuidos de modo que nadie puede criticarlos o hacer
recriminaciones. La Iglesia es guiada por el Espíritu en la predicación de
sus verdades y en la santificación de sus miembros por medio de los
sacramentos.
–El Salmo 18 nos
manifiesta un contenido precioso para meditar sobre la lectura anterior:
«los mandatos del Señor alegran el
corazón; la ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye
al ignorante, la voluntad del Señor es pura y eternamente estable»... Pero
podemos presumir de ello. Por eso pedimos al Señor: «preserva a tu siervo
de la arrogancia, para que no nos domine; así quedaremos libres e inocentes
del gran pecado».
–Santiago 5,1-6: Vuestra
riqueza está corrompida. También los bienes materiales caen bajo la ley
y responsabilidad de la caridad. Son dones de Dios. Pero nuestro egoísmo
puede hacerlos malditos. Así lo enseña el Concilio Vaticano II:
«Los cristianos que toman parte
activa en el movimiento económico-social de nuestro tiempo y luchan por la
justicia y la caridad, convénzanse de que pueden contribuir mucho al
bienestar de la humanidad y a la paz del mundo. Individual y colectivamente
den ejemplo en este campo. Adquirida la competencia profesional y la
experiencia, que son absolutamente necesarias, respeten en la acción
temporal la justa jerarquía de valores, con fidelidad a Cristo y a su
Evangelio, a fin de que su vida, tanto la individual como la social quede
saturada con el espíritu de pobreza. Quien,
con obediencia a Cristo busca ante todo el Reino de Dios, encuentra
en éste un amor más fuerte y más puro para ayudar a todos los hermanos, y
para realizar la obra de la justicia bajo la inspiración de la caridad» (Gaudium
et spes 72).
Clemente de Alejandría decía:
«La posesión de las riquezas es
odiosa en público y en particular cuando excede a las necesidades de la
vida: la adquisición de las riquezas es trabajosa y difícil, su
conservación penosa, y su uso
incómodo» (Pedagogo 32,3).
Y San Hilario:
«No es delito tener riquezas,
como se arregle el uso de ellas; porque aunque no se abandonen los fondos
que sirven de manantial a la limosna, esto no impide el repartir sus bienes
con los necesitados. Luego no es malo tener hacienda, sino poseerla de modo
que nos sea perniciosa. El riesgo está en el deseo de enriquecerse, y un
alma justa que se ocupa en aumentar su hacienda, se impone una pesada
carga; porque un siervo de Dios no puede adquirir los bienes del mundo sin
exponerse a juntar vicios que son inseparables de los bienes» (Comentario
al Evangelio de San Mateo 19,8).
–Marcos 9,37-42.44.46-47:
El que no está contra nosotros está a nuestro favor. El pecado de
escándalo, tan frecuentemente reprobado por Cristo, es siempre el triunfo
del egoísmo personal y de la irresponsabilidad humana sobre la ley de la
caridad y sobre las necesidades de nuestros hermanos. Cristo lo condenó con
palabras durísimas. Hay que proclamarlo por doquier, pues se nota una
insensibilidad generalizada con respecto a los escándalos: corrupciones,
pornografías, opresiones y mil formas de abusos se comenten con toda
naturalidad, sin temor de Dios, sin recriminaciones...
No pueden existir razones que
permitan ser indulgentes contra teorías, doctrinas, prácticas y costumbres
que conducen al mal o que lo presentan desnaturalizado y privado de
malicia. Es nuestra vida íntegra la que ha de proclamar nuestra fe operante
o la que puede desmentir en nosotros la verdad de nuestra religiosidad, sea
litúrgica o extralitúrgica.
Los Santos Padres han tratado
de eso con mucha precisión y muy frecuentemente. Concretamente San Basilio:
«Si aun cuando en las cosas
permitidas, y en las que nos es libre hacer o no hacer, causamos escándalo
a los débiles o ignorantes, incurrimos en una vigorosa condenación, según
dijo el Salvador con estas palabras: “mejor le sería que se arrojase en el
mar con una piedra de molino al cuello, que escandalizar a uno de estos
pequeñuelos”. Vuelvo a decir, nos ha de juzgar con tan terrible rigor sobre
las cosas permitidas, ¿qué sucederá en las cosas que son prohibidas?» (Cuestiones
10,25).
Y San Juan Crisóstomo:
«No me digáis, esto o aquello
está prohibido, ni que está permitido, siempre que habléis de alguna cosa
que escandaliza a los demás; porque, aunque la permitiera el mismo
Jesucristo, si advertís que alguno se escandaliza, absteneos, no uséis del
premio que os ha dado. De este modo procedió el grande Apóstol, no
queriendo tomar cosa alguna de los fieles, no obstante que el Señor lo
había permitido a los Apóstoles» (Homilía 21,9).
Ciclo C
La primera y tercera lecturas
enseñan que la vida de aquí abajo prepara la futura. La vida disoluta y
egoísta no puede conducir a la gloria futura. La segunda lectura nos
exhorta también a llevar una vida de fidelidad para con Dios,
Hemos de tener en cuenta los
riesgos que el vivir cotidiano supone para cuantos, conscientes o irresponsables,
olvidan temerariamente que todo hombre está llamado a rendir cuentas a Dios
al final de su existencia temporal. El amodorramiento típico de las vidas
ahogadas por el materialismo o por el egoísmo irresponsable, es la peor
droga para nuestra conciencia cristiana. Hay que reaccionar a tiempo.
–Amós 6,1,4-7: Los
que lleváis una vida disoluta, iréis al destierro. La frivolidad
egoísta o la inconsciencia de nuestra irresponsabilidad ante Dios son
caminos que llevan a la condenación.
Lo que se condena es el exceso
de riqueza y, sobre todo, la insensibilidad egoísta que degenera en desinterés no solo
religioso, sino también político y civil. A esto conduce el panorama actual
consumista, que embota las potencias del alma y la encierra en lo puramente
cuantitativo. Dios hizo todo para la utilidad del hombre. Lo que Dios no
quiere es el desorden. La Iglesia nos recuerda en sus oraciones litúrgicas
que de tal modo utilicemos las cosas temporales que no perdamos las
eternas. San Ambrosio escribe:
«Los mundanos estiman las
comodidades de la vida como grandes bienes; los cristianos las deben
considerar como perjuicios y males. Porque aquellos que reciben bienes en
este mundo, como sucedió al Rico avariento, se verán atormentados en el
otro; mas los que aquí han sufrido males como Lázaro, hallarán en el cielo
su consuelo y alegría» (Sobre los Oficios 19).
Y San Juan Crisóstomo:
«La vida presente es muy
semejante a una comedia en la que uno hace el papel de emperador; otro, de
general de ejército; otro, de soldado; otro de juez; y así los demás
estados. Y cuando llega la noche y se acaba la comedia, el que representaba
al emperador ya no es reconocido por emperador; el que hacía de juez, ya no
es juez; y el capitán, ya no es capitán;
lo mismo sucede en el día que dura esta vida, al fin de la cual cada uno de
nosotros será tratado, no según el papel que representa, sino según las
acciones que haya ejecutado» (Paranesis 3).
–El Salmo 145 nos
presenta un programa de vida con la actuación de Dios: «Él hace justicia a
los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos, abre los
ojos a los ciegos, endereza a los que ya se doblan, ama a los justos,
guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda... El Señor
reina eternamente. Alaba, alma mía, al Señor».
–1 Timoteo 6,11-16:
Guarda el mandamiento hasta la venida del Señor. Estamos destinados
a la eternidad. El camino es la fe y la actitud de fidelidad amorosa a la
Voluntad divina, aceptada con todas sus consecuencias. También nosotros tenemos
que vivir la fidelidad al mensaje, custodiarlo intacto, mantener puro el
testimonio.
El empeño de la conservación es
esencial para todas las Iglesias. Conservar intacto el depósito de la fe
quiere decir ser obediente y sumiso a toda la Palabra de Dios, no pretender
jamás agotarla, pues es trascendental. En esta conservación, aunque parezca
que es una paradoja, está la fuente de la permanente renovación de La
Iglesia. El nº 10 de la Constitución Dei Verbum del Vaticano II es
fundamental: la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la
Iglesia forman una gran unidad. Si se quita una de ellas, las otras dos se
tambalean.
–Lucas 16,19-31: Tú
recibiste bienes, y Lázaro males; ahora él encuentra consuelo, mientras tú
padeces. En la muerte no se improvisa la salvación cristiana. La vida
temporal no se vive más que una vez y, tras ella hay un juicio irrevocable
(Heb 9,27).
Jesús no dice que todos los
ricos van al infierno, ni que van por haber disfrutado de sus riquezas. El
verdadero pecado está en la insensibilidad con respecto a los necesitados,
a los pobres, y en el rechazo a una participación consciente y adecuada a
los problemas de un pueblo o de una nación, como se dice en la primera
lectura de este Domingo. Oigamos a San Ambrosio:
«Con toda intención, el Señor
nos ha presentado aquí a un rico que gozó de todos los placeres de este
mundo, y que ahora, en el infierno, sufre el tormento de un hambre que no
saciará jamás; y no en vano presenta, como asociados a sus sufrimientos, a
sus cinco hermanos, es decir, los cinco sentidos del cuerpo, unidos por una
especie de hermandad natural, los cuales se estaban abrasando en el fuego
de una infinidad de placeres abominables; y, por el contrario, colocó a
Lázaro en el seno de Abrahán, como en un puerto tranquilo y en un asilo de
santidad, para enseñarnos que no debemos dejarnos llevar de los placeres
presentes ni, permaneciendo en los vicios o vencidos por el tedio,
determinar una huida del trabajo. Trátase, pues, de ese Lázaro que es pobre
en este mundo, pero rico delante de Dios, o de aquel otro hombre que, según
el Apóstol, es pobre de palabra, pero rico en fe (Sant 2,5). En verdad, no toda pobreza es santa, ni toda
riqueza reprensible» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.
VIII,13).
LUNES
Años impares
–Zacarías 8,1-8: Yo
libertaré a mi pueblo del país de Oriente y Occidente. Son oráculos de
felicidad. Zacarías es el profeta del retorno del destierro;
reconstrucción, vida larga, alegría... Pero todo esto se realizará en
Cristo y su obra con sentido espiritual y sublime. El profeta está
convencido de que Dios está en el corazón de la ciudad como lo estaba en la
columna de fuego y en la tienda del desierto. El amor de Dios es inmenso.
Mas donde se mostró en su plenitud fue en la Encarnación del Unigénito del
Padre: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Unigénito, como dice San
Juan en el Evangelio (Jn 3,16). Este es el signo grande del amor de Dios.
–El Salmo 101 nos
ofrece un material adecuado para meditar con respecto a la lectura
anterior: «el Señor reconstruyó Sión y apareció en su gloria; los gentiles
temerán su nombre y los reyes del mundo su gloria». Es en la reconstrucción
de Sión, la Santa Iglesia, donde brilla con esplendor su gloria... Él se
inclina a la súplica de los indefensos y no desprecia sus peticiones. Esto
se escribió para las generaciones futuras hasta el fin de los tiempos; el
pueblo de Dios que fue creado alabó al Señor y lo alaba constantemente en
las celebraciones litúrgicas y fuera de ellas. El Señor miró desde su
excelso santuario, desde el cielo se fija en la miseria del hombre pecador,
escuchó los gemidos de la humanidad doliente y la salvó, libró a los
condenados a muerte. «Bendito sea el nombre del Señor».
Años pares
–Job 1,6-22: El
Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Bendito sea el nombre del Señor.
Enseña San Gregorio Magno:
«El santo varón, tentado por el
adversario, había perdido todo. Sabiendo que si el Señor no lo permitía,
Satanás no tendría fuerzas para tentarlo, no dijo: “el Señor me lo dio, el
diablo me lo quitó”, sino “el Señor me lo dio y el Señor me lo quitó”.
Quizá hubiera sido para dolerse si el enemigo hubiera quitado lo que el
Señor había dado. Pero como el que quitó fue el mismo que dio, es suyo lo
que recibió y no nuestro lo que se nos quitó. Si hemos recibido de Él los
bienes que empleamos en esta vida, ¿por qué dolerse si el mismo Juez nos
exige lo que generosamente nos había prestado? No es injusto el acreedor
que no estando sujeto al vencimiento de ningún plazo, exige lo prestado
cuando quiere. De ahí que rectamente
se añada: “como ha agradado al Señor, así ha sucedido”.
«Cuando en esta vida sufrimos
males que no queremos, debemos dirigir los esfuerzos de nuestra voluntad a
Aquel que nada injusto puede querer. Es de gran consuelo saber que las cosas
desagradables que nos ocurren, suceden por orden de Aquel a quien solo
agrada lo justo. Si sabemos que lo justo agrada al Señor y que no podemos
sufrir nada sin su beneplácito, consideraremos justos nuestros sufrimientos
y de gran injusticia murmurar de lo que justamente padecemos» (Los
Morales sobre Job lib. II,18,31).
–Con el Salmo 16
proclamamos: «Inclina el oído y escucha mis palabras. Señor, escucha mi
apelación, atiende a mis clamores; presta oído a mis súplicas, que en mis
labios no hay engaño. Emane de Ti la sentencia, miren tus ojos la rectitud.
Aunque sondees mi corazón, visitándolo de noche; aunque me pruebes a fuego,
no encontrarás malicia en mí. Yo te invoco, porque Tú me respondes, Dios
mío, inclina el oído y escucha mis palabras. Muestra las maravillas de tu
misericordia, Tú que salvas de los adversarios a quien se refugia a tu
derecha».
–Lucas 9,46-50: El
más pequeño entre vosotros es el más importante. Puso Jesús por modelo
a un niño. La humildad es una disposición del alma. Está dentro del corazón
y del espíritu profundo, que se inclina y se doblega ante la majestad del
Señor. Dice San Juan Crisóstomo:
«Todas las oraciones, ayunos,
obras de misericordia, la castidad y por último, las virtudes todas,
perecerán algún día y se destruirán si no van fundadas sobre la humildad,
porque así como la soberbia es la fuente de todos los vicios, la humildad
es el manantial de todas las virtudes... Hace Jesucristo de las
Bienaventuranzas, como una escala divina, y la primera es como un escalón
para subir a la segunda; porque la humildad del corazón va sin repugnancia
a llorar sus pecados. Esto será como
un efecto necesario, benigno, justo y misericordioso. El que esté lleno de
benignidad, justicia y misericordia, tendrá puro el corazón. El que tenga
puro el corazón, será sin duda pacífico; y el que posea todas estas
virtudes, no temerá los peligros, ni se turbará con cuantas calamidades
carguen sobre él» (Homilía 15, 43-44).
MARTES
Años impares
–Zacarías 8,20-23:
Vendrán pueblos incontables a consultar al Señor en Jerusalén. El
profeta se abre al universalismo. La Jerusalén celeste que celebra no es un
ghetto. Abre ampliamente sus puertas a los paganos. Zacarías aparece
como esencialmente misionero. No se trata de un simple retorno de emigrados
a su país. Los paganos los acompañarán para conocer su fe y unirse a ella.
Todo esto solo se realizó en Cristo y en su obra redentora. La Iglesia es
en realidad la Jerusalén abierta a todos los pueblos. Fue el mismo Jesús el
que dio el mandato: «id a todos los pueblos y predicad la buena nueva; el
que crea se salvará, el que no crea será condenado» (Mt 28,19; Mc
16,15-18). De ese mandato parte siempre la condición misionera de toda la
Iglesia, de todo cristiano.
–El Salmo 86 es
como un eco de la profecía de Zacarías: el universalismo, que en realidad
solo se vio en la obra de Cristo y así se ve en la actualidad. La única
religión abierta a todas las naciones, a todos los pueblos y a todos los
hombres es el cristianismo. Por eso con toda razón podemos cantar acerca de
la Iglesia: «Dios está con nosotros. Él la ha cimentado sobre el monte
santo, el Señor la prefiere a todo lo demás, a todas las moradas de Jacob.
¡Qué pregón para ti, ciudad de Dios! Puede contar todos los pueblos entre
sus fieles, todos han nacido allí... El Altísimo en persona la ha fundado».
La Iglesia se extiende por
doquier. Su esplendor es inmenso, no obstante las persecuciones y las
infidelidades de algunos de sus hijos. Son innumerables sus santos y
continúa la lista sin parar. Lo vemos constantemente por las
beatificaciones y canonizaciones. Verdaderamente «Dios está con nosotros».
Años pares
–Job 3,1-3.11-17.20-23:
Gran sufrimiento. Dolor de haber nacido. Maldecir es afirmar el
carácter infernal de la vida, es definir el mal como reverso del bien.
Preguntar por el mal es una cuestión que ha existido siempre y existe
también hoy. ¿Por qué el mal? Enseña San Gregorio Magno:
«Si analizamos con finura las palabras del santo Job,
descubrimos que su maldición no procede de la malicia del pecador, sino de
la rectitud del Juez; no es la ira de un hombre alterado, sino la enseñanza
de un hombre tranquilo. El que maldijo, pronunciando palabras tan rectas,
no cayó en el vicio de la perturbación, sino que se entregó al magisterio
de la doctrina. Vio, en efecto, a sus amigos llorar con grandes gritos, vio
cómo se rasgaban las vestiduras, vio cómo echaban polvo sobre sus cabezas,
vio cómo enmudecían al contemplar su estado, y el santo varón advirtió que
sus amigos –que deseaban la prosperidad temporal y que lo juzgaban según su
propia mentalidad–, creían que las desgracias temporales eran las que a él
le afligían. Advirtió que el llanto desesperado de los amigos, derramado
por una aflicción pasajera, no hubiera sido tal si ellos mismos no hubieran
apartado su mente de la esperanza de la salud interior.
«Así, prorrumpiendo por fuera
con un grito de dolor, muestra la virtud de la medicina a los que están
enfermos por dentro, diciendo: “perezca el día en que nací” ¿Qué se debe
entender por el día del nacimiento sino todo este tiempo de nuestra
condición mortal? Mientras éste nos retiene en nuestro estado actual de
corruptibilidad, no nos aparece la inmutabilidad de la eternidad. Por eso,
quien ve ya el día de la eternidad, a duras penas soporta el día de su
condición mortal... ¿Qué significa, por tanto maldecir el día del
nacimiento, sino decir claramente: “perezca el día de la corrupción y surja
la luz de la eternidad”?» (Morales sobre Job lib.IV,1,3-4).
–Sigue este tema en el Salmo
87: «Llegue, Señor, hasta ti mi súplica. Señor, Dios mío, de día te
pido auxilio, de noche grito en tu presencia; llegue hasta ti mi súplica,
inclina tu oído a mi clamor, porque mi alma está colmada de desdicha, mi
vida está al borde del abismo; ya me cuentan con los que bajan a la fosa; soy
como un inválido, tengo mi cama entre los muertos, como los caídos que
yacen en el sepulcro, de los cuales ya no guardas memoria, porque fueron
arrancados de tu mano. Me has colocado en lo hondo de la fosa, en las
tinieblas del fondo. Tu cólera pesa sobre mí. Me echas encima todas tus
olas».
–Lucas 9,51-56: Decide
Jesús ir a Jerusalén, donde sufrirá la pasión y la muerte en la cruz.
Rehúsa castigar a las ciudades de Samaría, que no quieren recibirle. San
Ambrosio comenta:
«Y si Él increpó a sus discípulos porque querían
que descendiera fuego sobre aquellos que no recibieron a Cristo, nos quiere
enseñar con ello que no siempre hay que vengarse de los que pecan, porque a
veces la clemencia tiene grandes ventaja,
para adquirir más paciencia y lograr así la corrección del culpable.
Además, los samaritanos creyeron más pronto en aquellos que apartaron el
fuego de aquel lugar.
«Al mismo tiempo aprende que Él
no quiso ser recibido por aquellos de quienes sabía que no se convertían
con una mente sincera; pues, de haberlo querido, habría hecho hombres
entregados aun de esos mismos que estaban dominados por el egoísmo...Pero
el Señor hace admirablemente las cosas. Él no recibe a nadie que se entrega
con presunción ni se enfada para castigar a quienes, egoístamente, rechazan
a su propio Señor, y actúa así con el fin de enseñarnos que la virtud
perfecta no guarda ningún deseo de venganza y que donde esté presente la
verdadera caridad, no tiene lugar la ira y, en fin, que la debilidad no
debe ser tratada con dureza, sino que debe ser ayudada. La indignación está
tan lejos de las almas piadosas, como lo está el deseo de venganza de las
almas magnánimas y la amistad irreflexiva y la necia simplicidad, de las
almas prudentes» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,27-28).
MIÉRCOLES
Años impares
–Nehemías 2,1-8: Reconstrucción
de la ciudad. Ha comprendido Nehemías que sus privilegios no pueden
quedar para sí mismo, sino que ha de ponerlos al servicio de su pueblo. Por
eso fue a Palestina en calidad de especialista delegado para asesorar a sus
compatriotas, que no llegan a organizarse en la independencia. Hemos de
tener una actitud de servicio como Cristo que, sirviendo a Dios, salva a
los hombres, reparando así una negativa de servir. Él nos reveló cómo
quiere ser servido el Padre: quiere que se consuman en el servicio de sus
hermanos, como lo hizo Cristo. «El Hijo del Hombre no vino para ser
servido, sino para servir y dar su vida» (Mc 10,45). «Yo estoy en medio de
vosotros como el que sirve» (Lc 22,27).
–El Salmo 136 nos
evoca algo de las circunstancias de la lectura anterior: «Que se me pegue
la lengua al paladar si no me acuerdo de ti... ¡Cómo cantar un cántico del
Señor en tierra extranjera! Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me
paralice la mano derecha. Que se me pegue la lengua al paladar si no me
acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías».
Años pares
–Job 9,1-12.14-16:
El hombre no es justo frente a Dios. Job ensalza, con una especie de
himno de alabanza, la grandeza de Dios creador, ante el cual se reconoce
incapaz de justificarse. Desde el principio existe Dios, y su existencia se
impone como un hecho inicial que no tiene necesidad de ninguna explicación.
Dios no tiene origen ni devenir. Dice San Agustín:
«El que desea con ansia a Dios,
canta de corazón sus alabanzas, aunque su lengua calle; pero el que no le
desea, por más que esté hiriendo con sus clamores los oídos de los hombres,
es mudo en la presencia de Dios» (Comentario al Salmo 86).
San Anselmo:
«Siempre está Dios presente a
Sí mismo: sin poderse olvidar se está contemplando y amándose. Si estáis,
pues, según vuestra capacidad, infatigablemente ocupados en la memoria de
Dios: si le estáis mirando sin cesar con los ojos del espíritu, y vuestro
corazón se abrasa en su amor, seréis una perfecta imagen suya, porque
procuraréis hacer lo que Dios hace siempre. El hombre debe referir toda su
vida a la memoria, al conocimiento, y al amor del Supremo Bien. Debéis,
pues, aplicar todos los pensamientos, y excitar y conformar de tal suerte
los movimientos de vuestro corazón, que jamás se canse el alma de suspirar
por Dios, y de respetar la memoria de Dios, y adelantarse en el
conocimiento de Dios: de hacer nuevos progresos en el amor de Dios y de
remontarse a la nobleza de su origen, y en fin, acordándonos de que fuimos
criados a la semejanza de Dios: porque como dijo el Apóstol: no debe el
hombre cubrir su cabeza cuando ora, por ser la imagen de Dios y la
expresión de su gloria (cf. 1Cor 10,7)» (Primera meditación, Obras
completas BAC 100,291).
–Con el Salmo 88
decimos: «Llegue, Señor, hasta Ti mi súplica». El salmista es como Job,
aquejado de un mal incurable que le roe, un mal repugnante, que le mantiene
alejado del resto de los hombres; un mal que no hay que buscarlo fuera de
él, ni en unos enemigos que le persiguen, ni en calumniadores que le
atacan, o en jueces injustos que le condenan. Su mal lo lleva dentro de su
alma, porque su mal es la misma muerte que le va royendo las entrañas. Piensan
algunos que es el Salmo más triste de todo el salterio: «¿Por qué, Señor,
me rechazas y me escondes tu rostro?».
–Lucas 9,57-62: Te
seguiré a donde vayas. Comenta San Agustín:
«Estableced una jerarquía, un orden
y dad a cada uno lo que se le debe. No sometáis lo primario a lo
secundario. Amad a los padres, pero anteponed a Dios. Contemplad a la madre
de los Macabeos... Oíd a Dios, anteponedle a mí, no os importe el que me
quede sin vosotros. Se lo indicó y lo cumplieron. Lo que la madre enseñó a
los hijos, eso enseñaba nuestro Señor Jesucristo a aquel a quien decía: “sígueme”... Atribuye de
forma absoluta a su piedad el ser justo, y el ser pecador atribúyelo a tu
maldad. Sé tú el acusador y Él será tu indultador. Todo crimen, todo
delito, todo pecado se debe a nuestra negligencia, y toda virtud, toda
santidad a la divina clemencia. Él eligió a los que quiso. Te llama el
Oriente y tú miras al Occidente» (Sermón 100).
JUEVES
Años impares
–Nehemías 8,1-4.5-67-12:
Esdras abrió el libro de la Ley, pronunció la bendición y el pueblo
respondió: Amen. Amén. La Palabra ocupa en todo este relato un lugar
esencial: convoca al pueblo, se lee durante siete días, es traducida y
comentada. Los organizadores velan por su comprensión y la adhesión de los
fieles. La Palabra es, por lo mismo, elemento constitutivo de la asamblea
litúrgica. También en el cristianismo tiene un relieve especial. San
Cipriano escribe:
«En los juicios, en las
oraciones de los tribunales, hágase ambiciosa ostentación de las riquezas
de la elocuencia. Mas cuando se habla de Dios, la pura sinceridad de las
palabras no estriba en las fuerzas de la elocuencia para los argumentos de
la fe, sino en las cosas. Toma no sentencias discretas, sino fuertes; no las
adornadas con expresiones cultas para halagar a los oídos del pueblo, sino
verdades desnudas y sencillas para predicar la benignidad divina» (Carta
I a Donato).
San Juan Crisóstomo dice:
«Meditad las Escrituras. No
quiere Jesucristo que nos contentemos con la simple lectura de las
Escrituras, sino que profundizando, por decirlo así, hasta la médula,
saquemos toda la sustancia, pues acostumbra la Escritura a encerrar en
pocas palabras una infinidad de sentidos» (Homilía 37 sobre el
Génesis, 104).
Y San Cirilo de Alejandría:
«La Sagrada Escritura nos
enseña cuál es la fuerza del amor a Jesucristo nuestro Señor: también nos
lo enseñó Éste por sí mismo, cuando dijo: “El que me ama, que me siga y
esté conmigo, por todas partes por donde yo estuviera”. Porque es preciso
que siempre estemos en su presencia: que le amemos, que le sigamos por
todas partes, y que no nos alejemos jamás de Él. Todo esto lo cumpliremos,
si buscamos su gloria» (Homilía 3,13).
–Con el Salmo 18
decimos: «Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón. La ley
del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante. La norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.
La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor
son verdaderos y enteramente justos. Son más preciosos que el oro fino, más
dulces que la miel de un panal que destila». Por eso hemos de amarlos y
observarlos totalmente.
Años pares
–Job 19,21-27: Yo
sé que mi Redentor está vivo. Job implora la piedad de sus amigos, que
se encarnizan contra él en el
momento de la prueba. Proclama su fe en Dios, el único Viviente, que
acabará haciéndole justicia. Escribe San Jerónimo:
«Job, dechado de paciencia,
¿qué misterios no contiene en sus palabras? Empieza en prosa, prosigue en
verso y termina nuevamente en prosa, y fija las reglas de toda dialéctica
en el modo de utilizar la proposición, la inducción, la confirmación y la
conclusión. Cada palabra está llena de sentidos, y para no decir nada de
otros puntos, profetiza de tal manera la resurrección de los cuerpos, que
nadie ha escrito de ella ni más clara ni más prudentemente; dice: “sé que
mi Redentor vive y que al fin he de levantarme otra vez de la tierra. Y
otra vez he de rodearme de mi piel y en mi carne veré a Dios y lo veré yo
mismo, y lo contemplarán mis ojos y no otro. Esta esperanza ha sido puesta
en mi interior” (Job 19,25-27) (Carta 53,8 a Paulino,
presbítero).
–Es un gran consuelo meditar
estas palabras con el Salmo 26: «Espero gozar de la dicha del
Señor en el país de la vida. Escúchame, Señor, que te llamo, ten piedad de
mí, respóndeme. Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré,
Señor, no me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que Tú
eres mi auxilio; no me deseches... Espera en el Señor; sé valiente, ten
ánimo, espera en el Señor». Comenta San Agustín:
«Tu rostro buscaré, Señor...
Magnífico, nada puede decirse más excelente... Todo lo que existe fuera de
Dios no es deleite, para mí. Quíteme el Señor todo lo que quiera darme y
déseme Él» (Comentario al Salmo 26,8).
–Lucas 10,1-12: Vuestra
paz descansará sobre ellos. Nótese la importancia de acoger a los
mensajeros del Señor. Comenta San Ambrosio:
«Hay otra virtud que se
desprende de este pasaje, y es la de no pasar de una cosa a otra llevado de
un sentir vagabundo, y eso con el fin de que guardemos la constancia en el
amor a la hospitalidad y no rompamos con facilidad la unión de una amistad
sincera, antes bien llevemos ante nosotros el anuncio de la paz, de suerte
que nuestra llegada sea secundada con una bendición de paz, contentándonos
con comer y beber lo que nos presentaren, no dando lugar a que se
menosprecie el símbolo de la fe, predicando el Evangelio del Reino de los
Cielos, y sacudiendo el polvo de los pies si alguien nos juzgase indignos
de ser hospedados en su ciudad» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas
lib.VII,64).
VIERNES
Años impares
–Baruc 1,15-22: Pecamos
contra el Señor no haciéndole caso. El pueblo ofrece al Dios de sus padres
su humilde súplica, confesando sus pecados de infidelidad y desobediencia.
A lo largo de la Sagrada Escritura vemos cómo Dios exige que el pecador se
aparte de su pecado y vuelva a Él. Escribe San Cipriano:
«¡Qué vergonzoso es en un
cristiano, siendo él un siervo, huir del trabajo y no querer padecer por
sus pecados, habiendo padecido Jesucristo por los nuestros, siendo el
Señor! Si el Hijo de Dios padeció por hacernos a nosotros también hijos,
¿cómo los hombres rehúsan el padecer por conservar la calidad de hijos de Dios y semejantes a Jesucristo?»
(Carta 56, a
Cornelio,6). Y el mismo autor dice:
«¡Ah, miserable, has perdido tu
alma, has empezado a sobrevivir a tu muerte espiritual, y a llevar andando
por este mundo tu mismo sepulcro y no lloras amargamente! ¡No te escondes y
ocultas, o por la vergüenza del
delito, o por la continuación de los lamentos! Ve aquí las peores heridas
de los pecadores; ve aquí los mayores delitos. ¡Haber pecado, y no dar
satisfacción! ¡Haber delinquido, y no llorar los delitos!» (Sobre los
lapsos 13).
–Con el Salmo 78
decimos: «Por el honor de tu nombre, sálvanos, Señor». Lamentación por la
destrucción del templo y de la ciudad. También nosotros debemos llorar la
destrucción y devastación de tantos templos vivos de Dios por el pecado de
los hombres. Es una ruina peor, con peores consecuencias. Por eso hemos de
implorar la misericordia divina sobre nosotros y sobre todos los hombres.
En verdad, «han profanado el templo santo de Dios, han reducido Jerusalén a
ruinas, echaron los cadáveres de los siervos de Dios en pasto a las aves
del cielo y su carne a las fieras de la tierra. Hemos sido el escarnio de
nuestros vecinos, la irrisión y burla de los que nos rodean... Socórrenos,
Señor Dios y Salvador nuestro, por el honor de tu nombre, líbranos y
perdona nuestros pecados a causa de tu nombre».
Años pares
–Job 38,1.12-21.39.33-35:
Dios da a conocer la obra de la creación, y ante ésta la inteligencia
humana se siente impotente. Job acata los designios misteriosos de Dios.
Enseña San Gregorio Magno:
«Con razón se designa con el
nombre de amanecer o alba a toda la Iglesia de los elegidos, ya que el
amanecer o alba es el paso de las tinieblas a la luz de la fe. Y así, a
imitación del alba, después de las tinieblas se abre al esplendor de la
claridad celestial... Efectivamente, la santa Iglesia, por su deseo del don
de la vida celestial, es llamada alba, porque, al tiempo que va desechando
las tinieblas del pecado, se va iluminando con la luz de la justicia» (Morales
sobre Job 29,2-3).
–Con el Salmo 138
decimos: «Guíame, Señor, por el camino eterno. Señor, Tú me sondeas y me
conoces... de lejos penetras mis pensamientos, distingues mi camino y mi
descanso, todas mis sendas te son familiares... Si escalo el cielo allí
estás Tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. Donde quiera que
vaya, allí está Dios. ¡Qué alegría! Él es mi salvación». Debo ser
consciente de esta presencia de Dios en mi vida... «Te doy gracias, Señor,
porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras».
–Lucas 10,13-16: Quien
rechaza a Cristo, rechaza al Padre que le envió. Cristo recrimina la
falta de fe. Hemos de vivificar nuestra fe. Así lo enseña San Ireneo:
«La única fe verdadera y
vivificante es la que la Iglesia distribuye a sus hijos, habiéndola
recibido de los Apóstoles. Porque, en efecto, el Señor de todas las cosas
confió a sus apóstoles el Evangelio, y por ellos llegamos nosotros al
conocimiento de la verdad, esto es, de la doctrina del Hijo de Dios. A
ellos dijo el Señor: “el que a vosotros oye, a Mí me oye y el que a
vosotros desprecia a Mí me desprecia, y el que me desprecia a Mí, desprecia
al que me envió” (Lc 10,16). No hemos llegado al conocimiento de la
economía de nuestra salvación si no es por aquellos por medio de los cuales
nos ha sido transmitido el Evangelio. Ellos entonces predicaron, y luego,
por voluntad de Dios, nos lo entregaron en las Escrituras, para que fueran
columna y fundamento de nuestra fe» (Contra las herejías 3,1,1-2).
SÁBADO
Años impares
–Baruc 4,5-12.27-29:
El que os mandó las desgracias os mandará el gozo eterno. Reconoce
el pecado que han cometido, pero los exhorta a la penitencia y al
arrepentimiento, para volver a encontrar el gozo eterno junto al Señor. El
pecado es siempre fuente de desgracias personales y colectivas. Cuando el
hombre peca gravemente se pierde para sí mismo y para Dios. Escribe
Orígenes:
«Así como el médico procura con
medicamentos atraer a la parte exterior del cuerpo ciertas enfermedades o
daños interiores, aunque ocasione en esta operación al paciente más crueles
dolores de los que padecía, del mismo modo Dios, cuando ve que nuestros
males espirituales penetran hasta lo íntimo, saca al público la iniquidad
que estaba oculta, para que nos reconozcamos y apliquemos los remedios
oportunos» (Comentario al Éxodo 2).
Y San Ambrosio:
«Nuestro pecado es nuestro
mayor enemigo; esto nos turba en el reposo, nos aflige en la salud, nos
entristece en el gozo, nos inquieta en la tranquilidad, mezcla su amargura
en nuestra misma dulzura y nos despierta en el descanso del sueño. Por el
pecado, nos vemos convencidos sin acusador sin verdugo; atados sin cadenas
y vendidos sin que nadie nos haya
puesto en venta» (Comentario al Salmo 37,45).
San Juan Crisóstomo dice:
«Pongamos todos los días
delante de nuestros ojos los pecados que hemos cometidos después del
bautismo, para que esta memoria nos sirva como de freno que nos tenga
continuamente en la humildad y la modestia» (Homilía 31,9).
–Con el Salmo 68
decimos: «El Señor escucha a los pobres. Miradlo los humildes y alegraos,
buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. No desprecia el Señor a los
cautivos, a los pecadores, sino que los llama al arrepentimiento... El
Señor salvó a Sión y reconstruyó las ciudades de Judá y las habitaron en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredarán, los que amaron su nombre vivirán en
ella». También nosotros poseeremos la gran Ciudad de Dios si nos
arrepentimos de nuestros pecados. Por eso entonamos un himno de alabanza y
pedimos que lo alaben el cielo, la tierra, las aguas y cuanto hay en ellas.
Años pares
–Job 42,1-3.5-6.12-16:
Job reconoce que ha hablado con ligereza, se arrepiente de sus palabras,
y Dios le premia. Job ha reflexionado durante mucho tiempo, ha
discutido con sus amigos. Ha penetrado en los designios de Dios y ha
descubierto la grandeza del pensamiento divino. Adopta la actitud primera
de aceptar la Voluntad de Dios generosamente. Se convence de que la
Sabiduría de Dios es inalcanzable y reconoce el valor del sufrimiento. La
Cruz es la gran revelación de Dios para Job y para nosotros. San Juan
Crisóstomo enseña:
«La cruz nos trae admirable
utilidad: ella nos sirve de arma saludable y es un escudo impenetrable contra los tiros del
demonio. Armémonos con la Cruz en la guerra que nos hace, no llevándola
solamente como estandarte, sino sufriendo los trabajos que son el verdadero
aparato de la cruz» (Homilía 13).
–Con el Salmo 118
proclamamos: «El Señor hace brillar su rostro sobre su siervo. Nuestra vida
ha de gustar y comprender los mandatos del Señor y fiarnos de ellos». El
sufrir es bueno para nosotros, hemos de reconocerlo. Así aprendemos mejor
los mandamientos del Señor. Reconocemos con Job que los mandamientos del
Señor son justos y que con razón nos hizo sufrir, participar en la cruz de su
Hijo bienamado. Somos siervos del Señor, pidámosle luces para conocer sus
preceptos y cumplirlos. «La explicación de sus palabras ilumina, da
inteligencia a los ignorantes».
–Lucas 10,17-24: Estad
alegres, porque vuestros nombres están escritos en el cielo. Los
discípulos vuelven contentos de la misión evangelizadora, pero Jesús les
indica la verdadera alegría. Comenta San Agustín:
«Si a uno no le dio resucitar
muertos, y a otro no le hizo el don de la palabra, a todos, sin embargo,
les dio... ¿Qué?: “Aprended de Mí
que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). ¿Qué sirve hacer milagros,
si es soberbio el que los hace, si no es humilde y manso de corazón? ¿Acaso
no será contado en el número de quienes al fin de los siglos han de salir
diciendo: Pues, “¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre cantidad
de prodigios?” Y ¿qué respuesta oirán? “No os conozco. Apartaos de mí todos
los obradores de iniquidad”. ¿Qué, pues, conviene que aprendamos?... Una
caridad acendradísima, noble, sin fastuosidad, sin altivez, sin doblez» (Sermón
142, 11-12).
SEMANA 27
DOMINGO
Entrada: «En tu poder, Señor, está todo; nadie puede
resistir a tu decisión. Tú creaste el cielo y la tierra y las maravillas todas
que hay bajo el cielo. Tú eres dueño del universo» (Est 13,9-11).
Colecta (del Misal anterior, antes en el Gelasiano y
Gregoriano): «Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso desbordas
los méritos y deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu
misericordia, para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos
concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir».
Ofertorio (compuesta con textos del Veronense): «Recibe,
Señor, la oblación que tú has instituido, y por estos santos misterios que
celebramos para darte gracias, santifica a los que tú mismo has redimido».
Comunión: «Bueno es el Señor para el que espera en Él,
para el alma que le busca» (Lam 3,25) o: «El Pan es uno, y así nosotros,
aunque seamos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque comemos todos del
mismo Pan y bebemos del mismo Cáliz» (1 Cor 10,17).
Postcomunión (compuesta con un texto del Sermón 63 de San
León Magno): «Concédenos, Señor todopoderoso, que de tal manera saciemos
nuestra hambre y nuestra sed en estos sacramentos, que nos transformemos en
lo que hemos recibido».
Ciclo A
La viña del Señor es aludida en
las lecturas primera y tercera. San Pablo invita a los cristianos a vivir
intensamente bajo la mirada de Dios y a cultivar todas las virtudes.
En esta celebración se nos
invita a examinar humildemente nuestra vida cristiana y a considerar
sinceramente los frutos de santidad que ha logrado en nosotros la gracia de
Cristo.
–Isaías 5,1-7: La
viña del Señor de los ejércitos es la Casa de Israel. El cántico de Isaías
contra la viña estéril, a pesar de ser tan cuidada por el Señor, es anuncio
de la reprobación del «Israel de la carne» (Rom 9,30ss), que se
resiste a la voluntad de Dios. San Basilio comenta:
«Él no cesa en toda ocasión de
explicar esta analogía de las almas humanas con la viña. “Mi amigo, dice,
tenía una viña... Yo planté una viña”... (Is 5,1; Mt 21,33). Son
evidentemente las almas de los hombres a los que llama su viña; aquellas
que Él ha rodeado de una cerca, la seguridad que dan sus preceptos y la
guarda de sus ángeles... Y después, como una empalizada plantada a nuestro
alrededor, en primer término a los apóstoles, en segundo lugar a los
profetas y luego a los doctores. Por los ejemplos de los hombres santos
antiguos ha elevado nuestros pensamientos a lo alto, sin dejar que caigan
por tierra ni sean pisoteados. Quiere que los abrazos de la caridad, como
los sarmientos de la vid, nos unan al prójimo y nos hagan descansar en él,
a fin de que nuestros continuos esfuerzos hacia el cielo, como sarmientos
trepadores, se eleven hasta las cimas más elevadas. Nos manda que nos
dejemos labrar. Un alma está escardada cuando echa de sí las preocupaciones
mundanas, que son un peso para nuestro corazón. Consecuentemente, quien
echa de sí el amor carnal, el apego a las riquezas, y tiene como odioso y
despreciable el deseo apasionado de
esta gloria miserable, está como labrado y respira libre del peso vano de
los pensamientos terrenos»... (Homilía 5,6 sobre el Hexamerón).
–El Salmo 79 medita el
mismo tema: «Sacaste, Señor, una vid de Egipto, expulsaste a los gentiles y
la transplantaste. Extendió sus sarmientos en el mar y sus brotes hasta el
Gran Río. ¿Por qué has derribado su cerca para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes
y se la coman las alimañas?» Es necesario el arrepentimiento y la petición
de perdón: «Dios de los Ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó y que tú hiciste
vigorosa. No nos alejaremos de ti, danos vida, para que invoquemos tu
nombre. Señor, Dios de los Ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y
nos salve».
–Filipenses 4,6-9: El
Dios de la paz estará con vosotros. El Nuevo Pueblo de Dios, la
Iglesia, ha de evidenciar su amorosa fidelidad a Cristo y a su Evangelio
por la santidad de vida de sus miembros. San Agustín escribe:
«Pero a ciertas horas
sustraemos la atención a las preocupaciones y negocios, que nos entibian en
cierto modo el deseo, y nos entregamos al negocio de orar; y nos excitamos
con las mismas palabras de la oración a atender mejor el bien que deseamos,
no sea que lo que comenzó a entibiarse se enfríe del todo y se extinga por
no renovar el fervor con frecuencia. Por lo cual dijo el mismo Apóstol:
“vuestras peticiones sean patentes a Dios” (Flp 4,6). Eso no hay que
entenderlo como si tales peticiones tuvieran que mostrarse a Dios, pues ya
las conocía antes de que se formulasen; han de mostrarse a nosotros en
presencia de Dios por la perseverancia, y no ante los hombres por la
jactancia» (Carta 130,
a Proba 18).
San Jerónimo comenta:
«También la paz será obra de la
justicia; “aquella paz que, según el apóstol, supera todo sentido” (Flp
4,7). Y el culto de la justicia, el silencio, para que adores al Señor no con
muchas palabras de los judíos, sino en la brevedad de la fe; y descansen
seguros con la paz eterna y sus riquezas esté en sus tabernáculos» (Comentario
sobre el profeta Isaías).
–Mateo 21,33-43: Arrendará
la viña a otros labradores. La parábola de los viña-dores presuntuosos
es una condenación evangélica de todo engreimiento, que siempre es estéril,
rebelde y presuntuoso ante los designios divinos de salvación, realizados
en el misterio de Cristo Redentor. Oigamos a San Juan Crisóstomo:
«Y justamente se les propuso una parábola,
fue porque ellos mismos pronunciaran su sentencia. Lo mismo sucedió con
David, cuando él mismo sentenció en la parábola del profeta Natán (2 Re
12,6). Mas considerad, os ruego, cuán justa es la sentencia aun por el solo
hecho de que los mismos que han de ser castigados se condenan a sí mismos.
Luego, para hacerles ver que no solo la justicia pedía su castigo, sino que
de antiguo lo había predicho la gracia del Espíritu Santo, y era, por lo
mismo, sentencia de Dios, el Señor les alega la profecía y vivamente los
reprende diciendo: ‘‘¿Nunca habéis leído que la piedra que los
constructores rechazaron?’’... Modos todos de manifestarles que ellos, por
su incredulidad, habían de ser rechazados e introducidas en su lugar las
naciones» (Homilía 68,2 sobre San Mateo).
Ciclo B
El autor de la Carta a los
Hebreos nos muestra a Cristo como el Redentor que vino a salvar a los
hombres y a unirlos en una sola raza, para conducirlos a Dios. Y las
lecturas primera y tercera tratan del tema del matrimonio cristiano. Nos
manifiestan la original decisión divina de diferenciar al ser humano en
hombre y en mujer, para asociarlos así, de modo connatural y maravilloso, a
la obra creadora en la propagación de la vida humana en el tiempo y para la
eternidad.
–Génesis 2,18-24: Serán
los dos una sola carne. Hombre y mujer tienen, según el designio
divino, la misma dignidad de hijos de Dios. La Sagrada Escritura re-vela a
todos un conjunto de profundas verdades que no fueron descubiertas ni por
la especulación filosófica, antigua o moderna, ni por las religiosidades
paganas. El autor sagrado enseña en el nombre de Dios la perfecta igualdad
del hombre y de la mujer, la superioridad de los mismos al mundo animal, y
su unión íntima en el matrimonio, en el que las más profundas exigencias
naturales se purifican y perfeccionan en un amor que vincula para siempre.
–El Salmo 127 es un
canto a la felicidad doméstica de quien teme al Señor: «Dichoso el que teme
al Señor y sigue su camino. Comerás del fruto de tu trabajo... Tu mujer
como parra fecunda... Tus hijos como renuevos de olivo... Que te bendiga el
Señor desde Sión, que veas a los hijos de tus hijos. Paz a Israel».
–Hebreos 2,9-11: El
Santificador y los santificados proceden todos del mismo. Cristo Jesús,
Hijo de Dios, hecho hombre, es quien ha llevado a su auténtica dignidad al
ser humano: destinándolo a la eternidad y regenerándolo con su sangre
redentora. El autor de la Carta quiere demostrar que la altísima dignidad
de los cristianos, pues su Cabeza, Cristo Jesús, ha recibido una doble
gloria: fue anunciado por los profetas y ha renovado en el hombre su
dignidad perdida, según el Salmo 8, elevándolo a una excelsa condición
divina. Por tanto, todos los hombres, pasados, presentes y futuros tienen
relación con Él. Y por eso mismo, entre Jesús y nosotros hay un común
destino, que solo con Él y por Él podemos alcanzar.
–Marcos 10,2-6: Lo
que Dios ha unido que no lo separe el hombre. La obra redentora de
Cristo Jesús tuvo que rescatar también la institución matrimonial de la
profunda degradación a que había sido llevada por el pecado de los hombres.
La alianza matrimonial, por la que el
varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio para toda la
vida, ordenado por la misma índole natural al bien de los cónyuges y a la
generación y educación de los hijos, fue elevada por Cristo en los
bautizados a la dignidad de sacramento. Y así escribe Tertuliano:
«No hay palabras para expresar
la felicidad de un matrimonio que la Iglesia une, la oblación divina
confirma, la bendición consagra, los ángeles lo registran y el Padre lo
ratifica. En la tierra no debe los hijos casarse sin el consentimiento de
sus padres. ¡Qué dulce es el yugo que une a dos fieles en una misma
esperanza, en una misma ley, en un mismo servicio! Los dos son hermanos,
los dos sirven al mismo Señor, no hay entre ellos desavenencia alguna, ni
de carne ni de espíritu.
«Son verdaderamente dos en una
misma carne; y donde la carne es una y el espíritu es uno. Rezan juntos,
adoran juntos, ayunan juntos, se enseñan el uno al otro, se soportan
mutuamente. Son iguales en la iglesia, en el banquete de Dios. Comparten
por igual las penas, las persecuciones, las consolaciones. No tienen
secretos el uno para el otro; nunca rehuyen la compañía mutua; jamás son causa
de tristeza el uno para el otro... Cantan juntos los salmos e himnos. En lo
único que rivalizan entre sí es ver quién de los dos cantará mejor. Cristo
se regocija viendo a una familia así, y les envía su paz. Donde están
ellos, allí está también Él presente, y donde está Él el Maligno no puede
entrar» (A su esposa 2,8).
Ciclo C
Las lecturas primera y tercera
nos hablan del valor de la fe. San Pablo nos exhorta a ser valientes para
testimoniar a Cristo. Vivir de la fe es más que haber aceptado un mensaje doctrinal
o que profesar una ideología religiosa, acatando unos principios
doctrinales, éticos o morales. La fe cristiana es ante todo una entrega
personal a Dios, en respuesta a la persona y a la palabra viva de Cristo
Jesús, el Hijo de Dios, que se hace hombre para hacer a los hombres hijos
de Dios. La vida para los creyentes, como para San Pablo, no tiene sentido
si no está centrada realmente en Cristo y marcada siempre por su evangelio.
–Habacuc 1,2-3;2,24: El
justo vivirá de la fe. Al final de la vida, el hombre será juzgado por
el Señor. Y mientras el incrédulo se hace cada vez más digno de reprobación
por su fatuidad interior, el justo se santifica cada día más por su vida de
fe y su fidelidad al Espíritu Santo. Comenta San Agustín:
«Si dijéramos que carecemos en
absoluto de justicia, negaríamos los dones de Dios. Si carecemos en
absoluto de justicia, carecemos también de la fe, y si no tenemos fe, ni
siquiera somos cristianos. Si tenemos fe, algo de justicia poseemos.
¿Quieres conocer la medida de ese algo? “El justo vive por la fe” (Hab
2,3). El justo, digo, vive por la fe, puesto que cree lo que no ve» (Sermón
158,4).
La fe es un don de Dios, una
virtud sobrenatural infundida por Él. Para llegar a la fe y permanecer en
ella es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda con el
auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a
Dios, abre los ojos del alma y concede a todos facilidad para aceptar y
creer la verdad.
–Escuchad la voz del Señor,
exhorta el Salmo 94: «No endurezcáis el corazón, como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto». Dios es el Señor, y nosotros somos su
pueblo. Él habla a nuestro corazón.
–2 Timoteo 1,6-8.13-14: No
tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor. La fortaleza se ve
muchas veces puesta a prueba, y la caridad y la prudencia son los signos
del verdadero creyente en Cristo. La fe no ha de reducirse a una forma de
conocimiento abstracto, sino que es esencialmente una actitud de vida, que
incluye el testimonio de Cristo a través del ejemplo y de la práctica. Así
San Pablo, San Timoteo y tantos otros cristianos, auxiliados por la gracia
divina, guardaron intacto el depósito de la fe, y confesaron a Cristo entre
los hombres y entre los creyentes por la palabra y la obra. Solo así la verdad
evangélica es proclamada eficazmente y penetra en el corazón de los hombres
para convencerlos, transformarlos y vivificarlos. La fe actúa de este modo
en toda su plenitud, guardando su luminosa simplicidad. Enseña San Hilario:
«La fe tiene por objeto verdades
simples y puras, y Dios no nos llama a la vida bienaventurada con
cuestiones difíciles, ni se sirve de artificios de elocuencia para
atraernos, sino que ha reducido el camino de la eternidad a unos
conocimientos breves, claros y fáciles de concebir» (Sobre los Salmos
lib.10,5).
Y San Ambrosio:
«Creyó Abrahán a Dios, y esto
se le contó por justicia, porque no buscó la razón, sino que creyó con la
fe más obediente: lo que importa es que la fe preceda a la razón, no
parezca que para creer a Dios le pedimos la razón como si fuera un hombre;
porque sería indignidad dar fe al testimonio de un hombre en lo que nos
dice de otro, y no creer a los oráculos de un Dios, cuando habla de Sí
mismo» (Sobre Abrahán 15,7).
–Lucas 17,5-10: Si
tuvierais fe. La fe genuina lleva al cristiano a una actitud permanente
de responsabilidad amorosa y de servicio caritativo, avalada por la
confianza humilde y filial ante el Padre. El don fundamental de la
salvación es la fe, pero entendida rectamente a la luz de la Palabra de Dios,
es decir, como una fuerza interior que proviene de lo alto y que lo
transforma todo, con tal que el hombre sepa acogerla con humilde
disponibilidad. Escribe San Ambrosio:
«En este pasaje se nos exhorta
a la fe, queriéndonos enseñar que hasta las cosas más sólidas pueden ser
vencidas por la fe. Porque de la fe surge la caridad, la esperanza y de
nuevo, haciendo una especie de
círculo cerrado, unas son causas y fundamentos de las otras» (Tratado
sobre el Evangelio de San Lucas lib.VIII, 30).
LUNES
Años impares
–Jonás 1,1-2, 21-11: Se
levantó Jonás para huir lejos del Señor. Las misiones del Señor se han
de secundar inmediatamente, pues de lo contrario nos exponemos a nuestra
perdición, a no ser que volvamos a Él por el arrepentimiento. La predicación
misionera ha de ir acompañada de muchas virtudes y de una gran coherencia
con la propia vida, identificando ante todo nuestra voluntad con la
voluntad divina. No podemos ocultar la verdad, ni refugiarnos en falsos
irenismos, sino que, al estilo de los Apóstoles, hemos de afirmarla en las
palabras y en los hechos en su significado pascual. Y lo pascual siempre
supone un paso de la muerte a la vida. El fruto primero de toda acción
misionera es siempre la metanoia, el arrepentimiento, la conversión,
como en el primer Pentecostés de la historia cristiana: «¿Qué tenemos que
hacer?... Convertíos y bautizaos» (Hch 2,37-38). San Gregorio Magno dice:
«La palabra divina, así como es
digna de la atención de los prudentes, por los misterios que encierra, así
también es el consuelo de las almas sencillas. Con lo exterior alimenta a
los pequeñuelos; con lo más secreto admira y eleva los entendimientos
sublimes. Es como un río que en unas partes va somero y en otras muy
profundo, en el que pasa el cordero y nada el elefante» (Morales sobre
Job 4,1).
–Del mismo Jonás 2 se
toma el Salmo responsorial: «Sacaste mi vida de la fosa, Señor. En mi
aflicción clamé al Señor y me atendió, desde el vientre del infierno pedí
auxilio, y escuchó mi clamor. Me arrojaste a lo profundo en alta mar, me
rodeaban las olas, tus corrientes y tu oleaje pasaban sobre mí. Yo dije:
“me has arrojado de tu presencia, quién pudiera ver de nuevo tu santo
templo”. Cuando se me acababan las fuerzas me acordé del Señor; llegó hasta
ti mi oración, hasta tu santo templo». El Señor escucha la oración de los
humildes. En todo momento hay que orar al Señor con entera confianza.
Años pares
–Gálatas 1,6-1: Vocación
peculiar de Pablo para la predicación del Evangelio. El mismo Señor lo
instruyó, y conformó su doctrina con la de los apóstoles y jerarcas de la
Iglesia. El Evangelio de Jesucristo no puede, no debe, ser falsificado. San
Juan Crisóstomo comenta:
«Observa con cuánta firmeza
sostiene [San Pablo] que es discípulo de Cristo, sin mediación humana, sino
porque Él mismo lo ha considerado merecedor de revelarle todo conocimiento.
¿Y cómo probarás a los incrédulos que Dios te ha revelado por Sí mismo y
sin mediar nadie aquellos inefables misterios? Con la vida pasada,
contesta. Si Dios no fuera el autor de la revelación, no habría tenido una
conversión tan repentina. Los instruidos por hombres, cuando sostienen
tenaz y radicalmente opiniones contrarias, precisan de tiempo y mucho
ingenio para ser persuadidos. En cambio, es evidente que el que cambia así
de repente y permanece verdaderamente sobrio en la cumbre misma de la
locura, en tanto que ha alcanzado la visión y la enseñanza divina, ha
vuelto repentinamente a un estado de salud perfecta» (Comentario a la
Carta a los Gálatas 1,8).
–Con el Salmo 110 damos
gracias al Señor por todas las maravillas que ha hecho en la historia de la
salvación, sobre todo por Cristo y por su prolongación en la Iglesia.
Todos, congregados en la asamblea litúrgica, alabamos al Señor, porque son
grandes todas sus obras y dignas de estudio para los que la aman. Justicia
y Verdad son las obras del Señor, todos sus preceptos merecen ser
escuchados y observados, pues son estables para siempre jamás y se han de
cumplir con verdad y rectitud. Él nos redimió, y ratificó para siempre su
alianza. Su nombre es santo y sagrado. Por eso merece una alabanza continua
y llena de fervor.
–Lucas 10,25-37: ¿Quién
es mi prójimo? Según Orígenes, desde las primeras generaciones
cristianas se ha identificado el Buen Samaritano con el propio Jesucristo
que
«una vez llegado junto al
hombre medio muerto y habiéndole visto bañado en sangre, tuvo piedad de él
y se abajó hasta hacerse su prójimo» (Comentario a San Lucas 3,5)
Así comenta San Ambrosio:
«Puesto que nadie es tan
verdaderamente nuestro prójimo como el que ha curado nuestras heridas,
amémosle, viendo en Él a nuestro Señor, y querámosle como a nuestro
prójimo; pues nada hay tan próximo a los miembros como la Cabeza. Y amemos
también al que es imitador de Cristo y a todo aquel que se asocia al
sufrimiento de su Cuerpo» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas
lib.VII,84).
MARTES
Años impares
–Jonás 3,1-10: Conversión
de los ninivitas y compasión del Señor que les otorgó el perdón.
Comenta San Agustín:
«Desde la profundidad gritaron los
ninivitas y encontraron el perdón. Y la amenaza del profeta quedó anulada
con más facilidad por la humillación de la penitencia. Aquí dirás: ‘‘yo
estoy ya bautizado en Cristo, momento en que se perdonaron todos mis
pecados, y que después a los ojos de Dios me he hecho cual perro horrible,
que vuelve a su vómito. ¿Adónde huiré de su espíritu? ¿Adónde huiré de su
presencia?’’ ¿Adónde, hermano, sino mediante el arrepentimiento, irás a la
misericordia de Aquél, cuyo poder
habías despreciado al pasar? Nadie puede huir efectivamente de Él a no ser
huyendo hacia Él, huyendo de su severidad a su bondad?» (Sermón 351,12).
–Con razón se ha traído aquí el
Salmo 129, aludido por San Agustín en el comentario anterior. «Si
llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Desde lo hondo
a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz, esté tus oídos atentos a la voz
de mi súplica... De ti viene el perdón y tú infundes respeto. Del Señor
viene la misericordia, la redención copiosa. Él redimió a Israel de todos
sus delitos». Y nos redimió también a todos nosotros con su muerte en la
Cruz. Esa redención se nos aplica siempre que, arrepentidos, nos llegamos
al sacramento de la penitencia y a la Sagrada Eucaristía.
Años pares
–Gálatas 1,13-24: Recuerda
San Pablo los comienzos de su vocación. Dios lo llamó para que se
convirtiera en miembro y apóstol de la Iglesia, cuando perseguía a ésta
encarnizadamente. San Juan Crisóstomo, gran admirador del Apóstol, comenta:
«¿Existe un alma más humilde
que ésta? Si se refería a lo que le acusaba, a su persecución y devastación
de la Iglesia, hablaba de ello con una crítica rotunda de su vida pasada;
en cambio, no se detiene en detalles de lo que ahora manifiesta su gloria.
Si hubiera querido, habría podido relatar con amplitud todas sus acciones,
sin embargo, no dice nada de éstas, antes al contrario, atraviesa un mar
infinito con una sola palabra y dice: “vine a las regiones de Siria y
Cilicia... Y alababan a Dios por causa mía». Observa también en este punto
ese afán de ser humilde y con qué cuidado lo observa. No dijo: “me
admiraban, me alababan, estaban asombrados”... sino que subraya que todo
era producto de la gracia. Dice, en efecto: “glorificaban a Dios por mí”» (Comentario
a la Carta a los Gálatas 1,11).
–Con el Salmo 138 proclamamos:
«Guíame, Señor, por el camino eterno». El Señor sondeó a Pablo y lo
conoció, lo conoció en su persecución a la Iglesia, seguía sus pasos, desde
lejos penetraba sus pensamientos, distinguía su camino y su descanso, todas
sus sendas le eran familiares. Él lo formó, formó su corazón, conocía hasta
el fondo de su alma... Por eso Pablo pudo dar gracias al Señor porque lo
escogió portentosamente, porque sus obras son admirables. También nosotros
podemos decir lo mismo. El Señor nos guía, nos llena de sus dones.
Sigámosle, pues, y démosle gracias.
–Lucas 10,38-42: Marta
lo recibió en su casa. María escogió la mejor parte. Comenta San
Agustín:
«Marta, entregada al servicio,
se ocupaba de los quehaceres de la casa; en efecto, dio hospitalidad al
Señor y a sus discípulos. Se esmeraba con preocupación, sin duda piadosa,
para que los santos no experimentasen en su casa molestia alguna. Mientras
ella estaba ocupada en este servicio, su hermana María, sentada a los pies
del Señor, escuchaba sus palabras. Marta interpeló al Señor... Y el Señor
respondió: “una sola cosa es necesaria. María eligió la mejor parte que no
le será quitada”. Buena es la tuya, pero mejor la de ella. Buena es la
tuya, pues bueno es desvelarse en beneficio de los santos, pero la suya es
aún mejor... En definitiva lo que tú elegiste pasa... María eligió la
contemplación, escogió vivir de la Palabra... La misma Palabra es la vida. Es esa la única cosa: contemplar
las delicias del Señor, cosa imposible en la noche de este siglo» (Sermón
169,17).
Es bien claro el pensamiento de
San Agustín. La contemplación absoluta no es de este siglo; mientras
estamos en él hemos de alternar la acción y la contemplación, el ora et
labora benedictino. Los activos necesitan de la contemplación y los
contemplativos de la acción pro modulo nostro.
MIÉRCOLES
Años impares
–Jonás 4,1-11: El
Señor es siempre compasivo y misericordioso, aunque no siempre seamos
conscientes de ello. Y eso ha de ser gran aliciente para nuestra vida espiritual.
No hemos de encerrarnos en los estrechos límites de nuestro pueblo, ciudad
u orden religiosa, sino que hemos de estar abiertos al mundo entero, como
lo está la redención de Jesucristo. Muchas veces los pueblos cristianos
recientes dan ejemplo a las cristiandades de abolengo, de mucho siglos de
vida evangélica, como los ninivitas dieron ejemplo a los judíos de su
época. Jonás constituye el libro de la Buena Nueva para las naciones, y les
anuncia el amor de Dios. El verdadero universalismo mira al mismo tiempo al
centro y a los extremos.
–Con el Salmo 85
decimos: «Tú, Señor, eres lento a la cólera y rico en piedad. Piedad de mí,
Señor, que a ti te estoy llamando todo el día; alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti. El Señor es bueno y clemente, rico en
misericordia con los que le invocan. Señor, escucha mi oración, atiende a
la voz de mi súplica. Todos los pueblos vendrá a postrarse en tu presencia,
Señor, bendecirán tu nombre; grande eres tú, y haces maravillas, tú eres el
único Dios».
Es éste un programa perfecto de
vida religiosa. Siempre hemos de tener sentimientos de humildad, de gran
devoción y de entrega a Dios. Él es el único Señor; en Él hemos de poner
nuestra confianza, esperando siempre en su infinita misericordia para con
nosotros y para con todos los hombres.
Años pares
–Gálatas 2,1-2.7-14: Reconocieron
el don que Pablo había recibido. Pablo es un modelo para todos. No
obstante sus altísimos carismas, fue a encontrarse con los principales de
la Iglesia: Pedro, Santiago y Juan, que aprobaron su modo de actuar. El
incidente de Antioquía nos muestra por un lado la santa libertad de
expresión para anunciar el Evangelio, según la doctrina de Cristo, y la
humildad del jerarca de la Iglesia
para recibir la corrección. Comenta San Juan Crisóstomo:
«Pablo hace el reproche y Pedro
lo acepta, para que, viendo los discípulos que el maestro es acusado y
calla, rectifiquen ellos cuando sea preciso con más facilidad. Si no
hubiera sucedido así, y Pablo hubiera exhortado a abandonar la ley, no
habría conseguido nada. Ahora bien, con un violento reproche, infunde un
temor mayor a los discípulos de Pedro. Y si Pedro, después de escucharle,
le hubiese replicado, con razón se le podría haber reprendido, ya que
habría echado a perder este plan. Pero no, mientras el uno hace reproches y
el otro permanece en silencio, un gran temor se apodera de los fieles de
procedencia judaica, ya que Pablo trata con mucha dureza a Pedro» (Comentario
a la Carta a los Gálatas 2,11-12).
–Con el Salmo 116
decimos: «Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos.
Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre». Éste
es el sentido de universalidad de la Iglesia, como lo quiso Cristo: «id al
mundo entero y proclamad el Evangelio».
–Lucas 11,1-4: Señor,
enséñanos a orar. El lugar de la oración en la vida de la Iglesia es de
máxima importancia. San Agustín comenta:
«Hemos hallado un Padre en el
cielo, veamos cómo hemos de vivir en la tierra. Quien ha hallado tal Padre
debe vivir de manera tal que sea digno de llegar a su herencia. Todos
juntos decimos: “¡Padre nuestro!” ¡Cuánta bondad! Así lo dice el emperador,
lo dice el mendigo, lo dice tanto el siervo como su señor. Unos y otros
dicen: “Padre nuestro, que estás en los cielos”. Reconozcan, pues, que son
hermanos, cuando tienen un mismo Padre. No considere el señor indigno de su
persona el tener como hermano a su siervo, a quien quiso tener como
hermanos Cristo Jesús» (Sermón 58).
San Efrén dice:
«Jamás ceséis de orar:
arrodillaos, cuando podáis, y cuando no, invocad a Dios de corazón, por la
noche, por la mañana y al mediodía. Si tenéis cuidado de orar antes de
poneros al trabajo, y si al levantaros empezáis por ofrecer a Dios vuestra
oración, como las primicias de vuestras acciones, estad persuadidos de que
el pecado no hallará entrada en vuestra alma» (Sobre la Oración 5).
Y San Basilio:
«Orarás sin intermisión si tu
oración no se reduce a solas palabras, sino que todo el método de tu vida
es conforme a la divina voluntad, de tal modo, que puede y merezca tu vida
llamarse una continua oración» (Homilía sobre el martirio 5).
JUEVES
Años impares
–Malaquías 3,13-4,2: Mirad
que llega el día, ardiente como un horno. El profeta censura los abusos
de su época, en especial todos los referentes al culto. Si los impíos
parece que triunfan al presente, el día del Señor pondrá de manifiesto la
separación de los malos y los buenos. Para éstos brillará el Sol de
justicia. El fuego del juicio viene a ser un castigo sin remedio, verdadero
fuego de ira, cuando cae sobre el pecador endurecido. La revelación expresa
lo que puede ser la existencia de una criatura que se niega a dejarse
purificar por el fuego divino, pero queda abrasada por él. Jesucristo
adoptó el lenguaje clásico del Antiguo Testamento y así aparece también en
todo el Nuevo Testamento. Es de fe que existe el infierno, que es eterno y
que descienden inmediatamente a él las almas de los que mueren en pecado
mortal. Al menos quince veces se enseña esto en los Evangelios. San Agustín
dice:
«Se hizo digno de pena eterna
el hombre que aniquiló en sí el bien que pudo ser eterno... Y no se
extinguirá la muerte, sino que será muerte sempiterna, y el alma no podrá
vivir sin Dios, ni librarse de los dolores muriendo» (La ciudad de Dios
11,21,3).
Y en el Martirio de San Policarpo (10)
se dice:
«A los mártires les parecía
frío el fuego de los verdugos, porque tenían ante los ojos el fuego aquel
que es eterno y nunca se extinguirá... Me amenazas con un fuego que solo
abrasa una hora y se extingue pronto; porque tú no conoces el fuego del
juicio futuro y el eterno castigo que espera a los ateos».
–Esa misma suerte del impío y
del justo es contemplada en el Salmo 1: «Dichoso el hombre que no
sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni
se sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es la Ley del
Señor. Será como un árbol plantado al borde de la acequia; da fruto en su
sazón, y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin. No
así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento, porque el Señor
protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal».
Años pares
–Gálatas 3,1-5: Dios
da el Espíritu a los que creen. En la fe tuvieron lugar las manifestaciones
del Espíritu Santo, y no en la Ley. Es bien explícito San Pablo: los fieles
recibieron el Espíritu, no por la Ley, sino porque creyeron en el Evangelio
que él, como Apóstol de Jesucristo, les anunció. Así pasaron de ser
carnales a ser espirituales. Pero no siempre los cristianos vivimos la vida
grandiosa de la fe. Comenta sobre esto San Juan Crisóstomo:
«Con el paso del tiempo, es
necesario que progreséis, mas no solo no habéis avanzado, sino que habéis
retrocedido. Los que comienzan con lo que tiene poca relevancia, avanzan y
llegan a algo más importante; vosotros, en cambio, que habéis comenzado por
lo sublime, habéis llegado a su contrario. Si hubierais empezado por lo
carnal, forzoso habría sido que avanzárais hacia lo espiritual; ahora bien,
después de haber comenzado por lo espiritual, habéis acabado en lo
carnal... Tuvisteis en vuestras manos la verdad y, sin embargo, caísteis en
la apariencia de la verdad; mirasteis el sol y, no obstante, buscáis la
luz; tras el alimento sólido, tomáis la leche... Es el mismo caso que si
uno de los más valerosos estrategas, después de obtener innumerables
trofeos y victorias, se expusiera al desprecio reservado a los desertores y
entregara su cuerpo a los que desearan imprimir en él la marca del deshonor»
(Comentario a la Carta a los Gálatas 3,2).
–Los versos del Benedictus
(Lc, 69-70.71-72.73-75) sirven hoy de Salmo responsorial: «Bendito sea el
Señor, Dios de Israel, porque ha visitado a su pueblo. Nos ha suscitado una
fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho
desde antiguo por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos
libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa
alianza, y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos
que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos
con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días».
–Lucas 11,5-13:
Parábola del amigo importuno. Partiendo de ella, San Ambrosio encarece
la vocación de todos los cristianos a la oración continua:
«Este es el pasaje del que se
desprende el precepto de que hemos de “orar en cada momento”, no solo de día, sino también de
noche; en efecto, ves que éste que a media noche va a pedir tres panes a su
amigo y persevera en esa demanda instantemente, no es defraudado en lo que
pide... Haciendo caso, pues, de la Escritura, pidamos el perdón de nuestros
pecados con continuas oraciones, día y noche; pues si hombre tan santo y
que estaba tan ocupado en el gobierno del reino alababa al Señor “siete
veces al día” (Sal 118,164), pronto siempre a ofrecer sacrificios matutinos
y vespertinos, ¿qué hemos de hacer nosotros que debemos rezar más que él,
puesto que, por la fragilidad de nuestra carne y espíritu, pecamos con más
frecuencia, para que no falte a nuestro ser, para su alimento, “el pan que
robustece el corazón del hombre” (Sal 103,15), a nosotros que estamos
cansados ya del camino, muy fatigados del transcurrir de este mundo y
hastiados de las cosas de la vida?» (Tratado sobre el Evangelio de San
Lucas, lib. VII, 87).
VIERNES
Años impares
–Joel 1,13-15-2,1-2: Está
cerca el día del Señor. Somos invitados a la penitencia para aplacar al
Señor. El día del Señor será terrible, como no lo hubo jamás. Para el
creyente no es la historia un comienzo perpetuo. La historia conoce un
progreso marcado por las visitas de Dios a sus tiempos, en días, horas,
momentos privilegiados. El Señor vino, viene sin cesar, vendrá, vendrá para
juzgar al mundo y salvar a los creyentes. Los profetas nos hablan del día
terrible, el fin del mundo, como también es anunciado en el Nuevo
Testamento. Es también el día que marcará el triunfo definitivo de Dios por
su Hijo Jesucristo. El tiempo que aún queda hasta el día del Señor debe
emplearse en hacer fructificar los «talentos», en socorrer a los demás, en
hacer el bien a todos. Por eso dice San Pablo: «mientras tenemos tiempo,
practiquemos el bien» (Gal 6,10; cf. Col 4,5; Ef 5,16).
–El Salmo 9 nos ayuda a
meditar la lectura anterior: «El Señor juzgará el orbe con justicia...
Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío y borraste para siempre su
apellido. Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron; su pie quedó
prendido en la red que escondieron. Dios está sentado por siempre en el
trono que ha colocado para juzgar. Él juzgará el orbe con justicia y regirá
las naciones con rectitud». Tenemos confianza en la misericordia del Señor,
que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva. Por
eso damos gracias al Señor, de todo corazón, proclamando todas sus
maravillas, nos alegramos y exultamos con el Señor y tocamos en honor del
nombre del Altísimo.
Años pares
–Gálatas 3,7-14: Los
que tienen fe reciben la bendición del Señor. La justificación de Dios
se recibe por obra de la fe. San Pablo recurre siempre al hecho fundamental
de la redención humana: el misterio pascual del Señor. De la Cruz a la Luz.
Considera San Juan Crisóstomo:
«Pretende [el Apóstol] señalar
que la ley no reclama solo fe, sino también obras, en tanto que la gracia
salva y justifica por la fe. ¿Ves cómo demostró que los que confiaron en la
ley, por la imposibilidad de cumplirla, estuvieron sujetos a la maldición y
cómo la fe tiene el poder de justificar? Lo había afirmado y demostrado
anteriormente con mucha fuerza. La ley no pudo conducir al hombre a la
justificación, por lo que la fe aportó un remedio no pequeño, es decir,
gracias a ella fue posible lo que no lo era por la ley. “El justo vivirá
gracias a la fe”, desconfiando de que la salvación venga a través de la
ley, y puesto que Abrahán fue justificado por la fe, es evidente que la
fuerza de la fe es grande» (Comentario a la Carta a los Gálatas
3,7-14).
–Con el Salmo 110 damos
gracias al Señor de todo corazón, en la asamblea litúrgica con todos los
hermanos en la fe, pues son grandes las obras del Señor y dignas de
alabanza por todos los que hemos sido librados del pecado y de la muerte.
Si en el Antiguo Testamento se admiraba el esplendor y la belleza de las
obras de Dios y su generosidad, mucho más hemos de admirarnos nosotros,
pues las maravillas de su piedad para con nosotros son aún mayores. Él
alimentó a los israelitas con el maná en el desierto, pero a nosotros con
el Cuerpo y Sangre de Jesús en la eucaristía, donde muestra mucho más su
fuerza y su amor. Ella es verdadera bendición y preciosa herencia.
–Lucas 11,15-20: Jesús
expulsó a los demonios. Esto es signo de la venida del Reino de Dios.
Cristo rebate con gran fuerza a sus opositores. Y San Ambrosio comenta:
«Aquellos que no ponen su
esperanza en Cristo, sino que creen que los demonios son arrojados en
nombre del príncipe de los demonios, niegan ser súbditos de un reino
eterno. Lo cual se aplica al pueblo judío, que en esta clase de males piden
la ayuda de un demonio para echar a otro. Pero ¿cómo puede permanecer en
pie un reino dividido, cuando se ha perdido la fe?... Resulta una gran
insensatez, unida a un furor sacrílego, el hecho de que, habiéndose
encarnado el Hijo de Dios para desterrar a los espíritus inmundos y
habiendo dado también a los hombres el poder de destruir esos malos
espíritus, despojándoles de su botín, que es la señal ordinaria de los
vencedores, algunos invoquen en su favor la ayuda y la defensa del poder
diabólico, cuando precisamente los demonios son arrojados por el dedo de
Dios o, como dice Mateo, con el Espíritu de Dios (12,28)» (Tratado sobre
el Evangelio de San Lucas lib.VII,91-92).
SÁBADO
Años impares
–Joel 3, 12-21: Mano
a la hoz. Madura está la mies. Esta descripción poética del juicio
final y del Día del Señor, muestra como precedente el tiempo jubiloso de la
restauración de Israel, «cuando el Señor habitará en Sión». Cada día de
Yahvé va precedido de las profecías de una destrucción o de una catástrofe
cósmica. El Dios que viene irradia una santidad tal que todo lo que es
impuro, idolátrico, será necesariamente aniquilado. El día de Yahvé supone
que el creyente espera que Dios intervenga en la vida de los hombres en
momentos privilegiados, a lo largo de una historia de salvación, y de modo
especial al fin de los tiempos. Esto es para nosotros una gran revelación.
No sabemos ni el día ni la hora. Por eso mismo, siempre hemos de estar
dispuestos y vigilantes para recibir al Señor con toda pureza del corazón,
destruyendo todo lo que en nuestra vida es impuro, idolátrico, opuesto a la
santidad de Dios.
–El Salmo 96 nos
asegura: el Señor está rodeado de tiniebla y de nube, «justicia y derecho
sostienen su trono, los montes se derriten como cera, ante el dueño de toda
la tierra. Los cielos pregonan su justicia y todos los pueblo proclaman su
gloria. El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables.
Amanece la luz para el justo y la alegría para los rectos del corazón.
Alegraos justos con el Señor, celebrad su santo nombre». Así hemos de
esperar el «día del Señor», en cualquier momento. Así ha de ser nuestra
vida.
Años pares
–Gálatas 3,22-29: Todos
somos hijos de Dios por la fe. La ley estaba destinada a preparar a los
hombres para la venida de Cristo. Una vez llegado Éste, tiene que
desaparecer. Dice San Juan Crisóstomo:
«¡Qué grande es la fuerza de la
fe y cómo la manifiesta [el Apóstol] a lo largo de su discurso! Demostró en
primer lugar que la fe los convertía en hijos del patriarca: entended que
los nacidos de la fe son hijos de Abrahán. Y señala ahora que también los
hace hijos de Dios: “todos sois hijos de Dios por la fe en Jesucristo”. Por
la fe, no por la ley. Se refiere a una realidad sublime y maravillosa, por
lo que habla también de la circunstancia de esa adopción como hijos.
“Cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis revestido de Cristo”.
¿Por qué no dijo: cuantos habéis sido bautizados en Cristo, habéis nacido
de Dios? –pues ésta era, sin duda, la consecuencia lógica de ser hijos de
Dios–. Porque recalca la misma idea de una forma más efectiva. Si Cristo es
Hijo de Dios y tú te has revestido de Él, teniendo al Hijo en ti mismo y
haciéndote semejante a Él, alcanzaste una total conexión y ser uno con Él»
(Comentario a la Carta a los Gálatas 3,22-29.
–Con el Salmo 104
decimos: «El Señor se acuerda de su alianza eternamente. Cantadle al son de
instrumentos, hablad de sus maravillas; gloriaos de su nombre santo, que se
alegren los que buscan al Señor. Recurrid al Señor y a su poder, buscad
continuamente su rostro. Recordad las maravillas que hizo, sus prodigios,
las sentencias de su boca. ¡Estirpe de Abrahán su siervo, hijos de Jacob,
su elegido! El Señor es nuestro Dios, Él gobierna toda la tierra».
–Lucas 11,21-28: Dichosa
la Virgen María, que fue la Madre del Señor, escuchó su palabra y la
cumplió perfectamente en su vida. Ella fue la elegida por Dios para
darnos al Autor de la Vida. Ella fue fidedigna en el cumplimiento de la
Palabra de Dios: «hágase en mí según tu Palabra» (Lc 1,38). Ella estuvo,
como ningún otro ser humano, unida indisoluble-mente a la persona y a la
obra de Cristo. Para esto Dios la colmó de sus gracias y dones, y Ella
correspondió con toda su generosidad a esa prerrogativa especialísima de
Dios. Es nuestra Madre en la vida de la gracia. Aclamémosla, pues,
invoquémosla, imitémosla. Predica San Agustín en un sermón:
«¿Acaso no hacía la voluntad
del Padre la Virgen María, que en la fe creyó, en la fe concibió, elegida
para que de ella nos naciera la salvación entre los hombres, creada por
Cristo antes de que Cristo fuese en ella creado? Hizo sin duda Santa María
la voluntad del Padre; por eso es más para María ser discípula de Cristo
que ser Madre de Cristo. Más dicha le aporta el haber sido discípula de
Cristo que el haber sido su Madre. Por eso era María bienaventurada, pues
antes de dar a luz llevó en su seno al Maestro... Por eso era
bienaventurada María, porque oyó la Palabra de Dios y la guardó; guardó la
verdad en su mente mejor que la carne en su seno» (Sermón 72,A,7).
SEMANA 28
DOMINGO
Entrada: «Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón y tú infundes respeto»
(Sal 129,3-4).
Colecta (del Misal anterior y antes del Gregoriano): «Te
pedimos, Señor, que tu gracia continuamente nos preceda y acompañe, de
manera que estemos siempre dispuestos a obrar siempre el bien».
Ofertorio (del Misal anterior y antes del Gregoriano):
«Con estas ofrendas, Señor, recibe las súplicas de tus hijos, para que esta
Eucaristía, celebrada con amor, nos lleve
a la gloria del cielo».
Comunión: «Los ricos empobrecen y pasan hambre, los que
buscan al Señor no carecen de nada» (Sal 33,11) o: «Cuando Cristo se
manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1 Jn
3,2).
Postcomunión (del Veronense y del Gelasiano): «Dios soberano,
te pedimos humildemente que, así como nos alimentas con el Cuerpo y la
Sangre de tu Hijo, nos hagas participar de su naturaleza divina».
Ciclo A
El Reino de Dios es presentado
como un banquete de bodas (lecturas primera y tercera). Para San Pablo,
Cristo es toda su vida, Lo único que cuenta para él es Cristo, en quien lo
puede todo. Hemos de meditar seriamente sobre nuestra postura personal ante
el llamamiento amoroso y vinculante de Dios a cada uno de nosotros. No
basta haber sido invitado, llamado a entrar en el Reino. Hemos de responder
con toda fidelidad a esta llamada, hasta quedar transformados interior y
externamente según el Corazón de Jesucristo, y recibir plenamente la
salvación que Él nos ofrece.
–Isaías 25,6-10: El
Señor preparará un festín y enjugará las lágrimas de todos los rostros.
El banquete descrito por el profeta aparece como una celebración de la
entronización de Yahvé. Y en el fondo de este texto está presente la idea
del banquete con que se concluye el sacrificio ritual de acción de gracias.
Yahvé prepara a sus convidados una alegre participación al sacrificio de
acción de gracias, en señal de perfecta comunión. La abundancia y la
exquisitez de los alimentos y bebidas es símbolo de la plenitud de los
bienes celestes y de la alegría de la comunión divina. En general el
banquete es en todas partes el signo característico de la amistad, de la
protección divina y de la bienaventuranza celestial. La comunión perfecta
con Dios realiza tal cambio en la presente condición humana que hace
desaparecer de ella sus propias características: las tribulaciones, las
pruebas y el mal. Encontramos aquí el ápice del mensaje escatológico del
Antiguo Testamento. La esperanza de Israel está fundada en la fidelidad a
Dios. Todo esto se realiza plenamente en el Nuevo Testamento con la Sagrada
Eucaristía.
–Cantamos el Salmo 22 y
con él expresamos nuestros anhelos: habitaremos en la Casa del Señor por
años sin término... «Preparas una mesa ante mí, me unges la cabeza con
perfume y mi copa rebosa». Lo principal es en esto que la bondad y la
misericordia del Señor nos acompaña todos los días de nuestra vida, y luego
en la gloria eterna.
–Filipenses 4,12-14.19-20:
Todo lo puedo en Aquel que me conforta. El Padre nos ha dado una
garantía de salvación: la gracia de Cristo, capaz de transformar nuestras
vidas en el tiempo y para la eternidad. Escribe Orígenes:
«Cuando Dios permite al
tentador que nos persiga, dándole poder para ello, somos perseguidos; mas
cuando Dios no quiere que suframos persecución, gozamos maravillosamente de
paz, aun en medio de un mundo que nos aborrece, y tenemos buen ánimo,
confiados en Aquel que dijo: “tened buen ánimo; yo he vencido al mundo” (Jn
16, 33). Y, realmente, Él venció al mundo, y por ello el mundo solo tiene
fuerza en la medida que quiere su vencedor, que recibió del Padre la
victoria sobre el mundo, y gracias a esa victoria nosotros tenemos buen
ánimo. Mas, si Dios quiere que de nuevo luchemos y combatamos por nuestra
religión, acérquense los contrarios, y les diremos: “todo lo puedo en Aquel
que me conforta” (Flp 4,13)» (Contra Celso 8,70).
–Mateo 22,1-14: Convidad
a todos los que encontréis. El verdadero riesgo de nuestra vida está en
nuestra actitud ante la salvación que Dios nos ofrece: o aceptación fiel y
agradecida o repulsa indigna del llamamiento divino. Comenta San Agustín:
«Todos los bautizados conocen
cuál es la boda del Hijo del Rey y cuál el banquete. La mesa del Señor está
dispuesta para todo el que quiera participar de ella. A nadie se le prohibe
acercarse, pero lo importante es el modo de hacerlo. Las sagradas
Escrituras nos enseñan que no son dos los banquetes del Señor; sino uno, al
que vienen buenos y malos. Todos los que rechazaron la invitación fueron
malos, pero no todos los que entraron fueron buenos. Me dirijo a vosotros
que, siendo buenos, os sentáis en este banquete, vosotros los que prestáis
atención a aquellas palabras: “quien come y bebe indignamente, come y bebe
su condenación”. Me dirijo a todos los que sois así, es decir, buenos, para
que no busquéis buenos fuera del banquete y toleréis a los malos dentro
[los donatistas]... Poneos el vestido nupcial. Me dirijo a vosotros, los
que todavía no lo tenéis [catecúmenos, penitentes]. Ya estáis dentro, ya os
acercáis al banquete, pero aún no tenéis el vestido digno del esposo...
Amad al Señor y en Él aprended a amaros a vosotros» (Sermón 90).
En nuestro vivir de cada día
nos estamos jugando nuestra salvación eterna. Estamos llamados al banquete
nupcial, llevemos el vestido de fiesta que, para San Agustín, no es otro
que el de la caridad.
Ciclo B
Elegir la Sabiduría, la que ha
de ser preferida a todo lo demás, es seguir a Cristo, desprendidos de todo
(lecturas primera y tercera). La revelación divina nos hace posible la
Sabiduría salvadora, que supera los riesgos de nuestra ignorancia y
nuestras posibles cegueras materialistas ante nuestro destino eterno.
Nuestra vocación de eternidad bienaventurada procede de la iniciativa divina.
A nosotros nos queda siempre la responsabilidad de responder, aceptando con
fidelidad y amor el camino de la salvación.
–Sabiduría 7,7-11: En
comparación de la Sabiduría tuve en nada la riqueza. Habiéndosenos revelado la Sabiduría de
Dios de muchas formas y maneras, últimamente se nos ha manifestado
plenamente en el Hijo divino encarnado (Heb 1,2; 1 Cor 1,24).
La superioridad de la Sabiduría
sobre todos los bienes del orden material es absoluta. Supera el poder, la
salud, la belleza, todos los tesoros de oro y plata y piedras preciosas.
Posee una luz que no conoce el ocaso. Es, por lo mismo, un don que viene
del cielo que vale más que cualquier otro don, porque es conferido por el
mismo Dios. Pidiendo la Sabiduría no pierde nada Salomón, porque con ella el
Señor le concede también la riqueza, el poder y la gloria.
Cristo dirá más tarde: «buscad
primero el reino de Dios y su justicia y todo lo de-más se os dará por
añadidura» (Mt 6,33). La sabiduría del hombre tiene una fuente divina. Dios
la puede comunicar a quien quiere, porque Él mismo es el Sabio por
excelencia. Roguemos a Dios que nos conceda esa Sabiduría que conduce a la
vida eterna.
–Pedimos al Señor con el Salmo
89 que nos sacie de su misericordia, para que toda nuestra vida sea alegría
y júbilo. Que Él nos enseñe a calcular nuestros días, para que adquiramos
un corazón sensato; que veamos su acción y su gloria; que baje a nosotros
la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos.
–Hebreos 4,12-13: La
Palabra de Dios juzga los deseos y las intenciones del corazón. El
Corazón de Jesucristo es la última Palabra salvadora del Padre. Dios nos ha
hablado, al fin, por su Hijo (Heb 1,2; Jn 1,14). Dice San Justino:
«La palabra de su verdad es más
abrasadora y más luminosa que la potencia del sol, y penetra hasta las
profundidades del corazón y de la inteligencia» (Diálogo con Trifón
121,2).
Oigamos a San Agustín:
«Tienes la esperanza de las
cosas futuras y el consuelo de las presentes. No te dejes, pues, seducir
por quien quiere apartarte de ellas. Sea quien sea que quiera apartarte de
esa esperanza, sea tu padre, tu madre, tu suegra, tu esposa o tu amigo, no
te apartes de ella y te servirá de provecho como espada de dos filos. La
separación que ella te ocasiona es útil, mientras que la unión que tú
procuras te es dañina» (Comentario al Salmo 149, 1).
Y Teodoreto de Ciro:
«El Apóstol de Dios escribió
esto no solo por sus lectores, sino también por todos nosotros. Conviene,
por tanto, que consideremos aquel juicio divino y nos llenemos de temor y
de temblor y guardemos los preceptos de Dios con diligencia y esperemos el
descanso prometido que alcanzaremos en Cristo» (Sobre la Carta a los
Hebreos 4,12-13).
–Marcos 10,17-30: Vende
lo que tienes y sígueme. Cristo nos llama, pero nosotros podemos
rechazar su voz, queriendo seguir nuestros planes. Somos un riesgo para
nuestra salvación. Tres partes tiene esta lectura: a) encuentro del joven
rico con Cristo, que se ve rechazado porque el joven está apegado a sus
riquezas; b) reflexión de Cristo sobre las riquezas; c) el Maestro,
partiendo de una pregunta de Pedro, promete bienes espirituales a los que
renuncian a todo por seguirle.
Para Cristo la riqueza no solo
puede ser un peligro, sino también un impedimento para alcanzar el Reino de
Dios. Despojarse de ellas es siempre un consejo que hace más libre para
poder caminar más expeditamente, siguiendo sus huellas, y llegar así a ser
un verdadero discípulo suyo. En sí las riquezas no son malas, pero pueden
usarse malamente. Ahí está el mal, para quien no ha sido llamado a una
mayor interioridad espiritual y religiosa. En la libertad de corazón, ante
el atractivo de las criaturas, está la verdadera Sabiduría, por amor a la
cual se prefiere, si es preciso, perderlo todo. Teniendo a Dios, lo tenemos
todo, y podemos colaborar con Él en orden a nuestra salvación y la
salvación de los demás. Comenta San Agustín:
«Si amas la vida y temes la
muerte, este mismo temor es un constante invierno. Y cuando más nos punza el temor de la muerte es cuando
todo va bien. Por eso, creo que para aquel rico a quien causaban
satisfacción sus riquezas –pues tenía muchas y muchas posesiones– el temor
de la muerte era una llamada continua, y en medio de sus delicias se
consumía. Pensaba en que tendría que dejar todos aquellos bienes. Los había
acumulado sin saber para quién; deseaba algo eterno... Tenía su gozo en
esas riquezas; por eso preguntaba al Señor qué tenía que hacer de bueno
para conseguir la vida eterna; deseaba dejar unos placeres para conseguir
otros, y temía abandonar aquellos en los que entonces encontraba su gozo. Por eso se
alejó triste, volviendo a sus tesoros terrenos» (Sermón 38,7).
Aquel joven pudo ser un apóstol
de Cristo. Pero hoy no sabemos ni siquiera su nombre.
Ciclo C
Las lecturas primera y tercera
ponen de relieve la grandeza de alma de dos hombres que no pertenecen al
pueblo de Dios: un sirio y un samaritano, que padecieron la lepra. Y San
Pablo en la segunda lectura se presenta como testigo de Cristo resucitado,
que le concede participar de su triunfo por haber compartido su pasión con
el sufrimiento.
La actitud primera que hace
posible en nosotros una vida de fe, esperanza y caridad, es la gratitud
teológica, que es también una virtud evangélica. Somos verdaderos creyentes
si respondemos a Dios con todo nuestro ser, haciendo de la vida un
testimonio de fidelidad agradecida al llamamiento de Dios.
–2 Reyes 5,14-17: Volvió
Naamán a Eliseo y alabó al Señor. La bondad del Señor no conoce
barreras étnicas o religiosas. La gratitud del general sirio Naamán hizo de
él un creyente, redimiéndolo de su condición pagana.
No podemos olvidar a muchos
hermanos nuestros que padecen esta enfermedad, no obstante los progresos de
la medicina, por otras circunstancias higiénicas, culturales y sociales.
Existen en el mundo actual unos catorce millones de leprosos que pidan nuestra cooperación y ayuda.
La lepra ha sido siempre
símbolo del pecado. Las enfermedades morales son una ruptura con nuestra
conciencia y con la comunidad eclesial. El Jordán ha sido también símbolo
del bautismo. Es el río de la prueba querida por Dios. San Juan Bautista
bautizó en el Jordán. Cristo mismo fue allí bautizado. El bautismo es el
sacramento de la purificación en la economía de la salvación.
–El Salmo 97 nos lleva a
cantar al Señor que revela su justicia a las naciones, como lo hizo con
Naamán: «Cantemos al Señor un cántico nuevo. Ha hecho maravillas». Las hizo
a Naamán el sirio y las ha hecho a millones de hombres y mujeres y las
seguirá haciendo con el bautismo. Esta es la gran victoria del Señor. «Se
acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de Israel y de todo el
mundo. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro
Dios».
–2 Timoteo 2,8-13: Si
perseveramos, reinaremos con Cristo. El continuo recuerdo agradecido
del amor con que Cristo se ha inmolado por nosotros constituye la vivencia
más entrañable y segura de la fe cristiana. A lo largo de la historia de la
Iglesia son muchos los pastores de almas que han sufrido persecución por
ser fieles a su misión, pero ellos nada temieron, como no temió San Juan
Crisóstomo cuando tuvo que ir al destierro por cumplir con su deber de
patriarca de Constantinopla. Así lo expuso en su Homilía de despedida de
sus fieles:
«Para mí, los males de este
mundo son despreciables y sus bienes son irrisorios. No temo la pobreza ni
ambiciono la riqueza; no temo la muerte ni ansío vivir sino para vuestro
provecho».
–Lucas 17,11-19: ¿No
ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios? La ingratitud
y el olvido ante Jesucristo evidencian en nosotros una fe formalista, que
puede llevarnos a olvidar que su Corazón es también sensible a la gratitud
o a la ingratitud de los hombres. Comenta San Agustín:
«No perdáis la esperanza. Si
estáis enfermos, acercaos a Él y recibid la curación... Los que estáis
sanos dadle gracias y los que estáis enfermos corred a Él para que os
sane... Retened esto y perseverad en ello. Que nadie cambie; que nadie sea
leproso. La doctrina inconstante, que cambia de color, simboliza la lepra
de la mente. También ésta la limpia Cristo. Quizá pensaste distintamente en
algún punto, reflexionaste y cambiaste para mejor tu opinión, y de este
modo lo que era variado, pasó a ser de un único color. No te lo atribuyas,
no sea que te halles entre los nueve que no le dieron gracias. Sólo uno se
mostró agradecido; los restantes eran judíos; él, extranjero, y simbolizaba
a los pueblos extraños. A Él, por tanto, le debemos la existencia, la vida
y la inteligencia; a Él debemos el ser hombres, el haber vivido bien y el
haber entendido con rectitud» (Sermón 176,6).
La acción de gracias que
realizamos en la Eucaristía debe prolongarse a toda nuestra vida. En
gratitud permanente hemos de vivir la fe y transmitirla por todos los
medios que esté a nuestro alcance.
LUNES
Años impares
–Romanos 1,1-7: Por
Cristo recibió Pablo el don de hacer que los gentiles respondan a la fe.
Los Padres insisten siempre en lo esencial de la fe cristiana. Así San
Ignacio de Antioquía:
«Yo glorifico a Jesucristo, Dios,
que es quien hasta tal punto os ha hecho sabios; pues muy bien me di cuenta
de cuán apercibidos estáis de fe inconmovible, bien así como si estuvierais
clavados en carne y espíritu sobre la cruz de Cristo, y qué afianzados en la caridad
por la sangre del mismo Jesucristo. Y es que os vi llenos de certidumbre en
lo tocante a nuestro Señor, el cual es, con toda verdad, “del linaje de
David, según la carne” (Rom 1,2-3), Hijo de Dios según la voluntad y poder
de Dios, nacido verdaderamente de una Virgen, bautizado por Juan, para que
por Él fuera cumplida toda justicia (Mt 3,15)» (Carta a los fieles de
Esmirna 1,1).
–El Salmo 112 es una
invitación a la alabanza divina. El Señor es el Dios trascendente que
sobrepasa en grandeza a todos los pueblos, y su trono se eleva sobre todo
lo creado. Pero esa trascendencia divina es misericordiosa y se abaja hasta
los humildes para salvarlos. Por eso lo alabamos más intensamente. Su
nombre es bendecido ahora y por siempre. «De la salida del sol hasta el
ocaso alabado sea el nombre del Señor, ahora y por siempre. Él se eleva
sobre todos los pueblos, su gloria sobre el cielo. ¿Quién como el Señor,
Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar el cielo y la
tierra?» El Señor, verdaderamente, levantó del polvo al desvalido, alzó de
la basura al pobre, que es toda la humanidad, con la evangelización de su
Hijo, que se prolongó en los Apóstoles y en toda la Iglesia.
Años pares
–Gálatas
4,22-24.26-27.31–5,1: Somos hijos de la libre. La Iglesia de
Jesucristo está simbolizada en Sara. Fuente de libertad humana es la
redención realizada por Jesucristo, que nos libró del pecado, de la muerte
y del Maligno. San Juan Crisóstomo comenta:
«¿Dónde está la figura de Sara?
La Jerusalén de arriba es libre. Por lo tanto, los nacidos de ésta no son
esclavos. Agar era la figura de la Jerusalén terrestre, lo que resulta
evidente por el monte que lleva su mismo nombre [el Sinaí]. La Iglesia, en
cambio, es figura de la Jerusalén celeste. El Apóstol, sin embargo, no se
detiene en las prefiguraciones, sino que presenta a Isaías como prueba de
sus palabras. Así, después de haber dicho que la Jerusalén de arriba es
nuestra madre y tras denominar de este modo a la Iglesia, cita al profeta
que emite el mismo juicio que él (Is 54,1)...
«Vuelve una y otra vez a esos
argumentos deseoso de demostrar que lo sucedido no era reciente, sino que
estaba dispuesto desde el principio, desde hace mucho tiempo. ¿Cómo no va a
ser absurdo que personas escogidas desde hace tanto tiempo y que han
obtenido la libertad, voluntariamente se sometan al yugo de la esclavitud?
Apunta con estas palabras otro motivo que les persuada a permanecer en la
recta doctrina» (Comentario a la Carta a los Gálatas 4,22-24.
26-27).
–El Salmo 112 es como un
Magnificat. Dios descendió hasta la Virgen María. De Ella nació el
Redentor, sin perder nada de sus trascendencia o de su divinidad, para
hacer la obra excelentísima de elevar hasta Él a la pobre humanidad,
esclava del pecado, del Maligno y de la muerte. Todo esto nos hace elevar a
Dios la más excelente de las alabanzas, unidos a Cristo, el Señor, por los
inmensos beneficios que nos ha otorgado.
–Lucas 11,29-32: El
signo de Jonás. Los paganos se levantarán contra los contemporáneos de
Jesús, que no quisieron creer en Él. Escribe San Ambrosio:
«Este es el contenido del
misterio. Por lo demás, el signo de Jonás, puesto como tipo de la pasión
del Señor, nos atestigua la gravedad de los pecados cometidos por los
judíos. Podemos, por tanto, darnos cuenta a la vez del oráculo de la majestad
y de su signo de la bondad, pues el ejemplo de los ninivitas anuncia el
castigo y al mismo tiempo ofrece el remedio. Por eso, aun los judíos pueden
esperar el perdón, si quieren hacer penitencia» (Tratado sobre el
Evangelio de San Lucas lib.VII,97).
El verdadero creyente, sin
despreciar la función que desempeñan los milagros, no se fija tanto en
ellos cuanto en la misma persona de Jesucristo, en el que ve la manifiesta
intervención de Dios en la historia de los hombres. Cristo muerto y
resucitado. Ésa es la realidad del signo dado por Cristo en la plenitud de
los tiempos.
MARTES
Años impares
–Romanos 1,16-25: Conociendo
a Dios, no le han dado los hombres la gloria que merecía. Por la
creación se puede conocer a Dios; pero los hombres dan culto a la criatura,
en vez de darlo al Creador. Comenta San Agustín:
«Los sabios gentiles, los más
excelentes entre ellos, investigaron la naturaleza, y por las obras
conocieron al Creador. No escucharon a los profetas, ni recibieron la ley,
pero Dios les hablaba, en cierto modo sin palabras, mediante las obras del
mundo hecho por Él. La belleza del mundo los invitaba a buscar al Artífice
de las cosas; nunca pudieron pensar que el cielo y la tierra existieron sin
haberlo hecho nadie... ¿Por qué son inexcusables? Porque “conociendo a
Dios, no lo glorificaron”... Cual si fuesen grandes sabios, convirtieron en
dioses propios a animales mudos e irracionales... Ve hasta dónde llegaron.
Grande fue la altura adonde los condujo su búsqueda, pero idéntica fue la
profundidad donde los sumergió su caída: el hundimiento es tanto más grande
cuanto mayor es la altura desde que se cae» (Sermón 241,1-3).
–Escogiendo el Salmo 18 como
responsorial, se nos invita a glorificar a Dios por medio de las criaturas:
«El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus
manos; el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra.
Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la
tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje». Los
santos descubren en la creación las huellas de Dios de una forma inefable,
hasta tal punto que por ella se elevan a una contemplación mística. La
creación es para ellos como un libro abierto, que proclama sin cesar la
gloria de Dios.
Años pares
–Gálatas 4,31-5,6: Lo
que vale es la fe activa por la caridad. Hay que guardar la libertad
que nos ha ganado Cristo. Comenta San Agustín este pasaje paulino:
«Distingamos cuál es nuestra
fe... ¿Qué clase de fe hemos de tener? La que obra por el amor y espera lo
que Dios promete. Nada más exacto, nada más perfecto que esta definición.
Hay, pues, tres cosas. Es preciso que aquel en quien existe la fe, que obra
por amor, espere lo que Dios promete. Compañera de la fe es, pues, la
esperanza. La esperanza es, por tanto, necesaria mientras no vemos lo
que creemos, no sea que al no verlo
desfallezcamos de desesperación. Nos entristece el no ver, pero nos
consuela el esperar. Existe, pues la esperanza y es compañera de la fe. Y después
la caridad, el amor, por el que deseamos, por el intentamos alcanzar la
meta, por el que nos enardecemos y por el que sentimos hambre y sed» (Sermón
53,11).
–El Salmo 118 nos ayuda a
meditar: «Señor, que me alcance tu favor, tu salvación, según tu promesa.
No quites de mi boca las palabras sinceras, porque yo espero en tus
mandamientos. Cumpliré sin cesar tu voluntad, por siempre jamás. Andaré por
un camino ancho, buscando tus decretos. Serán mi delicia tus mandatos, que
tanto amo. Levantaré mis manos hacia ti, recitando tus mandatos». Y el
mayor de todos es la caridad.
–Lucas 11,37-41: Dad
limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo. No alcanzamos la
santidad con solo prácticas externas, sino por una verdadera transformación
interior. Comenta San Agustín:
«El Señor Jesús, hablando de
los fariseos, advertía a sus discípulos que no creyesen que la justicia se
hallaba en la limpieza del cuerpo. Los fariseos se lavaban todos los días
antes de cualquier comida, como si el lavado diario pudiera limpiar el
corazón... Este pedir una conciencia buena lo rechazaban los fariseos y por
ello lavaban lo exterior, permaneciendo interiormente en la iniquidad... Se
ha alabado la limosna; practicadla y experimentadla... ¿Qué significa hacer
limosnas? Practicar la misericordia... Comienza por ti... Tu alma mendiga
ante tus puertas; entra en tu conciencia. Si vives mal, si vives como un
infiel, entra en tu conciencia y allí encontrarás a tu alma pidiendo
limosna... Tu primera limosna sea para ella» (Sermón 106,4).
MIÉRCOLES
Años impares
–Romanos 2,1-11: Cada
cual habrá de responder por su obras. Dios juzga a todos, tanto a los
judíos como a los paganos. San Gregorio Magno dice:
«Todo pecador debe reflexionar
atentamente, a fin de que, quien ha sido enviado a levantar a los caídos,
no caiga él mismo con ellos en la obra perversa y le hiera esta sentencia
de San Pablo que dice: “en lo que condenas a otro te condenas a ti
mismo” (Rom 2,1)» (Homilía 1,9, sobre Ezequiel).
Y San Agustín:
«Dos son los peligros: uno, el
que oímos de boca del profeta y otro el que avisó el Apóstol. En efecto,
contra quienes perecen por desesperación, cual si fueran gladiadores destinados
a morir de espada, anhelando placeres y viviendo en la maldad y
despreciando sus almas como ya condenadas sin remisión, repiten lo que
ellos se dicen: “nuestras maldades pesan sobre nosotros y nos consumimos en
nuestros pecados. ¿Cómo podremos vivir?” (Ez 33,10). Pero otra cosa es lo
que dice el Apóstol: “¿o es que despreciáis las riquezas de su bondad,
misericordia y longanimidad?” (Rom 2,4)» (Sermón 339,3).
–Con el estribillo: «tú, Señor,
pagas a cada uno según sus obras», cantamos el Salmo 61: «Solo en
Dios descansa mi alma, porque de Él viene la salvación; solo Él es mi Roca
y mi salvación, mi alcázar, no vacilaré. Descansa solo en Dios, alma mía,
porque Él es mi esperanza; solo Él es mi Roca y mi salvación, mi alcázar,
no vacilaré. Pueblo suyo, confiad en Él, desahogad ante Él vuestro corazón,
que Dios es nuestro refugio». Magnífica revelación que, en su aparente
simplicidad, sería capaz de renovar la vida del hombre y del mundo: que el
Todo-poderoso es bueno, y que el Todo-bondad es poderoso. Por eso, hemos de
tener confianza absoluta en Él.
Años pares
–Gálatas 5,18-25: Los
que son de Cristo han crucificado las pasiones de su carne. Comenta San
Agustín:
«Júzguese el hombre
espontáneamente respecto a estas cosas [las que señala San Pablo en Gal
5,19-21], mientras aún le es posible, y mejore sus costumbres, no sea que
cuando ya no pueda hacerlo, sea juzgado por el Señor, aunque no quiera. Y
aunque él mismo profiera contra sí la sustancia de una medicina durísima,
pero medicina siempre, preséntese a los obispos, a los que administran las
llaves de la Iglesia. Y como quien comienza ya a ser un buen hijo,
guardando el orden de los miembros maternos, recibe la medida de la
satisfacción de los ministros de los sacramentos. Así, ofreciendo con
devoción y súplica el sacrificio de un corazón contrito, cumple lo que solo
le servirá a él personalmente para recibir la salud, y que también servirá
de ejemplo para los otros» (Sermón 351, 9).
–Con el Salmo 1 decimos:
«Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la
senda de los pecadores... Será como un árbol al borde de la acequia, da
fruto en su sazón, y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene
buen fin. No así los impíos, no así, serán paja que arrebata el viento,
porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los
impíos acaba mal».
–Lucas 11,42-46: Condenaciones
a los fariseos. Comenta San Ambrosio:
«Todo este pasaje resulta de
una gran belleza y nos invita a buscar la sencillez, mientras condena las
cosas superfluas y terrenas de los judíos, los cuales, precisamente por
juzgar las cosas de la Ley según la letra, no sin razón son comparados a la
copa de vidrio y del plato, modelo de fragilidad; ellos observan aquellas
cosas que para nosotros no son de utilidad alguna y, sin embargo, descuidan
aquellas otras en las que está puesto el fruto de nuestra esperanza; y por
eso cometen un gran pecado por despreciar aquello que es más perfecto...
Condena este pasaje en pocas palabras las numerosas deficiencias de aquellos
que aplican todo su esmero en pagar los diezmos, aun de los frutos más
insignificantes, y no tienen cuidado alguno con respecto al juicio futuro y
carecen del más elemental amor a Dios» (Tratado sobre el Evangelio de
San Lucas lib.VII,102).
JUEVES
Años impares
–Romanos 3,21-30: Justificación
por la fe. No es el cumplimiento de las obras de la ley lo que merece,
tanto para los paganos cuanto para los judíos, el don gratuito de la
justificación, sino la fe en Cristo. Así lo predica San Juan Crisóstomo:
«También la primera venida [de
Cristo] fue por causa de la justicia. ¿Cómo? Antes de la primera venida
estaba la ley natural, los profetas, la ley escrita, la doctrina, miles de
promesas, signos, castigos y otras muchas cosas de las que había que pedir
cuenta. Y, con todo, como era clemente, no examina, sino que manifiesta en
todo su misericordia. Si hubiera examinado, todos habrían sido condenados,
pues “todos pecaron y están privados de la gloria de Dios” (Rom 3,23)» (Homilía
28,1, sobre el Evangelio de San Juan).
–Con el Salmo 129
decimos: «Del Señor viene la salvación, la misericordia, la redención
copiosa». El pecador arrepentido grita desde lo hondo al Señor y Él lo
escucha, están sus oídos atentos a la voz de su súplica. Pero el pecador
piensa: «si el Señor lleva cuenta de los delitos, ¿quién podrá resistir?
Pero el Señor es misericordioso, de Él procede el perdón y así infunde
respeto», más aún, amor intenso. Esperemos en el Señor, esperemos en su
Palabra, aguardemos al Señor.
Años pares
–Efesios 1,1-10: Fuimos
elegidos en la persona de Cristo antes de crear el mundo. Gratitud
inmensa de San Pablo por cuanto ha obrado el Señor en favor de los
cristianos: su elección, su predestinación, su redención. Dios «nos ha
destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos». San Agustín exhorta al
agradecimiento:
«Quien hace el bien con sus
manos, alaba al Señor, y quien lo confiesa con la boca, alaba al Señor.
Alábale con la boca, y alábale con las obras» (Comentario al Salmo
91,2).
Y San Juan Crisóstomo:
«Si Dios nos ha honrado con una
infinidad de beneficios, es gracias a su amor y no al valor de nuestros
méritos. Nuestro fervor y nuestra fuerza, nuestra fe y nuestra unidad son
fruto de la benevolencia de Dios y de nuestra correspondencia a su
bondad... Ved que Pablo no dice que esta gracia nos ha sido dada sin ningún
fin, sino que nos ha sido dada para hacernos agradables y amables a sus
ojos, una vez purificados de nuestro pecados... Desgarradas estaban todas
las cosas celestiales de las terrestres, no tenían cabeza... Y puso como
única Cabeza de todas las cosas, de los ángeles y de los hombres, a Cristo
según la carne. Esto es, dio un solo principio a los ángeles y a los
hombres...; pues se hará la unidad, la precisa y perfecta unión, cuando
todas las cosas, teniendo un vínculo necesario que procede de lo alto, sean
reunidas bajo una sola Cabeza» (Comentario a la Carta a los Efesios
1,1-10).
–El Salmo 97 canta al
Señor porque ha hecho maravillas con nosotros. «El Señor da a conocer su
victoria, su santo brazo... Se acordó de su misericordia, de su fidelidad»
en favor no solo de la casa de Israel, sino de todo el mundo. «Los confines
de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios». Por eso
aclamamos al Señor, gritamos, vitoreamos... Suenen los instrumentos, con
clarines y trompetas, aclamemos al Rey y Señor. Él nos ha elegido en la
persona de Cristo antes de crear el mundo. Ha hecho maravillas. Hemos
recibido la redención, el perdón de los pecados. Todo esto eclipsa las
maravillas del Antiguo Testamento.
–Lucas 11,47-54:
Jesucristo hace un gran reproche: se le pedirá cuenta a esta generación.
Lo dice con ocasión de que los escribas y fariseos acrecientan su
oposición. Y comenta San Ambrosio:
«En realidad este pasaje
resulta una condenación perfecta de la superstición de los judíos, los
cuales, construyendo los sepulcros de sus profetas, condenaban los hechos
de sus padres, y atraían sobre sí mismos la sentencia de condenación. En
efecto, con la edificación de los sepulcros de los profetas pregonaban el
crimen de aquellos que los habían matado, e imitando sus acciones, se
declaraban herederos de la iniquidad paterna» (Tratado sobre el
Evangelio de San Lucas lib.VII,106).
VIERNES
Años impares
–Romanos 4,1-8: La fe
de Abrahán, modelo de la fe del cristiano. Abrahán fue tenido por justo
en razón de su fe, don gratuito de Dios. Comenta San Agustín:
«Contra quienes dicen que Dios
es bueno y misericordioso, y que no dejará que se pierda muchedumbre tan
grande, salvando a unos pocos..., contra éstos dice el Apóstol: “¿ignoras
que la paciencia de Dios es para llevarte a la penitencia? Tú, en cambio,
de acuerdo con la dureza e impenitencia de tu corazón, te atesoras ira para
el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, que
recompensará a cada uno según sus obras” (Rom 2,4-6)» (Sermón 339,3).
–El Salmo 31 nos hace
ver esa justicia de Dios: «Dichoso el que está absuelto de su culpa, a
quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien Dios no le apunta
su delito». Hemos pecado, Señor, lo reconocemos, no hemos encubierto
nuestro delito. Confesamos nuestra culpa y tú nos has perdonado. Todo esto
es un motivo grande para la alabanza divina, para gozar en el Señor y
aclamarlo con un corazón agradecido.
Años pares
–Efesios 1,11-14: Somos
marcados con el Espíritu Santo. El Apóstol contempla, como una nueva
bendición divina, la realización concreta en la historia del misterio
que es fruto de la Redención de Jesucristo. Enseña San Basilio:
«Por Jesucristo se nos da la
recuperación del paraíso, el ascenso al reino de los cielos, la vuelta a la
adopción de hijos, la confianza de llamar Padre al mismo Dios, el hacernos
consortes de la gracia de Cristo, el ser llamados hijos de la Luz, el
participar de la gloria del cielo; en una palabra, [por Cristo] encontramos
una total plenitud de bendición tanto en este mundo como en el venidero...
Si la prenda es así, ¿cómo será el estado final? Y si tan grande es el
comienzo, ¿cómo será la consumación de todo?» (Sobre el Espíritu Santo
15,36).
–Con el Salmo 32
cantamos alborozados que somos el pueblo que el Señor se escogió como
heredad. Todos juntos, judíos y gentiles. Dios no niega a nadie la
salvación. Aclamemos al Señor con la cítara, toquemos en su honor el arpa
de diez cuerdas. «La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son
leales. Él ama la justicia y el derecho y su misericordia llena la tierra.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que Él se escogió como
heredad». Dichoso, pues, el mundo, pues Dios quiere hacerse Padre de todos,
y a todos vino a salvar Jesucristo, que nos ama entrañablemente.
–Lucas 12,1-7: Ni de
un gorrión se olvida Dios. La Providencia divina todo lo dirige, hasta
lo mínimo, con sabiduría y amor. Comenta San Ambrosio:
«El Señor inspira una
disposición de simplicidad, y robustece el valor del alma, ya que la fe
sola titubea. Él la fortifica con realidades humildes; porque si Dios no se
olvida de las aves, ¿cómo podrá olvidarse de los hombres? Y si la majestad
de Dios es tan grande y tan eterna que ni uno solo de los pájaros, ni el
número de los cabellos de nuestra cabeza no existe sin conocerlo Dios, ¡qué
indigno resulta creer que este Señor, que atiende con solicitud a lo más
pequeño, no se acuerde de los corazones de sus fieles o los desprecie!» (Tratado
sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,109 y 111).
SÁBADO
Años impares
–Romanos 4,13-16.18: Apoyado
en la esperanza, creyó contra toda esperanza. La promesa hecha a
Abrahán fue por su fe. Por eso llegó a convertirse en padre de muchas
naciones, es decir, de todos los cristianos, tanto procedentes del
judaísmo, cuanto de la gentilidad. La Ley no se dio hasta varios siglos más
tarde. Dice San Juan Crisóstomo:
«Abrahán creyó y esperó contra
toda esperanza; esto es, contra toda esperanza humana, puso en Dios su
esperanza, y ésta todo lo puede y todo lo vence» (Libro IV sobre los que
se escandalizan).
Y en otro lugar: «Si deseamos
tener bien radicada la fe, es necesario que sea puro nuestro modo de vivir:
éste mantiene el espíritu que da toda la fuerza a la fe. Verdaderamente, es
imposible que no vaciles en la fe si tu vida es impura. No hay duda de los
que hablan de la fatalidad, burlándose, y no creen a las saludables
palabras acerca de la resurrección, se precipitan en este abismo de
incredulidad por su mala conducta y depravadas costumbres» (Sermón 6
sobre el terremoto, 16).
–El Salmo 104 nos ayuda
a decir: «Él se acuerda de su alianza eternamente. ¡Estirpe de Abrahán, su
siervo, hijos de Jacob, su elegido! El Señor es nuestro Dios. Él gobierna
toda la tierra... Se acuerda de la palabra dada, por mil generaciones, de
la alianza sellada con Abrahán, del juramento hecho a Isaac... Porque se
acordaba de la palabra sagrada dada a su siervo Abrahán, sacó a su pueblo
con alegría, a sus escogidos con gritos de triunfo». Todo esto nos atañe
también a nosotros. Somos los herederos de las promesas hechas a Abrahán...
somos descendientes suyos por la fe. «Si sois de Cristo, sois descendientes
de Abrahán según la promesa» (Gal 3,29).
Años pares
–Efesios 1,15-23: Cristo,
Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo místico. Seamos iluminados con
la Luz de Dios para conocer lo más profundamente posible la obra que Dios
ha llevado a cabo en nuestro favor. Comenta San Agustín:
«Volvamos los ojos a nosotros
mismos y consideremos que nosotros somos su Cuerpo y Él es nosotros; porque
si nosotros no fuéramos Él, no sería verdad lo que dijo: “lo que hicísteis
a uno de estos mis pequeñuelos a Mí lo hicísteis” (Mt 25,40). Si nosotros
no fuéramos Él no sería verdadero lo de “Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?” (Hch 9,4). Luego nosotros somos Él, porque somos sus miembros,
porque somos su Cuerpo, por ser Él nuestra Cabeza; por ser el Cristo total:
la Cabeza y el Cuerpo (Ef 1,22)» (Sermón 133,8).
–Dios dio a Cristo el mando de
todas las obras de sus manos. El hombre ha llegado a ser en Cristo el
verdadero señor del universo. Todo fue creado por Él y para Él. Con el Salmo
8 cantamos al Señor, Dueño nuestro, y le decimos: «¡qué admirable es tu
nombre en toda la tierra! Ensalzaste tu majestad sobre los cielos; de la
boca de los niños de pecho has sacado una alabanza. Cuando contemplo el
cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es
el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Lo
hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le
diste el mando sobre las obras de tus manos». Esto es el hombre, y más aún
con la gracia de Jesucristo y en Jesucristo, que es su Cabeza y nosotros su
Cuerpo.
–Lucas 12,8-12: El
Espíritu Santo os enseñará lo que tenéis que decir. Hemos de proclamar
con plena confianza nuestra fe ante quienes nos acusan. No tenemos por qué
temer a nadie, pues el mismo Espíritu Santo nos enseñará lo que tenemos que
decir. Así ha sucedido siempre en la Iglesia, como nos lo muestra la
historia de las persecuciones en todos los tiempos. Él nos ilumina y no
debemos eclipsar esa luz con nuestro amor propio, con la autosuficiencia,
con la vanidad y el orgullo, sino que debemos, con toda humildad y
sencillez, esperar el momento de la gracia de Dios en nuestras almas que,
ciertamente, llegará con todo su esplendor. Oigamos a San Agustín:
«Con todo, tengo que deciros,
hermanos míos, lo siguiente: quienquiera que seas, comienza a vivir
cristianamente, y mira si no te lo echan en cara, precisamente aquellos
cristianos que solo lo son de nombre, pero no cristianos por su vida y
costumbres. Nadie se da cuenta de ello, sino quien ha tenido que
experimentarlo. Así, pues, fíjate, considera lo que oyes. ¿Quieres vivir
como cristiano? ¿Quieres seguir los pasos de tu Señor? Se te echa en cara
eso mismo, comienzas a avergonzarte y te echas atrás. Has perdido el
camino... Si quieres caminar por el camino del Señor, pon tu esperanza en
Dios, incluso en presencia de los hombres, es decir, no te avergüences de
tu esperanza» (Comentario al Salmo 30,11,7).
SEMANA
29
DOMINGO
Entrada: «Yo te invoco porque tú me respondes, Dios
mío; inclina el oído y escucha mis palabras. Guárdame como a la niña de tus
ojos, a la sombra de tus alas escóndeme» (Sal 16,6.8).
Colecta (del Gelasiano y Gregoriano): «Dios
todopoderoso y eterno, te pedimos entregarnos a ti con fidelidad y servirte
con sincero corazón».
Ofertorio (del Veronense): «Concédenos, Señor, ofrecerte
estos dones con un corazón libre, para que tu gracia pueda purificarnos en
estos misterios que ahora celebramos».
Comunión: «Los ojos del Señor están puestos en sus
fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la
muerte y reanimarlos en tiempo de hambre» (Sal 32,18-19), o bien: «El Hijo
del Hombre ha venido para dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10,45).
Postcomunión (del Veronense y del Gregoriano): «La
participación frecuente en la Eucaristía nos sea provechosa, Señor, para que
disfrutemos de tus beneficios en la tierra y crezca nuestro conocimiento de
los bienes del cielo».
Ciclo A
El poder temporal de los
hombres está o debe estar al servicio del Señor. De Él viene la autoridad y
la debemos respetar (lecturas primera y tercera). San Pablo agradece al
Señor la gracia de estar al servicio de la fe, la esperanza y la caridad.
El verdadero cristiano, ante
cualquier situación conflictiva, sabe adoptar un actitud de testimonio
integral: trascendente, temporal y solidario a un mismo tiempo. ¡En su
convivencia con los hermanos en el tiempo hay en él siempre una esperanza
responsable hacia la eternidad!
–Isaías 45,1.4-6: Llevó
de la mano a Ciro para doblegar ante Él las naciones. La Providencia
salvífica de Dios hace que la misma autoridad humana, aun la pagana o
increyente, pueda servir a sus planes de salvación sobre sus elegidos. Dios
está siempre por encima de la historia, rigiendo misteriosamente los
destinos de la humanidad. Dios se sirve del poder humano para castigar y
para salvar. Para lo primero emplea a Nabucodonosor, que lleva los
israelitas al destierro; y para darles la libertad se sirve ahora de Ciro,
rey de Persia.
El pueblo de Dios no ha sido
elegido para la guerra, sino que está destinado a una obra de paz. Sobre
los intereses humanos está la voluntad suprema de Dios. Con el retorno de
Babilonia se abre para los israelitas uno de los períodos más intensos de
su vida espiritual, durante el cual se ponen las bases para la historia
futura del pueblo elegido. Por eso se aclama la grandeza de Dios, que es el
Todo Otro.
–Lo hacemos también nosotros
con el Salmo 95: «Aclamad la gloria y el poder del Señor. Cantemos
al Señor un cántico nuevo... Contemos a los pueblos su gloria, sus
maravillas a todas la naciones... Los dioses de los gentiles son
apariencia. Sólo Él hizo el cielo y cuanto existe. Familias de los pueblos,
aclamad al Señor... Postraos ante el Señor en el atrio sagrado».
–1 Tesalonicenses 1,1-5:
Recordamos vuestra fe, esperanza y caridad. Por la fe viva y la
esperanza filial, bajo la acción del Espíritu Santo, los cristianos están
llamados a ser en el mundo testigos auténticos del Misterio de Cristo, el
Salvador. Y es que la fe se ha de reflejar en el comportamiento, porque «la
fe sin obras está muerta», como dice Santiago (2,26). Es la enseñanza de
San Juan Crisóstomo:
«La creencia y la fe se prueban
por las obras; no diciendo que se cree, sino con acciones reales, cumplidas
con perseverancia y con un corazón encendido de amor» (Homilía sobre I Tes. 1,1-5).
La Evangelización es obra del
Espíritu Santo. El Espíritu del primer Pentecostés de la historia cristiana
sigue vivificando la vida de la Iglesia y alentando a los apóstoles y
misioneros, para que encuentren en Dios Padre y en Cristo su principio
generador y su ambiente vital, a fin de vivir en la fe, la esperanza y la
caridad.
En todo esto reconocemos que la llamada al
Cristianismo es siempre una elección que Dios hace y un don que Él otorga.
Eso nos muestra la solicitud particularísima de Dios por la salvación de todos
los hombres que, de suyo, ningún mérito tienen para alcanzarla.
Colaboremos, pues, fielmente con la gracia de Dios.
–Mateo 22,15-21: Dad
al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. El cristiano,
peregrino de Dios hacia la eternidad, es ante las estructuras humanas un
testigo consciente de la Providencia del Padre, que rige la vida humana
mediante la condición solidaria y jerarquizada de los propios hombres. El
cristiano, dando culto solo a Dios, ha de perfeccionar por la gracia en sí
mismo la imagen divina. Comenta San Agustín:
«Adorando la imagen del hombre
que hizo el Artífice, quebrantas la imagen de Dios, que Dios imprimió en ti
mismo. Por tanto, cuando te llame para que vuelvas, quiere devolverte
aquella imagen que tú, estropeándola con la ambición terrena, perdiste y
oscureciste.
«De aquí procede, hermanos, el
que Dios busque su imagen en nosotros. Esto fue lo que recordó a aquellos
judíos que le presentaron una moneda... Conoció que le tentaban; conoció,
por así decir, la verdad de la falsedad, y con pocas palabras dejó al
descubierto la mentira procedente de la boca de los mentirosos. No emitió
la sentencia contra ellos por su boca, sino que dejó que ellos mismos la
emitieran contra sí... Como el César busca su imagen en su moneda, así Dios
busca la suya en tu alma. “Da al César, dice, lo que es del César”. ¿Qué te
pide el César? Su imagen. ¿Qué te pide Dios? Su imagen. Pero la del César
está en la moneda, la de Dios está en ti. Si alguna vez pierdes una moneda,
lloras porque perdiste la imagen del César; ¿y no lloras cuando, adorando
un ídolo, sabes que estás destrozando la imagen de Dios que hay en ti?» (Sermón
113,A,7-8).
Ciclo B
Compartir los sufrimientos de
Cristo para compartir su triunfo. No ser servido, sino servir. Todo esto
fue profetizado en el Siervo doliente de Isaías. Jesús, Sumo Sacerdote,
intercede por nosotros. Sigue sirviendo a los hombres desde el cielo. La
Sagrada Eucaristía es la reactualización sacramental del sacrificio
redentor de Cristo en la Cruz, inmolado solidariamente por la salvación de
todos los hombres. La Iglesia continúa su obra evangelizadora en un inmenso
servicio a la humanidad. No obstante hoy hay más de cuatro mil millones de
hombres que aún no conocen a Cristo.
–Isaías 53,10-11: Cuando
entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años.
El cuarto cántico de Isaías sobre el Siervo de Dios nos presenta la
semblanza de Jesucristo, machacado por nuestras maldades, reparador de los
pecados de todos. Nos hace contemplar la soledad doliente del Siervo. Pero
no está en realidad solo, porque sobre Él desciende la voluntad del Señor.
No lo está tampoco, en cuanto que se hace solidario con los demás. En su
dolorosa soledad se une a los hombres. El Siervo será el hombre de la
alianza. Con esta idea se comprende mejor el valor de la suerte del Siervo
y el sentido positivo de su ofrenda sacrificial. La alianza es un
acontecimiento de encuentro lacerante entre Dios y el hombre, entre el
Santo y el pecador rebelde, para salvar a éste de su pecado, de su
rebeldía.
–Con el Salmo 32 pedimos
que la misericordia del Señor venga sobre nosotros como lo esperamos de Él.
Y confesamos con gozo que los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y
reanimarlos en tiempo de hambre.
–Hebreos 4,14-16: Acerquémonos
con seguridad al trono de la gracia. Cristo es el único y eterno
Sacerdote, glorificador del Padre y Salvador de todos los hombres. Él es el
Mediador perfecto. Escribe Teodoreto de Ciro:
«Los que habían creído sufrían
por aquel entonces una gran tempestad de tentaciones; por eso el Apóstol
los consuela, enseñando que nuestro Sumo Pontífice no solo conoce en cuanto
Dios la debilidad de nuestra naturaleza, sino también en cuanto hombre
experimentó nuestros sufrimientos, aunque estaba exento de pecado. Como
conoce bien nuestra debilidad, puede concedernos la ayuda que necesitamos,
y al juzgarnos dictará sus sentencia teniendo en cuenta esa debilidad» (Comentario
a la Carta a los Hebreos 4,14-16).
–Marcos 10,35-45: El
Hijo del Hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos. Hemos
de vivir en la fe del Hijo de Dios, que nos amó y se inmoló en reparación
de nuestros pecados (cf. Gal 2,20). Jesucristo libera al hombre
entregándose por él. Los cristianos estamos llamados a participar en su
actitud oblacional con el servicio recíproco y el testimonio, incluso con
nuestra propia vida. Así lo han hecho multitud de hermanos nuestros y lo
siguen haciendo.
La semblanza mesiánica del
Corazón redentor de Jesucristo es presentada como servicio victimal,
reparador de los pecados de los hombres. Es la dimensión kenótica
(humillación, obediencia, victimación redentora) del Misterio Pascual.
Contemplemos la vivencia
sacerdotal profunda del Verbo encarnado: su genuina misión irrenunciable y
la razón de ser del mismo misterio de la Encarnación en carne pasible y
sacrificable.
Hemos sido beneficiados por el
sacrificio de Cristo. Somos nosotros los que hemos de irradiarlo en todas
partes, a toda criatura. Existen millones de hermanos nuestros que no lo
conocen aún. No puede esto dejarnos indiferentes, sino que con nuestra
oración, con nuestra palabra, con nuestra propia vida y con nuestros
sacrificios hemos de proclamarlo en todo momento.
–Marcos 10,35-45: Petición
de los hijos del Zebedeo. Comenta San Agustín:
«Escuchaste en el Evangelio a
los hijos del Zebedeo. Buscaban un lugar privilegiado, al pedir que uno de
ellos se sentase a la derecha de tan gran Padre y el otro a la izquierda.
Privilegiado, sin duda y muy privilegiado era el lugar que buscaban; pero,
dado que descuidaban el por dónde, el Señor retrae su atención del adónde
querían llegar, para que la detengan en el por dónde han de caminar. ¿Qué
les responde a quienes buscaban lugar tan privilegiado? “¿Podéis beber el
cáliz que yo he de beber?” ¿Qué cáliz sino el de la pasión, el de la
humildad, bebiendo el cual y haciendo suya nuestra debilidad, dice al
Padre: “Padre, si es posible pase de mí este cáliz”? Él se pone en lugar de
quienes rehusaban beber ese cáliz y buscaban el lugar privilegiado...
Buscáis a Cristo glorificado; acercaos a Él crucificado... Ésta es la
doctrina cristiana, el precepto y la recomendación de la humildad: “no
gloriarse a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6,14)» (Sermón
160,5).
Ciclo C
La oración perseverante alcanza
todo lo que necesitamos (lecturas primera y tercera). La fe que recibimos en
el bautismo ha de ser alimentada con la lectura de la Palabra de Dios. Así
estaremos siempre dispuestos a irradiarla por todas partes (segunda
lectura).
La oración, como permanente
vivencia de la confianza y esperanza en Dios, nuestro Padre, es el modo más
auténtico de vivir nuestro quehacer cotidiano conforme a su Voluntad divina
y nuestro destino de salvación. La medida de la fidelidad a Dios se da en
el cristiano, ante todo, por la constancia y la hondura de su vida de
oración filial.
–Éxodo 17,8-13: La
oración de Moisés obtuvo la victoria. La protección divina nos es
siempre necesaria, pues sin ella de poco vale el propio esfuerzo humano. La
oración constante es la que garantiza el sentido cristiano de nuestra vida
y de nuestra lucha por la salvación. Moisés aparece en la Escritura como el
gran intercesor. Dice Orígenes:
«Estas son las dos obras del
pontífice: aprender de Dios, leyendo las Escrituras divinas y meditándolas
frecuentemente, y enseñar al pueblo. Pero que enseñe las cosas que él
aprende de Dios, no las de su propio parecer, ni las opiniones humanas,
sino las que enseña el Espíritu Santo. Es precisamente lo que hace Moisés:
él no va a la guerra, no lucha contra los enemigos. ¿Qué hace? Ora; y
mientras él ora, vence el pueblo. Si se cansa y baja las manos, el pueblo
es vencido y huye (Ex 17,8-14). Ore, pues, incesantemente el sacerdote de
la Iglesia, para que el pueblo que le está encomendado venza a los enemigos
invisibles, los amalecitas, los demonios que atacan a los que quieren vivir
piadosamente en Cristo» (Homilía 8,6, sobre el Levítico).
–Con el Salmo 120
continuamos el mismo tema de la oración: «El auxilio me viene del Señor que
hizo el cielo y la tierra. Levante mis ojos a los montes. No permitirá el
Señor que resbale mi pie; Él no duerme, ni reposa. Es el guardián de Israel
[de la Iglesia, de cada alma cristiana]. El Señor nos guarda en su sombra,
está a nuestra derecha. Nos protege de día y de noche, nos guarda de todo
mal ahora y siempre». Por eso acudimos a Él con toda confianza y vivimos en
la paz.
–2 Timoteo 3,14-4,2: El
hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena. La
oración meditada de la Palabra de Dios nos ayuda en nuestra vida de
creyentes y nos mantiene en tensión evangélica para el testimonio cristiano.
San Vicente de Lerin enseña:
«La naturaleza de la religión
exige que todo sea transmitido a los hijos con la misma fidelidad con la
que ha sido recibido de los padres, y que, además, no nos es lícito llevar
y traer la religión por donde nos parezca, sino que más bien somos nosotros
los que tenemos que seguirla por donde ella nos conduzca» (Conmonitorio
5).
San Gregorio Magno enseña:
«Quien se prepara para
pronunciar una predicación verdadera, es preciso que tome de las sagradas
Escrituras los argumentos, para que todo lo que hable se fundamente en la
autoridad divina» (Morales sobre Job 18,26). Y
«¿Qué es la Sagrada Escritura sino una carta de Dios
omnipotente a su criatura?... Estudia, pues, por favor, y medita cada día
las palabras de tu Creador. Aprende lo que es el corazón de Dios,
penetrando en las palabras de ese Dios, para que anheles con más ardor las
realidades eternas y tu alma se encienda en deseos más vivos de los gozos
celestiales» (Carta a Teodoro, médico, 5,31).
«Lee muy a menudo las divinas
Escrituras, o, por decirlo mejor, que nunca la lectura sagrada se te caiga
de las manos. Aprende lo que has de enseñar, mantén firme la palabra de fe
que es conforme a la doctrina, para que puedas exhortar con doctrina sana y
convencer a los contradictores» (Carta a Nepociano 7).
–Lucas 18,1-8: Dios
hará justicia al elegido, que clama a Él. La perseverancia en la
oración es la mejor garantía para mantener nuestra fe viva y esperanzada
para el día del Señor. Comenta San Agustín:
«La lectura del santo Evangelio
nos impulsa a orar y a creer, y a no apoyarnos en nosotros mismos, sino en
el Señor. ¿Qué mejor exhortación a la oración que el que se nos haya
propuesto esta parábola sobre el juez inicuo?... Si, pues, escuchó quien no
soportaba el que se le suplicara ¿de qué manera escuchará quien nos exhorta
a que oremos?...
«Si la fe flaquea, la oración
perece. ¿Quién hay que ore si no cree? Por esto el bienaventurado Apóstol,
exhortando a orar, decía: “cualquiera que invoque el nombre del Señor será
salvo”. Y para mostrar que la fe es la fuente de la oración y que no puede
fluir el río cuando se seca el manantial del agua, añade: “¿y cómo van a
invocar a Aquel de quien no oyeron?” (Rom 10,13-14). Creamos, pues, para
poder orar. Y para que no decaiga la fe, mediante la cual oramos, oremos.
De la fe fluye la oración, y la oración que fluye suplica firmeza para la
misma fe» (Sermón 115,1).
Hemos de vivir en una oración
perseverante, si no queremos frustrar los frutos de las celebraciones
litúrgicas. Hemos de orar por nosotros, por la Iglesia y por todo el mundo.
LUNES
Años impares
–Romanos 4,20-25: La
fe de Abrahán en Dios es modelo para los cristianos. Esa fe le valió
ser tenido por Dios como justo. También los cristianos somos justificados por
la fe. San Pablo elabora una teología de la fe, basado en la fe de Abrahán,
en la que ve un tercer elemento: la resurrección de Cristo, o más
exactamente la fe en Aquel que ha resucitado a Jesús. Imposible creer en la
resurrección sin el acto previo de confianza y seguridad en el que realiza
esos portentos.
«Cristo no será conducido como
oveja al matadero en favor de los demonios, como lo fue en favor de los
hombres; ni se dirá para salvación de ellos: “no perdonó a su propio Hijo”
(Is 53,4). Porque los demonios tampoco exclamarán jamás: “fue entregado por
nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación” (Rom 4,25). Pues
Pablo escribe con toda claridad: “yo os trasmití según las Escrituras” (1 Cor 15,3), e invoca el testimonio de
éstas para afirmar por autoridad de ellas lo que es oscuro» (Carta
Pascual de San Teófilo, en las Cartas de San Jerónimo 96,10).
–De nuevo hallamos el Benedictus,
como salmo responsorial: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha
visitado a su pueblo». Nos ha suscitado una fuerza de salvación que «nos
libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su
alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos
que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos
con santidad y justicia, en su presencia todos nuestros días».
Años pares
–Efesios 2,1-10: Nos
ha hecho revivir con Cristo y nos ha sentado en el cielo con Él. Por el
don gratuito de la misericordia divina los cristianos, de cualquier origen
que sean, judío o no, se ven libres de sus pecados y reciben la vida en
Cristo al participar de su resurrección. Oigamos a San Agustín:
«El Cuerpo de Cristo, que es la
Iglesia, ha de estar a la derecha, es decir, en la bienaventuranza, como
dice el Apóstol: “con Él nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos”.
Aunque nuestro cuerpo no esté allá todavía, ya tenemos allá la esperanza» (Sobre
la lucha cristiana 26).
Y San Zósimo escribe:
«Por Jesucristo renacemos
espiritualmente, pues por Él somos crucificados al mundo. Por su muerte se
rompe aquella cédula de muerte, introducida en nosotros por Adán y
transmitida a toda alma; aquella sentencia cuya pena nos grava por
descendencia, a la que no hay absolutamente nadie de los nacidos que no
esté ligado, antes de ser liberado por el Bautismo» (Carta Tractoria
231).
MARTES
Años impares
–Romanos 5,12.15.17-19.20-21:
Por el pecado de uno entró la muerte en el mundo. San Pablo compara
a Cristo con Adán. Éste sumió al género humano en la muerte por obra de su
pecado. Cristo, por el contrario, es la fuente de la gracia, de la justicia
y de la vida para todos los hombres. Escribe Tertuliano:
«Dice el Señor que vino “para
salvar lo que había perecido” (Mt 18,11). ¿Qué piensas que era lo que había
perecido? El hombre, sin lugar a duda. ¿Todo hombre o parte de él?
Ciertamente todo, ya que la transgresión, que fue causa de la muerte del
hombre, fue cometida tanto por el impulso del alma con su concupiscencia
como por la acción de la carne con su placer. Con ellos se escribió contra
todo el hombre el veredicto de culpabilidad, por el que luego tuvo que
pagar justamente la pena de muerte.
«Así, pues, también el hombre
entero será salvado, ya que el hombre entero cometió el delito... Sería
indigno de Dios que devolviera la salud a la mitad del hombre, por decirlo
así; vendría a ser menos que los mismos gobernantes de este mundo, que
siempre conceden indulto en forma total. ¿Habrá que admitir que el diablo
es más fuerte para el mal del hombre, al lograr destrozarlo totalmente,
mientras que Dios es más débil, ya que no lo restaura en su totalidad? Pero
dice el Apóstol: “donde abundó el delito, sobreabundó la gracia” (Rom
5,20)» (La resurrección de la carne 34).
–Oramos en el Salmo 39
con las palabras referidas a Cristo en la Carta a los Hebreos: «Tú
no quieres sacrificios ni ofrendas y, en cambio, me abriste el oído; no
pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: Aquí estoy –como está
escrito en el libro– para hacer tu voluntad». Cristo fue el cumplimiento
personificado de la Voluntad del Padre. Para cumplir la Voluntad del Padre
murió en la cruz y de este modo logró expiar y reparar el pecado de la
humanidad. Los demás sacrificios quedaron abolidos. Solo el suyo pudo
salvar al hombre. Por eso proclamamos su salvación ante la gran asamblea:
«Grande es el Señor». Todos buscamos en Él la salvación y en Él nos
alegramos.
Años pares
–Efesios 2,12-22: Él
es nuestra paz: Ha hecho de los dos pueblos una sola cosa. Gentiles y judíos
son uno en Cristo, y Él es la piedra angular de la Iglesia. Escribe San
Ireneo:
«Allí donde está la Iglesia,
está el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, allí está
la Iglesia y toda la gracia» (Contra las herejías 3,24).
Y San Agustín dice:
«Estos dos pueblos, cual
paredes que traen distinta dirección, estaban muy lejos el uno del otro,
hasta que fueron conducidos a la piedra angular: Cristo, como ángulo; en Él
quedan unidos entre sí» (Sermón 331,1). Y también:
«Si Cristo es la Cabeza de la
Iglesia, el Espíritu Santo es su alma. Lo que el alma es en nuestro cuerpo,
es el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia» (Sermón 187).
Y en otra ocasión:
«La Iglesia vacilará si su
fundamento vacila; pero ¿podrá vacilar Cristo? Mientras Cristo no vacile,
la Iglesia no flaqueará jamás hasta el fin de los tiempos» (Comentario
al Salmo 103).
–Con el Salmo 84
decimos: «Dios anuncia la paz a su pueblo. Voy a escuchar lo que dice el
Señor: Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos. La salvación está ya
cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra. La misericordia
y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad
brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la
lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la
salvación seguirá sus pasos».
–Lucas 12,35-38: Dichosos
nosotros si el Señor, cuando vuelva, nos encuentra en vela. No sabemos
la hora justa de ese momento. El cristiano, al igual que el padre de
familia avisado o que el buen servidor, no debe dejarse vencer por el
sueño, debe velar, es decir, estar en guardia y apercibido para recibir al
Señor. La vigilancia caracteriza por tanto la actitud del discípulo que
espera y aguarda el retorno de Jesucristo; consiste ante todo en mantenerse
en estado de alerta espiritual, y por lo mismo exige el despego de los
placeres y de los bienes terrestres. Como es imprevisible la hora de la
parusía, hay que estar preparados para el caso en que se haga esperar. Esta
vigilancia ha de ejercerse día tras día en la lucha contra el Maligno; por
eso hay que orar y ser sobrios. Dichosos los que están siempre dispuestos a
recibir la venida del Señor.
MIÉRCOLES
Años impares
–Romanos 6,12-18: Desde
el Bautismo, que nos ha unido al Misterio Pascual del Señor, hemos de estar
siempre muertos al pecado y vivos para Dios. Ha habido un cambio
radical: de esclavos del pecado hemos venido a ser servidores de la
justicia. Comenta San Agustín:
«Niégate a entregar armas a la
concupiscencia y brillará tu victoria. Lucha, esfuérzate: ningún atleta
recibe la corona sin sudor. Vives en estado de competición, participas en
un combate... Si la carne despierta la pasión, ordena el espíritu en la
castidad; si la carne incita a la ira, imponga tu espíritu la misericordia.
Si, envuelto en este combate, no pones a disposición de la concupiscencia
rebelde tus miembros, los que fueron en otro tiempo armas de iniquidad al
servicio del pecado, se convierten ahora en armas de justicia al servicio
de Dios» (Sermón 163,A,1).
Hemos de ofrecernos a Dios
enteros, como hombres que han vuelto a la vida. Por eso todo hemos de
emplearlo en servicio del bien.
–Con el Salmo 123
proclamamos que «tenemos nuestro auxilio en el nombre del Señor». Por
nosotros solos nada podemos, pero con el Señor tenemos la victoria segura:
«Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los
hombres», las fuerzas del mal, las pasiones, la concupiscencia... «nos
hubieran tragado vivos, tanto ardía su ira contra nosotros, nos habrían
arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello... Bendito el
Señor que nos ayudó. Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del
cazador; la trampa se rompió y escapamos... Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo
el cielo y la tierra».
Años pares
–Efesios 3,2-12: Gracias
a Cristo, también los gentiles son herederos de la promesa. San Pablo,
con gran humildad, afirma que es el último de los apóstoles, pero que ha
recibido el gran privilegio de revelar el misterio de la vocación de los
gentiles a la herencia divina, lo mismo que los judíos. Benedicto XV
escribió en 1917:
«El fin que los predicadores
deben proponerse está claramente indicado por San Pablo: “Somos embajadores
de Cristo” (2 Cor 5,20). Todo predicador debe hacer propias estas palabras.
Mas, si son embajadores de Cristo en el ejercicio de su misión, tienen la
obligación de atenerse estrictamente a la voluntad manifestada por Cristo,
cuando les confirió el encargo, y no pueden proponerse finalidades diversas
de las que Él mismo se propuso mientras habitó en esta tierra... Por lo
tanto, los predicadores han de proseguir estas metas: difundir la verdad
enseñada por Dios, despertar y acrecentar la vida sobrenatural en quienes
los escuchan. En resumen: buscar la salvación de las almas, promover la
gloria de Dios» (encíclica Humani generis).
San Jerónimo enseña:
«Durante los siglos pasados
estas riquezas de su bondad estuvieron ocultas en Dios, que es el Creador
de todas las cosas. ¿Dónde están Marción y Valentín y todos los herejes que
afirman que uno es el Creador del mundo, esto es, de lo visible, y otro
distinto el Creador de lo invisible?... Pero “el Misterio escondido durante
siglos” puede entenderse de otra manera, en el sentido de que lo ignoraron
los propios siglos, es decir, todas las criaturas espirituales y racionales
que existieron en esos siglos» (Comentario a la Carta a los Efesios
2,3,8-9).
–Con el texto de Isaías 12
proclamamos, como salmo responsorial: «Sacaréis aguas con gozo de la fuente
de la salvación. Él es mi Dios y Salvador; confiaré y no temeré; porque mi
fuerza y mi poder es el Señor, Él fue mi salvador... Dad gracias al Señor,
invocad su nombre; contad a los pueblos sus hazañas, proclamad que su
nombre es excelso. Tañed para el Señor, que hizo proezas, anunciadlas a
toda la tierra, gritad jubilosos, habitantes de Sión: ¡qué grande es en
medio de ti el Santo de Israel!». Él nos ha llamado a la vida grandiosa de
la gracia.
–Lucas 12,39-48: La
vigilancia es propia del pueblo cristiano, y especialmente de sus
responsables. Cristo enseña que el tiempo presente se nos ha concedido
para hacer méritos con respecto a la vida eterna. Escuchemos a San Gregorio
Magno:
«La misma cualidad de la
condición humana nuestra cuánto es más excelente que todas las otras cosas,
porque la razón dada al hombre afirma cuánto excede la naturaleza racional
a todas las cosas que carecen de vida, de sentido y de razón. Mas,
porque cerramos los ojos a las cosas interiores e invisibles, y nos
apacentamos de las visibles, honramos muchas veces al hombre no por aquello
que él es, sino por lo que puede, y venimos a caer en la acepción de
personas, no por las mismas personas, sino por las cosas que ellas
tienen... Mas el Dios todopoderoso examina la vida de los hombres por la
sola cualidad de los merecimientos; y muchas veces da mayor pena por donde
dio estas cosas mayores, en razón del ministerio y oficio, según la misma
Verdad da testimonio diciendo: “al que mucho se le ha dado, mucho se le exigirá”
(Lc 12,48)» (Morales sobre Job 25,1).
JUEVES
Años impares
–Romanos 6,19-23: Convertíos
en siervos de Dios. La esclavitud del pecado acaba en la muerte; pero
la sumisión a la justicia de Dios produce la santidad y lleva a la vida
eterna. Comenta San Agustín:
«“Despojaos del hombre viejo
para revestiros del nuevo”. El Señor establece un pacto con vosotros.
Habéis vivido para el mundo, os habéis entregado a la carne y a la sangre,
habéis llevado la imagen del hombre terreno... Llevad en adelante la de
Aquel que procede del cielo: es Palabra humana, puesto que “la Palabra se
hizo carne”, y “como pusisteis vuestros cuerpos como armas de iniquidad al
servicio del pecado, así ahora debéis exponerlos como armas de justicia al
servicio de Dios” (Rom 6,19). Para vuestra ruina, vuestro enemigo se arma
con vuestros dardos; para vuestra salvación, ármese a su vez vuestro
Protector con vuestros miembros» (Sermón 216,2,).
–«Dichoso el hombre que ha
puesto su confianza en el Señor», rezamos con el Salmo 1, dichoso el
que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los
pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es
la Ley del Señor y medita su Ley día y noche. Será como un árbol plantado
al borde de la acequia; da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas y
cuanto emprende tiene buen fin. No así los impíos, no así, serán paja que
arrebata el viento, porque el Señor protege el camino de los justos, pero
el camino de los impíos acaba mal».
Años pares
–Efesios 3,14-21: Ora
el Apóstol pidiendo que Cristo habite por la fe en nuestros corazones.
Comenta San Agustín:
«Ya ves lo que dice el Apóstol:
“Cristo habita por la fe en vuestros corazones” (Ef 3,17). Según su presencia hermosa y divina, está
siempre con el Padre; en cambio, según la presencia de la fe, está en todos
los cristianos. Por eso fluctúas, porque Cristo está dormido, es decir, no
logras vencer aquellos deseos que se levantan con el soplo de los que
persuaden al mal, porque tu fe está dormida. ¿Qué significa que tu fe está
dormida? Que está apagada. ¿Qué quiere decir que está apagada? Que te
olvidaste de ella. ¿Qué es despertar
en ti a Cristo? Despertar la fe, recordar lo que has creído. Haz memoria,
pues, de tu fe, despierta a Cristo. Tu misma fe dará orden a las olas que
te turban y a los vientos de quienes te persuaden el mal» (Sermón 361,7).
–Cantemos con el Salmo 32 a la misericordia del Señor, que llena la tierra:
«Aclamad, justos, al Señor que merece la alabanza de los buenos; dad
gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas.
La palabra del Señor es sincera, todas sus acciones son leales. El Señor
ama la justicia y el derecho. El plan del Señor subsiste por siempre; sus
proyectos de edad en edad». Él nos eligió como heredad suya desde antes de
la creación. Alabemos al Señor, démosle gracias.
–Lucas 12,49-55: Cristo
vino a inflamar al mundo con el fuego de su amor. Cristo, enviado por
el Padre, vino al mundo para incendiar a la humanidad en el fuego divino
del Espíritu Santo. Comenta San Ambrosio:
«No es un fuego que destruya
los bienes, sino ése que hace germinar la buena voluntad y enriquece los
vasos de oro de la Casa del Señor... Ese fuego divino que agosta los deseos
terrenos, suscitados por los placeres mundanos, los cuales deben perecer
como obra de la carne... El fuego del Señor es una luz eterna y con ese
fuego es con el que se encienden las lámparas de los que esperan la llegada
del Señor... Es el fuego que ilumina los íntimo del corazón... Con ese
fuego nos infunde la devoción, consuma en nosotros la perfección... Con su
presencia arroja luz sobre los misterios» (Tratado sobre el Evangelio de
San Lucas lib.VII,132-133).
VIERNES
Años impares
–Romanos 7,18-25: En
el interior del hombre luchan el pecado y la gracia. En su interior se
produce la guerra permanente entre el hombre viejo y carnal y el hombre
nuevo y espiritual. San Agustín comenta:
«Es completamente justo que al
hombre que no quiso obedecer a su Señor no le obedezca su carne. Sirve tú a
quien te es superior, para que te sirva tu inferior. Despreciaste al
Superior, y eres atormentado ahora por tu inferior. Ésta es, pues, la ley
del pecado; ésta es también la ley de la muerte. Por el pecado vino la
muerte... ¿Cómo te libró la ley del espíritu de vida? Primero de todo te
concedió el perdón de los pecados. De esa ley se dice en el Salmo [118,29]:
“ten piedad de mí según tu ley”. Es la ley de la misericordia, la ley de la
fe, no la de las obras [o ley mosaica]» (Sermón 152).
Como puede verse esa lectura paulina
describe la condición del hombre abandonado a sí mismo (antiguo Adán), y la
del hombre a quien Cristo (nuevo Adán) vuelve a orientar hacia Dios.
–Unos versos del Salmo 118
nos ayudan a meditar sobre la lectura anterior: «Instrúyeme, Señor, en tus
leyes. Enséñame a gustar y a comprender, porque me fío de tus mandatos. Tú
eres bueno y haces el bien; instrúyeme en tus leyes. Que tu bondad me
consuele, según la promesa hecha a tu siervo. Cuando me alcance tu
compasión viviré, y mis delicias serán tu voluntad. Jamás olvidaré tus
decretos, pues con ellos me diste vida. Soy tuyo, sálvame, que yo consulto
tus leyes».
Años pares
–Efesios 4,1-6: Un
solo cuerpo, un solo Señor, una fe, un bautismo. El Apóstol exhorta a
la unidad: un solo Cuerpo de Cristo, un solo Espíritu, una sola esperanza,
un solo Señor, una sola fe y un solo Dios. San Agustín comenta:
«“Un solo Cuerpo, dice el
apóstol Pablo, un solo Cuerpo y un solo Espíritu” (Ef 4,4). Considerad
nuestros miembros. El cuerpo consta de muchos miembros, y una sola alma da
vigor a todos ellos. Ved que, gracias al alma humana por la que yo soy
hombre, se mantienen unidos todos los miembros... Pues bien, lo que es
nuestro espíritu o nuestra alma respecto a nuestros miembros, eso mismo es
el Espíritu Santo respecto a los miembros de Cristo, el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Para demostrar
cómo lo que es la vida divina la que funda no solo la unidad de la
humanidad toda, sino también la de cada persona, San Pablo establece una
relación entre cada una de las virtudes teologales y cada una de las
personas de la Santísima Trinidad: el Espíritu alimenta la esperanza,
Cristo llama a la fe y el Padre está en todos para hacer nacer en ellos el
amor y la comunión» (Sermón 268).
–Buscamos la presencia del Señor
y con el Salmo 23 cantamos: «Del Señor es la tierra y cuanto la
llena, el orbe y todos sus habitantes; Él la fundó sobre los mares; Él la
afianzó sobre los ríos. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede
estar en el recinto sacro? El hombre
de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos. Éste
recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación».
Así es como formamos un solo Cuerpo, por la gracia de Cristo, recibida en
el bautismo.
–Lucas 12,54-59: Conozcamos
los signos de los tiempos en las palabras de Cristo. Entendamos todas
las cosas de la vida a la luz de su palabra. Comenta San Agustín:
«Reciba cada uno con prudencia
las amonestaciones del preceptor para no desaprovechar el tiempo de la
misericordia del Salvador, que se otorga en esta época de perdón para el
género humano. Al hombre se le perdona para que se convierta y no haya
nadie así a quien condenar. Ignoro si el fin del mundo encontrará a alguien
de nosotros aquí. Quizá no. Pero el fin del mundo está cerca para cada uno
de nosotros, puesto que somos mortales. Caminamos en medio de caídas...
Oigamos al Señor y hagamos lo que nos manda» (Sermón 109,1-2).
SÁBADO
Años impares
–Romanos 8,1-11: El
Espíritu habita en nosotros. El hombre nuevo ha quedado libre del
pecado y de la muerte por la ley del Espíritu, que hace nacer en él una
vida nueva. Esto no lo podía hacer la ley judaica, pero sí la obra de Dios
por su Hijo bienamado. Comenta San Agustín:
«“No hay condenación para los
que están en Cristo Jesús” (Rom 8,1). Aunque experimenten los deseos de la
carne, a los que no dan consentimiento, y aunque existe en sus miembros la
ley que se opone a la ley de su mente, intentando cautivarle, con todo no
hay condenación para quienes están en Cristo Jesús, porque mediante la
gracia del bautismo y el baño de regeneración quedaron liberados de la
culpa con que habían nacido y de cualquier anterior consentimiento a los
malos deseos. Sea que se trate de
torpezas, sea que se trate de crímenes o de malos pensamientos o de malas
palabras, todo se destruye en aquella fuente a la que entraste siendo
siervo y de la que saliste siendo libre. No hay condenación ahora, pero sí
la hubo antes. La condenación pasó de un hombre a todos. He aquí el mal de
la generación y el bien de la regeneración... Lucha en la libertad, pero
estate atento a no ser vencido y a no caer de nuevo en la servidumbre. Te
fatigas en la lucha, pero gozarás en el triunfo» (Sermón 152,3).
–Con el Salmo 23
meditamos y cantamos las maravillas que el Señor ha hecho con nosotros por
el bautismo: «del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus
habitantes. Él la fundó sobre los mares, Él la afianzó sobre los ríos.
¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en su recinto
sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón».
Es lo que hizo el bautismo en
nosotros. Por eso confiamos en el Señor, no en los ídolos, es decir, en
dinero, fama, honores, poder, placer... Hemos recibido la bendición del
Señor. Él nos ha justos con su amor misericordioso. Busquemos siempre al
Señor, vengamos a su presencia. En Él encontraremos nuestra paz y nuestra
felicidad.
Años pares
–Efesios 4,7-16: Cristo
es nuestra Cabeza. Él está a la derecha del Padre, y di-funde sus
gracias y carismas en su Cuerpo místico para edificarlo, y hacerlo crecer y
llegar a la plenitud. Dice Orígenes:
«Escuchad, pastores de las
Iglesias, pastores de Dios, que siempre un ángel desciende del cielo y os
anuncia que “os ha nacido hoy un Salvador, que es Cristo, el Señor” (Lc
2,11). Porque los pastores de las Iglesias no podrán guardar el rebaño por
ellos mismos, si no viene el Pastor. Falla su pastoreo si Cristo no
apacienta con ellos y lo guarda con ellos. Leemos en el Apóstol: “somos
cooperadores de Dios” (1 Cor 3,9). El pastor bueno, que imita al Buen
Pastor, es cooperador de Dios y de Cristo; y por eso mismo es un buen
pastor aquel que, unido al mejor de los pastores, apacienta el rebaño.
“Dios puso en la Iglesia apóstoles, profetas, evangelistas, pastores,
doctores para la perfección de los santos” (1 Cor 12, 28; cf.
Ef 4, 11-12)» (Homilía sobre el
Evangelio de San Lucas 12,2).
–Con el Salmo 21 vamos,
llenos de alegría a la Casa del Señor, a la Iglesia, a la asamblea
litúrgica... «Ya están pisando nuestros pies, tus umbrales, Jerusalén.
Jerusalén está fundada, como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus,
las tribus del Señor», y todos los pueblos unen su voz en la misma plegaria
por la acción del Espíritu. Dóciles a su acción, con un solo corazón y una
sola alma, alabamos el nombre del Señor y celebramos la Santa Eucaristía,
sacrificio y alimento que da vida y nos une con todos los hermanos y con
Cristo, nuestra Cabeza.
–Lucas 13,1-9: Si no
nos convertimos de todo corazón, pereceremos. Nos lo avisa Jesús en la
parábola de la higuera infructuosa. Y así lo comenta San Ambrosio:
«¿Qué querrá significar el
Señor al usar con tanta frecuencia en su evangelio la parábola de la
higuera? En otro lugar ya has visto cómo, al mandato del Señor, se secó el
verdor de este árbol (Mt 21,19). De aquí has de concluir que el Creador de
todas las cosas puede mandar que las diversas especies de árboles se sequen
o tomen verdor en un instante. En otro pasaje Él recuerda que la llegada
del estío suele conocerse porque surgen en el árbol retoños nuevos y brotan
hojas (Mt 24,32). En estos dos textos hay figurada la vanagloria que
perseguía el pueblo judío y que
desapareció como una flor, cuando vino el Señor, porque permanecía
infructuosa en obras, y lo mismo que con la venida del estío se recolectan
los frutos maduros de la tierra toda, así también, en el día del juicio, se
podrá contemplar la plenitud de la Iglesia, en la que creerán los mismos
judíos» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,160).
SEMANA 30
DOMINGO
Entrada: «Que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro» (Sal
104,3-4).
Colecta (del Misal anterior, retocada con textos del
Veronense y del Gelasiano): «Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra
fe, esperanza y caridad, y para conseguir tus promesas, concédenos amar tus
preceptos».
Ofertorio (del Veronense y del Sacramentario de Bérgamo):
«Vuelve tu mirada, Señor, sobre las ofrendas que te presentamos, para que
nuestra celebración sea para tu gloria y tu alabanza».
Comunión: «Que podamos celebrar tu victoria y en el
nombre de nuestro Dios alzar estandartes» (Sal 19,6); o bien: «Cristo nos
amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor» (Ef
5,2).
Postcomunión (del Misal anterior y antes del Gelasiano y
Gregoriano): «Lleva a su término en nosotros, Señor, lo que significan
estos sacramentos, para que un día poseamos plenamente lo que celebramos
ahora en estos ritos sagrados».
Ciclo A
Toda la ley descansa en el amor
a Dios y al prójimo. Es lo que nos proclaman las lecturas primera y
tercera. San Pablo en la segunda lectura nos invita a acoger la Palabra de
Dios y a difundirla en torno de nosotros con la alegría del Espíritu Santo,
y esperando siempre la segunda venida del Señor.
En la revisión de nuestra vida
cristianas tiene especial relieve en este Domingo 30 del Tiempo Ordinario
el tema de la caridad, como signo de nuestra identidad y de nuestra
fidelidad al Evangelio, como mandato peculiar del Señor y como vínculo
eclesial que nos une a Cristo y a los hermanos.
–Éxodo 22,21-27: Si
explotáis a viudas y a huérfanos, se encenderá contra vosotros mi cólera.
La autenticidad de nuestra fidelidad a Dios no se mide solo por la piedad;
se evidencia, además, en nuestra responsabilidad o irresponsabilidad frente
a la indigencia cotidiana o la debilidad de nuestro prójimo.
El texto normativo de la
primera lectura se comprende mejor a la luz de la palabra evangélica, que
sintetiza la legislación bíblica en un solo mandamiento referido a Dios y
al prójimo.
La legislación bíblica tiene su
fundamento en la actitud de bondad de Yahvé y en su constante
predisposición magnánima, benévola y clemente, que Israel y todos nosotros
hemos de hacer patente en toda nuestra conducta.
–Con el Salmo 17 decimos
al Señor con todo el corazón: «Yo te amo, tú eres mi fortaleza, mi Roca, mi
alcázar, mi baluarte, mi peña, mi refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora,
mi baluarte». Por eso lo invocamos y lo alabamos con todo entusiasmo: «viva
el Señor, bendita sea mi Roca, sea ensalzado mi Dios y Salvador».
–1 Tesalonicenses 1,5-10:
Abandonásteis los ídolos para servir a Dios, esperando la vuelta de su
Hijo. Por la auténtica caridad cristiana el creyente tiene que
testificar su fe evangélica ante Dios y ante el prójimo. San Juan Crisóstomo,
poniéndose en lugar de San Pablo, dice:
«Es verdad que os he predicado
el Evangelio para obedecer un mandato de Dios, ¡pero os amo con un amor tan
grande que habría deseado poder morir por vosotros! Tal es el modelo
acabado de un amor sincero y auténtico. El cristiano que ama a su prójimo
debe estar animado por esos sentimientos. Que no espere a que se le pida
entregar su vida por su hermano; antes bien ha de ofrecerla él mismo» (Homilía
2 sobre San Pablo, 3).
–Mateo 22,34-40: Amarás
al Señor, tu Dios, y al prójimo como a ti mismo. El Evangelio ha
fundido en uno los dos mandamientos supremos. No se puede amar a Dios sin
amar al prójimo, ni se puede amar cristianamente al prójimo sin verdadero
amor a Dios. Santa Catalina de Siena
decía: «Ahí está tu prójimo, manifiéstale el amor que tienes a Dios». Ante
una casuística rabínica, muy compleja, y una innecesaria multiplicación de
prescripciones, Jesucristo simplifica y sintetiza el comportamiento del
hombre en el amor a Dios y al prójimo.
El amor al prójimo no está
desvinculado de las situaciones reales de la vida humana. Amar a Dios y al
prójimo con todo el corazón significa amar con la totalidad de nuestra
persona y de nuestra actividad, y dentro de la comunidad de la que formamos
parte. San Agustín comenta este pasaje evangélico:
«Un ala es “amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Pero no te
quedes con un ala; pues si crees tener un ala sola, no tienes ninguna.
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. “Si no amas a tu hermano a quien
ves, ¿cómo puedes amar a Dios a quien no ves?” (1 Jn 4,20). Busca, pues,
otra ala, y así volarás, así te despegarás de la codicia de lo terreno y
fijarás tu amor en lo celeste. Y mientras te apoyas en ambas alas, tendrás
arriba el corazón, para que el corazón elevado arrastre arriba a su carne a
su debido tiempo» (Sermón 68,13).
Ciclo B
La curación del ciego de
Jericó, relatada en el Evangelio de hoy, ha sugerido el pasaje de Jeremías
de la primera lectura. La segunda lectura nos expone el sacerdocio de
Jesucristo, que siempre intercede por nosotros. Él es el gran Mediador
entre Dios y los hombres.
El don de la fe que, por
amorosa iniciativa divina, hemos recibido puede ofrecernos la luz sobrenatural
suficiente para superar la ceguera angustiante del hombre viejo y carnal.
Siempre para la existencia humana será más trágica la ceguera naturalista o
autosuficiente del hombre privado de la fe cristiana, que la misma ceguera
material de los cuerpos.
–Jeremías 31,7-9: Congregaré
a ciegos y cojos. En la historia de la salvación, solo a la luz de la
fe y de la Revelación puede el hombre descubrir los designios amorosos de
Dios en los acontecimientos de la vida.
El anuncio de la inminente
liberación está formulado por el profeta con una invitación litúrgica a
celebrar y alabar al Señor, porque ha cumplido su obra a favor del pueblo
elegido. La felicidad de Israel proviene únicamente de la bondad y
omnipotencia de su Dios tanto en el pasado como en el futuro. A Él va
dirigida toda la alabanza y toda gloria. La Biblia es un inmenso coro de
cantos de exultación y de gratitud por las continuas intervenciones
salvíficas de Yahvé. El profeta es el primero en verlo y celebrarlo:
«Gritad de alegría... regocijaos, proclamad, alabad y decid: “el Señor ha
salvado a su pueblo”». Él es un Padre para Israel, para la Iglesia, para
cada uno de nosotros.
–Por eso seguimos exultando con
el Salmo 125: «Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía
soñar, la boca se nos llenaba de risa, la lengua de cantares. Hasta los
gentiles decían: “el Señor ha estado grande con ellos”». Así es. Por eso en
la liturgia cristiana siempre cantamos con alegría al Señor.
–Hebreos 5,1-6: Tú
eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Jesús, Testigo del
Padre y Pontífice y Mediador de nuestra salvación, es quien elige de entre
sus discípulos aquellos que deben participar especialmente de su sacerdocio
ministerial. Escribe San Juan Crisóstomo:
«Al preguntar a Pedro si le
ama, no se lo pregunta porque necesite conocer el amor de su discípulo,
sino porque quiere mostrar el exceso de su propio amor. Y así al decir:
“¿quién es el siervo fiel y prudente?” no lo dice como ignorando quién es,
sino para enseñarnos la singularidad de este hecho y la grandeza del
oficio. Mira si es grande, mirando su recompensa: por él lo constituye
sobre todos sus bienes, y concluye que, moralmente, el sacerdote debe
sobresalir por su santidad» (Sobre el Sacerdocio 2,1-2).
–Marcos 10,46-52: Señor,
que veamos, como el ciego de Jericó. Para ver y reconocer a Cristo,
necesitamos que Él nos ilumine. Cristo es «el autor de nuestra fe» (Heb
12,2). El conocimiento de Jesús por la fe obra la salvación completa del
hombre, le muestra la Verdad única que ha de seguir, le libera de la
ceguera interior y exterior, y si así Él lo quiere, le otorga como
complemento la misma vista física. La omnipotencia divina está siempre
dispuesta a favorecer a quien se deja conducir por la fe verdadera,
suscitada por el Espíritu. La fe auténtica, que proviene de lo alto, produce un genuino testimonio
y no permite que sean desviados los que creen en la verdad de Cristo
crucificado y resucitado. San Cirilo de Alejandría comenta:
«Cuando admitimos la fe, no por
eso excluimos la razón; por el contrario, procuramos con ella adquirir
algún conocimiento, aunque oscuro, de los misterios; pero con justo motivo
preferimos la fe a la razón, porque la fe es la que precede, y la razón no
hace más que seguirla, según este lugar de la Escritura: “si no creéis, no
conoceréis”. A la verdad, si no sentáis los fundamentos de la fe,
excluyendo toda duda, jamás podréis levantar el edificio fundado sobre el
conocimiento de Jesucristo, y por consiguiente, no podréis llegar a ser
hombres espirituales» (Comentario al Evangelio de San Juan 20,2).
Ciclo C
Dios escucha la oración de los
humildes (lecturas primera y tercera). San Pablo nos transmite su último
mensaje antes del martirio: todos le han abandonado, pero él permanece en
el Señor, que lo colmará de su fuerza. Dios, que resiste a los soberbios de
corazón, derrama su gracia sobre los pobres de espíritu y los humildes de
corazón. Por eso, la postura más verdadera del alma ante Dios es siempre la
de una consciente humildad o actitud de indigencia orante. Cualquier
autosuficiencia personal o colectiva es, por sí misma, antievangélica y, en
definitiva, esencialmente antirreligiosa.
–Eclesiástico 35,15-17.20:
Los gritos de los pobres atraviesan las nubes. La preferencia del
Señor se inclina a los débiles e
indefensos. Esto, que ya estaba anunciado como signo del tiempo mesiánico,
se cumple en la persona de Jesucristo. Él mismo lo aduce como signo
acreditador de su venida (Mt 11,5; Lc 8,19). También Él viene y vive en la
pobreza. Los pobres son evangelizados y son llamados dichosos en la nueva
economía de la gracia (Lc 6,10): ellos forman la primitiva Iglesia (Sant
2,1). El Señor consuela a los humildes y les da su gracia (2 Cor 7,6), oye
la oración y los gemidos de los humildes (Sal 11,6), y justifica al que ora
con humildad (evangelio de hoy).
–Frente a la injusticia humana
que explota al pobre, Dios se constituye en juez de apelación en favor del
oprimido. Así cantamos en el Salmo 33: «Si el afligido invoca al
Señor, Él lo escucha». Bendigamos al Señor en todo momento, su alabanza
esté siempre en nuestra boca, pues «el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos».
–2 Timoteo 4,6-8.16-18: Ahora
me aguarda la corona merecida. Como San Pablo, el corazón humilde y esperanzado
ante los dones divinos posee siempre la invencible confianza de una
fidelidad amorosa de Dios, que le salvará. Comenta San Agustín:
«Veía Pablo la inminencia de su
pasión; la veía, pero no la temía. ¿Por qué no la temía? Porque antes había
dicho: “deseo morir y estar con Cristo” (Flp 1,23). Nadie dice que va a
comer, que va a disfrutar de un gran banquete, con tanto gozo, como él dice
que va a padecer. “Estoy a punto de ser inmolado”. ¿Qué significa estar a
punto de ser inmolado? Que será un sacrificio para Dios. “Me encuentro
seguro: arriba tengo al sacerdote que me ofrecerá a Dios. Tengo como
sacerdote al mismo que antes fue víctima por mí”» (Sermón 298, 3).
–Lucas 18,9-14: El
publicano bajó a su casa justificado, pero el fariseo, no. La soberbia
humana, enmarcada en falsas piedades, hace al hombre repulsivo ante el
Padre y temerario en sus propios juicios despiadados sobre los demás.
La oración del fariseo tiene
algunas perfecciones externas: se hace en el templo, en la actitud
acostumbrada por los judíos, ofreciendo una acción de gracias, etc., pero
es rechazada porque le falta lo principal. No busca en Dios lo que
únicamente se debe a Dios: la salvación. Da gracias porque se cree justo,
no como los demás hombres, que son injustos y pecadores...
La oración del publicano es
todo lo contrario: pide a Dios lo que solo Él puede dar, la salvación. No
solo en el templo y ante el altar es preciso vivir en profundidad la
actitud humilde del cristiano consciente ante Dios. También en nuestra vida
diaria y en nuestras relaciones con los demás podemos pecar de ser
engreídos y presumidos. Solo viviendo siempre en la humildad se hace
nuestra vida íntegramente auténtica ante Dios y ante los hombres, nuestros
hermanos.
LUNES
Años impares
–Romanos 8,12-17: Somos
hijos adoptivos de Dios, por eso clamamos: ¡Abba! ¡Padre!. Hemos de
vivir no según la carne, sino según el Espíritu. Por el Espíritu somos
hijos de Dios y lo invocamos como Padre nuestro. El mismo Cristo nos enseña
a orar así: «Padre nuestro, que estás en el cielo»... San Agustín comenta
este pasaje de San Pablo y dice:
«Por lo tanto, hermanos –ésta
es la exhortación recibida hoy–, “no somos deudores de la carne para vivir
conforme a la carne”. Para esto hemos sido auxiliados, para esto recibimos
el Espíritu de Dios, para esto pedimos el auxilio día a día en nuestras
fatigas. La ley tiene bajo sí a quienes amenaza si no cumplen lo que
ordena; éstos están bajo la ley, no bajo la gracia. Buena es la ley para
quien haga buen uso de ella, esto es, para quien reconozca a través de ella
la propia enfermedad y busque el auxilio divino para lograr la salud.
Porque, como ya dije y ha de repetirse siempre, si la ley pudiese
vivificar, la justicia procedería, ciertamente, de la ley. Entonces ni se
buscaría un Salvador, ni hubiese venido Cristo, ni hubiese buscado con su
sangre la oveja perdida» (Sermón 156,3).
–Con el Salmo 67
proclamamos que «nuestro Dios es un Dios que salva. Se levanta Dios y se
dispersan sus enemigos, huyen de su presencia los que lo odian; en cambio,
los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de
alegría... Bendito sea el Señor cada día, Dios lleva nuestras cargas, es
nuestra salvación... Nos hace escapar de la muerte». En realidad todo esto
lo ha realizado plenamente entre nosotros por Jesucristo, su Hijo bien
amado, que padeció y murió en la Cruz para redimirnos.
Años pares
–Efesios 4,32–5,8: Vivid
en el amor, como Cristo. San Pablo nos exhorta a que pongamos en
práctica el amor a imitación de Cristo. Debemos evitar a toda costa las
obras impías que se realizan en el mundo pagano. Comenta San Agustín:
«Nuestro mismo Dios nos exhorta
a que le imitemos a Él... El que, ciertamente, no tenía pecado alguno,
murió por nosotros y derramó su sangre para que lográramos el perdón. Él
recibió por nosotros lo que no le era debido, para librarnos de la deuda.
Ni Él debía morir, ni nosotros vivir. ¿Por qué? Porque éramos pecadores. Ni
a Él le correspondía la muerte, ni a nosotros la vida. Tomó para sí lo que
no le correspondía; y nos dio lo que no se nos debía. Mas, puesto que se
habla del perdón de los pecados, para que no juzguéis que es mucho para
vosotros imitar a Cristo, escuchad lo que dice el Apóstol: “perdonándoos
mutuamente... Sed, pues, imitadores de Dios” (Col 3,13; Ef 4, 32), Son palabras del
Apóstol, no mías. ¿Es acaso de soberbios imitar a Dios?... “Como hijos
amadísimos”. Tú te llamas hijo. Si rechazas la imitación de Dios, ¿cómo
aspiras a obtener la herencia?» (Sermón
34,2).
–«Seamos imitadores de Dios, como
hijos queridos». Este es el estribillo del Salmo 1: «Dichoso el
hombre que no sigue el camino de los
impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión
de los cínicos, sino que su gozo es la ley del Señor y medita su ley día y
noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia... No así los
impíos, no así... El camino de los impíos acaba mal».
–Lucas 13,10-17: Una
curación en sábado escandaliza a los hipócritas, pero el pueblo sencillo se
llena de júbilo. La bondad de Jesús se aparta de todo formalismo y de
todo legalismo. La ley solo ha de servir para ayudar al amor. Ésta es la
gran Ley. El mismo Jesucristo reduce toda la ley amor a Dios y al prójimo.
Él vino a dar cumplimiento a la ley. Solo el pueblo sencillo y humilde
puede apreciar esos gestos y esa doctrina sublime. Los soberbios, los
autosuficientes, quedan vacíos. Son los más humildes los que mejor reciben
la sanación y la salvación de Cristo, son ellos los que se atreven a
pedírsela y a esperarla de su bondad. Escribe San Jerónimo:
«¿Por qué andas encorvado y
pegado a la tierra y estás hundido en el cieno? Aquella mujer a la que
Satanás mantuvo atada durante dieciocho años, tan pronto como fue curada
por el Salvador, se irguió y empezó a mirar al cielo (Lc 13, 11ss)»
(Carta 147,9, a Sabiniano, diácono).
MARTES
Años impares
–Romanos 8,18-25: Los
hijos de Dios viven aguardando la gloria que se manifestará en ellos. Y
mantienen esta esperanza en medio de los sufrimientos del mundo presente.
San Agustín comenta:
«¡Cuán fácilmente se tolera
cualquier adversidad temporal para evitar la pena eterna, para lograr la
paz eterna! Con razón el Vaso de Elección [San Pablo] dijo con inmensa
alegría: “no corresponden los padecimientos temporales a la gloria futura
que se revelará en nosotros” (Rom 8,18). Ya ves por qué es suave aquel yugo
y la carga ligera. Si es difícil para los pocos que le eligen, es fácil
para todos los que le aman. Dice el salmista: “según tus mandatos, yo me he
mantenido en la senda establecida” (Sal 16,4). Esos caminos que son duros
para los trabajadores, son suaves para los amadores. Por eso la
dispensación de la divina providencia hizo de modo que el hombre interior,
que se renueva día a día, ya no viva bajo la ley, sino bajo la gracia...
Tiene ahora la facilidad de la fe simple, de la esperanza buena y de la
santa caridad» (Sermón 70).
–Con el Salmo 125
decimos: «El Señor ha estado grande con nosotros. Cambió nuestra suerte»... Nos ha dado su gracia, su yugo
es suave y su carga ligera. Parece un sueño, pero es una gran realidad. Él
ha sufrido por nosotros. Nos ha dado ejemplo y nos ayuda con su gracia
misericordiosa... Hemos sembrado con lágrimas, pero cosechamos entre
cantares. Grande y hermoso es participar en los sufrimientos de Cristo,
para luego participar también en la gloria de su triunfo.
Años pares
–Efesios 5,21-23: El
matrimonio cristiano, símbolo de la unión entre Cristo y su Iglesia. El
deseo de San Pablo de que el amor de Cristo para con la humanidad se dé en el
amor de los esposos cristianos está perfectamente justificado; eso es
precisamente lo que constituye el contenido del sacramento del matrimonio.
Juan Pablo II el 22-XI-1981 dice:
«Creando al hombre “varón y
mujer” (Gen 1,27), Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre y a
la mujer, enriqueciéndolos con derechos inalienables y con las
responsabilidades que son propias de la persona humana» (encíclica Familiaris
consortio).
Cuando San Pablo exhorta a la
esposa a estar sometida al esposo lo hace pensando en la fidelidad amorosa
y obediente de la Iglesia respecto de su esposo Jesucristo. Y de modo
semejante al marido le exige que ame a su esposa, continuando el amor de
Cristo, que se entrega hasta la muerte por amor a la Iglesia.
–«Dichosos los que temen al
Señor», decimos en el Salmo 127. Él justo sigue el camino del Señor,
su mujer es como parra fecunda en medio de su casa; sus hijos, como
renuevos de olivo alrededor de su mesa. Ésta es la bendición del hombre que
teme al Señor. El Señor lo bendice desde Sión, y él ve la prosperidad de
Jerusalén todos los día de su vida. Ésta es la maravilla de la vida
cristiana, en la Santa Madre Iglesia, que reúne a todos sus hijos en el
banquete eucarístico. Es la bendición de la paz familiar, tan quebrantada en
nuestros días...
–Lucas 13,18-21: El
Reino de Dios es como el grano de mostaza, y como la levadura. El reino
glorioso del futuro está ahora en los corazones humildes de los creyentes.
Es un misterio el crecimiento del reino de Dios en este mundo. Nos fijamos
en el crecimiento externo que, ciertamente existe, según las estadísticas,
pero no nos fijamos en el crecimiento interior o de profundidad, es decir,
en la vida interior, en la santidad, que también existe, aunque no resulta
tan manifiesta, salvo cuando hay una beatificación o canonización... San
Ambrosio escribe:
«Si tanto al reino de los
cielos como a la fe se les compara al grano de mostaza, no se puede dudar
que la fe es el reino de los cielos, y el reino de los cielos es una
realidad que en nada difiere de la fe. Por tanto, quien tiene la fe posee
el reino de los cielos, reino que “está dentro de nosotros”, como está
dentro de nosotros la fe... Por eso hemos de desear que la Santa Iglesia,
que está figurada por esta mujer del Evangelio y que tiene en su poder esa
harina que somos nosotros mismos, esconda en el interior de nuestra alma a
Jesús, nuestro Señor, hasta que el colorido de la divina sabiduría penetre
en los rincones más secretos de nuestro espíritu» (Tratado sobre el
Evangelio de San Lucas lib.VII,177 y 182).
MIÉRCOLES
Años impares
–Romanos 8,26-30: A
los que aman a Dios todo les sirve para el bien. El Espíritu Santo
acude en ayuda de nuestra debilidad y nos asiste en la oración, mientras
aguardamos la gloria futura. Enseña San Juan Crisóstomo:
«La oración se presenta ante
Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro espíritu y tranquiliza
sus afectos. Me estoy refiriendo a la oración de verdad, no a las simples
palabras; a la oración que es un don de Dios, una inefable piedad, no otorgada
por los hombres, sino concedida por la gracia divina, de la que también
dice el Apóstol: “nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el
Espíritu Santo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom 8, 26).
El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una
riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma. Quien lo
saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor; es como un fuego
ardiente que inflama el alma» (Homilía 6 sobre la oración).
–Con el Salmo 12
manifestamos al Señor nuestra confianza plena en su misericordia. Por eso
decimos: «Atiende y respóndeme, Señor Dios mío, da luz a mis ojos, para que
no me duerma en la muerte»; para que no diga nuestro enemigo infernal: “le
he podido” ni se alegre de nuestro fracaso; porque nosotros, Señor,
confiamos en tu bondad misericordiosa. Alegra nuestro corazón con tu
auxilio. Te cantamos y te alabamos, Señor, por el bien que nos has hecho.
Años pares
–Efesios 6,1-9: Todos,
padres e hijos, siervos y amos, sirvamos al Señor. Comenta San Agustín:
«De ningún modo se atreverán el
padre o la madre a pedir que se les prefiera a Dios. Yo no digo que se les
anteponga, pero ni siquiera que se les compare... Dios te ha dicho: “Honra
a tu padre y a tu madre”. Lo reconozco, Dios me lo ha dicho... Ama, dice, a
los padres, pero no más que a mí (Mt 10,37)... Ama ordenadamente, para que
seas ordenado. Distribuye las cosas
en sus pesos e importancia. Ama al padre y a la madre, aunque tienes a
Alguien a quien has de amar más que al padre y a la madre. Si los amas a
ellos más, serás condenado, y si no los amas, serás condenado. Ofrezcamos
el honor a los padres, pero prefiramos a nuestro Creador, al que hemos de
amar más en el temor, amor, obediencia, honor, fe y deseo» (Sermón 65, A,8).
Esto que se dice con respecto
al amor a los padres, se ha de aplicar igualmente al amor de los padres a
los hijos, y al amor entre hermanos y amigos, socios y compañeros.
–Con el Salmo 144 proclamamos:
«El Señor es fiel a sus palabras. Que todas tus criaturas te den gracias,
Señor, que te bendigan tus fieles, que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu
reinado, pues tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en
edad. El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. El
Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan». San
Agustín afirma que lo único que manda la Sagrada Escritura es amar,
primero y sobre todo a Dios, y luego al prójimo por amor a Dios.
–Lucas 13,22-30: Todos
están llamados a participar en el Reino de Dios. Podemos pensar que la
sentencia de Jesús, acerca de que el Reino iba a ser rechazado por muchos
judíos y recibido en cambio por los
gentiles, fue ante todo un aviso para sus contemporáneos, que no
comprendían los signos de los tiempos y que no se percataban del alcance
decisivo del misterio de Jesucristo. No se daban cuenta los judíos de que
estaban en la plenitud de los tiempos, no reconocían en Jesús el Mesías
esperado, y no entendían por eso que entre la Antigua Alianza y la Nueva
que se les ofrecía se daba una perfecta continuidad maravillosa. Oigamos a
San Ambrosio:
«El que construye debe poner
unos buenos cimientos. Este sólido fundamento es la fe, este buen “fundamento son los
apóstoles y los profetas” (Ef 2,10), porque nuestra fe surge de los dos Testamentos, no faltando a la
verdad el que dice que la medida de la fe perfecta está en ambos, ya que el
mismo Señor dice: “si creyerais en Moisés, creeríais también en mí” (Jn
5,46), puesto que el Señor habló por Moisés. Y resulta exacto decir que la
perfecta medida está en uno y en otro, porque Él ha cumplido ambos y porque
la fe de los dos es la misma, puesto que el que habla y la respuesta tienen
el mismo sentido» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas
lib.VII,189).
JUEVES
Años impares
–Romanos 8,31-39: Nada
ni nadie podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo. San
Pablo entona un himno a la esperanza cristiana: Dios nos ha entregado a su
Hijo y ha realizado en Él su plan de amor. En adelante, pues, ya no habrá
nada que nos pueda separar de este amor divino. San Agustín comenta este
pasaje paulino:
«Si Dios está con nosotros
¿quién estará contra nosotros? En favor de quien está Dios lo mostró el
bienaventurado Pablo más arriba al decir: “a los que predestinó los llamó,
a los que llamó los justificó, y a los que justificó los glorificó”... El
favor de Dios hacia nosotros se manifestó en que nos predestinó, nos llamó,
nos justificó y nos glorificó. Nos predestinó antes de que existiéramos,
nos llamó cuando estábamos alejados de Él, nos justificó cuando éramos
pecadores y nos glorificó siendo mortales. Quien quiera hacer la guerra a
los predestinados, llamados, justificados y glorificados por Dios,
prepárese y piense si podrá luchar contra Dios... ¿Quién podrá vencer al
Todopoderoso? “Quienquiera luchar contra Él se dañará a sí mismo” (Hch
9,5)... Quien da patadas contra el aguijón ¿no se dañará a sí mismo?» (Sermón
158).
–Con palabras del Salmo 108 pedimos
al Señor que nos salve por su bondad: Señor, trátanos bien por tu nombre,
líbranos con la ternura de tu bondad, pues somos pobres desvalidos y
llevamos el corazón traspasado. Socórrenos, Señor, Dios mío, sálvanos por
tu bondad. «Reconozcan que aquí está tu mano, que eres tú, Señor, quien lo
ha hecho». Demos gracias al Señor con todo nuestro corazón, celebrémoslo en
medio de la asamblea litúrgica, porque se ha puesto a la derecha del pobre
para salvar de los enemigos su vida, nuestra vida.
Años pares
–Efesios 6,10-20: Nuestra
vida es una lucha. Hemos de tomar la armadura completa que Dios nos da
para luchar contra el Maligno: la fe, la salvación, el Espíritu, la palabra
de Dios, la oración... Comenta San Agustín:
«Nos exhorta el Apóstol a que
oremos no contra el hombre malo, sino contra el diablo que actúa juntamente
con él. Y a que hagamos lo posible para que el diablo sea expulsado y el
hombre liberado. Es lo mismo que si
en una batalla uno viene armado y a caballo contra otro del bando
contrario; éste no se aira contra el caballo, sino contra el jinete, y lo
que pretende, en la medida de sus posibilidades, es hacer huir al jinete y
quedarse con el caballo. De modo idéntico ha de actuarse con los hombres
malos; se ha de trabajar con todas las fuerzas, no contra ellos, sino
contra el diablo que los instiga, de modo que éste sea vencido y sea
liberado aquel infeliz que él comenzaba a poseer» (Sermón 167,A).
–Con el Salmo 143
bendecimos al Señor, que es nuestra Roca, que adiestra nuestras manos para
el combate, nuestros dedos para la pelea en las continuas luchas contra las
fuerzas del mal, en las que está en juego nuestro crecimiento espiritual.
Tenemos confianza en el Señor. Él es nuestro bienhechor, nuestro alcázar,
nuestro baluarte, donde estamos a salvo; nuestro escudo y nuestro refugio,
que nos auxilia en todo. Por eso nuestra alabanza se eleva constantemente
hasta Él, pues nos da la victoria sobre nuestros enemigos.
–Lucas 13,31-35: Jesús
anuncia de nuevo su Pasión. Morirá en Jerusalén en cumplimiento de las
Escrituras. En esta ocasión, se lamenta profundamente por la suerte que va
a correr la ciudad santa. Y se afirma en la determinación de subir a
Jerusalén, dispuesto a morir.
En tres ocasiones ha anunciado
su Pasión y Resurrección (Mc 8,31-33; 9,31-32; 10,32-34). Al dirigirse a
Jerusalén dice: «No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén». Jesús
recuerda el martirio de los profetas, que habían sido muertos en Jerusalén
(Mt 23,37). Sin embargo, persiste y llama todavía a Jerusalén para que se
reúna en torno a Él.
Es inefable el amor de
Jesucristo por su tierra. ¡Cuánto debió sufrir su Corazón al ver que Israel
se alejaba de Él, que le preparaba el martirio, que muchos se perderían,
que no era fiel a su condición de Pueblo elegido! Lloró sobre Jerusalén a
su vista: ¡si la Ciudad Santa hubiera conocido el mensaje de paz! También
Jesús llora sobre nosotros cuando no acogemos fielmente su mensaje de
salvación, sino que lo rechazamos con el pecado...
VIERNES
Años impares
–Romanos 9,1-5: San
Pablo quiere ser un proscrito para el bien de sus hermanos. Aborda San
Pablo el doloroso problema de la incredulidad del pueblo judío ante el
mensaje de Cristo. Luego de haber manifestado la gran angustia que le
produce tal hecho, el Apóstol está dispuesto a renunciar, si de algo
valiera, a todos los dones divinos por la salvación del pueblo, del que él
mismo forma parte. San Juan Crisóstomo escribe:
«Acaso te parezca por encima de
tus fuerzas el imitar a Dios. A la verdad, para quien vive vigilante, ello
no es difícil. Pero, en fin, si te parece superior a tus fuerzas, yo te
pondré ejemplos de hombres como tú. Ahí está José..., ahí está Moisés...
Ahí está Pablo que, no obstante, no poder contar cuánto sufrió de parte de
los judíos, aún pedía “ser anatema por su salvación” (Rom 9,3)... Ahí está
Esteban... Considerando también estos ejemplos, desechemos de nosotros toda
ira, a fin de que también a nosotros nos perdone Dios nuestros pecados» (Homilía
61,5, sobre el Evangelio de San Mateo).
–Con el Salmo 147
evocamos la grandeza de Jerusalén en el plan divino de la salvación:
«Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba al Señor tu Dios, Sión, que ha
reforzado los cerrojos de tus puertas y ha bendecido a tus hijos dentro de
ti. Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina; Él envía
su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz. Anuncia su palabra a
Jacob, sus decretos y mandatos a Israel. Con ninguna nación obró así, ni
les dio a conocer sus mandatos».
Y, sin embargo, «vino a los
suyos y los suyos lo rechazaron» (Jn 1,11). Un gran misterio que puede
repetirse siempre que no somos fieles a los mandatos del Señor, a sus
gracias, a sus dones, y no correspondemos a su amor.
Años pares
–Filipenses 1,1-11: El
que ha inaugurado entre vosotros una gran empresa la llevará a su fin.
San Pablo tiene gran amor a los fieles de Filipos por su perseverancia en
una vida conforme al Evangelio. El acrecentamiento de la caridad entre los
filipenses es el objeto de la acción de gracias de San Pablo. Esa caridad la
entiende en el sentido pleno del amor a Dios y al prójimo. Y ese
adecentamiento se manifiesta en el conocimiento del misterio de Dios, no
meramente especulativo, sino experimental y amoroso.
Todo esto permite a los
cristianos presentarse en el día del Señor sin fallos y llenos de justicia,
pero en Jesucristo. Todo esto conecta con la enseñanza de Cristo, que
también habló del crecimiento de la semilla que se hace espiga, crecimiento
lento y sin que se note, tan propio del Reino de Dios. Oigamos a San Juan
Crisóstomo:
«Mira cómo les enseña a ser
modestos. Una vez que les ha puesto de manifiesto una obra importante, para
que no reaccionen a lo humano, inmediatamente les enseña a atribuir a
Cristo tanto las cosas pasadas como las futuras. ¿Cómo? No les dice: “estoy
convencido de que lo que habéis empezado lo terminaréis”. ¿Qué les dice
entonces? “Confío que el que ha comenzado en vosotros la obra buena la
termine”. Ni tampoco les priva de las cosas que han hecho bien: sino que
les dice: “me alegro con vuestra unión”, a saber, la que vosotros mismo
habéis conseguido; pero no les dice que las obras buenas son solamente de
ellos, sino que han sido precedidas por Dios» (Comentario a la Carta a
los Filipenses 1,1,6).
–Con el Salmo 110 damos
gracias a Dios por el bien que hace en nosotros con la gracia, con su
mensaje de paz y de felicidad. Grandes son las obras del Señor, pero
ninguna como la que realiza en las almas con su gracia santificante. Damos
gracias a Dios con todo nuestro corazón en la asamblea litúrgica y fuera de
ella, con nuestros labios y con nuestra conducta irreprochable. Esplendor y
belleza son sus obras en la vida de los Santos, su generosidad dura por
siempre, Él hace maravillas memorables. El Señor es piadoso y clemente. Nos
alimenta físicamente y espiritualmente con la Eucaristía. Ha mostrado su
poder misericordioso en perdonarnos y en haceros coherederos con Cristo de
su gloria.
–Lucas 14,1-6: Cristo
manifiesta una vez más el valor de las obras de caridad. Éstas se han
de hacer siempre, sea el día que sea, sábado o domingo. Lo que preside
siempre en Cristo es el amor y no los errados juicios de un legalismo
absurdo, como el que padecían los judíos de su tiempo. San Ambrosio dice
que
«Cura a un hidrópico en quien
un flujo vehemente del cuerpo dificultaba las operaciones del alma y
extinguía el vigor del espíritu. Cristo actúa siempre lleno de bondad, que
ha sido distinguida por la misma palabra divina al definirla como un
ejercicio para con los pobres y débiles, ya que ser misericordioso con los
que nos van a devolver el beneficio es una actitud propia de la avaricia.
Ésta ha de ser siempre nuestra conducta con los demás: un amor
desinteresado, solo mirando hacer el bien por amor de Dios, para su gloria
y bien de las almas» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas
lib.V,36).
SÁBADO
Años impares
–Romanos 11,1-2.11-12.25-29:
Dios no ha desechado a su pueblo, pues quiere la salvación de todos los
hombres. Aguarda siempre, con gran paciencia, y procura siempre la conversión
de todos los hombres, sean los que sean. Su misma muerte ha de iluminar a
los que lo matan. Comenta San Agustín:
«¡Oh misteriosa ceguera! Es la
ceguera que sobrevino a una parte de Israel; porque para que Cristo fuese
crucificado y entrase en la luz del Evangelio la gentilidad del mundo, le
dio a una parte de Israel esta ceguera (Rom 11,25). Todo el día estaba
enfermo de ceguera, pero vino Él y vino para que vean los que no ven y los
que ven quedan ciegos. Fue ignorado por los judíos, fue crucificado por los
judíos; y con su propia sangre hizo un colirio para los ciegos. Cada vez
más obstinado, más ciego cada vez,
los que se jactaban de ver la luz crucificaron a la Luz ¡Qué ceguedad tan
grande! Pero la Luz crucificada iluminó a los ciegos» (Sermón 136).
Iluminó a todos los ciegos:
paganos y judíos.
–El Señor no rechaza a su
pueblo, decimos en el Salmo 93: «Dichoso el hombre a quien tú
educas, al que enseñas tu ley, dándole descanso tras los años duros». El
Señor quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de
su verdad. Todos: paganos y judíos. Él no abandona a su heredad; el justo,
sea quien sea, obtendrá su derecho, y un porvenir los rectos de corazón.
Los primeros santos de la Iglesia fueron judíos. El Señor nos auxilia, su misericordia
nos sostiene. Hemos de orar y de trabajar por la conversión de todos los
hombres. La misericordia de Dios es infinita.
Años pares
–Filipenses 1,18-26: La
vida nuestra es siempre Cristo, y es una ganancia morir en su gracia. Que Cristo sea siempre predicado, aunque
se haga en contra de nosotros. El Apóstol no busca su gloria. Él está
apasionado por Cristo y quiere por encima de todo que el Señor sea dado a
conocer del modo que sea. Es mejor que esta predicación sea hecha por los
que son pastores, pero no desdeña a los mercenarios. Comenta San Agustín:
«El Pastor anuncia el Evangelio
de Cristo sinceramente, el mercenario lo anuncia con segunda intención,
buscando cosa distinta; mas al fin, si uno anuncia a Cristo, el otro
también. Este mismo Pastor [Pablo] quiso tener mercenarios, los cuales
hacen el bien donde pueden y son útiles en la medida en que pueden: “el
caso es que Cristo sea anunciado”... Para otros menesteres y negocios envía
un mercenario, pero otras veces es mercenario un pastor..., porque pastores
hay pocos, mientras los mercenarios abundan» (Sermón 131,11).
San Ambrosio comenta el deseo
de Pablo, que quiere ya desfallecer del todo, y estar con Cristo:
«Esta disolución ¿qué otra cosa
es, sino que el cuerpo se destruya y descanse, mientras el alma se dirija a
la paz y sea libre, si es piadosa, puesto que está destinada a “estar con
Cristo”?» (Sobre el bien de la muerte 3,8)
–Con el Salmo 21
decimos: «Mi alma tiene sed del Dios vivo. Como busca la cierva corrientes
de agua así mi alma te busca a ti, Dios mío. ¿Cuándo entraré a ver el
rostro de Dios?»... Es lo que añoraba el apóstol san Pablo. También lo
añoraron San Martín de Tours y tantos otros Santos... Pero, por el bien de
las almas no rehusaban quedarse aquí en la tierra todo el tiempo que fuera
necesario.
En la asamblea litúrgica
tenemos un anticipo de la gloria futura, del encuentro definitivo con el
Señor. «Recuerdo cómo marchaba a la cabeza del grupo hacia la Casa de Dios,
entre cantos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la fiesta».
–Lucas 14,1.7-11: Valor
de la humildad. Aquellos que buscan los primeros puestos en los
banquetes se verán frustrados. Jesucristo enseña la humildad: los últimos
serán los primeros, y los primeros los últimos. Comenta San Agustín:
«Hay personas castas, o bien
humildes o bien soberbias. Los soberbios no se prometan el Reino de Dios.
La castidad conduce al lugar más destacado, pero quien se exalta será
humillado. ¿Por qué buscas, con ansia de destacar, si el lugar más elevado
que puedes alcanzar lo conseguirás manteniéndote en la humildad? Si te
elevas, Dios te abate; si te abates, Dios te eleva. La afirmación es del
Señor. Y nada se le puede añadir ni quitar» (Sermón 354,8).
Sigamos el ejemplo del Señor:
Él «se anonadó, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz» (Flp
2,8). Seguir el ejemplo de la Virgen, pues «el Señor miró la humillación de
su esclava» (Lc 1,48). Sigamos el ejemplo de los santos.

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