SEMANA 16
DOMINGO
La liturgia
de este Domingo tiene un mensaje especial sobre el sacrificio eucarístico.
Entrada: «Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi
vida. Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a tu nombre que
es bueno» (Sal 53,6.8).
Colecta (del Sacramentario de Bérgamo): «Muéstrate
propicio con tus hijos, Señor, y multiplica sobre ellos los dones de tu
gracia, para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren
fielmente en el cumplimiento de tu ley».
Ofrendas (del Misal anterior, retocada con textos del
Gelasiano). Se alude en ella de nuevo al sacrificio: «Oh Dios, que
has llevado a la perfección del sacrificio único los diferentes sacrificios
de la antigua alianza, recibe y santifica las ofrendas de tus fieles, como
bendijiste la de Abel, para que la oblación que ofrece cada uno de nosotros
en honor de tu nombre sirva para la salvación de todos».
Comunión: «Ha hecho maravillas memorables; el Señor es
piadoso y clemente: él da alimento a sus fieles» (Sal 110,4-5); o bien:
«Estoy a la puerta llamando, dice el Señor; si alguien oye y me abre,
entraré y comeremos juntos» (Apoc 3,20).
Postcomunión (del Veronense y del Gelasiano): «Muéstrate
propicio a tu pueblo, Señor, y a quienes has iniciado en los misterios del
Reino, concédeles abandonar el pecado y pasar a una vida nueva».
Ciclo A
Dios
castiga al perverso, pero es paciente y espera la conversión. Esto es lo
que se deduce de la primera lectura y de la tercera con la parábola del
trigo y la cizaña. El Espíritu intercede por nosotros y obra en nosotros,
según nos enseña San Pablo en la segunda lectura.
En el
mundo que nos rodea, en las personas con quienes convivimos, en nosotros
mismos, aparece el mal como una realidad que nos condiciona. Es un
verdadero misterio. Dios nos da los medios adecuados para conocer el mal y
superarlo. Pero el hombre es libre y puede rechazar el don de Dios y
preferir las tinieblas del error, de la mentira, del pecado.
–Sabiduría
12,13.16-19: En el pecado das lugar al
arrepentimiento. Dios aparece como el Soberano absoluto del universo.
Lo muestra el orden de todo el cosmos. Quien conoce el poder divino y no se
le revela puede tener confianza y abandonarse a la misericordia infinita de
Dios. Dos enseñanzas deducimos de la lectura. Una lección de bondad, de
amor para con todos los hombres: encontramos aquí una superación de los
confines de la religión y raza, como pretendían los escribas y fariseos
contemporáneos de Jesucristo, que traía una misión de salvación universal
para todos los hombres. Y una lección de esperanza: el hombre no puede
pretender por sí mismo ser impecable, pero le conforta el pensamiento de
que Dios perdona a los que se arrepienten de corazón.
–Con
el Salmo 85 proclamamos: «Tú, Señor, eres bueno y clemente...
Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor bendecirán tu
nombre. El Señor es bondadoso y misericordioso, perdona nuestros
pecados...»
–Romanos
8,26-27: El Espíritu intercede por nosotros con
gemidos inenarrables. Por la obra redentora de Cristo el Padre nos da
su propio Espíritu, capaz de superar en nosotros el mal y transformarnos en
hijos suyos. San Agustín explica:
«Eso
quiere decir que hay en nosotros una docta ignorancia, por decirlo así,
pero docta por el Espíritu de Dios, que soporta nuestra debilidad. En
efecto dice el Apóstol: “Si lo que no vemos lo esperamos, por la presencia
lo aguardamos”; y a continuación dice: “De un modo semejante el Espíritu
socorre nuestra debilidad... pues intercede según Dios por los santos” (Rom
8, 25-27).
«No
hemos de entender estas palabras como si el Espíritu de Dios, que en la
Trinidad de Dios es inmutable y un solo Dios con el Padre y con el Hijo,
interpelase a Dios como alguien distinto de Dios. Se dice que interpela por
los santos, porque impulsa a los santos a interpelar. Del mismo modo que se
dice: “Os tienta el Señor, vuestro Dios, para ver si le amáis” (Dt 13,3),
es decir, para que vosotros lo conozcáis. El Espíritu Santo impulsa a
interpelar a los santos con gemidos inenarrables, inspirándoles el deseo de
esa tan grande realidad, que todavía nos es desconocida y que esperamos con
paciencia. Pero ¿cómo es que, cuando se desea, se pide lo que se ignora?
Porque en verdad, si enteramente nos fuese ignorada, no la desearíamos ni
la pediríamos con gemidos» (Carta 130, a Proba).
–Mateo
13,24-43: Dejadlos crecer hasta la siega.
Porque es eterno y paciente, Dios tolera el mal en los seres libres, hasta
el día de su juicio en que dará a cada uno una eternidad según sus obras.
Comenta San Juan Crisóstomo:
«A la
verdad, traza suele ser del diablo mezclar siempre el error a la verdad,
coloreándolo muy bien con apariencia de ella a fin de engañar fácilmente a
los ingenuos. De ahí que el Señor no habla de otra semilla, sino que la
llama cizaña, pues, ésta a primera vista, se asemeja al trigo. Seguidamente
explica cómo procede el diablo en su asechanza: “mientras sus hombres
dormían”. No es pequeño el peligro que aquí amenaza a los superiores, a
quienes está encomendada la guarda del campo; y no sólo a los superiores,
sino también a los súbditos. Y da a entender el Señor que el error viene
después de la verdad, cosa que comprueban los hechos mismos. Después de los
profetas vinieron los falsos profetas; después de los apóstoles, los falsos
apóstoles; después de Cristo, el anticristo. Y es que el diablo, si no ve
algo que imitar ni a quienes tender sus lazos, ni lo intenta ni lo sabe...
«Así
sucedió también en los comienzos de la Iglesia. Porque muchos prelados,
introduciendo en las Iglesias hombres perversos, heresiarcas solapados,
facilitaron enormemente estas insidias del diablo, pues una vez plantados
estos hombres en medio de los fieles, poco trabajo le queda ya al diablo...
Mientras los herejes estén junto al trigo hay que perdonarlos, pues cabe
aún que se conviertan en trigo, mas una vez que hayan salido de este mundo
sin provecho alguno de tal proximidad, entonces necesariamente les
alcanzará el castigo inexorable» (Homilía 46, 1-2, sobre San Mateo).
Ciclo B
Ovejas
sin pastor fue el panorama que vio Jesús en Palestina y peor aún en el
mundo restante. Cristo se compadece. El es verdadero Pastor que Dios había
prometido a su pueblo. Todos los hombres, judíos y gentiles, se unen en
Cristo, que ha sellado con su sangre nuestro pacto con Dios, de donde brota
la paz verdadera.
La
Iglesia entera es siempre el resultado de una acción pastoral evangélica,
que hace de cada comunidad creyente un solo rebaño, bajo el cayado del
Único y Eterno Príncipe de Pastores (Jn 10; 1 Pe 2,25), elegidos por Él
para continuar su obra de santificación.
–Jeremías
23,1-6: Reuniré el resto de mis ovejas y les
pondré pastores. La más entrañable semblanza del Mesías Salvador fue
delineada desde siglos atrás, a través de los profetas, como el Buen Pastor
de toda la humanidad y como Maestro de pastores elegidos por Él para
continuar su obra bajo sus cuidados especiales. San Jerónimo dice:
«Los
apóstoles, con toda confianza y sin temor alguno, apacentarán el rebaño de
la Iglesia y las reliquias del pueblo de Israel se salvarán de todas las
tierras; y volverán a sus campos, a sus pastos, y crecerán y se
multiplicarán. Sobre los malos pastores, escribas y fariseos, el Señor
manifestará la malicia de su doctrina. Con todo, podemos entenderlo
también, conforme a la tipología, de los príncipes de la Iglesia que no
apacientan dignamente las ovejas del Señor. Dejadlas, y castigados ellos,
se salve el pueblo. Entregadlas a otros que sean dignos, y así se salve el
resto. Pierden las ovejas los que enseñan la herejía; laceran y dispersan
los que hacen cismas» (Comentario sobre el profeta Jeremías 2,4).
–Oportunamente
se canta el Salmo 22: «el Señor es mi Pastor, nada me puede
faltar», ya muchas veces expuesto.
–Efesios
2,13-18: Él es nuestra paz y ha hecho de dos una sola cosa.
En el Corazón de Jesucristo se nos revela Jesús como el Buen Pastor que
realiza la paz y la unidad entre los hombres por su propio sacrificio. La
salvación es paz, es reconciliación, es acercamiento a Dios; en otros
términos, la salvación es liberación de todos los males que nos oprimen y
que nos impiden ser lo que Dios quiere que seamos. Sólo si se une a Cristo,
puede el hombre conseguir su salvación.
Con mucha frecuencia ha comentado San Agustín
este pasaje paulino:
«A
ambos, judíos y gentiles, les nació la piedra angular, para, como dice el Apóstol,
hacer en Sí mismo un solo hombre nuevo, estableciendo la paz y transformar
a los dos en un solo cuerpo para Dios por la cruz. ¿Qué otra cosa es un
ángulo sino la unión de dos paredes que traen direcciones distintas y, por
decirlo así, encuentran allí el beso de la paz? Los judíos y los gentiles
fueron enemigos entre sí, por ser dos pueblos diversos y contrarios: allí
encontramos el culto del único Dios verdadero y aquí el de muchos y falsos
dioses. Aunque los primeros estaban cerca y los segundos lejos, a unos y a
otros los ha conducido hacia Sí (Ef 2,11-22)... Quienes escucharon y se
mostraron obedientes, viniendo de aquí y de allí, encontraron la paz y
pusieron fin a la enemistad. Los pastores y los magos fueron las primicias
de los unos y de los otros» (Sermón 204).
–Marcos
6,30-34: Andaban como ovejas sin pastor. La
compasión pastoral es la expresión más profundamente bíblica de la caridad
salvadora de Cristo ante las necesidades del género humano. Esto no es un
gesto aislado o coyuntural en Jesucristo, sino la razón de toda su vida.
Por eso hemos de acudir a Él como al Pastor Bueno de nuestras almas. San
Gregorio de Nisa se dirige a Cristo:
«¿Dónde pastoreas, Pastor Bueno, Tú que cargas
sobre tus hombros a toda la grey? (toda la humanidad, que cargaste sobre
tus hombros, es, en efecto, como una sola oveja). Muéstrame el lugar de tu
reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre, para que
yo, oveja tuya, escuche tu voz, y tu voz me dé la vida eterna. Avísame,
amor de mi alma, dónde pastoreas. Te nombro de este modo, porque tu nombre
supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia, de tal manera que
ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este
nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma hacia Ti. ¿Cómo
puedo dejar de amarte, a Ti que de tal manera me has amado, a pesar de mi
negrura, que has entregado tu vida por las ovejas de tu rebaño? No puede
imaginarse un amor superior a éste, el de dar tu vida a trueque de mi
salvación.
«Enséñame,
pues, dónde pastoreas, para que pueda hallar los pastos saludables y
saciarme del alimento celestial, que es necesario comer para entrar en la
vida eterna; para que pueda asimismo acudir a la fuente y aplicar mis
labios a la bebida divina que Tú, como de una fuente, proporcionas a los
sedientos con el agua que brota de tu costado, venero de agua abierto por
la lanza, que se convierte para todos los que de ella beben en un surtidor
que salta hasta la vida eterna» (Comentario al Cantar de los Cantares,2).
Ciclo C
La
primera lectura narra la hospitalidad de Abrahán a Dios, que se le muestra
bajo las apariencias de un extranjero. El Evangelio nos muestra a
Jesucristo, huésped de sus amigos Lázaro, Marta y María. En la segunda
lectura San Pablo se siente identificado con Cristo, cuya pasión vive en su
propia carne, y con la Iglesia, cuyo misterio anuncia.
Ni la
trascendencia de la divinidad ni la profundidad misteriosa de su vida
íntima trinitaria, ni su absoluta supremacía sobre todas las cosas han sido
óbice contra la iniciativa de Dios de entablar intimidad amorosa con
nosotros, los hombres. El mismo se ha puesto a nivel de diálogo. «El Verbo
se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14), convivió con nosotros.
Esta es la gran noticia que todos los hombres deben conocer y secundar.
–Génesis
18,1-10: Señor, no pases de largo ante tu siervo.
Abrahán, Padre de los creyentes, es en la historia de la salvación el
«amigo de Dios» (Is 41,8; Sant 2,23). Es el hombre que en la fe y en la caridad
pudo llegar hasta el diálogo y la intimidad misteriosa con Dios. Su
profunda religiosidad no lo aparta del prójimo, sino que lo hace
particularmente generoso y delicado con los hombres. San Hilario de
Poitiers dice en su Tratado sobre los Misterios que «Abrahán ve a un
hombre y adora a Dios». Esta interpretación es común en los Santos Padres.
En
verdad acogiendo al hermano pobre, marginado, socorriendo al menesteroso,
se acoge y socorre al mismo Dios. Lo dijo Cristo en el Evangelio: «Tuve
hambre y me diste comer...»
–Adecuadamente
se ha escogido el Salmo 14 como Salmo responsorial: «Señor,
¿quién puede hospedarse en tu tienda?» Y las condiciones son las obras de
caridad: «El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene
intenciones leales y no calumnia con su lengua. El que no hace mal al
prójimo ni difama al vecino; el que considera despreciable al impío y honra
a los que temen al Señor. El que no presta dinero a usura, ni acepta
soborno contra el inocente, el que así obra nunca fallará».
–Colosenses
1,24-28: El misterio que Dios ha tenido escondido
lo ha revelado ahora a su pueblo. Ese misterio es Cristo, revelado como
cercanía personal y suprema de Dios ante los hombres. Todo cristiano, en
cuanto miembro de Cristo por el bautismo, ha de ser testimonio y apóstol
del Evangelio. En el momento de la prueba y del sufrimiento no debe venirse
abajo, sino ofrecer las tribulaciones al Señor para irradiar el mensaje
evangélico al mundo, completando, a imitación de San Pablo, lo que falta al
padecimiento de Cristo. Todo fiel puede y debe cooperar a la dilatación del
Reino de Cristo con su oración, con sus palabras, con su vida ejemplar, con
su propio sufrimiento ofrecido a Dios por medio de Jesucristo.
Dios ha reconciliado consigo al mundo por medio
de la sangre de Cristo, muerto en la cruz. Tal misterio de amor ha de ser
participado por los cristianos en su quehacer cotidiano. El amor de Dios se
manifiesta en el dolor y en el sufrimiento. El cristiano debe asociarse a
la cruz de Cristo para hacer brillar el rostro amoroso de Dios en toda la
humanidad.
–Lucas
10,38-42: Marta lo recibió en su casa. María ha
escogido la parte mejor. La plena intimidad amorosa y dialogante con el
Corazón de Cristo, como en familia y en trato de amistad es siempre «la mejor
parte», que el Evangelio garantiza y defiende para los que le conocen y le
aman. San Agustín comenta este pasaje evangélico:
«Marta
y María eran dos hermanas no sólo en la carne, sino también en la devoción.
Ambas se unieron al Señor, ambas le sirvieron en la unidad de corazón
cuando vivía en la carne de este mundo. Marta lo recibió en su casa como
suele recibirse a los peregrinos. La sierva sirve al Señor; la enferma al
Salvador, la criatura al Creador. Lo recibió para alimentarlo en la carne,
ella que iba a ser alimentada en el espíritu. Quiso el Señor tomar la forma
de siervo y en ella ser alimentado por los siervos, mas no por necesidad,
sino porque así se dignó...
«Marta
preparando y aderezando el alimento para el Señor se afanaba en infinidad
de quehaceres; María, su hermana, prefirió ser alimentada por el Señor.
Abandonando en cierto modo a su hermana, entregada a los afanes domésticos,
ella se sentó a los pies del Señor y, libre de ajetreos humanos, escuchaba
su palabra... Una sola cosa es necesario: aquella unidad celeste, la unidad
por la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola cosa. Ved
cómo se nos recomienda la unidad... Y con todo, estas tres Personas no son
tres dioses, ni tres omnipotentes, sino un solo Dios omnipotente. La misma
Trinidad es un solo Dios, porque una sola cosa es necesaria. Y a la
consecución de esta única cosa sólo nos lleva el tener los muchos un solo
corazón» (Sermón 103).
LUNES
Años impares
–Éxodo
14,5-18: Sabrán que yo soy el Señor, cuando me haya
cubierto de gloria a costa del Faraón. En el momento en que los
israelitas ponen el mar y el desierto entre ellos y Egipto, creen llegada
la hora de medir el peso de esta decisión y, en particular, la
significación y esta emancipación de su servicio al Faraón, para ponerse al
servicio de Dios. Orígenes,
«La
quinta etapa es Mará, que se traduce por amargura. No podían llegar a los
torbellinos del mar Rojo, para ver cómo perecía Faraón con su ejército,
hasta que tuvieron palabras de nobleza en su boca, es decir, hasta que
confesaron las maravillas del Señor, y confiaron en el Señor y en su siervo
Moisés y oyeron de él: “El Señor combatirá por vosotros y vosotros
guardaréis silencio” (Ex 4,14)» (Sobre el Éxodo 4).
–Respondemos
a la lectura con el cántico de Moisés después del paso del
mar Rojo: «Cantemos al Señor, sublime es su victoria» (Ex 15). «Caballos y
carros ha arrojado en el mar... Los carros del Faraón los lanzó al mar,
ahogó en el mar Rojo a sus mejores capitanes. Las olas los cubrieron,
bajaron hasta el fondo como piedras». Por eso, se acogen a Dios solo. En El
ponen su confianza: «Él es mi Dios; yo lo alabaré, el Dios de mis padres,
yo lo ensalzaré... Tu diestra, Señor, es fuerte y terrible; tu diestra,
Señor, tritura al enemigo». Es una lección para nosotros. Israel, no
obstante ver las maravillas que Dios ha obrado en su favor, le fue rebelde
muchas veces. Así puede encontrarse el cristiano muchas veces y, de hecho,
se encuentra, como nos lo manifiesta la vida ordinaria, pese a que el
Señor, como lo comentan los Santos Padres, ha hecho con nosotros mayores
maravillas.
Años pares
–Miqueas
6,1-4.6-8: Te he explicado, hombre, lo que Dios
desea de ti. Al revisar el proceso de su pueblo, recuerda Dios con
amargura todos los beneficios que le ha prodigado. Entonces el fiel
interroga al profeta que le indique cuál es el camino preferido de Dios.
Clemente de Alejandría dice:
«Todo
el que se convierte del pecado a la fe, se convierte de las costumbres de
pecador, que son como una madre, a la vida; así me lo dirá el testimonio de
uno de los doce profetas cuando dice: “Habré de dar a mi primogénito por
causa de mi impiedad, el hijo de mi vientre por causa de los pecados de mi
alma” (Miq 6,7)» (Stromata, III,16,100).
El
profeta es bien claro: «Pueblo mío, ¿qué te hice o en qué te molesté?
Respóndeme. Te saqué de Egipto, de la esclavitud te redimí, y envié delante
de ti a Moisés, Aarón y Miriam». Esto nos evoca los llamados Improperios
del Viernes Santo en la liturgia romana. Es una lección para nosotros, pues
nos ha hecho mayores dones. ¿Cómo correspondemos? Sigue el profeta: «Te he
explicado, hombre, el bien, lo que Dios desea de ti: simplemente que
respetes el derecho, que ames la misericordia y que andes humilde con tu
Dios».
–El Salmo
49 reza: «Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de
Dios». «Congregadme a mis fieles que sellaron mi pacto con un sacrificio.
Proclame el cielo su justicia: Dios en persona va a juzgar. No te reprocho
tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante Mí. Pero no
aceptaré un becerro de tu casa ni un cabrito de tus rebaños. ¿Por qué
recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza tú que
detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos? Esto haces, ¿y
me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara.
El que me ofrece acción de gracias, ése me honra, al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios».
–Mateo
12,38-42: La reina del Sur se levantará contra
esta generación en el juicio. A los que piden una señal espectacular de
que Él es el Mesías, Jesús les asegura de que no se les dará otra señal que
la de Jonás, el profeta de la penitencia y símbolo de la resurrección. San
Agustín comenta:
«El
mismo Salvador mostró que el profeta Jonás, arrojado al mar y engullido en
el vientre de un monstruo marino y vomitado vivo al tercer día, es figura
del mismo Salvador. Era denunciado el pueblo judío por comparación con los
ninivitas, pues cuando fue enviado a ellos para fustigarlos el profeta
Jonás, hicieron penitencia, aplacaron la cólera de Dios y merecieron
misericordia. Dijo: “y aquí hay uno más que Jonás” (Mt 12,41), refiriéndose
a Sí mismo. Los ninivitas oyeron al siervo y consiguieron sus caminos; los
judíos oyeron al Señor y no sólo no se corrigieron, sino que además lo
asesinaron... » (Sermón A,1).
MARTES
Años impares
–Éxodo
14,21-15,1: Los israelitas entraron en medio del
mar Rojo a pie enjuto. Todo esto se ha interpretado en el Nuevo
Testamento y en la tradición patrística como figura de la liberación del
pecado original por medio del bautismo. Predica San Agustín en una Vigilia
Pascual celebrada en Hipona:
«Amadísimos,
ningún fiel dudará de que el paso de aquel pueblo por el mar Rojo fue
figura de nuestro bautismo. Así, liberados por el bautismo y bajo la guía
de nuestro Señor Jesucristo, de quien era figura Moisés; del diablo y de
sus ángeles, quienes cual Faraón y egipcios, nos atribulaban, sometiéndonos
a fabricar ladrillos, es decir, al lodo de la carne... Para nosotros están
muertos aquellos que ya no pueden someternos a su dominio, porque nuestros
mismos delitos, causantes de nuestra sumisión, han sido destruidos y como
sumergidos en el mar. Cantemos, por lo tanto, al Señor... arrojó caballo y
caballero (Ex 15,1); destruyó en el bautismo a la soberbia y al soberbio.
Este cántico lo entona quien ya es humilde y súbdito de Dios.
«El
Señor no se ha mostrado grande y glorioso en favor del soberbio, que busca
su propia gloria y se engrandece a sí mismo. En cambio el impío,
justificado ya, creyendo en el que justifica al impío, para que su fe se le
compute como justicia, a fin de que el justo viva de la fe, no sea que,
ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la suya, no se someta
a la de Dios, canta con toda verdad como su ayuda y protector, en orden a la
salvación, al Señor, su Dios, al que honra... Arrojó al mar el carro del
Faraón y su ejército (Ex 15,3-4).
«Destruyó
en el bautismo la altanería humana y la caterva de los innumerables pecados
que militaban en nosotros a favor del diablo... El que hizo sagrado el
bautismo con su cruenta muerte, en la que se consumieron nuestros pecados,
sumergió en el mar Rojo a todos los enemigos...» (Sermón 363,1-2).
–El
Salmo responsorial es el canto de Moisés del que se trató
ayer y en la lectura anterior.
Años pares
–Miqueas
7,14-15.18-20: Arrojará en lo hondo del mar todos
nuestros delitos. Una plegaria, pidiendo la piedad del pueblo precede a
un Salmo que glorifica al Señor. Dios no es indiferente al pecado, pero, no
por ello deja de ser fiel a la alianza. Dios no deja de amar a su pueblo.
El descubrimiento más importante de los israelitas en el exilio es que Dios
les sigue siendo fiel y fundamentalmente benévolo. La fidelidad Dios se
convierte de esta forma en misericordia, en perdón y en gracia. Escribe San
Jerónimo:
«Habla
Dios Padre a su Hijo, esto es, a nuestro Señor Jesucristo, para que, como
Buen Pastor que da la vida por su ovejas (Jn 10,17), apaciente a su pueblo
con su cayado y a las ovejas de su heredad. Y no pensemos que las ovejas y
los pueblos son los mismos; en otro lugar vemos: “nosotros somos su pueblo,
el rebaño que él guía” (Sal 94,7). El pueblo se refiere a aquéllos que
son razonables, las ovejas a aquellos que, no usando aún su razón, se
contentan con su simplicidad y se dice que son la heredad de Dios» (Comentario
a este pasaje de Miqueas).
–La
permanencia del amor de Dios hacia su pueblo a pesar de la infidelidad de
éste es el motivo principal del Salmo 84 escogido como Salmo
responsorial de la lectura anterior. Contra lo que se ha escrito, el hombre
moderno es muy sensible a la misericordia y al perdón. La misericordia de
Dios invita a la conversión, al cambio de mentalidad e impulsa a quien de
ella se beneficia a practicar a su vez la misericordia. No tiene nada de
alienante, sino que es una llamada a asumir responsabilidades precisas.
Esto es muy necesario en nuestros días.
Este
salmo es uno de los más bellos del Salterio: «Muéstranos, Señor, tu
misericordia... Has sido bueno con tu tierra, has restaurado la suerte de
Jacob, has perdonado la culpa de tu pueblo, has sepultado todos sus
pecados, has suprimido tu cólera...» Todo esto se cumplió de modo
especialísimo con la venida de Cristo. Por esto tiene tanto relieve este
Salmo en el tiempo litúrgico de Adviento-Navidad. Allí se exalta con fervor
la misericordia divina, pues jamás se ha manifestado tan grande y sublime.
–Mateo
12,46-50: Estos son mi madre y mis hermanos,
dijo Jesús señalando a sus discípulos. La primacía espiritual está sobre la
carne. San Agustín ha comentado muchas veces este evangelio:
«Mientras
trataba algunas cosas del reino de los cielos con sus discípulos, la madre
estaba fuera y se le dijo que estaba allí. Digo que le anunciaron que su
madre con sus hermanos, esto es, con sus parientes, estaba fuera. ¿Qué
madre? Aquella madre que le concibió por la fe, aquella madre que,
permaneciendo virgen, le dio a luz, aquella madre fiel y santa, estaba
fuera y se lo anunciaron. Si Él hubiera interrumpido las cosas que trataba
y hubiera salido a su encuentro, habría edificado en su corazón un afecto
humano, no divino.
«Para
que tú no escucharas a tu madre, cuando te retrae del reino de los cielos,
Él, por hablar del reino de los cielos, desdeñó hasta a la buena María. Si Santa
María, queriendo ver a Cristo, es desdeñada, ¿qué madre habrá de ser oída
cuando impide ver a Cristo? Recordemos lo que entonces respondió cuando le
anunciaron que su madre y sus hermanos, esto es, los parientes de su
familia, estaban fuera. ¿Qué respondió?... extendiendo la mano a sus
discípulos, estos son, dijo, mis hermanos. “Quien hace la voluntad de mi
Padre que me envió es para Mí un hermano, hermana y madre” (Mt 12,48-50).
Rechazó la sinagoga de la que fue engendrado, y encontró a los que Él engendró.
Y si los que hacen la voluntad del que le envió son madre, hermano y
hermana, queda comprendida su Madre María» (Sermón 65,A,6).
MIÉRCOLES
Años impares
–Éxodo
16,1-5.9-15: Yo haré llover pan del cielo. El maná
en el desierto como alimento del pueblo israelita. Cristo lo contrapuso
al Pan que Él había de dar: la Eucaristía (Jn 6,58). Comenta San Agustín:
«El
Señor se presentaba de tal forma que parecía superior a Moisés; jamás tuvo
Moisés la audacia de decir que él daba un alimento que no perece, que
permanece hasta la vida eterna. Jesús promete mucho más que Moisés. Este
prometía un reino, una tierra con arroyos de leche y miel, una paz
temporal, hijos numerosos, la salud corporal y todos los demás bienes
temporales...; llenar su vientre aquí en la tierra, pero de manjares que
perecen; Cristo, en cambio, prometía un manjar que, en efecto, no perece,
sino que permanece eternamente» (Tratado 25,12, sobre el Evangelio
de San Juan).
–Decimos
con el Salmo 77: «El Señor les dio pan del cielo... Tentaron
a Dios en sus corazones... Pero Dios hizo llover sobre ellos maná, les dio
un trigo celeste. Y el hombre comió pan de ángeles...». La historia de
Israel, resumida a grandes rasgos en este largo Salmo de 72 versículos, es,
en último término, la historia de la alianza de Dios con su pueblo, marcada
por la fidelidad inquebrantable de Dios y por las deficiencias humanas.
Dios no se muda, pero el hombre puede endurecerse de tal modo en su
obstinación que llegue un día a hacer infructuosos los infinitos dones de un
Dios que es todo Amor.
La
vida cristiana en el desierto de este mundo tiene mucho que ver con las
infidelidades y conversiones del pueblo israelita. Sólo una fe viva puede
mantener firme la alianza con Dios. Para llegar a vivir profundamente esta
fe nada mejor que alimentarse con el verdadero maná llovido del cielo, el
verdadero pan de los ángeles: la sagrada Eucaristía, que es la realización
perfecta de la nueva Alianza, la Alianza entre Dios y su pueblo.
Cristo
vino a llevar a cabo el cumplimiento de la liberación iniciada en Egipto y
redimir de la esclavitud del pecado, no sólo a los israelitas, sino a todos
los pueblos, haciéndolos pasar por medio de las aguas del bautismo a una
vida nueva y sobrenatural (Jn 3,5.16-17). Él era la fuente de aguas vivas para
apagar la sed de los hombres (Jn 4,10; 1 Cor 10,4). Él era la nube luminosa
que debía guiar al pueblo a la salvación (Jn 8,12). Él era el Pan vivo
bajado del cielo para alimentar a los hombres en la travesía por el
desierto de este mundo (Jn 6,35). Él vino para aniquilar las potencias del
mal, aplacar la cólera de Dios, tomando sobre Sí las plagas y el castigo
debido a los hombres (Is 53,4-5).
Años pares
–Jeremías
1,1.4-10: Te nombré profeta de los gentiles.
El profeta Jeremías relata cómo fue escogido por Dios para ser su portavoz
ante todos los hombres. La palabra humana es totalmente incapaz de ser
portadora de Dios. Jeremías lo hace constar. Esto es normal en la vocación
de los profetas: Moisés tartamudea, Isaías tuvo necesidad de purificarse
los labios (Is 6,1-6), y los mejores anunciadores de la salvación fueron
víctima del «mutismo» o se les trababa la lengua (Mc 7,31-37). Estas
dificultades vienen a subrayar la comunión entre Dios y su profeta y la
iniciativa del primero en el ministerio del segundo.
«El
Señor que dijo al profeta: Mira que hoy te pongo sobre naciones y reinos...
(Jer 1,10), concede en todo tiempo a su Iglesia la gracia de que su cuerpo
se mantenga íntegro por la paciencia y que no prevalezca el veneno de las
doctrinas de los herejes. Cosa que vemos ahora cumplida» (Carta de
Teófilo a Epifanio).
–En
estos casos siempre es lo mejor confiar en el Señor como lo confirma el Salmo
70: «A Ti me acojo, Señor, no quede yo derrotado para siempre... Sé
Tú la Roca de mi refugio... Líbrame de la mano perversa... Tú fuiste mi
esperanza y mi confianza...» Comenta San Agustín:
«No
temas ser abandonado en la flaqueza, en la vejez. ¿Pues qué? Tu Señor ¿no
se debilitó en la cruz? ¿Por ventura, no movieron ante Él, como ante un
hombre sin valimiento e indefenso, prisionero y abatido, sus cabezas los
potentados, los toros fuertes?... ¿Qué te enseñó el que pendiente de la
cruz no quiso bajar de ella? La paciencia entre los ultrajadores y que seas
fuerte en tu Dios» (Comentario al Salmo 70).
Luego vino la victoria, la resurrección y
el triunfo. Así también vendrá a nosotros.
–Mateo
13,1-9: Cayó en tierra buena y dio grano. San
Juan Crisóstomo dice:
«Habiendo,
pues, dicho el Señor los modos de perdición, pone, finalmente la tierra
buena, pues no quiere que desesperemos, y nos da esperanza de penitencia,
haciéndonos ver que de camino y rocas y espinas puede el hombre pasar a ser
tierra buena. Sin embargo, si la tierra era buena y el sembrador el mismo y
las semillas las mismas, ¿cómo es que una dio ciento, otra sesenta y otra
treinta? Aquí también la diferencia depende de la naturaleza de la tierra,
pues aun donde la tierra es buena, hay mucha diferencia de un corro a otro.
Ya veis que no tiene la culpa el sembrador ni la semilla, sino la tierra
que la recibe, y no por causa de la naturaleza, sino de la intención y
disposición. Mas también aquí se ve la benignidad de Dios que no pide una
medida única de virtud, sino que recibe a los primeros, no rechaza a los
segundos y da también lugar a los terceros. Mas si así habla el Señor, es
porque no piensen los que le siguen que basta con oír para salvarse» (Homilía
44,4 sobre San Mateo).
JUEVES
Años impares
–Éxodo
19,1-2.9-11.16-20: El Señor bajará al monte Sinaí
a la vista de todos. La teofanía del Sinaí fue impresionante: nube,
tormenta, relámpagos. Todo para revelar Dios su mensaje a Moisés, mediador
entre Dios y su pueblo. Trascendencia de Dios. Comenta San Agustín:
«Allí el
pueblo se mantuvo en pie a distancia; existe el temor, aún no el amor. En
efecto, a tanto llegó su temor que dijeron a Moisés:“háblanos tú, y no el
Señor, no sea que muramos”. Descendió, pues, según está escrito, Dios al
monte Sinaí en el fuego, pero atemorizando al pueblo, que se mantenía a pie
a distancia, y escribiendo con su dedo en la piedra, no en el corazón. En
cambio, cuando vino el Espíritu Santo, los fieles estaban congregados en
unidad; no sólo no los aterrorizó en el monte, sino que entró en la casa.
En efecto, de repente se produjo un estruendo procedente del cielo, como de
un viento fuerte; a pesar del estruendo nadie se asustó. Escuchaste el
estruendo ya, ve ahora el fuego y el ruido, pero allí había también humo,
mientras que aquí se trataba de un fuego sereno» (Sermón 105,6).
–Como
salmo responsorial se ha escogido algunos versos del cántico de los
tres jóvenes del libro de Daniel, 3: «Bendito eres, Señor,
Dios de nuestros Padres... Bendito tu nombre santo y glorioso. Bendito en
el templo de tu santa gloria... sobre el trono de tu reino..., sentado
sobre querubines...»
Composición
bellísima. Empieza a alabar al Dios de los Padres que con ellos ha hecho la
alianza y que se ha manifestado glorioso en su nombre en la historia
prodigiosa de Israel. A pesar de esas manifestaciones Él sigue siendo
Altísimo y trascendente, sentado sobre querubines y penetrando con su
mirada lo más profundo de los abismos. Desde el cielo asiste majestuoso,
desplegando su providencia sobre su pueblo y sobre los justos. Por eso
todas las criaturas lo alaban y nosotros con ellas y en nombre de ellas.
Años pares
–Jeremías
2,1-3.7-8.12-13: Hicieron aljibes agrietados y me
abandonaron a Mí, Fuente de agua viva. Tiempo de decadencia en Israel.
Su pecado está bien expresado y se muestra en toda su maldad. Los
responsables del pueblo –sacerdotes, legistas, reyes y profetas– no han
reconocido a Yavé en el don de la tierra prometida con la misma fuerza que
han sentido su presencia en la ley, el culto y el poder (7-8). Nada tiene
entonces de asombroso que sus sistemas legalistas o litúrgicos, aislados de
la Fuente de agua viva, sean cisternas incapaces para retener el agua. Todo
el esfuerzo religioso se construye sin el auxilio divino y sin su
conocimiento de su presencia es vano e infructuoso. San Ireneo dice:
«Porque
donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios y donde está el
Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y la totalidad de la gracia. El
Espíritu es la verdad... Por esto, los que no participan del Espíritu, ni
van a buscar el alimento en los pechos de su Madre (La Iglesia), ni reciben
nada de la limpidísima fuente que brota del Cuerpo de Cristo, sino que por
el contrario ellos mismos se construyen “cisternas agrietadas” (Jer 2,13)
hurgando la tierra y beben el agua maloliente del fango, al querer escapar
a la fe de la Iglesia por temor de equivocarse rechazan el Espíritu, y así
no pueden recibir enseñanza alguna. Puesto que se han apartado de la
verdad, es natural que se revuelvan en toda suerte de errores y que se
sientan zarandeados por ellos» (Contra las herejías III, 24,1).
–Por
eso decimos con el Salmo 35: «en Ti, Señor, está la fuente
viva y en tu Luz nos haces ver la luz». «Señor, tu misericordia llega al
cielo, tu fidelidad hasta las nubes; tu justicia hasta las altas
cordilleras, tus sentencias son como el océano inmensas. ¡Qué inapreciable
es tu misericordia, oh Dios! Los humanos se acogen a las sombras de tus
alas, se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de
tus delicias. Porque en Ti está la Fuente viva y en tu Luz nos hace ver la
luz. Prolonga tu misericordia con los que te reconocen, tu justicia con los
rectos de corazón».
–Mateo
13 10-17: A vosotros se os ha dado a conocer los secretos del
Reino. La razón del empleo de las parábolas en la predicación de
Cristo. Sólo los cercanos a Él, sus íntimos, pueden entender su pleno
sentido. Clemente de Alejandría comenta:
«“Al
que tiene se le dará” (Mt 13,12). Al que tiene fe se le dará conocimiento;
al que tiene conocimiento, amor; al que tiene amor, la herencia. Esto
acontece cuando el hombre está adherido al Señor por la fe, por el
conocimiento y por el amor, y se remonta con él al lugar donde está Dios,
el Dios preservador de nuestra fe y nuestro amor, de donde procede el
conocimiento para aquellos que son capaces de este privilegio y que son
elegidos por su anhelo de una mejor preparación y entrenamiento. Estos son
los que están dispuestos a oír lo que les dice, a poner en orden sus vidas
a progresar por una cuidadosa observancia de la ley de la justicia. Este
conocimiento es lo que les conduce hasta el fin, el término final que no
tiene fin, enseñándoles la vida que hemos de poseer, una vida según Dios,
cuando quedemos liberados de todo castigo y corrección que ahora soportamos
a consecuencia de nuestras maldades, como disciplina salvadora. Cuando,
pues, hayan recibido esta liberación, los perfectos alcanzarán su
recompensa y sus honores» (Stromata 7,10,55-56).
VIERNES
Años impares
–Éxodo
20,1-17: La ley se dio por medio de Moisés.
Dios entregó a Moisés la ley en el monte Sinaí, en ella figuran los diez
mandamientos. Cristo dijo que no vi-no a abolir la ley sino a
perfeccionarla con la promulgación del programa que lleva al Reino de los
cielos.
El
interés del Decálogo no radica sólo en su contenido, sino ante todo en su
forma. No dimana del derecho natural o del simple fenómeno étnico. Ante
todo es la expresión de la voluntad de Dios. Esa es también la base de la
moral cristiana. El comportamiento nace en un mandamiento de Dios que abarca
los diez preceptos que se reducen al amor a Dios y al prójimo. Para el
cristiano la moral natural es recibida por su yo más profundo, es decir, el
que vive con Dios que se revela en Jesucristo. Todo hemos de verlo a lo que
dice el Señor de Sí mismo: «Yo soy el Señor tu Dios, un Dios
celoso» (Ex 20,5). Orígenes dice:
«Ved
la bondad de Dios; para instruirnos y hacernos perfectos no teme asumir la
debilidad de las pasiones humanas. Entendiendo de hablar de un Dios celoso,
¿quién no se admirará en seguida viendo en ello un defecto de la humana
debilidad? Pero Dios lo hace todo y lo sufre todo por nosotros y, para
instruirnos, Él pone en su lenguaje las pasiones que nos son conocidas y
familiares. Ved, pues, lo que Él quiere decir con esta palabra: “Dios celoso”
(Homilía 8,5 sobre el Éxodo).
–Como
canto a la ley del Señor es adecuado el Salmo 18: «Señor, Tú
tienes palabras de vida eterna. La ley del Señor es perfecta y es descanso
del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los
mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es
límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente
estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.
Más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulce que la miel de un
panal que destila».
Años pares
–Jeremías
3,14-17: Os daré pastores conforme a mi Corazón;
esperarán en Jerusalén todas las naciones. Restauración del reino de
Judá e Israel. En la nueva era mesiánica no será necesaria la presencia del
arca, como símbolo de la presencia de Yavé. Ahora toda la ciudad de
Jerusalén podrá ser llamada trono de Yavé, porque Dios se hará sentir
plenamente en ella. Es más esta nueva Jerusalén será el punto de
convergencia de todos los pueblos. Tenemos reflejado aquí el universalismo
mesiánico, como aparece también en Isaías y en Miqueas. El profeta presenta
una nueva religión basada no en lo puramente externo, sino vinculada al
corazón como punto de arranque. Es bien claro la alusión a los tiempos de
Cristo con su culto litúrgico, centrado principalmente en la Eucaristía.
–Como
salmo responsorial se han escogido algunos versos del capítulo 31 de
Jeremías, que es una invitación a celebrar el retorno glorioso de
Israel, la primera de las naciones en cuanto que ha sido escogida por Dios
como heredad particular para que participara de sus beneficios materiales y
espirituales. Se invita a la naciones a oír la palabra de Yavé y a que la
den a conocer en las islas remotas: «El que dispersó a Israel lo reunirá,
lo guardará como pastor a su rebaño. Porque el Señor redimió a Jacob, lo
rescató de una mano más fuerte. Vendrán con aclamaciones a la altura de
Sión, afluirán hacia los bienes del Señor. Entonces se alegrará la doncella
en la danza, gozarán los jóvenes y los viejos; convertiré en gozo su
tristeza, los alegraré y aliviaré sus penas».
–Mateo
13,18-23: El que escucha la palabra y la entiende
ése dará fruto. Explicación de la parábola del sembrador. El reino de Dios
comienza ya aquí abajo con las palabras sublimes, y al mismo tiempo
sencillas, de Cristo. La acogida que se dé en el espíritu nos convertirán
en ciudadanos del Reino.
Jesús
se plantea el problema de los fracasos y de las resistencias que se oponen
a su mensaje: ceguera de los escribas, entusiasmo superficial de las masas,
desconfianza de los parientes, dureza de corazón, afición a las cosas del
mundo, a las riquezas, a los honores, al poder. Pretende dar un sentido a
esta incomprensión y lo descubre en la oposición entre el trabajo casi
infructuoso del sembrador y la rica cosecha que se recogerá en el tiempo
oportuno. Jesús piensa en su misión difícil y la analiza a la luz del
juicio que se acerca. Dificultades las tuvo Cristo y las ha tenido la Iglesia
en toda su historia, pero también ubérrimos frutos de santidad. San Efrén
comenta:
«¿Quién
es capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el
sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que
tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según
la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con
multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda
ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de
tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera
de los puntos que concentrara su reflexión» (Comentario al Diatésaron
1,18).
SÁBADO
Años impares
–Éxodo
24,3-8: Alianza del Señor con el pueblo de Israel.
Este se ha obligado a observar la ley de Dios, por eso se realiza una
alianza con Él sellada con la sangre de un sacrificio. La Nueva Alianza
estará sellada con la sangre del Hijo de Dios encarnado, para el perdón de
los pecados y se hace presente en la Eucaristía. Ya hemos visto que la
alianza de Israel con Dios se rompió muchas veces por la infidelidad del
pueblo elegido. Pero Dios, infinitamente misericordioso, siempre la
reanudó. Lo hemos expuesto con muchos textos patrísticos. como éste de
Melitón de Sardes:
«La salvación
del Señor y la realidad fueron prefiguradas en el pueblo judío, y las
prescripciones del Evangelio fueron preanunciadas por la ley. De esta
suerte, el pueblo era como el esbozo de un plan, y la ley, la letra de una
parábola; pero el Evangelio es la explicación de la ley y su cumplimiento y
la Iglesia el lugar donde aquello se realiza. Lo que era figura era valioso
antes de que se diera la realidad, y la parábola era maravillosa antes de
que se diera la explicación. Es decir, el pueblo judío tenía un valor antes
de que se estableciera la Iglesia, y la ley era maravillosa antes de que
resplandeciera la luz del Evangelio» (Números 4-10).
–El
pacto es cantado por el Salmo 49, algunos de cuyos versículos
forman el Salmo responsorial de hoy: «Ofrece a Dios un sacrificio de
alabanza. Congregadme a mis fieles que sellaron mi pacto con un
sacrificio». Nuestro Pacto ha sido sellado con el sacrificio de Cristo en
la Cruz. Esto es reactualizado sacramentalmente en la Eucaristía. En ella
hemos de participar con mente y corazón y ser consecuentes con lo que esa
participación exige.
Años pares
–Jeremías
7,1-11: El templo no se puede convertir en una
cueva de bandidos. El profeta interpela a los peregrinos junto al
templo, denunciando la hipocresía de sus compatriotas y vaticinando la
ruina del lugar santo. Los exhorta a practicar una religión comprometida,
interior y sincera, no sólo un culto externo, aunque este también sea
necesario. San Jerónimo así lo explica:
«Si
han de pasar el cielo y la tierra, sin duda que pasará también todo lo
terreno. Por consiguiente, los lugares de la cruz y de la resurrección
aprovecharán sólo a quienes llevan su cruz y resucitan con Cristo cada día,
a los que se hacen dignos de tan excelsa morada. Por el contrario, los que
dicen: “el templo del Señor, el templo del Señor” (Jer 7,4), oigan al
Apóstol... Vosotros sois templo de Dios y el Espíritu Santo mora en
vosotros. La corte celeste está abierta lo mismo si se mira desde Jerusalén
como si se mira desde Bretaña, pues el Reino de Dios está dentro de
vosotros (Lc 17,21)» (Carta 58,3, a Paulino presbítero).
–El Salmo
83 expone los deberes del santuario del Señor: «¡Qué deseables son
tus moradas, Señor de los ejércitos!» El alma del piadoso israelita se
consume y anhela los atrios del Señor, su corazón y su carne retozan por el
Dios vivo... Anhela vivir en la Casa del Señor, alabándolo siempre y
encontrar su gozo y su alegría y toda su fuerza en Dios y en su culto
auténtico. Por eso prefiere el umbral de la Casa del Señor a vivir con los malvados,
y vivir un día en los atrios del Señor a mil en su propia casa.
El
cristiano tiene muchos motivos para superar el fervor del piadoso
israelita. El antiguo templo de Jerusalén era sólo un símbolo y signo de la
presencia dinámica de Dios; pero el templo cristiano es la morada del Dios
vivo, ya que allí está Jesucristo, realmente presente en la Eucaristía.
Allí se reactualiza sacramentalmente el sacrificio redentor del Calvario.
Todo esto es mucho más que lo que significaba el templo judío de Jerusalén.
–Mateo
13,24-30: Dejadlos crecer juntos hasta la siega.
Manifiesta la paciencia de Dios que no quiere la muerte del pecador, sino
que se convierta de su conducta y que viva. Dice Clemente de Alejandría:
«Si decimos, como se admite universalmente, que
todas las cosas necesarias y útiles para la vida nos vienen de Dios, no
andaremos equivocados. En cuanto a la filosofía, ha sido dada a los griegos
como su propio testamento, constituyendo un fundamente para la filosofía
cristiana, aunque los que la practican de entre los griegos se hagan
voluntariamente sordos a la verdad, ya porque menosprecian su expresión
bárbara, ya también porque son conscientes del peligro de muerte con que
las leyes civiles amenazan a los fieles.
«Porque
igual que la filosofía bárbara, también en la griega ha sido sembrada la
cizaña (Mt 13,25) por aquel cuyo oficio es sembrar cizaña. Por esto
nacieron las herejías juntamente con el auténtico trigo, y entre ellos, los
que predican el ateísmo y el hedonismo de Epicuro, y todo cuanto se ha
mezclado en la filosofía griega contrario a la recta razón, son fruto
bastardo de la parcela que Dios había dado a los griegos...» (Stromata
6,8,67).
SEMANA
17
DOMINGO
Entrada: «Dios vive en su santa morada; Dios, que
prepara casa a los desvalidos, da fuerza y poder a su pueblo» (Sal
67,6-7.36). Dios nos recibe siempre en su Casa: la iglesia catedral,
parroquial, monástica. Le adoramos en su santa morada, en la asamblea
litúrgica.
Colecta (del Misal anterior, antes del Gregoriano, ahora
retocada con textos del Veronense): «¡Oh Dios!, protector de los que en ti
esperan; sin ti nada es fuerte ni santo. Multiplica sobre nosotros los
signos de tu misericordia, para que, bajo tu mano providente, de tal modo
nos sirvamos de los bienes pasajeros, que podamos adherirnos a los
eternos».
Ofrendas (del Misal anterior, antes del Gregoriano,
retocada ahora con textos del Gelasiano y del sacramentario de Bérgamo):
«Recibe, Señor, las ofrendas que podemos presentar gracias a tu generosidad,
para que estos santos misterios, donde tu Espíritu actúa eficazmente,
santifiquen los días de nuestra vida y nos conduzcan a las alegrías
eternas».
Comunión: «Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus
beneficios» (Sal 102,2); o bien: «Dichosos los misericordiosos, porque
ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque
ellos verán a Dios» (Mt 5,7-8).
Postcomunión (tomada del propio de los dominicos): «Hemos
recibido, Señor, este sacramento, memorial perpetuo de la pasión de tu
Hijo; concédenos que este don de su amor inefable nos aproveche para la
salvación».
Ciclo A
Parábola
del tesoro escondido. Todo se sacrifica a fin de conseguirlo. Nada supera a
la Sabiduría que procede de Dios. San Pablo nos inculca el plan de Dios
sobre nosotros que no es otro que el amor que Dios nos tiene y quiere que
reproduzcamos en nosotros la imagen de su Hijo bien amado para compartir su
gloria.
Sólo
así es posible entrar en el Reino de Dios y aquí en la tierra. Esto nos
prepara, a su vez, para la santidad de vida y para la liberación y
santificación consumada en la eternidad.
Dichosos
los que por la oración y disponibilidad humilde saben descubrir en el
tiempo las posibilidades de la eternidad bienaventurada que nos ofrece el
misterio de Cristo, revelación de la plenitud de la Sabiduría divina.
–1
Reyes 3,5.7-12: Pediste discernimiento.
Salomón es en la historia de la salvación un símbolo típico de la
exaltación de la sabiduría como actitud religiosa, como don gratuito y como
responsabilidad bienhechora entre los hombres.
El don
del juicio a Salomón señala un momento importante en la historia del
movimiento sapiencial de Israel. El carisma consiste en una especial
prerrogativa del soberano para gobernar al pueblo con rectitud, en el
contexto no de una justicia humana, sino en el de la elección de Israel y
de la fidelidad a la Alianza, es decir, en un sentido religioso y
mesiánico. Esto es un carisma concedido de lo alto para bien del pueblo, un
don del Espíritu que ha aparecido en otros personajes como Moisés y, sobre
todo, aparecerá en el Rey-Mesías.
Las
inevitables deficiencias de varios reyes de Israel en el gobierno, en la
administración de la justicia y en la fidelidad a la Alianza, conducirá a
una espera cada vez más apremiante del futuro Rey ideal, el que sólo
ejercerá plena y perfectamente la justicia, sueño de todos los hombres.
Esto sucederá en el Nuevo Testamento, más aún será propio del Mesías «la
justicia de Dios» (Jer 23,5): Cristo, más que Salomón (Mt 12,42).
–Unos
versos del Salmo 118 nos ofrecen materia de reflexión y
meditación, como Salmo responsorial: «¡Cuánto amo tu voluntad, Señor! Mi
porción es el Señor, he resuelto guardar tus palabras. Más estimo yo los
preceptos del Señor que miles de monedas de oro y plata. Que tu voluntad me
consuele, según la promesa hecha a tu siervo; cuando me alcance tu
compasión, viviré, y mis delicias será tu voluntad. Yo amo tus mandatos,
más que el oro purísimo; por eso aprecio tus decretos, y detesto el camino
de la mentira. Tus preceptos son admirables, por eso los guarda mi alma; la
explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes».
–Romanos
8,28-30: Nos predestinó a ser imagen de su Hijo.
La sabiduría salvífica de Dios ha culminado su revelación en Cristo. Y nos
ofrece el don de descubrir en Él la Sabiduría divina que nos ilumina y
santifica. Su Corazón es el diseño perfecto que nos ha trazado el Padre.
Es
conocida la distinción evangélica de «llamados» y «elegidos» (Mt 22,14).
Los israelitas estaban todos llamados al Reino, pero no todos fueron
elegidos, es decir, miembros efectivos del Reino de Dios. El Apóstol
insiste aquí en el don inefable de la vocación divina, pero esto no excluye
la responsabilidad de la colaboración activa y total al don de Dios.
Comenta San Agustín:
«Me
dirá alguno: Entonces no obramos nosotros, sino que otro obra en nosotros.
Le respondo: Es más acertado decir que obras tú y que otro obra en ti; y
sólo obras bien cuando actúa en ti el que es bueno. El Espíritu de Dios que
obra en ti, te ayuda cuando obras tú. Su mismo apelativo de auxiliador te
indica que también tú haces algo. Reconoce lo que pides, reconoce lo que
proclamas cuando dices: “sé mi auxiliador, no me abandones” (Sal 26,9).
Invocas ciertamente a Dios como auxiliador, pero nadie recibe ayuda si él
nada hace. Quienes son movidos por el Espíritu de Dios, dice, esos son
hijos de Dios; movidos no por la letra, sino por el Espíritu, no por la ley
que ordena, amenaza y promete, sino por el Espíritu que exhorta, ilumina y
ayuda. “Sabemos, dice el Apóstol, que todo coopera para el bien de los que
aman a Dios” (Rom 8,28). Si tú no hicieres nada, él no sería tu
colaborador» (Sermón 156,11).
–Mateo
13,44-52: Vende todo lo que tiene y compra el
campo. La genuina sabiduría evangélica consiste en la apertura humilde
y decidida a la gracia divina y a los dones salvíficos que el Padre nos
ofrece amorosamente en Cristo y que transforman nuestras vidas. El anuncio
del Reino de Dios es el punto principal del mensaje de Cristo (Mc 1,15)
realidad o una situación espiritual, en la cual el hombre reconoce, en
espíritu de amor y de temor filial, la soberanía o el primado absoluto de
Dios y cumple lo más perfectamente posible su Voluntad (Mt 6,10). San
Jerónimo explica:
«Este
tesoro en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la
ciencia (Col 2,3), es el Verbo de Dios que parece escondido en la carne de
Cristo, o bien las sagradas Escrituras en las que está guardado el
conocimiento del Salvador. Cuando alguien lo descubre en ellas, debe
despreciar todas las ganancias de este mundo para poder poseer a aquel a
quien ha encontrado. Lo que sigue: el hombre que lo encuentra, lo vuelve a
esconder, no significa que lo hace por maldad sino por temor y como no
quiere perder ese bien, esconde en su corazón el tesoro que ha preferido a
sus antiguas riquezas» (Comentario al Evangelio de San Mateo 44).
«Las
perlas finas que busca el mercader son la ley y los profetas, el
conocimiento del Antiguo Testamento. Pero hay una perla única, la más
valiosa: el conocimiento del Salvador, el misterio de su pasión, el secreto
de su resurrección. Cuando un mercader la encuentra, como el Apóstol Pablo,
desprecia todos los misterios de la ley y de los profetas y las antiguas
observancias en las que vivía irreprochablemente; las considera como
inmundicias y basura, para ganar a Cristo (Flp 3,8). No es que el
descubrimiento de la nueva perla sea condenación de las perlas antiguas,
sino que en comparación con aquélla, todas las otras joyas son menos
valiosas» (ib. 45,46).
Ciclo B
Con
este domingo la liturgia comienza a presentarnos un tema centralísimo en el
cristianismo: la sagrada Eucaristía, según el capítulo sexto del Evangelio
de San Juan.
El
discurso eucarístico de Cafarnaún desarrollado y meditado en estos
domingos, nos irá actualizando las inmensas riquezas del acontecimiento
eucarístico, que, como ha expresado el Concilio Vaticano II en varios de
sus documentos es «el centro y culmen, raíz y fuente» de toda la vida de la
Iglesia, de su propia actividad y de la vida y autenticidad cristiana.
Necesitamos
mucho insistir en todo lo que es la Eucaristía en la vida cristiana y
actuar en consecuencia en su triple aspecto: Sacramento-Sacrificio;
Sacramento-Presencia y Sacramento-Comunión, según expresión del Papa Juan
Pablo II en su primera encíclica Redemptor Hominis.
–2
Reyes 4,42-44: Comerán y sobrará. El Antiguo
Testamento, aún con sus sombras, nos adelantó proféticamente las realidades
del Nuevo y proclamó la salvación definitiva en Cristo, Mesías y Profeta,
en la plenitud de los tiempos.
Los
prodigios que Dios obraba por medio de sus siervos los profetas tenían por
misión autentificar la palabra predicada por ellos, de modo que el pueblo
tuviese garantía de su origen divino.
Dios
sigue obrando en su Iglesia maravillas. Hemos de reconocerlo y utilizarlo
para profundizar más y más en la fe y hacer que los demás crean en el
mensaje divino. Pero esto será difícil si nuestra vida no se conforma con
ese mensaje, no obstante los prodigios que Dios hace constantemente en
medio de nosotros.
–El Salmo
144 nos ofrece unos textos de meditación relacionados con la
lectura anterior: «Abres tú la mano, Señor y sacias de favores a todo
viviente. Los ojos de todos están fijos en el Señor y Él les da la comida a
su tiempo... Está cerca de los que lo invocan sinceramente». El Señor es
fiel y providente, levanta a los que caen y suministra a las criaturas lo
necesario para vivir.
–Efesios
4,1-6: Un solo cuerpo, una fe, un solo bautismo.
En el Corazón de Cristo se consuma el designio de unidad entre todos los
hombres. Un único Padre que nos ama en su único Hijo y que nos hace a todos
participar en su único Espíritu.
En la
Iglesia no debe existir ningún elemento discriminatorio ni en los que vienen
del judaísmo, ni en los que vienen de la gentilidad. Lo que todos han de
hacer es poner su esperanza en la salvación a la cual todos han sido
llamados por Dios. Sobre la unidad, exhorta San Cipriano:
«El
que abandona esta cátedra de Pedro, sobre la cual está fundada la Iglesia,
¿puede creer que está todavía en la Iglesia? El que se rebela contra la
Iglesia y se opone a ella, ¿puede pensar que está en ella? El mismo Apóstol
Pablo enseña idéntica doctrina declarando el misterio de la unidad con estas
palabras: “un solo cuerpo y un solo espíritu, una sola esperanza en vuestra
vocación” (Ef 4,4)... Esta unidad hemos de mantener y vindicar
particularmente aquellos que estamos al frente de la Iglesia como obispos,
mostrando con ello que el mismo episcopado es uno e indiviso.
«Nadie
engañe a los hermanos con falsedades; nadie corrompa la verdad de nuestra
fe con desleal prevaricación: el episcopado es uno y cada uno de los que lo
ostentan tienen una parte de un todo sólido. La Iglesia es una, aunque al
crecer por su fecundidad se extienda hasta formar una pluralidad. El sol
tiene muchos rayos, pero su luz es una; muchas son las ramas de un árbol,
pero uno es el tronco, bien fundado sobre sólidas raíces; muchos son los
arroyos que fluyen de la fuente, pero aunque la abundancia del caudal
parezca difundirse en pluralidad, se mantiene la unidad en el origen» (Sobre
la unidad de la Iglesia,4-7).
–Juan
6,1-15: Repartió a los que estaban sentados todo
lo que quisieron. De este hecho histórico procedió el llamado sermón
eucarístico de Cafarnaún. El «hecho eucarístico» es, en la Iglesia, la
verdadera multiplicación del Pan de vida (Jn 6,35-48), que nos alimenta
para la unidad con la propia vida de Cristo, el hijo de Dios vivo.
De
este milagro, ampliamente comentado por los Santos Padres, se deducen
muchas consecuencias: debemos servir a todos en su totalidad existencial,
en lo que pertenece a su alma y a su cuerpo, a sus problemas temporales y
eternos. Hemos de actuar evangélicamente con sentido preciso de las necesidades
de este mundo, como toda la historia de la Iglesia nos lo muestra desde los
tiempos apostólicos, en los que «todos tenían un solo corazón y una sola
alma». Comenta San Agustín:
«Gran
milagro es hartar con cinco panes y dos peces a cinco mil hombres y aún
sobrar doce canastos. Gran milagro, a fe; pero el hecho no es tan de
admirar si pensamos en el Hacedor. Quien multiplicó los panes entre las
manos de los repartidores, ¿no multiplica las semillas que germinan en la
tierra y de unos granos llena los trojes? Pero como este portento se
renueva todos los años a nadie le sorprende... Al hacer estas cosas hablaba
el Señor a los entendimientos no tanto con palabras como por medio de sus
obras» (Sermón 130).
El
relato evangélico de la multiplicación de los panes y de los peces tiene,
en su contexto y en la intención pedagógica del Maestro, un fuerte
trasfondo mesiánico-eucarístico. Jesús intenta poner en evidencia sus
poderes teándricos y su Señorío mesiánico trascendente para promover la fe.
Trata de disponer las inteligencias al anuncio eucarístico-pascual. Aun
literariamente, el relato histórico del acontecimiento es consignado por
los cuatro evangelistas con módulos y lenguaje litúrgicos, que reflejan la
tradición eucarística ya existente en las primitivas comunidades (1 Cor
11,17s.). Iluminados por la Palabra de Dios y vivificados con su Eucaristía
testifiquemos en nuestra vida cotidiana nuestra identidad evangélica entre
todos los hombres, si no queremos frustrar todo lo que Dios ha obrado en
nosotros por su liturgia eucarística plenamente vivida.
Ciclo C
Se nos
exponen vivamente en la primera y tercera lecturas la fuerza de la oración.
Así lo muestra el diálogo de Abrahán con Dios y la parábola del amigo
inoportuno. San Pablo nos recuerda que, por obra del bautismo, hemos muerto
y resucitado con Él. Por su sacrificio en la cruz Cristo nos ha merecido el
perdón de los pecados y nos ha hecho compartir su vida.
Para
la existencia cristiana la oración no es un adorno convencional, sino una
necesidad profunda y el primer signo de una vida real de fe, esperanza y
caridad. La oración dialogante con el Padre, en Cristo, por el Espíritu
Santo, es siempre la vivencia más espontánea de la fe cristiana, un
ejercicio de la virtud de la esperanza y el primer acto de la caridad.
–Génesis
18,2-32: No se enfade mi señor si sigo hablando.
Como Padre de los creyentes, Abrahán aparece también en la historia de la
salvación como criatura abierta al coloquio con Dios y en actitud
mediadora.
Todo es
impresionante en este diálogo, pero de modo especial la condescendencia y
la misericordia de Dios. Se acomodó a lo que Abrahán le pide. Fue lástima
que Abrahán no descendiera más. Se quedó en diez justos. No los había.
Pero, ¿y si hubiera pedido dos o un justo? Posiblemente Dios hubiera
accedido. Hay pasajes escriturísticos que lo sugieren. Antes el pecado de
uno bastaba para el castigo de muchos. Ahora la justicia e inocencia de
pocos es suficiente para atraer la misericordia divina. Más aún la de uno solo
(Jer 5,1). San Agustín enseña:
«No
seamos prontos para las disputas y perezosos y tardos para las oraciones.
Oremos, mis muy amados hermanos, oremos para que Dios dé su gracia a
nuestros enemigos y, sobre todo, a nuestros hermanos y a los que nos aman,
para comprender y confesar que, después de la tremenda e inefable ruina por
la que todos en uno caímos, nadie puede ser libre sino por la gracia de
Dios, y que ésta no se da como debida a los méritos de los que la reciben,
sino como verdadera gracia, gratuitamente, sin mérito alguno precedente» (Del
don de la perseverancia 24,66).
–Como
Salmo responsorial se han escogido algunos versos del Salmo 137:
«Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste... El Señor se fija en el
humilde... conserva la vida en los peligros... su derecha nos salva...
completará sus favores, porque su misericordia es eterna y no abandona la
obra de sus manos».
–Colosenses
2,12-14: Os dio vida en Cristo, perdonándoles
todos los pecados. Por el bautismo se nos ha dado la existencia
cristiana, con el derecho filial a la oración, a la amistad y al diálogo de
intimidad con el Padre. Se trata ahora, en la práctica reflejar que estas
dos realidades, bautismo y fe son indisolubles: el bautismo sin fe nos une
al misterio de Cristo; la fe sin bautismo es una realidad incompleta. Dice
San Ambrosio:
«Es
evidente que, en el que es bautizado, está crucificado el Hijo de Dios,
porque nuestra carne no podía estar libre de pecado si no estuviera
crucificada en Cristo Jesús (Rom 6,3 y 6,5-6), y a los Colosenses:
sepultados con Él en el bautismo... (Col 2,14), porque Él solo puede
perdonar nuestros pecados. Él es quien triunfa en nosotros de los
principados y de las potestades (Col 2,15)» (Tratado de la Penitencia
2,2,9).
–Lucas
11,1-13: Pedid y se os dará. El Corazón de
Cristo Jesús, el Hijo muy amado del Padre, nos reveló la Paternidad
entrañable de Dios. Nos ha hecho participar de su propia filiación divina
(Gál 4,4) y nos ha enseñado el secreto de la verdadera oración. San
Ambrosio explica:
«Este
es el pasaje del que se desprende el precepto de que hemos de orar en cada
momento, no sólo de Día, sino también de noche; en efecto, ves que éste que
a media noche va a pedir tres panes a su amigo y persevera en la demanda
instantemente, no es defraudado en lo que pide. Pero, ¿qué significan estos
tres panes? ¿acaso no son una figura del alimento celestial?; y es que, si
amas al Señor, tu Dios, conseguirás, sin duda, lo que pides, no sólo en
provecho tuyo, sino también en favor de los demás. Pues, ¿quién puede ser más
amigo nuestro que Aquel que entregó su cuerpo por nosotros?» (Tratado
sobre el Evangelio de San Lucas 87).
LUNES
Años impares
–Éxodo
32,15-24.30-34: El pecado de
idolatría del pueblo. El becerro de oro. Dos concepciones de religión:
una falsa y otra verdadera. Una que adora a las criaturas, llamemos ídolos,
honores, riquezas, prestigio, fama...; y otra que adora al verdadero Dios
en Jesucristo, que nos dejó el culto al que hemos de dedicarnos con la
reactualización sacramental de su sacrificio redentor en la celebración de
la Eucaristía, en los demás sacramentos y sacramentales, todo dirigido por
su Iglesia santa.
Al
final de esa lectura Moisés intercede por su pueblo prevaricador. Comenta
San Agustín:
«El
pueblo de Dios, después de haber visto tantos prodigios y milagros..., no
obstante todo esto, pidió un ídolo, lo exigió, lo hizo, lo adoró y le
ofreció sacrificios. Indica Dios a su siervo lo hecho por el pueblo y
promete hacerlo desaparecer delante de sus ojos. Intercede Moisés... ; se
adhiere a los pecadores y pide por ellos. ¿Y cómo pide? ¡Gran prueba de
amor, hermanos! ¿Cómo pide? Ved aquella prueba de amor materno del que
hemos hablado con frecuencia.
«Cuando
Dios amenazaba al pueblo sacrílego, se estremecieron las piadosas entrañas de
Moisés y se puso en su lugar ante la ira de Dios: “Señor, dijo, si le
perdonas el pecado, perdónaselo; de lo contrario bórrame del libro que has
escrito” (Ex,32,31-32). ¡Con qué entrañas a la vez paternales y maternales,
con cuánta seguridad dijo esto, confiando en la justicia y misericordia de
Dios!. Para que siendo justo no perdiera al justo, y siendo misericordioso
perdonara a los pecadores» (Sermón 88).
–El Salmo
105 nos ofrece materia para meditar y reflexionar aún más sobre el
contenido de la lectura anterior: «Dad gracias al Señor, porque es bueno...
En Horeb se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición, cambiaron
su gloria por un toro que come hierba. Se olvidaron de Dios, su Salvador...
Dios hablaba ya de aniquilarlos, pero intercedió Moisés...» El Salmo
es un poema histórico que sintetiza la historia de Israel. Nosotros tenemos
mucho que aprender de él. También nos hacemos con frecuencia ídolos de
fundición: el poder, las riquezas, los honores, la fama..., y miles de
manifestaciones del amor propio. Pero Dios, siempre misericordioso, nos
aguarda, espera la hora de la conversión, del arrepentimiento, como el
Padre esperaba al hijo pródigo de la reina de las parábolas. Donde abundó
el delito, sobreabundó la gracia, nos enseña San Pablo.
Años pares
–Jeremías
13,1-11: El pueblo será como ese cinturón que ya
no sirve para nada. Con un gesto profético, Jeremías da a en-tender que
Dios rechazará a Judá y a Jerusalén, puesto que su pueblo se ha apartado de
Él.
La
imagen del cinturón es elocuente. Yahvé ha hecho de Israel algo
entrañablemente suyo, y este pueblo vive de la intimidad misma que Dios le
propone. En cuanto Israel rompe sus compromisos con su Señor, pierde
automáticamente su razón de ser, como el cinturón de cuero expuesto a la
humedad. Así nos sucede también a nosotros. Nuestra filiación divina nos
hace mucho más cercanos a Dios que el antiguo Israel, nos hizo el Señor más
entrañablemente suyos; el pecado nos convierte en cinturón inservible.
Desposeído de la gracia, por la que participamos en la propia naturaleza
divina, coherederos con Cristo de su gloria..., todo lo perdimos.
Pero
hemos de reaccionar vigorosamente contra esa situación tan calamitosa y
arrepentirnos de nuestros pecados. El Señor siempre nos aguarda con gran
misericordia.
–Lo
mismo sigue en el canto responsorial, tomado del Deuteronomio 32:
«Despreciaste a la Roca que te engendró... olvidaste a Dios. Lo vio el
Señor e, irritado, rechazó a sus hijos e hijas... Son una generación
depravada... Se han hecho un dios ilusorio... Ídolos vacíos». ¡Cuántas
veces podría dirigirnos el Señor esas mismas quejas. Siempre que pecamos
nos ponemos en las mismas circunstancias que Israel. Dice San Agustín:
«Todo
lo que quieres y deseas es bueno. No quieres tener una bestia mala, un
siervo malo, un vestido malo, una villa mala, una casa mala... Todo lo
quieres bueno, pues sé tú también bueno que todo lo quieres bueno. ¿Dónde
has tropezado, para que entre todas las cosas buenas que quieres, sólo tú
quieres ser malo» (Sermón 297).
–Mateo
13,31-35: El grano de mostaza se hace arbusto...
Así el Reino de los cielos, pequeño al principio y luego esplendoroso. San
Juan Crisóstomo comenta esta parábola:
«¿Quiénes,
pues, y cuántos serán los que crean? A fin de quitarles este temor,
incítalos a la fe por medio de esta parábola del grano de mostaza y les
hace ver que, de todos modos, se propagaría la predicación del Evangelio.
De ahí que les ponga delante la imagen de una legumbre muy propia para el
objeto que el Señor se proponía... Quiso el Señor dar una prueba de su
grandeza, pues así exactamente sucederá con la predicación del Reino de
Dios. Y, a la verdad, los más débiles, los más pequeños entre los hombres,
eran los discípulos del Señor; mas como había entre ellos una fuerza
grande, desplegóse ésta y se difundió por todo el mundo» (Homilía 46,2
sobre San Mateo).
MARTES
Años impares
–Éxodo
33,7-11; 34,5-9.28: Moisés habla con el
Señor cara a cara. En medio de las tiendas del pueblo se halla la Tienda
del Encuentro, en que reside la gloria de Dios, y en donde Moisés reside
intercede en favor de su pueblo. Esta presencia de Dios en medio de su
pueblo se verificará en plenitud en la Encarnación, cuando la Palabra hecha
carne establezca su tienda entre los hombres.
A raíz
del incidente del becerro de oro, vino a producirse una ruptura entre Dios
y su pueblo. Ruptura que Moisés simboliza en su mismo comportamiento. Esta
ruptura entre el pueblo y Moisés sirve de ocasión para describir la vida
mística del Patriarca. San Gregorio de Nisa lo explica así:
«Hemos
descrito la vida de Moisés como un ejemplar de perfección, por el que
pueden dibujarse los rasgos de esta belleza manifestada en un hombre. Que
Moisés alcanzó la perfección posible al hombre, se manifiesta en el
testimonio de la voz divina: “has hallado, dice, gracia a mis ojos y te
conozco por tu nombre” (Ex 33,17). Además él fue llamado “amigo de Dios”
(Ex 13,11) por Dios mismo. Y queriendo Dios, airarse por los pecados de su
pueblo, perderlos a todos, Moisés prefiere morir con el pueblo a vivir sin
el pueblo, y Dios, obrando como amigo, se aplacó (Ex 3211-14). Todo lo cual
manifiesta que Moisés llega a la cumbre de la perfección humana» (Libro
de la vida de Moisés).
–Con
el Salmo 102 decimos: «El Señor es compasivo y
misericordioso, hace justicia, defiende a los oprimidos, enseñó sus caminos
a Moisés..., lento a la ira, rico en clemencia, no acusa siempre ni guarda
rencor perpetuo, no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga
según nuestras culpas..., siente el Señor ternura por su fieles».
Es un
canto maravilloso al amor de Dios. La santidad de Dios es, ante todo, la
trascendencia, por la cual Dios es totalmente distinto de los hombres. Es
el Todo Otro. Mas el Dios infinitamente grande se inclina como un Padre
sobre sus hijos. A todos quiere, a todos desea salvar, mas ¿qué hace el
hombre?
Años pares
–Jeremías
14,17-22: Recuerda, Señor y no rompas tu alianza
con nosotros. El profeta Jeremías describe el inmenso desastre que se
ha abatido sobre el pueblo. Éste hace penitencia. Esta confesión colectiva
de los pecados atrae la misericordia de Dios. Esa confesión es una
manifestación de gran fe, por la cual se expresa que la bondad de Dios es
inmensamente mayor que los pecados de los hombres. Así se han expresado
generalmente los Santos Padres, como San Jerónimo:
«No
dudéis del perdón, pues, por grandes que sean vuestras culpas, la magnitud
de la misericordia divina perdonará, sin duda, la enormidad de vuestros
muchos pecados» (Comentario sobre el profeta Joel).
Y San Gregorio Magno:
«Consideramos
cuán grandes son las entrañas de su misericordia, que no sólo nos perdona
nuestras culpas, sino que nos promete el reino celestial a los que se
arrepientan después de ellas» (Homilía 19 sobre los Evangelios).
–Sigue
el clamor penitencial en el Salmo 78: «Líbranos, Señor, por
el honor de tu nombre... Líbranos de nuestros pecados... salva a los
condenados a muerte..., nosotros, ovejas de tu rebaño..»
La
Iglesia sabe que el pecado es la causa de inmensas ruinas espirituales y
materiales (Gaudium et spes 13). El pecado profana el templo
espiritual de las almas, donde mora el Espíritu Santo; por el pecado Cristo
derramó su propia sangre. Tengamos presente lo que dice San Pablo en la
Carta a los Romanos 2,24: «que el nombre de Dios no sea blasfemado entre
los paganos por vuestra culpa». La Iglesia sufre por la descristianización
de los pueblos en los que se ha sembrado abundantemente la semilla
evangélica.
–Mateo
13,36-43: La cizaña arrancada y quemada simboliza
el fin del tiempo. Cristo da a conocer que en el estado actual del
Reino una lucha constante enfrentará al Hijo del hombre con el Maligno,
pero al final vencerá y los justos brillarán como el sol. Comenta San
Agustín:
«Ved
lo que preferimos ser en su campo; considerad cuáles nos hallará la siega.
El campo que es el mundo, es la Iglesia, difundida por el mundo. Quien es
trigo persevere hasta la siega; los que son cizañas, háganse trigo. Porque
entre los hombres y las espigas de verdad o la cizaña real hay esta
diferencia: cuando nos referimos a la agricultura, la espiga es espiga y la
cizaña. Pero en el campo del Señor, esto es, la Iglesia, a veces lo que era
trigo se hace cizaña y lo que era cizaña se convierte en trigo y nadie sabe
lo que será mañana...
«Escuchad,
carísimos granos de Cristo; escuchad carísimas espigas de Cristo; escuchad
carísima mies de Cristo; reflexionad sobre vosotros mismos, mirad a vuestra
conciencia, interrogad a vuestra fe, preguntad a vuestra caridad, despertad
vuestra conciencia y si os reconocéis mies de Cristo, traed a vuestra
mente: “quien perseverare hasta el fin, ése será salvo” (Mt 10,22). Pero
quien al escudriñar su conciencia, se encontrare entre la cizaña, no tema
cambiarse. Todavía no hay orden de cortar; aún no llegó la siega; no seas
hoy lo que eras ayer; o no seas mañana lo que eres hoy» (Sermón 73, A,1-2).
MIÉRCOLES
Años impares
–Éxodo
34,29-35: Al ver el rostro iluminado de Moisés no
se atrevieron a acercarse a él. San Pablo alude a esto en su carta
segunda a los Corintios 3,18: en la nueva Alianza, los discípulos reflejan
como en un espejo la gloria del transformado en su misma imagen. Moisés
aparece como un hombre de Dios, capaz de un acercamiento especial con Yavé
y su misterio y sembrando con ello su misión de mediador. Comenta San Juan
Crisóstomo:
«El
cristiano, purificado por el Espíritu Santo en el sacramento de la
regeneración es transformado, según la expresión del Apóstol, en imagen del
mismo Jesucristo. No solamente contempla la gloria del Señor, sino que toma
para sí mismo algunos rasgos de esta gloria divina... El alma regenerada
por el Espíritu Santo recibe y difunde a su alrededor el resplandor de la
gloria celeste que le ha sido comunicado» (Homilía sobre 2 Cor,7).
–Rezamos
con el Salmo 98: «Santo eres, Señor, Dios nuestro...
Moisés y Aarón, con sus sacerdotes, Samuel con los que invocan su nombre,
invocaban al Señor y Él respondía. Dios les hablaba desde la columna de
nube, oyeron sus mandatos y la ley que les dio».
Ciertamente,
Moisés, Aarón y Samuel fueron tres grandes siervos de Dios que tuvieron con
Él una gran intimidad; pero el cristiano tiene un privilegio mayor y es que
puede conocer a Dios trascendente en la Persona de Cristo, como dice San
Juan: «A Dios nadie le vio jamás, Dios unigénito que está en el seno del
Padre, Ése lo ha dado a conocer» (Jn 1,18).
Años pares
–Jeremías
15,10.16-21: ¿Por qué se ha vuelto crónica
mi llaga? Si vuelves, estarás en mi presencia. Jeremías manifiesta su
gran amargura y sufrimiento, por las contradicciones que tiene que
soportar. Dios lo consuela y responde a sus plegarias prometiéndole una
gran fuerza para continuar su misión profética.
Poner
fin a la duda negando a Dios o rompiendo los compromisos contraídos con Él
no es digno del misterio de Dios. Es menester permanecer firmes en las
noches oscuras del sentido y del espíritu y ver venir la luz, tener
confianza en Dios y esperar que la solución vendrá sin duda alguna. Estar
en vela como aquellos centinelas de que trata el profeta Isaías.
–Un canto
que inspira confianza es el Salmo 58 y de él se han escogidos
algunos versos como Salmo responsorial: «Dios es mi refugio en el
peligro... líbrame de mi enemigo, protégeme de mis agresores, líbrame de
los malhechores y de los hombres sanguinarios.. Porque Tú, oh Dios, eres mi
Alcázar». La verdadera felicidad del hombre sólo se encuentra en la
fidelidad a Dios, que es Padre amoroso. Apartarse de Él, equivale a ir al
dolor, a la angustia, a la muerte. Con Él tenemos seguridad en medio de los
muchos peligros en que podemos encontrarnos y, de hecho, nos encontramos.
Nada más doloroso que la pasión de Cristo, pero Él resucitó y está sentado
a la derecha del Padre. A sus discípulos no les faltarán sufrimientos, pero
del mismo modo también para ellos vendrán la gloria, la luz esplendorosa y
el triunfo.
–Mateo
13,44-45: Vende todo lo que tiene y compra el
campo. Son dos parábolas casi idénticas: perla y tesoro. Al hallar eso
el buen mercader vende todo lo que tiene para comprar algo de mucho más
valor. San Hilario de Poitiers escribe:
«Con
la parábola del tesoro en el campo, Él muestra las riquezas de nuestra
esperanza puesta en Él. Efectivamente, Dios ha sido encontrado en un
hombre; para comprarlo deben ser vendidas todas las riquezas de este mundo.
Así adquiriremos las riquezas eternas, el tesoro celestial, dando vestido,
comida y bebida a quienes de ello tengan necesidad. Mas es necesario
observar que el tesoro se ha encontrado escondido... El tesoro ha estado
escondido porque debía ser comprado también el campo. En efecto, con el
tesoro en el campo, como hemos dicho, se entiende Cristo encarnado, que se
encuentra gratuitamente. La enseñanza de los Evangelios es de suyo
completa. Pero no hay otro modo de utilizar y poseer este tesoro con el
campo si no es pagando, ya que no se poseen las riquezas celestiales sin
sacrificar el mundo» (Comentario al Evangelio de San Mateo 13,7).
San Agustín dice que la piedra preciosa es la
caridad:
«También
vuestra sociedad es un negocio de cosas espirituales, para ser semejante a
los mercaderes que buscan la piedra preciosa. Esta no es otra que la
caridad, que será derramada en vuestros corazones por el Espíritu Santo que
os será dado» (Sermón 212,1).
JUEVES
Años impares
–Éxodo
40,14-19.32-36: La gloria de Dios en el santuario.
Una nube cubría la tienda levantada por Moisés, según las órdenes de Dios.
En la Nueva Alianza el verdadero templo de Dios es Cristo.
El
tabernáculo, el arca y el sacerdocio aseguran al pueblo la presencia de
Dios. No se trata, sin embargo, de una presencia automática. Se percataban
de que Yavé sólo está presente donde reinan la fidelidad y la conversión y,
sobre todo, con los que son «pobres de Yahvé», como aparece en los
capítulos 56, 57, 60, 63 y 66 de Isaías.
La
Biblia y la Tradición cristiana son unánimes en encarecer la eficacia
santificadora del ejercicio de la presencia de Dios: «anda en mi presencia
y sé perfecto», dice Dios a Abrahán (Gén 17,1). Quien está plenamente
convencido de que Dios le está mirando, se esforzará en evitar todo lo que
pueda ofenderle y procurará estar recogido y hacer todo como corresponde a
un hijo de Dios. San Columbano explica:
«Dios
está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos, según atestigua Él
mismo: “Yo soy un Dios cercano, no lejano”. El Dios que buscamos no está
lejos de nosotros, ya que está dentro de nosotros, si somos dignos de esa
presencia» (Instrucciones sobre la fe,1).
Para San Ignacio de Antioquía:
«Nada
hay escondido para el Señor, sino que aún nuestros secretos más íntimos no
escapan a su presencia. Obremos, pues, siempre conscientes de que Él habita
en nosotros, para que seamos templos suyos y Él sea nuestro Dios en
nosotros, tal como es en realidad y tal como se manifiestará ante nuestra
faz; por esto tenemos motivos más que suficientes para amarlo» (Carta a
los Efesios).
–Lógicamente
se han escogido algunos versos del Salmo 83 para Salmo
responsorial: «¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los Ejércitos! Mi
alma anhela los atrios del Señor... Dichosos los que viven en tu casa
alabándote siempre... Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa...»
Esto es más cierto en las iglesias cristianas, donde se tiene a Cristo
realmente presente en la sagrada Eucaristía. Este Salmo expresa la alegría
y el abandono en Dios del que vive en su gracia. Expresa también la
felicidad de pertenecer a la Iglesia y poder gozar en las celebraciones
litúrgicas los beneficios del amor de Cristo. Los que anhelan la perfección
espiritual y la unión con Dios encuentran aquí, en este Salmo, la plegaria
que mejor cuadra a sus aspiraciones.
Años pares
–Jeremías
18,1-6: Como el barro en manos del alfarero. Soberanía
total de Dios sobre el pueblo de Israel y todo el mundo. San Pablo también
usa esa imagen de la elección. Este tema subraya la iniciativa de Dios en
su designio sobre el hombre. Todo esto se conjuga con la propia libertad
del hombre que el mismo Dios le ha otorgado. Dios quiere que el hombre
corresponda, por voluntad propia, por amor, a los designios de amor por
parte de Dios. Esto se corresponde mejor con la visión de Cristo en la
Cruz, donde se patentiza el supremo amor de Dios y la libertad del hombre.
Cristo en la Cruz oró por sus verdugos.
–La
lectura anterior nos ofrece una total confianza en manos de Dios, abandono
en su divina providencia, aunque nosotros tengamos el deber de hacer todo
lo que podamos por nuestra parte. Por eso decimos en el Salmo 145:
«Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob... Alaba, alma mía, al Señor:
alabaré al Señor mientras viva, tañeré para mi Dios mientras exista. No
confiéis en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar; exhalan el
espíritu y vuelven al polvo, ese día perecen sus planes. Dichoso a quien
auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios, que hizo el
cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él».
–Mateo
13,47-55: Selección de los peces buenos y abandono
de los malos. Es una descripción del juicio final como la que hace San
Jerónimo:
«Una
vez cumplida la profecía de Jeremías que dice : “He aquí que os envío a
muchos pescadores”. Andrés, Santiago y Juan, hijos del Zebedeo oyeron
estas palabras: “seguidme y os haré pescadores de hombres” (Mt 4,19),
entretejieron tomando del Antiguo y Nuevo Testamento la red de las
doctrinas evangélicas y la arrojaron al mar de este siglo. Hasta el día de
hoy está tendida en medio de las olas y recoge todo lo que cae de estos
abismos salados y amargos, es decir, hombres buenos y malos, peces mejores
y peores. Cuando llegue la consumación y el fin del mundo, como Él mismo lo
explica más claramente a continuación, la red será sacada a la orilla;
entonces se mostrará el juicio verdadero, la selección de los pescados.
Como en un puerto muy tranquilo, los buenos serán puestos en los
recipientes de las mansiones celestiales. Pero el fuego de la gehenna
recibirá a los malos para quemarlos y calcinarlos» (Comentario al
Evangelio de Mateo 13, 47-49).
VIERNES
Años impares
–Levítico
23,1.4-11.15-16.27.34-37: Asambleas litúrgicas en
las solemnidades del Señor. Entre los judíos se encuentran estas
solemnidades litúrgicas: Pascua y los Azimos, Pentecostés, Día de Expiación
y Fiesta de la Tiendas.
Las
fiestas para los israelitas tienen un sentido muy preciso que supera su
origen. No se trata ya de una sumisión del hombre a la naturaleza, sino de
su comunión con Dios en la realización de una historia de salvación. Las
fiestas judías conmemoran las principales etapas de esta colaboración de la
libertad de Dios con la del hombre en la construcción del mundo y en la
orientación de su historia.
Con
todo, esto no llegó a su plenitud sino con Jesucristo: Él es nuestra
Pascua, nuestro Pan ázimo, nuestra Nueva Alianza, nuestra promesa de
felicidad. Todas las fiestas cristianas son esencialmente los misterios de
Cristo reactualizados sacramentalmente, por medio de los cuales nos ponemos
en contacto con su Persona y recibimos su gracia para unirnos más a Él en
el amor. Si esto desaparece la fiesta carece de sentido.
–Otra
vez nos encontramos con el Salmo 80 para reflexionar sobre la
lectura anterior. Esto indica la solemnidad con que comienza este himno,
invitando a una alegría extraordinaria, acompañada con toda clase de
instrumentos músicos, panderos, cítaras, arpas, trompetas... «Aclamad a
Dios nuestra fuerza... Acompañad, tocad los panderos, las cítaras templadas
y las arpas; tocad la trompeta por la luna nueva, por la luna llena que es
nuestra fiesta, porque es una ley en Israel, un precepto del Dios de Jacob,
una norma establecida para José al salir de la tierra de Egipto...» Todo
esto tiene un gran sentido religioso, porque las fiestas litúrgicas han de
ser una fuente de alegría, y una afirmación rotunda de la soberanía de
Dios, el Dios único. Celebramos el comportamiento bienhechor y salvífico de
Dios para con el hombre y que Él es el único que puede exigir el tributo de
reverencia y sumisión del hombre.
Años pares
–Jeremías
26,1-9: El pueblo se juntó en el templo del Señor.
Nueva exhortación de Jeremías para que el pueblo se mantenga fiel a la ley
de Dios, de lo contrario le vendrá la ruina y desolación. Esta exhortación
le acarrea la incomprensión y el castigo por parte de los hombres que no
quieren salir de su pecado y tener espíritu para un culto de mente y
corazón, interior y comprometido. Pero todo eso conduce al ateísmo, como lo
indicó Pablo VI: «la secularización es un terreno fértil para el ateísmo»
(19-III-1971). La Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium subraya
más de diez veces el carácter sagrado de la liturgia y afirma que «es
acción sagrada por excelencia».
–Mateo
13,54-58: ¿De dónde le viene a Cristo toda su doctrina? Es
la pregunta que se hacían sus paisanos. Su doctrina y su autoridad hizo
estallar de admiración a sus paisanos, pero era una admiración de
escándalo. Conocían a sus familiares y sabían que el Mesías nadie sabría de
dónde venía. Pero, por sus hechos y doctrina podían deducir que un mero
hombre no podía hacerlos. Comenta San Jerónimo:
«Observa
la necedad de los nazarenos: se preguntan asombrados de dónde le viene la
sabiduría a la Sabiduría y de dónde el poder al Poder. El error es
evidente; pensaban que era el hijo del carpintero... El error de los judíos
es nuestra salvación y la condenación de los herejes. Hasta tal punto veían
en Jesucristo el hombre que pensaban que era hijo de un carpintero. ¿Te
asombras de que se equivoquen con respecto a sus hermanos cuando se
equivocan con respecto al padre?
«La
envidia hacia un conciudadano es casi natural. No consideran las obras
actuales del hombre, sino que recuerdan la debilidad de su infancia, como
si ellos mismos no hubieran alcanzado la edad madura por esas mismas
etapas. No allí muchos milagros a causa de su incredulidad. No porque no
pudiera hacer muchos milagros también para estos incrédulos, sino para no
condenar, haciendo muchos, a sus conciudadanos incrédulos.
«Asimismo
puede entenderse de otra manera que Jesús haya sido despreciado en su casa
y en su patria, es decir, en el pueblo judío. Por eso hizo allí pocos
milagros, para que no fueran totalmente inexcusables. Pero cada día hace
signos más grandes entre los gentiles por medio de sus apóstoles, no tanto
sanando los cuerpos como salvando las almas» (Comentario al Evangelio de
Mateo 13,53-58).
SÁBADO
Años impares
–Levítico
25,1.8-17: Año jubilar. Cada cincuenta
años hay que celebrar un jubileo a las deudas. Jesús, comentando una página
del profeta Isaías en la sinagoga de Nazaret, proclamará el año de gracia
del Señor, que traerá el perdón de los pecados (Lc 4,21). Será un año
jubilar espiritual. Cristo enfoca su ministerio como un verdadero año
jubilar. Lo pone de manifiesto en muchas ocasiones (Mt 11,2-6; Lc 1,77;
cf. Ef 1,7). Lo manifiesta de modo particular por su poder de perdonar
los pecados, cosa que irrita a sus enemigos (Mt 9,6). El ministerio público
de Jesucristo será, en efecto, una serie ininterrumpida de liberaciones,
curaciones, perdón de deudas y de pecados. Esto mismo confía a sus
apóstoles y a sus sucesores: obispos y presbíteros. El sacramento de la
penitencia es un gran regalo hecho por Cristo a su Iglesia. Hemos de
acercarnos frecuentemente a él con verdadero espíritu, con dolor de haber
ofendido a Dios, con arrepentimiento de todos los pecados.
–Esto
debe movernos a dar gracias a Dios y alabarlo como se hace con el Salmo
66: «Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te
alaben... El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre
nosotros... que canten de alegría las naciones... que Dios nos bendiga; que
le teman hasta los confines del orbe».
Es
como el padrenuestro del Antiguo Testamento. Lo que se pretende con este
Salmo es que Dios sea reconocido como Señor universal de toda la tierra. Es
lo que pedimos en el padre ha mostrado al Padre. Rostro misericordioso y
sereno que ilumina a cuantos creen en Él. En Cristo hemos conocido la
benignidad de Dios, su infinita misericordia, siempre dispuesta al perdón.
Todos los pueblos están llamados a dar gracias al Señor a alabarlo, porque
a todos llama Él a la salvación y los hace partícipes de sus bendiciones.
Años pares
–Jeremías
26,11-16.24: El profeta enviado por Dios a
predicar. No tiene temor alguno de confesar la misión para la que ha sido
elegido por el Señor. Él es inocente. Es sólo instrumento escogido por
Dios en favor de su pueblo.
Tres
razones: Es profeta de Dios, sus palabras expresan la voluntad divina y
esas palabras producirán no obstante la oposición y la contradicción de los
hombres. Es lo mismo que siglos más tarde dirán los apóstoles y discípulos
de Cristo. Esto mismo hemos de hacer hoy, aunque el mundo sea adverso a la
doctrina del Evangelio y hemos de hacerlo con la palabra y el testimonio de
una vida totalmente evangélica. Cristo y su Espíritu ayudan siempre, como
lo vemos en tantos apóstoles santos, que proclaman sin cesar el mensaje
salvador de Jesucristo, aunque por ello tengan que sufrir e incluso
derramar su propia sangre.
–Oramos
con el Salmo 68: «Escúchame, Señor, el día de tu favor... que
no me hunda en el cieno, líbrame de las aguas sin fondo...»
Es una
súplica impresionante para que Dios socorra al que se encuentra abandonado
y lo salve del borde de la muerte, ya que es objeto de todas las injurias
de los hombres. Sin embargo, no deja de confiar en Dios, aun en esa
situación extrema, sino que espera verse libre de sus enemigos e incluso
que sirva de ejemplo para que se alegren los humildes. En el Nuevo
Testamento se aplican a Cristo muchos versos de este salmo. De los labios
de Cristo pasa esta súplica a los de la Iglesia, tantas veces atribulada
con persecuciones, cismas, herejías, desobediencias e insurrección. Ayuda
este Salmo a entrar en el espíritu de Cristo paciente y nos ofrece una
saludable meditación sobre la pasión del Señor.
–Mateo
14,1-12: Juan decapitado por Herodes. Sus
discípulos acuden a Cristo». El Bautista muere como víctima de la prioridad
de lo político sobre lo espiritual, del instinto sobre el espíritu. San
Jerónimo dice:
«Juan
Bautista, que había venido con el espíritu y la fuerza de Elías, quien
había reprendido a Ajab y a Jezabel, reprocha a Herodes y Herodías, por
haber contraído matrimonio ilícito, porque en vida de su hermano no le
estaba permitido casarse con la hermana de éste. Prefirió arriesgarse a
perder el favor del rey antes que adularlo olvidando los preceptos de
Dios... Temía una sedición del pueblo a causa de Juan, sabía Herodes que él
había bautizado a numerosas multitudes en el Jordán, pero lo vencía el amor
de la mujer cuyo ardor le había hecho descuidar los preceptos de Dios...
«Herodías,
temiendo que un día Herodes se arrepintiera o que se reconciliara con su
hermano Filipo y que un repudio dejara sin efecto su matrimonio ilícito,
aconseja a su hija que pida de inmediato en pleno banquete la cabeza de
Juan: digno premio de sangre por la digna obra de una bailarina... Excusa
su crimen pretextando el juramento; bajo el manto de la piedad deviene el
impío... Quiere que todos participen en su crimen para que se presenten
alimentos sangrientos en el banquete de la lujuria y la impureza... La que
bailó pide como precio sangriento la cabeza del profeta, para tener en su
poder la lengua que censuraba un matrimonio ilícito. Esto sucedió
literalmente. Pero nosotros hasta hoy vemos en la cabeza del profeta Juan a
Cristo, Cabeza de profetas, a quien los judíos hicieron perecer» (Comentario
al Evangelio de Mateo 1-11).
SEMANA
18
DOMINGO
Entrada: «Dios mío, dígnate librarme; Señor, date prisa
en socorrerme. Que tú eres mi auxilio y mi liberación; Señor, no tardes»
(Sal 69,2.6).
Colecta (del Veronense, retocada con textos del Gelasiano
y Gregoriano): «Ven, Señor, en ayuda de tus hijos; derrama tu bondad
inagotable sobre los que te suplican, y renueva y protege la obra de tus
manos en favor de los que te alaban como creador y como guía».
Ofrendas (del Misal anterior, retocada con textos del
Veronense): «Santifica, Señor, estos dones; acepta la ofrenda de este
sacrificio espiritual y a nosotros transfórmanos en oblación perenne».
Comunión: «Nos has dado pan del cielo, Señor, que brinda
toda delicia y sacia todos los gustos» (Sab 16,20); o bien: «Yo soy el pan
de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará
sed, dice el Señor» (Jn 6,35).
Postcomunión (del Misal anterior, retocada con textos del
Gelasiano): «A quienes has renovado con el pan del cielo, protégelos
siempre, Señor, y, ya que no cesas de reconfortarlos, haz que sean dignos
de la redención eterna».
Ciclo A
La
multiplicación de los panes y peces (lectura evangélica) ha sugerido el texto
de Isaías 55,1-3, en el que el Señor invita a comer y a beber gratis. En la
segunda lectura San Pablo corona su exposición con un himno al amor de
Dios.
La
liturgia de la palabra es hoy una proclamación de la condición vivificante
de Cristo y una meditación profunda sobre la grandeza de cuantos, por la
fe, hemos conocido el gran acontecimiento de la Eucaristía. Por lo mismo,
es un día de gratitud y de responsabilidad, de amor intenso y de fidelidad
amorosa al Padre que así nos ha amado en su Hijo unigénito.
–Isaías
55,1-3: Daos prisa y comed. La idea de convite
de comunión con Dios y de llamamiento divino a participar en él aparece en
los vaticinios mesiánicos como un reclamo amoroso de Dios invitándonos a la
salvación. En todos los dones que nos ofrece ese texto de Isaías se subraya
la «gratuidad». A tal gratuidad de amor y de benevolencia se contrapone la
desidia del hombre, que pretende busca en sí mismo su felicidad. San
Jerónimo dice:
«Había
dicho que todo vaso falso había de ser machacado contra la Iglesia, y toda
voz y lengua que se armara contra la lengua de Dios había de ser superada.
Provoca a los creyentes a venir al río de Dios, lleno de aguas, y cuyo
ímpetu alegra la ciudad de Dios, para que beban en las fuentes del
Salvador. Dice a la Samaritana: “si conocieras el don de Dios..., te habría
dado agua viva” (Jn 4,10). Y en el templo: “si alguno tiene sed, que venga
a Mí y beba... ” (Jn 7,37-38), significando al Espíritu Santo... De ella se
dice con palabra mística: “mi alma tiene sed de Dios” (Sal 41,2), y en otro
lugar: “me han abandonado a Mí, fuente de aguas vivas, para cavarse aljibes
agrietados” (Jer, 2,13). Estas aguas las esparcen las nubes, por las que
llega la verdad de Dios (Is 45,8)» (Comentario al profeta Isaías).
–En el
Salmo 144 prosigue el tema de la lectura: «Abres tú la mano,
Señor, y nos sacias de favores... Todos aguardan a que Él nos dé la comida
a su tiempo... Él abre la mano y sacia de favores a todos viviente... está
cerca de los que lo invocan sinceramente». Alabamos a Dios, digno de toda
alabanza por su infinita grandeza, por la sublimidad maravillosa de sus
obras. Pero, sobre todo, por su inmensa bondad, por su misericordia y
generosidad, ya que todos los dones que tenemos lo debemos a Él.
–Romanos
8,35.37-39: Ninguna criatura podrá apartarnos del
amor de Dios, manifestado en Cristo. Frente al mundo increyente o
anticristiano que dramáticamente pretende arrancar al creyente del amor de
Dios garantizado por Cristo, el mismo Cristo es quien nos mantiene en el
amor del Padre y nos vivifica. Comenta San Agustín:
«Por
la paciencia fueron coronados los mártires: Deseaban lo que no veían y
despreciaban los sufrimientos. Fundados en esta esperanza decían: “¿Quién
nos separará del amor de Cristo?”... (Rom 8,23 s.). ¿Dónde está el por
quién? Porque por Ti vamos a la muerte cada día. Por Ti. ¿Y dónde está?:
“Dichosos los que no vieron y creyeron” (Jn 20,29). Mira dónde está: En ti,
pues en ti está tu misma fe. ¿O nos engaña el Apóstol que dice que “Cristo
habita por la fe en nuestros corazones”? (Ef 3,17). Ahora habita por la fe,
luego por la visión; por la fe mientras estamos en camino, mientras dura
nuestro peregrinar... Todo lo que aquí buscamos, todo lo que aquí tenemos
por grande, todo eso será para ti... Estando en posesión de la caridad y
nutriéndola en nosotros, perseveremos con confianza en Dios, con su ayuda,
y digamos hasta que Él se apiade y lo lleve a la perfección: ¿Quién nos
separará del amor de Cristo...? (Sermón 158,8-9).
La
garantía del cristiano es el amor inquebrantable y gratuito de Dios, no la
propia voluntad de corresponder a Él, aunque sea muy decidida y
comprometida. Toda la teología de la gracia de modo incisivo y entusiasta
está contenida en esa lectura paulina, corta, pero densa y luminosa.
–Mateo
14,13-21: Comieron hasta quedar satisfechos.
Si Jesucristo, Dios-Hombre entre los hombres, tenía poderes divinos para
dar vida a los cuerpos, mucho más para dar vida a las almas. Comenta este
evangelio San Jerónimo:
«Levanta
los ojos al cielo para enseñarnos a dirigir hacia allí nuestra mirada. Tomó
en sus manos los cinco panes y los dos pececitos, los partió y se los dio a
sus discípulos. Cuando el Señor parte los panes abundan los alimentos. En
efecto, si hubieran permanecido enteros, si no hubieran sido cortados en trozos
ni divididos en cosecha multiplicada no hubieran podido alimentar a las
gentes, los niños, las mujeres, a una multitud tan grande. Comenta San
Jerónimo:
«Por
eso la Ley con los profetas es fraccionada en trozos y son anunciados los
misterios que contiene para que lo que estaba íntegro y en su primer estado
no alimentaba, dividido en partes, alimente a la multitud de los pueblos.
Cada uno de los apóstoles llena su canasto con los restos del Salvador para
tener luego que alimentar a los pueblos o bien para mostrar con esos restos
que los panes multiplicados eran panes verdaderos. Trata a la vez de
explicar cómo en un desierto, en una soledad tan vasta donde no se
encuentran sino cinco panes y dos pececitos, tan fácilmente se hallan doce
canastos» (Comentario al Evangelio de Mateo 14,19-20.
Jesús
«rompe» la ley, y los misterios que contiene escondidos en su interior son
ahora revelados. Es lo que quiere decir San Jerónimo y lo mismo dice San
Agustín (La ciudad de Dios 4,33 y 16,26,2).
Ciclo B
La multiplicación
de los panes y de los peces dio ocasión a Jesucristo a exponer la admirable
doctrina del Pan de la vida. Esto ha sugerido la primera lectura sobre el
maná en el desierto (Ex 16,2-4.12-15). San Pablo nos recuerda en la segunda
lectura que el cristiano es un hombre nuevo. Ha de abandonar el hombre
viejo que había en él.
La lectura continuada del capítulo sexto del
Evangelio según San Juan nos presenta el acontecimiento eucarístico como
misterio de participación de la vida divina del Verbo encarnado en plenitud
de vida para nosotros. En la plenitud de los tiempos Cristo es el verdadero
maná, que da la vida divina y la salvación real de los elegidos de Dios
para la eternidad. Participar de esta vida, viviendo el misterio de Cristo
y dejándonos transformar por Él, es la finalidad del acontecimiento
salvífico del Hijo de Dios vivo y viviente en medio de su Iglesia (Jn
10,10).
–Éxodo
16,2-4.12-15: Yo haré llover pan del
cielo. Peregrinos los israelitas por el desierto hacia la tierra de
promisión, el alimento providencial del maná fue signo permanente del amor
divino sosteniendo su indigencia de emigrantes. San Gregorio Magno dice:
«Truena
Dios maravillosamente con su voz, porque con fuerza oculta penetra
incomparablemente nuestros corazones y, cuando con secretos impulsos los
oprime en el terror y los reforma en el amor, publica de alguna manera
calladamente con cuánto ardor debe ser seguido; y hácese en el alma una
grandeza de ímpetu, aunque no suena nada en la voz. La cual tanto más
fuertemente resuena en nosotros cuanto hace ensombrecer el oído de nuestro
corazón de todo sonido exterior.
«Por
lo cual el alma, recogida luego en sí misma por esta voz interior, se
maravilla de lo que oye, porque recibe la fuerza de la compunción no
conocida. La admiración de la cual fue bien figurada en Moisés cuando el
maná vino de arriba (Ex 16,15). Porque aquel dulce manjar es llamado maná
que quiere decir :“¿Qué es esto?” Y entonces decimos: ¿qué es esto, cuando,
no sabiendo lo que vemos nos maravillamos» (Tratados morales sobre el
libro de Job 27,42).
–Con
el Salmo 77 decimos: «El Señor les dio pan del cielo»... Dio
orden las altas nubes, abrió las compuertas del cielo. Hizo llover sobre
ellos maná, les dio pan del cielo. El hombre comió pan de ángeles, el Señor
les mandó provisiones hasta la hartura»...
–Efesios
4,17.20-24: Vestíos de la nueva
condición humana creada a imagen de Dios. En la Nueva Alianza Cristo
mismo es el misterio de la vida divina que nos vivifica y nos transforma en
hijos suyos. El paso de una situación a otra se denomina «nueva creación»
No se trata de un cambio exterior, como el que tendría lugar en quien
cambia de vestido, sino de una renovación interior, por la que el
cristiano, al ser hecho nueva criatura en Jesucristo, puede vivir la justicia
y la santidad con una profundidad y verdad que superan las fuerzas de la
propia naturaleza humana. San Anastasio Sinaíta dice:
«Entrar
en la iglesia y honrar las imágenes sagradas y las veneradas cruces, no
basta por sí solo para agradar a Dios, como tampoco lavarse las manos es
suficiente para estar completamente limpio. Lo que verdaderamente es grato
a Dios es que el hombre huya del pecado y limpie sus manchas por la
confesión y la penitencia. Que rompa las cadenas de sus culpas con la
humildad del corazón» (Sermón sobre la sagrada sinaxis).
–Juan
6,24-35: El que viene a Mí no pasará hambre, y el
cree en Mí no pasará nunca sed. Cristo se nos presenta como providencia
amorosa y como Redentor definitivo que nos ofrece la salvación eterna.
Comenta
San Agustín:
«Necesitamos el consejo de cómo llegar a
Él para saciarnos de Aquel del que ahora apenas conseguimos una migajas,
para no perecer de hambre en este desierto; sobre cómo llegar a la hartura
de ese Pan del que dice el Señor. Necesitamos el consejo sobre cómo
conseguir esa saciedad de Pan tan distinta de la saciedad de quien sufre el
hambre de aquí abajo» (Sermón 389,2).
Dios
pone a disposición del hombre su vida una vida que no termina jamás, pues
supera la muerte.
Esta
vida se identifica con el Hijo que el Padre ha dado al mundo. Aceptar al
Hijo equivale a entrar en el círculo de la vida divina. El hombre tiene que
abrirse al Hijo. En una palabra, tener fe en Él, tomar una decisión por Él
y vivir de Él.
Hemos
de repartir el pan material, para que el mundo entero se acerque al Pan
espiritual, esto es, la Sagrada Eucaristía.
Tenemos
una gran responsabilidad de una comunión vital con el Corazón de Cristo
vivo, que deberá dar nuevo sentido a toda nuestra vida, más allá del altar
y del templo, si no queremos profanar con nuestra conducta lo que la
Eucaristía significa y exige.
Ciclo C
La
codicia de que nos habla el Evangelio de hoy está relacionada con la
primera lectura: «Vaciedad sin sentido; todo es vaciedad». Nueva vida, nos
dice San Pablo, han de vivir los que han sido bautizados, pues son un
hombre nuevo. Esto hace que caminemos hacia el encuentro del Señor.
Las
lecturas de este domingo nos recuerdan el «principio y fundamento» de los Ejercicios
de San Ignacio de Loyola: «El hombre es creado para alabar, hacer
reverencia y servir a Dios y mediante esto salvar su alma». Todo lo demás
vale «tanto» en «cuanto». Caminamos hacia Dios. Somos peregrinos. Nos
realizamos en Cristo.
–Eclesiástico
1,2; 2,21-23: ¿Qué saca el hombre de todo su
trabajo?. El insondable misterio de la muerte y de la limitación de la
felicidad humana, sin perspectivas de eternidad, son una fuente permanente
de defraudación, que sólo la fidelidad en Dios puede esperar». Dice San
Gregorio Magno:
«Cosas
vanas hacemos cuando pensamos en las cosas transitorias; y de aquí es que
se dice envanecer lo que de repente es quitado de los ojos de los que lo
miran... Así que “las cosas que pasan son vanas”, según que dice Salomón
(Ecl. 1,2). Pero convenientemente después de la vanidad sigue luego la
maldad, porque, cuando somos llevados por algunas cosas transitorias, somos
atados culpablemente en algunas de ellas; y como el alma no tiene estado de
firmeza, procediendo de sí misma con inconstancia, cae en los vicios. Así
que de la vanidad se cae en la maldad, porque el alma, acostumbrada a las
cosas mudables, como siempre salta de unas cosas a otras, allégase a las
culpas que nuevamente nacen» (Tratados morales sobre el libro de Job 10,20-21).
–El Salmo
94 recuerda al pueblo judío, y ahora a nosotros, las
prevaricaciones de tiempos pasados: «No endurezcáis el corazón como en
Meribá, como el día de Masá en el desierto». Podemos encontrarnos también
nosotros en situaciones semejantes. Es mejor: «aclamar al Señor, postrados
por tierra, bendiciendo al Señor, Creador nuestro», no sólo con nuestros
labios, sino, sobre todo, con el corazón y las obras buenas.
–Colosenses
3,1-5.9-11: Buscad los bienes de arriba, donde
está Cristo. Incorporado al misterio redentor por la renuncia al «hombre
viejo» y por la «nueva vida en Cristo», el auténtico cristiano puede
superar a diario el riesgo de frustración de su vida para la eternidad. San
Agustín ha comentado con frecuencia este pasaje paulino en sus sermones.
Escogemos un sermón predicado en Hipona en la octava de Pascua:
«Escuchemos
lo que dice el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo... ¿Cómo vamos a
resucitar si aún no hemos muerto? ¿Qué quiso decir entonces el Apóstol con
esas palabras? ¿Acaso Él hubiera resucitado si o hubiera muerto antes?
Hablaba a personas que aún vivían, que aún no habían muerto y ya habían
resucitado. ¿Qué significa esto?
« Ved
lo que dice: “si habéis resucitado con Cristo saboread las cosas de arriba,
buscad las cosas de arriba...” Si vivimos bien, hemos muerto y resucitado;
quien, en cambio, aún no ha muerto ni resucitado, vive mal todavía; y, si
vive mal, no vive; muera para no morir. ¿Qué significa muera para no morir?
Cambie para no ser condenado... A quien aún no ha muerto, le digo que
muera; a quien aún vive mal, le digo que cambie. Si vive mal, pero ya no
vive, ha muerto; si vive bien, ha resucitado... Por tanto, mientras vivimos
en esta carne corruptible, muramos con Cristo, mediante el cambio de vida,
y vivamos con Cristo, mediante el amor a la justicia. La vida feliz no
hemos de recibirla más que cuando lleguemos a Aquel que vino hasta nosotros
y comencemos a vivir con quien murió por nosotros» (Sermón 231,3ss).
–Lucas
12,13-21: Lo que has acumulado ¿de quién será?
La misión redentora de Cristo de Cristo Jesús no fue la de solucionarnos la
felicidad materialista en el tiempo, sino la de abrir nuestras vidas
íntegras a los verdaderos valores de la eternidad, que nos llevan hasta el
Padre. Lo afirma San Ambrosio:
«El
que había descendido para razones divinas, con toda justicia rechaza las
terrenas, y no se digna hacerse juez de pleitos ni repartidor de herencias
terrenas, puesto que Él tenía que juzgar y decidir sobre los méritos de los
vivos y de los muertos. Debes, pues, mirar no lo que pides, sino a quien se
lo pides, y no creas que un espíritu dedicado a cosas mayores puede ser
importunado por menudencias. Por esto, no sin razón es rechazado este
hermano que pretendía que el Dispensador de los bienes celestiales se
ocupara en cosas materiales, cuando precisamente no debe ser un juez el
mediador en el pleito de la repartición de un patrimonio, sino el amor
fraterno.
«Aunque,
en realidad, lo que debe buscar un hombre no es el patrimonio del dinero,
sino el de la inmortalidad; pues vanamente reúne riquezas el que no sabe si
podrá disfrutar de ellas, como aquél que, pensando derribar los graneros
repletos para recoger las nuevas mieses, preparaba otros mayores para las
abundantes cosechas, sin saber para quien las amontonaba (Sal 38,7).
Ya que todas las cosas de este mundo se quedan en él y nos abandona todo
aquello que acaparamos para nuestros herederos; y, en realidad, dejan de
ser nuestras todas esas cosas que no podemos llevar con nosotros. Sólo la
virtud acompaña a los difuntos, sólo la misericordia nos sirve de
compañera, esa misericordia que actúa en nuestra vida como norte y guía
hacia las mansiones celestiales, y logra conseguir para los difuntos, a
cambio del despreciable dinero los eternos tabernáculos» (Tratado sobre
el Evangelio de San Lucas lib.VII,122).
LUNES
Años impares
–Números
11,4-15: Yo solo no puedo cargar con este pueblo.
Quejas de los israelitas por el maná. Moisés se desahoga ante Dios. San
Pablo, evocando las murmuraciones del pueblo en el desierto, escribe a los
Corintios en su primera Carta, 10,6: «No codiciéis el mal, como lo hicieron
vuestros padres». San Agustín dice:
«Cuando
los cuerpos de los fieles son sometidos a servidumbre, toda disminución del
placer corporal va en provecho de la salud del espíritu. Por ello debéis
guardaros de buscar manjares costosos, o simplemente sustituirlos por
otros, a veces, más exquisitos, bajo la excusa de no comer carne. La
mortificación del cuerpo y su reducción a servidumbre conlleva reducir los
placeres, no cambiarlos por otros. ¿Qué importa un alimento u otro, si la
culpa está en el deseo inmoderado del mismo? La voz divina condenó a los
israelitas por apetecer no sólo carnes, sino también algunos frutos y
alimentos del campo... Por lo tanto, amadísimos, sean cuales sean los
alimentos de que os plazca absteneos, recordad las palabras antes
mencionadas, para manteneros en vuestros propósitos por religiosa
templanza, sin condenar, por sacrílego error, a ninguna criatura de
Dios» (Sermón 208,1).
–Con
unos versos del Salmo 80 nos unimos a la lectura anterior:
«Aclamad a Dios, nuestra fuerza. Mi pueblo no escuchó mi voz. Israel no
quiso obedecer. Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi
camino». Un Dios tan bueno para con su pueblo, tiene derecho a que se le
oiga y se le obedezca como su único Dios. Él ha testimoniado de sí mismo
narrando todas sus grandes gestas en favor de Israel. Ahora corresponde a
los israelitas dar testimonio de sí mismos obedeciendo y amando a su Señor.
No quisieron. Pero Dios esperó su conversión. Así también nosotros. Todo
pecado es una especie de idolatría que sustituye al Dios único por un
capricho. También el Señor espera nuestra conversión, nuestro progreso
espiritual. Siempre podemos, debemos, optar por un grado mayor de
perfección.
Años pares
–Jeremías
28,1-17: Jeremías sufre la contradicción del
profeta Ananías que asegura al pueblo una liberación inmediata.
Jeremías, desorientado en un principio, cambia de postura y,
desenmascarando al falso profeta, denuncia la próxima derrota.
El
individuo que va a la búsqueda de sí mismo, considera que la actitud de la
sociedad para con él es la de los falsos profetas, puesto que calla una
verdad para ofrecer otra; por otra parte, define la verdad de manera tan
absoluta y con una publicidad tan bien orquestada, que el individuo se verá
obligado a aceptarla, no por convicción, sino para ser bien visto, por
causa de su buen nombre o, simplemente, para no hacerse notar. Es, por
consiguiente, imposible que una sociedad así concebida tenga una alta
concepción de su ética.
El «falso profeta» puede hallarse también
en los que defienden la lucidez con fanatismo; los que crean poseer ellos
solos la verdad, los que no quieren escuchar, sino que se les escuche. Todo
ha de ser moderado por la humildad y el amor.
–De
nuevo rezamos unos versos del Salmo 118, el más largo de todo
el Salterio. Humildemente se pide al Señor que nos instruya en sus leyes,
que nos aparte del falso camino y nos dé la gracia de su voluntad, que no
quite de nuestros labios las palabras sinceras, porque queremos esperar en
sus mandamientos..., que sea nuestro corazón perfecto en sus leyes, para no
quedar avergonzado. A pesar de los lazos y redes del enemigo el fiel medita
los preceptos del Señor. Instruídos por Él no nos apartamos de sus
mandatos.
–Mateo
14,13-21: La multiplicación de los panes y peces.
Se ha querido ver en este hecho a Cristo como un nuevo Moisés, capaz de
saciar al pueblo con alimento de vida y conducirlo a los pastos
definitivos. Toda la narración de la multiplicación de los panes y de los
peces está concebida de tal manera que aparece realmente Cristo, no como
Moisés, sino como superior a él, ofreciendo un alimento de más valor que el
antiguo maná, liberando al pueblo del legalismo en que había caído la ley
de Moisés, triunfando sobre las aguas del mar y abriendo acceso a la
verdadera Tierra Prometida, no solamente a los miembros del pueblo elegido,
sino también a los mismos paganos. San Juan Crisóstomo comenta este
milagro:
«Por el lugar en que se hallaban, por el hecho
de no darles de comer sino pan y peces, y dársele a todos en igual medida y
en común y que a nadie se le procurara mayor porción que a otro, el Señor
daba a las muchedumbres lecciones varias de humildad, de templanza, de
caridad, de aquella igualdad que había de imperar entre todos y de la
comunidad de bienes en que habían de vivir... Él les dio partidos los cinco
panes y éstos se multiplicaban en manos de los discípulos. Y no acaba aquí
el prodigio, sino que el Señor hace que sobren, y que sobren no sólo panes
sino también fragmentos. Estos mostraban que eran restos de aquellos panes,
y los ausentes podían fácilmente comprobar el milagro.
«Podía
muy bien el Señor haber hecho que las gentes no sintieran hambre, pero sus
discípulos no se hubieran dado cuenta de su poder, pues eso mismo había
sucedido con Elías (3 Re 17,9-16). El hecho fue que los judíos quedaron tan
maravillados de este milagro, que intentaron proclamarlo rey, cosa que no
hicieron en ningún otro prodigio del Señor. ¡Qué palabra, pues, pudiera
explicar cómo se multiplicaban aquellos cinco panes, cómo corrían como un
río por el desierto, cómo fueron bastantes para tan ingente muchedumbre?
Eran, en efecto, cinco mil hombres sin contar las mujeres ni los niños.
Máxima alabanza de aquel pueblo, pues seguían al Señor a par de hombres y
mujeres, ¿Cómo se formaron los fragmentos? Porque éste es otro milagro no
menor que el primero. Y hubo tantos que se llenaron doce canastos, en
número igual, ni más ni menos al de los apóstoles. Tomando, pues, los
fragmentos, los dio el Señor no a las muchedumbres, sino a los apóstoles,
pues las gentes eran aún más imperfectas que los apóstoles» (Homilía 49,3
sobre San Mateo).
MARTES
Años impares
–Números
12,1-13: Se atrevieron a hablar contra Moisés.
En vista de las quejas de la profetiza María y de Aarón contra Moisés, el
Señor hace resaltar la superioridad de éste, a quien habla como confidente,
que tiene, además, el privilegio de contemplar su gloria. Dice San
Jerónimo:
«Aquel
caudillo del ejército israelita que había herido a Egipto con diez plagas,
y a cuyo mando obedecían cielo, tierra y mares, es proclamado como “el
hombre más bondadoso de cuantos entonces había engendrado la tierra” (Num
12,3). Y por eso conservó el poder durante cuarenta años, pues con la
bondad y la mansedumbre atenuaba la arrogancia del mando. El pueblo intenta
apedrearlo, y él ruega por los que le quieren apedrear. Es más: prefiere se
le borre del libro de Dios (Ex,32,32) a que el pueblo que se le ha confiado
perezca. Quería de este modo imitar a aquel pastor de quien sabía que iba a
llevar sobre sus hombros las ovejas descarriadas... También el discípulo
del Buen Pastor desea ser anatema por sus hermanos y allegados según la
carne, que son los israelitas (cf. Rom 9,3). Y si éste desea perecer
para que los perdidos no perezcan, ¿cuánto más los padres buenos deberán
estar atentos para no provocar a sus hijos a ira y no forzar por una dureza
excesiva a que aun los más dóciles se hagan violentos?» (Carta 82,3,
a Teófilo).
–Los
judíos, arrepentidos de haber criticado a Moisés, obtienen el perdón.
También nosotros lo obtendremos rezando el Salmo 50:
«Misericordia, Señor, misericordia, hemos pecado». También nosotros pecamos
y tenemos necesidad del perdón de Dios. El venerable Padre Charles de
Foucauld escribe:
«Gracias,
Dios mío, por habernos dado esta divina oración del Miserere... Este
Miserere que es nuestra oración cotidiana... Digamos este Salmo con
frecuencia, hagamos a base de él nuestra oración. Él contiene el resumen de
todas nuestras oraciones: adoración, amor, ofrenda, acción de gracias,
arrepentimiento, súplica. Parte de la consideración de nosotros mismos y
sobre nuestros pecados, y se eleva hasta la contemplación de Dios, pasando
por el prójimo y orando por la conversión de todos los hombres».
La
humanidad pecadora, guiada por Cristo, encuentra el camino para pasar de la
esclavitud del mal a una vida renovada, obteniendo la efusión del Espíritu
Santo y un corazón puro santificado por la gracia divina, para ofrecerse a
sí misma, «como sacrificio viviente, santo y agradable a Dios» (Rom
12,1), juntamente con Cristo el cual «se ha dado como sacrificio de suave
olor» (Ef 5,2).
Años pares
–Jeremías
30,1-2.12-15.18-22: Se cambiarán la suerte de las
tiendas de Jacob. No obstante la desgracia vaticinada, Dios pronuncia
palabras de consuelo, por boca del mismo profeta. La derrota exterior es
consecuencia del pecado, pero vendrá la reconstrucción y la alegría. Sigue
la Alianza porque Dios es siempre fiel a sus promesas. El mesianismo no ha
muerto. No puede morir. Espera la venida del Mesías: Cristo. San Jerónimo
distingue entre la aflicción del pecador y la del inocente:
«Existen
diferentes tipos de aflicciones. Una es la aflicción que padece el pecador
como castigo sin remisión; otra es la que padece para que se arrepienta;
otra distinta es la que uno puede sufrir, no para que se arrepienta de
alguna falta pasada, sino para que no la cometa en el futuro; otra, en fin,
es la que padecen muchos, no para que se arrepientan de un pecado pasado ni
para impedir que lo cometan en el futuro, sino para que cuando uno es
salvado inesperadamente de la aflicción, ame con mayor ardor la esperada
potencia del que le salva. De esta forma cuando el sufrimiento alcanza al
inocente, permite que por su paciencia obtenga un cúmulo de méritos. Como
hemos dicho, a veces el pecado es afligido para recibir un castigo sin
remisión, tal como se dice a Judea al ser condenada: “te golpeé con la
desgracia del enemigo, con un castigo cruel” (Jer 30,14). Y añade: “¿por
qué me invocas en la aflicción? Tu dolor es incurable” (ib.
30,15)» (Libros morales sobre Job
prefacio, 12).
–Las
ideas de la lectura anterior siguen en estos versos del Salmo 101,
escogidos como responsorial: «El Señor reconstruyó Sión y apareció en su
gloria. Los gentiles temerán su nombre, los reyes del mundo su gloria,
cuando el Señor reconstruya Sión y aparezca su gloria, y se vuelva a la
súplica de los indefensos y no desprecie sus peticiones, cuando se reúnan
unánimes los pueblos y los reyes para dar culto al Señor».
Dios
es eterno y por eso los hijos de sus siervos subsistirán y encontrarán una
habitación estable en el país que Él les ha asignado. Su posteridad vivirá
eternamente en su presencia. La eternidad de Dios aparece para el salmista
como el gran motivo de esperanza para él y para la ciudad santa. La
tradición cristiana ha meditado este Salmo como plegaria de Cristo en su
Pasión. Él resucitó y esta Resurrección es nuestra liberación. «El salario
del pecado es la muerte, pero el don de Dios es la vida eterna en Cristo
Señor nuestro» (Rom 6,23).
–Mateo
14,22-36. Cristo andando sobre las olas. Es un
signo más del misterio de su persona que se presenta como Hijo de Dios ante
sus discípulos. Comenta este evangelio San Jerónimo:
«“Tened
confianza. Soy yo. No temáis”. Pone remedio a lo que interesaba en primer
lugar; a los que tienen miedo les manda: tened confianza, no temáis. En
cuanto a lo que sigue: Yo soy, sin especificar quién es, podían conocer por
la voz que les era conocida a quien les hablaba en las oscuras tinieblas de
la noche, o bien se acordaban de Aquel que sabían había hablado a Moisés:
Así dirás a los israelitas: Yo soy me ha enviado a vosotros.
«Pero
le respondió: “Señor, si eres Tú, mándame ir a ti sobre las aguas”. En
todas partes encontramos la ardentísima fe de Pedro... También ahora, con
la misma ardiente fe de siempre, mientras los otros callan él cree poder
hacer por la voluntad del Maestro, lo que éste podía por naturaleza.
Mándalo y al punto las aguas se volverán sólidas y mi cuerpo, pesado por sí
mismo, se volverá liviano... Era ardiente la fe de su alma pero la
fragilidad humana lo arrastraba hacia las profundidades. Es abandonado por
un momento a la tentación para que aumente su fe y para que comprenda que
ha sido salvado no por una oración fácil, sino por el poder del Señor...
«Si al
Apóstol Pedro cuya fe y corazón ardiente evocamos antes, si a él que había
pedido con gran confianza al Señor mándame ir a ti sobre las aguas, por
haber tenido miedo un momento se le dice: “hombre de poca fe, ¿por qué
dudaste?”, ¿qué se nos dirá a nosotros que no tenemos ni siquiera una parte
de esa poca fe?» (Comentario al Evangelio de Mateo 14,27-31).
MIÉRCOLES
Años impares
–Números
13,2-3.26; 14,1,26-30.34-35: Despreciaron una tierra envidiable.
Las noticias de los exploradores de la tierra prometida es acogida con
murmuraciones. Dios castigó la incredulidad. La grandeza de estos hechos no
puede ser disimulada por las perversiones y abusos propios de gran parte de
los que se revelan. La misma rebelión contra Dios es ya una gran
perversión. Dice Orígenes:
«En
este mismo libro que tenemos en las manos: cuando regresaron los
exploradores, enviados a inspeccionar la tierra, y diez de ellos, con sus informes
pésimos, infundieron desesperación al pueblo, pero los otros dos, a saber,
Caleb y Josué, anunciaron las ventajas (Num 13 y 14) y exhortaron al pueblo
a permanecer en lo propuesto, les valió del Señor un mérito inmortal, no
tanto su confesión, cuanto el miedo de sus compañeros» (Homilía sobre
los Números 16-17,9).
La
presencia de Dios es siempre fecunda de promociones humanas, sobre todo
después de Cristo, que ha iluminado con su vida y doctrina todas las
situaciones en que podemos encontrarnos los hombres. Siempre hemos de
proceder con gran espíritu de fe, de sumisión y de reverencia a Dios, a
Cristo, a su Iglesia, que se rige por pastores escogidos por Él. No hay que
dudar: Cristo está presente en su Iglesia hasta la consumación de los
siglos, como Él mismo prometió, y su palabra no puede fallar.
No
podemos ser desorientados por las revoluciones, por los díscolos, los
insumisos, los orgullosos, los autosuficientes que niegan toda autoridad al
Papa y a los obispos en comunión con él.
–De
nuevo el Salmo 105 nos sirve de meditación a la lectura
anterior: «acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo: Hemos pecado con
nuestros padres, hemos cometido maldades e iniquidades... Olvidaron las
obras de Dios, no se fiaron de sus planes, ardieron de avidez en el
desierto y tentaron a Dios en la estepa... Se olvidaron de Dios, su
Salvador»... También nosotros, por nuestros pecados, hemos sido rebeldes.
Necesitamos convertirnos a Dios con todo nuestro corazón. Muchas veces
nuestra misma historia está descrita en esas páginas bíblicas. Es una
historia de caídas, de rebeliones, de traiciones... Es la historia del
mismo Dios que sigue nuestros pasos y nos llama constantemente a la
conversión y a la penitencia. Es la historia de nosotros que, arrepentidos,
volvemos a Dios.
Años pares
–Jeremías
31,1-7: Con amor eterno te amé. Jeremías
contempla la restauración de Israel, fruto del amor eterno de Dios para con
los suyos. Serán unos días de alegría para Jerusalén, celebrando al Señor que
ha salvado a su pueblo. San Ambrosio explica que:
«En
todo actuar divino está presente la misma misericordia, aunque la gracia
varíe según nuestros méritos. El Pastor va a la oveja cansada, es hallada
la dracma que se había perdido, y el hijo, por sus propios pasos, vuelve al
Padre, y vuelve a Él plenamente arrepentido del error que le acusa sin
cesar (Lc 15,1-32). Y por eso, con toda justicia se ha escrito: “Tú, Señor,
salvarás a los hombres y los animales” (Sal 35,7). ¿Y quiénes son esos
animales? El profeta dijo que la simiente de Israel era una simiente de
hombres, y la de Judá, una simiente de animales (Jer 31,37) Y por eso
Israel es salvado como un hombre y Judá recogido como una oveja» (Tratado
sobre el Evangelio de San Lucas 7,208).
–Del
mismo Jeremías se ha tomado el canto responsorial: «El Señor
nos guardará como Pastor a su rebaño... El que dispersó a Israel lo
reunirá..., porque el Señor redimió a Jacob, lo rescató de una mano más
fuerte, vendrán con aclamaciones a la altura de Sión, afluirán hacia los
bienes del Señor... convirtió su tristeza en gozo, los alegró y alivió sus
penas» Esto mismo hace con su Iglesia, con las almas de los pecadores que
se convierten, con las almas buenas que reparan los pecados de los demás.
Con razón en el culto al Corazón de Jesucristo se ha escogido este texto de
Jeremías: «Con amor eterno te amé». Esto está pidiendo una correspondencia
de amor por nuestra parte.
–Mateo
15,21-28: Mujer ¡qué grande es tu fe! Curación
de la hija de la Cananea. San Jerónimo elogia la fe de esta mujer:
«Admira
en la persona de la mujer cananea la fe, la paciencia, la humildad de la
Iglesia; la fe porque creyó que su hija podía ser sanada, la paciencia
porque a pesar de tantos rechazos persevera rogando, la humildad cuando no
se compara a los perros sino a los cachorros. Los perros son los paganos
llamados así a causa de su idolatría, los perros que alimentados con sangre
y con cadáveres se vuelven rabiosos (cf. Ap 22,15).
«Observa
que esta cananea, perseverando en su petición, lo llama primero Hijo de
David, luego Señor, y finalmente lo adora como Dios... “Yo sé, dice, que no
merezco el pan de los hijos, que no puedo recibir todo su alimento ni
sentarme a su mesa con su padre. Pero me contento con los restos reservados
a los cachorros, para que por la humildad de las migas pueda llegar al
honor de compartir todo el pan”. ¡Oh admirable mudanza de las cosas! En
otro tiempo Israel era hijo, nosotros, perros, Por la diversidad de la fe
se cambia el orden de los nombres... Nosotros escuchamos con la sirofenicia
y la hemorroísa: “Grande es tu fe, que te sucede como deseas”, e “Hija, tu
fe te ha salvado”» (Comentario al Evangelio de Mateo 15,26-27).
JUEVES
Años impares
–Números
20,1-13: Ábreles tu tesoro, la fuente de aguas
vivas. El pueblo se queja a Moisés por faltar el agua. Y Dios le indica
que haría brotar agua de la roca. El pueblo tiene sed y murmura. Pone en
duda la presencia de Dios. El simbolismo del agua ocupa un lugar importante
en la vida del pueblo elegido y en el mismo Cristo.
También en nuestros días tiene esto una
plena realidad, no obstante tantísimos adelantos como hay. Hay épocas,
temporadas e incluso años de sequía. Esto es más vivo en la época en que se
escribió este libro bíblico. El pueblo debió experimentar con frecuencia,
durante su vida en el desierto (Ex 17; Num 20), y en la misma Jerusalén en
la que sólo había una fuente, la bendición que significa para él el
descubrimiento de un punto de agua. De ahí que el tema del agua viva sea
uno de los más evocadores de la presencia de Dios en su pueblo (Sal 45-46;
Is 30,25; 35,4-7; 41,15-18; Ez 47; Zac 13,1). Es Cristo quien distribuye el
agua viva, don de su propia vida (Jn 7,37-38;1 Cor 10,1-11), agua llena del
Espíritu.
–El
oráculo divino del Salmo 94 sigue siendo actual. «¡Ojalá
escuchéis hoy la voz del Señor!... No endurezcáis el corazón como en
Meribá, como el día de Masá en el desierto». El hoy de la
misericordia de Dios brilla sobre nosotros. San Pablo también cita este
salmo al invitar a la conversión a los cristianos:
«Mirad,
hermanos, que no haya en ninguno de vosotros un corazón malo e incrédulo,
que se aparte del Dios vivo; antes exhortaos mutuamente cada día, mientras
perdura el hoy, a fin de que ninguno se endurezca con el engaño del
pecado. Porque hemos sido hechos participantes de Cristo en el supuesto de
que hasta el fin conservemos la firme confianza del principio; mientras se
dice: Si hoy oyereis su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la
rebelión» (Carta a los Hebreos 3,12-15).
Años pares
–Jeremías
31,31-34: Haré una alianza nueva y no recordaré
sus pecados. El anuncio de una nueva alianza constituye un hito en la
predicación del profeta. La antigua alianza, basada en la ley escrita,
cederá su puesto a una Alianza nueva, cuya ley estará grabada en los corazones
de los fieles. Se trata de la Alianza nueva y eterna que Cristo asegura que
se ha realizado en su Sangre, según las palabras del relato de la
institución de la Eucaristía. Exclama Clemente de Alejandría:
«¡Salve,
Luz! Desde el cielo brilla una luz sobre nosotros, que estábamos sumidos en
la oscuridad y encerrados en la sombra de la muerte, Luz más pura que el
sol, más dulce que la vida de aquí abajo. Esta Luz es la vida eterna, y
todo lo que de ella participa vive, mientras que la noche teme a la luz y,
ocultándose de miedo, deja el puesto al día del Señor; el universo se ha
convertido en Luz indefectible, y el ocaso se ha transformado en aurora.
Esto es lo que quiere decir la “nueva creación” (Gál 6,15); porque el Sol
de justicia (Mal 4,2), que atraviese en su carroza el universo entero,
recorre asimismo la humanidad imitando a su Padre...
«Él
fue quien transformó el ocaso en amanecer, quien venció la muerte por la
resurrección, quien arrancó al hombre de su perdición y lo levantó al
cielo;... Da leyes a su inteligencia y las graba en su corazón. ¿De qué
leyes se trata? Pues “todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor,
oráculo de Yavé; ya que perdonaré su culpa y no recordaré más su pecado”
(Jeremías, 31,34)» (Exhortación a los paganos 11,114,4-5).
No hay
oposición entre los dos Testamentos, sino cumplimiento en uno de lo que en
el otro se había prometido. Todo es un acto continuado de la misericordia
divina.
–De
nuevo repetimos algunos versos del Salmo 50: «Oh Dios, crea
en mí un corazón puro..., renuévame por dentro... enseñaré a los malvados
tus caminos, los pecadores volverán a Ti; los sacrificios no te satisfacen,
si te ofreciera un holocausto no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu
quebrantado: un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias».
–Mateo
16,15-23: Tú eres Pedro, te daré las llaves del
Reino de los cielos. Pedro proclama en nombre de los Doce su fe en que
Jesús es el Mesías y Éste lo proclama dichoso y le anuncia su futura misión
en la Iglesia. Muchas veces ha comentado San Agustín este pasaje
evangélico:
«Él
les dijo: “Los hombres que pertenecen al hombre dicen esto y aquello; pero
vosotros, hombres ciertamente, que pertenecéis al Hijo del Hombre, ¿quién
decís que soy yo?” Entonces respondió Pedro, uno por todos, la unidad en
todos: “Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Cristo encarece su humildad;
Pedro confiesa la majestad de Cristo. Era justo y conveniente que fuera
así. Escucha, Pedro, lo que Cristo se hizo por ti y tú di quien se hizo
Hijo del Hombre por ti. “¿Quién dice la gente que soy yo, el Hijo del
Hombre?” ¿Quién es Este que por ti se hizo Hijo del Hombre?... “Tú eres
Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Yo, dijo, recomiendo mi humildad; tú
reconoce mi divinidad. Yo digo que me he hecho por ti; di tú cómo te hice a
ti (Hebreos 3,12-15):» (Sermón 306, D).
VIERNES
Años impares
–Deuteronomio
4,32-40: Amo a tus padres y después eligió su
descendencia. Llama la atención Moisés sobre la misericordiosa elección del
Señor en favor de Israel, a quien se ha dado a conocer y ha colmado de
beneficios. Por eso el pueblo escogido ha de corresponder con gran amor,
manifestado en la observancia de sus mandatos, que en definitiva son para
bien de todos los hombres.
Tres
acontecimientos del pasado retienen la atención de este pasaje bíblico:
Dios se ha acercado a Israel comprometiéndose en las promesas de los
patriarcas yendo a busca a su pueblo exiliado en Egipto, e introduciéndolo
en la tierra prometida. El mismo y único Dios es el autor de estos tres
acontecimientos: ¿por qué no habrá de ser también el autor de los
acontecimientos que nos preocupan? Dios es único; por tanto su amor dura
para siempre...
La
palabra de Dios no se limita al pasado; también tiene actualidad ahora y la
tendrá en el futuro; si esa Palabra espera una respuesta del hombre, esa
respuesta es tan necesaria hoy como ayer y no es otra que una
correspondencia de amor.
–Seguimos
con la misma idea en el Salmo 76 escogido como responsorial:
«Recuerdo las proezas del Señor, Sí recuerdo tus antiguos portentos, medito
todas tus obras y considero tus hazañas. Dios mío, tus caminos son
santos... Tú, oh Dios, haciendo maravillas...»
El
cristiano, con mirada de fe, ha de saber leer en los caminos de la
Providencia, que saca bienes aun de los mismos males. Por muy mal que nos
parezca la situación del mundo, el cristiano ha de saber que Cristo ha
prometido su asistencia a la Iglesia y una acogida favorable a la oración
perseverante. Nunca hemos de desconfiar de que los antiguos portentos de la
historia de la salvación se pueden renovar en nuestros días, como de hecho
se renuevan en tantos movimientos más o menos silenciosos y en tantos actos
heroicos patentes a los ojos de Dios.
Años pares
–Nahúm
1,15; 2,2; 3,1-3.6-7: ¡Ay de la ciudad sangrienta! Nahúm,
contemporáneo de Jeremías, anuncia el final del poder sirio. El profeta es
el alegre mensajero que trae la noticia de la salvación, al tiempo que
anuncia la ruina de Nínive, la ciudad enemiga. Yavé es realmente el Señor de
toda la historia. San Jerónimo explica que:
«El
padre únicamente corrige al que ama; el maestro únicamente reprende al
alumno que ve de más agudo ingenio; si el médico deja de curar, es que ha
perdido toda esperanza. Y si tú replicaras que así como Lázaro recibió los
males en su vida, así yo también soportaré resignado mis sufrimientos, para
que se me conceda la gloria futura, el Señor no tomará dos veces venganza
de los mismos (Nah, 1,9). Por qué Job, hombre santo y sin tacha, y justo
entre los de su tiempo, tuvo que sufrir tantas calamidades está explicado
en su mismo libro» (Carta 68,1, a Castriciano).
–El
salmo responsorial se ha tomado del capítulo 32 del Deuteronomio:
«Yo doy la muerte y la vida... El Señor defenderá a su pueblo y tendrá
compasión de sus siervos...» El Señor es justo. Si castiga, será hasta lo
señalado por Él y al mismo tiempo quien ha sido en cierto sentido escogido
como instrumento de su justicia recibirá su paga por su mala acción. Él
dice: daré su paga al adversario». Porque Dios es único, un acontecimiento
que tuvo lugar en Nínive, según la lectura anterior, repercutió en
Jerusalén. Por la misma razón, un pueblo hundido en la desgracia recupera
la felicidad prometida a sus antepasados. Siempre hemos de tener gran
confianza en Dios.
–Mateo
16,24-28: ¿Qué podrá dar un hombre para recobrar
la vida? Después del anuncio de la Pasión, Jesús les indica a los suyos
que habrán de seguirle en el sufrimiento y en la muerte. Llegará, sin
embargo, un día en el que Cristo volverá en su gloria para el premio final.
Algunos de sus discípulos tendrán un anticipo de semejante venida en la
visión de Jesús transfigurado. San Agustín comenta:
«El hombre se perdió por primera vez causa del
amor a sí mismo. Pues si no se hubiese amad y hubiese antepuesto a Dios; no
se hubiese inclinado a hacer su propia voluntad descuidando la de Él.
Amarse uno a sí mismo no es otra cosa que querer hacer su propia voluntad.
Antepón la voluntad de Dios; aprende a amarte no amándote... Cuanto tiene
de bueno, atribúyalo a Aquél por quien ha sido hecho; cuanto tiene de malo,
es de cosecha propia.
«No
hizo Dios lo que de malo existe en él; pierda lo que hizo si esto le causó
defección. “Niéguese a sí mismo, dijo, y tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24).
¿A dónde hay que seguir al Señor? Sabemos adonde va: hace pocos días hemos
celebrado su solemnidad. Resucitó y subió al cielo: allí hay que seguirle.
No hay motivo alguno para perder la esperanza; no porque el hombre pueda
algo, sino por la promesa de Dios... Sigan a Cristo los miembros que allí
tienen su lugar, cada uno en su género, en su puesto...
«Tomen
su cruz, es decir, mientras están en este mundo toleren por Cristo cuantos
sufrimientos les procure el mundo. Amen al único que no sufre engaño, el
único que no engaña. Ámenle porque es verdad lo que promete. Mas como no lo
da al instante, la fe titubea. Resiste, persevera, aguanta, soporta la
dilación: todo esto es llevar la cruz» (Sermón 96).
SÁBADO
Años impares
–Deuteronomio
6,413: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón.
Jesús reiterará a sus discípulos que en esto consiste el primero y el más
grande mandamiento. Comenta San Agustín:
«La ley contiene muchos preceptos; aquella misma
ley que recibe el nombre de decálogo tiene diez. Pero son como los diez
preceptos generales a los que han de referirse todos los demás,
innumerables por cierto... No te envió a cumplir muchos preceptos; ni
siquiera diez, ni siquiera dos; la sola caridad los cumple todos. Pero la
caridad es doble; hacia Dios y hacia el prójimo. Hacia Dios, ¿en qué
medida? Con todo.
«¿A
qué se refiere ese todo? No al oído, o a la nariz, o a la mano, o al pie.
¿Con qué puede amarse de forma total? Con todo el corazón, con toda el
alma, con toda la mente. Amarás la fuente de la Vida con todo lo que en ti
tiene vida. Si, pues, debo amar a Dios con todo lo que en mí tiene vida,
¿qué me reservo para poder amar al prójimo? Cuando se te dio el precepto de
amar al prójimo no se te dijo “con todo el corazón, con toda el alma y con
toda la mente”, sino “como a ti mismo”. Has de amar a Dios con todo tu ser,
porque es mejor que tú, y al prójimo como a ti mismo, porque es lo que eres
tú» (Sermón 179,A).
–Sigue
la misma idea en el Salmo 17: «Yo te amo, Señor, tú eres mi
fortaleza... Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza
salvadora, mi baluarte... Viva el Señor...sea ensalzado mi Dios y
Salvador». El Señor nos sigue con un rostro lleno de amor y de
misericordia, con el poder del Espíritu. En la Carta a los Hebreos se dice:
«No os habéis allegado al monte tangible, al
fuego encendido, al torbellino, a la oscuridad, a la tormenta, al sonido de
la trompeta y a la voz d las palabras, que quienes las oyeron rogaron que
no se les hablase más...Pero vosotros os habéis allegado al Monte Sión, a la
ciudad de Dios vivo, a la Jerusalén celestial... y al Mediador de la nueva
Alianza, Jesús...» (12,18-19.22.24).
Habría
que traducir: «yo te amo entrañablemente, desde lo más íntimo de mi ser».
Con estas palabras se expresa el sentido de lo preceptuado en Deuteronomio
6,4, según la lectura anterior.
Años pares
–Habacuc
1,12–2,4: El justo vivirá por su fe. El
profeta Habacuc, coetáneo de Jeremías, exalta la potencia de Dios y se
lamenta del espantoso poderío del rey de Asiria. Seguidamente el profeta
aguarda la visión que tiene que esperar con paciencia. Comenta San Agustín:
«Igualmente
si dijéramos que carecemos en absoluto de justicia, carecemos también de
fe; y si no tenemos fe, ni siquiera somos cristianos. Si tenemos fe, algo
de justicia poseemos. ¿Quieres conoces la medida de ese algo? El justo vive
por la fe... puesto que cree lo que no ve» (Sermón 158,4).
–Con
el Salmo 9 decimos: «No abandonas, Señor, a los que te
buscan... Él será el refugio del oprimido... Él venga la sangre. Él
recuerda y no olvida el grito de los humildes». La acción de gracias y la
alabanza es un modo de manifestar la fe en Dios. Pero la fe es, además, la
más pura fuente de alegría; más aún, de una alegría desbordante. Este tema
de la fe se repite muchas veces en el Salterio. Hay que vivir según la fe.
El que vive como un pagano, el avaro, el intrigante, el malhechor, el
opresor, ha negado la fe en la práctica y no tardará de abandonarla por
completo; porque, si el corazón está corrompido, pronto se nublará la vista
para no ver claro las cosas de la fe.
–Mateo
17,14-19: Si tuvierais fe, nada os será imposible.
Con ocasión de la curación del epiléptico, Jesús recomienda siempre la fe.
La incredulidad no puede hacer milagros. Pero la fe es capaz de obtener de
Dios grandes cosas. San Juan Crisóstomo dice:
«La
Escritura nos muestra que este hombre era muy débil en la fe, Muchas
circunstancias nos patentizan esta debilidad de fe: el haberle dicho Cristo
“para el que cree todo es posible”; la respuesta misma del hombre a
Cristo “Señor, ayuda a mi incredulidad”; el haber mandado al demonio
que no volviera a entrar en el enfermo. Y otra prueba de poca fe es haber
dicho el hombre a Cristo: “Si puedes”...
–«Mas
si la falta de fe del padre –me dirás– fue la causa de que el demonio no
saliera del enfermo, ¿cómo es que el Señor reprende a sus discípulos?
–«Porque
quiere hacerles ver que podían ellos mismos, sin contar con los que se les
acercaban, curar en muchas ocasiones con sola su fe. Porque así como muchas
veces ha bastado la fe del suplicante para recibir la gracia aun de
taumaturgos inferiores, así otras muchas ha bastado la fuerza del
taumaturgo, aun sin la fe de los que se les llegaban, para obrar el
milagro... De uno y otro caso se muestran ejemplos en la Escritura» (Homilía
57,3 sobre San Mateo).
San Agustín comenta:
«Nuestro
Señor Jesucristo... reprochó la infidelidad hasta en sus mismos
discípulos... Si los apóstoles eran incrédulos, ¿quién puede llamarse
creyente?... No obstante, ni siquiera cuando eran incrédulos los abandonó
la misericordia del Señor, sino que los censuró, los nutrió, perfeccionó y
coronó. Pues también ellos, conscientes de su debilidad le dijeron: “Señor,
auméntanos la fe” (Lc 17,5). La primera cosa útil era la ciencia, saber de
qué estaban escasos; la gran felicidad saber a quien lo pedían... Ved si no
llevaban sus corazones como a la fuente y llamaban para que se les abriera
y los llenara. Quiso que se llamase a la puerta, no para rechazar a los que
lo hicieran, sino para ejercitar sus deseos» (Sermón 80,1).
SEMANA
19
DOMINGO
Entrada: «Piensa, Señor, en tu alianza, no olvides sin
remedio la vida de los pobres. Levántate, oh Dios, defiende tu causa, no
olvides las voces de los que acuden a ti» (Sal 73,20.19.22-23).
Colecta (del sacramentario de Bérgamo): «Dios todopoderoso
y eterno, a quien podemos llamar Padre, aumenta en nuestros corazones el
espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida».
Ofertorio (del Veronense, Gelasiano y Gregoriano):
«Acepta, Señor, los dones que has dado a tu Iglesia para que pueda
ofrecértelos, y transfórmalos en sacramento de nuestra salvación».
Comunión: «Glorifica al Señor, Jerusalén, que te sacia
con flor de harina» (Sal 147,12.14); o bien: «El pan que yo daré es mi
carne para la vida del mundo, dice el Señor» (Jn 6,52).
Postcomunión (del Misal anterior, antes del Gregoriano,
retocada con texto del sacramentario de Bérgamo): «La comunión en tus
sacramentos nos salve, Señor, y nos afiance en la luz de tu verdad».
Ciclo A
Se subraya en este Domingo la
presencia de Dios, que actúa en medio de los hombres. Esa presencia divina
culminó en la encarnación del Verbo, el Emmanuel, Dios con nosotros. Solo
con una conciencia viva y constantemente renovada de esta presencia
personal divina, el cristiano puede conjurar el mayor riesgo que amenaza al
hombre en su paso por la vida: el vacío o la ignorancia de Dios en su
quehacer de cada día. Solo la cercanía de Dios, amorosamente vivida en el
misterio de Cristo, puede dar trascendencia a nuestra existencia temporal
en ruta hacia la eternidad.
El pavor de los discípulos de
Jesús al verle andar sobre las aguas del mar es similar al del profeta
Elías, en la primera lectura, cuando se encontró con el Señor en el monte
santo. San Pablo explica que el pueblo judío, aunque oficialmente no acogió
el mensaje de Cristo, es el pueblo que recibió de Dios las promesas y en su
seno nació Cristo. Al final de la historia, Israel entrará por la fe en
Cristo en el Reino de Dios (cf. Rom 11,5.12.26; Catecismo
674).
–1 Reyes 19,9.11-13:
Aguarda al Señor en el monte. Elías, el varón de Dios, en medio de
hombres idólatras e increyentes, encarna la semblanza del hombre que busca
conscientemente la presencia de Dios y su intimidad amorosa, con humilde y
profunda sinceridad. Dios es trascendente: no se encuentra en los elementos
de la naturaleza ni en las potencias de la historia, sino más allá del ser.
Dios es fiel. No abandona a sí mismo a Elías, cuando todo parece perdido y
toda esperanza desaparecida. En el mismo lugar en que se manifestó a Moisés,
muestra ahora su continuidad en las promesas y la indefectible estabilidad
de sus intenciones. Se da a Elías una misión y una nueva fuerza. Dios sigue
actuando en la Iglesia con su poder y sus dones de santificación por medio
de los sacramentos instituidos por Cristo y con su asistencia peculiar, con
una providencia especial en muchos órdenes. San Jerónimo dice:
«Por eso, de pie, como Elías en
el hueco de la peña, podían pasar por el ojo de la aguja (1 Re 19,1ss) y
contemplar el dorso del Señor.
Nosotros en cambio nos abrasamos de avaricia, y mientras hablamos contra el
dinero abrimos el seno al oro y nada nos parece bastante... Obramos así
porque no creemos en las palabras del Señor. Y porque la edad que soñamos
nos halaga a todos no con la proximidad de la muerte, que por ley de la
naturaleza es lo propio de los mortales, sino con la vana esperanza de una
larga serie de años» (Carta 125,14, a Geruquia).
–Sigue la misma idea en el Salmo
84: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación...
Dios anuncia la paz, la salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria
habitará en nuestra tierra...». La salvación de Cristo está cerca de los
que lo temen. Viviendo según la verdad en la caridad, procuremos en todo
caso crecer en Él, que es la Cabeza del Cuerpo Místico. «Sed luz en el
Señor, el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad» (Ef
5,8-9).
–Romanos 9,1-5: Quisiera
ser un proscrito en bien de mis hermanos. Jesús, Hijo de Dios encarnado
entre los hombres, fue para su
propio pueblo el gran desconocido. Este hecho constituyó la más profunda
tragedia para el Pueblo de Dios en la historia de la salvación. San Juan
Crisóstomo anima al seguimiento de Dios:
«Acaso te parezca por encima de
tus fuerzas el imitar a Dios. A la verdad, para quien vive vigilante, ello
no es difícil. Pero en fin, si te parece superior a tus fuerzas, yo te
pondré ejemplos de hombres como tú. Ahí tienes a José, ahí tienes a Moisés,
ahí tienes a Pablo que, no obstante no poder contar cuánto sufrió de parte
de los judíos, aún pedía ser anatema por su salvación (Rom 9,3)...
Considerando nosotros estos ejemplos, desechemos de nosotros toda ira, a
fin de que también a nosotros nos perdone Dios nuestros pecados» (Homilía
61,5, sobre San Mateo).
–Mateo 14,22-33: Mándame
ir a Ti andando sobre las aguas. El Corazón de Jesucristo, presencia
viviente y cercanía plena de Dios en medio de los suyos, es siempre la
garantía definitiva de salvación para los hombres. Comenta San Agustín:
«Y el Señor dijo: “ven”. Y bajo
la palabra del que mandaba, bajo la presencia del que sostenía, bajo la
presencia del que disponía, Pedro, sin vacilar y sin demora saltó al agua y
comenzó a caminar. Pudo lo mismo que el Señor, no por sí, sino por el
Señor. Lo que nadie puede hacer en Pedro, o en Pablo, o en cualquier otro
de los Apóstoles, puede hacerlo en el Señor... Pedro caminó sobre las aguas
por mandato del Señor, sabiendo que por sí mismo no podía hacerlo. Por la
fe pudo lo que la debilidad humana no podía.
«Estos son los fuertes en la Iglesia.
Atended, escuchad, entended, obrad. Porque no hay que tratar aquí con los
fuertes, para que sean débiles, sino con los débiles para que sean fuertes.
A muchos les impide ser fuertes su presunción de firmeza. Nadie logra de
Dios la firmeza, sino quien en sí mismo reconoce su flaqueza... Contemplad
el siglo como un mar, lo que cae bajo tus pies. Si amas al siglo, te
engullirá. Sabe devorar a sus amadores, no soportarlos. Pero, cuando tu
corazón fluctúa invoca la divinidad de Cristo... Dí: “¡Señor, perezco,
sálvame!”. Dí: “perezco”, para que no perezcas. Porque solo te libra de la
carne quien murió por ti en la carne» (Sermón 76,5-6).
Iluminados
por Dios y vinculados en intimidad con el Corazón de Jesucristo, hemos de
tener siempre firme fe en Cristo, nuestra verdadera fortaleza en todas las
dificultades de la vida.
Ciclo B
Jesús se nos da como pan de
vida en la fe, y sobre todo en la Eucaristía, simbolizada en el pan que
alimentó a Elías en el desierto. En la medida en que seamos verdaderos
cristianos nos comportaremos como hombres auténticos con todas sus
virtudes.
Toda la vida del cristiano es
un peregrinar irreversible con vocación de eternidad. Es un «éxodo»
permanente que consumará, para la Iglesia y para cada uno de nosotros, el
designio de Dios de trasladarnos al Reino del Hijo de su Amor. El Pan de
vida que necesitamos en esta peregrinación es la Eucaristía.
–1 Reyes 19,4-8: Con
la fuerza de aquel alimento caminó hasta el monte del Señor. Mientras
vivimos en el tiempo, nuestra existencia cristiana es una ardua
peregrinación hacia la eternidad. Como Elías, camino del Sinaí, nuestra
debilidad necesita del alimento eucarístico. San Jerónimo explica:
«Cuando Elías, que iba huyendo
de Jezabel, se echó cansado bajo una encina, fue despertado por un ángel
que llega hasta él y le dice: “Levántate y come”. Y alzó los ojos y vio a
su cabecera una hogaza de trigo y un vaso de agua (1 Re 19, 5-6). ¿No podía
Dios mandarle vino oloroso y comidas condimentadas con aceite y carnes
picadas?... Son innumerables los textos dispersos en las Escrituras divinas
que condenan la gula y proponen comidas sencillas; pero como no es mi
intención tratar ahora de los ayunos, por otra parte todas estas cosas
pertenecen a título y libro especial, baste lo poco que he dicho de entre
lo mucho que se podría decir» (Carta 20,9, a Eustoquia).
–Los versos del Salmo 33
nos sirven de oportuno responsorio: «Gustad y ved qué bueno es el Señor:
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca. Mi
alma se gloría en el Señor, que los humildes lo escuchen y se alegren...
Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el
afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias».
Dice San Agustín que en este
Salmo es Cristo mismo el que invita a todos los hombres a alabar al Padre
juntamente con Él y nos enseña el santo temor de Dios. El estribillo ha
sido interpretado en la tradición cristiana como referido a la Eucaristía,
de hecho se ha escogido muchas veces para antífona de la Comunión.
–Efesios 4,30–5,2:
Vivid en el amor como Cristo. Ante el Padre, el Corazón redentor de
Cristo es quien nos da la vida y el amor que nos hacen dignos del Padre y
el que nos lleva por su Espíritu vivificante. Comenta San Agustín:
«El Padre no
perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros. Él no opuso
resistencia, sino que lo quiso igualmente, puesto que la voluntad del Padre
y del Hijo es una, conforme a la igualdad de la forma divina, poseyendo la
cual, no consideró objeto de rapiña el ser igual a Dios. Al mismo tiempo,
su obediencia fue única en cuanto que se anonadó a sí mismo tomando la
forma de siervo. Pues Él nos amó y se entregó a Sí mismo por nosotros como
oblación y víctima a Dios en olor de suavidad (Ef 5,2). Así pues, el Padre
no perdonó a su Hijo, sino que lo entregó por nosotros, pero de forma que
también el Hijo se entregó por nosotros.
«Fue entregado el Excelso, por
quien fueron hechas todas las cosas; fue entregado en su forma de siervo al
oprobio de los hombres y al desprecio de la plebe; fue entregado a la
afrenta, a la flagelación y a la muerte, y con el ejemplo de su Pasión nos
enseñó cuánta paciencia requiere el caminar con Él» (Sermón 157,2-3).
Por medio del bautismo el fiel ha
sido insertado en Cristo, viniendo a ser un solo cuerpo, animado por un
solo Espíritu que es fuente de gozo y motivo de esperanza para la gloria
futura, viviendo en el Amor y siguiendo a Cristo en su entrega para gloria
de Dios y salvación de los hombres.
–Juan 6,41-51: Yo
soy el Pan vivo que ha bajado del cielo. Cristo, el Hijo de Dios vivo,
encarnado en nuestra propia carne y sangre, para hacer a los hombres hijos
de Dios, se nos ha convertido en Sacramento de Pan de vida al alcance de
todos los hombres. San Agustín dice:
«Pan vivo precisamente, porque
descendió del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el maná era
la sombra, éste es la verdad... ¿Cuándo iba la carne a ser capaz de
comprender esto de llamar al pan carne? Se da el nombre de carne a lo que
la carne no entiende; y tanto menos comprende la carne, porque se llama
carne. Esto fue lo que les horrorizó y dijeron que esto era demasiado y que
no podía ser. Mi carne, dice, es la vida del mundo. Los fieles conocen
el cuerpo de Cristo si no desdeñan ser el cuerpo de Cristo. Que lleguen a
ser cuerpo de Cristo si quieren vivir del Espíritu de Cristo. Del Espíritu
de Cristo solamente vive el cuerpo de Cristo.... Mi cuerpo recibe
ciertamente de mi espíritu la vida. ¿Quieres tú recibir la vida del
Espíritu de Cristo? Incorpórate al Cuerpo de Cristo... El mismo Cuerpo de
Cristo no puede vivir sino del Espíritu de Cristo.
«De aquí que el Apóstol Pablo
nos hable de este Pan, diciendo: Somos muchos un solo Pan, un solo Cuerpo.
¡Oh qué misterio de amor, y qué símbolo de unidad, y qué vínculo de
caridad!. Quien quiere vivir sabe dónde está su vida y sabe de dónde le
viene la vida. Que se acerque, y que crea, y que se incorpore a este
Cuerpo, para que tenga participación de su vida» (Tratado sobre el Evangelio
de San Juan 26,13).
Ciclo C
Vigilar siempre, como los
criados que aguardan a su Señor. El «paso» del Señor en la noche para
librar a su pueblo y de noche salió del sepulcro Cristo Jesús. En todo
momento necesitamos la fe, como lo expone el autor de la Carta a los
Hebreos en la segunda lectura.
Todas las lecturas de este
Domingo nos ofrecen una meditación seria y serena sobre el problema de
nuestra salvación eterna. Es una invitación a hacer una revisión de vida.
–Sabiduría 18,6-9:
Castigaste a los enemigos y nos honraste llamándonos a Ti. La noche
de la liberación de Egipto y la primera celebración del sacrificio pascual
fueron para los israelitas el memorial permanente del amor de Dios, que los
puso en camino de salvación.
El pueblo de Dios pasa la noche
en vigilia esperando el doble acontecimiento: su salvación y el castigo de
sus enemigos. Yahvé con el mismo gesto castiga a los enemigos y salva a los
israelitas, haciendo de ellos un pueblo consagrado a su servicio y a su
culto. La liberación de Israel es el acto de su glorificación ante las
naciones y antes la historia. Su destino al culto del Dios verdadero es su
gran vocación.
El culto de Israel comenzó en
aquella noche. El hombre, a través de la sabiduría, de la ley y de la fe, es
llamado a entrar en comunión con Dios. Ahí está su éxito, su felicidad, su
prosperidad; fuera de esto están la ruina y la muerte.
–Por eso cantamos como
responsorial el Salmo 32, en el que se invita a los justos a
alabar al Señor: «La misericordia de Dios es justicia y derecho, porque
todas sus obras son verdad y sinceridad». Pero el derecho y la justicia son
en Él misericordia, porque en todas sus obras busca con amor la
autenticidad y la verdad de nuestro ser. Si el creyente de todos los
tiempos tiene motivo para confiar alegre y esperanzado en la Palabra
divina, llena de amor y misericordia, el cristiano sabe que esa misma
Palabra se ha hecho hombre (Jn 1,14), para realizar los proyectos del
Corazón de Dios: la redención.
–Hebreos 11,1-2.8-19:
Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios. La
verdadera salvación se realiza en nosotros por la fe en Cristo, nuestra
Pascua (1 Cor 5,7) y por la esperanza que nos mantiene fieles a los
designios de salvación que el Padre nos ofrece. Comenta San Agustín con
gran belleza:
«Es la fe
anticipo para los que esperan, prueba de las cosas que no se ven» (Heb
11,1). Si no se ven, ¿cómo persuadirles de su existencia? Y ¿de dónde
procede lo que ves sino de un principio invisible? Si, en efecto, tú ves algo
para llegar por ahí a creer en algo; la fe en lo invisible se apoya en lo
que vemos. No seas desagradecido a quien te dio los ojos, por donde puedes
llegar a creer lo que todavía no ves. Dios te puso en la cara los ojos y la
razón en el alma; despierta esa razón, despierta al que mora dentro de tus
ojos, asómate a esas ventanas y mira por ellas la creación divina. Porque
alguien hay que mira por los ojos. ¿No te sucede alguna vez que, ocupado
ese que mora dentro de ti en otros pensamientos, no ves lo que tienes
delante de los ojos? En vano están de par en par las ventanas si está
ausente quien por ellas mira.
«No son, pues, los ojos quienes
ven, sino que alguien ve por los ojos; levántale, despiértale. No, no te
fue rehusado; hízote Dios animal racional, te antepuso a las bestias, te
formó a su imagen. ¡Qué! Esos tus ojos, ¿no van a servirte para ver de
hallar, como los animales, cebo para el vientre y nada para la mente?
Levanta, pues, la mirada de la razón, usa de los ojos cual hombre, ponlos
en el cielo y en la tierra: en las bellezas del firmamento, en la
fecundidad del suelo, en el volar de las aves, en el nadar de los peces, en
la vitalidad de las semillas, en la ordenada sucesión de los tiempos; pon
los ojos en las hechuras y busca al Hacedor; mira lo que ves, y sube por
ahí al que no ves» (Sermón 126,3).
–Lucas 12,32-38: Estad
preparados. Mientras vivimos en el cuerpo, vamos peregrinando lejos del
Señor y caminamos en la fe» (2 Cor 5,6), por ello, el desprendimiento de
los bienes perecederos, el corazón fijo en la alegría de la salvación y la
vigilancia en estado de alerta permanente constituyen las actitudes de la
esperanza constante del cristiano. Comenta San Agustín:
«Tenéis también la advertencia
clarísima del Señor que dice: “tened la cintura ceñida y las lámparas
encendidas, y sed como siervos que esperan a su señor” (Lc 12,35-36).
Estemos a la espera de su llegada; no nos encuentre adormilados. Vergonzoso
es para una mujer casada no desear el retorno de su marido. ¡Cuánto más
vergonzoso para la Iglesia no desear el de Cristo!... Ha de venir el Esposo
de la Iglesia a traer los abrazos eternos, a hacer sus herederos para
siempre consigo, ¡y nosotros vivimos de tal manera que no solo no deseamos
su venida, sino que hasta la tememos! ¡Cuán verdad es que ha de llegar
aquel día, como en los tiempos de Noé! ¡A cuántos ha de hallar así, incluso
entre los que se llaman cristianos!» (Sermón 361,19).
El misterio de nuestra
salvación es, a diario, problema real para nuestra autenticidad cristiana,
vivida no solo en el templo o en el altar, sino en cada momento de nuestra
vida y de nuestra conducta ante Dios, ante los hombres y ante nuestra
propia conciencia.
LUNES
Años impares
–Deuteronomio 10,12-22:
Se invita a Israel a temer a Dios, observando sus mandamientos y
amándole. Vida interior. Espiritualidad profunda.
Dios no ama solamente a los
patriarcas, sino que incesantemente renueva su amor, y es la situación
actual del pueblo la que se hace digna de amor a sus ojos. El amor de Dios
no es rechazado ni por la pequeñez ni a causa del pecado.
La elección, revelación del
amor de Yahvé a su pueblo, implica la idea de que este último debe
testimoniar por su parte su amor y adhesión a Dios. Esta reciprocidad de
amor, que no es otra que la Alianza, invita al pueblo a amar a los pobres y
a los extranjeros con el mismo amor que Dios siente hacia ellos. Exigencia,
tanto más extraordinaria, cuanto que el pueblo marcha incesantemente a la
conquista de un país que está en poder de extranjeros. Los profetas, y en
esta lectura también, insisten mucho en la interioridad, en la compunción
del corazón, del cumplimiento de la voluntad de Dios y del amor con que es
cumplida.
–Bendecimos al Señor con el Salmo
147: «Glorifica al Señor,
Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión, que ha reforzado los cerrojos de tus
puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti... Ha puesto paz en tus
fronteras, te sacia con flor de harina, envía su mensaje a la tierra y su
palabra corre veloz... Con ninguna nación obró así ni les dio a conocer sus
mandatos».
Verdaderamente, si con ninguna
nación obró así Dios como con Israel, anunciándole su palabra y dándole a
conocer sus decretos y mandatos en la Alianza, ¿quién podrá imaginar la
realidad de la Nueva Alianza en la Iglesia, en la que perpetuamente vive
Cristo, realmente presente en la Eucaristía? Acercarse a la Eucaristía es
acercarse a la Palabra omnipotente de Dios, que hace el mayor milagro:
acercarse a los hombres y hacerse una misma cosa con ellos.
Años pares
–Ezequiel 1,2.5.24-2,1:
La gloria del Señor. El Señor se muestra bajo la forma de un fuego
abrasador. La descripción hace resaltar la trascendencia omnipotente de
Dios sobre el universo creado. San Gregorio Magno enseña:
«Del buen
fuego está escrito: “Yo vine a traer fuego a la tierra, y ¿qué quiero sino
que arda?” (Lc 12, 49). Según esto, se trae fuego a la tierra cuando
el alma terrena, inflamada por el ardor del Espíritu Santo, quema
totalmente sus deseos carnales. Pero del mal fuego se dice: “el fuego abrasador que ha de consumir a
los enemigos” (Heb 10,27), porque el corazón perverso se consume en su
malicia; pues como el fuego del amor eleva la mente, así el fuego de la
malicia la hace caer por tierra; pues así como el Espíritu Santo eleva el
corazón que Él llena, así el ardor de la malicia le inclina siempre a lo
bajo...
«No dice la visión de la
gloria, sino: una semejanza de la gloria, a saber, para mostrar que, por
más atención que ponga la mente humana, aunque rechace del pensamiento
todos los fantasmas de imágenes corporales, aunque ya aparte de los ojos
del alma todos los espíritus finitos, con todo, mientras permanezca en
carne mortal, no puede ver la gloria de Dios tal como es, sino que lo que
de ella resplandece en el alma una semejanza es, no ella misma» (Homilía
2 y 8 sobre Ezequiel).
–El Salmo 148 nos
ofrece un contenido precioso en relación con la lectura anterior: «Llenos
están el cielo y la tierra de tu gloria... Alabad al Señor en el cielo,
alabad al Señor en lo alto, ángeles, sus ejércitos, jóvenes, doncellas,
viejos y niños, el único nombre sublime»... Dios merece toda alabanza por
la creación, por sus maravillas en la historia de la salvación y, sobre
todo, por la redención realizada por Jesucristo y prolongada en la vida de
la Iglesia, especialmente en la sagrada Eucaristía, con todo lo que ésta
lleva consigo.
–Mateo 17,21-24: Lo
matarán pero resucitará. Luego de haber anunciado por segunda vez su
cercana pasión, Jesús responde a la pregunta acerca del impuesto del Templo,
volviendo a insistir sobre todo en la libertad de los hijos de Dios ante
tal impuesto. Pero Jesús no es ningún revolucionario: quiere evitar el
escándalo que provocaría si rechazase pagar el canon, especialmente en
favor del Templo. San Jerónimo dice:
«Nuestro Señor era hijo de rey
según la carne y según el espíritu, como descendiente de la estirpe de
David y como Verbo del Padre omnipotente. Luego como hijo de rey no debía
pagar el impuesto pero, dado que ha asumido la debilidad de la carne, ha debido
«cumplir toda justicia» (Mt 3,15). Desdichados de nosotros que estamos
censados bajo el nombre de Cristo y no hacemos nada digno de tan grande
majestad; Él, por nosotros, ha llevado la cruz y ha pagado el impuesto,
nosotros no pagamos impuestos en su honor. [Los miembros del clero no
pagaban impuestos después que Constantino reconoció el cristianismo] y como
si fuéramos hijos de rey, estamos dispensados de los tributos...
«No sé qué admirar primero
aquí, si la presciencia del Salvador o su grandeza; la presciencia porque
sabía que el pez tenía una moneda en la boca y que era el primero que iba a
ser capturado; su grandeza y su poder porque a una palabra suya se formó
una moneda en la boca del pez y su palabra realizó lo que iba a suceder.
«En sentido místico me parece
que este pez capturado en primer lugar es aquel que estaba en el fondo del
mar y moraba en las profundidades saladas y amargas para ser liberado por
el segundo Adán, él, el primer Adán, y por lo que se había encontrado en su
boca, es decir, su confesión, fue entregado por Pedro al Señor. Y está bien
que sea dado precisamente ese precio, pero está dividido en dos partes, por
Pedro es entregado como precio por un pecador, en cambio nuestro Señor no
había conocido pecado ni se había hallado mentira en su boca (Is 53,9; 1 Pe
1,22)» (Comentario al Evangelio de Mateo 17,25-27).
MARTES
Años impares
–Deuteronomio 31,1-8:
Sé fuerte y valiente, se dice a Josué. Moisés exhorta a Josué a que cobre
ánimo y energías para que sea capaz de hacer penetrar a Israel en la tierra
de promisión. De la misma manera que lo hizo con Josué, Dios aportará la
salvación a su pueblo por medio de Jesucristo que nos introducirá en el
Reino de los cielos. La historia de la salvación continúa. Los hombres se
suceden unos a otros. Todos hemos de realizar la misión que nos
corresponde.
Dios quiere llevar a los
hombres a una vida de comunión con Él. Esta idea fundamental para la
doctrina de la salvación es la que expresa el tema de la alianza. En el
Antiguo Testamento dirige todo el pensamiento religioso, pero se ve cómo
con el tiempo se va profundizando. En el Nuevo Testamento adquiere una
plenitud sin igual, pues ahora tiene ya por contenido todo el misterio de
Cristo.
–Como salmo responsorial se han
escogido unos versos del Deuteronomio 32: «La porción del
Señor fue su pueblo». El tema del pueblo de Dios, en el que se organizan en
síntesis todos los aspectos de la vida de Israel, es tan central en el
Antiguo Testamento, como lo será en el Nuevo, el tema de la Iglesia, nuevo
pueblo de Dios, pero también cuerpo de Cristo. Entre los dos sirve de
enlace la escatología profética: en el marco de la antigua alianza, anuncia
y describe anticipadamente al pueblo de la Nueva Alianza, aguardado para el
fin de los tiempos.
Años pares
–Ezequiel 2,8–3,4:
Comió el volumen y le supo dulce como la miel. Dios presenta al
profeta Ezequiel un libro para que se lo coma. Contiene ese libro la
revelación del Señor. La imagen expresa la identificación de la voz del
profeta con la palabra de Dios. San Gregorio Magno dice:
«El libro que llenó las
entrañas se ha hecho en la boca dulce como la miel, porque los que de veras
han aprendido a amarle en las entrañas de su corazón, ésos saben hablar dulcemente
del Señor omnipotente. Si la Sagrada Escritura es dulce al paladar de
éstos, cuyas vísceras vitales están llenas de los mandatos de Él, porque a
quien los lleva impresos interiormente para vivir, a ése le es agradable
hablar de ellos. En cambio, no resulta dulce el sermón a quien una vida
réproba está remordiendo dentro de la conciencia.
«De ahí la necesidad de que
quien predica la palabra de Dios considere primero cómo debe vivir, para
que luego, de su vida, deduzca qué y cómo debe predicar; porque en la
predicación, la conciencia enamorada de Dios edifica más que el arte de
hablar; pues amando lo celestial, dentro de sí mismo lee el predicador el
modo de persuadir cómo deben despreciarse las cosas terrenas» (Homilía
10, 13 sobre Ezequiel).
–Con unos versos del Salmo
118 oramos: «Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que
todas las riquezas. Tus preceptos son mi delicia, tus decretos mis
consejeros. Más estimo yo los preceptos de tu boca, que miles de monedas de
oro y plata. ¡Qué dulce al paladar tu promesa! más que miel en la boca. Tus
preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Abro la boca
y respiro, ansiando tus mandamientos».
–Mateo 18,1-5.10.12-14:
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños. Esta es una de las
reglas que se han de seguir en la vida comunitaria de la Iglesia: es
necesaria la sencillez para entrar en el Reino de los cielos. San Jerónimo
enseña:
«Si alguno fuere tal que imita
a Cristo en su humildad, en él se recibe a Cristo. Y, para que cuando les
suceda esto a los apóstoles no lo consideren una gloria personal,
prudentemente añade que deberán ser recibidos no por sus méritos, sino en
honor a su Maestro. Pero el que escandalice... Aunque ésta pueda ser una
condenación general de los que provocan escándalos, sin embargo, según el
contexto, también se puede ver en ella una crítica de los apóstoles
quienes, al preguntarle quién era el mayor en el Reino de los cielos,
parecían disputarse los honores. Si hubieran perseverado en ese defecto,
podían perder a aquéllos que llamaban a la fe por causa del escándalo, al
ver que los apóstoles se disputaban los honores.
«Sus palabras: “sería
preferible para él que le atasen al cuello una piedra de moler”, se
refieren a una costumbre del país. Éste era entre los antiguos judíos el
castigo de los grandes criminales: se los arrojaba al fondo del mar con una
piedra atada al cuello. Es preferible, sin embargo, para él, porque es
mucho mejor recibir el castigo inmediato que ser reservado para los
tormentos eternos (2Pe 2,9)... Cada uno de los fieles sabe lo que le hace
daño o turba su corazón y lo somete a menudo a tentación. Es preferible una
vida solitaria que perder la vida eterna por las necesidades de la vida
presente» (Comentario al Evangelio de Mateo 18,5.6.8).
MIÉRCOLES
Años impares
–Deuteronomio 34,1-12:
No surgió otro profeta como Moisés. Moisés sube al monte Nebo, desde
donde el Señor le hace ver la tierra
prometida. Después de la muerte de aquél, le sucedió Josué, ya que por la imposición
de las manos había recibido el espíritu de sabiduría (Num 27,18-23).
Para Israel es Moisés el
profeta sin igual (Dt 34,10ss), por el que Dios liberó a su pueblo,
selló con él su alianza, le reveló su ley. Es el único al que, juntamente
con Cristo da el Nuevo Testamento el nombre de «mediador». Pero, al paso
que por la mediación de Moisés (Gal 3,19), su siervo fiel (Heb 3,5), dio
Dios la ley al solo pueblo de Israel, a todos los hombres los salva por la
mediación de Cristo (1 Tim 2,4ss), su Hijo (Heb 3,6); «la ley nos
fue dada por Moisés; la gracia y la verdad nos han venido por Jesucristo»
(Jn 1,17). Este paralelismo entre Moisés y Jesucristo pone en evidencia la
diferencia de los dos Testamentos.
–Con el Salmo 65 cantamos
un himno de acción de gracias por la liberación: «Bendito sea Dios, que nos
ha devuelto la vida». Por eso se invita a toda la tierra a cantar a Dios, a
tocar para su nombre, a ver las obras de Dios, sus proezas en favor de los
hombres. «Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, haced resonar sus
alabanzas...»
Las liberaciones que tuvieron
lugar en el pueblo de Israel eran figuras y señales de una liberación más
completa, que se llevaría a cabo con Cristo Redentor. Por eso también
nosotros cantamos y nos llenamos de júbilo y queremos que todos los pueblos
aclamen al Señor. Para todos ha venido la liberación, con la Encarnación de
Cristo. Son muchos los beneficios que debemos a Dios, tanto en el orden de
la naturaleza, como en el orden sobrenatural. Bien podemos decir también
nosotros: «Fieles de Dios, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho
conmigo: a Él gritó mi boca y lo ensalzó mi lengua».
Años pares
–Ezequiel 9,1-7.10.18-22:
Ezequiel ve abatirse el castigo sobre el templo mancillado con todo
género de ídolos. Son asolados los moradores de Jerusalén, mas gracias
a la intervención de Ezequiel, queda perdonado un «resto»: aquéllos que
permanecieron fieles y fueron marcados con el sello de Dios. La gloria
del Señor abandona luego el templo para dirigirse a Oriente. Comenta San
Agustín:
«Interesa
sobremanera saber dónde lleva el hombre la señal de Cristo, si solo en la
frente o en la frente y en el corazón. Oísteis lo que decía hoy el santo
profeta Ezequiel; cómo Dios, antes de enviar al exterminador del pueblo
malvado, mandó delante a quien había de sellar diciéndole: “Vete y señala
en la frente a quienes gimen y se afligen por los pecados de mi pueblo que
se cometen en medio de ellos ”[contra los donatistas]. Pero gimen y se
duelen y por ello son señalados en la frente, en la frente del hombre
interior, no en la del exterior. Pues hay una frente en el rostro y otra en
la conciencia.
«A veces cuando se toca la
frente interior, se ruboriza la exterior; en ella fueron sellados los
elegidos para evitar el exterminio, pues aunque no corregían los pecados
que se cometían en medio de ellos, se dolían y ese mismo dolor los separaba
de los culpables. Estaban separados a los ojos de Dios y mezclados a los de
los culpables. Son señalados ocultamente para no ser dañados
abiertamente... ¡Cuán gran seguridad se os ha dado, hermanos míos, a
vosotros que gemís en este pueblo y os doléis de las iniquidades que se
comenten en medio de vosotros, sin cometerlas vosotros!» (Sermón
107,7).
–Con el Salmo 112
decimos: «La gloria del Señor se eleva sobre el cielo». Es muy adecuado a
la lectura anterior, pues con él se comienza los Salmos del Hallel o
de la alabanza y se cantaba durante la Pascua. El motivo de esta alabanza
es la trascendencia de Dios sobre la naturaleza y sobre la historia humana.
Yahvé sobrepasa en grandeza a todos los pueblos. Pero lo más admirable es
que este Dios sublime no se digna comprometerse con los más humildes, que
parecen sus favoritos. Dios baja hasta lo más profundo de la mi-seria
humana, sin que por eso pierda su transcendencia. «¿Quién como el Señor,
Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a
la tierra? El Señor se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre el
cielo... Bendito el nombre del Señor ahora y por siempre».
Tenemos nosotros más motivos
para alabar al Señor que los israelitas, por las inmensas maravillas que ha
realizado con nosotros: la redención, los sacramentos, la doctrina de
Jesucristo, la Iglesia y, sobre todo, la Eucaristía...
–Mateo 18,15-20: Si
te hace caso has salvado a tu hermano. La paz entre todos los miembros
de la comunidad. El tema importante de este pasaje evangélico es el perdón.
San Jerónimo escribe:
«Si nuestro hermano ha pecado
contra nosotros y nos ha perjudicado en algo, tenemos la posibilidad, más
bien la obligación, de perdonarlo, porque se nos ha prescrito que
perdonemos sus deudas a nuestros
deudores (Mt 6,12); pero si alguien hubiera pecado contra Dios, no depende
de nosotros... Nosotros, indulgentes con las injurias que se hacen a Dios,
manifestamos odio por las ofensas que nos hacen. Y debemos corregir al
hermano en privado, no sea que, si ha perdido una vez el pudor y la
vergüenza, permanezca en pecado.
«Y, si nos escucha, ganamos su
alma y por la salud de otro procuramos también la nuestra. Pero si se niega
a escucharnos, que se llame a un hermano; si se niega a escuchar a éste,
llámese a un tercero, ya sea para tratar de corregirlo ya para amonestarlo
delante de testigos. Pero si tampoco a ellos quisiere escucharlos, entonces
hay que decirlo a muchos para que lo detesten y el que no pudo ser salvado
por la vergüenza se salve por las afrentas» (Comentario al Evangelio de
Mateo 18,17).
San Agustín comenta:
«Debemos reprender con amor; no
con deseo de dañar, sino con afán de corregir... Si corriges por amor
propio nada haces. Si lo haces por amor hacia él, obras excelentemente...
Considera por las mismas palabras por amor de quien debes hacerlo, si por
el tuyo o por el de él... ¿Cómo no vas a pecar contra Cristo, si pecas contra
un miembro de Cristo?» (Sermón 82,1-5).
JUEVES
Años impares
–Josué 3,7-10.11.13-17:
Lo mismo que en el mar Rojo sucede ahora en el Jordán. Lo
atravesaron a pie enjuto. La travesía del Jordán se presenta como una procesión
litúrgica. Se diría que el paso del río se reduce a llevar el arca de una
orilla a otra del río. No se presta atención más que a ello.
En ese capítulo se le menciona
diecisiete veces y el pueblo recibe órdenes precisas para ir delante de
ella en señal de veneración. Es como si el mismo Yahvé entrase solemnemente
en el país prometido. Gran sentido de lo sagrado. Las aguas se detienen.
Resplandece aquí de modo especial la presencia de Dios en medio de su
pueblo. En medio de nosotros está Cristo en la Eucaristía. Hemos de ser
conscientes de esa verdad y actuar en consecuencia.
–Rezamos con el Salmo 113:
«Cuando Israel salió de Egipto, los hijos de Jacob, de un pueblo
balbuciente, Judá fue su santuario, Israel fue su dominio. El mar al verlos
huyó, el Jordán se echó atrás...
¿Qué te pasa, mar, que huyes, a ti, Jordán, que te echas atrás?» Las
maravillas de Dios obradas en el Antiguo Testamento se renuevan y aventajan
en el Nuevo Testamento, y en el tiempo de la Iglesia son realizadas por
Dios en cada una de las almas, que son otros tantos santuarios en los que
Dios habita.
Cristo enseña a los hombres a
confiar en el Padre celestial y otorga a todos una bendición
sobreabundante, comunicando a los hombres su misma vida divina.
Años pares
–Ezequiel 12,1-12:
Emigra a la luz del día, a la vista de todos: Dios invita al profeta
a que imite la emigración a fin de anunciar la futura deportación y el
destierro, y de modo especial el
ocaso del reinado de Sedecías, el último rey de Judá. Es el castigo de
aquellos que «tienen ojos para ver y no ven; y oídos para oír y no oyen».
Con estas palabras repetidas varias veces, reprocha Cristo el desinterés de
algunos de sus oyentes ante las realidades de lo alto que les enseña.
La emigración es constante en
nuestros tiempos: campos absorbidos por las ciudades; países pobres por los
ricos; ciudades en paro por las de mucho trabajo... Es un signo de las
limitaciones del hombre. Todo desplazamiento viene a ser como un desarraigo
de la persona. El cristiano debe ver todo esto con un criterio
sobrenatural: llevar la cruz, acogida al hermano, caridad constante en unos
y en otros... Así contribuimos a hacer una humanidad más conforme a los
mandatos de Dios y a Dios mismo. Se ha de dar en la Iglesia una
preocupación grande para que la vida espiritual y la práctica religiosa de
los emigrantes no decaigan, sino que se vivifiquen.
–Con el Salmo 77
proclamamos: «No olvidéis las acciones de Dios... Tentaron a Dios Altísimo
y se rebelaron, desertaron y traicionaron... Dios los oyó y se indignó...
entregó su pueblo a la espada»... La historia de Israel, resumida en este
Salmo, es una historia de Alianza de Dios con su pueblo, marcada por la
fidelidad inquebrantable de Dios y por las infidelidades humanas. Es
ocasión de hacer una gran revisión de vida. ¿hay en nosotros infidelidades?
Volvámonos a Dios, que es un Padre misericordioso y nos perdona siempre. Es
San Pablo quien nos dice que todo lo del Antiguo Testamento sucedió como
ejemplo para nosotros, para nuestra vida de cristianos (1 Cor 10,11-13).
Aceptemos con humildad esas lecciones y actuemos en consecuencia:
correspondamos con un mayor amor a los beneficios inmensos que Dios nos
otorga.
–Mateo 18,21–19,1:
Perdón constante. Jesucristo indica a Pedro que se ha de perdonar
sin límites, sin medida y eso mismo
enseña con la parábola del rey que
quiso ajustar las cuentas. Comenta San Agustín:
«Ved, hermanos, que la cosa
está clara y que la amonestación es útil. Se debe, pues, la obediencia
realmente salutífera para cumplir lo mandado. En efecto, todo hombre al
mismo tiempo que es deudor ante Dios
tiene a su hermano por deudor... Se queremos que se nos perdone a nosotros,
hemos de estar dispuestos a perdonar todas las culpas que se cometan contra
nosotros» (Sermón 83,2 y 4).
San Jerónimo comenta:
«Sentencia temible si el juicio
de Dios se acomoda y cambia de acuerdo a las disposiciones de nuestro
espíritu. Si no perdonamos una pequeñez a nuestros hermanos, las cosas
grandes no nos serán perdonadas por Dios. Como cada uno puede decir: “Yo no
tengo nada contra él, él sabe, tiene a Dios por juez, no me importa lo que
quiere hacer, yo le he perdonado”, el Señor confirma su sentencia y
destruye totalmente la simulación de una paz fingida diciendo: “Si cada uno
no perdona de corazón a su hermano”» (Comentario al Evangelio de
Mateo 18,35).
VIERNES
Años impares
–Josué 24,1-3: Os
saqué de Egipto. Os dí una tierra. El Señor habla al pueblo por boca de Josué y le recuerda las
maravillas obradas en su favor.
El relato de la asamblea de
Siquem ilustra de forma interesante el contenido de la Alianza, que no se
reduce, en primer término, al hecho de Dios que reconoce a su pueblo. Es
ante todo, la constitución de un pueblo en torno a una fe común y a un
culto común. Israel reconoció a su Dios. Nacionalidad y religión son
inseparables en Israel. Todo es comunitario. Dios no quiso la santificación
ni la salvación de unos cuantos individuos considerados aisladamente, sino
la constitución de un pueblo, de un reino, de una nación, donde se
santifiquen y se salven los individuos. Esto en el Antiguo Testamento, en
el Nuevo y en la vida de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. De ahí el
sentido comunitario de la liturgia que no parte del «yo» sino del
«nosotros».‘
–Esto da ocasión para que, con
el Salmo 135, demos gracias
al Señor, «porque es eterna su misericordia; dio su tierra en
heredad, en heredad a Israel, su siervo y lo libró de sus opresores». En
este salmo se desarrolla el tema en forma de grandiosa letanía que, a
través de las obras de Dios que se conmemoran, dejada grabada en el corazón
una sola idea: que la misericordia de Dios es eterna, cosa que se repite
veintiséis veces.
Recordando que este salmo lo
recitó Cristo después de la institución de la Eucaristía, es un buen
momento para agradecer a Dios tan inmenso don en el que se manifestó su
misericordia, como en ninguna otra obra suya. Este Salmo es llamado el
Gran Hallel, o la Gran Alabanza. La obra de la creación y toda
la historia de la salvación no es más que una sola y grande manifestación
del inmenso amor de Dios para con los hombres. Esto exige de nosotros una
incesante correspondencia de amor.
Años pares
–Ezequiel 16,1-15.60.63:
Dios bondadoso otorga sus bienes, pero el hombre los rechaza.
Resumen de la historia de Israel, que es mimado por Dios, pero él no le
corresponde. Castigo y perdón, pues Dios, que es infinito en todo, lo es
también en su amor misericordioso.
El amor de Yahvé por Jerusalén
se manifiesta como una elección personal, como un don del corazón, como
instituciones, culto... Se trata de
una comunión total, y nada en la vida de la ciudad es ignorado por el amor
y la gracia divina. Por todo esto, la infidelidad de Jerusalén es
particularmente grave. Ningún pueblo ha sido tan favorecido por Dios, por
lo cual son menos culpables que Jerusalén. ¿Qué decir de la vida cristiana,
de nuestra elección a la vida de la gracia, a la íntima unión con Dios, a
pertenecer al Cuerpo Místico de Cristo? Nuestras infidelidades son más
graves que las de Jerusalén.
–Como Salmo responsorial se han
escogido algunos versos de Isaías 12: «Ha cesado tu ira y me
has consolado». Por eso el piadoso profeta exulta de gozo: «El Señor es mi
Dios y Salvador; en Él confío y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es
el Señor. Él fue mi salvación. De la Fuente de la Salvación saco agua, es
decir, de su Sagrado Corazón. Doy gracias, invoco su nombre, cuento a los
pueblos sus hazañas, proclamo que su nombre es excelso...¡Qué grande es el
Señor en medio de nosotros!».
–Mateo 19,3-12: Matrimonio
indisoluble y exaltación del celibato. Dios quiere que marido y mujer
estén unidos como una sola carne. Nadie es quien para cambiar el sentido de
unas palabras tan claramente enunciadas: «lo que Dios ha unido que no lo
separe el hombre», aunque este hombre fuese Moisés. San Juan Crisóstomo dice:
«Mirad la sabiduría del
Maestro. Preguntado si es lícito abandonar a la mujer, no responde a
bocajarro: “No, no es lícito”, con lo que podían alborotarse y turbarse sus
preguntantes. No; antes de pronunciar su sentencia, pone la cuestión en
evidencia por el hecho mismo de la Creación, haciendo así ver que el
mandato venía también de su Padre, y que, si Él mandaba aquello, no era por
oponerse a Moisés. Pero mirad cómo no lo afirma solo por el hecho mismo de
la Creación, sino por el mandamiento mismo de su Padre. Porque no solo dijo
que Dios hizo un solo hombre y una sola mujer, sino que mandó también que
uno solo se uniera con una sola. Si Dios, en cambio, hubiera querido que el
hombre pudiera dejar a una y tomar a otra, después de hacer un solo varón,
hubiera formado muchas mujeres. Pero, la verdad es que tanto por el modo de
la Creación como por los términos de su Ley, Dios demostró que uno solo ha
de convivir con una sola para siempre y que jamás puede romperse la unión»
(Homilía 62,1, sobre San Mateo).
SÁBADO
Años impares
–Josué 24,14-29: Elección
por el Señor. Josué propone a la asamblea que concluya un pacto con el
Señor, cosa que aceptó el pueblo afirmando ardorosamente su decisión de servir
a Dios y de obedecerle. Es un ejemplo siempre actual y siempre necesario:
elegir a Dios, servir a Dios, aunque Él no lo necesite. Oigamos a San
Ireneo:
«Así acontece en el servicio de
Dios: a Dios no le aporta nada, pues Dios no tiene necesidad del servicio
de los hombres; mas a aquellos que le sirven y le siguen, Dios les da la
vida, la incorruptibilidad y la gloria eterna. Él concede su benevolencia a
los que le sirven por el hecho de servirle, y a los que le siguen por el
hecho de seguirle, pero no recibe de ellos beneficio alguno, porque es
perfecto y no tiene ninguna necesidad. Si Dios solicita el servicio de los
hombres es para poder, siendo bueno y misericordioso, otorgar sus
beneficios a aquellos que perseveran en su servicio; porque, del mismo modo
que Dios no tiene necesidad de nada, el hombre tiene necesidad de la
comunión con Dios, pues la gloria del hombre está en perseverar en el
servicio de Dios» (Tratado contra las herejías 4,3).
–El Salmo 15 es
un poema de oro, que hace una opción absoluta por Dios; un poema precioso,
que convierte la fe en un manantial inagotable de amor: «Tú eres, Señor, mi
heredad... El Señor es el lote de mi heredad y mi cáliz, mi suerte está en
su mano... Bendigo al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye
internamente. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no
vacilaré».
Nuestro ejemplo y modelo es
Cristo, que hizo siempre la voluntad del Padre (Mt 26,39; Lc 2,49). Donde
está la Cabeza allí ha de estar el Cuerpo. Somos coherederos con Cristo (Rom
8,16-17). Para todo cristiano Dios es el único y sumo Bien. Todo «ídolo»
que se introduce en la vida cristiana la empobrece hasta destruirla, porque
quita a Dios sus derechos y seca la fuente vital de la existencia humana
hecha a imagen y semejanza de Dios. Solamente en Dios podemos encontrar la
fuente de la alegría, de la paz y la promesa segura de una vida eterna
feliz. Hemos optado por Dios. Ahí está nuestra verdadera felicidad y
victoria.
Años pares
–Ezequiel
18,1-10.13.30-32: Os juzgué a cada uno según su conducta.
Dios da cuenta, por medio del profeta, de la responsabilidad de cada uno de
cara al juicio divino: es un llamamiento a la conversión del corazón y al
cambio de vida. San Cipriano escribe:
«Cuál y cuánta es la paciencia de
Dios se ve en que aguanta con toda calma la afrenta que hacen a su
soberanía y dignidad los hombres, levantando templos idolátricos,
fabricando estatuas, practicando sacrificios sacrílegos. Se ve en que hace
nacer el día y el sol lo mismo sobre los buenos que sobre los malos, y
riega la tierra con lluvias, sin quedar nadie excluido de sus beneficios,
porque no discrimina entre justos y malvados. Vemos que, por una equidad
inseparable de la paciencia, lo mismo a los inocentes que a los culpables,
a los piadosos que a los impíos, a los agradecidos que a los ingratos
sirven por disposición de Dios las estaciones, favorecen los elementos,
soplan los vientos, corren las fuentes, crecen las mieses, maduran las
uvas, florecen los prados.
«Y a pesar de provocar continuamente
con ofensas la ira de Dios, sin embargo contiene su cólera y aguarda con
calma el día prescrito para la sanción; aunque tiene en sus manos la
venganza, prefiere dar tiempo con su clemencia y demora para ofrecer la
posibilidad de que ceda alguna vez la prolongada malicia, y los hombres
encenagados en errores y crímenes, al menos al final, se vuelvan a Dios, ya
que dirige estas advertencias: “No quiero la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva” (Ez
18,32)» (De los bienes de la paciencia 3-4).
–Ese espíritu de conversión lo
hacemos oración con el Salmo 50: «Oh Dios, crea en mí un
corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos
de tu rostro, no me quites tu santo espíritu, devuélveme la alegría de tu
salvación, afiánzame con espíritu generoso... un corazón quebrantado y
humillado Tú no lo desprecias, Señor». Hasta el fin de los tiempos este
Salmo será la plegaria de todo hombre que busca el camino de la salvación y
que lucha contra el mal que se anida en su corazón.
–Mateo 19,13-15: No
impidáis a los niños que se acerquen a Mí, de ellos es el Reino de los
cielos. Oigamos a San Agustín, que en una octava de la Pascua predica:
«De los tales es el Reino de
los cielos (Mt 19,14), es decir, de los humildes, de los párvulos en el
espíritu. No los despreciéis; no los aborrezcáis. Esta sencillez es propia
de los grandes; la soberbia, en cambio, es la falsa grandeza de los
débiles, que, cuando se adueña de la mente, levantándola, la derriba;
inflándola, la vacía; y de tanto extenderla, la rompe. Él humilde no puede
dañar; el soberbio no puede no dañar... Así, pues, si guardáis esta piadosa
humildad que la Escritura Sagrada muestra ser una infancia santa, estáis
seguros de alcanzar la inmortalidad de los bienaventurados: de los tales es
el Reino de los cielos» (Sermón 353,1).
SEMANA 20
DOMINGO
Entrada: «Oh Dios!, Escudo nuestro; mira el rostro de
tu Ungido. Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa» (Sal 83,10-11).
Deseo del cielo es lo que nos dicen en el canto de entrada y la oración
colecta.
Colecta (del Misal anterior, y antes del Gregoriano,
retocada con textos del Gelasiano y del Sacramentario de Bérgamo): «¡Oh
Dios, que has preparado bienes inefables para los que te aman; infunde tu
amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las
cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo».
Ofertorio (del Veronense): «Acepta, Señor, nuestros dones,
en los que se realiza un admirable intercambio, para que, al ofrecerte lo
que tú nos diste, merezcamos recibirte a ti mismo».
Comunión: «Del Señor viene la misericordia, la redención
copiosa» (Sal 129,7); o bien: «Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo
–dice el Señor–; el que coma de este Pan vivirá para siempre» (Jn 6,51-52).
Postcomunión (del Misal de París, de 1738): «Señor, después
de haber recibido a Cristo en estos sacramentos, imploramos de tu
misericordia que, transformados en la tierra a su imagen, merezcamos
participar de su gloria en el cielo».
Ciclo A
Las tres lecturas convergen en
un mismo tema: Dios llama a todos los hombres a la salvación. Esta
universalidad del designio de salvación y del misterio redentor de Cristo
Jesús constituye la razón de ser más profunda de la Iglesia y debería
constituir también una inquietud permanente en quienes, por un don gratuito
y electivo, hemos sido incorporados ya al Misterio de Cristo y de la
Iglesia.
–Isaías 56,1.6-7:
A los extranjeros los traeré a mi monte santo. En el Nuevo
Testamento Dios mismo ha roto los exclusivismos de Israel, para abrir el
evangelio y la obra redentora de Cristo a todos los hombres, mediante el
don de la fe.
La condición del sábado y de la
alianza manifiestan el empeño total del hombre con Dios. Esto se llama
también servicio y amor. Dios ofrece a los paganos la
participación plena del culto.
En el nuevo régimen, el templo,
centro y corazón del judaísmo, será ante todo «casa de oración» y, como tal,
estará abierta a todos los pueblos: es una expresión típica del
universalismo profético del Antiguo Testamento. Jesucristo mismo dirá un
día ese texto: «Mi casa es casa de oración para todos los pueblos» (Mt
21,13). Dios reunirá no solo a los dispersos de Israel, sino a otros muchos
hombres.
–Sigue esa idea en el Salmo
66, cuyo tema central se repite en cada una de sus partes: «Oh
Dios, que te alaben todos los pueblos, que todos los pueblos te alaben»,
con lo cual se quiere expresar el anhelo ardiente de que Dios sea,
finalmente, reconocido como Señor universal de toda la tierra.
–Romanos 11,13-15.29-32:
Los dones y la llamada de Dios son irrevocables para Israel. Este
fue el pueblo elegido para Cristo. Por su infidelidad, permaneció fuera del
Evangelio y rechazó a Cristo. Pero en los designios divinos del Padre
siempre es posible su salvación. El amor de Dios es irrevocable. Escribe
San Ireneo:
«La gloria del hombre es Dios;
pero el receptáculo de toda acción de Dios, de su sabiduría y de su poder,
es el hombre. Y así como el médico se prueba que es tal en los enfermos,
así Dios se manifiesta en los hombres. Por eso dice San Pablo: ‘‘Incluyó a
todos los hombres en la incredulidad, a fin de que todos alcanzaran su
misericordia’’ (Rom 11,32). Esto dice del hombre, que desobedeció a Dios y
fue privado de la inmortalidad, pero después alcanzó misericordia y,
gracias al Hijo de Dios, recibió la filiación, propia de Éste» (Contra
las herejías 3,20,2).
–Mateo 15, 21-28:
Mujer, grande es tu fe. San Juan Crisóstomo comenta este lugar
evangélico:
«Porque, ¿qué le respondió
Cristo?: “¡Oh mujer, grande es tu fe!” He ahí explicadas todas las
dilaciones: quería el Señor pronunciar esa palabra, quería coronar a la
mujer. Como si dijera: “tu fe es capaz de lograr cosas mayores que ésa;
pues hágase como tú quieres”. Semejante es esa expresión a aquella otra:
«hágase el cielo y el cielo fue hecho» (Gen 1,1). Y a partir de aquel
momento quedó sana su hija. Mirad cuán grande parte tuvo la mujer en la
curación de su hija. Porque por eso no le dijo Cristo: “quede curada tu
hija”, sino: «grande es tu fe; hágase como tú quieres». Con lo cual nos da
a entender que sus palabras no se decían sin motivo, ni para adular a la
mujer, sino para indicarnos la fuerza de la fe. Y la prueba y la
demostración de esa fuerza dejóla el Señor al resultado mismo de las cosas.
Desde aquel momento, dice el evangelista, su hija quedó sana.
«Mas considerad también, os
ruego, cómo, vencidos los apóstoles y fracasados en su intento, la mujer
consiguió su pretensión. Tanto puede la perseverancia en la oración. De
verdad Dios prefiere que seamos nosotros quienes le pidamos en nuestros
asuntos, que no los demás por nosotros. Cierto que los apóstoles tenían más
confianza con el Señor; pero la mujer demostró más constancia. Y por el
resultado de su oración, el Señor se justificó también ante sus discípulos
de todas sus dilaciones y les hizo ver que con razón no hizo caso de sus
pretensiones (Homilía 52,2-3 sobre San Mateo).
Ciclo B
La lectura ininterrumpida del
capítulo sexto del Evangelio según San Juan sobre la promesa de la
institución de la Eucaristía, provoca la elección de la primera lectura,
tomada del Libro de los Proverbios y en parte también la segunda lectura.
Cristo Jesús es una realidad que se ha de vivir personalmente, mediante una
asimilación profunda por parte del creyente, y el sacramento ordinario que
verifica y perfecciona esta cristificación es, por designio divino, la
Eucaristía.
–Proverbios 9, 1-6:
Venid a comer mi pan y a beber mi vino que he mezclado. En la
revelación divina, intimidad y unión entre Dios y sus elegidos aparece
frecuentemente bajo el símil de un convite a su mesa lleno de amor. La
actitud más adecuada para participar en él es la pobreza, la humildad, los
corazones abiertos a esta intimidad. San Jerónimo dice:
«Y los que antes tenían sus
miembros cansados, descansen y vean la alegría de las aves y las colas de
los rebaños. Para que tomen alas de paloma y, abandonado los lugares bajos,
se apresuren a subir a las alturas y puedan decir con el salmista: “dichoso
el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor” (Sal 118,1).
Y este camino, esto es, nuestro Dios, será para nosotros tan recto, tan
llano, tan campestre, que no habrá equivocación alguna y los tontos y los insensatos
podrán entrar por él. De ellos habla la Sabiduría en los Proverbios: “Quien
sea simple, lléguese acá”. Al carente de seso le dice: “Venid a comer mi
pan y beber del vino que he mezclado. Dejad la simpleza y viviréis e id
derechos por el camino de la inteligencia” (Prov 9,4-6). Dios “escogió a
los torpes del mundo” (1 Cor 1,27). Entre los que el primero dice: “Dios
mío, tú conoces mi ignorancia” (Sal 68,6). “La locura de Dios es más sabia
que los hombres” (1 Cor 1,25)» (Comentario sobre el profeta Isaías
3,5).
–De nuevo el Salmo 33 ofrece
materia adecuada para meditar en las realidades de la lectura anterior:
«Gustad y ved qué bueno es el Señor..., los ricos empobrecen y pasan
hambre, los que buscan al Señor no carecen de nada». La Iglesia ha dado siempre
gran importancia a este Salmo, como cántico adecuado para la comunión.
–Efesios 5,15-20:
Daos cuenta de lo que el Señor quiere. La fidelidad y la conducta
responsable de cada creyente ante el Corazón Redentor de Cristo constituyen
el índice de autenticidad que define su vida cristiana en el tiempo y para
la eternidad. Comenta San Agustín:
«Dos cosas, hermanos, hacen que
los días sean malos: la maldad y la
miseria. Se habla de días malos a causa de la malicia y de la miseria de los
hombres... La miseria es común a todos, pero no debe serlo la malicia» (Sermón
167).
El Apóstol va contra el
relativismo moral que tan graves consecuencias tiene siempre. La nueva vida recibida en el Bautismo se ha
de caracterizar por la sensatez, frente a la necedad de quienes se empeñan
en vivir de espaldas a Dios. Por eso el Concilio Vaticano II exhortó a todo
el mundo:
«Como en nuestra época se
plantean nuevos problemas, y se multiplican errores gravísimos que
pretenden destruir desde sus cimientos la religión, el orden moral e
incluso la sociedad humana, este santo Concilio exhorta de corazón a los
seglares, para que cada uno, según las cualidades personales y la porción
recibida, cumpla con suma diligencia la parte que le corresponde, según la mente
de la Iglesia, en aclarar los principios cristianos, difundirlos y
aplicarlos certera-mente a los problemas de hoy» (Apostolicam
Actuositatem 6).
En las celebraciones litúrgicas
los cánticos son manifestaciones de júbilo por los inmensos dones de Dios,
tanto en lo material cuanto en lo espiritual. San Pablo nos da aquí una
lección magnífica de cómo ha de ser nuestra participación en la liturgia de
la Iglesia. La acción del Espíritu Santo en las almas hace que se sientan
ebrios de gozo espiritual que se traduce en «salmos, himnos y cánticos
inspirados» (Ef 5,19).
–Juan 6,51-58: Mi
carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El Cristo
real y viviente es el que en el tiempo y en el espacio se nos da en la
realidad misteriosa de la Eucaristía y por la que el hombre se deja
transformar realmente en Cristo. Sin Eucaristía vivida no hay vida real
cristiana. Escribe Clemente de Alejandría:
«¡Oh maravilla de misterio! Uno
es el Padre de todo, uno el Logos de todo, y uno el Espíritu Santo, el
mismo en todas partes; y una sola también es la Virgen Madre: me complazco
en llamarla Iglesia. Únicamente esta madre no tuvo leche, porque solo ella
no llegó a ser mujer, sino que es al mismo tiempo virgen y madre, intacta
como virgen, pero amante como madre. Ella llama a sus hijos para
alimentarlos con una leche santa, el Logos acomodado a los niños. Por esto
no tuvo leche, porque la leche era ese niño hermoso y querido: el Cuerpo de
Cristo. Con el Logos alimentaba ella a estos hijos que el mismo Señor dio a
luz con dolores de carne, que el Señor envolvió en los pañales de su sangre
preciosa.
«¡Oh santos alumbramientos! ¡Oh
santos pañales! El Logos lo es todo para el niño, padre, madre, pedagogo y
nodriza: “Comed mi carne y bebed mi sangre”, dice (Jn 6,53). Estos son los
alimentos apropiados que el Señor nos proporciona generosamente; nos ofrece
su carne y derrama su sangre. Nada falta a los hijos para que puedan
crecer» (Pedagogo 1,6,42).
Y San Cirilo de Alejandría:
«El Cuerpo de Cristo vivifica a
los que de Él participan; aleja a la muerte al hacerse presente en
nosotros, sujetos a la muerte, y aparta la corrupción, ya que contiene en
Sí mismo la virtualidad necesaria para anularla» (Comentario al
Evangelio de San Juan 4).
Ciclo C
A Cristo se le profetizó que
sería signo de contradicción (Lc 2,34) y lo fue de hecho. Este ha de ser el
signo del cristiano en nuestro mundo y lo es de hecho. Recuérdense las
persecuciones recibidas en la Iglesia durante los veinte siglos de su
existencia.
–Jeremías 38,4-6.8-10:
Me engendraste hombre de pleito para todo el país. En la Historia de
la Salvación, Jeremías, en su condición de profeta fiel al designio de
Dios, fue «el varón de contradicción», por denunciar la frivolidad y las
falsas esperanzas de su pueblo, como también lo serían siglos más tarde
Cristo y su Evangelio.
Frente a la tribulación muchos
cristianos se cierran en sí mismos y dudan de la Providencia divina. La
confianza adamantina de Jeremías es una enseñanza muy elocuente y eficaz
también para nosotros, cuando nos visita el dolor. Como enseña San Pablo,
el cristiano sabe que «la tribulación produce la paciencia, la paciencia
una virtud probada, y la virtud probada la esperanza» (Rom 5,3ss).
En otras palabras, el sufrimiento despega al hombre de sí mismo y le abre
al don de Dios. Se trata de una purificación que nos aparta del orgullo y
nos acerca confiadamente a Dios, que es el único que puede colmar nuestra
pobreza radical.
–El Salmo 39 es
muy adecuado a la lectura anterior. El salmista se ve rodeado de muchos males
y clama al Señor: «Señor, date prisa en socorrerme». En la Carta a
los Hebreos se ponen en boca de Cristo algunos versos del mismo. La
tradición cristiana lo ha aplicado a Cristo paciente. Con este salmo
aprendemos la sumisión y la obediencia, que son un sacrificio muy agradable
a Dios: «Yo esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y escuchó mi grito.
Me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre
roca y aseguró mis pasos. Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a
nuestro Dios. Muchos al verlo quedaron sobrecogidos y confiaron en el
Señor. Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor se cuida de mí. Tú eres mi
auxilio y mi liberación, Dios mío, no tardes».
–Hebreos 12,1-4: Corramos
la carrera que nos toca sin retirarnos. «No puede ser el discípulo de
mejor condición que su Maestro» (Mt 10,24; Lc 6,40). El auténtico creyente
cristiano habrá de vivir su fidelidad a Cristo en medio de una nube de
testigos, que difícilmente aceptarán su vida y su ejemplo de virtud y
santidad.
El cristiano, en el camino
hacia la meta, no procede ciegamente. Le ha precedido un guía seguro:
Cristo. Sobre Él hemos de dirigir nuestra mirada, siendo el autor y el
perfeccionador de la fe. El mensaje de salvación ha sido proclamado por Él.
Con su sacrificio cruento ha penetrado en el santuario celeste, abriéndonos
el camino hacia la gloria y perfeccionando la fe, esto es, llevando a
cumplimiento las promesas y actuando las esperanzas de los justos del
Antiguo Testamento, nos ha alcanzado los bienes mesiánicos.
–Lucas 12,49-53: No
he venido a traer la paz, sino la división. Paradójicamente, el Corazón
de Jesucristo, que es nuestra paz (Ef 2,14) y nuestra reconciliación con
Dios, ha venido a provocar el choque y la ruptura entre la verdad y el
error, el bien y el mal, la santidad y el pecado. Es el misterio de la cruz
aceptado o repudiado por los hombres. San Ambrosio explica el contenido de
esta perícopa en sentido espiritual:
«Aunque de casi todos los
pasajes evangélicos se puede extraer un sentido espiritual, sin embargo, en
este actual se exige con mayor insistencia, para ablandar el sentido
literal con una profundización espiritual, para que a nadie le resulte dura
esta sencilla narración, sobre todo tratándose de la sacrosanta religión,
que invita siempre, con exhortaciones llenas de humanidad y con el ejemplo
de una piedad humilde, a todos, aun a los extraños a la fe, a que la
reverencien, con el fin de lograr, por medio de una educación atrayente, la
aniquilación de unos prejuicios, endurecidos por supersticiones, y obligar
dulcemente los corazones, cautivos del error, a creer con la fe, con esa fe
que ha logrado vencerles a base de bondad... No se te prohíbe amar a tus
padres, sino anteponerlos a Dios; porque las cosas buenas de la naturaleza
son dones del Señor, y nadie debe amar más el beneficio que ha recibido que
a Dios, que es quien conserva el beneficio recibido de Él» (Tratado
sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII, 134.136).
LUNES
Años impares
–Jueces 2,11-19: Ni
a los jueces hacían caso. Grandes desgracias en Israel. Todo por haber
abandonado al verdadero Dios y seguir cultos idolátricos. El Señor es
siempre fiel a sus promesas y quiere la salvación de Israel, para ello
suscita hombres llenos del espíritu de Dios, pero ni a ellos hacían caso.
Muchas veces ha sucedido esto
en la historia de la Iglesia y siempre ha provocado grandes males para la
sociedad. Hemos de tener fe firme en la Iglesia, en sus instituciones, en sus
carismas, en sus sacramentos, en su jerarquía. Es inútil que se luche
contra la indefectibilidad de la Iglesia. Durará hasta el fin del mundo y
no sufrirá cambio sustancial ni en su doctrina, ni en su constitución, ni
en su culto. Siempre se la ha combatido de una y otra parte, mas ella sigue
en pie y sus opositores desaparecieron. La Historia de la Salvación nos
ofrece ejemplos maravillosos. Oigamos a San Ambrosio:
«Es cosa normal que, en medio
de este mundo tan agitado, la Iglesia del Señor, edificada sobre la piedra
de los apóstoles, permanezca estable y se mantenga firme sobre esta base
inquebrantable contra los furiosos asaltos sobre la mar. Está rodeada por
las olas, pero no se bambolea, y aunque los elementos de este mundo
retumban con un inmenso clamor, ella, sin embargo, ofrece a los que se
fatigan la gran seguridad de un puerto de salvación» (Carta 2,1-2).
–El Salmo 105 es
otra vez eco de una lectura bíblica: «Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu
pueblo». Emparentaron con los gentiles, imitaron sus costumbres, adoraron
sus ídolos, inmolaron a los demonios sus hijos y sus hijas, se mancharon
con sus acciones, se prostituyeron con sus maldades. La ira del Señor se
encendió contra su pueblo y aborreció su heredad. Mas, ¡cuántas veces los
libró! Sin embargo, ellos, obstinados en su actitud, perecían por sus
culpas... Pero la misericordia del Señor no tiene límites. Por muchas y
graves que sean las prevaricaciones del pecador, el Señor, siempre
compasivo y lleno de inmensa bondad, lo quiere rehabilitar y llenarlo de
sus dones y gracias. Así en el Antiguo Testamento, en el Nuevo y en la vida
de la Iglesia.
Años pares
–Ezequiel 24,15-24:
El profeta sirve de modelo. A la muerte de su esposa el profeta
recibe del Señor la orden de no manifestar duelo. El pueblo debe imitarlo
ante la ruina de la ciudad. Es inútil cualquier lamento. Todo será
destruido, incluso el templo, lo más estimado para el israelita, y todo por
su infidelidad. Dios exige a su pueblo la fidelidad de la Alianza que Él
renueva libremente. Si Abrahán y Moisés son modelos de fidelidad, Israel en
su conjunto imita la infidelidad de la generación del desierto. Y donde no
se es fiel a Dios, desaparece la fidelidad para con los hombres, y entonces
no se puede contar con nadie. Esta corrupción no es propia de Israel.
Existe siempre, incluso entre nosotros los cristianos. Es una lección
grande la que se nos ofrece en esta lectura.
Israel, escogido por Dios para
ser su testigo, permaneció ciego y sordo.
–Como Salmo responsorial se han
escogido algunos versos de Deuteronomio 32: «Despierta a la
Roca que te engendró... Olvidaste a tu Dios... Lo vio el Señor e, irritado,
rechazó a sus hijos y a sus hijas... Son una generación desagradecida, unos
hijos desleales... Me han irritado con ídolos vacíos...». La idolatría no
es una actitud superada de una vez para siempre, sino que renace bajo
diferentes formas: como luego cesa de servir al Señor, se convierte uno en
esclavo de las realidades creadas: dinero, voluntad de dominar al prójimo,
ansias de poder, placer, envidia y odio... Todo esto conduce a la muerte,
mientras que el fruto del Espíritu es vida. Tras estos vicios que son la
idolatría se esconden un desconocimiento del Dios único, el único que
merece nuestra confianza.
–Mateo 19,16-22: Si quieres llegar hasta el final, vende lo
que tienes, así tendrás un tesoro en el cielo. No hay otro camino para
la vida eterna que la observancia de los mandamientos de Dios. Mas quien
desee ser perfecto y obtener la plenitud de la felicidad, ha de renunciar a
sus bienes en favor de los pobres y seguir al Maestro. Comenta San Agustín:
«El Señor no quiso llamar vida
a la que han de tener los impíos, aunque hayan de vivir en el fuego una
vida sin fin, para que la pena sea también sin fin... A ésta no quiso
llamarla vida y sí a la que es feliz y eterna. De aquí que al preguntar
aquel rico al Señor, “¿qué he de hacer de bueno para alcanzar la vida
eterna?”, el mismo Señor a ninguna otra llama vida sino a la feliz. Pues
también los impíos la tendrán eterna, pero no feliz, puesto que estará
llena de tormentos... Pero, cuando le respondió aludiendo a los
mandamientos ¿qué dijo? “Si quieres llegar a la vida”. No le habló más que
de la vida feliz, puesto que de la desdichada ni siquiera se la ha de
llamar vida.
«Por tanto, vida, la que es
digna de ser llamada por este nombre, no es más que la feliz. Y no será
feliz si no es eterna. Esta verdad y esta vida es la que quieren, la que
queremos todos. Pero, ¿por dónde se va a tan gran posesión, a tan gran
felicidad? Los filósofos inventaron las vías del error... Les quedó oculto
el camino, porque Dios resiste a los soberbios. Nos estaría oculto también
si no hubiera venido a nosotros. Por esto dijo el Señor: “Yo soy el
Camino”. ¡Viandante perezoso!, puesto que no quieres venir al camino, vino
el Camino a ti. Buscabas por dónde ir: “Yo soy La Verdad y la Vida”. No te
extraviarás si vas a Él por Él» (Sermón 150,10).
MARTES
Años impares
–Jueces 6,11-24: Gedeón,
salva a Israel ¡Yo te envío! No obstante la humildad de su origen fue
llamado para salvar a Israel de la opresión. Una vez más el Señor viene en
ayuda de su pueblo. La paz es deseada y el ángel del Señor se la da: «no
morirá». La paz es uno de los mayores dones deseados en el Antiguo
Testamento. Se promete al pueblo de Israel como recompensa a su fidelidad
(Lev 26,6) y aparece como una obra de Dios. Gedeón levantó un altar al
Señor y le puso el nombre «Señor-de-la-paz». Pero el verdadero don de la
paz vendrá a la tierra con la venida del Mesías (Is 11,6-9). No se trata de
una paz externa, sino también interna, realizada por la redención de
Jesucristo. San Beda escribe:
«La verdadera, la única paz
para las almas en este mundo consiste en estar llenos del amor de Dios y
animados de la esperanza del cielo, hasta el punto de considerar poca cosa
los éxitos o reveses del mundo... Se equivoca quien se figura que podrá
encontrar la paz en el disfrute de los bienes de este mundo y en las
riquezas. Las frecuentes turbaciones de aquí abajo y el fin de este mundo
deberían convencer a ese hombre de que ha construido sobre arena los
fundamentos de la paz» (Homilía 12 en la Vigilia de Pentecostés).
Y San Gregorio Nacianceno:
«La paz es un nombre y una cosa
sabrosa, que sabemos proviene de Dios, según dice el Apóstol a los
filipenses: “la paz de Dios”; y que es de Dios lo muestra también cuando
dice a los efesios: “Él es nuestra paz”. La paz es un bien recomendado a
todos, pero observado por pocos. ¿Cuál es la causa de ello? Quizá el deseo
de dominio, o de ambición, o de envidia, o de aborrecimiento del prójimo, o
de alguna otra cosa, que vemos en quienes desconocen al Señor. La paz
procede de Dios, que es quien todo lo une. La transmite a los ángeles... y
se extiende también a todas las criaturas que verdaderamente la desean» (Sermón
3,4).
San León Magno dice a su vez:
«Esta paz no se logra ni con
los lazos de la más íntima amistad, ni con una profunda semejanza de
espíritu, si todo ello no está fundamentado en una total comunión de
nuestra voluntad con la voluntad de Dios. Una amistad fundada en deseos pecaminosos,
en pactos que arrancan de la injusticia y en el acuerdo que parte de los
vicios nada tiene que ver con el logro de esa paz» (Sermón 95).
–El Salmo 84
invita a lo mismo: «El Señor anuncia la paz a su pueblo y a sus
amigos y a los que se convierten de corazón. La misericordia y la fidelidad
se encuentran, la justicia y la paz se besan».
Años pares
–Ezequiel 28,1-10:
Eres hombre y no Dios. Ezequiel anuncia la caída del rey de Tiro
que, orgulloso, se equipara con Dios.
Donde hay un soberbio, todo acaba
influido por la soberbia. Exigirá un trato especial, como si fuera un dios,
se cree distinto de los demás. La Biblia nos asegura muchas veces que la
soberbia solo ocasiona contiendas, que altivas frentes de los hombres serán
abatidas, que Yahvé asola la casa del soberbio y que la soberbia es odiosa
al Señor... Los santos Padres, como Casiano, insisten en lo mismo:
«No existe ninguna pasión como
la soberbia, capaz de aniquilar las virtudes y despojar al hombre de toda
justicia y santidad. Al modo de una enfermedad contagiosa que afecta a todo
el organismo, y no se contenta con debilitar un solo miembro, sino que
corrompe el cuerpo entero, así esta pasión derriba a aquellos que están ya
firmes en la cima de la virtud para deshacerse de ellos» (Instituciones
12).
«Hay dos clases de orgullo: el
primero es carnal, el segundo espiritual. Éste es más peligroso, por cuanto
inquieta más especialmente a los que han progresado en alguna virtud» (Colaciones
5).
Y San Gregorio Magno:
«Es la reina suprema de todo el
ejército de los vicios. Aunque puede decirse que la soberbia es la madre y
la raíz de todos los vicios y pecados, hay tres de los que es de una manera
específica: la vanagloria, la ambición y la presunción» (Homilía 31
sobre los Evangelios).
–Como Salmo responsorial se ha
escogido también Deuteronomio 32: «Yo doy la muerte y la
vida. Yo pensaba: Voy a dispersarlos y a borrar su memoria entre los
hombres: Pero, no; que temo la jactancia del enemigo y la mala
interpretación del adversario... Son una nación que ha perdido el
juicio»... Pero el Señor se compadeció, como tantas veces lo hemos visto ya
en la Historia de la Salvación: «Porque el Señor defenderá a su pueblo y
tendrá compasión de sus siervos».
–Mateo 19,23-30: Dificultad
del apego a las riquezas para entrar en el reino de los cielos. Comenta
San Agustín:
«Los premios celestiales no se
prometen solamente a los mártires, sino también a quienes siguen a Cristo
con fe íntegra y perfecto amor. Estos serán honrados entre los mártires.
Así lo promete la Verdad cuando dice: ‘‘todo el que deja casa o campos, o
padres, o hermanos...’’ (Mt 19,29). ¿Qué puede hacer el hombre más glorioso
que vender sus bienes y comprar a Cristo, ofrecerle a Dios un obsequio
grato en extremo: la fuerza incontaminada de un alma y la alabanza íntegra
de la devoción; acompañar a Cristo cuando venga a tomar venganza de sus
enemigos, sentarse a su lado cuando ocupe su trono para juzgar; ser
coherederos con Cristo, igual a los ángeles y gozarse de la posesión del
reino celeste con los patriarcas, los apóstoles y los profetas? ¿Qué
persecución puede vencer, qué tormentos pueden superar esos pensamientos?
«Un alma resistente, fuerte,
estable y fundamentada en consideraciones religiosas se mantiene firme
contra todos los terrores del diablo y contra las amenazas del mundo. La fe
en los bienes futuros, cierta y bien cimentada, le da fuerza. La
persecución cierra sus ojos, pero se abre al cielo» (Sermón 303,2).
Y San Jerónimo:
«Así pues,
los que por la fe en Cristo y la predicación del Evangelio hubieran
despreciado todo otro afecto y las riquezas y placeres del mundo, recibirán
el céntuplo y poseerán la vida eterna. Con ocasión de esta frase algunos
introducen un período de mil años después de la resurrección [error del
milenarismo o quiliasmo]. Entonces, dicen, nos será devuelto el céntuplo de
todas las cosas que hemos dejado y la vida eterna.
«Ellos no comprenden que si
respecto a las otras cosas la promesa es decente, en lo que se refiere a
las esposas aparece claramente su deshonestidad, porque el que hubiera
dejado una por el Señor, recibirían cien en la vida futura. El sentido,
entonces, es éste: “El que ha dejado por el Salvador los bienes carnales,
recibirá los espirituales”; comparando el valor de unos y otros es como si
un número pequeño se compara a cien. Por eso dice también el Apóstol que
había dejado solamente una casa y un pequeño campo en una provincia: “Como
quien no tiene nada aunque lo poseemos todo” (2 Cor 6,10)» (Comentario
al Evangelio de Mateo 19,29).
MIÉRCOLES
Años impares
–Jueces 9,6-15: El
Señor es nuestro Rey. La fábula de Yotán constituye un aviso contra el
régimen de la monarquía. En realidad Dios es el verdadero Rey de Israel.
Por el contrario, no pocas veces los gobernantes humanos, en lugar de buscar
el bien común del pueblo, buscan sus propias ventajas.
–Adecuadamente el Salmo
20 canta ahora: «Señor, el rey se alegra por tu fuerza. ¡Y cuánto
goza con tu victoria! Le has concedido el deseo de su corazón, no le has
negado lo que pedían sus labios. Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino. Te pidió vida, y se la
has concedido, años que se prolongan sin término. Tu victoria ha
engrandecido su fama, lo has vestido de honor y de majestad. Le concedes bendiciones
incesantes, lo colmas de gozo en tu presencia».
En realidad el Salmo habla de
Cristo, cuyo reino no tendrá fin. Bellamente expone esto San Ambrosio:
«Todo lo tenemos en Cristo; todo
es Cristo para nosotros. Si quieres curar tus heridas, Él es médico; si
estás ardiendo de fiebre, Él es manantial; si estás oprimido por la
iniquidad, Él es justicia; si tienes necesidad de ayuda, Él es fuerza; si
temes la muerte, Él es Vida. Si deseas el cielo, Él es el Camino. Si
refugio de las tinieblas, Él es Luz. Si buscas manjar, Él es alimento» (Sobre
la virginidad 16,99).
Y San Jerónimo:
«El Señor viene con fortaleza y
en su mano tiene el Reino, la potestad y el imperio» (Comentario al
Evangelio de Mateo 3,19).
San Hipólito escribe:
«¿Qué es el advenimiento de
Cristo? La liberación de la esclavitud, el principio de la libertad, el
honor de la adopción filial, la fuente de la remisión de los pecados y la
vida verdaderamente in-mortal para todos» (Homilía de Pascua).
San Agustín comenta:
«Cristo no era Rey de Israel
para imponer tributos, ni para tomar ejércitos armados y guerrear
visiblemente contra sus enemigos. Era Rey de Israel para gobernar las
almas, para dar consejos de vida eterna, para conducir al Reino de los
cielos a quienes estaban llenos de fe, de esperanza y de amor» (Tratado
sobre el Evangelio de San Juan 51,4).
San Cirilo de Alejandría:
«Posee Cristo la soberanía de
todas las criaturas, no arrancada por fuerza, ni quitada por nadie, sino en
virtud de su misma esencia y naturaleza» (Comentario al Evangelio de San
Lucas 10).
Años pares
–Ezequiel 34,1-11:
Libraré a mis ovejas de sus fauces. Los habitantes de Judá fueron
gobernados por pérfidos monarcas y luego fueron víctimas de los explotadores.
El profeta augura el advenimiento de un nuevo Pastor, según el Corazón de
Dios. Cristo se llamó a Sí mismo Pastor, pues vino a buscar y a salvar a
las ovejas. San Agustín comenta:
«Se acusa a los pastores que se
apacientan a sí mismos en vez de a las ovejas, por lo que buscan y lo que
descuidan. ¿Qué es lo que buscan? Os coméis su enjundia, os vestís con su
lana... Después de haber hablado el Señor de lo que estos pastores aman,
habla de lo que desprecian. Son muchos los defectos de las ovejas, y las
ovejas sanas y gordas son muy pocas, es decir, las que se hallan
robustecidas con el alimento de la verdad, alimentándose de los buenos
pastos por gracia de Dios.
«Pues bien, aquellos malos
pastores no las apacientan. No les basta con no curar a las débiles y enfermas, con no cuidarse
de las errantes y perdidas. Tampoco hacen todo lo posible por acabar con
las vigorosas y cebadas... Los pastores pueden gloriarse, pero el que se
gloría que se gloríe del Señor. Esto es hacer que Cristo sea el Pastor,
esto es apacentar para Cristo, esto es apacentar en Cristo, y no tratar de
apacentarse a sí mismo, al margen de Cristo» (Sermón 46, sobre los
pastores).
–El Salmo 22 nos
ayuda a meditar la lectura anterior : «El Señor es mi Pastor, nada me puede
faltar, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes
tranquilas y repara mis fuerzas, me guía por el sendero justo, marcha
conmigo, su cayado me sosiega, prepara una mesa ante mí, me unge con
perfume, su bondad y su misericordia me acompañan». Cristo es el Buen
Pastor, al cual han de imitar todos los pastores en la Iglesia. Cristo no
solo dio su vida por las ovejas, sino que se hizo su alimento, su pasto: la
Sagrada Eucaristía.
–Mateo 20,1,16: ¿Vas
a tener envidia porque yo soy bueno? El salario concedido por Dios es
un don gratuito y libre de su misericordia, como lo muestra la parábola del
dueño de la viña que buscó operarios para que la cultivasen. El pacto
establecido es un signo de la alianza entre Dios y el hombre. Don inmenso
de Dios. San Jerónimo escribe:
«Considera al mismo tiempo que
no advierten que la injusticia de la cual acusan unánimemente al padre de
familia con respecto a los obreros de la hora undécima, se da también
respecto a ellos mismos. Si el padre de familia es injusto, no lo es con
respecto de uno solo sino de todos, porque el obrero de la tercera hora no
trabajó lo mismo que el que fue enviado a la viña a la primera hora; del mismo modo, el
obrero de la hora sexta trabajó menos que el de la tercera y el de la hora
novena menos que el de la hora sexta.
«Así todos los que fueron
llamados antes envidian a los gentiles y se retuercen por la gracia del
Evangelio. Por eso el Salvador concluye la parábola diciendo: Los primeros
serán los últimos y los últimos serán los primeros, porque los judíos, de
cabeza que eran, se convirtieron en cola y nosotros pasamos de ser cola a
ser cabeza» (Comentario al Evangelio de Mateo, 20,12).
JUEVES
Años impares
–Jueces 11,29-35:
Concepto elemental de valores religiosos y morales que se irán perfeccionando
poco a poco. Una gran lección de esta lectura: no hacer juramentos sin
motivos suficientes y preferir una persona a todos los motivos
sacralizantes. Voto y victoria del juez Jefté, que sacrificó a su hija.
–Reza el Salmo 39:
«Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los
idólatras que se extravían con engaños. Tú no quieres sacrificios ni
ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio
entonces yo digo: Aquí estoy –como está escrito en el libro– para hacer tu
voluntad. Dios mío lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. He proclamado
tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, Tú lo
sabes».
El autor de la Carta a los
hebreos pone en boca de Cristo algunos versos de este Salmo. Toda la vida
de Cristo fue una identificación perfecta de su voluntad con la de su Padre
(Lc 22,42), hasta tal punto que pudo afirmar que su alimento era hacer la
voluntad de su Padre (Jn 4,34). Por eso insistía el Apóstol San Juan en que
los discípulos de Jesús hicieran siempre lo que es agradable al Padre (1 Jn
3,22). Ésa es la verdadera religión.
Cristo ha cumplido el
sacrificio total e interior de la propia voluntad al Padre, en la sumisión
y obediencia que manifestó desde la Encarnación hasta su inmolación en la
cruz.
El sacrificio en espíritu y en
verdad que la Iglesia realiza en unión con Cristo en su liturgia es, al
mismo tiempo, fuente y fruto de la Redención.
«Dichoso el hombre que ha
puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras que se
extravían con engaños. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio
me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio entonces yo digo: Aquí
estoy –como está escrito en el libro– para hacer tu voluntad...».
Años pares
–Ezequiel 36,23-28:
Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo. El
destierro es el castigo por los pecados de Israel. Con todo y en razón de
la ruina del pueblo de Dios, el nombre del Señor fue profanado entre los
gentiles. Por consiguiente, el honor divino exige una acción favorable
respecto a su pueblo. El retorno de los exiliados será lo que hará brillar
el poder divino ante los ojos de todas las naciones. Se prevé la economía
de la salvación realizada por Cristo. San Jerónimo dice:
«Oigamos a Ezequiel, hijo del
hombre que anticipadamente habla del poder de quien había de ser Hijo del
Hombre: “Yo os tomaré de entre todas las naciones y os rociaré con agua
limpia y quedaréis limpios de todas vuestras impurezas, y os daré un
corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ez 36,24-26). Os limpiaré, dice, de
todas vuestras impurezas. En todas no se omite ninguna. Si las impurezas se
limpian, ¡con cuánta más razón la pureza seguirá sin mancilla! Os daré un
corazón nuevo y un espíritu nuevo; porque en Cristo Jesús lo que vale es la
nueva creación (Gal 6,15). Por eso cantamos un cantar nuevo, y abandonando
al hombre viejo no caminamos ya en la caducidad de la letra, sino en la
novedad del espíritu. Esta es la piedra nueva, en que está inscrito el
nombre nuevo que nadie sabe leer sino el que lo recibe (Ap 2,17)» (Carta
68,7, a Océano).
–El Salmo 50
canta de nuevo la misericordia del Señor, al que le pedimos: «Oh Dios, crea
en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme... mi
sacrificio es un espíritu quebrantado, pues Tú no desprecias un corazón
quebrantado y humillado».
Con la purificación de la
culpa, el pecador renueva la petición de la purificación interior y crea en
él un corazón puro (Ez 36,25ss) y un espíritu generoso para poder
perseverar en el bien.
La humanidad pecadora, guiada
por Cristo, encuentra el camino para pasar de la esclavitud del mal a una
vida renovada, obteniendo la infusión del Espíritu Santo y un corazón puro
santificado por la gracia divina para ofrecerse ella misma como sacrificio
viviente, santo y agradable a Dios (cf. Rom 12,1).
–Mateo 22,1-14: Invitación
a la boda. Imagen privilegiada para expresar la felicidad del Reino de
los cielos. Oigamos a San Agustín:
«El mismo Señor que nos propuso
esta parábola, el esposo que llama al banquete y da vida a los invitados,
Él mismo nos indicó que aquel hombre no simboliza a un personaje, sino a
muchos... Muchos son los llamados y pocos los escogidos... Los muchos
estaban simbolizados en aquella única persona, porque ella está en lugar
del único cuerpo que comprenden los malos, los que no tienen el vestido
nupcial. ¿Qué cosa es el vestido nupcial? Sin duda se trata de algo que no
tienen en común los buenos y los malos. No el ser hombres y no bestias; no
el recibir la luz y las lluvias... Todo esto es común a buenos y malos...
Si no tengo caridad de nada me sirve (1
Cor 13, 1-3). He aquí el vestido nupcial; vestíos con él, ¡oh
comensales! para estar sentados con tranquilidad» (Sermón 96,4ss).
VIERNES
Años impares
–Rut 1,1.3-6.14-16.22:
La extranjera Rut, nuera de Noemí de Belén, se queda junto a ésta al
morir su esposo y permanece fiel a la familia judía. Así se convertirá
en antecesora del rey David y del Mesías. Es admirable la elección de Dios
con respecto a la Historia de la Salvación y, en definitiva a la venida del
Mesías. Se rompen siempre los moldes humanos. Es Dios quien dirige la
historia, incluso en el ejercicio de la libertad humana. Ya lo hemos dicho:
no Eliezer, sino Abrahán, no Esaú sino Jacob, no Rubén sino Judá, no Saúl, sino
David.
–El Salmo 145
ofrece grandes motivos para la alabanza divina: «Dichoso al que
auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor, su Dios que hizo el
cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él, que mantiene su fidelidad
perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos... El Señor ama a los justos, el Señor guarda a los
peregrinos. Sustenta al huérfano y a la viuda.. El Señor reina
eternamente»... Como puede verse se trata de llevar una vida totalmente entregada
a la alabanza de Dios, una vida que sea sinónimo de alabanza de Dios,
nacida del amor. Por eso decía San Juan de la Cruz: «Mi alma se ha empleado
/ y todo mi caudal en su servicio. / Ya no guardo ganado, / ni ya tengo
otro oficio; / que ya solo en amar es mi ejercicio».
Tenemos motivos para este
ejercicio perenne del amor, pues contemplamos las obras que Dios ha
manifestado en Cristo y por eso la Iglesia invita a los pueblos a alabar al
Señor, que es grande, que es poderoso, que ha hecho grandes maravillas con
la redención. Con razón se ha escrito que Cristo es la revelación del
Corazón de Dios lleno de Amor.
Años pares
–Ezequiel 37,1-14:
El Espíritu del Señor vivifica todo. Visión de los huesos que
vuelven a la vida: profecía sobre el resurgir del pueblo de Dios. Habrá una
nueva restauración nacional comparable a una nueva creación animada por el
Espíritu de Dios a través del profeta. Comenta Orígenes:
«Grande es el misterio de la
resurrección y difícil de contemplar para la mayoría de nosotros. Pero la
Escritura lo afirma en muchos lugares, especialmente en aquellas palabras
de Ezequiel: Profetiza sobre estos huesos y diles: Vosotros huesos secos,
oíd la palabra del Señor... Cuando vengan la auténtica resurrección del
verdadero y perfecto cuerpo de Cristo, los que ahora son miembros de Cristo
y entonces serán huesos secos, serán reunidos hueso a hueso y articulación
a articulación; y ninguno que no esté articulado podrá entrar a formar
parte del hombre perfecto que tiene las proporciones de la edad perfecta
del cuerpo de Cristo (Ef 4,13). Entonces una multitud de miembros formará
un solo cuerpo, en cuanto que todos los miembros, aunque sean muchos,
entrarán a formar parte de un solo cuerpo» (Comentario al Evangelio de
San Juan 10,228ss).
–Con el Salmo 106
decimos: «Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia, que lo
confiesen los redimidos por el Señor, los que rescató de la mano del
enemigo, los que reunió de todos los países: Norte, Sur, Oriente y
Occidente..., se les iba agotando la vida, pero gritaron al Señor en su
angustia y los arrancó de la tribulación»... Toda la vida cristiana debe
ser una constante acción de gracias, una eucaristía, cantada y
vivida para gloria de Dios. La Eucaristía no solo es el centro de la vida
cristiana, sino que en ella se hace palpable la misericordia del Señor que
eleva al hombre a una resurrección constante para identificarse con Cristo.
El mundo sobrenatural de la gracia y de la vida eterna se presenta en la
Biblia como una segunda creación y un retorno a la felicidad del paraíso.
–Mateo 22,34-40: Amarás
al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo. Síntesis de toda la
religión cristiana: el amor. San Agustín ha comentado este pasaje
evangélico muchas veces:
«¿Qué nos ha prometido Dios? Hermanos
míos, ¿qué he decir que sea deseable para nosotros? ¿Qué puedo decir? ¿Es
oro? ¿Es plata? ¿Son posesiones? ¿Son honores? ¿Es algo de lo que conocemos
en la tierra? Si es así, es algo despreciable. Lo que ni el ojo vio, ni el
oído oyó, ni subió nunca al corazón del hombre es lo que ha preparado Dios
a los que le aman (1 Cor 2,9). En pocas palabras voy a decirlo: no sus
promesas, sino Él mismo.
«Quien lo hizo todo es mayor
que todo; quien dio forma a todo es más hermoso que todo, quien dio fuerza
a todo es más poderoso que todo. Así, pues, en comparación con Dios, nada
es cualquier cosa que amemos en la tierra. Es poca cosa, es nada eso que
amamos; nosotros mismos nada somos. El mismo amante debe sentirse vil en
comparación de lo que debe amar. No es otra cosa que aquella caridad que
debe brotar de todo el corazón, de todo el alma, de toda la mente. Pero
añadió: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se
compendian la ley y los profetas (Mt 22,37.39.40), de forma que si amas al
Señor, sabes que te amas a ti mismo, si en verdad amas al Señor. Si, por el
contrario, no amas a Dios, ni siquiera a ti mismo te amas. Cuando aprendas
a amarte a ti mismo amando a Dios, arrastra al prójimo hacia Dios para que
juntos disfrutéis del bien, del gran bien, que es Dios» (Sermón 301,A,6).
SÁBADO
Años impares
–Rut 2,1-3.8-11; 4.13-17:
Tu hijo te ha dado quien responda por ti. Su hijo será el abuelo de
David. En Israel, las promesas son la clave de la Historia de la salvación,
que es el cumplimiento de las profecías y de los juramentos de Dios. Estos
juramentos hacen irrevocables los dones de Dios. Las infidelidades de
Israel ocasionan a veces restricciones de estas promesas, pero las promesas
mismas serán mantenidas, gracias a un resto, a un Hijo del Hombre (Dan 7,13ss).
El judaísmo subrayará por un
lado la confianza en las promesas, y por otro su carácter de recompensa:
con la obediencia a los mandamientos hay que merecer la herencia prometida.
El cristianismo, por el contrario, verá en ellas la pura iniciativa de
Dios, el don prometido a todos los que creen. Por eso San Pablo, preocupado
por mostrar que la base de la vida cristiana es la fe, se ve llevado a
mostrar que la esencia de la Escritura y del designio de Dios consiste en
la promesa dirigida a Abrahán y cumplida en Jesucristo (Gal 3, 16-29). En
esto hay que situar la presencia de Rut, elegida por Dios a través de los
acontecimientos.
–El Salmo 127
está todo transfigurado por el amor familiar, tan en consonancia con la
lectura anterior. Pero esto hay que verlo como signo y figura del amor de
Dios a su pueblo y el amor del pueblo para con Dios, amor de cada uno por
su hermano. Todo se ve realizado en la Iglesia, Madre fecunda de todos sus
hijos por el bautismo, que nos prepara al festín eucarístico. San Agustín
exhortaba a sus diocesanos a cantar este Salmo como una revelación de
Cristo, en el cual, como en un solo hombre, viven todos los que temen al
Señor (Enarraciones en Sal 127,3.7). De Sí y de la Iglesia dice
Cristo: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos, el que permanece en Mí y
yo en él, dará mucho fruto» (Jn 15,5). «Ésta es la bendición del hombre que
teme al Señor: Dichoso el que sigue los caminos del Señor».
Años pares
–Ezequiel 43,1-7:
La gloria del Señor llena el templo. La plenitud de esto se alcanzó
en Cristo, verdadero templo de Dios. Es el signo de la presencia de Dios
entre los hombres. Pero se trata de un signo provisional, que en el Nuevo
Testamento será sustituido por un signo de otra índole: Cristo y su
Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, y en otro aspecto, del cristiano en
gracia: templo vivo de Dios (Jn 2,19.21ss). Es muy explícita la
doctrina de San Pablo (1 Cor 3,10-17; 2 Cor 6,16ss; Ef 2,20ss,
etc.).
–Con el Salmo 84
proclamamos que «la gloria de Dios habitará en nuestra tierra». La gloria
de Dios se considera acompañada de todos sus atributos: amor y verdad que
se entrelazan; justicia y paz que se besan; verdad, fidelidad y justicia
que miran desde el cielo; felicidad y abundancia de toda clase de bienes...
Todo esto y más aún se encuentran en el Templo que es Cristo, que es la
Iglesia, que son los cristianos en gracia: «Vendremos a él y haremos en él
nuestra morada».
–Mateo 23,1-12: No
hacen lo que dicen. En este pasaje evangélico Cristo arremete contra la
hipocresía de los responsables del judaísmo. Él enseña la humildad y el
servicio. San Agustín comenta:
«También a estos los toleró el
Apóstol; pero no les ordenó que fuesen así. También ellos hacen algo y son
instrumentos de bien. Buscan lo suyo, pero anuncian a Cristo. No te
preocupes de lo que busca el predicador; lo que anuncia, eso ten. No
mires ni te interese lo que él
pretende. Escucha la salvación de su boca y reténla aunque venga de sus
labios. No te constituyas juez de su corazón... Escucha solo la salvación
que predican. “Haced lo que dice”. Te da seguridad en tu obrar. ¿Y qué es
esto? ¿Obran mal? No hagáis lo que hacen (Mt 23,3). ¿Obran bien, es decir,
no saludan por el camino, no anuncian el Evangelio por oportunismo?
Imitadlos como ellos imitan a Cristo. ¿Es bueno el hombre que predica? Toma
la uva del racimo de la vid. ¿Es malo? Coge la uva, aunque prenda del seto
espinoso. El racimo es fruto del sarmiento, no de las espinas, aunque haya
crecido enredado entre ellas. Por lo tanto, cuando lo ves, si tienes
hambre, cógelo, con cuidado, no sea que al meter la mano para coger el
racimo te pinches con las espinas. Esto es lo que te digo: oye lo bueno y
no imites las malas costumbres» (Sermón 101,10).
Y San Jerónimo:
«¿Quién más manso, quién más
bueno que el Señor? Es tentado por los fariseos, sus trampas se rompen...,
y sin embargo, por respeto al sacerdocio, por la dignidad de su nombre,
exhorta al pueblo a sometérsele, en consideración no de sus obras sino de
su doctrina» (Comentario al Evangelio de Mateo 23,1-3).

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