SEMANA 11
DOMINGO
Entrada: «Escúchame, Señor, que te llamo. Tú eres mi
auxilio. No me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación».
Colecta (del Misal anterior, y antes de los
Sacramentarios Gelasiano y Gregoriano): «¡Oh Dios!, fuerza de los que en ti
esperan, escucha nuestras súplicas; y pues el hombre es frágil y sin ti
nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia para guardar tus mandamientos
y agradarte con nuestras acciones y deseos».
Ofrendas (del Misal anterior, retocada con textos del
Veronense): «Tú nos has dado, Señor, por medio de estos dones que te
presentamos, el alimento del cuerpo y el sacramento que renueva nuestro
espíritu; concédenos con bondad que siempre gocemos del auxilio de estos
dones».
Comunión: «Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar
en la casa del Señor por los días de mi vida» (Sal 26,4) ; o bien: «Padre
santo: guárdalos en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como
nosotros, dice el Señor» (Jn 17,11).
Postcomunión (del Misal anterior):
«Que esta comunión en tus misterios, Señor, expresión de nuestra unión
contigo, realice la unidad de tu Iglesia».
Ciclo A
Todos
constituimos un pueblo, que es el depositario de la gracia y de la obra de
Cristo. Y, por lo mismo, depositario de la salvación que los demás hombres
necesitan.
–Éxodo
19,2-6: Seréis para Mí un reino de sacerdotes y una nación santa.
Los Apóstoles son enviados, como lo había sido Moisés, para anunciar a los
hombres sin esperanza, que Dios quiere hacer de ellos, su pueblo, Israel,
pueblo sacerdotal, figura del nuevo pueblo de Dios. ¡Pueblo de reyes,
asamblea santa, pueblo sacerdotal! ¡Pueblo de Dios: bendice a tu Señor!
Son apelativos legítimos del pueblo de
Dios en el Antiguo Testamento y que pasan a la Iglesia, verdadero Pueblo de
Dios en el Nuevo Testamento.
Los
santos Padres han tratado muchas veces del sacerdocio común de los fieles.
En esta ocasión trasladamos aquí un texto de San Pedro Crisólogo:
«Hombre,
procura ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios. No desprecies lo
que el poder de Dios te ha dado y concedido. Revístete con la túnica de la
santidad; que la castidad sea tu ceñidor, que Cristo sea el casco de tu
cabeza, que la cruz defienda tu frente, que en tu pecho more el
conocimiento de los misterios de Dios, que tu oración arda continuamente,
como perfume de incienso; toma en tus manos la espada del Espíritu; haz de
tu corazón un altar y, así afianzado en Dios, presenta tu cuerpo al Señor
como sacrificio. Dios te pide fe, no desea tu muerte; tiene sed de tu
entrega, no de tu sangre; se aplaca, no con tu muerte, sino con tu buena
voluntad» (Sermón108).
–Por
eso cantamos en el Salmo 99: «nosotros somos tu pueblo y
ovejas de tu rebaño». Este Salmo nos lleva como de la mano al sacrificio
puro y santo de la Nueva Alianza en la sangre de Cristo. Este es el
verdadero sacrificio de expiación y de acción de gracias, la Eucaristía. En
él podemos pagar con creces nuestras ofensas al Padre, puesto que en él se
ofrece el Cuerpo y la Sangre de Cristo derramada por nuestros pecados.
Pero, además, el sacrificio admirable y todo santo de la Cruz se
reactualiza sacramentalmente en la Eucaristía, o Santa Misa. Y es el que
funda y constituye la Iglesia, como Cuerpo místico de Cristo y Pueblo de
Dios congregado. Nunca mejor dicho que en la Cruz, en la Eucaristía, «Él
nos hizo y somos ovejas de su rebaño», un pueblo santo, regio y sacerdotal.
–Romanos
5,6-11: Si fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su
Hijo, con cuanta más razón seremos salvados por su vida. San Efrén
dice:
«Nuestro
Señor fue dominado por la muerte, pero Él venció a la muerte, pasando por
ella como si fuera su camino. Se sometió a la muerte y la soportó
deliberadamente para acabar con la obstinada muerte. En efecto, nuestro
Señor salió cargado con la cruz, como deseaba la muerte; pero desde la cruz
gritó, llamando a los muertos a la resurrección, en contra de lo que la
muerte deseaba.
«La
muerte le mató gracias al cuerpo; pero Él, con las mismas armas, triunfó
sobre la muerte. La divinidad se ocultó bajo los velos de la humanidad;
sólo así, acabó con la muerte. La muerte destruyó la vida natural, pero
luego fue destruida, a su vez, por la vida sobrenatural.
«La
muerte, en efecto, no hubiera podido devorarle a Él si Él no hubiera tenido
un cuerpo, ni el abismo hubiera podido tragarle si Él no hubiera estado
revestido de un cuerpo, pero cuando hubo asumido el cuerpo, penetró en el
reino de la muerte, destruyó sus riquezas y desbarató sus tesoros» (Sermón
3 sobre Nuestro Señor).
–Mateo
9,36-10,8: Llamó a sus doce discípulos y los envió.
En el plan divino, Israel debía ser el que primero recibiera los beneficios
de la ofrenda mesiánica (cf. Rom 1,16). La misión está confinada al
territorio galileo. La autenticidad de su mensaje está garantizada con
milagros. Sus propósitos misioneros no han de ser oscurecidos y frustrados
por la ambición del dinero, ya que el poder de obrar milagros nada les ha
costado a los Apóstoles. Comenta San Juan Crisóstomo:
«Mirad
la grandeza del ministerio, mirad la dignidad de los apóstoles. No se les
manda que hablen de cosas sensibles, ni como hablaron antaño Moisés y los
profetas. Su predicación había de ser nueva y sorprendente. Moisés y los
profetas predicaban de la tierra y de los bienes de la tierra; los
apóstoles, del reino de los cielos y de cuanto a él atañe. Mas no sólo por
este respecto son los apóstoles superiores a Moisés y a los profetas, sino
también por su obediencia. Ellos no se arredran de su misión ni vacilan
como los antiguos... Ninguna gracia hacéis a los que os reciben, pues no
habéis recibido vuestros poderes como una paga ni como fruto de vuestro
trabajo. Todo es gracia mía. De este modo, pues, dad también vosotros a
aquéllos. Porque, por otra parte, tampoco es posible hallar precio digno de
lo que vuestros dones merecen» (Homilía 32,4,sobre San Mateo).
Ciclo B
En la
historia de la salvación los acontecimientos salvíficos evidencian la Voluntad
de Dios por encima de los proyectos y esperanzas humanos. Aquélla termina
siempre superando los planes y la capacidad limitada de los hombres.
–Ezequiel
17,22-24: Ensalcé un árbol humilde. El desastre del pueblo
de Dios, en los días de Nabucodonosor y de la cautividad babilónica, fue
resultado de una política, que confió más en los poderes humanos que en la
fidelidad a Dios. Tras la humillación saludable, la iniciativa divina
salvaría a su pueblo.
La
misión de los profetas, como centinelas de los intereses espirituales de su
pueblo, es situar en su debida proporción el alcance de los castigos de
Dios a su pueblo. En medio de todas las encrucijadas críticas de la
historia de Israel se cierne siempre la esperanza mesiánica, como norte de
vida nacional. Esta lectura hace relación con el Evangelio de hoy, sin el
cual no se la entiende. Una vez más se trata en la liturgia de la humildad
y de su eficacia en orden a la Iglesia. San León Magno elogia la humildad:
«Reconozca
la fe católica su nobleza en la humildad del Señor y encuentre su alegría
la Iglesia, Cuerpo de Cristo, en los misterios de su salvación... Mas para
curar las enfermedades, para dar vista a los ciegos, para resucitar a los
muertos, ¿qué hay más conveniente que curar las heridas del orgullo con los
remedios de la humildad? (Sermón 25,5).
–Con
el Salmo 91 proclamamos que «Es bueno dar gracias al Señor».
Los caminos de la providencia de Dios son, a veces, difíciles de
comprender; pero el hombre de fe sencilla y humilde como la de un niño,
podrá reconocer fácilmente que Dios va escribiendo en ellos la historia de
un Amor infinito y de una fidelidad sin límites: «El justo crecerá
como la palmera. Se alzará como cedro del Líbano; plantado en la casa del
Señor, crecerá en los atrios de nuestros Dios. En la vejez seguirá dando
fruto y estará lozano y frondoso; para proclamar que el Señor es justo, que
en mi Roca no existe la maldad» .
–2
Corintios 5,6-10: En destierro o en patria nos esforzamos en
agradar a Dios. La salvación definitiva del hombre no se debe a los
valores humanos, ni es fruto de éxitos espectaculares terrenos. Es obra de
Dios que nos la garantiza en Cristo y que habrá de juzgarnos por nuestra
fidelidad a Él. San Agustín dice que Cristo es el camino para nuestra
peregrinación:
«Mientras
dura la peregrinación en este cuerpo mortal, camináis en la fe. Cristo
Jesús, en su condición de hombre que se dignó tomar por nosotros, se ha
convertido en camino seguro para vosotros; Cristo Jesús a quien tendéis,
reservó, en efecto, gran dulzura para quienes le temen; quienes esperan en
Él tendrán acceso en plenitud a ella cuando hayamos recibido también en la
realidad lo que ahora hemos recibido en esperanza. Pues “somos hijos de
Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos; sabemos que, cuando se manifieste,
seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es” (1 Jn 3,2). Lo
mismo prometió en el Evangelio: “Quien me ama, dijo, guarda mis
mandamientos. Y quien me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me
mostraré a él” (Jn 14,21). Ciertamente le estaban viendo aquellos con
quienes hablaba, pero en la forma de siervo, en la que es menos que el
Padre. La primera la mostraba a quienes temían; la segunda la reservaba
para quienes esperaban en Él; en aquélla se manifestaba a los que iban de
viaje, a ésta llamaba a los que iban a habitar con Él; aquélla la mostraba
a los caminantes, ésta la prometía a los que llegasen a la meta» (Sermón
260,A,1).
–Marcos
4,26-34: Era la semilla más pequeña, pero se hace más alta que
las demás hortalizas. El estado glorioso del Reino futuro sucederá al
estado actual de humildad. Comenta San Jerónimo:
«Pienso
que las ramas del árbol del Evangelio, que crece del grano de mostaza, son
los dogmas diversos, en los que descansa cada una de las aves dichas.
Tomemos nosotros también alas de paloma para que, volando a las más altas,
podamos habitar en las ramas de este árbol y hacernos nidos de las
enseñanzas, huyendo de las cosas de la tierra y corriendo hacia las del
cielo» (Comentario al Evangelio de San Mateo).
El Reino
tiene en apariencia un comienzo humilde. Pero Cristo predice un notable
desarrollo del que la historia da testimonio. No la inmediatez ni la
espectacularidad. Sin embargo, no hay nadie que lo pare. Pasan los
perseguidores, los detractores, los cismáticos, los malos hijos, los
calumniadores. La Iglesia sigue creciendo por doquier y profundizando en
santidad. Es admirable la cantidad de procesos de beatificación y
canonización que hay en la Congregación para las Causas de los Santos y
sigue aumentando sin cesar.
Ciclo C
En
este Domingo se nos recuerda la necesidad que tenemos de conversión
permanente: penitencia por el pecado y nueva vida, propias de hijos de
Dios, regenerados por el sacrificio redentor del Señor Jesús.
También
nosotros somos pecadores ante Dios. Es menester reconocer humildemente
nuestros pecados, pero también responder al designio de Dios, que quiere
que rehagamos nuestras nuestras vidas por una penitencia eficaz y constante
y nos reintegremos al Amor que brota de su Corazón divino.
–2
Samuel 12,7-10.13: El Señor perdona tu pecado. No morirás.
Pecó David y, corregido por el profeta, confesó su pecado y se arrepintió:
«Ten piedad de mí, Señor, según tu gran misericordia». En un comentario
atribuido a San Agustín se dice:
«(Dios)
vio el corazón de David, cuando, recriminado y gravemente por el profeta,
después de las terribles amenazas de Dios, exclamó, diciendo: Pequé, y al
instante escuchó: El Señor ha borrado tu pecado... Tal es el valor de estas
dos sílabas: Pequé consta de dos sílabas, pero mediante ellas subió al
cielo la llama del sacrificio del corazón. Así, pues, quien haga penitencia
en verdad y se vea libre de la atadura que le tenía sujeto y separado del
Cuerpo de Cristo, si después de haber hecho penitencia vive santamente, como
ya debía haber vivido antes, muera cuando muera después de la
reconciliación, se encamina hacia Dios, se encamina al descanso, no se verá
privado del Reino de Dios, y será separado de la compañía del diablo» (Sermón
393).
–Con
el Salmo 31 clamamos: «Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado».
Este salmo nos ofrece la alegría de la penitencia. El cristiano al
meditarlo ha de tener muy presente que si, mediante la penitencia sincera,
ha recuperado la paz y la alegría, eso se debe al sacrificio de Cristo en
la cruz. Todo este salmo es una exhortación a frecuentar el sacramento de
la penitencia con gran arrepentimiento y con verdadero dolor de corazón,
que conduce al hombre a la fuente del verdadero gozo, que sólo se encuentra
en la fidelidad a Dios.
–Gálatas
2,16.19-21: No soy yo; es Cristo quien vive en mí. San
Agustín comenta:
«Aprende
a orar como enemigo de ti mismo; mueran las enemistades. Tu enemigo es un
hombre. Hay dos nombres: hombre y enemigo. Viva el hombre y muera el
enemigo. ¿No te acuerdas cómo Cristo, el Señor, con la sola voz desde el
cielo, hirió, tiró por tierra y dio muerte a un enemigo, Saulo, acérrimo
perseguidor de sus miembros? No hay duda de que le dio muerte, pues murió
en su perseguidor y se levantó convertido en predicador. Murió; si no me crees
a mí, pregúntaselo a él. Escúchale y lee, oye su voz en la Carta a los
Gálatas: “vivo, pero ya no soy yo quien vive” (2,20). Vivo, dice, pero ya
no soy yo. Luego él murió. ¿Y cómo hablaba? Vive en mí Cristo. En la medida
de tus fuerzas, ruega, pues, que muera tu enemigo, pero considera en qué
forma. Si muriese sin que su alma abandone el cuerpo, tan sólo perdiste a
un enemigo y a la vez conseguiste un amigo. Por tanto, que vuestra oración
no sea para pedir la muerte corporal de vuestros enemigos» (Sermón 105,A).
La ley
divina denuncia nuestros pecados; pero no tiene capacidad para
regenerarnos. Esto sólo ha sido posible por el sacrificio redentor de
Cristo, que nos da la posibilidad de una vida nueva.
–Lucas
7,36-8,3 : Sus muchos pecados están perdonados porque tiene
mucho amor . Dejemos a un lado la identidad de la persona; son muchas
las opiniones que han dado los Santos Padres. Jesús declara que sus pecados
han sido perdonados y el amor que ella siente en agradecimiento es
manifestado a Jesús. De todos modos es evidente que ella trata a Jesús como
Dios, pues sólo Dios puede perdonar los pecados. San Ambrosio nos exhorta:
«Tú
también, si quieres la gracia aumenta el amor; derrama sobre el cuerpo de
Jesús la fe en la resurrección, el olor de la Iglesia, el perfume del amor
para la comunidad; y mediante tal progreso tú darás al pobre. Este dinero
te será más útil si, en lugar de dar de tu abundancia, prodigas en nombre
de Cristo lo que te hubiera servido, si lo das a los pobres como una
ofrenda a Cristo» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VI
,29).
LUNES
Años impares
–2
Corintios 6,1-10: Damos prueba de que somos servidores de Dios.
Exhorta San Pablo a los fieles para que den acogida a la gracia de Dios en el
tiempo favorable, vaticinado por los profetas. Luego manifiesta que él
siempre ha procedido como ministro de Dios en medio de numerosas
dificultades de su vida apostólica. San Agustín también explica este pasaje
de San Pablo:
«¿Qué
significa que unos lleven las cargas de los otros? Lleve el carnal la carga
de otro hombre carnal y el espiritual las de otro espiritual. Llevad
mutuamente unos los pecados de los otros, es decir, no os desentendáis
recíprocamente de vuestros pecados. Argüid a aquellos con quienes tenéis
confianza; amonestad a los demás, si tenéis confianza para argüirlos; y, si
es necesario, para que nadie peque, orad, rogad. ¿O acaso os he humillado
al decir rogad? Escuchad al Apóstol: “al mandároslo, dijo, rogamos
también para que no recibáis en vano la gracia de Dios” (2 Cor 6,1)» (Sermón
163,B,4).
En
otro lugar dice: «No tener nada superfluo, nada que sea una carga, nada que
ate, nada que sea un impedimento. En efecto, también ahora se cumple más
auténticamente en los siervos de Dios aquello: “como quien nada tiene
y todo lo posee” (2 Cor 6, 10). No tengan nada a lo que puedan llamar tuyo
y todo será tuyo; si te adhieres a una parte, pierdes la totalidad, pues lo
suficiente es lo mismo, venga de la riqueza o de la pobreza» (Sermón
350,A,4).
–Con
el Salmo 97 decimos: «El Señor da a conocer su
victoria... revela a las naciones su justicia; se acordó de su misericordia
y su fidelidad». Dice San Roberto Belarmino:
«Las
maravillas de la bondad y fidelidad divinas llegaron a una realización
impensable para la mente humana, con la encarnación y nacimiento del Hijo
de Dios, Cristo, nuestro Salvador. Este Rey mesiánico vino a ganar la
batalla de la salvación del mundo; pero expulsó al enemigo no con armas o
fuerzas corporales, sino con el amor, la humildad, la paciencia y con el
mérito de su vida santísima y con su sangre preciosa derramada por amor» (Sermón
3,2)
Años pares
–1
Reyes 21,1-14: Nabot muerto apedreado. La perfidia de los
hombres hace estragos en la humanidad y consuma todas las maldades.
«Vio
Dios cuanto había hecho y era muy bueno» (Gén 1,31). La oposición entre el
bien y el mal plantea al creyente de nuestros días un serio problema, para
el que la Biblia misma nos ofrece elementos de solución: ¿De dónde viene el
mal en este mundo creado bueno?, ¿Cuándo y cómo se le vencerá? La bondad de
las criaturas se mide en relación con el Dios Creador, único que da a las
cosas su bondad.
Pero
la bondad del hombre constituye un caso particular. Depende en parte de él
mismo. Dios le concedió un gran don: la potestad de elegir. Si rechaza el
mal y hace el bien, observando la ley de Dios y conformándose con su
voluntad, será bueno y agradará a Dios; de lo contrario, será malo y lo
desagradará. Su elección determinará su calificación moral y, consiguientemente,
su destino. El primer hombre y la primera mujer escogieron el mal. Buscaron
su bien en las criaturas, pero fuera de la voluntad de Dios. Fueron
castigados. Esto se plantea en todo hombre, más aún con las consecuencias
del pecado original. Pero vino Cristo y nos dio su gracia para vencer el
mal. Escogiendo el cristiano vivir con Cristo, se desolidariza de la opción
de Adán.
–El
cristiano ora a Dios para que atienda sus gemidos ante el mal que le acosa,
como pedimos en el Salmo 5. El cristiano ha de salir cada
mañana para librar la lucha diaria en un mundo «instalado en el mal» (Jn
5,19). Nada mejor que acudir a Dios, a la intimidad de su presencia, para
emprender con alegría la nueva jornada: «Señor, escucha mis palabras,
atiende a mis gemidos, haz caso de mis gritos de socorro, Rey mío y Dios
mío. Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni el malvado es tu huésped, ni
el arrogante se mantiene en tu presencia. Detestas a los malhechores,
destruyes a los mentirosos...»
Todo
pecado es una falta de fe, porque ciega al hombre para que no vea la
profunda realidad de las cosas, que son tal y como Dios las ve. Es una
falta de amor, porque el hombre no se acepta en esa esencial correlación
amorosa con Dios Creador y con los demás hombres. Es un orgullo que trata de
romper los diques que limitan su libertad. Es una autodestrucción.
–Mateo
5,38-42: Yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. No
hay que devolver mal por mal, sino bendecir. Existía la ley del talión: ojo
por ojo y diente por diente. Cristo que habla de nuevo al alma de cada
cristiano, subordina la justicia estricta a la caridad generosa. Su punto
de vista es aclarado con cuatro pequeños ejemplos. Mas hay que conceder un
margen al vigor del lenguaje. Comenta san Agustín:
«Da
algo a quien no tiene, puesto que también tú creces de algo. ¿Acaso tienes
la vida eterna? Da, pues, de lo que tienes para adquirir lo que no tienes.
Llama el mendigo a tu puerta: llama también tú a la puerta de tu Señor.
Dios hace contigo, su mendigo, lo que haces tú con el tuyo. Da, por tanto,
y se te dará; pero si no quieres dar. ¡Allá tú!... Veamos quien de nosotros
sufre mayor daño: yo que me veo defraudado en un bocado, o tú, que te verás
privado de la vida eterna; yo que soy castigado en el estómago, o tú, que
lo eres en la mente; por último, yo que ardo de hambre, o tú, que has de
ser entregado al fuego y llamas voraces. Ignoro si la soberbia del rico
podrá dar respuesta a estas palabras del pobre. “Da, dice el Señor, a todo
el que te pida” (Mt 5,42). Si a todos, cuánto más al necesitado y al
mísero, cuya flaqueza y palidez están mendigando, cuya lengua calla, a la
vez que piden limosna su suciedad y gemidos. Escúchame, oh rico, y sea de
tu agrado mi consejo. Redime tus pecados con la limosna... Da de aquello
que te hace ser admirado, llénate de cosas más admirables para llegar al
reino de los cielos» (Sermón 350,B).
MARTES
Años impares
–2
Corintios 8,1-9: Cristo se hizo pobre por vosotros. San
Pablo recomienda la generosidad de los fieles para con los necesitados. De este
modo imitarán a Cristo. San Agustín pone ese texto al comentar que los
invitados a la cena no quisieron venir, y dice:
«No
vinieron los ricos sanos, quienes creían que andaban bien y que tenían la
vista despierta, es decir, los que presumían mucho de sí y, por lo mismo,
casos más desesperados cuanto más soberbios. Vengan, pues, los mendigos, ya
que invita el que “siendo rico se hizo pobre por nosotros para que los
mendigos nos enriqueciéramos con su pobreza” (2 Cor 8,9). Vengan los
débiles, porque no necesitan del médico los sanos, sino los enfermos.
Vengan los cojos... Vengan los ciegos...» (Sermón 162,8).
Venimos
nosotros y somos servidos.
–Por
eso alabamos al Señor con el Salmo 145: «alaba, alma mía, al
Señor. Lo alabaré mientras viva»... Con ese Salmo se ponen de
manifiesto la grandeza y el poder real de Dios de tal manera, que, atraídos
por la misericordia, el poder y la bondad de Dios, se despeguen de los
atractivos ilusorios y engañosos de este mundo y pongan su esperanza sólo
en Dios. Este mensaje del Salmo es de perpetua utilidad. Cristo es nuestro
Modelo. Él llevó una vida entera pendiente de su Padre hasta el punto de
decir que su comida era hacer la voluntad del Padre (Jn 8,29). San Agustín
comenta:
«Contra
tus venenosas insinuaciones canta el mártir: “alabaré al Señor mientras
viva” (Sal 145,2). Entonces, una vez que haya muerto, ¿ya no lo alabarás?
Al contrario, lo harás con mayor intensidad que mientras dura la vida. No
se puede hablar de duración lo que no tiene fin» (Sermón 335,B,2).
Años pares
–1
Reyes 21,17-29: Has hecho pecar a Israel. El profeta Elías
manifiesta al rey la gravedad de su crimen con la muerte de Nabot y le
anuncia el castigo. El rey hace penitencia y obtiene que se retrase la
ejecución de la sentencia.
Lógicamente
la Iglesia indica como Salmo responsorial algunos versos del Salmo 50 con
el estribillo: «Misericordia, Señor, hemos pecado» . El pecado es un mal
intolerable. Es la muerte. Todo el Salmo está construido sobre la
oposición: muerte–resurrección; pecado–perdón. El pecado es un mal
esencial, porque se mide su gravedad en relación con el Bien esencial que
es Dios. El pecado no se mira como la infracción de una regla, o de un
código de conducta, sino como la infidelidad a un Amor: el Amor eterno e
infinito de Dios, Es un mal trascendente.
–El Salmo
50 contiene el resumen de todas nuestras oraciones: adoración,
amor, ofrenda, acción de gracias, arrepentimiento, súplica... Comenta San
Agustín:
«Fíjate
en el rey David. También él había recibido ya los sacramentos de su tiempo...
Ya estaba también ungido con la unción venerable en la que estaba figurado
el sacerdocio real de la Iglesia. De forma repentina se hizo reo... No en
vano, pues, arrepentido, clamó al Señor desde tan terrible y abrupto abismo
del crimen, diciendo: Aparta tu rostro de mis pecados... ¿En mérito de qué,
sino a lo que dice a continuación: Reconozco mi maldad y mi pecado está
siempre en tu presencia. ¿Qué le ofreció al Señor para tenérselo propicio?
Si hubieras querido un sacrificio... (Sal 50,11,5.18-19). Así, pues, no
sólo le ofreció devotamente este sacrificio, sino que también mostró con
esas palabras lo que convenía ofrecerle. No basta, en efecto, mejorar las
costumbres y apartarse de las malas acciones, si no se satisface a Dios por
todo cuanto se ha hecho mediante el dolor de la penitencia, el gemido de la
humildad, el sacrificio de un corazón contrito y la colaboración de las
limosnas» (Sermón 351,12).
–Mateo
5,43-48: Amad a vuestros enemigos. La doctrina de la nueva
justicia alcanza su culmen en el amor a los enemigos. Hasta ese punto de
perfección deben tender los discípulos de Cristo, si quieren imitar al
Padre que está en los cielos. San Juan Crisóstomo nos exhorta:
«¡He
aquí cómo pone el Señor el coronamiento de todos los bienes! Porque, si nos
enseña no sólo a sufrir pacientemente una bofetada, sino a volver la otra
mejilla; no sólo a soltar el manto, sino añadir la túnica; no sólo a andar
la milla a que nos fuerzan, sino otra más de nuestra cuenta, todo ello es
porque quiere que recibas como la cosa más fácil algo muy superior a todo
eso.
–«¿Y
qué hay, me dices, superior a eso? –Que a quien todos esos desafueros
cometa con nosotros, no le tengamos ni por enemigo. Y todavía algo más que
eso. Porque no dijo: no le aborrecerás, sino: le amarás. Ni dijo: no le
hagas daño, sino: hazle bien.
«Mas,
si atentamente examinamos las palabras del Señor aún descubriremos algo más
subido que todo lo dicho. Porque no nos mandó simplemente amar a quienes
nos aborrecen, sino también rogar por ellos. ¡Mirad por cuántos escalones
ha ido subiendo y cómo ha terminado por colocarnos en la cúspide de la
virtud!
«Contémoslo
de abajo arriba. El primer escalón es que no hagamos por nuestra parte mal
a nadie. El segundo, que si a nosotros se nos hace, no volvamos mal por
mal. El tercero, no hacer a quien nos haya perjudicado lo mismo que a
nosotros se nos hizo. El cuarto, ofrecerse uno mismo para sufrir. El quinto
dar más de lo que el ofensor pide de nosotros. El sexto, no aborrecer a
quien todo eso hace. El séptimo, amarle. El octavo, hacerle beneficios. El
noveno, rogar a Dios por él. ¡He aquí una cima filosófica!. De ahí también
el espléndido premio que se le promete... Se nos promete ser semejantes a
Dios, cuanto cabe que lo sean los hombres» (Homilía 18,3-4 sobre San
Mateo).
MIÉRCOLES
Años impares
–2
Corintios 9,6-11: Al que da de buena gana lo ama Dios. Se
trata de la colecta por los pobres de Jerusalén. Quien da limosna con
generosidad, atrae para sí las bendiciones de Dios. Comenta San Agustín:
«Esto
te dice el Señor: Dame y recibe. En el momento debido te devolveré.
¿Qué devolveré? Me diste poco, recibirás mucho; me diste bienes terrenos,
te devolveré celestiales; me diste temporales, los recibirás eternos; me
diste de lo mío, recíbeme a Mí mismo... Mira a quien prestas. Él alimenta y
pasa hambre por ti; da y está necesitado. Cuando da, quieres recibir;
cuando está necesitado, no quieres dar. Cristo está necesitado cuando lo
está un pobre. Quien está dispuesto a dar a todos los suyos la vida eterna,
se ha dignado recibir de manera temporal en cualquier pobre» (Sermón
38,8).
Y en
otro lugar dice:
«...Así,
pues, cuando haces una obra de misericordia, si das pan, compadécete de
quien está hambriento; si le das de beber, compadécete del que está
sediento... Si amamos a Dios y al prójimo, no hacemos nada de esto sin
dolor de corazón... Estas son nuestra buenas obras que confirman nuestro
ser cristiano... Esto os digo que “quien siembra escasamente, escasamente
recogerá” (2 Cor 9,6). Mas, cuando siembras, es decir, al hacer las obras
de misericordia, siembras entre lágrimas, puesto que te compadeces de aquél
a quien se las haces...» (Sermón 358 A,1-2).
–Con
el Salmo 111 proclamamos: «dichoso quien teme al Señor».
Pocos salmos como éste ponen tan de relieve que el justo es un aliado de
Dios, que de todo corazón cumple con la justicia, como Dios es
justo: «Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos...
Reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta y alzará
la frente con dignidad»
Años pares
–2
Reyes 1,6-14: Lo separó un carro de fuego y Elías subió al cielo
. El hombre de Dios desaparece misteriosamente de la vista de los que lo
rodean, arrebatado por el «torbellino», «el carro de Israel y su auriga»,
dejando a Eliseo su espíritu profético para que continúe la obra de Dios.
Al rapto misterioso corresponde un retorno escatológico (Mal 3,23 ss. Eclo 48,10).
El
Evangelio nos aclara que ese retorno escatológico se realiza en Juan
Bautista Son muchos los pasajes evangélicos que lo relacionan con la
persona y actuaciones diversas del profeta Elías (Mt 17,10-13), pero de
forma misteriosa (Jn 1,21.25)... San Juan Bautista realiza la figura de
Elías sobre todo en lo que se refiere a la penitencia (Mt 3,4; 2Re 1,8).
San Clemente Romano dice, a propósito de los dones concedidos por Dios a
sus elegidos:
«¡Qué
bienhadados y maravillosos, carísimos, son los dones de Dios! Vida en
inmortalidad, esplendor en justicia, verdad en libertad, fe en confianza,
continencia en santificación, y no sólo lo que ahora alcanza nuestra
inteligencia. Pues, ¿qué será lo que está aparejado a los que esperan? Sólo
el Artífice y Padre de los siglos, el Todo–Santo, sólo Él conoce su número
y su belleza. Ahora, pues, por nuestra parte, luchemos por hallarnos en el
número de los que esperan, a fin de ser también partícipes de los dones
prometidos» (Carta a los Corintios 35,1-4).
–Con
el Salmo 30 proclamamos: «sed fuertes y valientes de corazón
los que esperáis en el Señor». En este salmo encontramos cuatro ideas maestras:
entrega sin límites, entrega activa, entrega a la justicia que salva, Dios
no quiere la adoración de los ídolos.
El que
es constante con los principios de la fe trabajará en el mundo con toda
responsabilidad y dedicación, sin complejos de ninguna clase. Pero no por
eso se verá libre de conjuras humanas. Sin embargo el justo ha puesto su
vida en manos de Dios, a ejemplo de Cristo. En esa entrega total encontrará
plena libertad de espíritu para obrar el bien y una fuente de gozo y
alegría que nadie le podrá arrebatar.
–Mateo
6,1-6.16-18: Tu padre, que ve en lo escondido, te
recompensará. Todo ha de ser hecho por amor de Dios: limosna, ayuno,
oración... San Juan Crisóstomo explica:
«Quiere
ahora el Señor desterrar de nosotros la más tiránica de las pasiones:
aquella rabia y furor por la vanagloria que suele precisamente atacar a los
que obran bien. Nada dijo al principio sobre este punto, pues fuera
superfluo, antes de instruirnos sobre nuestros deberes, darnos lecciones
sobre cómo habíamos de cumplirlos. Una vez que nos introdujo en la
filosofía, entonces, sí, era momento de limpiarla de esta peste que
subrepticiamente se le infiltra. Porque esta enfermedad no nace así como
así, sino después que hemos ya cumplido mucho de lo que se nos ha mandado.
Tenía, pues, que plantar primero la virtud y destruir luego aquella pasión
que suele corromper su fruto. Y advertid por dónde empieza el Señor: por el
ayuno, la oración y la limosna, pues en estas buenas obras es donde
señaladamente suele anidar la vanagloria» (Homilía 19,1, sobre San
Mateo).
JUEVES
Años impares
–2
Corintios 11,1-11: Os anuncié de balde el Evangelio de Dios.
San Pablo se defiende de falsas acusaciones. Estas siempre existirán por
causa de la envidia. Miremos lo que dice San Basilio sobre ellas:
«Así
como los buitres, que pasan volando por muchos prados y lugares amenos y
olorosos sin que hagan aprecio de su belleza, son arrastrado por olor de
las cosas hediondas; así como las moscas, que no haciendo caso de las
partes sanas van a buscar las úlceras, así también los envidiosos, no miran
ni se fijan en el esplendor de la vida, ni en la grandeza de las obras
buenas, sino en podrido o corrompido; y si notan alguna falta en alguno
–como sucede en la mayor parte de la cosas humanas– la divulgan y quieren
que los hombres sean conocidos por sus faltas: (Homilía sobre la
envidia 3,2).
Mas como esto no es posible evitarlo incluso sin
hacer mal, como en el caso de San Pablo, hemos de estar dispuestos a
presentar la verdad de los hechos y luego estar tranquilos, como dice San
Gregorio Magno:
«¿Qué
importa que los hombres nos deshonren si nuestra conciencia sola nos
defiende? Sin embargo, de la misma manera que no debemos excitar
intencionadamente las lenguas de los que injurian para que no perezcan,
debemos sufrir con ánimo tranquilo las movidas por su propia malicia, para
que crezca nuestro mérito» (Homilía sobre los Evangelios, 3,4).
–Con
el Salmo 110 decimos: «Justicia y verdad son las obras de tus
manos, Señor». La fidelidad de Dios permanece para siempre y sus preceptos
siguen siendo fuente de vida y manifestación de su bondad y de su justicia.
En Cristo se manifestó de un modo insuperable la bondad, la fidelidad, la
justicia de Dios y su inmenso amor a los hombres: «Doy gracias al Señor de
todo corazón, en compañía de los rectos, en la asamblea. Grandes son las
obras del Señor, dignas de estudio para los que las aman. Esplendor y
belleza son su obras, su generosidad dura por siempre; ha hecho maravillas
memorables, el Señor es piadoso y clemente. Justicia y verdad son las obras
de sus manos, todos sus preceptos merecen confianza; son estables para
siempre jamás, se han de cumplir con verdad y rectitud». Es lo que hizo San
Pablo ante los Corintios.
Años pares
–Eclesiástico
48,1-14: Elogios de Elías y de Eliseo. Es una página lírica
dentro del elogio de los antepasados. Se canta a Elías como un fuego, cuyas
palabras eran horno encendido. Desde la elección de Abrahán el signo del
fuego resplandece en la historia de la salvación (Gén 15,17). En Israel el
fuego tiene sólo valor de signo, que hay que superar para hallar a Dios. En
efecto, cuando Yavé se manifiesta en «forma de fuego», ocurre esto siempre
en el transcurso de un diálogo personal. No es el único símbolo. El fuego
divino desciende entre los hombres en la persona de los profetas, pero
entonces se trata ordinariamente de vengar la santidad divina, purificando
o castigando, como en Moisés, como en Elías que es llamado «una tea
ardiente». San Cirilo de Alejandría dice:
«Este
fuego es saludable y útil, por el cual nosotros, que estábamos fríos y
muertos por el pecado y por la ignorancia del verdadero Dios, somos
despiertos para la vida religiosa, y nos hacemos fervorosos en el espíritu,
según dice San Pablo (Rom 12,11); y conseguimos además la participación del
Espíritu, a manera de fuego dentro de nosotros. Fuimos bautizados en el
fuego, en el Espíritu Santo. Es habitual en la Sagrada Escritura llamar con
el nombre de fuego a la enseñanza divina y a la fuerza y actuación del
Espíritu Santo» (Comentario al Evangelio de San Lucas 2,4).
–El Salmo
96 habla precisamente del fuego que abrasa a los enemigos, de
relámpagos que deslumbran el orbe y la tierra se estremece. El reino de
Yavé aparece como la venida de Dios, en toda su majestad, para juzgar al
mundo, al final de los tiempos. Pero este juicio, a primera vista
estremecedor, se convierte en un juicio liberador del justo. Por eso, el
cristiano, lejos de temer, anhela la venida gloriosa del Señor que va a
juzgar al mundo; porque ése es el acto culminante de la obra salvífica. Sin
embargo, es un toque de alerta para que el cristiano expulse valientemente
de su corazón tantos ídolos de aficiones y pasiones desordenadas, que
esclavizan y envilecen al hombre. No podemos olvidar lo que dice el Salmo:
«Delante de Él avanza fuego, abrasando en torno a los enemigos» .
–Mateo
6,7-15: La oración del Padrenuestro. Comenta San Juan
Crisóstomo,
«Mirad
cómo de pronto levanta el Señor a sus oyentes y desde el preámbulo mismo de
la oración nos trae a la memoria toda suerte de beneficios divinos. Porque
quien da a Dios el nombre de Padre por ese sólo nombre confiesa ya que se
le perdonan los pecados, que se le remite el castigo, que se le justifica,
que se le santifica, que se le redime, que se le adopta como hijo, que se
le hace heredero, que se le admite a la hermandad con el Hijo unigénito,
que se le da el Espíritu Santo. No es, en efecto, posible darle a Dios el
nombre de Padre y no alcanzar todos esos bienes. De doble manera, pues,
levanta el Señor los pensamientos de sus oyentes: por la dignidad del que
es invocado y por la grandeza de los beneficios que de Él habían recibido»
(Homilía 19,4, sobre San Mateo).
VIERNES
Años impares
–2
Corintios 11,18.21-30: Tengo la preocupación de todas las
comunidades . San Agustín habla de los trabajos de San Pablo en el
apostolado:
«Una vez convertido de perseguidor en
predicador, ¿qué tuvo que soportar? “Peligros en el mar, peligros en los
ríos, peligros en la ciudad”... (2 Cor 11,26-29). He aquí el perseguidor.
Sufre, aguanta; padeces más que hiciste padecer; pero no te sientas
molesto, pues has cobrado los intereses. Pero, ¿qué esperaba cuando
soportaba tales cosas? Cuando soportaba con valentía todos esos males, por
duros y pésimos que fueran, pero siempre temporales, ardía en amor por las
cosas eternas. Cualquier suplicio que tenga fin es llevadero cuando se
promete un premio eterno.
«Y con
todo, cuando soportaba eso, ¿no lo soportaba en él y con él quien nunca
desfallece? Decididamente me atrevo a afirmarlo; no era Pablo mismo quien
lo soportaba. Lo soportaba él, porque en su fe así lo quería y, a la vez,
no lo soportaba él, porque en él habitaba la fuerza de Cristo. Cristo
reinaba. Cristo otorgaba las fuerzas. Cristo no lo abandonaba. Cristo
corría en la persona del corredor. Cristo lo conducía hasta la palma» (Sermón
299 C,3).
–Con
el Salmo 33 proclamamos: «El Señor libra a los justos de
todas sus angustias». La fe y la justicia no son un seguro que exime al
justo de las espinas de este valle de lágrimas, en la vida ordinaria, en el
apostolado, en todo momento. Quiere decir que Dios lo mira con
complacencia; que en Dios tiene un valedor omnipotente y lleno de amor y
que, por tanto, todo terminará en bien. Así lo explica San Agustín:
«¡Cuántas
cosas soporto y nadie me oye! Si me oyera, tal vez, dices, apartaría de mí
la tribulación; grito y soy atribulado. Permanece constantemente en sus
caminos y cuando seas atribulado te oirá... Como las madres, cuando
refriegan a sus hijos en el baño y estos lloran... ¿Crueles? Por el
contrario, son misericordiosísimas, sin embargo, lloran los niños y no se
les perdona. Así también nuestro Dios está lleno de amor; pero parece que
no nos oye, con el fin de sanarnos y perdonarnos para siempre» (Sermón segundo
sobre este Salmo).
Años pares
–2
Reyes 11,1-4.9-18.20: Ungió a Joás y todos aclamaron: ¡Viva el
Rey! Renovación de la alianza entre Dios, el rey y el pueblo. Toda la historia
de Israel, ya lo hemos dicho, es la historia de los pactos entre Dios y su
pueblo. El pueblo rompe la alianza por su rebeldía e infidelidad y los
reanuda la infinita misericordia de Dios. Esto también nos atañe a
nosotros. Es cierto que el Pacto hecho con Cristo y sellado con su
preciosísima Sangre no puede romperse jamás. Pero nosotros podemos
apartarnos de él por nuestros muchos pecados.
Si
denuncian los profetas unánimemente la infidelidad de Israel a Dios, si
anuncian las catástrofes que amenazan al pueblo pecador, lo hacen en
función del pacto del Sinaí, de sus exigencias y de las maldiciones que
formaban parte de su temor. San Agustín habla del temor de Dios:
«Ama
la bondad de Dios, teme su severidad; una y otra no te permitirán ser
orgullosa. Amando, temerás ofender gravemente al amante y al amado. Pues,
¿qué ofensa puede haber más grave que desagradar por soberbia a quien por
causa tuya desagradó a los soberbios?... El temor del que habla San Pablo
en Rom 8,15 creo que es el que tenían en el Antiguo Testamento de perder
los bienes temporales que Dios les había prometido, no todavía como hijos
dirigidos por la gracia, sino como a siervos sometidos bajo la ley. Es
también el temor del fuego eterno; pues si se sirve a Dios por evitarlo, no
hay todavía perfecta caridad. Una cosa es el deseo del premio, otra el
temor del castigo» (Sobre la santa virginidad 38).
–Con
el Salmo 131 proclamamos: «el Señor ha elegido a Sión, ha
deseado vivir en ella». Dios no se deja vencer en generosidad, a la ruptura
de los pactos por la infidelidad de Israel sigue la reanudación por parte
de Dios que es infinito en amor y en todas sus perfecciones. Dios bendijo a
David con una descendencia eterna, que no es otra que Cristo, el Ungido del
Señor, Rey mesiánico en quien habita la plenitud de la divinidad como en un
templo. El cristiano fiel a la voluntad de Dios es también un templo vivo
de Dios. Así se edifica en este mundo la Jerusalén celestial, la Iglesia,
construida como un inmenso templo de piedras vivas que son los cristianos,
edificados sobre la piedra angular que es Cristo, el descendiente de David
(Ef 2,20).
–Mateo
6,19-23: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. El
discípulo auténtico de Cristo se desliga de las riquezas terrenas para
amontonar tesoros en el cielo, es decir, ante Dios. Si la mirada del hombre
está fija en Dios, toda su persona es transparente a la luz divina. San
Juan Crisóstomo explica con claridad:
«Por
eso, como antes he dicho, añade el Señor otra razón, diciendo: Porque donde
está tu tesoro, allí está también tu corazón. Como si nos dijera: aun
cuando nada de lo dicho sucediese, no será menguado el daño que vas a
sufrir, clavado quedarás en lo terreno, hecho de libre esclavo, desterrado
del cielo e incapaz de tener pensamiento elevado. Todo será dinero,
interés, préstamos, ganancias y viles negocios. ¿Puede haber cosa más
miserable? Un hombre así está sometido a una esclavitud más dura que la de
todos los esclavos, y nada hay más triste que haber abdicado de la nobleza
y libertad del hombre. Por más que se te hable, mientras tengas clavado el
pensamiento en el dinero, nada serás capaz de oír de lo que te conviene.
Serás como un perro atado a un sepulcro. Tu cadena –la más fuerte de las
cadenas– será la tiránica pasión por el dinero: Aullarás contra todos los
que se te acerquen y no tendrás otro trabajo, y continuo trabajo, que el de
guardar para vosotros lo que tienes. ¿Puede haber suerte más miserable?» (Homilía
20,3 sobre San Mateo).
SÁBADO
Años impares
–2
Corintios 12,1-10: Muy a gusto presumo de mis debilidades.
Habla San Pablo de su revelaciones, pero también de sus debilidades, que
supera por la gracia de Jesucristo. Comenta San Agustín:
«En
cuanto me es posible voy tras las huellas de aquel atleta de Cristo, es
decir, del Apóstol Pablo, que dice: “ni yo mismo, hermanos, pienso haberlo
alcanzado”. Ni yo mismo (Flp 3,13). ¿Qué ese yo mismo? ¿Yo que trabajo más
que todos ellos? Sé, apóstol, de qué manera pronuncias ‘yo’: es una
expresión enfática, no manifestación de orgullo... He trabajado más que
todos ellos. Y como si dijéramos nosotros: ¿Quién? nos responde: Pero no
yo, sino la gracia de Dios conmigo. Así, pues, el que estaba en posesión de
tanta gracia de Dios que, a pesar de haber sido llamado más tarde, trabajó
más que los que lo habían precedido, dice no obstante: Hermanos, ni yo
mismo pienso haberlo alcanzado. Vuelve a aparecer el ‘yo’ donde indica no
haberlo alcanzado. El no alcanzarlo es resultado de la debilidad humana. En
cambio cuando habla de que fue elevado al tercer cielo.. no dijo ‘yo’. ¿Qué
dijo entonces? “Conozco a un hombre que hace catorce años”... (2 Cor 12,2).
Conozco a un hombre... y ese hombre era el mismo que hablaba, y, como
atribuyó a otro lo que había tenido lugar en él, no faltó» (Sermón 261,3).
–Con
el Salmo 3 decimos: «gustad y ved qué bueno es el Señor». Ya
lo hemos expuesto. La experiencia mundana parece decir lo contrario y, sin
embargo, esto es, encontrar en Dios todo su gozo. Quien tiene a Dios tiene
lo esencial, aun cuando se viera falto de muchas cosas; quien no tiene a
Dios, aunque tenga abundante riqueza, vive en la más absoluta indigencia.
Dios es el Bien esencial e insuperable. Ante Él palidecen todos los demás
bienes transitorios y perecederos. Por eso dijo el Señor: «Buscad primero
el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura»
(Mt 6,33)
Años pares
–Crónicas
24,17-25: Muerte de Zacarías, hijo del sacerdote Yehoyadá.
Cristo lo evocó como precursor de los mártires cristianos (Mt 23,35). No obstante
la infidelidad de los israelitas, Dios es fiel a sus promesas. Ha sellado
una alianza con su elegido. Fundó un linaje perpetuo davídico y edificó su
trono para todas las edades. Sólo en Cristo se cumplieron plenamente esas
promesas. Los hijos de David abandonaron la ley del Señor, no siguieron sus
mandamientos, profanaron sus preceptos... Dios los castigó, pero no retiró
su favor ni desmintió su fidelidad.
El
cristiano, como el piadoso salmista, tiene que vivir de la fe, seguir
esperando contra toda esperanza, porque mientras viva en esta peregrinación
terrenal, sabe que no tiene en este mundo una mansión permanente. Es como
un extranjero que vive lejos del Señor (2 Cor 5,6). El Pueblo de Dios y
cada uno de sus miembros es consciente de que en esta vida le quedan duras
etapas que recorrer bajo la incomprensión, injuria y persecución. Pero
nuestra esperanza es firme, pues está puesta en Cristo, que dijo: «si a mí
me persiguieron, también os perseguirán a vosotros».
–En el
Salmo 88 el salmista hace decir a Dios: «le mantendré
eternamente mi favor. Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David mi
siervo: Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las
edades... Mi alianza con él será estable; le daré una posteridad perpetua y
un trono duradero como el cielo. Si sus hijos abandonan mi ley y no siguen
mis mandamientos, si profanan mis preceptos y no guardan mis mandatos,
castigaré con la vara sus pecados y a latigazos sus culpas; pero no les
retiraré mi favor ni desmentiré mi fidelidad» .
–Mateo
6,24-34: No os agobiéis por el mañana. Hay que entregarse
sin condiciones al servicio del único Amo y someterse por entero a Aquel
que conoce cuanto necesitamos. Ante todo debe interesarnos la búsqueda del
Reino de Dios y su justicia. San Juan Crisóstomo así lo explica:
«No os
preocupéis. Es decir, que, una vez mostrado el daño incalculable, extiende
aún más su mandamiento. Porque no sólo nos manda que tiremos lo que
tenemos, sino que no nos preocupemos siquiera del sustento necesario... No
porque el alma necesite de alimento, pues es incorpórea, sino que el Señor
habla aquí acomodándose al uso común. Pues, si es cierto que ella no
necesita de alimento, no lo es menos que no puede permanecer en el cuerpo
si éste no es alimentado. Y esto dicho, no se contenta con afirmarlo
simplemente, sino que también aquí nos da las razones... Pues el que os ha
dado lo más ¿no os dará lo menos... No es el alimento el que le hace
crecer, sino la providencia de Dios... Si tanta cuenta tiene Dios de los
pobres animalillos, ¿cómo no la va a tener con nosotros?» (Homilía 21
2 y 3 sobre San Mateo).
SEMANA 12
DOMINGO
Entrada: «El Señor es fuerza para su pueblo, apoyo y
salvación para su Ungido. Salva a tu pueblo y bendice tu heredad, sé su
Pastor y llévalos siempre» (Sal 27,8-9).
Colecta (del Misal anterior,
retocada con textos del Gelasiano): «Concédenos vivir siempre, Señor, en el
amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes
estableces en el sólido fundamento de su amor».
Ofrendas (del Misal anterior, retocada con textos del
Veronense y del Gelasiano): «Acepta, Señor, este sacrificio de
reconciliación y alabanza, para que, purificados por tu poder, te agrademos
con la ofrenda de nuestros amor».
Comunión: «Los ojos de todos te están aguardando, Señor,
tú les das la comida a su tiempo» (Sal 144,15); o bien: «Yo soy el Buen
Pastor, yo doy mi vida por las ovejas, dice el Señor» (Jn 10,11.15).
Postcomunión (del Misal anterior, retocada con textos del
Veronense): «Renovados con el cuerpo y la sangre de tu Hijo, imploramos de
tu bondad, Señor, que cuanto celebramos en cada eucaristía sea para
nosotros prenda de salvación».
Ciclo A
Se nos
presenta en este domingo el drama existencial del cristiano auténtico, en su
condición de testigo de Cristo con todas sus consecuencias. No es el
discípulo de mejor condición que su Maestro. Él fue vaticinado como «signo
de contradicción» (Lc 2,34). Por lo mismo el cristiano no puede quedar
extrañado de que le surjan contradicciones y dificultades. Pero Cristo
venció y el que le sigue también participa de su victoria.
–Jeremías
20,10-13: Libró la vida del pobre de manos de los impíos.
Jeremías, por su fidelidad a Dios y por su misión de testigo de sus
designios ante el pueblo degenerado y frívolo, fue personalmente un signo
de contradicción en medio de los suyos. Figura de Cristo y de los
cristianos.
–Es
bien expresivo el Salmo 68 sobre el tema de la contradicción:
«Por Ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro». Ante todo
vemos en este Salmo la figura de Cristo, el Hijo de Dios, devorado por el
celo de la Casa y de la causa de su Padre; muerto por nuestros pecados,
insultado, abandonado de todos saciada su sed con vinagre...
«Soy
un extraño para mis hermanos, un extranjero para los hijos de mi madre,
porque me devora el celo de tu templo, y las afrentas con que te afrentan
caen sobre mí. Pero mi oración se dirige a Ti, Dios mío, el día de tu
favor; que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude. Respóndeme,
Señor, con la bondad de tu gracia; por tu gran compasión vuélvete hacia mí.
Miradlo los humildes y alegraos, buscad al Señor y vivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a los pobres, no desprecia a los cautivos. Alábenlo el
cielo y la tierra, las aguas y cuanto bulle en ellas».
Buena
ocasión para agradecer al Señor los beneficios de su Pasión, para seguirle,
para imitarle, para soportar las contradicciones de la vida presente.
¡Qué
caminos tan distintos siguen Dios y el hombre! Dios hecho hombre tiene sed
y el hombre le da vinagre. El hombre tiene sed y Dios hecho hombre le da su
propia Sangre para la vida eterna! (Mt 26,27). San Ignacio de Loyola decía:
«¿Qué
he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?»
–Romanos
5,12-15: El don no se puede comparar con la caída. San Pablo
subraya nuestra solidaridad en la condenación a fin de exaltar nuestra
solidaridad en la gracia que se nos da por Jesucristo. La vida de toda la
humanidad es, por lo mismo, un signo de contradicción. El pecado de origen
común y la gracia redentora de Cristo luchan en el interior de cada hombre.
No es posible ser indiferente. Comenta San Agustín:
«Ved
lo que nos dio a beber el hombre, ved lo que bebimos de aquel progenitor,
que apenas pudimos digerir. Si esto nos vino por medio del hombre ¿qué nos
llegó a través del Hijo del Hombre?... Por aquél el pecado, por Cristo la
justicia. Por tanto todos los pecadores pertenecen al hombre, todos los
justos al Hijo del Hombre» (Sermón 255,4).
Y en otro lugar:
«Gracias
a la acción mediadora de Cristo, adquiere la reconciliación con Dios la
masa entera del género humano, alejada de Él por el pecado de Adán (Rom
5,12). ¿Quién podrá verse libre de esto? ¿Quién se distinguiría pasando de
esta masa de ira a la misericordia? ¿Quién, pues, te distingue? ¿Qué tienes
que no hayas recibido? No nos distingue los méritos, sino la gracia...
Gracias a una sola persona, nos salvamos los mayores, los menores, los
ancianos, los hombres maduros, los niños, los recién nacidos; todos nos salvamos
gracias a uno solo: Cristo» (Sermón 293,8).
–Mateo
10,26-33: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo. Los
auténticos discípulos de Cristo habrán de afrontar siempre la contradicción
de cuantos no conocen a Cristo o positivamente lo rechazan. «No puede ser
el discípulo de mejor condición que el Maestro». San Juan Crisóstomo
comenta:
«Ya, pues, que ha animado el Señor y levantado a
sus apóstoles, nuevamente les profetiza los peligros que habrían de pasar,
y nuevamente también presta alas a sus almas y los levanta por encima de
todas las cosas. Pues, ¿qué les dice? No temáis a los que matan el cuerpo,
pero no pueden matar el alma. ¡Mirad cómo los pone por encima de todo!
Porque no les persuade a despreciar sólo toda solicitud y la maledicencia,
y los peligros, y las insidias, sino a la muerte misma, que parece ser lo
más espantoso de todo. Y no sólo la muerte en general, sino hasta la muerte
violenta...
«¿Teméis la muerte, y por eso vaciláis en
predicar? Justamente porque teméis la muerte, tenéis que predicar, pues la
predicación os librará de la verdadera muerte. Porque, aun cuando os hayan
de quitar la vida, contra lo que es principal en vosotros, nada han de
poder, por más que se empeñen y porfíen... De suerte que, si temes el
suplicio, teme a lo que es mucho más grave que la muerte del cuerpo.
«Mirad
cómo tampoco aquí les promete el Señor librarlos de la muerte. No, permite
que mueran; pero les hace merced mayor que si no lo hubiera permitido.
Porque mucho más que librarlos de la muerte es persuadirlos de que
desprecien la muerte. Así pues, no los arroja temerariamente a los
peligros, pero los hace superiores a todo peligro. Y notad cómo con una
breve palabra fija el Señor en sus almas el dogma de la inmortalidad del
alma y cómo, plantadas en ella esa saludable doctrina, pasa a animarlos por
otros razonamientos» (Homilía 34,2, sobre San Mateo).
Ciclo B
Dios es el único Dueño de la creación. Con
ocasión de apaciguar la tempestad, Jesús hace que sus discípulos se pongan
en interrogante acerca de su origen divino. San Pablo revela hoy el secreto
de su vida: el amor de Cristo le ha conquistado. Ese amor que ha hecho de
él una criatura nueva, le confiere una visión renovada del mundo: «Lo viejo
ha pasado, ha llegado lo nuevo».
–Job
38,1.8-11: Aquí se romperá la arrogancia de tus olas. Como
Creador, cuyas huellas se nos evidencian en todas las obras de la creación,
«Dios no se encuentra lejos de cada uno de nosotros. En Él vivimos, nos
movemos y existimos»
(Hechos,17,27-28).
–Esta
lectura sirve de introducción a la del Evangelio y lo mismo también el Salmo
106: «Los hijos de Israel entraron en nave por el mar comerciando
por las aguas inmensa... Él habló y levantó un viento tormentoso, que
alzaba las olas a lo alto; subían al cielo y bajaban al abismo... Pero
gritaron a Dios en su angustia y los arrancó de la tribulación». Sea una
interpretación simbólica de cuatro grupos de personas liberadas de peligros
diversos, o sea una interpretación realista de cuatro grupos de personas
que suben a Jerusalén para ofrecer sacrificios de acción de gracias, en el
fondo es lo mismo: se dan gracias a Dios por los peligros de que los ha
liberado, ya sea para significar la liberación de la cautividad de
Babilonia u otros peligros.
Esto
nos lleva a la acción de gracias por antonomasia: la Eucaristía que
celebramos y que es el centro de la vida cristiana. Por ella damos también
gracias a Dios por los beneficios que constantemente recibimos de él.
–2
Corintios 5,14-17: Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo.
La suprema cercanía personal y amorosa de Dios a nosotros se ha consumado
en el Corazón de Cristo. Su presencia viviente de Verbo encarnado, con el
sello de su divinidad tras su Resurrección, le hace convivir
misteriosamente con sus elegidos en la Iglesia. San Agustín dice:
«En
efecto, ya ve a Cristo detenido el que dice: Y “si habíamos conocido a
Cristo, según la carne, ahora no lo conocemos así” (2 Cor 5,16). En la
medida en que es posible en esta vida, veía la divinidad de Cristo. Existe
la divinidad de Cristo, existe la humanidad. La divinidad se detiene, la
humanidad pasa. ¿Qué significa que la divinidad se detiene? No cambia, no
se destruye, no retrocede. Su venida a nosotros no significó separarse del
Padre; ni su Ascensión el moverse localmente» (Sermón 188,14).
«Ha llegado lo nuevo». San Juan Crisóstomo
señala el cambio radical que ha supuesto la Encarnación de nuestro Señor
Jesucristo, y la diferencia consecuente entre judaísmo y cristianismo:
«En
lugar de una Jerusalén terrestre, hay una Jerusalén descendida del cielo;
en lugar de un templo material y sensible, un templo espiritual que no
aparece a nuestras miradas; en lugar de unas tablas de piedra, depositarias
de la ley divina, son nuestros propios cuerpos los que han venido a ser el
santuario del Espíritu Santo; en lugar de la circuncisión, el Bautismo; en
lugar del maná, el Cuerpo del Señor; en lugar del agua que brotó de la
roca, la sangre que salió del costado de Jesucristo; la cruz del Salvador
reemplaza la vara de Aarón y Moisés, y el Reino de los Cielos a la tierra
prometida» (Homilía 11 sobre 2 Cor).
–Marcos
4,35-40: ¿Quién es éste a quien el viento y las olas obedecen?.
Jesucristo es mucho más que una «revelación de Dios» en medio de los
hombres o que un signo humano de la divinidad. Es la presencia personal del
Verbo consustancial al Padre, viviente en condición e intimidad humanas
entre los hombres. Comenta San Agustín:
«Oíste
una afrenta, he ahí el viento. Te airaste, he ahí el oleaje. Soplando el
viento y encrespándose el oleaje, se halla en peligro la nave, peligra tu
corazón. Oída la afrenta deseas vengarte. Te vengaste y, cediendo a la
injuria ajena, naufragaste. ¿Cuál es la causa? Porque duerme en ti Cristo.
¿Qué significa: duerme en ti Cristo? Te olvidaste de Cristo. Despierta,
pues, a Cristo; acuérdate de Él, está despierto en ti; piensa en Él. ¿Qué querías? Vengarte.
¿Se te ha pasado de la memoria que El, cuando fue crucificado dijo: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen”? (Lc 23,34). Quien dormía en
tu corazón no quiso vengarse. Despiértale, acuérdate de Él. Recordarle es
recordar su palabra. Recordarle es recordar su precepto. Si Cristo está
despierto en ti, ¿qué dices en tu interior? ¿Quién soy yo para querer
vengarme? ¿Quién soy yo para proferir amenazas contra un hombre?... Por tanto
calmaré mi ira y volveré a la quietud de mi corazón. Dio órdenes Cristo y
se produjo la bonanza» (Sermón 63,2).
Ciclo C
En el
Evangelio, después de la confesión de fe de San Pedro, Jesús anuncia su
Pasión e invita a sus discípulos a tomar cada uno su cruz para seguirlo.
Esto ha sugerido colocar como primera lectura la profecía de Zacarías sobre
el Siervo doliente, que prefiguraba a Cristo.
San
Pablo nos recuerda que, por hallarnos unidos a Cristo a causa del Bautismo,
no formamos ya más que un sólo Cuerpo con Él. Nada debe separar a quienes
se reconocen en la fe hijos de Dios. ¿Seremos capaces de reconocer esta
revelación fundamental por encima de nuestras divisiones?
–Zacarías
12,10-11: Mirarán al que traspasaron. Ya antes del
acontecimiento redentor del Calvario, Dios había anunciado por sus profetas
la condición victima solidaria del Mesías Redentor: El Gran Traspasado por
nuestros pecados. Dice San Agustín:
«Oíd y
entended; ya un profeta había dicho esto: Alzarán los ojos a Aquél a
quien traspasaron. Verán, pues, la forma misma que traspasaron con una
lanza; se sentará como juez; condenará a los verdaderos culpables quien fue
culpado injustamente. Él mismo será quien venga en aquella forma. También
tienes esto en el Evangelio» (Sermón 127,10).
El primogénito
traspasado por nuestros pecados, que con su sacrificio en la cruz, está
recabando nuestras miradas de amor penitente y agradecido. En la cruz se
nos evidenció todo el amor de Dios a los hombres en la inmolación redentora
del Corazón que tanto ha amado a los hombres.
Pero
el sacrificio del Calvario es preciso hacerlo, de alguna manera, nuestro.
Por la penitencia sincera, evidenciamos tener conciencia de la profunda
necesidad que todos tenemos de Cristo.
Por la
fe amorosa, podemos retornar a la condición bautismal de hijos de Dios
marcados para la santidad.
–Con
el Salmo 62 decimos: «Mi alma está sedienta de Ti, Señor,
Dios mío». Del que traspasaron brotó sangre y agua: sangre del sacrificio y
agua de vida y gracia. Al caer sobre nosotros esa agua fecunda, sentimos
primero nuestra aridez, se exacerba nuestra sed de Dios, pues sentimos una
corriente de vida, mejor que lo que comúnmente llamamos vida: es la gracia
de estar unidos a Dios y recibir su espíritu»
–Gálatas
3,26-29: Los que habéis sido bautizados os habéis revestido de
Cristo. Por el bautismo el misterio de la cruz se hace una realidad
misteriosamente eficaz en nosotros. Nos incorpora a Cristo, haciéndonos
participar de su condición de Hijo del Padre. San Juan Crisóstomo comenta
este pasaje de San Pablo:
«Si la
ley es un pedagogo y, encerrados, ella nos custodiaba, no es contraria a la
gracia, sino que colabora con ella. Por el contrario, se le opondría si,
venida la gracia, ella persistiera en mantener su dominio. Corrompería
nuestra salvación si impidiera acudir a la gracia. Sería como la lámpara
que iluminando de noche, impidiera, llegado el día, la vista del sol, por
lo que no sería agradable, sino desagradable. Así sucedería también con la
ley, que sería un obstáculo en la consecución de lo que es mejor. Los que
ahora la observan, son los que sobre todo la desacreditan, de la misma
manera que el pedagogo ridiculiza al joven cuando, llegado el momento de
apartarse de él se aferra junto a él...
«¿Por
qué no dijo: cuantos habéis sido bautizados en Cristo, habéis nacido de
Dios? –era, sin duda, la consecuencia lógica de ser hijos de Dios–. Porque
recalca la misma idea de una forma más efectiva. Si Cristo es Hijo de Dios
y tú te has revestido de Él, teniendo al Hijo en ti mismo y haciéndote semejante
a Él, alcanzaste una total conexión con Él « (Comentario a la Carta a
los Gálatas III,5).
–Lucas
9,18-24: Tú eres el Mesías de Dios. El Hijo del hombre tiene que
padecer mucho. Todo el amor redentor del Corazón de Cristo Jesús hacia nosotros
se convirtió en una constante obsesión por el misterio de la Cruz. Su
pasión fue el sello misterioso de su condición de verdadero Mesías y el
aval del amor infinito que nos tiene. San Ambrosio explica:
«Pedro
no ha seguido el juicio del pueblo, sino que ha expresado el suyo propio al
decir: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. El que es, es siempre, no
ha comenzado a ser, ni dejará de ser. La bondad de Cristo es grande porque
casi todos sus nombres los ha dado a sus discípulos... Cristo es piedra
–pues bebían de la roca que los seguía, y “la roca era Cristo” (1 Cor
10,4)–, y Él tampoco ha rehusado la gracia de este nombre a su discípulo,
de tal forma que él es también Pedro, para que tenga de la piedra la
solidez constante, la firmeza de la fe.
«Esfuérzate
también tú en ser piedra. Y así, no busques la piedra fuera de ti, sino
dentro de ti. Tu piedra es tu acción; tu piedra es tu espíritu. Sobre esta
piedra se edifique tu casa, para que ninguna borrasca de los malos
espíritus pueda tirarla. Tu piedra es la fe; la fe es el fundamento de la
Iglesia. Si eres piedra estarás en la Iglesia, porque la Iglesia está
fundada sobre piedra. Si estás en la Iglesia, las puertas del infierno no
prevalecerán sobre ti: las puertas del infierno son las puertas de la
muerte y las puertas de la muerte no pueden ser las puertas de la
Iglesia... El Hijo del Hombre ha de padecer mucho... Tal vez el Señor ha
añadido esto porque sabía que sus discípulos difícilmente habían de creer
en su pasión y en su resurrección. Por eso ha preferido afirmar Él mismo su
pasión y su resurrección, para que naciese la fe del hecho y no la
discordia del anuncio. Luego Cristo no ha querido glorificarse, sino que ha
querido aparecer sin gloria para padecer el sufrimiento; y tú, que has nacido
sin gloria, ¿quieres glorificarte? Por el camino que ha recorrido Cristo es
por donde tú has de caminar. Esto es reconocerle, esto es imitarle en la
ignominia y en la buena fama (2 Cor 6,8), para que te gloríes en la cruz
como Él mismo se ha gloriado» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas
lib.VI, 97-98 y 100).
LUNES
Años impares
–Génesis
12,1-9: Abrahán marchó como le había dicho el Señor. La fe
de Abrahán es modélica. Comenta San Agustín:
«Tanto
hizo por nosotros que, aún enseña más que sus promesas, y sus obras deben
movernos a creer en lo que prometió. A duras penas creyéramos lo que hizo
de no haberlo visto. ¿Dónde lo vemos? En los pueblos que tienen su ley, en
las muchedumbres que le siguen. Se ha realizado así la promesa que hizo a
Abrahán cuando dijo: “en tu descendencia será bendecidas todas las gentes”
(Gén 12,3). De poner los ojos en sí mismo, ¿cuándo hubiera creído? Era un
hombre y solo, y viejo, y estéril su mujer de tan avanzada edad que, aun
sin el defecto de la esterilidad, la concepción fuera imposible. No existía
base alguna en absoluto donde apoyar la esperanza: mirando empero a quien
le hacía la promesa, lo creía aun sin llevar camino. He ahí cumplido ante
nosotros lo que fue objeto de su fe; creemos, en consecuencia, lo que no
vemos por lo que viendo estamos. Engendró a Isaac: no lo hemos visto. Isaac
engendró a Jacob: lo que tampoco vimos; éste engendró a sus doce hijos; que
no hemos visto tampoco; y sus doce hijos engendraron al pueblo de Israel
que ahora estamos viendo...
«Del
pueblo de Israel nació la Virgen María, que dio a luz a Cristo y a los ojos
está cómo en Cristo son benditas las naciones todas. ¿Hay algo más
verdadero? ¿Hay algo más palmario? Vosotros que conmigo salisteis de la
gentilidad, desead conmigo la vida futura. Si ya en el siglo cumplió Dios
lo que había prometido hacer en la descendencia de Abrahán, ¿cómo no va a
cumplir sus promesas eternas a los que hizo de la descendencia de Abrahán?
El Apóstol dice: vosotros sois cristianos, luego “sois descendientes de
Abrahán” (Gál 3,29). Son palabras del Apóstol» (Sermón 130,3).
–Con
el Salmo 32 decimos «Dichoso el pueblo que el Señor se
escogió como heredad. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo
que Él se escogió como heredad. El Señor mira desde el cielo, se fija en
todos los hombres. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los
que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Nosotros
aguardamos al Señor: Él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia,
Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti».
Nosotros,
los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, somos la nueva creación, la obra
del Verbo y del Espíritu y somos la tierra llena de su amor misericordioso.
Somos el Pueblo que Dios se escogió. A nosotros nos ha confiado el Señor
realizar su palabra, como dice San Pablo en su Carta a los Colosenses
1,24-27.
Años pares
–2
Reyes 17,5-8: El Señor arrojó de su presencia a Israel y sólo quedó
la tribu de Judá. Las calamidades acaecidas en el Reino del Norte y la
deportación de sus habitantes se deben a la desobediencia y a la
infidelidad para con la alianza. Lo hemos visto ya muchas veces.
–Ahora
se confirma con el Salmo 59. Se trata de un desastre terrible
o una señal de desbandada ante los arcos del enemigo. Pero tiene un
trasfondo saludable que lleva envuelta la idea de corrección y conversión:
«Que
tu mano salvadora nos responda, Señor. Oh Dios nos rechazaste y rompiste
nuestras filas, estabas airado, pero restáuranos. Has sacudido y agrietado
el país: repara sus grietas que se desmorona. Hiciste sufrir un desastre a
tu pueblo, dándole a beber un vino de vértigo. Tú, oh Dios, nos has
rechazado y no sales ya con nuestras tropas. Auxílianos contra el enemigo,
que la ayuda del hombre es inútil. Con Dios haremos proezas, Él pisotea a
nuestros enemigos».
El
cristiano tiene conciencia de pertenecer al Pueblo de Dios de los últimos
tiempos: la Iglesia. Es indudable que a través de la historia se han
producido asaltos contra la Iglesia, que han roto sus filas y han cuarteado
sus muros, pero tiene la promesa de Jesucristo: las puertas del infierno no
prevalecerán contra ella. Esa es nuestra fe, esa es nuestra esperanza, no
obstante las dificultades que puedan surgir de dentro o de fuera.
–Mateo
7,1-5: Sácate primero la viga de tu ojo. Jesús enuncia el
principio de que no hay que juzgar al prójimo. San Juan Crisóstomo explica
este principio:
«¿Veis
cómo Cristo no prohíbe juzgar, sino que manda primero echar la viga de
nuestro ojo y luego tratar de corregir lo de los otros? A la verdad, todo
el mundo sabe lo suyo mejor que lo ajeno, y ve mejor lo grande que lo
pequeño, y se ama más a sí mismo que a su prójimo. De manera que, si
corriges por solicitud, tenla antes de ti mismo, pues ahí está más patente
y es mayor el pecado. Mas, si a ti mismo te descuidas, es evidente que no
juzgas a tu hermano por su interés, sino porque lo aborreces y quieres
deshonrarle. Si hay que juzgar, que juzgue quien no tiene él mismo pecado,
no tú... Porque, si es un mal no ver los propios pecados, doble y triple lo
es juzgar a los otros cuando uno mismo, sin sentirlas, lleva las vigas en
sus propios ojos. A la verdad, más pesado que una viga es un pecado» (Homilía
23,2 sobre San Mateo).
MARTES
Años impares
–Génesis
13,2.5-18: No haya disputas entre nosotros dos, pues
somos hermanos. Un vez que Abrahán se separó de Lot, Dios le prometió
una numerosa descendencia junto con la posesión del país en que reposa».
San Jerónimo exhorta también:
«Así,
pues, te ruego y te aconsejo con afecto de padre: ya que has dejado Sodoma
para caminar presuroso hacia los montes, no mires a tu espalda, no sueltes
la mancera del arado, ni el borde del vestido del Salvador, ni sus cabellos
húmedos con el rocío de la noche; nada entonces de lo que has logrado asir
permitas se te escape, ni bajes tampoco del tejado de las virtudes a buscar
los vestidos antiguos, no te vuelvas del campo a la ciudad, no ames como
Lot los parajes llanos y amenos (Gén 13,10), que no son regados por el
cielo, como la tierra santa, sino por el turbulento río Jordán después de
haber perdido la dulzura de sus aguas mezclándose con el mar Muerto» (Carta
71,1 a
Lucinio).
–En el
Salmo 14 encontramos un código moral del que aspira a vivir
en la intimidad con Dios en el santuario de Jerusalén: «Señor, ¿quién puede
hospedarse en tu tienda? El que procede honradamente y practica la
justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. El
que no hace mal al prójimo ni di-fama al vecino, el que considera
despreciable al impío y honra a los que temen al Señor. El que no presta
dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente. El que así obra nunca
fallará».
No se
insiste en las purezas rituales, sino en las condiciones morales del
corazón.
El
Nuevo Testamento nos manifiesta que la Humanidad de Cristo es el templo de
Dios. Es la tienda y el monte santo en la que Dios ha fijado su morada en
medio de los hombres. Hemos de tener las virtudes necesarias para entrar en
ese santuario, principalmente las obras de caridad, como lo indica el
Salmo.
Años pares
–2
Reyes 19,9-11.14-21.31-36: Yo escudaré a esta ciudad para
salvarla, por mi honor y el de David. El reino de Judá no se libra del
peligro de la invasión, pero la oración del rey Ezequías es acogida: El
profeta Isaías le anuncia la partida inminente del enemigo y la próxima
liberación de Jerusalén. Es grande el poder de la oración, como ya lo hemos
expresado en diversas ocasiones. He aquí un bello texto de San Gregorio
Magno:
«La mente
del que pide suele reaccionar de forma diferente a la mente de Aquel a
quien se dirige la petición, por eso las almas de los santos ponen su
morada en el seno secreto e interior de Dios, encontrando descanso en él.
¿Cómo es posible, entonces, que se diga que clamaban si sabemos que su
voluntad no discrepa en nada de la de Dios? ¿Cómo es posible que eleven su
petición, si sabemos con certeza que no ignoran ni la voluntad de Dios ni
lo que sucederá en el futuro?
«Se
dice que presentan peticiones, aun viviendo en Él, no porque deseen algo en
desacuerdo con la voluntad que conocen, sino porque cuanto más
ardientemente se unen a Él con la mente tanto más reciben de Él el deseo de
seguir pidiendo lo que ya saben que se les va a conceder. De Él beben lo
que les hace estar más sedientos de Él, y, de forma aún incomprensible para
nosotros, se sacian pregustando eso mismo que al ser pedido aumenta el
hambre. No estarían de acuerdo con la voluntad del Creador si no pidieran
lo que Él quiere que vean, y se unirían menos a Él si demandaran de mala
gana lo que Él quiere darles» (Morales sobre Job lib.
II,11).
–Con
el Salmo 47 proclamamos: «Dios ha fundado su ciudad para
siempre. Grande es el Señor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro
Dios. Su Monte Santo, una altura hermosa, alegría de toda la tierra. El
monte Sión, vértice del cielo, ciudad del gran rey. Entre sus palacios,
Dios descuella como un alcázar. Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio
de tu templo: como tu renombre, oh Dios, tu alabanza llega al confín de la
tierra; tu diestra está llena de justicia».
El
salmista ha celebrado la grandeza de Dios en el momento del peligro. Se
diría que deseaba reproducir la oración de Ezequías. La grandeza de Dios se
ha manifestado en la Iglesia: Ella es su ciudad santa construida sobre el
Monte santo que es Cristo. En ella elevamos a Dios nuestras súplicas y ella
misma ora por todos los hombres principalmente en su liturgia sagrada.
–Mateo
7,6,12-14: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten.
Es la regla de oro de la buena concordia social y cristiana. San Agustín
dice:
«“Lo
que no quieres que te hagan, no lo hagas tú a otro” (Tob 4,16; Mt 7,12).
Antes de darse la ley, a nadie se permitió ignorar esto que decimos, para
que así tuviesen modo de juzgar aquellos a quienes no se había dado la ley.
Pero, para que los hombres no tratase de obtener algo que les faltaba, se
escribió en tablas lo que no leían en los corazones. Tenían escrita la ley,
pero no querían leer... Pero como los hombres, apeteciendo las cosas
externas, se apartaron de sí mismos, se dio la ley escrita; no porque no
estuviese escrita ya en los corazones, sino porque, habiendo huido tú de tu
corazón, debías ser acogido por Aquel que está en todas partes y devuelto
al interior de ti mismo» (Comentario al Salmo 57,1).
Con respecto a otros temas de esa lectura
evangélica, el mismo San Agustín comenta el respeto que hemos de tener por
lo sagrado. No dar lo santo a los perros ni las piedras preciosas a los
puercos.
«Perros
son los que ladran calumniosamente; puercos son los manchados con el lodo
de los placeres sensuales. No seamos ni perros ni puercos para merecer que
el Señor nos llame hijos» (Sermón 60,A,4).
La
defensa de lo sagrado nos urge siempre; no podemos participar en la
liturgia santa con malas disposiciones del alma. Y se han de realizar las
ceremonias sagradas tal como lo ha prescrito la competente jerarquía de la
Iglesia. «Con temblor y fe» decía una antigua antífona litúrgica.
MIÉRCOLES
Años impares
–Génesis
15,1-12.17-18: Abrahán creyó al Señor y se le contó en su haber,
y el Señor hizo alianza con él. Por la imitación de la fe de Abrahán,
los seguidores de Cristo son verdaderos hijos del Patriarca, herederos de
la promesa y miembros de la alianza. Así lo explica San Agustín:
«Así,
a nosotros, hermanos, se nos llamó hijos de Abrahán, sin haberlo conocido
personalmente y sin tener de él la descendencia carnal. ¿Cómo, pues, somos
sus hijos? No en la carne, sino en la fe... Si Abrahán fue justo por creer,
todos los que después de él imitaron la fe de Abrahán se hicieron hijos de
él. Los judíos, nacidos de él, según la carne, degeneraron; nosotros,
nacidos de gente extranjera, conseguimos imitándolo lo que ellos perdieron
por su degeneración. ¡Lejos de nosotros pensar que Abrahán es su padre
aunque desciendan de su carne! Sus padres fueron aquellos que ellos mismos
confesaron que eran» (San Agustín, Sermón 305,A,3).
–Con
el Salmo 104 decimos: «el Señor se acuerda de su alianza
eternamente». El cristiano debe tomar conciencia de que todos los prodigios
operados por Dios en la Antigua Alianza para llevar adelante las promesas
hechas por Dios a Abrahán, son prodigios que nos atañen a todos los
beneficiarios de la Nueva Alianza: «Si sois hijos de Cristo, sois
descendientes de Abrahán según la promesa» (Gál 3,29).
«Por
eso el cristiano ha de recitar este salmo como un memorial y una
glorificación de su propio origen, que llegó a su consumación y plenitud en
Jesucristo. Por eso con este Salmo nos adentramos en las maravillas de la
Encarnación y en todos los misterios de Cristo que son reactualizados en la
celebración litúrgica, sobre todo en el Misterio Pascual.
Por
medio de este salmo se nos da a conocer el aspecto divino de la historia de
la salvación, la parte absolutamente insustituible y esencial realizada por
Dios desde los comienzos hasta el fin del mundo.
Años pares
–2
Reyes 22,8-13.23,1-3: El rey leyó al pueblo el libro de la
Alianza encontrado en el templo y selló ante el Señor la Alianza. Se
trata de la reforma del rey Ezequías, que señala una vuelta a la fidelidad
con respecto al verdadero Dios y de la cual hemos tratado ampliamente en
otras ocasiones.
–Por
eso con el Salmo 118 cantamos: «muéstranos, Señor, el camino
de tus leyes». Este Salmo es el fruto de una continua contemplación
interior de la ley de Dios. El piadoso salmista refleja en él su
maravillosa e inefable experiencia exaltando la ley del Señor y declarando
su amor y su adhesión a ella en todas las circunstancias de su vida, porque
en ella ha encontrado el bien supremo, luz, alegría y confortación en las
persecuciones y en los sufrimientos.
Todo
cristiano ha de encontrar en este Salmo una colección de jaculatorias para
expresar los sentimientos que le inspira su amor a la palabra de Dios y al
mandato de la caridad, en las circunstancias más diversas de la vida. El
Salmo 118 es como un rosario del mandamiento del amor enseñado por
Jesucristo como complemento de la ley mosaica.
–Mateo
7,15-30: Por su frutos los conoceréis. Cristo alerta contra
los falsos profetas. El árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da
frutos malos. San Juan Crisóstomo explica estas palabras de Jesús:
«En
todo tiempo tuvo interés el diablo en suplantar la verdad por la mentira. A
mi parecer, al nombrar aquí a los falsos profetas, no alude el Señor a los
herejes, sino a quienes, siendo de vida corrompida, se ponen la máscara de
la virtud, y a quienes el vulgo da el nombre de impostores... No hay
mansedumbre, no hay dulzura alguna en los falsos profetas. De ovejas sólo
tienen la piel. Por eso es fácil distinguirlos. Y porque no tengas la más
ligera duda, te pone los ejemplos de las cosas que han de suceder por
necesidad de la naturaleza... El árbol malo produce siempre frutos malos y
no puede jamás producirlos buenos... No dice que sea imposible que el malo
cambie y que el bueno no pueda caer. El malo puede efectivamente
convertirse a la virtud; pero, mientras permanezca en su maldad, no
producirá frutos buenos... El Señor mandó que a cada uno se le juzgue por
sus frutos» (Homilía 23,6-7 sobre San Mateo).
JUEVES
Años impares
–Génesis
16,1-12.15-16: Agar dio un hijo a Abrahán y Abrahán lo llamó
Ismael. San Pablo en su Carta a los Gálatas (4,21-31) ve en la esclava
Agar un símbolo de la Sinagoga, el judaísmo esclavo de la ley y en Sara, la
mujer libre, la imagen de la Iglesia. Comenta San Agustín:
«Es,
pues, el testamento antiguo, correspondiente a Agar, que engendra para la
servidumbre. En cambio la Jerusalén que está arriba es libre y ella es
nuestra Madre. Así, pues, los hijos de la gracia son los hijos de la libre;
los hijos de la letra son los hijos de la esclava. Busca los hijos de la
esclava: La letra mata. Busca los hijos de la libre: El Espíritu, en
cambio, da vida. La ley del espíritu de vida en Cristo Jesús te libró de la
ley del pecado y de la muerte, de la que no pudo librarte la ley de la
letra» (Sermón 162,7).
–Con
el Salmo 105 proclamamos: «dad gracias al Señor porque es
bueno». La tesis que el Salmo 105 desarrolla está en consonancia con los
temas del Antiguo Testamento, según los cuales, la misericordia de Dios
está muy por encima de los pecados de los hombres. Pero de aquí no se puede
deducir que no hay que dar importancia al pecado. Por el contrario, uno de
los fines del Salmo es dar a conocer y sentir la enorme injusticia que
supone el pecado que es una rebelión de la infidelidad del hombre contra la
fidelidad de Dios. De ahí que el salmo pretenda ante todo excitar los
sentimientos de arrepentimiento y conversión. No obstante, los versículos
escogidos aquí son los primeros que expresan la invitación a alabar a Dios
por su misericordia, en relación con la lectura precedente que es la
continuación de la historia de la salvación:
«Dad
gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia. ¿Quién
podrá contar las hazañas de Dios, pregonar toda su alabanza? Dichosos los
que respetan el derecho y practican siempre la justicia. Acuérdate de mí
por amor a tu pueblo. Visítanos con tu salvación: para que vea la dicha de
tus escogidos, y me alegre con la alegría de tu pueblo, y me gloríe con tu
heredad».
Años pares
–2
Reyes 24,8-17: Deportación de Jeconías y establecimiento de un
monarca vasallo. La Iglesia sufre por la descristianización de los
pueblos, en los cuales se ha sembrado abundantemente la palabra de Dios, de
los sacerdotes y religiosos secularizados. Ora también por la paz, la
libertad y el bienestar de todos los pueblos. Son muchos los que están en
guerra continua; se hallan esclavizados y mueren de hambre y de miseria.
–Todo esto
está expresado en la oración del Salmo 78: «líbranos, Señor,
por el honor de tu nombre. Los gentiles han entrado en tu heredad, han
profanado tu santo templo, han reducido a Jerusalén a ruinas». Tanto la
liturgia como la tradición patrística ven en este Salmo una súplica de la
Iglesia en tiempo de persecución y de prueba, pero también para expresar
sentimientos de penitencia y propiciar la misericordia de Dios para con una
humanidad pecadora y para con sus hijos arrepentidos y penitentes:
«...echaron
los cadáveres de tus siervos en pasto a las aves del cielo, y la carne de
sus fieles a las fieras de la tierra. Derramaron su sangre como agua en
torno a Jerusalén, y nadie la enterraba. Fuimos el escarnio de nuestros
vecinos, la irrisión y la burla de los que nos rodean. ¿Hasta cuándo,
Señor? ¿Vas a estar siempre enojado? ¿Va a arder como fuego tu cólera? No
recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros padres; que tu compasión
nos alcance pronto, pues estamos agotados. Socórrenos, Dios Salvador nuestro,
por el honor de tu nombre; líbranos y perdona nuestros pecados, a causa de
tu nombre».
–Mateo
21-29: La casa edificada sobre roca y la casa edificada sobre
arena. La religión auténtica consiste en cumplir con la voluntad de
Dios. Todo lo demás no pasa de ser ilusión y artificio, merecedor de
condenación por parte de Dios. Dice San Agustín:
«Hermanos míos, que vinisteis con entusiasmo a
escuchar la palabra: no os engañéis a vosotros mismos fallando a la hora de
cumplir lo que escuchasteis. Pensad que es hermoso oírle, ¡cuánto más será
el llevarlo a la práctica! Si no escucháis, si no ponéis interés en oírla,
nada edificáis. Pero, si la oyes y no la pones en práctica, edificas una
ruina.
«Cristo
el Señor puso a este respecto una semejanza muy oportuna: Quien escucha mis
palabras... ¿Por qué no se derrumbó? Estaba cimentada sobre roca. Por
tanto, el escuchar la palabra y cumplirla equivale a edificar sobre roca.
El sólo escuchar es ya edificar... Quien la escucha y no la pone en
práctica edifica sobre arena y edifica sobre roca quien la escucha y pone
en práctica; y quien no la escucha no edifica ni sobre la roca ni sobre la
arena... ¿No es esto más seguro? Entonces quedarás sin techo donde
cobijarte si nada escuchas... Considera, pues, qué parte vas a elegir... Si
te hayas sin techo, necesariamente serás sepultado, arrastrado y sumergido.
«Por
tanto, si es malo para ti edificar sobre arena, malo es también no edificar
nada; sólo queda como bueno edificar sobre roca. Cosa mala es, pues, no
escuchar; mala también escuchar y no obrar; lo único que queda es obrar
también» (Sermón 179,8-9).
VIERNES
Años impares
–Génesis
17,1.9-10.15-22: Dios da a Abraham un hijo de su esposa Sara, la
libre, Isaac, con quien establecerá su pacto perpetuo. Este pasaje es
interpretado en el sentido de que es mejor la nueva alianza que la antigua.
Pero ello siempre que se conserve en unión con la verdadera Iglesia, por el
bautismo, la fe y las costumbres. Dice San Agustín:
«Hay
quien solamente se ha revestido de Cristo por haber recibido el sacramento,
pero están desnudos de Él por lo que se refiere a la fe y a las costumbres.
También son muchos los herejes que tienen el mismo sacramento del bautismo,
pero no su fruto salvador ni el vínculo de la paz... O bien están sellados
por los desertores o bien son ellos mismos desertores, llevando el sello
del buen rey en carne digna de condenación... Ved que puede darse que
alguien tenga el bautismo de Cristo, pero no la fe y el amor de Cristo; que
tenga el sacramento de la santidad y no sea contado en el lote de los
santos. Ni importa, por lo que se refiere al solo sacramento, el que alguno
reciba el sacramento de Cristo, donde no existe la unidad de Cristo, pues
también quien ha sido bautizado en la Iglesia, si pasa a ser desertor de la
misma, carecerá de la santidad de vida, pero no del sello del sacramento» (Sermón
260,A,2).
–Con
el Salmo 127 proclamamos: «ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor». Los Santos Padres han aplicado las palabras de este
Salmo a la Iglesia, Madre fecunda por el Bautismo. San León Magno afirma:
«La
fiesta de hoy, del nacimiento de Jesucristo de la Virgen María, renueva
para nosotros los comienzos sagrados. Y al adorar el nacimiento de nuestro
Salvador, tratamos de celebrar al mismo tiempo nuestros propios comienzos.
La generación de Cristo es, en efecto, el origen del pueblo cristiano, y el
aniversario de la Cabeza es también el aniversario del Cuerpo. Aunque cada
uno sea llamado en su orden y todos los hijos de la Iglesia se diferencien
en la sucesión de los tiempos, sin embargo, como el conjunto de los fieles
nacidos de la fuente bautismal ha sido crucificado con Cristo en su pasión,
ha resucitado en su resurrección, ha sido colocado a la derecha del Padre
en su ascensión, así también con Él ha nacido en esta navidad» (Sermón 6
de Navidad).
Años pares
–2
Reyes 25,1-12: Marchó Judá al Desierto. Nueva conquista de
Jerusalén por Nabucodonosor. El rey es castigado y deportado a Babilonia.
Gran parte de la población corre la misma suerte. Es el fin del reino de
Judá.
–Así
lo canta el Salmo 136: «Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti... Junto a los canales de Babilonia nos sentábamos a
llorar con nostalgia de Sión». Babilonia es la personificación de la
multiforme potencia del mal. Este satánico poder que pervierte en el mundo
está destinado a autodestruirse. Babilonia es el símbolo de la ciudad
terrena, surgida y crecida en oposición a Dios y a todo lo que viene de Él.
Es el resultado de todos los egoísmos y concupiscencias humanas.
En su poder y prosperidad, ella acumula
sus pecados hasta el cielo, pero Dios recuerda sus iniquidades y la
justicia divina la aniquilará. Cristo ha revelado al hombre su miseria y su
desgracia, pero no lo ha abandonado en su desesperación. Con sus misterios
pascuales nos ha devuelto el paraíso perdido y la posibilidad de cantar los
cánticos de la Jerusalén celeste.
La
Iglesia, formada por los que creen en la palabra de Cristo, sentada junto a
los canales de Babilonia, que son este engañoso mundo que pasa, provocada y
oprimida por sus perseguidores, llora en sus miembros que sufren. Pero en
su corazón, el deseo de ver a Dios y la nostalgia del cielo son más fuertes
que cualquier provocación e insinuación del enemigo.
«Los que
son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos»
(Gál 5,24). Mientras estamos en este mundo somos como exiliados y
deportados (cf. 2 Cor 5,6). Luchamos, pero en Cristo tenemos la
esperanza del triunfo (2 Cor 5,8).
–Mateo
8,1-4: Si quieres puedes limpiarme. Comenta San Juan
Crisóstomo el diálogo entre Jesús y el leproso:
«Grande
es la prudencia, grande la fe de este leproso que se acerca al Señor.
Porque no le interrumpió en su enseñanza, ni irrumpió por entre la
concurrencia, sino que esperó el momento oportuno y se acercó al Señor
cuando éste hubo bajado del monte. Y no le ruega como quiera, sino con gran
fervor, postrado a sus pies, como cuenta otro evangelista, con verdadera fe
y con la opinión que de Él debe tener...: Si quieres, puedes limpiarme...
Todo se lo encomienda a Él; a Él hace Señor de su curación.
«Y Él
atestigua que tiene toda autoridad... Lo que hace es aceptar y confirmar lo
que el leproso le había dicho. Por ello precisamente no le responde: “queda
limpio”, sino: “quiero, queda limpio”; con lo que el dogma ya no se fundaba
en la mera suposición del leproso, sino en la sentencia misma del Señor. No
obraron así los apóstoles... Mas el Señor, que muchas veces habló de sí
humildemente y por bajo de lo que a su gloria corresponde, ¿qué dice aquí
para confirmar el dogma, en el momento en que todos le admiraban por su
autoridad? Quiero, sé limpio. En verdad con haber Él hecho tantos y tan
grandes milagros, en ninguna parte aparece repetida esta palabra. Aquí
empero, para confirmar la idea que tanto el pueblo como el leproso tenían
de su autoridad, añadió ese “quiero”. Y no es que lo dijera y luego no lo
hiciese, la obra siguió inmediatamente a su palabra» (Homilía 25,1-2
sobre San Mateo).
SÁBADO
Años impares
–Génesis
18,1-15: La visita de los tres a Abrahán junto a la encina de
Mambré. Anuncio del nacimiento de Isaac, importante para la historia de
la salvación. San Jerónimo explica que:
«Abrahán
era rico en oro, plata, ganado, posesiones y vestidos, y tenía tanta familia
que, al recibir una noticia inesperada, pudo armar un ejército de jóvenes
escogidos y alcanzar junto a Dan y dar muerte a cuatro reyes, de quienes
antes habían huido otros cinco. Y sin embargo, después que, habiendo
cumplido muchas veces el deber de hospitalidad, mereció recibir a Dios
cuando él pensaba acoger a hombres, no encomendó a criados y criadas que
sirvieran a los huéspedes ni disminuyó, por encomendarlo a otros, el bien
que practicaba; sino que él solo con su mujer Sara se entregó a aquel servicio
de humanidad, como si hubiera dado con una presa. Él mismo les lavó los
pies, él mismo trajo sobre sus hombros un lucido becerro del rebaño,
permaneció en pie como un criado mientras los peregrinos comían, y sin
comer él, les fue poniendo los manjares que Sara había cocido con sus
manos» (Carta 66,11
a Panmaquio).
Muchos
Santos Padres y la liturgia tanto oriental como occidental han visto en
esto una figura de la Santísima Trinidad. San Hilario de Poitiers dice que
«vio a tres y adoró a uno»:
«...Cuando Abrahán ve a un hombre y adora
a Dios. La antigua liturgia romana tenía un responsorio en el que se decía:
“tres vidit et unum adoravit”» (Tratado sobre los Misterios
2,13-14).
–Por eso se ha escogido como salmo
responsorial el Magnificat. «Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
Del
himno de la Virgen María se ha escrito que no es ni una respuesta a Isabel,
ni propiamente una plegaria a Dios. Es una elevación y un éxtasis. La gran
hora de la Virgen María es también la gran hora de su pueblo. Al comienzo
de su cántico habló María de la salud que Dios le había preparado, al final
habla de la salud que alborea para su pueblo. Lo que sucedió en la Virgen
María se realiza en la Iglesia de Dios. En la Virgen María está
representado el pueblo de Dios.
El siervo de Dios es aquí el Pueblo de
Israel: «Pero tú, Israel, eres mi siervo, yo te elegí. Jacob, progenie de
Abrahán, mi amigo. Yo te traeré de los confines de la tierra, y te llamaré
de las regiones lejanas, diciéndote: Tú eres mi siervo, yo te elegí y no te
rechacé» (Is 41,8s.). Ahora va a tener cumplimiento la misericordia de Dios
y la fidelidad a las promesas. La Virgen María se reconoce una con el
pueblo de Dios. Ella fue fiel. En Ella se cumplen las promesas. Es un gran
misterio el rechazo de Israel a Cristo, el Mesías. «Vi-no a los suyos y los
suyos no le recibieron».
Años pares
–Lamentaciones
2,2.10-14.18-19: Grita al Señor, levántate, Sión . Después
de haber descrito el desastre de la ciudad santa, el autor del libro de las
Lamentaciones llora su dolor ante las ruinas. Echa en cara a los profetas
el que no le revelaran a Israel su pecado, para provocar su penitencia y
perdón divino. Finalmente invita a los supervivientes a que oren con
fervor. San Jerónimo explica:
«Jeremías se lamenta sobre un pueblo que no hace
penitencia... Llora a quienes salen de la Iglesia por sus crímenes y
pecados y no quieren volver a ella arrepintiéndose de sus pecados. Por eso,
dirigiéndose a los hombres de Iglesia, a los que son llamados muros y
torres de la Iglesia, la palabra profética dice: “Muros de Sión, derramad
lágrimas” (Lam 2,18), como cumpliendo con el precepto del Apóstol de
“alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran” (Rom 12,15).
«Así,
con vuestras lágrimas incitaréis a llanto a los duros corazones de los que
pecan para que no tengan que oír, obstinados en su malicia: “Yo te
planté como viña fructífera, de simiente legítima. ¿Cómo has degenerado en
amarga vid silvestre?...” No han querido volverse a Mí para hacer
penitencia, sino que por la dureza de su corazón me han vuelto la espalda
para injuriarme... Cuánta es la clemencia de Dios, cuánta nuestra dureza,
que después de tantos pecados nos llama a la salvación. Y ni aun así
queremos convertirnos al Bien» (Carta 122,1-2, a Rústico).
–Con
el Salmo 73 decimos: «No olvides sin remedio la viña de tus pobres.
El enemigo ha arrancado del todo el Santuario... prendieron fuego a tu
Santuario, derribaron y profanaron la morada de tu nombre».
Este
Salmo apasionado, como las mismas Lamentaciones, refleja una época
trágica, si las ha habido en la historia de Israel. El templo destruido,
los profetas dispersos, Dios mismo parece haber abandonado a su pueblo.
Pero el salmista no desespera, sino que se vuelve a Dios suplicante y Dios
otorga el perdón. Todo se restaura. Esto se repite constantemente en la
historia de Israel, como hemos visto en diversas ocasiones.
Tiene
aplicación en nosotros, porque el cristiano en gracia es templo vivo de
Dios. Por el pecado ese templo queda destruido, profanado, como nos decía
San Jerónimo en su Carta anterior. Dios nos aguarda, como el Padre del hijo
pródigo. Espera de nosotros el arrepentimiento y siempre está dispuesto a
la misericordia y al perdón.
–Mateo
8,5-17: Vendrán muchos de Oriente y Occidente y se sentarán con
Abrahán, Isaac y Jacob. La fe del centurión romano logra la salud de su
criado. Jesús ve en ellos el augurio de la conversión de los pueblos
paganos. Luego curó a la suegra de San Pedro. Se cumplen las profecías:
«Tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades». Comenta San
Agustín sobre este milagro que Jesús hace en favor del centurión:
«Podemos
nosotros medir la fe de los hombres, pero en cuanto hombres. Cristo, que
veía el interior, Cristo a quien nadie engañaba, dio testimonio sobre el
corazón de aquel hombre, al escuchar las palabras de humildad y pronunciar
la sentencia de la sanción.
«El
Señor, aunque formaba parte del pueblo judío, anunciaba ya la Iglesia
futura en todo el orbe de la tierra, a la que había de enviar a sus
apóstoles. Los gentiles no lo vieron y creyeron; los judíos lo vieron y le
dieron muerte. Del mismo modo que el Señor no entró con su cuerpo en la
casa del centurión, y, sin embargo, ausente en el cuerpo y presente por su
majestad, sanó su fe y su casa, de idéntica manera el mismo Señor sólo
estuvo corporalmente en el pueblo judío; en los otros pueblos ni nació de
una Virgen, ni sufrió la pasión, ni caminó, ni soportó las debilidades
humanas, ni hizo las maravillas divinas. Ninguna de estas cosas realizó en
los restantes pueblos. Él se había dicho: El pueblo, al que no conocí, ése
me sirvió. ¿Cómo si faltó el conocimiento? Tras haber oído me obedeció (Sal
17,45). El pueblo judío lo conoció y lo crucificó; el orbe de la tierra oyó
y creyó» (Sermón 62,4).
SEMANA 13
DOMINGO
Verdad
y caridad son los dos polos de la vida y del testimonio cristiano, y son
también el objeto de nuestra oración en una liturgia dominical como la de
hoy, llena de la alegría de los redimidos.
Entrada: «Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios
con gritos de júbilo» (Sal 46,2).
Colecta (del Sacramentario de Bérgamo): «Padre de
bondad, que por la gracia de la adopción nos has hecho hijos de la luz;
concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en
el esplendor de la verdad».
Ofrendas (del Veronense): «¡Oh Dios!, que obras con
poder en tus sacramentos, concédenos que nuestro servicio sea digno de
estos dones sagrados».
Comunión: «Bendice, alma mía, al Señor y todo mi ser a
su santo nombre» (Sal 102,1); o bien: «Padre, por ellos ruego; para
que todos sean uno en nosotros y así crea el mundo que Tú me has enviado,
dice el Señor» (Jn 17,20-21).
Postcomunión (del Misal anterior, retocada con el texto de
Jn 15,16): «La víctima eucarística que hemos ofrecido y recibido en
comunión nos vivifique, Señor, para que, unidos a ti en caridad perpetua, demos
frutos que siempre permanezcan».
Ciclo A
La
primera y la tercera lecturas se corresponden. En la primera Dios bendice
el hogar que había acogido al profeta Eliseo; en el Evangelio, Jesús,
después de haber invitado a los apóstoles a dejarlo todo para que le sigan
a Él solo, promete su bendición a los que los acojan con generosidad y
cariño. En la segunda lectura San Pablo que ya nos enseñó que hemos sido
salvados por la muerte y resurrección del Señor, nos muestra ahora cómo el
bautismo nos introduce en este misterio.
–2
Reyes 4,8-11.14-16: Este hombre de Dios es un santo, se quedará
aquí. Todo profeta auténtico es un signo de la presencia de Dios en la
vida de los hombres. La plenitud del profetismo fue Cristo Jesús. El Hijo
de Dios comprometido en la vida de los hombres y conviviendo con ellos.
–Por
siempre jamás cantamos las misericordias del Señor. Así lo proclamamos en
el Salmo 88. En Cristo nos lo ha dado todo. La alianza
sellada por Dios con la casa de David no fue quebrantada nunca por parte de
Dios, aun cuando por parte de los hombres hubo muchos fallos e
infidelidades. Dios conducía la historia por caminos desconcertantes hasta
que llegara el Descendiente de David esperado, el Ungido por antonomasia,
Cristo Jesús, Salvador de los hombres. Desde entonces la Alianza sellada
con su sangre será eterna, irrompible, no obstante las deficiencias de unos
y los insultos y persecuciones de otros. «Reinará para siempre en la Casa
de Jacob» (Lc 1,32).
–Romanos
6,3-4.8-11: Por el bautismo fuimos sepultados con Él en
la muerte para que andemos en una vida nueva.
La
vocación cristiana es, por su propia naturaleza, vocación de santidad
cristiforme; ruptura total con el pecado y nueva existencia en Cristo.
Comenta San Agustín:
«Mas
centremos nuestra reflexión, amadísimos, en la resurrección de Cristo, pues
del mismo modo que su pasión era símbolo de nuestra antigua vida, así su
resurrección encierra el misterio de la vida nueva. Por eso dice el
Apóstol: “Hemos sido sepultados con Cristo por medio del bautismo, para la
muerte, a fin de que, como Cristo resucitó de entre los muertos, así
también nosotros caminemos en una vida nueva” (Rom 6,4). Has creído y te
has bautizado: murió la vida antigua, recibió la muerte en la cruz, fue sepultado
en el bautismo. Ha sido sepultada la vida antigua, en la que viviste mal;
resucita la vida nueva. Vive bien; vive para vivir; vive de tal manera que
cuando mueras, no mueras... Comenzad a realizar en el espíritu, viviendo
santamente, lo que Cristo nos manifestó mediante la resurrección de su
cuerpo» (Sermón 229,E,3-4).
–Mateo
10,37-42: El que no toma su cruz, no es digno de Mí. El que os
recibe a vosotros a Mí me recibe. San Juan Crisóstomo explica las
palabras de Jesús:
«Mirad
la dignidad del Maestro. Mirad cómo se muestra a Sí mismo hijo legítimo del
Padre, pues manda que todo se abandone y todo se posponga a su amor... La
propia vida que antepongáis a mi amor, estáis ya lejos de ser mis
discípulos... Y si es cierto que Pablo ordena muchas cosas acerca de los
padres y manda que se les obedezca en todo, no hay que maravillarse de
ello, pues sólo manda que se les obedezca en aquello que no va contra la
piedad para con Dios... Con este modo de hablar quería el Señor templar el
valor de los hijos y amansar también a los padres que tal vez hubieran de
oponerse al llamamiento de sus hijos...
«Nada
hay más íntimo al hombre que su propia vida. Pues bien, si aun a tu propia
vida no aborreces, sufrirás todo lo contrario del que ama, será como si no
me amaras. Y no nos manda simplemente que la aborrezcamos, sino que
lleguemos hasta entregarla a la guerra, a las batallas, a la espada y a la
sangre. Porque el que no lleva su cruz y me sigue no puede ser mi
discípulo. Porque no dijo simplemente que hay que estar preparado para la
muerte, sino para la muerte violenta y no sólo para la muerte violenta,
sino también para la ignominia...
«Ahora
bien, ¿no es cosa de admirarse y pasmarse que, oyendo todo esto, no se les
saliera a los apóstoles el alma de su cuerpo? Porque lo duro por todas
partes se les venía a la mano; pero el premio estaba todo en esperanza.
¿Cómo es pues, que no se les salió? Porque era mucha la virtud del que
hablaba y mucho también el amor de los que oían... Un simple vaso de agua
fría que des, que nada ha de costarte, aun de tan sencilla obra tienes
señalada recompensa. Porque por vosotros, que acogéis a mis enviados, yo
estoy dispuesto a hacerlo todo» (Homilía 35,1-2 sobre San Mateo).
Ciclo B
Como
sucede ordinariamente se corresponden las lecturas primera y tercera. «Dios
no hizo la muerte». Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo. En
la tercera lectura Cristo resucita a la hija de Jairo. San Pablo exhorta a
los cristianos de Corinto a acudir en ayuda de sus hermanos de Jerusalén.
Ayudar al pobre es imitar a Cristo.
El
poderío de Cristo sobre la vida y la muerte es, en la Revelación divina, el
signo más decisivo para evidenciar la antítesis misteriosa entre el Adán
original con su influencia degradante (el pecado y la muerte cf. Rom
5,17; 1 Cor 15,26) y el nuevo Adán, Redentor del pecado y de la muerte.
–Sabiduría
1,13-15–2,23-25: La muerte no procede de Dios. Pero es el
signo de la limitación humana y la marca que dejó en el hombre la
aberración original de pretender ser como Dios (Gén 3,4).
La
revelación divina afronta el «enigma» de la muerte en su dimensión de
misterio insoslayable para la existencia temporal humana (GS 14).
San Atanasio escribe:
«Porque
Dios no sólo nos hizo de la nada, sino que con el don de su Palabra nos dio
el poder vivir como Dios. Pero los hombres se apartaron de las cosas
eternas, y por insinuación del diablo se volvieron hacia las cosas
corruptibles; y así, por su culpa le vino la corrupción de la muerte, pues,
como dijimos, por naturaleza eran corruptibles, y sólo por la participación
del Verbo podían escapar a su condición natural, si permanecían en el bien.
Porque, en efecto, la corrupción no podía acercarse a los hombres a causa
de que tenían con ellos al Verbo, como dice la Sabiduría: Dios creó al
hombre para la incorrupción y para ser imagen de su propia eternidad; pero
“por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo” (Sab 2, 23-24).
Entonces fue cuando los hombres empezaron a morir, y desde entonces la
corrupción los dominó y tuvo un poder contra todo el linaje humano superior
al que le correspondía por naturaleza, puesto que por la trasgresión del
precepto tenía en favor suyo la amenaza de Dios al hombre...» (Sobre la
Encarnación 4,6).
–Con
el Salmo 29 decimos: «te ensalzaré, Señor, porque me has librado».
Es un himno de acción de gracias por la salvación recobrada. La tradición
patrística y la liturgia ven en este Salmo una profecía de la Resurrección
de Cristo y de nuestra propia resurrección.
–2
Corintios 8,7-9.13-15: Vuestra abundancia remedia la falta que
los pobres tienen. Ante la indigencia humana el Corazón de Jesucristo
es misterio de caridad y de comunión redentora. Quienes son de Cristo lo
evidencian en su comunión de fe y caridad ante la indigencia de sus
hermanos. Así lo explica San Juan Crisóstomo:
«Si no
podéis entender que la pobreza enriquece, representaos a Jesucristo y en
seguida se disiparán vuestras dudas. En efecto, si Jesucristo no se hubiera
hecho pobre, los hombres no hubieran podido ser enriquecidos. Esas riquezas
inefables, que por un milagro incomprensible para los hombres han
encontrado su fuente en la pobreza son: el conocimiento de Dios y de la
verdadera virtud, la liberación del pecado, la justicia, la santidad y
otros mil beneficios que Jesucristo ya nos ha concedido y que nos concederá
todavía. Todo esto ha venido a nosotros por el canal de la pobreza, es
decir, porque Jesucristo se ha revestido de nuestra carne, se ha hecho
hombre, ha sufrido todo lo que sabemos, aunque Él no fuera, como lo somos
nosotros, deudor de la pena y de los sufrimientos» (Homilía 17,
sobre 2 Cor.).
–Marcos
5,21-43: Contigo hablo, niña, levántate. «Yo soy la
resurrección y la vida» (Jn 11,25), pudo decir Jesús un día. Lo evidenció
con el lenguaje de los hechos y lo selló con el misterio de su propia
muerte redentora y su resurrección pascual. Comenta este milagro San
Ambrosio:
«No
está muerta la niña sino dormida. Los que no creen se ríen. Lloren pues,
sus muertos los que se creen muertos; cuando se tiene fe en la
resurrección, no se considera la muerte, sino el reposo. Y no está fuera de
propósito lo que dice San Mateo (9,23) de que había en la casa del jefe
flautistas y una multitud de plañideras; ya porque, siguiendo los usos
antiguos, se hizo venir a los flautistas para inflamar y excitar los
plañidos; ya porque la Sinagoga, a través de los cánticos de la ley y de la
letra, no podía captar la alegría del Espíritu.
«Tomando,
pues, la mano de la niña, Jesús la curó y mandó que le dieran de comer. Es
una atestación de vida, para que no se crea que es un fantasma, sino una
realidad. Dichoso aquél al que la Sabiduría coge de la mano. ¡Ojalá que
ella dirija nuestras acciones, que la justicia tenga mi mano, que la tenga
el Verbo de Dios, que Él me introduzca en su interior, que me aparte del
espíritu del error, que me conduzca el espíritu que salva, que ordene que
me den de comer! Pues el Pan celestial es el Verbo de Dios. Esta Sabiduría,
que ha llenado los santos altares con los alimentos del Cuerpo y de la
Sangre divinos ha dicho: “Venid, comed mis panes, bebed mi vino, que he
preparado para vosotros” (Prov 9,5)» (Tratado sobre el Evangelio de
San Lucas lib.VI, 62-63).
Ciclo C
Carácter
exigente de la vocación apostólica: Cuando Dios llama todo se ha de
abandonar. Así lo hizo el profeta Eliseo. No nos ate la letra de la ley,
como dice San Pablo. Así estaremos en la verdadera libertad para ponernos
al servicio de los demás por amor. Ser cristiano significa haber sido
elegido y predestinado por el Padre, para ser injertado en el misterio de
Cristo y para permanecer fieles a su llamamiento, a su amor, y a su obra de
santificación sobre nosotros. La iniciativa de esta vocación es siempre de
Dios. Nuestra responsabilidad consiste en responder diariamente con toda
generosidad a este don divino.
–1
Reyes,19,16.19-21: Eliseo se levantó y se marchó tras Elías.
Su actitud es un ejemplo exacto de renuncia de los propios intereses para
seguir el llamamiento divino.
En la
Nueva Alianza los apóstoles y discípulos de Cristo heredarán el espíritu de
los profetas. Jesucristo exigirá una exclusividad absoluta en su servicio.
Así actuaron los apóstoles y millones de hombres y mujeres en los veinte
siglos de cristianismo. San Jerónimo dice:
«Una
administración excesivamente cautelosa de la hacienda familiar, y que
vuelve cautelosamente a sus cálculos, no se abandona tan fácilmente. José
con la túnica puesta, no habría podido escapar de la mano de la egipcia.
Aquel joven que, envuelto en una sábana, seguía a Jesús, al ser apresado
por los esbirros dejó el vestido terreno y se marchó desnudo. Elías, cuando
fue arrebatado en un carro al cielo, dejó su manto en la tierra. Eliseo
ofreció en sacrificio los bueyes y los yugos de su anterior oficio... Dejar
el oro es de principiantes, no de perfectos. Eso lo hizo el tebano Crates,
lo hizo Antístenes. Ofrecerse a sí mismo a Dios, eso es lo propio de los
cristianos y de los apóstoles» (Carta 71,3, a Lucinio).
–Con
el Salmo 15 decimos: «el Señor es mi lote y mi
heredad». En este Salmo tenemos una magnífica expresión de la fe. Pero esa
fe con la que nos jugamos toda nuestra existencia a la única carta de Dios,
está toda ella trascendida de amor. Con él nos remontamos fácilmente hasta
las alturas desde donde se divisa una vida prolongada más allá de la muerte
en la presencia y compañía de Dios. Esto se hizo realidad cierta y firme
con la resurrección de Jesucristo.
–Gálatas
4,31-5,1,13-18: Vuestra vocación es la libertad. Liberación
personal del pecado para vivir totalmente con fidelidad al designio de Dios
sobre nosotros. La libertad del justo es una libertad en el amor al prójimo
por Dios. Esto, paradójicamente, nos lleva a una esclavitud al servicio del
hermano. Es también una libertad en el Espíritu Santo, que dirige la vida
de los justos y la orienta por un camino espiritual contrario a las
apetencias de la carne, cuya vida es antagónica a la del Espíritu,
totalmente dominada por lo divino y sobrenatural. Dice San Juan Crisóstomo:
«Cristo
nos liberó del yugo de la esclavitud, nos hizo responsables de nuestras
actuaciones, pero no para que empleáramos ese poder para el mal, sino como
ocasión de alcanzar un premio mayor, elevándonos a un nivel más alto de
vida. Puesto que en varias ocasiones llama a la ley yugo de esclavitud y a
la gracia liberación de la maldición, a fin de que nadie creyese que
prescribe abandonar la ley porque fuera lícito vivir de forma contraria a
la ley, corrige esta suposición diciendo: ordeno esto, no para que surja
una forma de vida inicua, sino para que la vida cristiana vaya más allá de
la ley, pues las ataduras de la ley han sido destruidas.
«No
digo todo esto para que seamos pusilánimes, sino para que alcancemos un
nivel más alto.. Andad según el Espíritu y no deis satisfacción al deseo de
la carne. He aquí que señala otro camino que hace accesible la virtud y que
da cumplimiento a cuanto se ha dicho, camino que engendra amor y que viene
reforzado por el amor. Pues nada, nada inclina tanto al amor como el ser
espiritual, y nada induce al Espíritu a permanecer con nosotros como la
fuerza del amor... El que posee el Espíritu, tal y como conviene,
apaciguará gracias a él todos los malos deseos. El que se ve libre de
estos, no necesita del auxilio de la ley, porque se encuentra en una
situación más elevada con respecto a sus preceptos...» (Comentario a la
Carta a los Gálatas V,3-6).
–Lucas
9,51-62: Te seguiré adonde vayas. Ante la iniciativa y el
llamamiento divino siempre corremos el riesgo de tratar de condicionar
nuestra respuesta según los propios intereses personales. De este modo, podemos
hacernos indignos del don divino. Comenta San Agustín:
«Escuchad
lo que me ha inspirado Dios sobre este capítulo del Evangelio. En él se lee
cómo se comportó el Señor distintamente con tres hombres. A uno que se
ofreció a seguirlo, lo rechazó; a otro que no se atrevía lo animó a ello;
por fin a un tercero que lo difería lo censuró. ¿Quién más dispuesto, más
resuelto, más decidido ante un bien tan excelente como es seguir al Señor
adonde quiera que vaya que aquél que dijo: “Señor, te seguiré adondequiera
que vayas” (Lc 9,57).
«Lleno
de admiración preguntas: ¿Cómo es esto; cómo desagradó al Maestro bueno,
nuestro Señor Jesucristo, que va en busca de discípulos para darles el
Reino de los cielos, hombre tan bien dispuesto? Como se trataba de un
Maestro que preveía el futuro, entendemos que este hombre, hermanos míos,
si hubiera seguido a Cristo hubiera buscado su propio interés y no el de
Jesucristo.
«Pues
el mismo Señor dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el
Reino de los cielos” (Mt 7,21). Este era uno de ellos; no se conocía a sí
mismo, como lo conocía el médico que lo examinaba. Porque si ya se veía
mentiroso, si ya se conocía falaz y doble, no conocía a quien le hablaba.
Pues Él es de quien dice el evangelista: “No necesitaba que nadie le
informase sobre el hombre, pues Él sabía lo que había en el hombre” (Jn
2,25). ¿Y qué le respondió? “Las zorras tienen madrigueras y las aves del
cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza ”(Lc
9,58). Pero, ¿dónde no tiene? En tu fe. Las zorras tienen escondites en tu
corazón; eres falaz. Las aves del cielo tienen nidos en tu corazón; eres
soberbio. Siendo mentiroso y soberbio no puedes seguirme. ¿Cómo puede
seguir la doblez a la simplicidad?...» (Sermón 100,1).
Libertados
por Cristo y para Cristo, nuestra libertad está en defender esa libertad de
los hijos de Dios, sin hipotecar nuestra vida a nada que pueda traicionar
nuestra vocación a la santidad y nuestra fidelidad al Corazón de Cristo y
al Evangelio
LUNES
Años impares
–Génesis
18,16-33: ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable?
Abrahán, con gran fe y con humilde respeto, pero también con bastante
familiaridad, intercede ante Dios en favor de Sodoma y Gomorra, ciudades
depravadas por la perversidad de sus habitantes. En toda la narración se
palpa la misericordia de Dios y la perversidad de los hombres. Es un
diálogo inefable de la condescendencia de Dios e ingenuidad de Abrahán.
–Con
el Salmo 102 proclamamos la misericordia del Señor. En este
Salmo se manifiesta la misericordia y el amor divino con resplandor
refulgente. La misma palabra «misericordioso» tiene para el hebreo una
resonancia que no se puede traducir en nuestras lenguas. Deriva de la misma
raíz que maternal.
Por
muy enorme que sean los pecados de los hombres mayor es la misericordia
divina. Si Abrahán hubiera descendido más en el número de los justos
también Dios lo hubiera atendido con la misericordia divina, que aparece en
la Sagrada Escritura sin límites. Así lo enseñan los Santos Padres, como
San Jerónimo:
«No
dudéis del perdón, pues, por grandes que sean vuestras culpas, la magnitud
de la misericordia divina perdonará, sin duda la enormidad de vuestros
muchos pecados» (Comentario sobre el profeta Joel 4).
San Cipriano también lo dice:
«Él nos
ha prometido el perdón de los pecados y no puede faltar a su palabra, ya
que al enseñarnos a que sean perdonados nuestros pecado, nos ha prometido
su misericordia paternal y, en consecuencia, su perdón» (Tratado sobre
el Padrenuestro 18).
Y San Gregorio Magno:
«Consideremos
cuán grandes son las entrañas de su misericordia, que no sólo nos perdona
nuestras culpas, sino que promete el reino celestial a los que se
arrepienten después de ellas» (Homilía 9 sobre los Evangelios,3).
Años pares
–Amós
2,6-10.13-16: Oprimen contra el polvo la cabeza de los míseros.
Dios denuncia las injusticias y las prácticas vergonzosas a que se entregan
los israelitas. Tales pecados serán castigados con severidad, pues la
infidelidad del pueblo, que tantos beneficios ha recibido de Dios, es
inmensa.
A lo
largo de la historia de la salvación la fidelidad de Dios se revela
inmutable, frente a la constante infidelidad del hombre hasta que Cristo,
testigo fiel de la verdad (Jn 18,37; Ap 3,4) comunica a los hombres la
gracia de que está lleno (Jn 1,14-16) y los hace capaces de merecer la
corona de la vida imitando su fidelidad hasta la muerte (Ap 2,10).
–El Salmo
49 es un eco de la lectura anterior: «atención los que olvidáis a
Dios». De suyo este salmo es una invectiva contra el formulismo del culto
judío y la hipocresía del pueblo. Fue tomado por Cristo con términos
fuertes y decisivos, sobre todo contra las actitudes de los fariseos y
jefes espirituales del pueblo (cf. Mt 15,1-20. 23):
«¿Por qué recitas mis preceptos y tienes
siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la
espalda mis mandatos? Cuando ves un ladrón, corres con él, te mezclas con
los adúlteros; sueltas tu lengua para el mal, tu boca urde el engaño. Te
sientas a hablar contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre; esto
haces, ¿y me voy a callar? ¿crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré
en cara. Atención los que olvidáis a Dios, no sea que os destroce sin
remedio; el que me ofrece acción de gracias ése me honra; al que sigue el
buen camino le haré ver la salvación de Dios».
–Mateo
8,18-22: Sígueme. San Jerónimo comenta la exigencia de
Jesús:
«Jesús propone duras exigencias a quienes
quieren caminar en pos de Él; seguirle supone compartir su vida de profeta
que carece de morada; supone asimismo renunciar aún los deberes de piedad
filial, por servicio al Reino. La llamada del Señor debe tener una
correspondencia pronta, sin dilaciones, ni aun por motivos familiares. La
disponibilidad ha de ser sin condiciones. Él tiene unos planes más altos
para el discípulos y para los que aparentemente saldrían perjudicados.
«Ha
dispuesto las cosas para que resulten buenas para todos. Cuando Dios llama
ése es el momento más oportuno, aunque aparentemente, miradas las cosas con
ojos humanos, puedan existir motivos que dilaten la entrega. Tan pronto
como el Hijo de Dios entró en la tierra, se instituyó para sí una nueva
familia, para que quien era adorado por los ángeles en el cielo tuviera
también ángeles sobre la tierra.
«Entonces
la casta Judit cortó la cabeza de Holofernes; entonces Amán, que significa
iniquidad, quedó abrasado en su propio fuego; entonces Santiago y Juan,
dejando padre, redes y navecilla, siguieron al Salvador, abandonando a la
vez los vínculos de la sangre, las ataduras del siglo y la solicitud de la
familia. Entonces se oyó por vez primera: “el que quiera venir en pos de
Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24). Porque no hay
soldado que marche a combatir con su esposa. A un discípulo que deseaba ir a
dar sepultura a su padre no se lo consiente el Señor. Las zorras tienen
guaridas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene donde
reclinar la cabeza (Mt 8,20). Eso para que no te contriste si tu
morada es algo estrecha» (Carta 22,21, a Eustoquia).
San Juan Crisóstomo dice:
«Ni
siquiera pidió al Señor que le permitiera ir a su casa y dar la noticia a
los suyos, por lo demás tampoco lo hicieron los pescadores. Estos dejaron
las redes, la barca y padre, y Mateo su oficio de alcabalero y su negocio,
para seguir al Señor» (Homilía 30 sobre San Mateo).
MARTES
Años impares
–Génesis
19,15-29: El Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y
fuego. El castigo de Dios se desencadena sobre las ciudades malditas.
En el Evangelio se dice que quien rechace creer en su mensaje será juzgado
con mayor dureza aún el día del juicio. Comenta San Agustín:
«Nada
hay tan opuesto a la esperanza como mirar atrás, poner la confianza en las
cosas que se deslizan y pasan. Por tanto, ha de ponerse en lo que todavía
no se nos ha dado, pero que ha de dársenos en algún momento y jamás pasará.
Sin embargo, cuando se precipitan sobre el mundo las tentaciones como una
lluvia de azufre sobre Sodoma, ha mantenerse la experiencia de la mujer de
Lot. Miró atrás y en aquel lugar quedó convertida en sal para sazonar a los
prudentes con su ejemplo» (Sermón 105,7).
–Con
el Salmo 25 decimos: «tengo ante mis ojos, Señor, tu bondad».
La liberación de la familia de Lot hace pensar en lo que dice el salmo: «No
arrebates mi alma con los pecadores... camino en la integridad». Quien
contemporiza conscientemente con el mal, ya está resquebrajando su fe, al
menos, en la pura lógica de los hechos; ya ha roto de algún modo esa opción
absoluta por Dios, que exige la fe. De ahí que la fe tenga que mantenerse,
reavivarse y fortalecerse continuamente por medio de la oración. Porque una
fe con esas exigencias de integridad y perseverancia, ni puede adquirirse,
ni puede conservarse viva y operante sin la ayuda de Dios.
El
Señor nos purifica con su propia sangre y nos hace participar en su propia
santidad e inocencia, nos asocia en su culto al Padre mediante la
celebración eucarística. Una vez que hemos optado por Dios, por su Cristo,
por su Iglesia, no podemos mirar atrás, hacia las cosas de este mundo que
nos encadenan.
Años pares
–Amós
3,1-8; 4,11-12: Habla el Señor, ¿quién no profetiza? Si el
profeta habla es porque tiene que transmitir un mensaje. Ya que los últimos
castigos nos han traído consigo la conversión del pueblo, el Señor mismo vendrá
en persona a juzgar a Israel con severidad. Por tanto, que se prepare a
comparecer ante Dios.
Los
que desprecian al profeta y sus amenazas deben pensar que los castigos y
calamidades que anuncian vienen, en definitiva, de Dios, y, por tanto no
burlarse de ellos, porque la venganza será inexorable. No podemos burlarnos
de la predicación evangélica. Se nos pedirá cuenta de los rechazos de los
dones del Señor. No podemos jugar con la justicia divina.
–El
Señor, como se dice en el Salmo 5, no es un Dios que ame la
maldad, ni son los malvados los que habitan con Él, sino el justo, como el
piadoso salmista. Es inimaginable hasta qué extremos puede llegar la
cercanía de Dios: no sólo ofrece su propia Casa o Templo, sino que está
dispuesto a convertir el corazón del hombre en el templo más estimable y
apreciado: «Cristo habita en nuestros corazones por la fe» (Ef 3,17).
Qué
bien se dio cuenta San Agustín, aun antes de ser cristiano, de esa sublime
realidad de la presencia de Dios en el interior de todo hombre:
«Pobre
infeliz de mí..., era tal mi ignorancia, que te buscaba, Dios mío, con los
ojos y demás sentidos de mi cuerpo..., siendo así que Tú estabas más dentro
de mí que lo más interior que hay en mí mismo» (Confesiones, 3,6).
La
intimidad con Dios no se comprende sino para llevar una vida según Dios la
justicia de Dios: mirar, valorar, usar de las cosas con el criterio de
Dios, que es el último que da el sentido verdadero y justo de la realidad.
–Mateo
8,23-27: Increpó al viento y al lago y vino una gran calma.
Al sosegar la tempestad muestra Jesús su poder sobre los elementos. San
Juan Crisóstomo dice:
«Una
vez, pues, que estalló la tormenta y se enfureciera el mar, los apóstoles
despiertan al Señor... Mas el Señor los reprende a ellos antes que al mar.
Porque esta tormenta la permitió Él para ejercitarlos y darles como un
preludio de las pruebas que más tarde había de sobrevenirles... De ahí el
sueño de Cristo. Porque si la tempestad se hubiera desencadenado estando Él
despierto, o no hubieran tenido miedo alguno, o no le hubieran rogado, o,
tal vez, ni pensaran que tenía Él poder de hacer nada en aquel trance. De
ahí el sueño del Señor, pues así daba tiempo a su acobardamiento y a que
fuera más profunda la impresión de los hechos...
«Sin embargo,
como era menester que también ellos, por personal experiencia, gozaran de
los beneficios del Señor, permitió Él la tempestad, a fin de que al
sentirse libres de ella, tuvieran también el más claro sentimiento de un
beneficio suyo... ¿Qué hombre es éste, a quien obedecen los vientos y el
mar? Cristo, empero, no les reprendió de que le llamaran hombre, sino que
esperó a demostrarles por sus milagros que su opinión era equivocada.
Ahora, ¿de dónde deducían ellos que fuera hombre? De su apariencia, de su
sueño, de tenerse que servir de una barca... Porque el sueño y la
apariencia externa mostraban que era hombre; pero el mar y la calma de la
tormenta lo proclamaban Dios» (Homilía 28,1, sobre San Mateo)
MIÉRCOLES
Años impares
–Génesis
21,5.8-20. La herencia para el hijo de la libre.
Luego del nacimiento de Isaac, son expulsados Agar e Ismael. Si bien la
oración de Agar es atendida, sigue siendo Isaac el escogido como heredero
de la promesa hecha a Abrahán. Orígenes comenta:
«Después
estando el niño abandonado a punto de morir, se acercó el ángel del Señor a
Agar y le abrió los ojos y vio un pozo de agua viva (Gén 21,19). ¿Cómo
puede relacionarse esto con la historia? ¿Dónde encontramos que Agar
tuviera los ojos cerrados, y que luego le fueran abiertos? Está más claro
que la luz que aquí hay un sentido espiritual y místico. El que fue
abandonado es el pueblo según la carne, el cual yace con hambre y sed, no
con hambre de pan ni con sed de agua, sino con sed de la palabra de Dios
hasta que se le abran los ojos a la sinagoga.
«Este
es el misterio del que habla el apóstol, a saber, que la ceguera ha caído
sobre una parte de Israel hasta que la masa de los gentiles haya entrado, y
“entonces todo Israel será salvado” (Rom 11,24). Esta es la ceguera de gar,
la que engendró según la carne; y esta ceguera permanecerá en ella “hasta
que sea retirado el velo de la letra” (2 Cor 3,16) por el ángel de Dios y
vea el agua viva.
«Pero
nosotros mismos hemos de estar alerta, porque muchas veces también estamos
echados junto al pozo de agua viva, es decir, junto a las Escrituras
divinas y andamos perdidos en ellas. Tenemos los libros en las manos y los
leemos, pero no alcanzamos su sentido espiritual. Por ello son necesarias
las lágrimas y la oración ininterrumpida, a fin de que el Señor abra
nuestros ojos...» (Homilías sobre el Génesis 7,5).
–Con
el Salmo 33 decimos: «Si el afligido invoca al Señor, Él lo
escucha y lo salva de sus angustias; el ángel del Señor acampa en torno a
su fieles, y los protege. Todos sus santos, temed al Señor, por-que nada
les falta a los que le temen; los ricos empobrecen y pasan hambre, los que
buscan al Señor no carecen de nada. Venid, hijos, escuchadme: os instruiré
en el temor del Señor; ¿hay alguien que ame la vida y desee días de
prosperidad?».
Años pares
–Amós
6,14-15.21-24: Dios manifiesta su desagrado ante el culto que se
limita a unas prácticas externas y carece de sinceridad. El que es
justo y exigente no puede contentarse sino con la equidad y la justicia de
sus seguidores.
Lo
exige la esencia del culto que es la veneración por un ser basada sobre el
sentimiento de su excelencia y de la propia inferioridad y sumisión que se
tiene frente a ello. Es, pues, radicalmente una cierta actitud interna
hecha no sólo de admiración, de estima y de honor, sino también de humildad
y de protestación de sumisión.
El
culto es esencial y principalmente interno. Ante todo porque el culto es un
homenaje que se rinde a Dios; ahora bien, el honor está formalmente en el
espíritu que lo rinde, siendo formalmente una actitud del espíritu, ante
todo de la voluntad. También porque Dios es espíritu y en espíritu hay que
ponerse en contacto con Él. Finalmente, porque en el hombre la parte
sustancial, determinante, y más noble es el espíritu. Pero, como el hombre
no es solamente espíritu, también es necesario el culto externo, social y
colectivo. Mas en ese culto externo no se ha de omitir el interno, pues es
esencial al culto.
El
culto supone un signo empeñativo: las disposiciones de ánimo en las que el culto
interno consiste no se conciben sin el «compromiso» o la obligación, al
menos implícita de vivir en el futuro como lo exige de nosotros la
excelencia de Dios, que reconocemos en el culto y la sumisión que le
profesamos.
–Con
el Salmo 49 nos ponemos en la misma línea de lo dicho
anteriormente: «Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios»
Es una requisitoria contra el formalismo requisitoria no son los
sacrificios rituales que el pueblo ofrece, sino el absurdo de erigir la
religión y el culto en un sistema consistente por sí mismo y privado de la
entrega sincera del corazón. El sacrificio que Dios quiere es el sacrificio
de alabanza, o lo que es lo mismo, que el hombre integre en sus sacrificios
su misma persona, en contraposición de los dones puramente materiales. Los
profetas insistieron mucho en esto. No debe haber dos líneas paralelas: por
un lado el culto y por otro la conducta, la propia vida de espaldas a lo
que el culto exige. Esto tiene una gran aplicación para nosotros.
El
Concilio Vaticano II dice así:
«Mas,
para asegurar la plena eficacia de la liturgia, es necesario que los fieles
se acerquen a la sagrada liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su
alma en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina para no recibirla
en vano. Por esta razón, los pastores de almas deben vigilar para que en la
acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración
válida y lícita, sino también para que los fieles participen en ella
consciente, activa y fructuosamente» (Sacrosanctum Concilium11).
–Mateo
8,28-34: Los milagros de Jesús dan a conocer la presencia
misteriosa del Reino que hace retroceder a las fronteras del imperio del
mal. Al liberar a los hombres de la sujeción a los espíritus malignos,
Jesús lleva a cabo ya desde ahora el juicio de Dios. Dice San Juan
Crisóstomo:
«Apenas
hubo desembarcado Jesús, al milagro pasado sucedió otro más temeroso. Y fue
que unos endemoniados, como si fueran esclavos fugitivos y criminales que
se topan con su amo comenzaron a gritar: “¿qué tenemos que ver contigo
Jesús, Hijo de Dios? ¿has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?”
Como las turbas le habían confesado hombre, vienen ahora los demonios a
proclamarlo Dios; y los que no habían oído al mar embravecido y luego en
calma, ahora oían a los demonios que gritaban lo mismo que había proclamado
el mar con su calma.
«Luego,
porque no se pensara que era cuestión de adulación, como quienes lo estaban
muy bien experimentando, gritan y dicen: ¿Has venido aquí para atormentarnos
antes de tiempo? Muy bien hacen confesando ante todo su enemistad con el
Señor, pues así no caben sospechas en la súplica que le van a dirigir... ¿Y
por qué razón mataron los demonios a los cerdos? No por otra razón sino
porque el empeño de los demonios es siempre afligir a los hombres y en la
ruina de éstos está siempre su alegría... Realmente también en el caso de
estos endemoniados les salió la jugada al revés; pues, por una parte, quedó
proclamado el poder de Cristo, y proclamada también, con más claridad aún,
la maldad de ellos, de la que el Señor libró a los posesos; y, por otra, se
demostró que, si el Dios de todas las cosas no se lo permite, no pueden
ellos tocar ni a una piara de cerdos» (Homilía 28,2-3 sobre San
Mateo).
JUEVES
Años impares
–Génesis
22,1-19: El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.
El sacrificio de Isaac fue una prefiguración del misterio de la Cruz (cf.
Heb 11,17-19). Orígenes así lo explica:
«Que
Isaac lleve él mismo la leña para el holocausto es figura de Cristo, que
llevó Él mismo la cruz (Jn 19,17). Pero llevar la leña para el holocausto
es oficio del sacerdote; por tanto, él es a la vez hostia y sacerdote.
Cuando se añade: “Y partieron los dos juntos” se significa lo siguiente:
Abrahán, que tenía que hacer el sacrificio, llevaba el fuego y el cuchillo,
e Isaac no iba detrás de él, sino juntamente con él, para mostrar que con
él desempeña un mismo sacerdocio... Abrahán levanta un altar, pone sobre el
altar la leña, ata al hijo y se dispone a degollarlo.
En
esta iglesia sois muchos los padres que escucháis esta narración: ¿acaso
alguno de vosotros al oír narrar esta historia obtendrá tanta fortaleza y
tanta valentía, que cuando tal vez pierda a su hijo por la muerte ordinaria
que a todos ha de venir, aunque se trate de un hijo único, aunque se trate
de un hijo preferido, se aplicará el ejemplo de Abrahán poniendo ante sus
ojos su grandeza de alma? Y aun a ti no se te exigirá tan gran fortaleza de
que tú mismo hayas de atar a tu hijo, tú mismo hayas de sujetarlo, tú mismo
prepares el cuchillo, tú mismo degüelles a tu unigénito.
«Todos
estos oficios no se te pedirán; pero por lo menos mantente firme en tu
propósito y en tu voluntad, y agarrado a la fe ofrece con alegría tu hijo a
Dios. Sé tú el sacerdote del alma de tu hijo: ahora bien, no es digno que
el sacerdote, al ofrecer un sacrificio a Dios, vaya con llanto... Abrahán
ofrece a Dios su hijo mortal, que no había de morir; Dios ofrece a la
muerte por los hombres a su Hijo inmortal. Ante esto, ¿qué diremos? ¿qué le
devolveremos al Señor a cambio de todo lo que nos ha dado? (Sal 105,3).
Dios Padre, por amor nuestro, no perdonó a su propio Hijo. ¿Quién de
vosotros podrá oír alguna vez la voz de Dios diciendo: Ahora he conocido
que tú temes a Dios, porque no has perdonado a tu hijo, o a tu hija, o a tu
esposa, o no has perdonado tu dinero, los honores del siglo y las
ambiciones del mundo, sino que lo has despreciado todo y lo has tenido por
estiércol para ganar a Cristo (Flp 3,8), lo has vendido todo dándolo a los
pobres y has seguido la palabra de Dios?» (Homilías sobre el Génesis,
VIII).
–Con
el Salmo 114 proclamamos: «caminaré en presencia del Señor en
el país de la vida». Pocos salmos como éste ponen de relieve que el justo
es un siervo de Dios que cumple su voluntad, como la cumplió Abrahán.
«Amo
al Señor, porque escucha mi voz suplicante; porque inclina su oído hacia
mí, el día que lo invoco. Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los
lazos del abismo, caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor;
Señor, salva mi vida. El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es
compasivo; el Señor guarda a los sencillos; estando yo sin fuerza me salvó.
Arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la
caída. Caminaré en presencia del Señor, en el país de la vida».
Años pares
–Amós
7,10-19: Ve y profetiza a mi pueblo. El pesimismo de la
predicación de Amós le lleva al profeta a ser acusado de alta traición y le
acarrea la posibilidad de ser expulsado de su territorio. Amós hace notar el
carácter irresistible de su vocación y reitera sus desdichados presagios.
El
profeta es el representante de Dios y, por tanto, oponerse a su predicación
es oponerse a los designios divinos. Sus opositores serán los primeros en
sentir la prueba de la autenticidad de la profecía de Amós. Así ha sucedido
siempre. Pero los seguidores de Dios no pueden, no deben abandonar su
camino, aunque le cueste la vida. Así actuaron los mártires del
cristianismo en todos los tiempos y otros que, sin derramar su sangre, han
tenido que sufrir por predicar y enseñar la doctrina del Evangelio.
–El Salmo
18 canta la excelencia de la ley del Señor: «los mandamientos del
Señor son verdaderos y enteramente justos». Es un himno maravilloso en el
que se celebra la Sabiduría de Dios que ordena y rige el universo y
vivifica y dirige el espíritu y el corazón del hombre. La misma ley divina
que se manifiesta en la creación, penetra con su luminosa claridad en la
conciencia humana y a través de la razón y de la adhesión libre de la voluntad,
armoniza el universo y la historia para una misma celebración de la gloria
de Dios en la que el hombre viene a ser como intérprete consciente de todas
las voces de la creación y el cantor del cosmos ante el Altísimo.
«La
ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es
fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran
el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad
del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son
verdaderos y enteramente justos. Más preciosos que el oro, más que el oro
fino; más dulces que la miel de un panal que destila».
–Mateo
9,1-8: La gente alaba a Dios que da a los hombres tal potestad.
Con ocasión de la curación del paralítico Jesús manifiesta el misterio de
su persona. Es el Hijo de Dios, llamado también por Daniel el Hijo del
Hombre (Dan 7,13). Posee, por lo mismo, la potestad de perdonar los pecados
y transmitirla. Comenta San Juan Crisóstomo:
«Como
todos, pues, daban grandes pruebas de fe el Señor la dio de su poder
perdonando con absoluta autoridad los pecados y demostrando una vez más su
igualdad con el Padre. Pero notadlo bien: antes la había demostrado por el
modo como enseñaba, pues lo hacía como quien tiene autoridad... Aquí,
empero, por modo más eminente obliga a sus propios enemigos a que confiesen
su igualdad con el Padre, y por boca de ellos hace Él que esta verdad sea
patente.
«Por
lo que a Él le tocaba, bien claro mostraba lo poco que le importaba el
honor de los hombres. Y era así que le rodeaba tan enorme muchedumbre que
amurallaban toda la entrada y acceso a Él, y ello obligó a bajar al enfermo
por el tejado, y, sin embargo, cuando lo tuvo ya delante, no se apresuró a curar
su cuerpo. A la curación de éste fueron más bien sus enemigos los que le
dieron ocasión. Él, ante todo, curó lo que no se ve, es decir, el alma,
perdonándole los pecados. Lo cual, al enfermo le dio la salvación; pero a
Él no le procuró muy grande gloria. Fueron, digo, sus enemigos quienes,
molestándole llevados de su envidia y tratando de atacarle, lograron, aun
contra su voluntad, que brillara más la gloria del milagro. Y es que, como
el Señor era hábil, se valió de la envidia misma de sus émulos para manifestación
del milagro» (Homilía 29,1 sobre San Mateo).
VIERNES
Años impares
–Génesis
23,1-4.19; 24,1-8.62-67: Antes de morir Abrahán quiso que su
hijo tome esposa en el país de sus antepasados» era Rebeca. Era un
eslabón más en las promesas de Dios. Orígenes expone el paralelismo entre
el pozo de agua donde Isaac encontró a Rebeca y el agua viva de las
Escrituras, a donde hemos de ir todos:
«Rebeca
iba todos los días a los pozos, todos los días sacaba agua. Y porque todos
los días iba a los pozos, por esto pudo ser hallada por el mozo de Abrahán
y pudo arreglarse su matrimonio con Isaac. ¿Piensas que esto son fábulas y
que el Espíritu Santo cuenta cuentos en las Escrituras? Hay aquí una
enseñanza para las almas y una doctrina espiritual, que te instruye y te
enseña a ir todos los días a los pozos de las Escrituras, a las aguas del
Espíritu Santo, para que saques siempre y te lleves a casa una vasija
llena. Como hacía la santa Rebeca, la cual no se habría podido casar con
tan gran patriarca como Isaac –que era nacido de la promesa (Gál 4,23)-
sino viniendo por agua y sacándola en tanta cantidad que pudiera saciar no
sólo a los de su casa, sino al mozo de Abrahán; no sólo al mozo, sino que
era tan abundante el agua que sacaba de los pozos que pudo abrevar a sus
camellos, como dice hasta que dejaron de beber (Gén 24,19).
Todo
lo que está escrito son misterios... Si no vienes cada día a los pozos, si
no sacas agua cada día (de la Escritura), no sólo no podrás dar de beber a
otros, sino que tú mismo sufrirás la sed de la palabra de Dios. Oye al
Señor que dice en el Evangelio: “el que tenga sed, que venga a Mí y
beba” (Jn 7,37). Pero, a lo que veo, tú no tienes hambre ni sed de justicia
(Mt 5,6) ¿cómo podrás decir: “como el ciervo desea las fuentes de las aguas
así mi alma desea al Señor”? (Sal 41,1)... Decidme vosotros, los que sólo
venís a la iglesia los días de fiesta, ¿es que los demás días no son días
de fiesta? ¿No son días del Señor?...» (Homilías sobre el Génesis
X).
–Con
el Salmo 105 damos gracias al Señor, porque ha sido tan bueno
con nosotros, porque es eterna su misericordia. «¿Quién podrá contar las
hazañas de Dios, pregonar toda su alabanza? Dichosos los que respetan el
derecho y practican siempre la justicia. Acuérdate de mí por amor a tu
pueblo. Visítame con tu salvación, para que vea la dicha de tus escogidos,
y me alegre con la alegría de tu pueblo, y me gloríe con tu heredad».
Años pares
–Amós
8,4-6.9-12: Enviaré hambre, no de pan, sino de escuchar la
palabra del Señor. Amós descubre la forma inicua de proceder de los
fraudulentos y explotadores. Profetiza sobre «el Día del Señor». Por fin el
pueblo arderá en deseos de la Palabra de Dios. Comenta San Gregorio Magno
«Es la
Sagrada Escritura comida y bebida. Por eso, también el Señor amenaza por otro
profeta: “Yo enviaré hambre sobre la tierra; no hambre de pan ni sed de
agua, sino de oír la palabra de Dios” (Amos 8,11). Quien, habiendo
sustraído su palabra, dice que nos angustiará con hambre y sed, demuestra
que su palabra es para nosotros comida y bebida. Pero es de notar que unas
veces es comida y otras bebida; pues en las cosas más oscuras, que no
pueden entenderse si no son expuestas, la Sagrada Escritura es comida,
porque lo que se expone para que sea entendido es como que se mastica para
ser deglutido; pero en las cosas más claras es bebida, pues la bebida se
deglute sin masticar. Así que bebemos los mandatos más claros porque, aun
sin exponerlos, los podemos entender» (Homilía 10,3, sobre
Ezequiel).
–«No
sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de
Dios» (Mt 4,4). A este estribillo siguen unos versos del Salmo
118:
«Dichoso
el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón. Te busco de todo
corazón, no consientas que me desvíe de tus mandamientos. Mi alma se consume,
deseando continuamente tus mandamientos. Escogí el camino verdadero, deseé
tus mandamientos. Mira cómo ansío tus decretos: dame vida con tu justicia.
Abro la boca y respiro, ansiando tus mandamientos».
–Mateo
9,9-13: No tienen necesidad de médico los sanos; misericordia
quiero y no sacrificios. San Juan Crisóstomo dice:
«Después
que Jesús hubo llamado a Mateo, honróle además con el más alto honor, como
fue sentarse luego con él a la mesa. De este modo quería el Señor aumentar
en él la confianza y su buen ánimo para lo por venir. La curación,
efectivamente, de su mal estado no había necesitado de mucho tiempo, sino
que había sido obra de un momento. Mas no se sienta a la mesa sólo con
Mateo, sino con otros muchos publicanos, no obstante echársele también en
cara que no apartaba de sí a los pecadores. Los evangelistas por su parte,
tampoco ocultan que sus enemigos buscaban de qué acusarle en sus acciones.
Acuden pues, los publicanos a casa de Mateo, como compañero de oficio que
era, pues él, orgulloso del hospedaje de Cristo, los había invitado a
todos.
«A
todo linaje de medicina solía apelar Cristo; y no sólo hablando, no sólo
haciendo milagros y confundiendo a sus enemigos, sino hasta comiendo,
procuraba la salud de los que mal se hallaban. Con lo que nos enseña que no
hay tiempo, no hay obra que no pueda procurarnos alguna utilidad... Sus
enemigos le acusaban de que trataba con aquellas gentes, mas Él les hace
ver que lo indigno de Él y de su amor hubiera sido precisamente rehuir su
trato. Curar a aquellos hombres no sólo estaba fuera de toda culpa, sino
que era parte principal y necesaria de su misión y merecía infinitas
alabanzas... “Misericordia quiero y no sacrificio” (Os 6,6). Al hablar así,
echábales en cara su ignorancia de la Escritura» (Homilía 30,2,
sobre San Mateo).
SÁBADO
Años impares
–Génesis
27,1-5.15-29: Animado por su madre Rebeca Jacob arrebata a Esaú,
su hermano primogénito, la bendición de su anciano padre. Los designios
de Dios proceden por simple elección y no dependen de las obras, sino de
Aquél que llama (Rom 9,11-13). Comenta San Gregorio Magno:
«En
efecto, el círculo de sus preceptos una veces está arriba y otras abajo,
porque a los más perfectos se les anuncia espiritualmente, a los débiles se
les aplica conforme a la letra, y lo que los pequeñuelos entienden a la
letra, los varones doctos lo subliman mediante la inteligencia espiritual.
Porque, ¿quién de los pequeños no se deleita leyendo la sagrada historia de
Esaú y Jacob, cuando el uno sale a cazar para ser bendecido, y el otro,
mediante la suplantación hecha por la madre, recibe la bendición del padre?
(Gén 27). Historia, en la que, ciñéndose a una inteligencia poco sutil,
parece que Jacob no arrebató fraudulentamente la bendición del primogénito,
sino que la recibió como debida a él, puesto que, con el consentimiento de
su hermano, habíala comprado, dándole en pago el alimento. Pero, no
obstante, si alguno, pensando más profundamente, quisiera examinar la
conducta de cada uno de ellos, mediante los secretos de la alegoría, en
seguida se eleva desde la historia al misterio» (Homilía 1
sobre Ezequiel).
–Con
el Salmo 134 proclamamos: «alabad al Señor, porque es bueno».
El oficio de alabar a Dios de todo corazón y con todas las fuerzas del
espíritu, corresponde de modo especial al cristiano, que ha sido escogido
por Dios con una especialísima elección, como dice San Pedro (1 Pe 2,9-10).
Pero la fe cristiana nos dice mucho más aún: Dios omnipotente y
misericordioso se ha hecho visible en Cristo: verdadero Dios y verdadero
hombre, semejante a nosotros menos en el pecado (Heb 4,15-16). La alabanza
del piadoso israelita es por la elección de Jacob: «Alabad al Señor, porque
es bueno; tañed para su nombre, que es amable. Porque Él se escogió a
Jacob, a Israel en posesión su-ya».
Años pares
–Amós
9,11-15: Haré volver los cautivos de Israel y los plantaré en su
campo. Una profecía sobre la restauración de la dinastía de David y
sobre una era de felicidad. Es más bien una predicción sobre la vocación de
todos los pueblos a reunirse en la Iglesia de Jesucristo.
El
idilio de los tiempos mesiánicos de que nos habla el profeta se ha quedado
corto, pues las realidades de la vida de la gracia, vivida con la
intensidad que exige la vocación cristiana, superan a todo lo que podían
soñar los profetas del Antiguo Testamento. San Jerónimo así lo explica:
«En
aquel tiempo, la uva se pisará en los lagares llenos y se exprimirán los
mostos enrojecidos con la sangre de Cristo y de los mártires, y este
pisador de uva será semillero de la palabra de Dios, para que su sangre
clame en el mundo más que clamó la sangre del justo Abel. Los que asciendan
al monte por los méritos de sus virtudes, sudarán miel, más aún, destilarán
la dulzura de la palabra de Dios, de la que está escrito: “Gustad y ved qué
bueno es el Señor” (Sal 33,9) y “Qué dulce al paladar tu promesa, más que
la miel en la boca” (Sal 118,103). Los que están bajo las montañas, a los
que llega el esposo en el Cantar de los Cantares saltando por las montañas,
brincando por las colinas (Cant 2,8) –los llama colinas–, imitarán el
paraíso de Dios, de manera que en ellos se encuentren los frutos de la
doctrina. Entonces, si alguno está cautivo en la infidelidad, y aún no ha
creído en el nombre del Señor, y es del resto del en otro tiempo pueblo de
Israel, edificarán ciudades antes desiertas y habitarán en ellas» (Comentario
sobre el profeta Amós 4).
–Con
el Salmo 84 alabamos a Dios «que anuncia la paz a su pueblo».
Dios había perdonado a su pueblo y le había abierto el camino a la patria.
Así se describen en Isaías 40, como si fuera un segundo Éxodo; como un
desfile triunfal por el desierto, en el que Dios marchaba a la cabeza de
los liberados. Pero, además, el retorno se hacía coincidir con la
restauración final de los tiempos y de la conversión de las gentes. Todo
esto se explica mejor con la liberación y redención hecha por Cristo no
obstante todas las dificultades y el mal en el mundo. En realidad todo se
ve mejor en el triunfo total de Cristo en la Jerusalén celeste, llamada
visión de paz (cf. 1 Cor 15-28).
–Mateo
14-17: El tiempo de la presencia del mensajero del Reino sobre
este mundo, similar a una fiesta nupcial, es un tiempo de alegría, del que
queda excluido el ayuno. Pero, allá, en el horizonte, se perfila la tragedia
final. El Esposo será arrebatado. Entonces vendrá el ayuno. Renovación
impuesta por Cristo. Dice San Juan Crisóstomo:
«Antes
se había llamado el Señor a sí mismo médico y ahora se da el nombre de
Esposo: nombres ambos con que se nos revelan inefables misterios. Y a fe
que podía haberles respondido mucho más ásperamente. Podía, por ejemplo,
haberles dicho: No sois vosotros quiénes para poner esas leyes. Porque, ¿de
qué vale el ayuno, si el alma está chorreando maldad?... Lo primero que
debierais hacer era arrojar de vosotros toda vanagloria y practicar luego
las virtudes de la caridad, la mansedumbre y el amor al prójimo. Pero,
realmente, nada de esto les dice, sino que con toda modestia les replica:
“no pueden ayunar los hijos de la cámara nupcial mientras esté con ellos el
esposo”.
«Lo
que el Señor quiere decir con esto es: el tiempo presente es de alegría y
regocijo. No vengáis, pues, con estas cosas tristes. Y, en verdad, cosa
triste es el ayuno, no por su naturaleza, sino por la disposición aun demasiado
flaca de quienes lo practican. Porque para quienes quieren de verdad vivir
santamente, no hay cosa más dulce y apetecible... Mas no sólo por este
medio cierra el Señor la boca a sus enemigos, sino también con lo que
seguidamente dice: Días vendrán en que les será arrebatado el esposo... Con
estas palabras les hace ver el Señor que, si sus discípulos no ayunaban, no
era por glotonería, sino por una admirable disposición suya. Pero ya
anticipa aquí Jesús un anuncio sobre su pasión...» (Homilía 30,3-4,
sobre San Mateo).
Esta frase del Señor motivó en los primeros años
del cristianismo el ayuno del viernes y sábado santos, con lo cual se
preparaban para la celebración de la Pascua del Señor. Esos pocos días se
fueron luego ampliando, hasta llegar en el siglo IV a la Cuaresma.
SEMANA 14
DOMINGO
Entrada: «Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio
de tu templo» (Sal 47,10-11).
Colecta (del Misal anterior, antes del Gregoriano, y ahora
retocada con textos del Gelasiano): «¡Oh Dios!, que por medio de la
humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus
fieles la verdadera alegría, para que, libres de la esclavitud del pecado,
alcancen también la felicidad eterna».
Ofrendas (del Misal anterior, antes del Gregoriano,
retocada ahora con textos del Gelasiano): «La oblación que te ofrecemos,
Señor, nos purifique, y cada día nos haga participar con mayor plenitud de
la vida del reino glorioso».
Comunión. Es comprensible que la Iglesia ante estos
dones del Señor cante alborozada: «Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a Él» (Sal 33,9); o bien: «Venid a mí todos los que
estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré, dice el Señor» (Mt 11,28).
Postcomunión (del Misal anterior, antes del Gregoriano,
retocada con textos del Gelasiano): «Alimentados, Señor, con un sacramento
tan admirable, concédenos sus frutos de salvación y haz que perseveremos
siempre cantando tu alabanza».
Ciclo A
El
Señor se nos presenta en el Evangelio con su Corazón manso y humilde; a Él
corresponde la profecía de Zacarías en la que ve al Señor «justo y
victorioso, modesto y cabalgando en un asno», como así sucedió en su
entrada triunfal en Jerusalén. San Pablo nos recuerda que por el bautismo
hemos participado en el Misterio Pascual del Señor. Por lo mismo hemos de
vivir, según el Espíritu de Cristo que habita en nosotros.
La
figura mesiánica del Redentor, manso y humilde de Corazón, con la que hoy
la liturgia nos invita a identificarnos, encarna el designio de Dios de
ofrecernos el modelo viviente para la regeneración del hombre degradado por
la violencia del mal y del pecado.
Es
difícil para un corazón humano siempre dispuesto a la venganza, al rencor,
a la violencia, al egoísmo y al odio todo lo que significa el mensaje que
nos da el Corazón de Jesucristo. A Él hemos de mirar y aprender de Él la
mansedumbre, la humildad y el amor.
–Zacarías
9,9-10: Tu Rey viene pobre a ti. Frente las esperanzas
mesiánicas de Israel, cifradas en el triunfo violento de la fuerza y del
poderío político, el profeta Zacarías anunció el verdadero Mesías, lleno de
bondadosa y humilde mansedumbre.
Pablo
VI dijo en la clausura del Concilio Vaticano II:
«La
religión del Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado con la religión
–porque así es– del hombre que se hace dios.
«Este
endiosamiento del hombre moderno representa una de las crisis más graves de
la humanidad actual. De ahí el ateísmo; de ahí el temporalismo absoluto; de
ahí la fobia a las llamadas virtudes pasivas tan queridas en el Evangelio;
de ahí la repulsa obsesiva contra la moral y la ascética evangélica. Hemos
de seguir a nuestro Rey que viene a nosotros justo y victorioso, modesto y
cabalgando en un asno».
–Como
Salmo responsorial se ha escogido el Salmo 144 que aclama a
Dios como Rey y bendice su nombre por siempre jamás, y es un himno a la
grandeza y a la bondad de Dios. El objeto directo de la alabanza es Yavé,
pero no de un modo didáctico, sino vivido y paladeado con la fruición del
que contempla extasiado el ser y el obrar de Dios. Así van apareciendo los
atributos divinos, vivos y operantes, excitando por sí mismos la admiración
y la alabanza del orante: su majestad, su grandeza, su fidelidad
protectora, su providencia generosa, sus cuidados paternales y su
delicadeza.
–Romanos
8,9,11-13: Si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo
viviréis. Cuando se vive al impulso de las pasiones humanas y del
espíritu del mundo, resulta imposible vivir una genuina imitación de Cristo
y alcanzar la santidad cristiana. San Jerónimo explica:
«Y no
sólo ellos (Timoteo y Silvano), sino todo aquél que en el conocimiento y en
la conducta es semejante a Pablo, puede decir: “Nosotros, los que vivimos”.
Su cuerpo puede estar muerto a causa del pecado, pero su espíritu vive a
causa de la justicia (Rom 8,10), y sus miembros han sido mortificados sobre
la tierra, de modo que la carne no tenga deseos contrarios al espíritu.
Pues si la carne aún codicia, es que vive, y porque vive, codicia. Sus
miembros aún no han sido mortificados sobre la tierra. Porque si estuvieran
mortificados no desearían contra el espíritu, pues por la fuerza de la
mortificación hubieran perdido esa especie de pasión. Del mismo modo que
quienes han abandonado la vida presente y han pasado a cosas mejores viven
más cabalmente por haber depuesto este cuerpo mortal y los incentivos de
todos los vicios, así los que llevan en su cuerpo la mortificación de Jesús
y no viven según la carne, sino según el espíritu, éstos viven en Aquél que
es la Vida y en ellos vive Cristo» (Carta 119,9, A Minervio y
Alejandro).
–Mateo
11,25-30: Soy manso y humilde de corazón. San Hilario de
Poitiers explica:
«Llama
a Sí a cuantos están probados por las dificultades de la ley y oprimido por
los pecados del mundo (Mt 11,28-29)? Promete librarlos de las fatigas y de
su peso sólo con que ellos tomen su yugo, esto es, acepten las
prescripciones de sus mandatos. Acercándose a Él por el misterio de su
Cruz, ya que Él es manso y humilde de Corazón, encontrarán descanso para
sus almas. Él ofrece la suavidad de su yugo y su carga ligera (Mt. 11,30)
para dar a los creyentes la ciencia del bien, que sólo Él conoce en el
Padre. ¿Y qué hay más suave que su yugo y más ligero que su carga, que
consiste en ser dignos de aprobación, abstenerse del mal, amar a todos los
hombres, no odiar a ninguno, conseguir la eternidad, no dejarse dominar por
el tiempo presente, ni querer devolver a nadie el daño que no se hubiera
querido recibir? (Comentario al Evangelio de San Mateo 11,13).
Ciclo B
Las
lecturas primera y tercera, como es costumbre, se relacionan entre sí. La
primera esta tomada del profeta Ezequiel y nos presenta la rebeldía de
Israel contra Dios. La tercera manifiesta la rebeldía de los paisanos de
Jesús contra Él, no obstante la elevada doctrina que ofrece y los milagros
que hace. San Pablo nos enseña la humildad no obstante sus revelaciones
singulares. Por eso se pone enteramente en manos de Cristo.
–Ezequiel
2,2-5: Son un pueblo rebelde y sabrán que hubo un profeta en
medio de ellos. San Gregorio Magno explica:
«El
conocer a los buenos suele servir a los malos o para ayuda de su salvación
o para testimonio de su condenación. Sepan, pues, que en medio de ellos hay
un profeta, para que, oyendo su predicación, o sean impelidos a levantarse
y convertirse o sean condenados en sus iniquidades de tal suerte que no
tengan excusa... Consta cuán perversos sean aquellos a quienes se les manda
predicar, puesto que se les aconseja que no teman; y porque todos los depravados
y perversos hacen otras iniquidades con los que les predican cosas buenas y
hasta los amenazan con otras por aquello bueno que hacen, se dice: no los
temas; y por las amenazas que les dirigen se agrega: ni te amedrenten sus
palabras. O bien, porque los réprobos y los inicuos infieren males a los
buenos y siempre quitan autoridad a los actos de ellos, al profeta enviado
se le amonesta que no tema ni su crueldad ni su furor y que no tema sus
palabras» (Homilía 9 sobre Ezequiel 11-12).
–2
Corintios 12,7-10: Muy a gusto presumo de mis debilidades,
porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. San Pablo, apóstol de
Jesucristo, experimenta sobre sí mismo que Dios elige lo débil de la
humanidad como instrumento de su gracia para la salvación de los demás.
Comenta San Agustín:
«Muéstranos,
Apóstol Santo, otro lugar más claro en el que confieses tu debilidad, no
donde busques la inmortalidad... Aquí tenéis, pues, al Apóstol que teme el
precipicio de la soberbia, al mismo tiempo que proclama la grandeza de sus
revelaciones. Para que sepas que el Apóstol que deseaba salvar a los otros
necesitaba todavía curación personal; para que conozcas esto, si tienes en
grande estima su honor, escucha qué remedio aplica el médico al tumor;
escucha no a mí, sino a él. Escucha su confesión para reconocerle
Maestro... Escucha también lo que soy, no te subas muy alto el corderillo
allí donde el carnero se halla en el peligro: “se me ha dado el aguijón de
la carne, el ángel de Satanás que me abofetea”. ¡Cuál no sería el tumor
temido, si tan punzante fue el emplasto aplicado!...
«Somos
hombres, reconozcamos a los apóstoles como hombres, aunque santos. Son
vasos selectos, pero aún frágiles, que aún peregrinan en la carne, sin
haber alcanzado el triunfo en la patria celestial. Él mismo rogó tres veces
al Señor para que le quitase tal aguijón y no fue oído en cuanto a su
voluntad, porque lo fue en cuanto a la salud. “¿Quién librará mi cuerpo de
la muerte?” Recibirás como respuesta: “hallarás tu seguridad no en ti, sino
en tu Señor”. Tu seguridad proviene de la garantía que tienes. Teniendo
como prenda la Sangre de Cristo... ¿Quién me librará? “La gracia de Dios
por medio de nuestro Señor Jesucristo”» (Sermón 154).
–Marcos
6,1-6: No desprecian a un profeta más que en su tierra. El
propio Jesucristo que nos redimió como Hijo de Dios encarnado, fue signo de
contradicción a causa de su humilde condición humana. Jesús responde al
escepticismo del pueblo de Nazaret con un proverbio que refleja la verdad
bien sabida de que la envidia y la familiaridad predisponen mal frente a
una persona conocida. San Ambrosio habla de este odio y envidia:
«La
envidia no se traiciona medianamente: olvidada del amor entre sus
compatriotas, convierte en odios crueles las causas del amor. Al mismo
tiempo, ese dardo, como estas palabras, muestra que esperas en vano el bien
de la misericordia celestial si no quieres los frutos de la virtud en los
demás; pues Dios desprecia a los envidiosos y aparta las maravillas de su
poder a los que fustigan en los otros los beneficios divinos. Los actos del
Señor en su carne son la expresión de su divinidad, y “lo que es invisible
en Él nos lo muestra por las cosas visibles” (Rom 1,20).
«No
sin motivo se disculpa el Señor de no haber hecho milagros en su patria, a
fin de que nadie pensase que el amor a la patria ha de ser en nosotros poco
estimado: amando a todos los hombres, no podía dejar de amar a sus
compatriotas; mas fueron ellos los que por su envidia renunciaron al amor
de su patria... Y, sin embargo, esta patria no ha sido excluida de los
beneficios divinos –allí vivió treinta años–. Observa qué males acarrea el
odio; a causa de su odio, esa patria es considera indigna de que Él,
conciudadano suyo, obrase en ella, después de haber tenido la dignidad de
que el Hijo de Dios morase en ella» (Tratado sobre San Lucas lib.
IV, 46-47).
Ciclo C
Los
profetas vaticinaron como signo de los tiempos mesiánicos la alegría del
espíritu. Esto aparece en la primera lectura, tomada de Isaías. En el
Evangelio los 72 discípulos vienen alegres después de la misión que les
confió Cristo entre los samaritanos. Pero a esa alegría no se llega sino a
través de la cruz, como nos lo dice San Pablo en la segunda lectura.
A la
luz del Evangelio es difícil pensar que tenga vida auténticamente cristiana
quien, aun siendo fiel a sus deberes religiosos y morales, nunca se ha
tomado en serio su vocación y su responsabilidad en el apostolado, con la
palabra, con el propio comportamiento y con la oración.
–Isaías
66,10-14: Yo haré derivar hacia ella como un río la paz.
Frente a la religiosidad cerrada y racial del «Israel de la carne», Dios
anunció ya en los oráculos mesiánicos la universalidad salvífica de la
Nueva Jerusalén, esto es, la Iglesia, y el gozo y la alegría de los que la
aman y evangelizan.
El
Dios del creyente es el Dios de la paz, como aparece en muchos pasajes del
Antiguo Testamento y del Nuevo. Sus intervenciones entre los hombres son
siempre portadoras de la paz. Con ese término se quiere resumir la
situación del pleno bienestar en todos los órdenes de la vida humana desde
lo más elemental para su propia subsistencia hasta los dones más preciados
del orden sobrenatural: la justicia, el gozo, la alegría, el consuelo, el
perdón, la misericordia y la gloria futura. San Beda dice:
«La
verdadera y única paz de las almas en este mundo consiste en estar llenos
del amor de Dios y animados de la esperanza del cielo, hasta el punto de
considerar poca cosa los éxitos o reveses de este mundo... Se equivoca
quien se figura que podrá encontrar la paz en el disfrute de los bienes de
este mundo y en las riquezas. Las frecuentes turbaciones de aquí abajo y el
fin de este mundo deberían convencer a este hombre de que ha construido
sobre arena los fundamentos de la paz» (Homilía 12, Vigilia de
Pentecostés).
También
San Cirilo de Alejandría dice:
«Se
promete la paz a todos los que se consagran a la edificación del templo de
la Iglesia, ya sea que su trabajo consiste en el oficio de catequistas y
pregoneros de los sagrados misterios, ya sea que se entreguen a la
santificación de sus propias almas, para que resulten piedras vivas y
espirituales de todo el edificio» (Comentario al profeta Ageo).
–Con
el Salmo 65 proclamamos: «aclamad al Señor, tierra entera».
La Iglesia canta jubilosa al ver cumplidas en ella las promesas del Antiguo
Testamento. Son muchas las actuaciones del Señor en su Iglesia durante
veinte siglos de cristianismo. Así ha considerado este Salmo la tradición
patrística: «Tocad en honor de su nombre, cantad himnos a u gloria;
decid a Dios; ¡Qué temibles son tus obras! Que se postre ante Ti la tierra
entera, que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre. Venid a ver las
obras de Dios, sus temibles proezas en favor de los hombres... Alegrémonos
con Dios, que con su poder gobierna eternamente. Fieles de Dios, venid a
escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo. Bendito sea Dios que no
rechazó mi súplica; ni me retiró su favor».
–Gálatas
6,14-18: Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús. La
actuación del Apóstol ha sido valiente y en todo similar a la de Cristo,
por eso se considera como un crucificado para el mundo y de modo especial
para los judíos. De este modo se libra de las realidades mundanas, que
tienen ante Dios un valor muy relativo. Sobre el valor de la cruz, comenta
San Juan Crisóstomo:
«La
realidad de la cruz parece algo vergonzoso, pero sólo en el mundo y entre
los incrédulos, ya que en el cielo y entre los creyentes es una gloria y
una gloria grandísima. Ser pobre, en efecto, parece algo vergonzoso, mas
para nosotros es un motivo de gloria; ser despreciado es para muchos algo
que provoca risa, nosotros, en cambio, nos gloriamos de ello. Para
nosotros, efectivamente, la cruz es motivo de gloria...
«¿Qué
es la gloria de la cruz? Que Cristo tomó para mí la forma de siervo y
cuanto sufrió lo sufrió por mí, un esclavo, un enemigo, un ingrato, y así
fue su amor, hasta el punto de entregarse por mí. ¿Podría existir algo
semejante? Si los siervos se sienten orgullosos porque sus amos, que tienen
su misma naturaleza, los alaban, ¿cómo no hemos de gloriarnos cuando el
Señor, el verdadero Dios, no se avergüenza de la cruz por amor nuestro?...
Llevo en mi cuerpo las señales de Jesucristo. No dijo “tengo”, sino
“llevo”, como el que se enorgullece por los trofeos o las insignias reales,
aunque éstas, de nuevo, parezcan un motivo de deshonor. Sin embargo, èl se
enorgullece de sus heridas y como los soldados condecorados, él se regocija
en llevarlas» (Comentario a la Carta a los Gálatas 4).
–Lucas
10,1-12.17-20: Vuestra paz descansará sobre ellos. El camino
de Jesús hacia los hombres pasa por los hombres. No son los cristianos meta
del mundo; ellos son los preparadores del camino, los que ponen, sin
imponer, ante los hombres, la Buena Nueva. San Ireneo explica esta
mediación de la Iglesia en la transmisión del Evangelio:
«La
única fe verdadera y vivificante es la que la Iglesia distribuye a sus
hijos, habiéndola recibido de los apóstoles. Porque, en efecto, el Señor de
todas las cosas confió a sus apóstoles el Evangelio, y por ellos llegamos
nosotros al conocimiento de la verdad, esto es, de la doctrina del Hijo de
Dios. A ellos dijo el Señor: “el que a vosotros oye a Mí me oye”... (Lc
10,16). No hemos llegado al conocimiento de la economía de nuestra
salvación si no es por aquellos por medio de los cuales nos ha sido
transmitido el Evangelio. Ellos entonces lo predicaron, y luego, por
voluntad de Dios, nos lo entregaron en las Escrituras, para que fueran
columna y fundamento de nuestra fe (1Tim 3,15)» (Contra las
herejías 3,1,1-2).
Y San Agustín insiste:
«Nadie
es docto si a la razón contradice; nadie es cristiano si rechaza las
Escrituras; nadie es amigo de la paz, si lucha contra la Iglesia» (Tratado
sobre la Santísima Trinidad 4,6,10).
LUNES
Años impares
–Génesis
28,10-22: Vio una escalinata y a ángeles de Dios que subían y
bajaban y a Dios que hablaba. Es el sueño de Jacob: una escalera que
une el cielo y la tierra. Dios renueva sus promesas. Explica San Agustín:
«Cuando
Jacob ungió la piedra que había puesto como cabecera para dormir, ocasión
en la que tuvo un gran sueño, es decir, unas escaleras que llegaban de la
tierra al cielo y a unos ángeles que bajaban y subían por ellas, apoyándose
sobre las mismas el Señor, comprendió que debía simbolizar algo; con el
gesto de la unción nos manifiesta que él no fue ajeno a la comprensión de
aquella visión y revelación: la piedra simbolizaba a Cristo. No te extrañe
de la unción, puesto que Cristo recibió este nombre de ella» (Sermón 89,5).
Y
añade en otro texto:
«Él,
en efecto, es la Piedra rechazada por los edificadores, que vino a ser
cabeza de esquina... Se tropezó contra la Piedra en la tierra, y vendrá de
arriba cuando llegue de las alturas para juzgar a vivir y muertos. ¡Ay de
los judíos por haber tropezado en Cristo, cuando era un pobre canto
rodado!... ¡Insensato! ¡Te ríes de ver la piedra en el suelo! Mas te ríes
por estar ciego, y, por estar ciego, tropiezas, y porque tropiezas, te
haces añicos, y hecho añicos caiga sobre ti para reducirte a polvo. ¿Ungió,
pues, Jacob la piedra para convertirla en ídolo? No; para convertirla en
símbolo» (Sermón 122, 2).
–Con
el Salmo 90 decimos: «Dios mío, confío en ti». Se trata de un
himno triunfal de la confianza en Dios. Es una especie de tratado sobre la
Providencia manifestada amorosamente en aquellos que confían en Dios, como
lo fue con Jacob, cuando salió de Bersaba y se dirigió a Harán. Dios es
fiel a sus promesas y ampara a sus elegidos. De modo especial hay que ver
este salmo cumplido en Cristo: “Él habita al amparo del Altísimo y se
confió totalmente en las manos del Padre”. Los versos 11-12 se aplican a
Cristo (cf. Mt 4,6).
Estos
sentimientos de Cristo han pasado a los miembros de su Cuerpo místico, a la
Iglesia que, no obstante las persecuciones, los obstáculos y las
contradicciones triunfará. «Las puertas del infierno no prevalecerán contra
ella». Lo mismo también a los cristianos a los que se refiere también este
Salmo. Ellos confían plenamente en Dios a pesar de las pruebas y
dificultades. Nos sugiere este Salmo el abandono confiado en las manos del
Señor, el cual, por otra parte, no nos impide actuar de modo responsable y
poner de nuestra parte todo lo que podamos.
Años pares
–Oseas
2,14-16.19-20: Me casaré contigo en matrimonio perpetuo. El
próximo exilio es comparado por el profeta como un retorno al desierto.
Israel volverá a encontrar el amor de su primera juventud en la fidelidad
al amor de Dios.
«Todo lo que está escrito son misterios, porque
Cristo quiere también desposarse contigo, ya que te habla por el profeta
diciendo: Te desposaré conmigo para siempre, te desposaré en la fe y en la
misericordia, y conocerás al Señor» (Os 2,19).
Yavé
se presenta aquí como un Esposo que ha atraído a su infiel esposa, Israel,
y la lleva al desierto, aislándola de las influencias paganas de la vida
sedentaria de Canaán. La vida sencilla de Israel en las peregrinaciones por
las estepas del Sinaí era nostálgicamente recordada por los profetas como
la época ideal de la historia de Israel, pues en el «desierto» Israel,
totalmente impotente, vivía de la providencia especialísima de su Dios.
Toda la perícopa es un símbolo de la íntima unión con su pueblo, con la
Iglesia, con las almas que han llegado a un grado elevado en la vida
interior, como nos lo describen los autores místicos: «Si alguno me ama,
guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él
nuestra morada» (Jn 14,21). A esto hemos de aspirar todos.
–Con
el Salmo 144 proclamamos: «el Señor es clemente y misericordioso».
El salmista tiene necesidad de bendecir y alabar al Señor por siempre jamás
y el alma que ha llegado a una unión tan íntima con Dios también siente la
misma necesidad. La alabanza que brota al contacto con Dios vivo, despierta
al hombre entero y lo arrastra a una renovación de vida. El hombre, para
alabar a Dios, se entrega con todo su ser. La alabanza, si es sincera, es
incesante, es explosión de vida. Pero son los corazones rectos, los
humildes, los que pueden comprender la grandeza de Dios y entonar sus
alabanzas. Alabar a Dios es exaltarlo, magnificarlo, es reconocer su
superioridad única, ya que es el que habita en lo más alto de los cielos,
puesto que es el Santo. La alabanza brota de la conciencia exultante por
esta santidad de Dios, que el alma ha percibido en la unión transformante
con Él y a la vez esta exultación muy pura y muy religiosa une más
profundamente con Dios.
–Mateo
9,18-26: Mi hija acaba de morir. Pero ven Tú y vivirá. Jesús
es la Vida por excelencia y la da. San Juan Crisóstomo dice:
«Considerad,
os ruego, no sólo la resurrección, sino el mandato que da el Señor de no
decir nada a nadie. Y aprendamos siempre la lección que nos da de humildad y
de modestia. Después de esto, pensemos también que el Señor echó fuera a
toda aquella chusma del duelo y los declaró indignos de presenciar el
milagro de la resurrección de la niña. Por vuestra parte, no os salgáis con
los tañedores de flauta, sino quedaos dentro juntamente con Pedro, con Juan
y con Santiago. Porque, si entonces arrojó afuera a aquéllos, mucho más los
arrojará ahora. Entonces no era aún claro que la muerte fuera sólo un
sueño; mas ahora esta verdad es más clara que el sol.. Mas, ¿me objetas que
el Señor no ha resucitado ahora a tu hija? Pero la resucitará con absoluta
certeza y con más gloria que ahora. La hija del presidente de la sinagoga,
después de resucitar, volvió otra vez a morir; mas la tuya, cuando
resucite, permanecerá inmortal para siempre. Nadie haga, pues, duelo, nadie
se lamente y rebaje así la gloria de Cristo. Porque Cristo ha vencido a la
muerte. ¿A qué, pues, lamentarse inútilmente? La muerte se ha convertido en
un sueño» (Homilía 31,3, sobre San Mateo).
MARTES
Años impares
–Génesis
32,22-32: Te llamaré Israel, porque has luchado conmigo y me has
podido. Un acontecimiento misterioso da lugar a la explicación del
nombre de Israel impuesto a Jacob; éste hubo de luchar con el Desconocido
para obtener de Él la bendición. La tradición cristiana ha creído ver en
ello el símbolo del combate espiritual y del poder de la oración. Explica
San Agustín:
«Jacob
prevaleció sobre él. Y, con todo, el mismo que luchaba, Jacob, era
conocedor del misterio. Un hombre prevaleció en la lucha sobre un ángel, y
al decirle éste: “Déjame”, el que había prevalecido le respondió: “No te
dejaré si no me bendices”. ¡Oh gran misterio! El vencido bendice, habiendo
sufrido quien libera; entonces tuvo lugar la bendición plena... No te
llamarás Jacob, sino Israel. La imposición de nombre tan sublime es grande
bendición. Israel se traduce por el que ve a Dios, nombre para uno solo y
premio para todos. Para todos, pues todos los fieles y los bendecidos tanto
judíos como griegos. En efecto, el Apóstol llama griegos a todos los
gentiles, porque entre los gentiles destaca la lengua griega (Rom 2,10.
8-9)... Bien para los judíos buenos y mal para los malos; bien para los
gentiles buenos y mal para los malos» (Sermón 229,F,2).
–Con
el Salmo 16 proclamamos: «con mi apelación, Señor, vengo a tu
presencia». Una conciencia tranquila puede mirar con serenidad los momentos
difíciles de una persecución injusta, si los mira desde las alturas de los
juicios de Dios. Y puede mantener la presencia de ánimo para no amilanarse
ante la injusticia de un juicio humano, que nada pesa en la balanza de su
fe. Esta serenidad, que es propia de los grandes hombres, es la atmósfera
que debería respirar todo creyente. Muchas veces no queda otro recurso
humano, sino el sufrimiento magnánimo con la mirada puesta en Dios con gran
fe. Siempre, en todo caso, lo que ha de contar para el cristiano es estar
convencido de que Dios es preferible al mundo entero y que la suprema
felicidad consiste en vivir en íntima unión con Él, con la esperanza viva
del gran momento en el que se abrirán los ojos, después de la existencia
terrena, para quedar saciado en la contemplación de su gloria.
Años pares
–Oseas
8,4-7.11-13: Siembran vientos y cosechan tempestades. El
oráculo hace alusión a las revoluciones palaciegas que se fueron sucediendo
en Samaria. Pero, por encima de todo, estigmatiza la perversión del culto,
influenciado por las costumbres paganas. El verdadero Dios no puede aceptar
los sacrificios de un pueblo que menosprecia la ley. Es un tema muy
repetido en la Sagrada Escritura, principalmente en los profetas. Dos
partes, dos temas: en primer lugar la infidelidad de Israel. Se ha hecho un
ídolo y será llevado al cautiverio como sus adoradores y se reirán de él.
Lo que cuenta en los profetas es la alianza. Conforme a ella, la historia
de Israel se desenvuelve en una alternativa de bendiciones o castigos,
según sea fidelidad o deslealtad a la misma por parte del pueblo elegido.
En segundo lugar los actos del culto han de proceder del corazón y no ser
meramente externos. Dios quiere ante todo la entrega sincera de sus
corazones en el cumplimiento exacto y religioso de su Voluntad.
–Adecuadamente
decimos con el Salmo 113: «sus ídolos son plata y oro,
hechura de sus manos». La gran lección que da la historia sagrada es la de
un Dios vivo y personal, frente a los ídolos paganos, faltos de vida,
hechos por la mano del hombre. Él es Dios trascendente que está en los
cielos. El Dios personal que todo lo ve y todo lo regula, aunque sea
invisible, precisamente porque es trascendente.
La
situación que describe el salmo se ha repetido muchas veces en la historia
humana que se deja llevar por los ídolos del dinero, de la sensualidad, de
la ambición, de los honores, del poder, etc. Ante todo esto, hemos de poner
la mirada en el Dios verdadero y en su Cristo, que ha manifestado a todos
los hombres su fidelidad y su gracia. Con su presencia caen todos los
ídolos mundanos y nos muestra el verdadero culto en espíritu y en verdad.
Cristo desenmascara los ídolos, revelando al mundo el rostro del único Dios
verdadero al que han de dar culto. Él enseña a los hombres a confiar en el
Padre celestial y, realizando la redención, otorgó a todos una bendición
sobreabundante, comunicándoles su misma vida.
–Mateo
9,32-38: La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos.
Dos nuevas curaciones acrecientan aún más la fama de Cristo y manifiestan
su compasión por una gran muchedumbre sin rumbo, como ovejas sin pastor.
San Juan Crisóstomo comenta:
«Mirad una vez más cuán ajeno es el Señor a la
vanagloria, pues para no atraerlos a Él a todos en pos de sí, envió a sus
discípulos. Aunque no es ésa la única razón por la que los envía. Él quiere
que se ejerciten en Palestina, como en una palestra, y así se preparen para
sus combates por todo lo ancho de la tierra. De ahí que cada vez les va
ofreciendo más ancho campo a sus combates en cuanto su virtud lo permita,
con el fin de que luego se les hicieran más fáciles los que les
esperaban... No os envío –parece decirles– a sembrar, sino a segar... Al hablarles
así quería el Señor reprimir su orgullo a par de infundirles confianza,
pues les hacía ver que el trabajo mayor estaba ya hecho.
«Pero
mirad también aquí cómo el Señor empieza por su propio amor y no por
recompensa de ninguna clase: porque se compadeció de las muchedumbres...
Con estas palabras apuntaba a los príncipes de los judíos; pues habiendo de
ser los pastores, se mostraban lobos. Porque no sólo no corregían a la
muchedumbre, sino que ellos eran el mayor obstáculo a su adelantamiento» (Homilía
32,2, sobre San Mateo).
Cristo nos da la solución de todo apostolado:
«rogad al Señor de la mies que envíe operarios a su mies». Esto es siempre
necesario en la Iglesia y en el mundo entero. El poder de la oración es
grande en toda labor apostólica. Recordemos a San Francisco Javier o a
Santa Teresa del Niño Jesús.
MIÉRCOLES
Años impares
–Génesis
41,55-57; 42,5-7.17-24: Estamos pagando el delito contra nuestro
hermano. José vendido por sus hermanos y convertido en el personaje más
importante de Egipto por una serie de acontecimientos providenciales. Los
hijos de Jacob, sin reconocerle, se postran ante su propio hermano, quien
los pone a prueba a fin de que reconozcan el mal que hicieron.
San Gregorio
Magno, después de narrar todo el episodio de José, dice:
«¡Oh
tormento de la misericordia! Castiga y ama. Ya vueltos, postrados en tierra
y llorando, imploran el perdón; pues, acordándose de lo que acerca de él
habían prometido al padre, veíanse oprimidos por una insoportable tristeza.
Entonces, no pudiendo contenerse más la piedad oculta, prorrumpe, y de
aquel rostro severo saca lágrimas de caridad; fue echada a un lado la
aparente ira, y la misericordia, que existía y no aparecía, hízose patente.
De tal manera aquel santo varón perdonó y castigó en sus hermanos el
crimen, de tal manera mantuvo viva la misericordia con sus hermanos, que ni
fue piadoso sin castigo ni riguroso sin piedad...
«He
ahí cuál es el magisterio de la disciplina: saber perdonar discretamente
las culpas y corregirlas con piedad. Pero los que no tienen espíritu de
corrección, o bien perdonan los pecados de manera que no los corrigen, o
bien, al corregirlos, hieren como si no los perdonaran» (Homilía 9
sobre Ezequiel).
–El Salmo
32 es como un himno a la providencia de Dios con su pueblo: «Que tu
misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti... El
Señor deshace los planes de las naciones; frustra los proyectos de los
pueblos; pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su
Corazón de edad en edad».
Si el
creyente de todos los tiempos tiene motivos para confiar alegre y
esperanzado en la Palabra divina, llena de amor y misericordia, el
cristiano sabe que esa Palabra se ha hecho hombre (Jn 1,14) para llevar a
cabo los proyectos del Corazón de Dios y llenar así con su misericordia
toda la tierra. Es la misma Palabra que un día dirá todos los cristianos:
«Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
Años pares
–Oseas
10,1-3.7-8.12: Es tiempo de consultar al Señor. La riqueza
de Israel, en vez de contribuir a alabar a Yavé por los abundantes bienes
materiales, no ha servido más que para multiplicar los lugares de culto
idolátrico y vino el castigo de Dios. «Se acabó Samaria. Su rey es como
espuma sobre la superficie de las aguas. Destruidos serán los altos de la
impiedad». Sólo con la conversión alcanzarán misericordia y para esto han
de acudir a Dios, buscar su rostro y ser fiel a la alianza.
–A
esto conduce también el Salmo 104 del responsorio. Dios ha
sido fiel a sus promesas, Israel lo sea a la ley. Todo el Salmo canta la
alianza de Yavé con los Patriarcas. El cristiano debe tomar conciencia de
todos los prodigios realizados por Dios en la Antigua Alianza para llevar
adelante las promesas hechas por Dios a Abrahán. Son prodigios que nos
afectan también a nosotros, los que seguimos a Cristo. Es lo que afirma San
Pablo en su Carta a los Romanos 4,16.18-25.
–Mateo
10,1-7: Id a las ovejas descarriadas de Israel. Es admirable
la actitud de Jesucristo por cumplir las promesas hechas a los Patriarcas
en favor del pueblo de Israel. Pero no deja de cumplir tampoco su misión
universal de la salvación de todos los hombres. Las circunstancias irán
perfilando la realización del plan salvífico de Dios que ya apunta en la
misma predicación profética. San Juan Crisóstomo dice:
«Veamos
ya a dónde y a quiénes envía Jesús sus apóstoles. ¿Quiénes son éstos? Unos
pescadores y publicanos... No penséis –les viene a decir el Señor–, que,
porque me injurian y me llaman endemoniado, yo los aborrezco y los aparto
de mí. Justamente a ellos tengo interés y empeño en curarlos primero, y,
apartándoos a vosotros de los demás, os envío a ellos como maestros y
médicos. Y no sólo os prohíbo que prediquéis a otros antes que a éstos,
sino que no os consiento que toquéis en los caminos que llevan a la
gentilidad ni que entréis en ciudad alguna de samaritanos...
«Mirad
la grandeza del ministerio, mirad la dignidad de los apóstoles. No se les
manda que hablen de cosas sensibles, ni como hablaron antaño Moisés y los
profetas. Su predicación había de ser nueva y sorprendente... Ninguna
gracia hacéis a los que os reciben, pues no habéis recibido vuestros
poderes como una paga ni como fruto de vuestro trabajo. Todo es gracia mía.
De este modo, pues, dad también vosotros a aquéllos. Porque, por otra
parte, tampoco es posible hallar precio digno de lo que vuestros dones
merecen» (Homilía 32,4,sobre San Mateo).
JUEVES
Años impares
–Génesis
44,18-21.23-29;45,1-5: Para vuestra
salvación me envió Dios a Egipto. José se da a conocer a sus hermanos
en una escena emocionante y manifiesta el carácter providencial de su
historia, como se apuntó ayer. En los Hechos de los Apóstoles y puesto en
los labios de San Esteban, se lee a propósito de José: «Dios estaba con él
y lo libró de todas sus tribulaciones» (7,9-10). De este modo José
prefiguró a Cristo en su pasión y resurrección.
–La
historia de José nos la exaltan los versos 16-22 del Salmo 104,
escogido como Salmo responsorial, que tiene como estribillo: Recordad
las maravillas que hizo el Señor. Esos versos son un magnífico ejemplo
de las intervenciones de Dios en su pueblo. Son un nuevo canto a la
misericordia y a la providencia de Dios para con su pueblo. Nos sirve del lección
en los momentos de peligro, de prueba, de contradicción en que podemos
encontrarnos. Dios quiere lo mejor para nosotros, aunque en ocasiones no lo
entendamos. Dios sabe más, como lo muestran los testimonios que
presentamos:
«Cualquier
cosa que te suceda, recíbela como un bien, consciente de que nada pasa sin
que Dios lo haya dispuestos» (Carta de Bernabé 19).
También
San Agustín:
«Si
algo acontece en contra de lo que hemos pedido, tolerémoslo con paciencia y
demos gracias a Dios por todo, sin dudar lo más mínimo de que lo más
conveniente para nosotros es lo que acaece según la voluntad de Dios y no
según la nuestra» (Carta 130 a Proba).
Y el
mismo autor:
«El
Señor conoce mejor que el hombre lo que conviene en cada momento, lo que ha
de otorgar, añadir, quitar, aumentar, disminuir y cuándo o ha de hacer» (Carta
138).
Años pares
–Oseas
11,1-2.3-4.8-9: Se me revuelve el corazón. En
un fragmento de profunda poesía, el profeta compara el pueblo de Israel con
un niño pequeño al que Dios prodiga cuidados maternales. Se ha llamado a
esta perícopa «Balada del amor desdeñado»: Dios se comporta con su pueblo
como un padre amoroso. Israel no corresponde y Dios castiga, pero perdona
movido de su misericordia. Todo es admirable. El último motivo por el que
se inclinará al perdón es precisamente porque Él es Dios y no hombre. Su
comportamiento es diferente del comportamiento del hombre que es vengativo
y justiciero. Más allá de las infidelidades de su pueblo Él conserva un
inmenso amor para con él.
Perdonar
es verdaderamente una actitud divina porque sólo Dios es capaz de dominar
el acontecimiento inmediato y relativizarlo en la perspectiva más amplia de
la historia de la salvación y de la eternidad. Dios es amor. Todo esto
exige de nuestra parte una correspondencia de amor y de arrepentimiento
sincero.
San
Jerónimo nos habla de esto:
«Cuánta es la clemencia de Dios, cuánta nuestra
dureza, que después de tantos pecados nos llama a la salvación ...
«Cuán grande sea su misericordia, cuán
grande y, por decirlo así, excesiva su clemencia, que nos lo enseñe el
profeta Oseas, por cuya boca nos habla Dios: ¿Qué haré contigo Efraim?
¿Cómo te protegeré, Israel, qué haré contigo?... Mi corazón está en Mí
trastornado, y me he conmovido de arrepentimiento. No daré curso al ardor
de mi cólera...» (Carta 122,2 a Rústico ).
–Con
el Salmo 79 proclamamos: «que brille tu rostro y nos salve,
Señor». Es una súplica fervorosa para impetrar la intervención de Dios
liberador. En todo tiempo tenemos necesidad de esta actuación de Dios. Él
es el Pastor Bueno nosotros somos su rebaño (Mt 9,36; Jn 11,14-16) o
también somos una viña amada. Él es el agricultor que nos cuida (Is 11,1;
Jn 15,1-6).
El
misterio de la Iglesia se reproduce en cada uno de sus miembros. A nuestra
plegaria responde Cristo: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos; el que
permanece en Mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis
hacer nada. El que no permanece en Mí es echado afuera, como el sarmiento,
y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. Si
permanecéis en Mí y mis palabras permanece en vosotros, pedid lo que
queráis, y se os dará» (Jn 15,5-7).
–Mateo
10,7-15: Lo que habéis recibido gratis dadlo
gratis. Jesús da a los Doce sus consignas en orden a la misión de
Galilea. Deberán reproducir la actividad de su Maestro: proclamar la
proximidad del Reino de Dios y manifestar su presencia por medio de
milagros.
Cristo
no se contenta con entregar a sus enviados un mensaje que les encarga
transmitir; desea que su estilo de vida sea la reproducción viva de la
palabra proclamada.
Las
modalidades de este estilo de vida no dependen totalmente de una decisión
privada de los evangelizadores y catequistas. Cristo tiene sus exigencias y
la Iglesia, por Él fundada, también. Por eso no debe extrañarnos que la
competente jerarquía de la Iglesia indique los modos y los medios para toda
clase de evangelización. Esto cambia con los tiempos y los espacios. No
todo es bueno para todos.
Con
respecto al último versículo sobre el castigo de los que no reciben o
rechazan la Buena Nueva, comenta San Agustín:
«Hay
dos lugares de moradas: una en el fuego eterno y otra en el reino también
eterno. Mi opinión es que dentro del fuego eterno, los tormentos serán
distintos; pero todos estarán allí para ser atormentados, aunque unos más y
otros menos, pues en el día del juicio será más tolerable la suerte de
Sodoma que la de alguna otra ciudad (Mt 10,15)» (Sermón 161,4).
Al rechazar a los apóstoles del Evangelio que
llaman a las puertas de una ciudad o una casa en aquella hora de la misión
de los mismos, cuando ya los milagros de Cristo los habían acreditado como
legados de Dios (Jn 3,2), no se les podía rechazar impunemente. Esto era
cerrar los ojos a la luz mesiánica. Y en este sentido, la culpa de éstos
era superior a la aberración moral, pagana, de Sodoma y Gomorra. Santo
Tomás de Aquino lo justifica así:
«Pecan
más los que oyen y no practican que los que nunca oyeron» (Coment. in Mt).
De ahí
la gran responsabilidad de los que rechazan la predicación evangélica y de
los que no acomodan su conducta a ella.
Viernes
Años impares
–Génesis
46,1-7.28-30: Puedo morir después de haberte visto
en persona. Jacob invitado a ir a Egipto por su hijo José, accede a instalarse
allí con toda su familia. Con expresiones, que recuerdan el canto de
Simeón, expresa su alegría por haber vuelto a ver a su hijo José.
Lo
principal de este relato es que la emigración del patriarca depositario de
la promesa de la tierra no es contraria al compromiso de Dios, sino que
constituye la etapa necesaria de sufrimiento y de prueba antes del
cumplimiento de las promesas de abundancia.
No
obstante las pruebas, los sufrimientos, las amarguras y contrariedades.
«Dios es quien salva a los justos», como se dice en el Salmo responsorial.
–Salmo
36: «confía en el Señor y haz el bien... El Señor vela por los
días de los buenos y su herencia durará siempre». Todo el Salmo es una
exhortación sapiencial sobre la suerte del justo y del malvado.
Frente
a la concepción más o menos difusa de muchos creyentes, que confunden la
religión con una especie de «seguro de vida», el salmista pone su confianza
en Dios. Su gran tesoro es poseer a Dios. Todo lo demás es accesorio. El
Salmo está abierto a perspectivas mucho más amplias que las meramente
sociológicas. Perspectivas profundas, pero reales, que serán puestas en
toda su luz por la predicación de Cristo.
Un
significado muy preciso tienen las expresiones del Salmo a la luz del
misterio de Cristo. Él, el inocente, el justo por excelencia, ha aparecido
en medio de nosotros pobre, humilde, perseguido por los impíos, varón de
dolores, abandonado en la cruz (Sal 21,2; Mt 27,46). Sobre Él han caído los
sufrimientos de todos nosotros. Mas en Él y en su vida, el sufrimiento de
los justos se ha revelado como un misterio de salvación. Pero el camino
recorrido por Cristo hacia el Calvario conduce a la derecha del Padre en la
gloria celeste. La Cruz ha venido a ser el árbol de la vida. Con estas
consideraciones podemos escuchar las sentencias del Salmo 36 como una
exhortación de Cristo a la Iglesia. Parecen como una anticipación de las
bienaventuranzas evangélicas. Recordemos la parábola del rico Epulón y
Lázaro.
Años pares
–Oseas
14,2-10: No volveremos a llamar Dios a la obra de
nuestras manos. El profeta exhorta a un retorno sincero a Dios. El
pueblo responde favorablemente y Dios lo premia.
Hay
que reconocer que la conversión del pueblo no es apenas desinteresada. El
que Israel vuela a Dios obedece en gran parte a la búsqueda apasionada de
la dicha y la abundancia. Esta mentalidad es ciertamente peligrosa cuando
sólo se mira el interés. Existe ciertamente un actitud legítima de la
recompensa por la obra buena hecha, con la gracia de Dios, cuando sobre
todo se busca a Dios y no el premio. Ya lo dijo el poeta:
«No me tienes que dar porque te quiera, porque,
aunque espero, no esperara, lo mismo que te quiero, te quisiera».
El
cristiano se convierte a Dios y se agrega al pueblo de convertidos que es
la Iglesia, para ser beneficiario de la realización del plan de Dios sobre
la humanidad y para permitir también a todos los recursos humanos de
desplegarse correctamente a partir de su foco y su fuente: la presencia de
Dios que anima a todas las cosas.
–En el
responsorio rezamos el Salmo 50, que bien podemos llamarlo Salmo
de la conversión, del arrepentimiento y de la penitencia. Pocos salmos
como éste han servido para expresar los sentimientos de la humanidad
pecadora ante Dios. Generaciones de la humanidad han encontrado en él el camino
que conduce a la Casa del Padre, la gracia de una purificación que no puede
venir sino de la palabra de Dios y de la alegría de la amistad con Él:
«Misericordia,
Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa... Oh
Dios, crea en mí un corazón puro... Devuélveme la alegría de tu
salvación... Mi boca proclamará tu alabanza, Señor».
–Mateo
10,16-23: No seréis vosotros los que habléis, sino
el Espíritu de nuestro Padre. Jesús anuncia las persecuciones que
aguardan a sus discípulos. No deben temer, pues contarán con la ayuda de la
asistencia del Espíritu de su Padre. San Agustín trata muchas veces de este
pasaje evangélico:
«Ved cómo nuestro Señor Jesucristo modela a sus
mártires con su disciplina. “Os envío, dice, como ovejas en medio de lobos”
(Mt 10,16). Ved lo que hace un solo lobo que venga en medio de muchas
ovejas. Por muchos millares de ovejas que sean, enviado un lobo en medio de
ellas, se espantan y, si no todas son degolladas, todas, al menos, se
aterrorizan. ¿Qué razón había, qué intención, qué poder o divinidad para no
enviar el lobo a las ovejas, sino las ovejas en medio de lobos? No dijo al
confín con los lobos, sino en medio de los lobos.
«Había,
pues, un rebaño de lobos: las ovejas eran pocas, para que fueran muchos lobos
para dar muerte a pocas ovejas. Los lobos se convirtieron y se
transformaron en ovejas... “Seréis odiados por todos los pueblos a causa de
mi nombre” (Mt 10, 22). Se predijo para el futuro una iglesia extendida por
todos los pueblos. Como leemos que fue prometida, así la vemos realizada.
Todos los pueblos son cristianos y al mismo tiempo no cristianos. El trigo
al igual que la cizaña, se halla extendido por todo el campo. Por tanto,
cuando escuchéis de boca de nuestro Señor Jesucristo: seréis odiados por
todos los pueblos a causa de mi nombre, escuchadlo como trigo que sois,
pues está dicho para el trigo... ¡Oh pueblos todos cristianos, oh semillas
católicas extendidas por todo el orbe, pensad en vosotros mismos y veréis
que todos los pueblos os odian por el nombre de Cristo!» (Sermón 64,1).
SÁBADO
Años impares
–Génesis
49,29-33; 50,15-24: Dios cuida de vosotros y os
sacará de esta tierra. Muere Jacob en Egipto. José vuelve a asegurar el
perdón a sus hermanos y les revela cómo Dios se ha servido de sus pruebas
para salvar la vida de su pueblo. «Por la fe, José, moribundo, evocó el
éxodo de los hijos de Israel» (Heb 11,22).
El
futuro del pueblo de Dios no depende de la autoridad del «patriarca», sino
de la buena voluntad entre los hermanos y sus tribus respectivas. José es
el primero en esta necesidad de la concordia y fraternidad. Sus motivos
para esto son profundos; el mal que hicieron con él se ha convertido en
bien de todos. Está lejos de la venganza, pues reconoce en todos estos
sucesos la providencia de Dios. Es ocasión para reflexionar sobre el perdón
de las ofensas, como tantas veces aparece en la Sagrada Escritura,
principalmente en el Nuevo Testamento.
No es
necesario que ocurran grandes injurias para que nos ejercitemos en esta
prueba de caridad. Mal viviríamos nuestra vida cristiana si al menor roce
se enfriase nuestra caridad y nos sintiéramos rencorosos y vengativos.
Escuchemos un testimonio de San Cipriano:
«Es imposible alcanzar el perdón que
pedimos de nuestros pecados, si nosotros no actuamos de modo semejante con
los que nos han hecho alguna ofensa» (Tratado sobre la oración
23-24).
Pero
no tenemos necesidad de textos patrísticos. Son bien expresivos los textos
evangélicos de Mt 18,21-35; Lc 6,36-37.
–El
responsorio recoge algunos versos del Salmo 104, ya expuesto
en días anteriores. En esta ocasión se indica el estribillo: «humildes,
buscad al Señor y vivirá vuestro corazón».
La humildad consiste esencialmente en la
conciencia del puesto que ocupamos frente a Dios y frente a los hombres y
en la sabia moderación de los deseos de gloria. Cristo nos dejó como
lección especial para que la aprendiéramos de Él: la humildad (Mt 11, 29).
Por eso escribió San Gregorio Magno:
«Dígase
a los humildes, que al par que ellos se abajan, aumentan su semejanza con
Dios y dígase a los soberbios, al par que ellos se engríen, descienden, a
imitación del ángel apóstata» (Regla Pastoral 3,18).
Y San Agustín:
«Cuanto
más se abaja el corazón por la humildad, más se levanta hacia la
perfección» (Sermón sobre la humildad).
Y también:
«Si me
preguntáis qué es lo más esencial en la religión y en la disciplina de
Jesucristo, os responderé: primero la humildad, segundo la humildad y
tercero la humildad» (Carta 118)
Años pares
–Isaías
6,1-8: Yo, hombre de labios impuros, he visto con
mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos. El profeta Isaías relata su
vocación: vio al Señor en toda su majestad. Se repite en la liturgia
eucarística diaria el triple Santo que Isaías oyó en el cielo. San Jerónimo
comenta:
«Y entonces,
con sus labios realmente purificados, dijo al Señor: “Heme aquí, envíame”.
Antes había dicho: “¡Miserable de mí, que estoy perdido!”. Mientras vive
Ozías, tú no entiendes, Isaías, que eres miserable, y no eres movido a
compunción; pero una vez que ha muerto, entonces te das cuenta de que
tienes labios impuros, entonces comprendes que eres indigno de la visión de
Dios.
«Ojalá
también yo sea movido a compunción y, después de la compunción, me haga
digno de predicar a Dios; pues además de ser yo hombre y tener los labios
impuros, habito en medio de un pueblo que tiene labios impuros. Isaías, que
era justo, había pecado sólo de palabra. Pero yo, que miro con ojos de
concupiscencia, a quien mi mano escandaliza y peco con el pie y con todas
las partes de mi cuerpo, todo lo tengo impuro y, habiendo manchado mi
túnica después de haber sido bautizado es espíritu, necesito la
purificación del segundo bautismo, es decir, del de fuego» (Carta 18 A,11, a Dámaso).
–Con
el Salmo 92 proclamamos: «El Señor reina, vestido de
majestad... Tu trono está firme desde siempre y Tú eres eterno». Es el
trono que vio Isaías. Pero nosotros lo vemos también con un sentido
cristológico. Cristo es el Señor, con su Resurrección. Nosotros somos el
reino de Dios y de Cristo. La Iglesia, con palabras de este Salmo aclama a
Cristo y reconoce en Él al Rey magnífico y poderoso, al Príncipe de la Paz,
cuyo reino no tiene fin y diariamente lo llamamos Rey y Señor.
–Mateo
10,24-33: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo. Cristo
da ánimo a sus discípulos para el tiempo de la persecución, de las
contrariedades y de las pruebas. Proclamemos sin temor nuestra fe en todos
los lugares y ante todos los hombres, con nuestras palabras y con nuestras
obras. San Juan Crisóstomo dice:
«Mirad
cómo los pone por encima de todo. Porque no les persuade a despreciar sólo
toda solicitud y la maledicencia y los peligros y las insidias, sino a la
muerte misma, que parece ser lo más espantoso de todo. Y no sólo la muerte
en general, sino hasta la muerte violenta... Como lo hace siempre, también
aquí lleva su razonamiento al extremo opuesto. Porque, ¿qué es lo que viene
a decir? ¿Teméis la muerte y por eso vaciláis en predicar? Justamente
porque teméis la muerte, tenéis que predicar, pues la predicación os librará
de la verdadera muerte. Porque, aun cuando os hayan de quitar la vida,
contra lo que es principal en vosotros, nada han de poder, por más que se
empeñen y porfíen...
«De
suerte que si temes el suplicio, teme el que es mucho más grave que la
muerte del cuerpo. Mirad cómo tampoco aquí les promete el Señor librarlos
de la muerte. No; permite que mueran; pero les hace merced mayor que si no
lo hubiera permitido. Porque mucho más que librarlos de la muerte es
persuadirlos que desprecien la muerte. Así, pues, no los arroja
temerariamente a los peligros, pero los hace superiores a todo el dogma de
la inmortalidad del alma y cómo, plantada en ella esa saludable doctrina,
pasa a animarlos por otros razonamientos...
«No
los temáis, pues. Aun cuando lleguen a dominaros, sólo dominarán lo que
haya de inferior en vosotros, es decir, vuestro cuerpo. Y éste, aun cuando
no lo mataran vuestros enemigos, la naturaleza vendrá sin remedio a
arrebatároslo. De manera que ni aun en eso tienen vuestros enemigos
verdadero poder, sino que se lo deben a la naturaleza. Y si eso temes,
mucho más es razón que temas lo que es más que eso; que temas al que puede
echar alma y cuerpo en el infierno» (Homilía 34, 2-3 sobre San
Mateo).
SEMANA 15
DOMINGO
Entrada: «Yo, con mi apelación, vengo a tu presencia, y
al despertar me saciaré de tu semblante» (Sal 16,15). Con esta ardiente
súplica se inicia la Misa.
Colecta (del Misal anterior, antes del Gregoriano, y
ahora retocada con textos del Gelasiano): «¡Oh Dios!, que muestras la luz de
tu verdad a los que andan extraviados, para que puedan volver al buen
camino; concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este
nombre y cumplir cuanto en él se significa»
Ofrendas (también del Misal anterior, y antes del
Gregoriano): «Mira, Señor, los dones de tu Iglesia en oración, y concede a
quienes van a recibirlos crecer continuamente en santidad».
Comunión: «Dichosos los que viven en tu casa» (Sal
83,4-5); o bien: «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí
y yo en él» (Jn 6,57).
Postcomunión (también del Misal anterior, retocada con textos
del Gregoriano y Gelasiano): «Alimentados con esta eucaristía, te pedimos,
Señor, que cuantas veces celebramos este sacramento se acreciente en
nosotros el fruto de la salvación».
Ciclo A
La
primera lectura nos prepara a recibir las enseñanzas del Evangelio: el
Sembrador difunde su doctrina. San Pablo exalta la dimensión cósmica de la
Redención.
Dios
es el Sembrador que realiza en nosotros su obra. A nosotros nos queda la
enorme responsabilidad de no hacer infructuosa la gracia santificante y los
medios que Él nos da en su Palabra y en los Sacramentos, especialmente en
la Eucaristía.
–Isaías
55,10-11: La lluvia hace germinar la tierra.
La palabra de Dios, semilla de salvación, lleva en sí toda la eficacia de
la iniciativa divina y de su amor santificador.
El
profeta usa sus grandes cualidades literarias y una gran intuición
teológica para infundir la firme adhesión a Yavé, Dios de los padres que, contrariamente
a la desconfianza general de los exiliados, está salvíficamente presente
entre ellos. El dirige la historia y los acontecimientos para que el
universo y el hombre, que han sido creados por Él, de Él dependan y con Él
se desarrollen.
La
semejanza de la lluvia y de la nieve que fecundan y hacen germinar la
tierra nos debe hacer comprender que la potencia creadora y transformadora
de la palabra de Dios ha de dar fruto, si la acogemos con fe, pues Dios que
nos creó sin nosotros no nos salvará sin nosotros.
Es un
texto muy profundo y eficaz para comprender la Sagrada Escritura como
palabra de Dios al hombre. Nos pone en contacto directo con Él que nos
invita a que recibamos su mensaje salvífico para otorgarnos su comunión de
vida realizando en nosotros su salvación.
–Muy
acertadamente se ha escogido como responsorio el Salmo 64 :
«Tú cuidas de la tierra, la riegas... Tú preparas los trigales... La
semilla cayó en buena tierra y dio su fruto». En realidad ese Salmo es un
himno a Dios providente con su pueblo. Los versículos 10-14, que son los
que se han tomado aquí, nos hacen revivir la primavera de Palestina, cuando
el mismo desierto florece, los rebaños pastan sobre verdes colinas y el
trigo germina sus espigas en la llanura. Los santos han usado esos dones de
la creación para elevarse hasta Dios y cantar su magnificencia. Son bien
conocidos los versos de San Juan de la Cruz, ya expuestos por nosotros en
otra ocasión.
–Romanos
8,18-23: La creación expectante está aguardando la
plena manifestación de los hijos de Dios. En medio de la creación el
cristiano auténtico es como una semilla viva de Dios, que restaura la obra
del Creador y la libera de la degradación del pecado.
Para
San Pablo y para todo el Nuevo Testamento el sufrimiento es esencial en la
economía salvífica: Cristo murió en una cruz para la redención de la
humanidad. El cristiano, como discípulo de Cristo, se encuentra en el mismo
camino de la cruz: «El que quiera ser mi discípulo que se renuncie a sí
mismo, tome su cruz y me siga» (Mc 8,34;Mt 16.24;Lc 9,23).
Esto
no debe ser motivo de tristeza. Muere con Cristo para resucitar con Él.
Este destino no está fundado en la palabra del hombre, sino en la palabra
de Dios que es viva y eficaz. Comenta san Agustín:
«Estáis
viendo, amadísimos, qué se les pide en esta vida a los siervos de Dios en
cambio a la vida futura que se revelará en nosotros. Frente a esa gloria,
carece de significado cualquier tribulación temporal, sea la que sea. “Los
sufrimientos de este tiempo, dice el Apóstol, no son equiparables con la
futura gloria que se revelará en nosotros” (Rom 8,18). Si las cosas son
así, nadie piense ahora carnalmente; no hay tiempo: el mundo se conmueve,
el hombre viejo es echado fuera, la carne siente la operación, aniquílese
el espíritu. El cuerpo de Pedro yace en Roma, dicen los hombres; en Roma
yacen los cuerpos de Pablo, de Lorenzo y de otros santos mártires; sin
embargo, Roma está asolada: es afligida, pisoteada e incendiada... ¿Dónde
están las memorias de los Apóstoles? Allí están, allí están, pero no en ti.
¡Ojalá estuvieran en ti!... Ojalá estuviesen en ti las memorias de los
Apóstoles; ojalá pensaras en ellos. Verías qué felicidad les fue prometida,
si la terrena o la eterna» (Sermón 296,6).
–Mateo
13,1-23: Salió el Sembrador a sembrar. La palabra
de Dios y toda su obra de santificación pueden quedar infructuosas por el
modo de ser y de vivir de los hombres.
La
parábola explica plásticamente la proclamación del Reino, que constituye su
tema fundamental. Aunque aparentemente podamos ver un aspecto negativo, sin
embargo, el tema esencial es un sereno optimismo sobre el fruto que tendrá
el mensaje predicado por el Señor. Comenta San Agustín:
«Dice
Pablo en sus escritos que fue enviado a predicar el Evangelio allí donde
Cristo aún no había sido anunciado. Pero, como aquella otra siega ya tuvo
lugar y los judíos que quedaron eran paja, prestemos atención a la mies que
somos nosotros. Sembraron los apóstoles y los profetas. Sembró el mismo
Señor; Él estaba, en efecto, en los apóstoles, pues también Él cosechó;
nada hicieron ellos sin Él; Él sin ellos es perfecto, y a ellos dice: “sin
Mí nada podéis hacer” (Jn 15,5). ¿Qué dice Cristo, sembrando entre los
gentiles? “Ved que salió el Sembrador a sembrar” (Mt 13,3). Allí se envían
segadores a cosechar; aquí sale a sembrar el sembrador no perezoso. Pero,
¿qué tuvo que ver con esto el que parte cayera en el camino, parte en
tierra pedregosa, parte entre espinas? Si hubiera temido a esas tierras
malas, no hubiera venido tampoco a la tierra buena.
«Por
lo que toca a nosotros, ¿qué nos importa? ¿Qué nos interesa hablar ya de
judíos y de la paja? Lo único que nos atañe es no ser camino, no ser
piedras, no ser espinas, sino tierra buena. –¡Oh Dios! Mi corazón está
preparado– (Sal 56,8) para dar el treinta, el sesenta, el ciento, el mil
por uno. Sea más, sea menos, pero siempre es trigo» (Sermón 101,3).
Ciclo B
La
primera lectura trata de la vocación del profeta Amós, cómo el Señor elige
su mensajero a quien quiere, cuándo y como quiere. La tercera lectura nos
habla de las consignas dadas por Cristo a los discípulos enviados a
evangelizar. En la segunda lectura San Pablo describe a los Efesios el plan
divino sobre nosotros. Dios nos ha destinado desde toda la eternidad a
convertirnos en hijos suyos por Jesucristo para alabanza de su gloria.
La
vocación cristiana, don de iniciativa amorosa de Dios a quienes Él mismo ha
elegido, es, por su propia naturaleza, vocación a la santidad testifical y
vocación al apostolado responsable (cf. Lumen Gentium 17 y
40)
El
auténtico cristiano es siempre un testigo viviente de Cristo. El falso
cristiano vive ajeno a la salvación de los hombres, sus hermanos.
–Amós
7,12-15: Ve y profetiza a mi pueblo. En su fe
profunda y operante, Amós se siente responsable ante Dios, que le reclama
para profeta y testimonio contra la frivolidad religiosa del reino de
Israel. Su vida evidencia plenamente su fidelidad a Yavé. San Jerónimo
dice:
«Los
médicos que se llaman cirujanos son tenidos por crueles y son realmente
desdichados. Porque, ¿no es una desdicha dolerse de las heridas ajenas y
tener que cortar con hierro compasivo las carnes muertas, y, al tener que
curar, no sentir horror de lo que horroriza al que es curado, y encima ser
tenido por enemigo? Está en la naturaleza de las cosas el que la verdad sea
amarga y los vicios sean considerados agradables.
«Isaías,
para poner un ejemplo de lo que había de ser la cautividad inminente, no
tuvo empacho de andar desnudo (Isaías 20,2); Jeremías es sacado de en medio
de Jerusalén y enviado al Éufrates, río de Mesopotamia, para esconder allí,
entre gentes enemigas, donde está el asirio y los ejércitos de los caldeos,
una faja que debía pudrirse (cf. Jer 13,1-7); a Ezequiel se le manda
comer un pan hecho de todo género de semillas y rociado primero con excrementos
humanos y luego bovinos (cf. Ez 4,9-15), y termina presenciando con
los ojos secos de lágrimas la muerte de su mujer (ib. 24,15-17).
Amós es expulsado de Samaría (Am 7,12) Y todo esto, te pregunto, ¿por qué?
Porque eran cirujanos espirituales que cortaban los vicios de los pecadores
y exhortaban a la penitencia... Así, no es de extrañar, si también
nosotros, al censurar los vicios, ofendemos a muchos» (Carta 40 1-2, a Marcela).
–Con
el Salmo 84 decimos: «voy a escuchar lo que dice el Señor».
Esta es la actitud de todo profeta en todos los tiempos. «Dios anuncia la
paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón». El
misterio de la venida de Cristo tiene una historia en la vida de todo
creyente. El que se convierte y recibe la gracia es como un exiliado que
espera regresar a la patria verdadera. Por eso puede hacer suyas las
palabras del Salmo: «La salvación ya está cerca de sus fieles y la gloria
habitará en nuestra tierra. La misericordia y la felicidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra y la
justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra
dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus
pasos».
–Efesios
1,3-14: Nos eligió en Él antes de crear el mundo.
La introducción a la Carta a los Efesios nos recuerda que nuestra fe
cristiana es un don de iniciativa divina que compromete plenamente nuestra
existencia ante el Padre y ante los hombres.
Todo
el proceso salvífico de la lectura es atribuido por san Pablo a la
benevolencia de la voluntad divina. Por tres veces se subraya que esto
sucede «para alabanza y gloria de su gracia», «para que la gloria de su
gracia... redunde en alabanza suya», «seremos alabanza de su gloria». Estas
expresiones tienen en el himno la función de estribillo, el carácter
doxológico de toda la composición. San Jerónimo comenta:
«Aunque
uno sea santo y perfecto, y sea estimado digno de la felicidad a juicio de
todos, sin embargo ahora ha conseguido las arras del Espíritu para la
herencia futura. Si la prenda es tanta, ¿qué será la posesión? Como la
prenda que se nos da no está fuera de nosotros, sino dentro de nosotros,
así la herencia misma –esto es, el reino de Dios dentro de nosotros está
(Lc 17,21)– es algo intrínseco a nosotros. ¿Qué mayor herencia puede haber
que contemplar y ver sensiblemente la belleza de la Sabiduría del Verbo, de
la Verdad y de la Luz, y lo inefable del mismo; y considerar la magnífica
naturaleza de Dios y ver la sustancia de todas las cosas creadas a semejanza
de Dios. Este Espíritu Santo de la promesa, que es la prenda de nuestra
heredad, se nos da ahora, para que seamos redimidos y unidos a Dios para
alabanza de su gloria. No porque Dios necesite alabanza de nadie, sino para
que su alabanza aproveche a los que le alaban, y mientras conocen en cada
una de sus obras su majestad y su grandeza, se levanten a alabarle en un
milagro de estupor» (Comentario a la Carta a los Efesios 1,14).
–Marcos 6,7-13:
Y comenzó a enviarlos. Los primeros creyentes, los apóstoles y los
discípulos, vieron íntegramente comprometidas y marcadas sus vidas para la
obra redentora de Cristo. A San Marcos le interesa presentar al predicador
evangélico como al que revela en el mundo el misterio de la salvación
mediante el Mesías crucificado. A esto parece que va dirigida la absoluta
pobreza de medios en el apóstol, catequista, evangelizador. La Iglesia es
en sí, como lo fue Cristo, portadora de la salvación, pero no tiene ningún
aspecto triunfalístico pagano y mundano. Cristo triunfó por su Misterio
Pascual sobre el pecado y la muerte. La Iglesia sigue ese mismo camino, no
puede prescindir de ello.
Esto
no podemos olvidarlo, aun en nuestro aspecto de vida escondida,
crucificada, en la pobreza y debilidad, en nuestras limitaciones. La
doctrina que subyace en esta lectura es la de que la victoria se realiza en
la humildad y en la carencia de medios humanos. No podemos prescindir de
ellos, ciertamente; pero no hemos de poner nuestro afán en ellos. San Pablo
nos dice que todo es para nosotros, para nuestra utilidad, para nuestro
provecho, pero nosotros somos de Cristo y Cristo de Dios. Ése es el orden
que siempre han seguido los santos. Emplear los medios de este mundo para
el servicio de Dios, sin estar apegados, sino desprendidos totalmente de
ellos.
En la
celebración litúrgica no agotamos toda la responsabilidad de nuestra fe y
de nuestra identidad cristiana. Esto se ha de prolongar en la vida
cotidiana, como testigos y apóstoles de Cristo.
Ciclo C
La parábola
del Buen Samaritano es una enseñanza para vivir el mandato del amor para
con Dios y para con el prójimo. La ley del Señor, recuerda la primera
lectura, no es algo exterior a nosotros mismos, sino que se encuentra
dentro de nosotros y hemos de llevarla a la práctica. San Pablo, en la
segunda lectura, delinea ante nosotros la imagen de Cristo en toda su
grandeza. Es el principio de la nueva humanidad en su resurrección de entre
los muertos.
Cristo
y la caridad serán siempre la clave de toda autenticidad cristiana. El
Corazón de Jesucristo, su iniciador y consumador, el Maestro y el Modelo a
seguir (LG 40). En el cristianismo todo lo que no se centra en la
caridad, puede ser equívoco. Ciertamente es infructuoso para nuestra
salvación (1 Cor 13,10).
–Deuteronomio
30,10-14: El mandamiento está muy cerca de ti;
cúmplelo. Por la revelación divina, Dios mismo se ha puesto en actitud
de diálogo amoroso al alcance de toda conciencia recta. Es en lo íntimo de
su corazón donde cada hombre se abre a su Voluntad o la rechaza.
Al
autor de este libro interesa sobre todo exhortar al pueblo de su tiempo a
reflexionar sobre su vocación y elección y obre las consecuencias nefastas
a que ha conducido el abandono de Yahvé, el Dios de los padres, mediante la
infidelidad a la alianza sancionada después del éxodo y renovada repetidas
veces por Dios a través de los profetas. Como tantas veces ya hemos
expuesto con textos patrísticos, todo se concreta en la observancia del
Pacto, pues por parte de Dios siempre estará firme su fidelidad.
–El Salmo
68 nos exhorta a buscar al Señor para que viva nuestro corazón. Es
como una continuación de la lectura anterior: «Mi oración se dirige a Ti,
Dios mío, el día de tu favor; que me escuche tu gran bondad, que tu
fidelidad me ayude. Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia, por tu
gran compasión vuélvete hacia mí. Yo soy un pobre malherido, Dios mío, tu
salvación me levante. Alabaré el nombre del Señor con cantos, proclamaré su
grandeza con acción de gracias. Miradlo, los humildes, y alegraos, buscad
al Señor y vivirá vuestro corazón. Que el Señor escucha a sus pobres, no
desprecia a sus cautivos. El Señor salvará a Sión...»
–Colosenses
1, 15-20: Todo fue creado por Él y para Él. El acercamiento
amoroso de Dios a los hombres ha culminado en el misterio entrañable del
Corazón de Cristo, centro y culmen de la revelación de la caridad del
Padre. Orígenes dice:
«Ahora
bien, el alma es movida por el amor y deseo celestes cuando, examinadas a
fondo la belleza y la gloria del Verbo de Dios, se enamora de su aspecto y
recibe de Él como una saeta y una herida de amor. Este Verbo es,
efectivamente, la imagen y el esplendor del Dios invisible, “primogénito de
toda creación, en quien han sido creadas todas las cosas en el cielo y en
la tierra, las visibles e invisibles” (Col 1,16). Por consiguiente, si
alguien logra con la capacidad de su inteligencia vislumbrar y contemplar
la gloria y hermosura de todo cuanto ha sido creado por Él, pasmado por la
belleza misma de las cosas y traspasado por la magnificencia de su
esplendor, como por una saeta bruñida, en expresión del profeta (Isaías
49,2), recibirá de Él una herida salutífera, y arderá en el fuego deleitoso
de su amor» (Comentario al Cantar de los Cantares, prólogo).
–Lucas
10,25-37: ¿Quién es mi prójimo? Cristo, Dios y
hombre, en unidad de Persona, ha hecho de la caridad a Dios y a los hombres
la plenitud de la ley, como norma de salvación para todos nosotros. Siempre
tenemos necesidad de insistir en el precepto del amor. La apologética
esencial al cristianismo será siempre la de la caridad». Escuchemos a San
Agustín:
«Aquel
hombre que yacía en el camino, abandonado medio muerto por los ladrones, a
quien despreciaron el sacerdote y el levita que por allí pasaron y a quien
curó y auxilió un samaritano que iba también de paso, es el género humano.
¿Cómo se llegó a esta narración? A cierta persona que le preguntó cuáles
eran los mandamientos más excelentes y supremos de la ley, el Señor
respondió que eran dos... Jesucristo, el Señor, quiso que viésemos a Él
representado en el Samaritano... El Señor se nos hace cercano en el
prójimo. Él, para hacerse cercano a ti, asumió tu pena, pero no tu culpa, y
si la asumió fue para borrarla, no para perpetrarla. Siendo justo e
inmortal, estaba lejos de los injustos y mortales. Tú, en cuanto pecador y
mortal estabas lejos del justo e inmortal. Él no se hizo pecador, como lo
eras tú, pero se hizo mortal como tú. Permaneciendo justo se hizo mortal.
Asumiendo la pena sin la culpa, destruyó pena y culpa. Por tanto, el Señor
está cerca, no os inquietéis por nada. Aunque corporalmente ascendió por
encima de todos los cielos, con su majestad no se alejó. Quien hizo todo
está presente en todas partes (Sermón 171,2-3).
Prescindiendo
o infravalorando la caridad evangélica (sobrenatural y positiva) el
«moralismo» sólo sirve para justificar posturas naturalistas, privadas o
sociales, pero nunca de autenticidad cristiana.
LUNES
Años impares
–Éxodo
21,8-14.22: Vamos a vencer a Israel porque está
siendo más fuerte y numeroso que nosotros. Los israelitas se ven
reducidos a esclavos de los egipcios. Un pueblo es explotado por otro. Esto
es suficiente para señalar el mal. Los pobres han tomado pronto conciencia
de su inferioridad, han adoptado, bajo la dirección de uno de los suyos,
medidas para salir de ella. Pero esto tiene un sentido religioso, porque en
definitiva es Dios el que tiene la iniciativa de la liberación... Se verá
más adelante. El hombre se rebela contra Dios en la misma liberación que Él
determina hacer. Es increíble, pero así es de insensato el hombre pecador.
Prefiere la misma esclavitud a la libertad que Dios le otorga. Así lo
afirma San Jerónimo:
«En la
etapa decimoséptima podemos darle el nombre de los ladrillos... En el Éxodo
se lee de los ladrillos de Egipto y que el pueblo gemía cuando los
fabricaba (Ex 1,14)... De todo ello aprendemos que, en el camino de la vida
presente y en el continuo pasar de una cosa a otra, unas veces crecemos,
otras retrocedemos, y después de haber ocupado una dignidad eclesiástica
con frecuencia pasamos al trabajo de los ladrillos» (Carta 78,19, a
Fabiola).
–Por
eso cantamos en el Salmo 123: «Nuestro auxilio es el nombre
del Señor», que es una afirmación llena de fe y de confianza en Dios. El
cristiano puede tener la seguridad de que nunca está solo. Sobrellevando
con entereza las pruebas de esta vida, que Dios permite para nuestra
purificación y mayor mérito, podemos progresar rápidamente en la perfección
cristiana. El Salmo da al cristiano una buena lección de fe y de humildad y
le muestra la caducidad de la vida presente: «Si el Señor no hubiera estado
de nuestra parte, que lo diga Israel, si el Señor no hubiera estado de
nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos,
tanto ardía su ira contra nosotros. Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes. Bendito el Señor que no nos entregó en presa a sus
dientes. Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador; la
trampa se rompió y escapamos. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que
hizo el cielo y la tierra».
Años pares
–Isaías
1,15-17: Lavaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones.
Dios da a conocer a su pueblo por medio del profeta Isaías cuál es el culto
que le agrada: no los ritos puramente externos, sino la conversión del
corazón. Es doctrina común en los profetas, como ya lo hemos expuesto en
muchas ocasiones con textos patrísticos. San Justino trae ese texto de
Isaías al tratar del Bautismo, en su primera Apología, 61. Todo culto
verdadero ha de proceder de un corazón purificado y ha de inducir a un amor
más intenso a Dios y al prójimo, que son todos los hombres.
–Esto
mismo sigue en el Salmo 49, en el que se repite como
estribillo: «Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios», no
a los que participan en el culto y detestan las enseñanzas de Dios y no
tienen presentes sus mandatos... «El que ofrece acción de gracias ése honra
al Señor». No debe haber dos líneas paralelas en la vida del cristiano: por
un lado su fe, su culto y por otro su conducta y comportamiento. El
verdadero espíritu del culto cristiano es la fidelidad a la voluntad de
Dios. Es bien explícito lo que se lee en la Carta a los Hebreos 9,11-15 y
13,15-16.
Esto es
lo que enseñó Pío XII en su encíclica Mediator Dei y lo repitió el
Concilio Vaticano II, en la Constitución Sacrosanctum Concilium, ni
11: en los dos documentos se nos pide «recta intención de ánimo y cooperar
con la gracia divina para no recibirla en vano».
–Mateo
10,34–11,1: No he venido a sembrar la paz, sino
espadas. Cristo es una señal de contradicción para el mundo. O en favor
de Cristo o en contra del mismo. Sus discípulos han de preferirlo a todo lo
demás. «No anteponer nada al amor de Cristo», dice San Benito en su Regla.
Los
enviados del Señor que le siguen con las rupturas necesarias y le acompañan
llevando cada uno su propia cruz, reciben al final una promesa
extraordinaria: todo lo que se haga a sus enviados es a Cristo a quien se
hace. San Agustín ha comentado con frecuencia este pasaje:
«La
justicia exige de ti lo que de ti obtuvo la impureza. Escuchasteis el
Evangelio: “No vine a traer la paz a la tierra, sino la espada” (Mt 10,34).
Dijo que iba a separar a los hijos de los padres. Pon tu mirada, pues, en
aquella espada. ¿Quieres acaso servir a Dios y tu padre te lo prohíbe?
Cuando amabas la impureza, corrías tras ella, aunque tu padre te lo
prohibiese. Ahora la justicia te prohíbe seguir amándola; también aquí
encontraste la prohibición de tu padre. Saca a relucir tu libertad, como
entonces tu pasión. Entonces estabas dispuesto a ser desheredado con tal de
no separarte de aquella impureza; estálo ahora también con tal de no
separarte de la hermosura de la justicia. Es cosa grande y justa. ¿Quién
hay que se atreva a decir: Es más merecedora de amor la impureza que la
justicia?... Fijaos en aquella impureza y ved cuánto más exige de vosotros
la piedad y la caridad, la hermosura de la justicia y la dulzura de la
santificación» (Sermón 306,4).
MARTES
Años impares
–Éxodo
2,1-15: Cuando creció fue a donde estaban sus
hermanos. Manifestación de la protección providencial de Dios con
respecto a Moisés y a su pueblo elegido. El futuro liberador del pueblo ha
sido él mismo un «liberado»; el verdadero conductor del pueblo es el que ha
vivido lo que propone a los demás. Dios tiene compasión de su pueblo
elegido. Comenta Orígenes:
«No se
ha de pensar acerca de Dios según criterios humanos, pues no tenemos una
naturaleza tal que, por sus propias fuerzas, pueda elevarse al conocimiento
de las cosas celestiales. De Dios mismo se ha de aprender lo que se ha de
entender acerca de Dios, pues no se le conoce sino cuando Él mismo se ha
dado a conocer. Aunque alguno tenga una instrucción completa en la ciencia
secular y lleve una vida honesta, estas cosas serán de provecho para
satisfacción interior. Pero no pueden alcanzar el conocimiento de Dios.
«Moisés
había sido adoptado como hijo de la reina (Ex 1,10) e instruido en todas
las ciencias de los egipcios... Y cuando había dejado Egipto y era pastor
en la tierra de Madián, mientras miraba el fuego que ardía en la zarza sin
que ésta se consumiera, oyó a Dios, le preguntó su nombre y conoció su
naturaleza: pues todas estas cosas acerca de Dios no hubieran podido ser
conocidas más que por su medio mismo. Por tanto, no se debe hablar de modo
distinto de como Él mismo ha hablado de Sí, para que nosotros le
entendiéramos» (Sobre el Éxodo, 3).
–Con
el Salmo 68 proclamamos: Humildes, buscad al Señor y
revivirá vuestro corazón. Estamos ante una súplica impresionante para
que Dios socorra al que se encuentra abandonado, y salve del borde de la
muerte al que es objeto de persecución mortal, como en la lectura anterior
lo estuvo Moisés. El justo no deja de confiar en el Señor, aun en
situaciones extremas, sino que espera confiadamente verse libre de sus
perseguidores. En el Nuevo Testamento se aplica este Salmo a Cristo (Jn
2,17;15,23-25;19,28-30)... Por esos numerosos testimonios los Santos Padres
fueron unánimes en considerar mesiánico este Salmo. Siete veces aparece
citado por San Agustín en sus sermones. En uno de ellos dice:
«Antes de su pasión, cuando, con referencia a la
misma, da ejemplo de humildad según la carne. Se enardecieron contra Él las
olas del mar y a ellas cedió de grado por nosotros. Para que se cumpliera
la profecía, dijo: “Llegué a la profundidad del mar, y la tempestad me
sumergió” (Sal 68,3). No repudió los testigos falsos, ni el clamor
tumultuoso de los que gritaban: “Sea crucificado”. No reprimió con su
poder, sino que toleró con su paciencia los corazones rabiosos y las bocas
de los furiosos. Le hicieron cuanto quisieron, pues se hizo obediente hasta
la muerte y muerte de cruz. Mas, cuando resucitó de entre los muertos tenía
que orar a solas por los discípulos recogidos en la Iglesia, como en una
barquilla, sostenidos por la fe en su cruz como en un madero, sacudidos por
las tentaciones de este siglo como por el oleaje del mar. Y entonces
comenzó a ser honrado su nombre también en este siglo, en el que fue
despreciado, acusado y asesinado».
Este
salmo nos muestra la angustia de Cristo en la pasión y su confianza en el
Padre: «Me estoy hundiendo en un cieno profundo, y no puedo hacer pie; he
entrado en la hondura del agua, me arrastra la corriente... Pero el Señor
escucha a los pobres, no desprecia a sus cautivos».
Años pares
–Isaías
7,1-9: Si no creéis no subsistiréis. El Señor
tranquiliza a Ajab, rey de Judá, cuyo reino se ve atacado por los pueblos
circundantes. Se invita al rey a un acto de fe en la existencia divina.
Dios está presente, incluso en medio de las catástrofes y de los conflictos
sociales. Es necesario tener fe, no obstante las contradicciones, las
pruebas, los fracasos. Con esa fe participamos en la misma vida de Dios y
encontramos en Él apoyo y aliento.
Multitud
de veces han tratado de este pasaje bíblico los Santos Padres. Traemos aquí
un texto de San Ireneo:
«También,
para no sufrir nada semejante, debemos conservar intacta la regla de fe,
cumplir los mandamientos, creyendo en Dios, temiéndole porque es Señor y
amándole porque es Padre. Ahora bien, el cumplimiento de los mandamientos
es una adquisición de la fe, porque si no creéis –dice Isaías– no
subsistiréis (7,9), y la verdad lleva a la fe, que tiene por objeto las
cosas que realmente existen (Heb 11,1), de manera que creamos en los seres
que existen y, creyendo en ellos tal como son, guardemos siempre nuestra
convicción con respecto a ellos.
«Y
como la fe está íntimamente ligada a nuestra salvación, hay que tener mucho
cuidado, a fin de tener una verdadera inteligencia de estos seres. Ahora
bien: la fe es la que nos la proporciona, tal como los presbíteros,
discípulos de los apóstoles, nos la han transmitido por tradición» (Demostración
de la predicación apostólica, 3).
–Es
impresionante la seguridad que ofrece el Salmo 47, tomado
como responsorio: «Dios ha fundado su ciudad para siempre. Grande es el
Señor, y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios. Su monte
Santo, una altura hermosa, alegría de toda la tierra. El monte Sión,
vértice del cielo, ciudad del gran Rey. Entre sus palacios, Dios descuella
como un alcázar. Mirad: los reyes se aliaron para atacarla juntos; pero, al
verla, quedaron aterrados y huyeron despavoridos. Y allí los agarró el
temblor y dolores como de parto; como un viento del desierto que destroza
las naves de Tarsis».
–Mateo
11,20-24: El día del juicio será más llevadero a
Tiro y Sidón y a Sodoma que a vosotros. Comienza un período crítico en
el ministerio de Jesucristo, pues muchos lo abandonan. Las maldiciones
dirigidas contra las ciudades que han rehusado seguir su llamada a la
penitencia hacen resaltar la gravedad del aviso divino: un día el juicio
divino caerá inexorablemente sobre aquellos que hayan rechazado a su
enviado. San Juan Crisóstomo dice:
«Entonces,
cuando la sabiduría quedó justificada, cuando les hubo mostrado que todo se
había cumplido, púsose el Señor a reprender a las ciudades. Ya que no las
pudo convencer, las declara malhadadas, que es más que infundirles miedo. A
la verdad, ya les había dado su enseñanza, ya había en ellas realizado
milagros. Mas ya que se obstinaban en su incredulidad, ya no le queda sino
maldecirlas.. Y no sin razón les pone el ejemplo de Sodoma, pues quiere con
él encarecer su culpa. Prueba, en efecto, máxima de maldad es que, por lo
visto, aquellos habitantes de Cafarnaún no sólo eran peores que los que
entonces vivían, sino más malvados que cuantos malvados habían jamás
existido.
«Por modo
semejante, establece el Señor otra vez comparación y condena a los judíos
con el ejemplo de los ninivitas y de la reina del Sur. Sólo que allí se
trata de quienes obraron bien; aquí, empero, la comparación es con quienes
pecaron, lo que aumenta la gravedad... Así por todos lados, trata de
atraérselos; lo mismo por sus ayes de maldición que por el miedo que les
infunde. Escuchemos también nosotros estas palabras del Señor. Porque no
sólo contra los incrédulos, contra nosotros mismos, señaló el Señor castigo
más duro que el de los habitantes de Sodoma si no acogemos a los huéspedes
que acuden a nosotros, pues Él les mandó que sacudieran hasta el polvo de
sus pies» (Homilía 37,4-5, sobre San Mateo).
MIÉRCOLES
Años impares
–Éxodo
3,1-6.9-12: La zarza ardiendo sin consumirse.
La primera manifestación de Moisés manifiesta la grandeza y el poder de
Dios, así como una providencia y amor para con su pueblo. Muchas veces los
Santos Padres tratan de ese hecho y lo aplican a la virginidad de María en
la Encarnación. Oigamos a San Gregorio de Nisa:
«¡Oh
acontecimiento admirable: una virgen madre, permaneciendo virgen! Mira el
nuevo orden de la naturaleza. En el caso de todas las demás mujeres,
mientras que una permanece virgen, ciertamente no puede ser madre al mismo tiempo;
una vez que llega a serlo, ya no posee la virginidad.
«Conviene,
en efecto, que aquel que hacía su entrada en la vida humana para la
salvación de los hombres íntegro e incorrupto, trajera su origen de una
integridad absoluta y dada a Él sin reservas; ahora los hombres
habitualmente llaman incorrupta a una mujer que no había tenido unión
carnal alguna.
«Pienso
que el gran Moisés conoció ya este acontecimiento por el fuego en el que
Dios se le apareció, cuando veía la zarza ardiendo y no se consumía (Ex 3
1ss.). Efectivamente, entonces en el fuego y en la zarza, se ponía de
manifiesto aquello que en su momento oportuno se manifestó claramente en el
misterio de la Virgen. Del mismo modo que la zarza, aunque quemada por el
fuego, no se consumió, igualmente la Virgen, engendrando la Luz, no se
corrompió» (Sermón sobre el nacimiento de Cristo).
–El Salmo
102, ya tantas veces expuesto, sigue con la idea de la misericordia
de Dios: «El Señor es compasivo y misericordioso... Él perdona todas
tus culpas y cura todas tus enfermedades... El Señor defiende a todos los
oprimidos». El salmista es un israelita y tiene un título especial para
agradecer a Dios los beneficios que ha hecho con su pueblo, muchas veces
oprimido, pero siempre liberado. Los Santos Padres cantan la amplísima
misericordia de Dios. Bien lo resume San Bernardo:
«Se da prisa en buscar la centésima oveja
que se había perdido... ¡Maravillosa condescendencia de Dios que así busca
al hombre; dignidad grande la del hombre, así buscado por Dios!» (Sermón
del primer domingo de Adviento, 7)
Años pares
–Isaías
10,5-7.13-16: ¿Se envanece el hacha contra quien
la blande? Dios escoge sus instrumentos para su obra, como lo hizo con
el rey de Siria para castigo de Israel, pero si el instrumento se sobrepone
a Dios, Él le retira su asistencia. El primero y el peor de los pecados es
la soberbia. Así lo reitera Orígenes:
«¿Cuál es el mayor de todos los pecados?
Ciertamente aquel por el que cayó el diablo. ¿Cuál es ese pecado, en el que
cayó tanta altura, del que elevado cae en el juicio del diablo? Dice el
Apóstol: la inflación, la soberbia, la arrogancia es el pecado del diablo;
y por tales delitos cayó a la tierra desde el cielo. De aquí que Dios
resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. ¿Para que te
ensoberbeces tierra y ceniza, de manera que el hombre, olvidado de lo que
es y en qué vaso tan frágil está encerrado, y en qué estiércol está metido
y qué suciedades arroja de su cuerpo, se subleve con arrogancia?
«¿Qué
dice la Escritura? ¿De qué te ensoberbeces, polvo y ceniza? Ya en vida
vomitas la entrañas (Eclo 10,9). La soberbia es el mayor de todos los
pecados y el principal pecado del mismo diablo. Cuando la Escritura
descubre los pecados del diablo, encontrarás que todos ellos brotan de la
fuente de la soberbia. Dice: “con la fuerza de mi brazo he hecho eso... me
he apoderado de la tierra toda” (Is 10,13-14).
«Mira
sus palabras: hasta qué punto son soberbias y arrogantes, y lo desprecia
todo. Tales son todos los que andan hinchados por la jactancia y la
soberbia. Materia de la soberbia, las riquezas, las dignidades, la gloria
secular. Causa frecuente de soberbia es para aquel que ignora tener la
dignidad eclesiástica, el orden sacerdotal o el grado de los levitas.
¡Cuántos presbíteros se olvidan de la humildad! ¡Como si hubieran recibido
el orden sagrado para dejar de ser humildes!» (Homilías sobre Ezequiel
9,17).
Dice San Agustín:
«Cuanto
más humilde sea el hombre ante sí mismo, más grande será ante Dios; el
soberbio, cuanto más glorioso aparece ante los hombres, más abyecto es
delante de Dios» (Sermón sobre la humildad 3).
–El
castigo de Dios es siempre medicinal en este mundo, con él quiere Dios
provocar la conversión. Esto es lo que se manifiesta en el Salmo 93:
«El Señor no rechaza a su pueblo. Trituran, Señor, a tu pueblo, oprimen a
tu heredad; asesinan a viudas y forasteros, degüellan a los huérfanos. Y
comentan: Dios no lo ve, el Dios de Jacob no se entera. Enteraos, los más
necios del pueblo, ignorantes, ¿cuándo discurriréis? El que plantó el oído
¿no va a oír? El que formó el ojo, ¿ no va a ver? El que educa a los
pueblos, ¿no va a castigar? El que instruye al hombre, ¿no va a saber?
Porque el Señor no rechaza a su pueblo, no abandona su heredad; el justo
obtendrá su derecho, y un porvenir, los rectos de corazón».
–Mateo
11,25-27: Has escondido estas cosas a los sabios y
se las has revelado a la gente sencilla. A la incredulidad de los
pueblos cultos se contrapone la fe de los sencillos. Comenta San Agustín:
«Confesamos
ya cuando alabamos a Dios, ya cuando nos acusamos a nosotros mismos.
Piadosas son ambas confesiones, ya cuando te reprendes tú que no estás sin
pecado, ya cuando alabas a Aquel que no puede tener pecado... A los
ridículos sabios y prudentes, a los arrogantes, en apariencia grandes y en
realidad hinchados, opuso a los incipientes, no los imprudentes, sino los
pequeños. ¿Quiénes son estos pequeños? Los humildes... ¡Oh camino del
Señor! O no existía o estaba oculto, para que se nos revelase a nosotros.
¿Y por qué exultaba el Señor? Porque el camino fue revelado a los pequeños.
«Debemos
ser pequeños; pues si pretendemos ser grandes, como sabios y prudentes, no
se nos revelará el camino. ¿Quiénes son grandes? Los sabios y prudentes,
diciendo que son sabios (Rom 1,22). Pero tienes el remedio por contraste.
Si diciendo que eres sabio te haces necio, dí que eres necio y será sabio.
Pero dílo, y dílo interiormente. Porque no es así como lo dices. Si lo
dices, no lo digas ante los hombres y lo calles ante Dios... Con tu Luz,
Señor, iluminarás mis tinieblas (Sal 17,29). Nada tengo, sino tinieblas,
pero Tú eres la Luz que disipas las tinieblas al iluminarme. La luz que
tengo no viene de mí, sino que es luz participada de ti» (Sermón 67,1
y 8).
JUEVES
Años impares
–Éxodo
3,13-20: Yo soy el que soy. Yo soy me envía a
vosotros. Dios le da a conocer a Moisés su nombre: Yo soy. Es el único
Dios verdadero. Existente por excelencia, el que actúa para salvar a su
pueblo. Esto es sumamente admirable. Ningún hombre pudo inventar esa
definición de Dios, nada menos que un siglo antes de Tales de Mileto.
Oigamos a San Agustín:
«Romped
los ídolos de vuestros corazones; prestad atención a lo que se dijo a
Moisés cuando preguntó cuál era el nombre de Dios: “Yo soy el que soy”.
Todo cuanto es, en comparación con Él, es como si no fuera. Lo que
realmente es desconoce cualquier clase de mutación. Todo lo que cambia y es
inestable y durante un cierto tiempo no cesa de sufrir mutaciones, fue y
será; pero no lo incluyen dentro del que es. Dios, en cambio, carece de fue
y será. Lo que fue, ya no es; lo que será, aún no es, y lo que llega para
luego desaparecer, será para no ser. Pensad, si podéis esas palabras: Yo
soy el que soy. No os enredéis en antojos míos, no os turbéis con
pensamientos caprichosos y pasajeros. Paraos en el “es”, permaneced en el
mismo “es”. ¿Adonde vais? Permaneced, para que también vosotros podáis ser.
Pero, si tenemos una imaginación versátil ¿vamos a quedarnos fijos en lo
que permanece? ¿Cuándo lograremos tal cosa? Por eso se compadeció Dios, y
el que “es” dijo: dirás a los hijos de Israel: “el que es me envió a
vosotros”. Después de indicar el nombre de su ser, añadió el de su
misericordia» (Sermón 223
A,5).
–Como
Salmo responsorial se han escogidos algunos versos del Salmo 104,
ya muchas veces expuesto, pero en esta ocasión como estribillo se ha
escogido el verso octavo: «El Señor se acuerda de su Alianza eternamente...
envió a Moisés, su siervo, y a Aarón, su escogido». Es como un eco poético
de la lectura anterior. El salmista se dirige a la posteridad de Abrahán y
a los hijos de Jacob, porque Israel es una posteridad colectiva que
conserva su identidad a través de la historia. Por eso la comunidad
presente puede y debe proclamar ante el mundo lo que Dios hizo por ella, aunque
sea en la lejanía de los Patriarcas. A partir del verso siete el himno se
convierte en una profesión de fe, en la cual es presentado Dios como el
Dios de la Alianza y el Señor del mundo entero que gobierna la tierra.
Aquella historia es también nuestra historia, que ha perfeccionado la
anterior con la Alianza Nueva sellada con la sangre de Jesucristo y avalada
con el precepto del amor.
Años pares
–Isaías
26,7-9.12.16-19: Despertarán jubilosos los que
habitan en el polvo. Es una plegaria en la que el autor busca
ardientemente a Dios y su justicia; y profetiza la futura resurrección en
unos términos que auguran ya la revelación del Nuevo Testamento. Comenta
San Agustín:
«De
esa paz dice el profeta Isaías: “Señor, Dios nuestro, danos la paz, pues
nos has dado todo” (Is 26,12). Prometiste a Cristo y lo diste; prometiste
su cruz, la sangre que se derrama para el perdón de los pecados y la diste;
prometiste su Ascensión y el Espíritu Santo enviado desde el cielo, y lo
diste; prometiste la Iglesia, fundada por toda la redondez de la tierra, y
la diste; prometiste herejes futuros para ejercitación y probación y la
victoria de la Iglesia sobre los errores de ellos, y los diste; prometiste
la supresión de los ídolos de los gentiles, y los diste. Señor, Dios nuestro,
danos la paz, pues todo nos lo diste. Entretanto, mientras llegamos a
aquella paz, en que no tendremos enemigo alguno, peleemos larga, fiel y
valientemente, para merecer ser coronados por el Señor Dios... Cada uno es
tentado por su concupiscencia. Por lo mismo, pelee, resista, no consienta,
no se deje llevar... He ahí que la concupiscencia solicita, estimula,
insiste, exige, para que hagas algo malo; no consientas... El pecado es
dulce, pero la muerte es amarga» (Sermón 77,A,2-3).
–El
Señor desde el cielo se ha fijado en la tierra, dice el Salmo 101.
Este salmo nos enseña a ser solidarios con todo el pueblo de Dios.
Jesucristo, como el salmista, vio las ruinas de Jerusalén castigada por no
querer escuchar la voz de Dios y lloró sobre ella (Lc 19,41). El cristiano
ha de pensar que sus pecados afean el rostro de la Iglesia y, en cuanto de
ellos dependa, procuran su ruina. Esto nos de-be ayudar a recapacitar sobre
nuestros actos que pueden ser útiles a la Iglesia o perjudiciales. La
santidad personal ya es, de por sí, un magnífico apostolado, pues en la
Iglesia todos debemos ser solidarios unos de otros. Con este salmo el Señor
quiere reanimar nuestra esperanza y darnos consuelo y fortaleza de ánimo.
Hemos de acoger con confianza esta palabra de consuelo sabiendo que, por la
gracia de Cristo, seremos introducidos en la vida eterna.
–Mateo
11,28-30: Soy manso y humilde de corazón.
Cristo se inclina hacia los menesterosos y los invita a buscar en Él
descanso para sus almas. San Juan Crisóstomo,
«No os
espantéis –parece decirnos el Señor– al oír hablar de yugo, pues es suave;
no tengáis miedo de que os hable de carga, pues es ligera. Pues, ¿cómo nos
habló anteriormente de la puerta estrecha y del camino angosto? Eso es
cuando somos tibios, cuando andamos espiritualmente decaídos; porque si
cumplimos sus palabras, su carga es realmente ligera. ¿Y cómo se cumplen
sus palabras? Siendo humildes, mansos y modestos. Esta virtud de la
humildad es, en efecto, madre de toda filosofía. Por eso, cuando el Señor
promulgó aquellas sus divinas leyes al comienzo de su misión, por la
humildad empezó. Y lo mismo hace ahora aquí, al par que señala para ella el
más alto premio. Porque no sólo –dice– serás útil a los otros, sino que tú
mismo, antes que nadie, encontrarás descanso para vuestras almas. Ya antes
de la vida venidera te da el Señor el galardón, ya que aquí te ofrece la
corona del combate y de este modo, a par que poniéndosete Él mismo por
dechado, te hace más fácil de aceptar su doctrina. Porque, ¿qué es lo que
tú temes? parece decirte el Señor. ¿Quedar rebajado por la humildad?
Mírame a Mí, considera los ejemplos que yo os he dado y entonces verás con
evidencia la grandeza de esta virtud. ¿Veis cómo por todos los medios los
conduce a la humildad?» (Homilía 38,2-3 sobre San Mateo).
VIERNES
Años impares
–Éxodo
11,10-12.14: La Pascua del Señor. El cordero
pascual es símbolo de Cristo. El memorial de la Nueva Pascua es la
Eucaristía. Comenta San Cirilo de Alejandría:
«Los
israelitas en Egipto inmolaron un cordero siguiendo las órdenes e
instrucciones de Moisés. Se les mandó también añadir panes ázimos y
verduras amargas... Así pues, aquel verdadero cordero, que quita el pecado
del mundo, se inmoló también por nosotros, que estamos llamados a la
santidad mediante la fe. Acerquémonos en su compañía a aquellos banquetes
espirituales, sublimes y realmente santos, prefigurados en cierto modo por
los ázimos prescritos en la ley, y que espiritualmente han de ser
recibidos.
«De
hecho, en las sagradas Escrituras la levadura ha sido siempre considerada
como símbolo de iniquidad y del pecado. Por lo cual, nuestro Señor
Jesucristo exhorta a sus santos discípulos que se abstengan del pan
fermentado de los fariseos y saduceos... Igualmente, el doctísimo Pablo
escribe a los santificados que se mantengan lo más alejados posible de la
levadura de la impureza que mancha el alma... Para estar espiritualmente
unidos a Cristo, nuestro Salvador, y tener un alma pura, no es, pues,
inútil, antes muy necesario y hemos de tomarlo muy a pecho, librarnos de
nuestras miserias y evitar el pecado; en una palabra, mantener nuestra alma
alejada de todo lo que pudiera contaminarla» (Homilía pascual
19).
–Con
el Salmo 115 decimos: «alzaré el cáliz de la salvación,
invocando el nombre del Señor». Lo primero que se preguntaba el salmista, y
también nosotros debemos hacerlo, es: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien
que me ha hecho?». La respuesta la da él mismo: «Tomaré la copa de la
salvación e invocaré el nombre del Señor». La Eucaristía es, en efecto, no
sólo la mayor prenda de la misericordia divina, sino que es el medio mejor
de dar gracias a Dios por todo cuanto de Él hemos recibido.
Años pares
–Isaías
38,1-6.21-22.7-8: He escuchado tu oración, he
visto tus lágrimas. Ezequías ora a Dios, y Él lo cura y prolonga su
vida. De ahí está tomada la lectura y el salmo responsorial. Esto nos da
oportunidad de reflexionar sobre la muerte. Oigamos a San Jerónimo:
«Lo
mismo muere el justo que el impío, el bueno y el malo, el limpio y el
sucio, el que ofrece sacrificios y el que no lo hace. La misma muerte es
para el bueno que para el que peca. El que jura que el que teme el
juramento. De igual modo se reducen a pavesas hombres y animales... Pase
que se llore a un muerto, pero a aquel que se lo lleva la gehenna, al que
devora el tártaro, y para castigo del cual arde el fuego eterno. Pero
nosotros, cuya salida del mundo acompaña el ejército de los ángeles, a
quienes sale Cristo al encuentro, deberíamos sentir pesar de permanecer
demasiado tiempo en esta tienda de muerte. Porque mientras vivimos aquí,
andamos peregrinos lejos del Señor...» (Carta 39, a Paula).
Dice San Ambrosio:
«No te
perturbe el oír el nombre de la muerte, antes bien, deléitate en los dones
que te aporta este tránsito feliz, ¿Qué significa en realidad para ti la muerte
sino la sepultura de los vicios y la resurrección de las virtudes?» (Tratado
sobre el bien de la muerte, 4).
Y San Cipriano:
«El
que está lejos de la patria es natural que tenga prisa por volver a ella.
Para nosotros, nuestra patria es el paraíso; allí nos espera un gran número
de seres queridos, allí nos aguarda el numeroso grupo de nuestros padres,
hermanos e hijos, seguros ya de su suerte, pero solícitos aún de la
nuestra... La muerte no es un punto final, es un tránsito. Al acabar
nuestro viaje en el tiempo viene el paso a la eternidad» (Tratado sobre
la muerte, 18, 20).
–Mateo
12,1-8: El Hijo del hombre, Señor del sábado.
San Juan Crisóstomo explica sobre los preceptos referidos al sábado:
«Habla
de Sí mismo. Marcos, nos cuenta que también se refirió el Señor a la común
naturaleza humana, y así dijo: “el sábado se hizo para el hombre, y no el
hombre para el sábado”. Entonces ¿por qué fue castigado de muerte aquel que
recogía leña el día de sábado? (Num 15,33ss). Porque si desde el
principio se hubiera tolerado el desprecio de la ley, mucho menos se
hubiera observado posteriormente.
«Y a
la verdad, muchos y grandes provechos vino a traer en los comienzos la
guarda del sábado. El sábado, por ejemplo, hacía que los judíos fueran más
blandos y humanos para con sus propios familiares, les enseñaba a conocer
la providencia y la obra de Dios, como dice Ezequiel (20, 12,20), y los iba
instruyendo para que, poco a poco, se apartaran de la maldad, y les
obligaba, al fin, a prestar alguna atención a las cosas del espíritu.
«Si
Dios, al promulgar la ley del sábado, les hubiera dicho: “el día del sábado
haced el bien, pero no os entreguéis al mal”, no habrían contenido. De ahí
que se lo prohibió todo por igual. No hagáis absolutamente nada. Y ni aun
así le obedecieron. Sin embargo, el mismo que les da la ley del sábado, aun
dentro de aquella generalidad, deja entender que solo quiere que se
abstengan de toda obra mala. Porque no haréis nada –dice– fuera de lo que
haga el alma (Ex 12,16) Y todo aquello se hacía en el templo y se hacía con
duplicado fervor y multiplicada faena. De este modo, por la sombra misma,
revelábales el Señor a sus contrarios la verdad» (Homilía 39,3,
sobre San Mateo).
SÁBADO
Años impares
–Éxodo
12,37-42: La noche en que el Señor sacó a Israel
de Egipto. Esa noche se convirtió en una noche de vela, de acción de
gracias por los beneficios recibidos. De ahí el sentido grande que para el
cristiano tiene la gran Vigilia Pascual: Paso de Cristo de la muerte a la
resurrección, paso seguido por todos los cristianos, pues todos lo somos en
la muerte y resurrección del Señor.
El
recuerdo de la salida de Egipto alienta toda la historia de Israel con una
gran esperanza. Lo que Dios ha puesto en marcha, al reunir una masa tan
grande de israelitas en el momento de la salida de Egipto, puede llevarlo a
cabo hasta su meta definitiva, haciendo surgir un gran pueblo del pequeño
renuevo del exilio.
Dios
ha «velado» por su pueblo, en una noche famosa, la del éxodo, como una
madre al lado de sus hijos enfermos. La fiesta de Pascua, en la que se
prescribe así una manera de compartir el cuidado de Dios por el futuro de
su pueblo. Esto se realiza, debe realizarse, con mayor razón y motivos
sobrenaturales en los cristianos.
–El
Salmo 135 es como un eco de la lectura anterior: «dad gracias al
Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia». Es el Gran
Hallel o Gran Alabanza y se cantaba en la Pascua, porque en él se
conmemoraba la salida y liberación de la cautividad de Egipto.
En él
se nos muestra el amor misericordioso de Dios, la clave de toda la
creación, de toda la historia del pueblo de Dios en el que entramos también
nosotros. La bondad de Dios es la razón de ser de todo lo que Él ha obrado.
Todo parte de la inagotable bondad misericordiosa de Dios. En esa bondad
toma aliento el universo y la historia sagrada. En esa bondad todo vive y
se ilumina.
Casiano
dice que alabamos al Señor cuando proclamamos sus maravillas. Entonces la
alabanza sale del fervor de la contemplación y manifiesta la grandeza, el
poder de Dios.
Años pares
–Miqueas
2,1-5: Codician los campos y se apoderan de las
casas. El profeta ataca sin piedad a los ricos, preocupados únicamente
en acrecentar sus posesiones en detrimento de los pobres. Tendrán su
castigo. San Gregorio Magno dice:
«Creen
algunos que los preceptos del Antiguo Testamento eran más severos que los
del Nuevo; pero sin duda se engañan en su mal modo de pensar; pues en aquél
no se castiga el ansia de tener sino la rapiña; en éste se castiga el robo
con cuádruple restitución... Por tanto, de aquí debe colegirse ante todo
con qué pena será castigado quien arrebata lo ajeno, cuando quien no da lo
propio es castigado con la pena del infierno» (Homilía 20,3 sobre
los Evangelios).
La injusticia
social no es solamente una violación de los derechos de los pobres, sino
ante todo es, para el profeta, una falta contra Dios y su Alianza. Dios
castiga el pecado, en esta vida con sentido medicinal, para que el pecador
se convierta y viva, pues Dios no quiere su muerte.
La
ausencia de amor entre los hombres que son miembros del pueblo concierne
directamente al honor de Dios. No se trata sólo de deberes sociales, sino
de obligaciones religiosas que recaen sobre los miembros de un pueblo
asociado a Dios por un puro favor de su benevolencia.
En
todo esto se tiene mayor responsabilidad después de la venida de Cristo con
su mandamiento nuevo de amar como Él amó.
–Con
el Salmo 10 se dice eso mismo: «no te olvides de los
humildes, Señor». En este Salmo se presentan dos cuadros muy diversos: el
primero es un mundo revuelto por el desorden en el que domina el mal y se
agitan los impíos que conjuran y tienden insidias contra los pobres y
humildes; en el segundo, se ve a Dios que observa toda acción de los hombres
y está siempre dispuesto a intervenir para hacer justicia.
El
grito de los pobres que se eleva hasta los oídos de Dios resuena con
frecuencia en los Salmos. Es cierto que en ellos no oímos sólo los lamentos
de los indigentes, sino también la oración de los perseguidos, de los
desgraciados, de los afligidos, todos estos que no dejan de formar parte de
los pobres. Sus enemigos son los de Dios, los soberbios y los impíos. Y su
aflicción es un título de amor de Dios. Constituyen las primicias del pueblo
humilde y modesto, de la Iglesia de los pobres que reunirá el Mesías: «La
soberbia del impío oprime al infeliz y lo enreda en las intrigas que ha
tramado... Pero Tú, oh Dios, ves las penas y los trabajos... A Ti se
encomienda el pobre, Tú socorres al huérfano».
–Mateo
12,14-21: Se dibuja en el horizonte la Pasión por obra de la
conspiración de los fariseos. Pero Cristo sigue su misión
evangelizadora curando a los enfermos, pero no quiere que se divulgue. San
Mateo ve el oráculo de Isaías (42,1-4) en la discreción con que Jesús rodea
sus curaciones y milagros. La intención primera era sin duda rechazar las
manifestaciones populares en las que el entusiasmo ahogaría la fe. Se ve
que desde el principio los cristianos contemplan a Cristo como el verdadero
Siervo de Yahvé y así fue considerado en la predicación apostólica y de la
primitiva comunidad cristiana. Para San Mateo es Jesús el Siervo que
anuncia la justicia a las naciones y cuyo nombres es su esperanza (Mt
12,18-21; Is 42,1-4). En este mismo sentido se expresa San Juan Crisóstomo:
«Todo
es humildad, compasión, misericordia. No quiere destruir, sino edificar y
reparar; no apagar el rescoldo que ha quedado, sino hacer que prenda allí
de nuevo el fuego de su amor. Vino, en una palabra, a renovar, robustecer y
vivificar» (Homilía 40,2,sobre San Mateo).

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