SEMANA 1
DOMINGO
En lugar del primer domingo del Tiempo
Ordinario se celebra la fiesta del Bautismo del Señor. En todo caso, los elementos
propios de ese domingo primero, que se emplean en las misas feriales de
esta semana, son los que siguen:Entrada: «En un trono excelso vi sentado a
un hombre, a quien adora muchedumbre de ángeles, que cantan a una sola voz:
“su imperio es eterno”».Colecta (Gregoriano): «Muéstrate propicio, Señor, a
los deseos y plegarias de tu pueblo; danos luz para conocer tu voluntad y
la fuerza necesaria para cumplirla». Ofertorio (Veronense): «Dígnate,
Señor, aceptar la ofrenda de tu pueblo; que ella nos santifique y nos
alcance lo que ahora imploramos de tu misericordia». Comunión: «Señor, en
ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz» (Sal 35,10). «Yo he
venido para que tengan vida y la tengan abundante, dice el Señor» (Jn
10,10).Postcomunión (Gregoriano): «Te suplicamos, Dios todopoderoso, que
concedas a quienes alimentas con tus sacramentos la gracia de poder
servirte llevando una vida según tu voluntad».
LUNES
Años impares
–Hebreos 1,1-6: Dios nos ha hablado por
su Hijo. La primera parte de esta Carta está destinada a proclamar la
superioridad de Cristo sobre los profetas, y abarca una rápida visión de la
historia de la salvación, hasta la venida de Cristo en la plenitud de los
tiempos. Observamos en ella tres antítesis: antiguamente-últimos tiempos;
nuestros padres-nosotros; profetas-Cristo, el Hijo de Dios. En esa plenitud
de los tiempos todo queda polarizado por Cristo. Él es el centro de la
historia. ¿Lo es de nuestra vida? Dice Orígenes:«¿Cuál es, pues, la imagen
de Dios, a semejanza de la cual ha sido hecho el hombre, sino nuestro
Salvador? Él es, en efecto, el primogénito de toda criatura (Col 1,15), de
Él se ha escrito que es el resplandor de la luz eterna, la imagen clara de
la sustancia de Dios (Heb 1,3). Y Él dice también de Sí mismo: “Yo estoy en
el Padre y el Padre está en Mí” y “quien me ha visto a Mí, ha visto a mi
Padre” (Jn 14,10 y 9). En efecto, como el que ve la imagen de alguien ve a
aquel cuya imagen es, así también, quien ve al Verbo de Dios (Jn 1,1), que
es la imagen de Dios, ve a Dios» (Homilías sobre el Génesis 1,13).Y en otro
lugar el mismo autor hace decir a la Amada del Cantar bíblico:«Yo soy
aquella etíope, soy negra, ciertamente, por la condición plebeya de mi
linaje, pero hermosa por la penitencia y por la fe, pues en mí he acogido
al Hijo de Dios, he recibido al Verbo hecho carne. Me llegué al que es
imagen de Dios, primogénito de toda criatura (Col 1,15) y además resplandor
de su gloria e impronta de su esencia (Heb 1,3), y me volví hermosa»
(Comentario al Cantar de los Cantares 2). –A la Palabra de Dios, que nos ha
hablado de la excelencia y grandeza de Cristo Jesús sobre todas las cosas,
aun sobre los ángeles, respondemos con el Salmo 96, cantando a Cristo
resucitado: «El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas
innumerables; justicia y derecho sostienen su trono. Los cielos pregonan su
justicia y todos los pueblos contemplan su gloria. Ante Él se postran todos
los dioses. Porque Tú eres Señor, Altísimo sobre toda la tierra, encumbrado
sobre todos los dioses».
Años pares
–1 Samuel 1,1-8: Dios premia a los
humildes y escucha su oración. Ana, esposa estéril de Elcaná, insultada por
su rival, sufre, se humilla y ora al Señor, que escucha a los humildes de
corazón. Son muchos los Santos Padres que hacen el elogio de la humildad.
Recordamos aquí un bello párrafo de San Juan Crisóstomo:«¡Cuál es –me
preguntas– la cabeza de la virtud? La cabeza de la virtud es la humildad.
De ahí que Cristo empezara por ella sus Bienaventuranzas diciendo:
“bienaventurados los pobres de espíritu” (Mt 5,3). Esta cabeza no tiene
ciertamente preciosa cabellera ni trenzas; pero sí tal belleza que enamora
al mismo Dios... Esta cabeza, en lugar de cabellos y cabellera, ofrece a
Dios sacrificios agradables. Ella es el altar de oro y el propiciatorio
espiritual. Porque sacrificio es para Dios “un espíritu contrito” (Sal
50,19)...«Tiene también la virtud sus pies y sus manos, que son las buenas
obras; tiene un pecho de oro y más duro que el diamante, que es la
fortaleza. Todo es fácil vencerlo antes que romper ese pecho. El espíritu,
en fin, que reside en el cerebro y en el corazón la caridad» (Homilías
sobre San Mateo 47,3). –Con el Salmo 115 cantamos al Señor: «Te ofreceré,
Señor un sacrificio de alabanza. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha
hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Cumpliré al
Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. Te ofreceré un sacrificio
de alabanza, invocando tu nombre, Señor. Cumpliré al Señor mis votos en
presencia de todo el pueblo; en el atrio de la casa del Señor, en medio de
ti, Jerusalén».Este salmo de agradecimiento recuerda el cántico de Ana,
cuando por fin recibe de Dios un hijo, Samuel (1 Sam 2).–Marcos 1,14-20.
Convertíos y creed la buena noticia. La presencia de Jesús, el Salvador, es
la realización plena de la acción salvífica del Padre. Él dice a todos:
«convertíos y creed la Buena Noticia». San Máximo de Turín comenta:«Nada
hay tan grato y querido por Dios, como el hecho de que los hombres se
conviertan a Él con sincero arrepentimiento» (Carta 2).Y San Clemente
Romano: «Recorramos todas las etapas de la historia, y veremos cómo en
cualquier época el Señor ha concedido oportunidad de arrepentirse a todos
los que han querido convertirse a Él» (1 Carta a los Corintios 7).«Jesús les
dijo: “venid conmigo y os haré pescadores de hombres”» (Mc 1,17). ¡Feliz
cambio de pesca! Jesús les pesca a ellos para que, a su vez, ellos pesquen
a otros pescadores. Primero se hacen peces para ser pescados por Cristo;
después ellos mismos pescarán a otros... Observa San Jerónimo:«“Y le
siguieron”. La fe verdadera no conoce intervalo; tan pronto oye, cree,
sigue, y convierte al hombre en pescador... Yo pienso que dejando las redes
dejaron los pecados del mundo... No era, en efecto, posible que, siguiendo a
Jesús, conservaran las redes» (Comentario al Evangelio de San Marcos).
MARTES
Años impares
–Hebreos 2,5-12: Dios juzgó conveniente
perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación. La
condición de Cristo en su vida terrena es aparentemente contradictoria.
Comenta San Agustín:«Considera como dicho de Él: “ha sido hecho un poco
inferior a los ángeles” (Heb 2, 7). Y si ya has puesto tus ojos en su forma
de siervo, no te quedes en ella, levántate por encima y confiesa que Cristo
es igual al Padre. ¿Por qué oyes con tanto agrado: “El Padre es mayor que
yo”? Escucha con mayor satisfacción aún: “Yo y el Padre somos una misma
cosa” (Jn 10,30).«Ésta es la fe católica, que navega como entre Escila y
Caribdis, como se navega en el estrecho entre Sicilia e Italia: por una
parte rocas que provocan el naufragio; y por otra, remolinos que devoran
las naves. Si la nave va a dar contra las rocas, se destrozan; si va a
parar al remolino, es engullida» (Sermón 229 G,4).El pensar en
Cristo o en cualquier otro punto del campo de la fe, hay que tener cuidado de ir siempre por el buen camino,
sin desviarse, sin caer ni en excesos ni en defectos. Lo conseguiremos
siempre si seguimos la doctrina de la Iglesia. Como dice el concilio
Vaticano II,«la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia,
según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados de tal modo que
ninguno puede subsistir sin los otros. Los tres, cada uno según su
carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen
eficazmente a la salvación de las almas» (Dei Verbum 10).–La grandeza del
hombre adquiere su verdadera dimensión al contemplar la humanidad de
Cristo, exaltada en la resurrección. La verdadera humanidad se alcanza al
compartir la grandeza y la gloria de Jesús resucitado. Es la obra de Dios
en Jesucristo y en nosotros, cantada por el Salmo 8: «¡Señor, Dueño
nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! ¿Qué es el hombre
para que te acuerdes de él el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco
inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad...» Diste a tu
Hijo «el mando sobre las obras de tus manos. Todo lo sometiste bajo sus
pies».
Años pares
–1 Samuel 1,9-20: El Señor se acordó de
Ana, que vino a ser madre de Samuel. El Señor escucha la súplica de los
humildes y éstos glorifican a Dios. Siempre la aflicción será una escuela
de ferviente oración; una oración no solo de palabras, sino nacida del
corazón. Muchas veces los Santos Padres nos hablan bellamente de la
oración. Oigamos a Tertuliano:«En el pasado la oración alejaba las plagas,
desvanecía los ejércitos de los enemigos, hacía cesar la lluvia. Ahora, la
verdadera oración aleja la ira de Dios, implora en favor de los enemigos,
suplica por los perseguidores. Y ¿qué tiene de sorprendente que pueda hacer
bajar del cielo el agua del bautismo, si pudo también impetrar las lenguas
de fuego? Solamente la oración vence a Dios; pero Cristo la quiso incapaz
del mal y poderosa para el bien...«La oración fortaleció a los débiles,
curó a los enfermos, liberó a los endemoniados, abrió las mazmorras, soltó
las ataduras de los inocentes. La oración perdona los delitos, aparta las
tentaciones, extingue las persecuciones, consuela a los pusilánimes, recrea
a los magnánimos, conduce a los peregrinos, mitiga las tormentas, aturde a
los ladrones, alimenta a los pobres, rige a los ricos, levanta a los
caídos, sostiene a los que van a caer, apoya a los que están en pie... ¿Qué
más decir en honor de la oración? Incluso oró el mismo Señor, a quien
corresponde el honor y la fortaleza por los siglos de los siglos» (La
oración 29,2).–Dios manifiesta su fuerza en la debilidad de las criaturas,
como se ha visto en el caso de Ana. Ella viene a ser madre de Samuel por el
poder misericordioso de Dios, al que había implorado con una oración salida
de lo más íntimo de su corazón. Y nosotros mismos, que tenemos experiencia
de los favores de Dios, cantamos con júbilo el mismo cántico de Ana,
anunciando a todos los hombres la misericordia de Dios salvador:«Mi corazón
se regocija por el Señor, mi Salvador. Mi poder se exalta por Dios; mi boca
se ríe de mis enemigos, porque gozo con tu salvación. Se rompen los arcos
de los valientes, mientras los cobardes se ciñen de valor. Los hartos se
contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan... El Señor da la
muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta; da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece. Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al
pobre, para hacer que se siente entre príncipes y herede un trono de
gloria».–Marcos 1,21-28: Les enseñaba con autoridad. Jesús se manifiesta en
la sinagoga, enseñando con autoridad y curando a un poseso. Los testigos de
tales acontecimientos quedan estupefactos y la fama de Jesús comienza a
extenderse. Cristo tiene todo el poder salvador del Padre, domina sobre
todas las cosas, y puede comunicar a los hombres el amor del Padre. Por eso
una de las manifestaciones de este poder es su capacidad de expulsar al
demonio, es decir, de dominar al «antipoder», al enemigo del Padre,
quitándole el señorío que tiene sobre los hombres.También nosotros estamos
dominados con frecuencia por el poder enemigo, que es todo lo que ahoga en
nosotros el amor de Dios. Y esa cautividad nuestra solo puede superarse
dejándonos dominar por el poder salvador de Cristo. Comenta San
Agustín:«¿Qué dijeron los demonios?: “Sabemos quién eres tú, el Hijo de
Dios”. Y escucharon: “¡Callad!”. ¿No dijeron ellos lo mismo que dijo Pedro,
cuando [Jesús] les preguntó [a los discípulos]: “¿Quién dice la gente que
soy yo?” Después de que escuchó lo que opinaban las gentes de fuera, volvió
a interrogarles, diciendo: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Respondió
Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Lo que dijeron los
demonios, eso mismo lo dijo Pedro. Pero los demonios escucharon: “¡Callad!”
Y en cambio a Pedro le dijo: “Dichoso eres tú”.«Pues bien, distínganos a
nosotros lo que les distinguía a ellos. ¿Qué movía a los demonios? El
temor. ¿Y a Pedro? El amor. Elegid y amad. Es la fe también la que
distingue a los cristianos de los demonios... Pero si nos distinguimos en
la fe, distingámonos de igual manera en las costumbres y en las obras,
inflamándonos de la caridad de que estaban privados los demonios» (Sermón
234,3).
MIÉRCOLES
Años impares
–Hebreos 2,14-18: Tenía que parecerse
en todo a sus hermanos para ser compasivo y Pontífice fiel. El sacerdocio
de Cristo fue eficacísimo: venció al príncipe de la muerte y libró la
humanidad. El plan de salvación querido por Dios no era salvar al hombre
sin el hombre. Pero esto sólo pudo hacerlo Cristo: Dios y hombre al mismo
tiempo.Es un sacerdocio el de Cristo muy diverso al de los judíos y al de
los paganos. Cristo tomó para Sí una naturaleza humana. Comentando ese
texto de los Hebreos, dice San Juan Crisóstomo:«¿Qué quiere decir “tiende
una mano” [a los hijos de Abrahán]? ¿Por qué no dijo: asumió, sino que
utilizó esta expresión: tiende una mano? Porque este verbo hace referencia
a los que persiguen a sus adversarios, y ponen todos los medios para
capturar a los fugitivos y apresar a los que se resistan. En efecto, la
naturaleza humana había huido de Él y había huido muy lejos, porque dice
[el Apóstol] que estábamos muy lejos de Dios y “sin Dios en el mundo” (Ef
2,12). Por eso Él mismo nos persiguió y nos tomó para Sí. El Apóstol hace ver
que hizo todo esto por puro amor a los hombres, por caridad y por solicitud
hacia nosotros» (Homilía sobre Hebreos 2).–En Jesucristo, que es el «sí» a
todas las promesas, Dios nos reconcilió consigo mismo. En el realismo de su
Encarnación y muerte, Dios mismo llevó la obra redentora a su perfección.
Es la manifestación más definitiva y clara de la fidelidad de Dios a sus
promesas. Por eso cantamos con el Salmo 104:«El Señor se acuerda de su
Alianza eternamente. Dad gracias al Señor, invocad su nombre, dad a conocer
sus hazañas a los pueblos, cantadle al son de instrumentos, hablad de sus
maravillas. Gloriaos de su nombre santo, que se alegren los que buscan al
Señor. Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro».
Años pares
–1 Samuel 3,1-10.19-20: Habla, Señor,
que tu siervo escucha. Samuel es llamado al ministerio profético. Él fue
fiel al Señor. Es admirable y ejemplar la relación de Samuel y el sacerdote
Elí. Jerarquía y profetismo proceden de Dios y se completan. El profetismo
insumiso, descarado y separado de la jerarquía no es de Dios. Así lo enseña
San Ignacio de Antioquía:«Es conveniente obedecer sin ningún género de
fingimiento, porque no es a éste o aquél obispo que vemos a quien se
trataría de engañar, sino que el engaño iría dirigido contra el obispo
invisible; es decir, en este caso ya no es contra un hombre mortal, sino
contra Dios, a quien aun lo escondido está patente» (Carta a los Magnesios
1).Y San Bernardo: «¿Qué más da que Dios nos manifieste su voluntad por Sí
mismo o por sus ministros, ya sean ángeles, ya sean hombres?» (De los
preceptos y disposiciones 9).–La vocación de Samuel es modelo de prontitud
en la respuesta. Éste es el mejor sacrificio de alabanza que se puede
ofrecer a Dios. Hay que ofrecer a Dios una obediencia total y sincera, y
tener en Él plena confianza, total abandono en sus manos. Digamos, pues,
con el Salmo 39:«Yo esperaba con ansia al Señor: Él se inclinó y escuchó mi
grito. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude
a los idólatras, que se extravían con engaños. Tú no quieres sacrificios ni
ofrendas, y en cambio me abriste el oído. No pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: “Aquí estoy”, como está escrito en mi libro, “para hacer
tu voluntad”. Dios mío, llevo tu ley en las entrañas. He proclamado tu
salvación ante la gran asamblea: no he cerrado los labios; Señor, Tú lo
sabes».–Marcos 1,29-39: Curó a muchos enfermos de muchos males. Las
curaciones milagrosas son señales del poder salvador de Cristo. Con sus
milagros manifiesta Jesucristo que el reino mesiánico, anunciado por los
profetas, está ya presente en su persona. Así atrae la atención a Sí mismo
y hacia la Buena Nueva del Reino que Él encarna; y suscita una admiración y
un temor religioso. Comenta San Jerónimo:«¡Ojalá venga [Jesús] y entre en
nuestra casa y, con un mandato suyo, cure la fiebre de nuestros pecados!
Porque todos nosotros tenemos fiebre. Tengo fiebre, por ejemplo, cuando me
dejo llevar por la ira. Existen tantas fiebres como vicios. Por ello,
pidamos a los Apóstoles que intercedan ante Jesús para que venga a nosotros
y nos tome de la mano; pues si Él toma nuestra mano, la fiebre huye al
instante. Él es un médico egregio, el verdadero protomédico. Sabe tocar
sabiamente las venas y escrutar los secretos de las enfermedades. No toca
el oído, no toca la frente, no toca ninguna otra parte del cuerpo, sino la
mano.«Aquella mujer tenía la fiebre porque no poseía obras buenas. Primero,
por tanto, hay que sanar las obras y luego quitar la fiebre. No puede huir la
fiebre si no son sanadas las obras. Cuando nuestra mano posee obras malas,
yacemos en el lecho sin podernos levantar, pues estamos sumidos totalmente
en la enfermedad» (Comentario a San Marcos 3,5).
JUEVES
Años impares
–Hebreos 3,7-14: Animaos unos a otros
mientras dura este hoy. Este texto de la carta a los Hebreos está centrado
en el Salmo 94, por medio del cual el Señor nos exhorta a la fidelidad.
Hemos de escuchar la voz del Señor en el tiempo presente, para que nuestros
corazones no se endurezcan. Debemos mantener viva la fe, para anticipar la
visión de las realidades que nos han sido prometidas.La fe garantiza a los
cristianos que su dispersión y su actual situación en el desierto del mundo
es el preludio de una bienaventurada escatología real. Los fieles han de
servirse del mundo y vivir en él, sin sustraerse de él. Es decir, han de
vivir en el mundo, como si vivieran fuera de él.Muchos Padres han tratado
del valor inmenso de la fe. Escuchemos a San Clemente Romano:«Procuremos
hacernos dignos de la bendición divina y veamos cuáles son los caminos que
nos conducen a ella. Consideremos aquellas cosas que sucedieron al
principio. ¿Cómo obtuvo nuestro Padre Abrahán la bendición? ¿No fue acaso
porque practicó la justicia y la verdad por medio de la fe?... «También
nosotros, llamados por su beneplácito en Cristo Jesús, somos justificados
no por nosotros mismos, ni por nuestra sabiduría o inteligencia, ni por
nuestra piedad, ni por las obras que hayamos practicado con santidad de
corazón, sino por la fe, por la cual Dios todopoderoso justificó a todos
desde el principio. A Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén»
(Carta a los Corintios 31-33).–A la palabra de Dios recibida en la lectura
anterior respondemos con el mismo Salmo 94. Oigamos la llamada: «Ojalá
escuchéis hoy la voz del Señor. No endurezcáis el corazón». Ese «hoy» ha
sido ya inaugurado por Jesucristo. Estamos viviendo los tiempos
definitivos. Éste es el tiempo de la gracia y nosotros hemos de responder
con gran fe. Así entraremos en el descanso del Señor. Ese «hoy» es un grito
de urgencia:«Ojalá escuchéis la voz del Señor. No endurezcáis el corazón.
Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, Creador nuestro.
Porque Él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que Él guía».
Sólo teniendo un gran espíritu de fe podemos poner en práctica cuanto se
nos dice en este Salmo.
Años pares
–1 Samuel 4,1-11: Derrotaron a los
israelitas, y el arca de Dios fue capturada. Nuestra vida en la tierra es
un combate continuo. No basta, pues, para nuestra vida religiosa un culto
externo, como muchas veces advierten los profetas. Es necesaria la práctica
de las virtudes y la verdadera interioridad en el culto, de modo que éste
proceda del corazón.Cuando esto falta, Dios detesta el culto y el pueblo es
castigado. «No todo el que dice Señor, Señor»... (Mt 7,21) «Este pueblo me
honra con sus labios, pero su corazón está muy lejos de Mí» (Mt 15,8; Is
29,13). Por eso hemos de luchar con las armas de la fe y de la verdadera
religiosidad, como dice San Gregorio de Nisa:«El enemigo de nuestra alma
tiende muchas trampas ante nuestros pasos, y la naturaleza humana es, de
por sí, demasiado débil para conseguir la victoria sobre el enemigo... Por
eso es necesario que quien desprecia las grandezas de este mundo y renuncia
a su gloria vana, renuncie también a su propia vida. Renunciar a la propia
vida significa no buscar nunca la propia voluntad, sino la voluntad de Dios
y hacer del querer divino la norma única de la propia conducta; significa
también renunciar al deseo de poseer cualquier cosa que no sea necesaria o
común.«Quien así obra se encontrará más libre y dispuesto para hacer lo que
le mandan los superiores, podrá realizarlo prontamente con alegría y con
esperanza, como corresponde a un servidor de Cristo, redimido para el bien
de sus hermanos» (Tratado de la conducta cristiana).Quien es fiel en su
vida a la voluntad de Dios es el que le da el culto que Él merece, y que Él
no desprecia, pues ve que procede de un corazón contrito y humillado. –Los
israelitas no obraron el bien y hubieron de sufrir por mano de los
filisteos el castigo merecido. El Arca de Dios fue capturada, y así
perdieron lo más sagrado que ellos tenían. También nosotros hemos pecado.
También tenemos necesidad de la misericordia divina. Y la pedimos con el
Salmo 43:«Redímenos, Señor, por tu misericordia. Ahora nos rechazas y nos
avergüenzas, y ya no sales, Señor, con nuestras tropas; nos haces
retroceder ante el enemigo, y nuestro adversario nos saquea. Nos haces el
escarnio de nuestros vecinos, irrisión y burla de los que nos rodean. Nos
has hecho el refrán de los gentiles, nos hacen muecas las naciones. Señor,
ten misericordia de nosotros, no olvides nuestra desgracia y opresión».La
muerte del pecado se realizó ciertamente en el bautismo. Sin embargo aún
permanecen en nosotros las secuelas del pecado con sus concupiscencias.
Sentimos viva la ley del pecado, que domina nuestros miembros (Rom 7,32).
Tenemos, pues, necesidad de conversión y de un culto sincero, que proceda
de la fe y de los más hondo del corazón, y que se refleje en nuestras
obras.–Marcos 1,40-45: Se le quitó la lepra y quedó limpio. Este milagro es
signo del poder del Hijo de Dios. El hecho prodigioso se divulga, contra la
voluntad del Salvador, y se enciende el entusiasmo del pueblo.
Verdaderamente solo en Cristo está nuestra salvación.Los Santos Padres ven
muchas veces en la lepra un símbolo de la enfermedad profunda del pecado.
Así, por ejemplo, San Atanasio:«Sin contentarse con haber encontrado el
mal, el alma humana, poco a poco, se fue precipitando en lo peor... Así,
desviada del bien y olvidando que ella es imagen del Dios bueno, el poder
que obra en ella no le deja ver ya al Dios Verbo, la semejanza a la que
ella fue hecha; y saliendo de sí misma, no piensa ni imagina sino la nada.
Ella ha escondido en los repliegues de los deseos corporales el espejo que
hay en ella; por el cual solo podía ver la imagen del Padre. Y así ahora no
ve ya más aquello en lo que un alma debe pensar. Al contrario, vuelta hacia
todos los lados, sólo ve aquello que cae bajo los sentidos.«Así, llena el
alma de toda clase de deseos carnales y ofuscada por la falsa opinión que
de ellos se ha hecho, acaba por imaginarse como las cosas corporales y
sensibles a Dios, de cuyo pensamiento se ha olvidado, y da a las
apariencias el nombre de Dios. Ella no aprecia más que aquello que ve y
contempla como algo agradable. Ello es, pues, el mal, la causa y el origen
de la idolatría» (Tratado contra los paganos 2 y 8).Solo el Salvador puede
sanarnos de esta lepra. «La lepra se le quitó inmediatamente y quedó
limpio».
VIERNES
Años impares–Hebreos 4,15.11:
Esforcémonos en entrar en el descanso del Señor. Para llegar a ello es
menester evitar los ejemplos de incredulidad del antiguo Israel. Es necesario
adherirnos por la fe al mensaje de salvación que Cristo nos enseñó con su
palabra, su vida, su muerte y resurrección. Entrar en el «descanso» es
entrar en la intimidad de Dios. La paz interior del hombre es don de la
gracia de Dios recibida en una colaboración ascética fiel. Comenta San Juan
Crisóstomo:«Pensemos que nuestra vida no es otra cosa que un combate, y
nunca buscaremos el reposo. Nunca consideremos la aflicción como algo
extraordinario. Hemos de parecemos al atleta, que no mira la lucha como
algo inesperado. No es todavía tiempo de descansar; hace falta que nos
perfeccione el sufrimiento» (Homilía sobre Hebreos 5).Así llegaremos a la
unión con Dios. Por la cruz a la luz, por el combate a la paz eterna, al
gozo espiritual.–Todo el Antiguo Testamento se escribió para lección
nuestra. La historia del pueblo de Israel fue la historia de su negativa a
los beneficios de Dios. Por eso, no entraron en su descanso. Se olvidaron
de los preceptos del Señor. No cumplieron sus mandatos. Ahora nosotros tenemos
acceso a la íntima unión con Dios gracias a Cristo, siguiendo sus ejemplos,
obedeciendo su doctrina.Así lo confesamos en el Salmo 77: «No olvidéis las
acciones de Dios. Lo que oímos y aprendimos, lo que nuestros padres nos
contaron, lo contaremos a la futura generación: las alabanzas del Señor y
su poder. Que lo cuenten a sus hijos, para que guarden Sus mandamientos.
Para que no imiten a sus padres, generación rebelde y pertinaz, generación
de corazón inconstante, de espíritu infiel a Dios».
Años pares
–1 Samuel 8,4-7.10-22: Gritaréis contra
el rey, pero Dios no os responderá. El pueblo quiere tener un rey, pero
Samuel ve ese deseo con reticencia: Yavé es el único rey de Israel. De
hecho, la monarquía sólo se impuso y consolidó con David. También nosotros
hemos de poner nuestra confianza en la autoridad del Señor, ejercitada en
las autoridades de la Iglesia, evitando apoyar nuestra esperanza en poderes
humanos. Escuchemos la exhortación de San Ireneo:«Siendo nuestros
argumentos de tanto peso, no hay para qué ir a buscar de otros la verdad
que tan fácilmente se encuentra en la Iglesia, ya que los Apóstoles
depositaron en ella, como en una despensa opulenta, todo lo que pertenece a
la verdad, a fin de que todo el que quiera pueda tomar de ella la bebida de
la vida. Y ésta es la puerta de la vida; todos los demás son salteadores y
ladrones. Por esto hay que evitarlos, y en cambio hay que poner suma
diligencia en amar las cosas de la Iglesia y en captar en ella la tradición
de la verdad» (Tratado contra las herejías 3,4).La misma doctrina viene
dada por San Vicente de Lerin:«El verdadero y auténtico católico es el que
ama la verdad de Dios y a la Iglesia, cuerpo de Cristo; aquel que no
antepone nada a la religión divina y a la fe católica. No les antepone la
autoridad de un hombre, ni el amor, ni el genio, ni la elocuencia, ni la
filosofía; sino que, despreciando todas estas cosas y permaneciendo
sólidamente firme en la fe, está dispuesto a admitir y a creer solamente lo
que la Iglesia siempre y universalmente ha creído» (Conmonitorio 20).–A
pesar de la contumacia del pueblo, que exige un rey humano, Yavé será
eternamente el Rey de Israel. Ése es el gran privilegio del Pueblo elegido,
por haber pactado una alianza con Dios. Pero Israel muchas veces es infiel a
la alianza con Dios, y en la plenitud de los tiempos no acoge al Mesías,
Cristo Jesús. Para el nuevo Israel, la Iglesia, no hay mayor honor y
bienaventuranza que tener a Cristo como Señor, pastor y guía. Así lo
rezamos en el Salmo 88:«Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte: caminará, oh Señor, a la luz de tu
rostro. Tu nombre es su gozo cada día, tu justicia es su orgullo. Porque Tú
eres su honor y su fuerza, y con tu favor realzas nuestro poder. Porque el
Señor es nuestro escudo y el Santo de Israel, nuestro Rey».–Marcos 2,1-12:
El Hijo del hombre tiene potestad para perdonar los pecados. Él es Dios. El
vino para eso, para quitar el pecado del mundo. Por eso nosotros nos
presentamos ante el Señor como pecadores, como pobres paralíticos, cargados
de pecados. Y Cristo nos sana y nos perdona. El establece en la Iglesia un
sacramento: el de la penitencia o reconciliación, para perdonar los pecados
de todos los que con buena disposición se acerquen al sacerdote. Comenta
San Ambrosio:«El Señor es grande: a causa de unos perdona a otros, y
mientras prueba a unos, a otros les perdona sus faltas. ¿Por qué, oh
hombre, tu compañero no puede nada en ti, mientras que en cambio ante el
Señor su siervo tiene un título para interceder y un derecho para impetrar?
Tú que juzgas, aprende a perdonar; tú que estás enfermo, aprende a
implorar. Si no esperas el perdón de faltas graves, recurre a los
intercesores, recurre a la Iglesia, que ora por ti y, en atención a ella,
el Señor te otorgará lo que El ha podido negar.«Hemos de creer que el
cuerpo de este paralítico ha sido curado verdaderamente, y reconocer
también la curación del hombre interior, a quien le han sido perdonados sus
pecados. Por su parte, los judíos, afirmando que solo el Señor puede
perdonar los pecados, confesaron vigorosamente la divinidad del Señor, y
con su juicio traicionaron su mala fe, puesto que a la vez exaltan la obra
y niegan la persona.«Es, pues, gran locura que este pueblo infiel, habiendo
conocido que sólo Dios puede perdonar los pecados, no crea en [Cristo]
cuando perdona los pecados. El
Señor, que quiere salvar a los pecadores, demuestra claramente su divinidad
por su conocimiento de las cosas ocultas y por sus acciones prodigiosas»
(Comentario a San Lucas lib. 5,11-12).
SÁBADO
Años impares
–Hebreos 4,12-16: Acerquémonos con toda
confianza al trono de la gracia. La palabra de Dios es viva y eficaz: juzga
a quien la escucha. Llenos de la fuerza de Jesús, Hijo de Dios y Sumo
Sacerdote, en todo semejante a nosotros menos en el pecado, permanezcamos
firmes en la fe para alcanzar la misericordia de Dios. Dos verdades
preciosas se nos revelan en ese texto: el valor de la Palabra de Dios y la
condición de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Así contempla San Gregorio
Nacianceno a Jesucristo, como Palabra y como Pontífice, al tiempo que le
reconoce otros altos títulos:«Tú eres llamado Palabra y estás sobre todas
las palabras; tú, que estás sobre toda luz, eres llamado Luz (Jn 1,9; 8,12;
12,46). Tú eres llamado Fuego, pero no porque incides sobre los sentidos,
sino porque purificas la materia ligera y viciosa (Dt 4,24; Heb 12,29). Tú
eres Espada, porque divides y separas el mal del bien (Ef 6,13; Heb 4,12);
Bieldo, porque limpias y quitas aquello que es ligero y llevado por el
viento, y guardas lo que está lleno en los graneros de arriba (Mt 3,12; Lc
3,17); Hacha, porque, habiendo tenido paciencia tanto tiempo, cortas la
higuera estéril (Mt 3,10; Lc 3,9; Lc 13,6-9); Puerta, porque introduces (Jn
10,7-9); Camino, para que nosotros andemos por el camino recto (Jn 14,6);
Oveja, porque eres la víctima (Is 53, 7); Pontífice, que ofreces tu Cuerpo
(Heb 4,14; 8,1-9; 9,11); Hijo,
porque lo eres del Padre (Mt 3,17; 17,5; Mc 1,11; 9,7; Lc 2,22;
9,35)» (Sermón 37,4).–Reconocemos la eficacia de la Palabra de Dios, que es
espíritu y vida, descanso y alegría, luz y felicidad, con el Salmo 18: «La
ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es
fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran
el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos; la voluntad
del Señor es pura y eternamente estable; los mandatos del Señor son
verdaderos y enteramente justos».
Años pares
–1 Samuel 9,1-4.17-19–10,1: Saúl regirá
a su pueblo: Dios lo escogió. Pero esta elección exige de él un
comportamiento digno. De lo contrario le retirará su favor, como así fue.
Hay que corresponder, pues, a la gracia divina, a los dones del Señor.
Cuando no hay una correspondencia fiel, el corazón se endurece y la vida se
hace triste y estéril. San Juan Crisóstomo dice:«Si eres obediente a la voz
de Dios, ya sabes que te está llamando desde el cielo; pero si eres
desobediente y de voluntad torcida, aunque le oyeras físicamente, no te
bastaría. ¿Cuántas veces no le oyeron los judíos? A los ninivitas les bastó
la predicación de un profeta. Aquellos, en cambio, permanecieron más duros
que piedras en medio de profetas y de milagros continuos. En la misma Cruz
se convirtió un ladrón con sólo ver a Cristo y, junto a ella, los que
habían visto resucitar muertos, le insultaban» (Homilía en honor de San
Pablo 4).El Señor nos da constantemente gracias para ayudarnos en el
cumplimiento del deber de cada momento. Al cristiano le corresponde acoger
fielmente esa gracia y así dar el fruto que Dios quiere darle. –En todos
los momentos de su historia supo Israel, llevado por sus profetas,
descubrir la presencia del Señor. Cuando comenzó la monarquía, descubrieron
en el rey la presencia protectora de Israel. Las victorias, los éxitos, la
vida, las bendiciones que recaen sobre el rey son manifestaciones del
cuidado del Señor que dirige a su pueblo.Así continúa hoy la historia de la
Iglesia, y con ella, los que reconocemos a Cristo como Rey, rezamos el
Salmo 20: «Señor, el rey se alegra por tu fuerza y ¡cuánto goza con tu
victoria! Te adelantaste a bendecirlo con el éxito y has puesto en su
cabeza una corona de oro fino. Te pidió vida y se la has concedido, años
que se prolongan sin término. Tu victoria ha engrandecido su fama, lo has vestido
de honor y de majestad. Le concedes bendiciones incesantes, lo colmas de
gozo en tu presencia». El salmo, pues, se refiere a Cristo, a su reino de
santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz.–Marcos 2,13-17: No he
venido a llamar a los justos sino a los pecadores. A la vocación del Leví
siguió un banquete en el que los puritanos se escandalizan porque Cristo
come con los pecadores: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos».
Cristo ofrece siempre a los pecadores la posibilidad de salvar sus vidas.
Sólo quiere que acojan la gracia del arrepentimiento. Que se adhieran a su
persona y al Padre por la senda del amor. Comenta San Agustín:«Allí estaban
[los fariseos], allí mostraban su crueldad: ellos eran quienes le lanzaban
reproches y le decían: “Ved que come con publicanos y pecadores”. Formaban
parte del mismo pueblo que daba muerte al médico, a aquel que con su sangre
les preparaba el antídoto. Como el Señor no sólo derramó sus sangre, sino
que hasta se sirvió de su muerte para confeccionar el medicamento, del
mismo modo resucitó para dar una prueba de la resurrección. Con paciencia
padeció para enseñarnos la paciencia a nosotros, y en su resurrección nos
mostró el premio de esa virtud» (Sermón 175,3).La verdadera justicia se
compadece de los pecadores, pero la falsa justicia se aparta de ellos. Por
eso Cristo recibió con amorosa compasión al publicano y a la Magdalena, la
pecadora. ¡Con qué magnífica plasticidad nos pinta Jesús su infinito amor
hacia los pecadores en las parábolas del Buen Pastor y del hijo pródigo!
¿Dónde estaríamos si el Señor no nos hubiera reconciliado con su infinito
amor?
SEMANA 2ª
DOMINGO
Entrada: «Que se postre ante Ti, oh
Dios, la tierra entera; que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre»
(Sal 65,4).Colecta (Gregoriano): «Dios todopoderoso, que gobiernas a un
tiempo cielo y tierra, escuche paternalmente la oración de tu pueblo, y haz
que los días de nuestra vida se fundamenten en tu paz».Ofertorio
(Veronense): «Concédenos, Señor, participar dignamente de estos santos
misterios, pues cada vez que celebramos este memorial del sacrificio de
Cristo, se realiza la obra de nuestra redención».Comunión: «Preparas una
mesa ante mí y mi copa rebosa» (Sal 22,5). «Nosotros hemos conocido el amor
que Dios nos tiene y hemos creído en Él» (1 Jn 4,16).Postcomunión (como las
dos oraciones anteriores, se encontraba en el Misal anterior, y ésta ha
sido retocada según el Veronense): «Derrama, Señor, sobre nosotros tu
espíritu de caridad, para que, alimentados por el mismo pan del cielo,
permanezcamos unidos en el mismo amor».
CICLO A
La finalidad de la Encarnación del
Verbo se manifiesta en el ansia profunda del Corazón de Cristo Redentor
para llevar a los hombres, purificados de sus pecados, hasta la condición
de hijos de Dios. Para conseguirlo, los ilumina primero con su palabra y su
vida, y los santifica, al fin, con su propio sacrificio, como Cordero
destinado a expiar los pecados de todos los hombres. Así lo vemos en las
lecturas siguientes:–Isaías 49,3.5-6: Te hago Luz de las naciones, para que
seas mi salvación. Todo hombre, de cualquier condición y origen, necesita
de la salvación. Jesús es el Siervo de Dios, que tiene poder para iluminar
y reconciliar a todos los hombres hasta el último confín de la tierra. El
Siervo, en su condición difícil, pero preciosa, experimenta la dureza del
corazón del Pueblo elegido. Pero sufre pacientemente, para que todos
podamos ser como Él. Comenta San Gregorio Nacianceno:«Vengamos a ser como
Cristo, ya que Cristo es como nosotros. Lleguemos a ser dioses por Él, ya
que Él es hombre por nosotros. Él ha tomado lo que es inferior para darnos
lo que es superior. Se ha hecho pobre para que su pobreza nos enriquezca (2
Cor 8,9); ha tomado forma de esclavo (Flp 2,7) para que nosotros recobremos
la libertad (Rom 8,1); se ha abajado para alzarnos a nosotros; aceptó la
tentación para hacernos vencedores; ha sido deshonrado para glorificarnos;
murió para salvarnos y subió al cielo para unirnos a su séquito, a nosotros
que estábamos derribados a causa del pecado» (Sermón 1,5).–Con el Salmo 39
unimos nuestra voz a la de Cristo y cantamos: «“Aquí estoy, Señor, para
hacer tu voluntad”. Yo esperaba con ansia al Señor: Él se inclinó y escuchó
mi grito; me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios...
He proclamado su salvación ante la gran asamblea».–1 Corintios 1,1-3:
Gracia y paz os dé nuestro Padre y Jesucristo, nuestro Señor. Es por
Cristo, Salvador por quien el Padre nos ofrece la gracia que nos reconcilia
y la paz que nos salva. En la Carta a Diogneto leemos:«Nadie jamás ha visto
ni ha conocido a Dios, pero Él ha querido manifestarse a Sí mismo. Se
manifestó a través de la fe, que es la única a la que se le concede ver a
Dios. Porque Dios es Señor y Creador de todas las cosas, que todo lo hizo y
todo lo dispuso con orden, no sólo amó a los hombres, sino que también fue
paciente con ellos. Siempre lo fue, lo es y lo será: bueno, benigno, exento
de toda ira, veraz; más aún Él, es el único bueno. Después de haber
concebido un designio grande e inefable se lo comunicó a su único
Hijo.«Mientras mantenía oculto su sabio designio y lo reservaba para Sí,
parecía abandonarnos y olvidarse de nosotros. Pero, cuando lo reveló por
medio de su amado Hijo y manifestó lo que había establecido desde el
principio, nos dio juntamente todas las cosas: participar de sus beneficios
y ver y comprender sus designios. ¿Quién de nosotros hubiera esperado jamás
tanta generosidad?«Dios, que todo lo había dispuesto junto con su Hijo,
permitió que hasta el tiempo anterior a la venida del Salvador viviéramos
desviados del camino recto, atraídos por los deleites y concupiscencias, y
nos dejáramos arrastrar por nuestros impulsos desordenados... Nos dio a su
propio Hijo como precio de nuestra redención: entregó al que es santo para
redimir a los impíos, al inocente por los malos, al justo por los injustos,
al incorruptible por los corruptibles, al inmortal por los mortales...«¡Oh
admirable intercambio, mediación incomprensible, beneficios inesperados:
que la impiedad de muchos sea cubierta por un solo justo, y que la justicia
de uno solo justifique a tantos impíos!» (Diogneto 8).–Juan 1,29-34: Éste
es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Tras proclamar la
necesidad de la penitencia y de la conversión, el Bautista coronó su misión
de Precursor, señalando en Jesús la presencia santificadora del Cordero de
Dios. Unas ocho veces ha comentado San Agustín este pasaje evangélico
:«Demuestra que tienes amor al Pastor amando a las ovejas, pues también las
ovejas son miembros del Pastor. Para que las ovejas se conviertan en
miembros suyos, fue conducido al sacrificio como una oveja (Is 53, 7); para
que las ovejas se hicieran miembros suyos, se dijo de Él: He aquí el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29). Pero, grande es
la fortaleza de este Cordero. ¿Quieres conocer cuánta fortaleza mostró
tener? Fue crucificado el Cordero y resultó vencido el león. Ved y
considerad con cuánto poder rige el mundo Cristo, el Señor, si con su
muerte venció al diablo. Amémosle, pues; nada tengamos en mayor aprecio»
(Sermón 225,1-2).Jesús es el único justo en
medio de aquella muchedumbre que confesaba sus pecados. Él es «el
Cordero de Dios». ¿A quién se refiere esta imagen?: ¿Al cordero sacrificado
en el templo?, ¿al cordero pascual?, ¿al Siervo de Yahvé? A los tres al
mismo tiempo. Y esa imagen significa que Él es inocente, lleno de
mansedumbre, de perfección ritual y de santidad, y que será sacrificado en
la Cruz para salvar a todos los hombres de sus pecados, para irradiar en
todas partes la Luz sin ocaso con su palabra y con su vida.
CICLO B
Dios nos ha hablado con impresionante
realismo en la Encarnación de su Verbo eterno, hecho hombre como nosotros,
igual a nosotros en todo, menos en el pecado. Por eso todo diálogo
auténtico entre el hombre y Dios se ha de hacer a través de Jesucristo.
Quien rechaza a Cristo, rechaza a Dios y se coloca fuera de la salvación
redentora.–1 Samuel 3,3-10.19: Habla, Señor, que tu siervo escucha. El
episodio de la vocación del profeta Samuel es un claro exponente del
derecho de Dios a condicionar decisivamente la vida del hombre con su libre
llamamiento. Y es también un ejemplo de la auténtica respuesta humana ante
la vocación divina. Oigamos a Casiano:«Hay tres géneros de llamamiento. Uno
cuando nos llama Dios directamente; otro, cuando nos llama por medio de los
hombres; y el tercero, cuando lo hace por medio de la necesidad»
(Colaciones 3).«Muchos son los caminos que conducen a Dios. Por eso, cada
cual debe seguir con decisión irrevocable el modo de vida que primero
abrazó, manteniéndose fiel en su dirección primera. Cualquiera que sea la
vocación escogida, podrá llegar a ser perfecto en ella» (ib. 14).«Aquí
estoy, dice Samuel, porque me has llamado». San Jerónimo escribe al monje
Heliodoro:«Recuerda el día en que entraste en filas, cuando sepultado con
Cristo en el bautismo, juraste las palabras del sacramento: que por el
nombre del mismo Cristo, no tendrías cuenta con padre ni madre. Mira que el
enemigo tiene empeño en matar a Cristo en tu pecho. Mira que el donativo o
soldada que, al entrar en la milicia, recibiste es codiciado por los
campamentos contrarios... Secos los ojos, vuela al estandarte de la cruz.
En este caso, es verdadera piedad ser cruel» (Carta 14).–Con el Salmo 39 le
decimos al Señor una vez más: «“Aquí estoy, para hacer tu voluntad”. Yo
esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y escuchó mi grito; me puso en
la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios... Dios mío, lo quiero,
llevo tu ley en mis entrañas».–1 Corintios 6,13-15.17-20: Vuestros miembros
son miembros de Cristo. La vocación cristiana es integral. Afecta también a
nuestro cuerpo para la santidad. No se es cristiano con sólo el pensamiento
y el alma. Dios llama al hombre entero, le reclama hasta lo más íntimo de
su corazón. Así lo explica San Gregorio de Nisa «Considerando que Cristo es
“la luz verdadera” (Jn 1,9), sin mezcla posible de error alguno, nos damos
cuenta de que también nuestra vida ha de estar iluminada con los rayos de
la luz verdadera. Los rayos del sol de justicia son las virtudes que de Él
emanan para iluminarnos; para que “dejemos las actividades de las tinieblas
y nos conduzcamos, como en pleno día, con dignidad” (Rom 13, 1) y,
apartando de nosotros las ignominias que se cometen a escondidas, obrando en
todo a plena luz, nos convirtamos también nosotros en luz y, como es propio
de la luz, iluminemos a los demás con nuestras obras.«Y si tenemos en
cuenta que “Cristo es nuestra santificación” (1 Cor 1,10), nos abstendremos
de toda obra y pensamiento malo e impuro, con lo cual demostraremos que
llevamos con sinceridad su mismo nombre, mostrando la eficacia de esta
santificación, no con palabras, sino con los actos de nuestra vida.«Además,
cuando decimos que Cristo es nuestra redención, lo consideramos como el
precio que nos gana la inmortalidad y nos hace posesión suya, comprados a
la muerte por su vida (1 Tim 2,6). Y si somos de Aquel que nos redimió,
sigamos en todo al Señor, de manera que ya no seamos dueños de nosotros
mismos, sino que el Señor es Aquel que nos compró (1 Cor 6,20) y nosotros
somos sus siervos. Su voluntad es, pues, para nosotros ley de vida»
(Tratado sobre el perfecto modelo de cristiano 4.6).–Juan 1,35-42: Vieron
donde vivía y se quedaron con El. En toda vocación cristiana Cristo es el centro,
y es quien pone al hombre en sintonía garantizada con la voluntad de Dios,
que así le elige y le llama. Jesús quiere que los dos discípulos vean y
contemplen personalmente. Lo que ellos «vieron» debió de ser algo
impresionante, según deducimos de lo que después «hicieron». Estos
apóstoles comunican a otros su inmenso gozo, para ganarlos también para
Jesucristo. Comenta San Agustín:«Los dos discípulos, al oírle hablar así,
van en pos de Jesús. Se vuelve Jesús, ve que le siguen y les dice: “¿qué
buscáis?” Responden ellos: “Maestro, ¿dónde moras?” Ellos todavía no le
siguen, como para quedarse a vivir con Él... Pero Él les muestra dónde
vive, y ellos están con El. ¡Qué día tan feliz pasan y qué noche tan
deliciosa! ¿Hay quien sea capaz de decirnos lo que oyeron de la boca del
Señor?«Edifiquemos también nosotros mismos y hagamos una casa en nuestro
corazón, adonde venga El a enseñarnos y hablar con nosotros» (Sermón
203,2).
CICLO C
La Iglesia nos invita en estos domingos
que hoy comienza a seguir al Corazón de Cristo en los primeros pasos de su
vida pública, y nos enseña a escuchar su palabra, asimilarla y seguirla; y
también a recibir sus hechos, es decir, a aprender lecciones de vida y de
santidad evangélica. Ser cristiano no consiste solamente en recordar unos
hechos y conocer unas doctrinas, sino en aprender a vivir una vida nueva,
la misma vida de Jesús, según el Evangelio, identificándonos con Él.–Isaías
62,1-5: El marido se alegrará con su esposa. Este texto ha sido escogido en
razón de la lectura evangélica: las bodas de Caná. La obra de la salvación
es fruto de una elección de Dios absolutamente libre y gratuita. El Señor
se eligió un pueblo, como el esposo elige a su esposa en una alianza
perpetua. Escribe Casiano:«“La alegría que encuentra el marido con su
esposa, la encontrará Dios contigo”. Éste y otros textos bíblicos, como los
de Oseas y Jeremías, han sugerido a los místicos el matrimonio espiritual
del alma con Dios. Es una doctrina elevada a la que todos estamos llamados.
Es una intimidad perfecta con Dios.«Éste ha de ser nuestro principal
objetivo y el designio constante de nuestro corazón: que nuestra alma esté
continuamente unida a Dios y a las cosas divinas. Todo lo que le aparte de
esto, por grande que pueda parecernos, ha de tener en nosotros un lugar
puramente secundario o, por mejor decir, el último de todos. Inclusive
debemos considerarlo como un daño positivo» (Colaciones 1).–Con el Salmo 95
proclamamos: «Contad a todos los pueblos las maravillas del Señor. Cantad
al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor,
bendecid su nombre. Proclamad día tras día su victoria, contad a los
pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones. Familias de los
pueblos, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad
la gloria del nombre del Señor. Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda. Decid a los pueblos: “el Señor es
Rey, Él gobierna a los pueblos rectamente”».–1 Corintios 12,4-11: El mismo
y único Espíritu reparte a cada uno como a Él le parece. Dios mismo es
quien, con la riqueza de su Espíritu y con la variedad de sus dones, trata
de hacer de la Iglesia su Esposa santa, la madre única de todos los
redimidos por Cristo. El Espíritu Santo ha obrado siempre en la Iglesia de
un modo nuevo, intenso y creativo. Así lo muestra la historia de la
Iglesia. Ministerios y carismas han sido siempre para ella un don continuo,
en medio de gozos y penalidades. Oigamos a San Juan Crisóstomo:«El tiempo
que ha precedido al bautismo era un campo de entrenamiento y de ejercicios,
donde la caídas encontraban su perdón. A partir de hoy, la arena está
abierta para vosotros, el combate tiene lugar, estáis bajo la mirada
pública, y no sólo los hombres, también innumerables ángeles contemplan
vuestros combates. Pablo confiesa en su Carta a los Corintios: “nosotros
hemos sido presentados como espectáculo al mundo, a los ángeles y a los
hombres” (1 Cor 4,9). En efecto, los ángeles nos contemplan y el Señor de
los ángeles es el que preside el combate. Para nosotros no sólo es un
honor, sino también una seguridad. Cuando el juez de estos asaltos es
precisamente Aquel que ha entregado su vida por nosotros ¿qué honor y qué
seguridad no habremos de tener?» (Ocho catequesis bautismales 3,8).–Juan
2,1-12: En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos por intercesión de la
Virgen María. Jesús eligió, como marco de su primera manifestación
redentora, la ceremonia de unas bodas. Más tarde elevaría el matrimonio
cristiano a signo sacramental de la unión de Él mismo con su Iglesia. Éste
es el primer milagro público de Jesús. Oigamos el comentario de Fausto de
Riez:«Por obra de Cristo se produce en Galilea un vino nuevo, esto es, cesa
la ley y sucede la gracia; es retirada la sombra y se hace presente la realidad;
lo carnal viene a hacerse espiritual; la antigua observancia se transforma
en el Nuevo Testamento. Como dice el Apóstol: “lo antiguo ha pasado, lo
nuevo ha comenzado” (2 Cor 5,17). Y del mismo modo que el agua contenida en
las tinajas, sin mermar en su propio ser, adquiere una nueva entidad, así
también la ley no queda destruida con la venida de Cristo, al contrario,
queda clarificada y ennoblecida.«Como faltase el vino, Cristo suministra un
vino nuevo. Bueno es el vino del Antiguo Testamento, pero el del Nuevo es
mejor. El Antiguo Testamento que observan los judíos se diluye en la
materialidad de la letra; mientras que el Nuevo, al que pertenecemos
nosotros, nos comunica el buen sabor de la vida y de la gracia» (Sermón 5 sobre la Epifanía).
LUNES
Años impares
–Hebreos 5,1-10: A pesar a ser Hijo,
aprendió, sufriendo, a obedecer. La perfecta humanidad de Cristo entre los
hombres se subraya ahora con la definición de «sacerdote», que solo en Él
se verifica plenamente. En efecto, Jesucristo, elegido por Dios entre los
hombres, los representa en el culto a Dios, y ofrece dones y sacrificios
por los pecados. El sacrificio de Cristo fue en realidad el que consiguió
el perdón de los pecados, y Él no lo ofreció por Sí mismo, pues no tenía
pecado alguno. Oigamos a Orígenes:«Fijémonos en nuestro verdadero y sumo
sacerdote, el Señor Jesucristo. Él, habiendo tomado la naturaleza humana,
estaba con el pueblo todo el año, aquel año, a saber, del cual dice Él
mismo: “Me envió a evangelizar a los pobres y a proclamar el año de gracia
del Señor”. Y una vez durante este año, el día de la expiación, “entró en
el Santuario”; es decir, cumplida su misión, penetró en los cielos, y entró
en la presencia del Padre, para hacerle propicio al género humano y para
interceder en favor de todos los que creen Él...«En el Antiguo Testamento
se celebraba el rito de la propiciación ante Dios; pero tú, que has venido
a Cristo, verdadero sumo sacerdote, que con su sangre te hizo a Dios
propicio y te reconcilió con el Padre, transciende con tu mirada la sangre
de las antiguas víctimas y considera más bien la sangre de Aquél que es la
Palabra, escuchando lo que Él mismo te dice: “Esta es mi sangre, que será
derramada por vosotros para el perdón de los pecados”.«El hecho de rociar
el lado oriental tiene también su significación. De Oriente nos viene la
propiciación, pues de allí procede el varón cuyo nombre es Oriente, el que
ha sido constituido Mediador entre Dios y los hombres. Ello te invita a que
mires siempre hacia el Oriente, de donde sale para ti el sol de justicia,
de donde te nace continuamente la Luz para que no camines nunca en
tinieblas, ni te sorprenda en tinieblas aquel día último; para que no se
apodere de ti la noche y la oscuridad de la ignorancia, sino que vivas
siempre en la Luz de la Sabiduría, en el pleno día de la fe, bajo la Luz de
la caridad y de la paz» (Homilía 9 sobre el Levítico 5,10).–Con el Salmo
109 proclamamos el sacerdocio de Cristo. Constituido por Dios Sumo y Eterno
Sacerdote, Él ha realizado en su vida, compartida con la de sus hermanos,
los hombres, el puente de unión entre el cielo y la tierra. Él, víctima de
su propio ofrecimiento, se ha convertido para todos en autor de la
salvación eterna:Dios le dice por eso: «“tú eres sacerdote eterno según el
rito de Melquisedec”. Desde Sión extenderá el Señor el poder de su cetro:
somete en la batalla a los enemigos. “Eres príncipe desde el día de tu
nacimiento; entre esplendores sagrados yo mismo te engendré como rocío,
antes de la aurora”», antes de la aurora del mundo, desde toda la
eternidad.Cuanto más miserables seamos por nosotros mismos, más debemos
volvernos hacia Él, más debemos unirnos a sus súplicas, a su alabanza, a su
acción de gracias. Y el Señor, haciéndonos suyos, nos escuchará y nos
librará. Depositemos todo en Él: nuestro yo, nuestra esperanza y nuestros
temores, nuestro presente, nuestro pasado y nuestro porvenir... Él es
Sacerdote eterno.
Años pares
–1 Samuel 15,16-23: Obedecer vale más
que un sacrificio. El Señor rechaza como rey a Saúl, que le ha sido infiel.
San Agustín dice:«La obediencia con toda verdad ha de decirse la virtud
propia de la criatura racional, que actúa bajo la potestad de Dios. Y
también ha de decirse que el primero y el mayor de todos los vicios es el
orgullo, que lleva al hombre a querer más potestad para su ruina, y tiene
el nombre de desobediencia» (Tratado sobre el Génesis 8).El cristiano ha
de rechazar la tentación de
interpretar la obediencia como un sometimiento indigno del hombre, propio
de personas con escasa madurez. Quienes piensan así no han considerado que
Cristo «se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,8). –La
sinceridad de vida es el mejor sacrificio. La Escritura y los Padres
insisten una y otra vez en que el culto externo sin interioridad de corazón
no es por Dios querido, sino rechazado. Por eso el Señor nos dice en el
Salmo 49: «No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus
holocaustos ante Mí. Pero no aceptaré un becerro de tu casa, ni un cabrito
de tus rebaños. ¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre mi alianza
en tu boca, tú que detestas mis enseñanzas y te echas a la espalda mis
mandatos? Esto haces ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? Te
acusaré, te lo echaré en cara. El que me ofrece acción de gracias ése me
honra; al que sigue el buen camino le haré ver la salvación de Dios».Es
verdad que nuestra ofrenda, Cristo, es infinitamente más preciosa que todos
los costosos sacrificios del Antiguo Testamento; pero no olvidemos aquellas
palabras: «no todo el que dice: “Señor, Señor”...» Hemos de sacrificar a
Dios todo lo que no sea compatible con Su voluntad. Hemos de ofrecerle
sacrificios que nos cuesten algo real y sensible. Hemos de morir a nosotros
mismos, al pecado, y procurar «tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo
Jesús» (Flp 2,5).–Marcos 2,18-22: El novio está con ellos. La observancia
de la ley mosaica no está ya vigente para los discípulos de Cristo, que son
amigos del Esposo. El ministerio salvador de Jesús proclama unos principios
fundamentales de vida, que no encajan en el sistema religioso entonces
vigente entre los judíos.La doctrina de Jesús tiene una gran fuerza
renovadora. Cristo declara aquí su divinidad y llama a sus discípulos «los
amigos del Esposo», sus amigos. Están con Él y por eso no necesitan ayunar.
Sin embargo, cuando no esté Él presente visiblemente, será necesario el
ayuno y la mortificación para poder verle con los ojos del alma. Dice San
Agustín:«La penitencia purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la
propia carne al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las
nebulosidades de la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y
enciende la verdadera Luz de la castidad» (Sermón 73).Y San Basilio:«Al ser
nocivo para el cuerpo el demasiado cuidado y un obstáculo para el alma, es
locura manifiesta servirle y mostrarse sumiso con él» (Discurso a los
jóvenes 3).Con razón, pues, dice la Iglesia al Señor en un prefacio de
Cuaresma: «con el ayuno corporal refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro
espíritu, nos das fuerza y recompensa».
MARTES
Años impares
–Hebreos 6,10-20: La esperanza que se
nos ha ofrecido es para nosotros un ancla segura y firme. Hemos de llevar
una vida auténticamente cristiana, pues Dios es fiel a sus promesas y nuestra
esperanza es como un ancla que nos aferra a él, Cristo Jesús, nuestro Sumo
y Eterno Sacerdote. El ancla siempre ha sido desde los primeros siglos del
cristianismo un signo de la firmeza y seguridad de la fe. Muchas veces
aparece pintada en las catacumbas. Los cristianos somos hombres que
esperamos la futura gloria que se revelará en nosotros. San Basilio
dice:«Un único motivo te queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo
de esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura
en Cristo» (Homilía 20, sobre la humildad).San Agustín afirma que toda
la esperanza del hombre «estriba
solo en la gran misericordia de Dios» (Confesiones 10). Y San Juan
Crisóstomo: «No desesperéis nunca. Os lo diré en todos mis discursos, en
todas mis conversaciones; y si me hacéis caso, sanaréis. Nuestra salvación
tiene dos enemigos mortales: la presunción, cuando las cosas van bien, y la
desesperación, después de la caída. Éste segundo enemigo es mucho más
terrible» (Homilía sobre la penitencia). –Dios es siempre fiel a sus
promesas salvadoras. Él se ha comprometido y no miente. Por eso, con gran
ánimo y fortaleza, cantamos con el Salmo 110: «El Señor recuerda siempre su
alianza. Doy gracias al Señor de todo corazón, en compañía de los rectos,
en la asamblea. Grandes son las obras del Señor, dignas de estudio para los
que las aman. El Señor ha hecho maravillas memorables, es piadoso y
clemente; Él da alimento a sus fieles, recordando siempre su alianza. Envió
la redención a su pueblo, ratificó para siempre su alianza; su nombre es
sagrado y temible; la alabanza del Señor dura por siempre».
Años pares
–1 Samuel 16,1-13: David es ungido y la
acción del Espíritu le invade. Dios muestra su benevolencia hacia David y
su pueblo. Los planes de Dios no son los de los hombres (Is 55,8), y así lo
comprueba Samuel, que se ve obligado a rechazar uno a uno todos los
hermanos mayores de David. El cumplimiento de la voluntad del Señor es
siempre la guía más segura para el cristiano. Esta voluntad de Dios, que se
va manifestando a lo largo de la vida, puede ser acogida con resignación,
con generosidad o con pleno abandono en Él, que es lo más perfecto.
«Cualquier cosa que te suceda recíbela como un bien, consciente de que nada
pasa sin que Dios lo haya dispuesto» (Carta llamada de Bernabé 9). Y San
Agustín: «El Señor conoce mejor que el hombre lo que le conviene en cada
momento» (Carta 138).–Cantamos la elección y unción de David con el Salmo
88. En lo más pequeño se ha revelado el poder del Señor. Así se ve más
claro que es Dios el que da la fuerza, el valor y la victoria a los que
siguen plenamente su voluntad:«He ceñido la corona a un héroe, he levantado
a un soldado sobre el pueblo. Encontré a David, mi siervo, y lo he ungido
con óleo sagrado; para que mi mano esté siempre con él, y mi brazo lo haga
valeroso. Él me invocará: “Tú eres mi Padre, mi Dios, mi Roca salvadora”, y
yo lo nombraré mi primogénito, excelso entre los reyes de la tierra».Como
es obvio, David es figura de Cristo, y lo que dice el Señor de aquél lo dice más plenamente de Cristo, Rey del
universo. Él es el cumplidor exacto de la voluntad del Padre, como lo
confesó varias veces: «mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y
acabar su obra» (Jn 4,34). El camino que Él nos señaló es el cumplimiento
de la voluntad divina: oír la palabra de Dios y practicarla. Es ahí donde
se demuestra realmente el amor a Dios, y donde se expresa de verdad nuestro
grado de unión con El: «no el que dice: “Señor, Señor”..., sino el que hace
la voluntad de mi Padre» (Mt 7,21).–Marcos 2,23-28: El sábado se hizo para
el hombre, y no el hombre para el sábado. La salvación, tema central del
mensaje de Jesús, no es cuestión de antiguas observancias legales, sino de
relación personal con Dios, que sólo es posible por el camino del amor.
Cristo, como Hijo de Dios, es «Señor del sábado». A la nueva alianza entre
Dios e Israel ha sucedido una alianza nueva entre Dios y la humanidad. Esta
alianza, nueva, perfecta y definitiva, está fundada en Cristo Jesús.
Comenta San Ambrosio:«No sólo por la ternura de sus palabras y por el
ejemplo de su actos, el Señor Jesús comenzó a despojar al hombre de la
observancia de la ley antigua y a revestirlo del nuevo vestido de la
gracia. Así lo conduce ya en día de sábado por los sembrados, es decir, lo
aplica a obras fructuosas. ¿Qué quiere decir sábado, mies, espigas? No se
trata de un misterio sin importancia. El campo es todo el mundo presente;
la mies del campo es, por la semilla del género humano, la cosecha
abundante de los santos; las espigas del campo son los frutos de la
Iglesia, que los apóstoles remueven por su actividad, nutriéndose y
alimentándose de nuestros progresos.«Se levantaba ya la mies, fecunda de
virtudes, con muchas espigas, a las cuales son comparados los frutos de
nuestros méritos; pues, como a ellas, el mal tiempo los deteriora, o los
quema el sol, o los humedecen las lluvias, o los destrozan las tempestades,
o bien los segadores los amontonan en los depósitos de los graneros
dichosos.«La tierra ha recibido ya la palabra de Dios, y sembrada con la
semilla celestial, ha producido en el campo ubérrimo una mies abundante.
Los discípulos tenían hambre de la salvación de los hombres, y [arrancando
espigas] parecían extraer el alimento de las almas y atraer a la luz de la
fe por los prodigios deslumbrantes que realizaban. Pero los judíos pensaban
que “eso no estaba permitido en sábado”. Cristo, sin embargo, por un nuevo
beneficio de su gracia, subraya la ociosidad de la ley y la acción de la
gracia» (Comentario al Evangelio de San Lucas 5, 28-29).
MIÉRCOLES
Años impares
–Hebreos 7,1-3.15-17: Tú eres sacerdote
para siempre según el rito de Melquisedec. Quedan perfilados los rasgos del
sacerdocio de Cristo: será el suyo un sacerdocio totalmente nuevo, cuya
imagen puede ser la figura misteriosa de Melquisedec. De éste no se conoció
su ascendencia ni su descendencia (Gen 14,17-20). Por eso es tipo del
sacerdocio eterno de Cristo. Era rey de Salén, esto es, rey de paz. Abrahán
lo considera superior.Todo esto es propio de Cristo. Por Él, que es nuestro
Mediador, nuestro Sumo y Eterno Sacerdote, la Iglesia puede ofrecer y
ofrece al Padre una acción de gracias, una eucaristía, perfecta y digna de
Él. En la maravilla sagrada de la Eucaristía se actualiza sacramentalmente
el sacrificio único de Cristo. Oigamos a San León Magno:«Está presente el
Señor Jesucristo en medio de los creyentes. Por eso nuestra confianza no es
temeraria, sino fiel. Pues, aunque Él está sentado a la derecha de Dios
Padre, hasta que ponga a todos sus enemigos por escabel de su pies (Sal
109,1), sin embargo, no falta nunca el Sumo Pontífice de la asamblea de sus
pontífices, y con razón se le canta por boca de toda la Iglesia y de todos
los sacerdotes: “Tú eres sacerdote para siempre según el orden de
Melquisedec”.«Él mismo es Aquel cuya figura presignificaba el pontífice
Melquisedec, que no ofrecía las oblaciones judaicas, sino que inmoló el
sacrificio de aquel sacramento que nuestro Redentor consagró en su Cuerpo y
en su Sangre. Él mismo es aquel cuyo sacerdocio no había de pasar con el
tiempo de la ley, como pasó el establecido según el orden de Aarón, sino
que fue instituido con la firmeza de un juramento indisoluble, que había de
celebrarse perennemente según el orden de Melquisedec. Pues, así como entre
los hombres el juramento que se presenta con estas fórmulas queda
sancionado como pacto perpetuo, así también la declaración del juramento
divino, que se encuentra en estas promesas, fijadas en decretos
inconmovibles. Y puesto que el arrepentimiento indica el cambio de voluntad,
Dios no se arrepiente en aquel en que, según el beneplácito eterno, no
puede querer otra cosa distinta de lo que quiso...«Honramos, pues, el día
en que fuimos consagrado obispo, ya que piadosa y verdaderamente confesamos
que, en todas las cosas que hacemos rectamente, Cristo es quien realiza la
obra de nuestro ministerio» (Sermón 5, 3-4).–Volvemos a cantar el
sacerdocio de Cristo con el Salmo 109: «“Tú eres sacerdote eterno, según el
rito de Melquisedec”. Oráculo del Señor a mi Señor: “siéntate a mi derecha
y haré de tus enemigos estrado de tus pies”... El Señor lo ha jurado y no
se arrepiente: “Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec”».El
sacrificio de la Misa es una reactualización sacramental del sacrificio
redentor del Calvario. Jesús en él se da a Sí mismo y se entrega sin
límites a los hombres, como Sacerdote y Víctima. Toda su vida ha sido una
donación continuada. Él «vino para dar su vida» (Mt, 20,28), y en la hora
suprema consumó su donación en el sacrificio de la Cruz.
Años pares
–1 Samuel 17,32-33.37.40-51: David
venció al filisteo Goliat. Comenta San Agustín:«El enemigo te da la muerte
con tu misma espada; con tus mismas armas te vence y te asesina. Acepta el
precepto, sabiendo que no es un arma con la que el enemigo te da muerte,
sino con la que tú se la das a tu enemigo. Pero no presumas de tus fuerzas.
Contempla al joven David contra Goliat: contempla al pequeño contra el
grande; pequeño pero presumiendo del nombre de Dios: “Tú con escudo y
lanza; yo en nombre del Señor omnipotente”. Así, así y no de otra manera
has de luchar; no hay otra manera de derrotar al enemigo. Quien presume de
sus fuerzas, antes de la lucha ya está derrotado» (Sermón 153,11).–David es
pequeño e insignificante, pero va hacia el enemigo «en el nombre del Señor
de los ejércitos». Dios que es Roca, Alcázar, Baluarte, Escudo y Refugio,
es el único que da la victoria. Esto se cumple siempre, pero más en el
Reino de Cristo, en la Iglesia. Los que confían en el Señor alcanzan la
salvación. Pasan los perseguidores, pasan los herejes, pasan los que niegan
a Cristo, pero Él sigue reinando y reinará siempre, y con Él también su
Iglesia. Lo proclamamos con el Salmo 143:«Bendito el Señor, mi Roca, que
adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea. Mi Bienhechor,
mi Alcázar, Baluarte donde me pongo a salvo, mi Escudo y mi Refugio, que me
somete los pueblos. Dios mío, te cantaré un cántico nuevo, tocaré para Ti
el arpa de diez cuerdas; para Ti, que das la victoria a los reyes y salvas
a David, tu siervo. Defiéndeme de la espada cruel».–Marcos 3,1-6: ¿Está
permitido en sábado salvar a un hombre o dejarlo perecer? Sigue el problema
de la legislación mosaica ante el mensaje de Cristo, que viene a salvar a
todos los hombres. Los contemporáneos de Jesús no quieren recibir la
verdad, no aceptan el verdadero sentido de la ley, no reconocen la hora del
amor supremo que Cristo viene a instaurar. No entienden que Jesucristo, con
su doctrina y con su conducta, aunque aparentemente rompe el orden
religioso de Moisés, «no viene a abrogar la Ley, sino a consumarla» en el
amor (Mt 5,17). Es ésta una de las características más auténticas de la
vida cristiana. Dice San Bernardo:«El amor basta por sí solo, satisface por
sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él
mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún
provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo para
amar. Gran cosa es el amor, con tal que se recurra a su principio y origen,
con tal que vuelva siempre a su fuente y sea una misma emanación de sí
mismo» (Sermón 83). San Agustín
decía: «cuanto más amo, me siento todavía más deudor» (Carta 192).
JUEVES
Años impares
–Hebreos 7,25–8,6: Cristo, ofreciéndose
a sí mismo, ofreció su sacrificio de una vez para siempre. En clara
distinción respecto del sacerdocio del Antiguo Testamento, Jesús, único y
eterno Sacerdote, que vive por siempre junto al Padre para interceder en
favor de nosotros, ofreció un sacrificio único, la ofrenda que hizo de sí
mismo en el Calvario. San Fulgencio de Ruspe dice muy bellamente:«Él es
quien en Sí mismo hace lo que era necesario para que se efectuara nuestra
redención. Es decir, Él mismo es el sacerdote y el sacrificio; es Dios y
templo; es el sacerdote por cuyo medio nos reconciliamos y el Dios con
quien nos hemos reconciliado. Ten, pues, por absolutamente seguro y no
dudes en modo alguno, que el mismo Dios unigénito, Verbo hecho carne, se
ofreció por nosotros a Dios en olor de suavidad, como sacrificio y hostia.
«El mismo, en cuyo honor, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, los
patriarcas, profetas y sacerdotes ofrecían en tiempos del Antiguo
Testamento sacrificio de animales; Él mismo es aquél a quien ahora, en el
tiempo del Nuevo Testamento, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo,
con quienes comparte la misma y única divinidad, la santa Iglesia católica
no deja nunca de ofrecer por todo el universo de la tierra, como sacrificio
del pan y del vino, con fe y caridad» (De fide ad Petrum 22).–Como en días
anteriores, también hoy empleamos el Salmo 109: Oh Cristo, «tú eres
sacerdote eterno, según el orden de Melquisedec».
Años pares
–1 Samuel 18,6-9; 19,1-7: Mi padre,
Saúl, te busca para matarte. Saúl siente envidia del éxito logrado por
David entre el pueblo. Pero Jonatán, su hijo, que es amigo íntimo de David,
le previene del peligro. Sobre la amistad nos ofrece el Beato Elredo estas
palabras:«Esta es la verdadera, perfecta, la estable y constante amistad:
la que no se deja corromper por la envidia; la que no se enfría por las
sospechas; la que no se disuelve por la ambición; la que, puesta a prueba,
no cede; la que a pesar de tantos golpes, no cae; la que batida por tantas
injurias, se muestra inflexible» (Tratado sobre la amistad espiritual 3).Y
San León Magno:«Amándonos Dios, nos restituye a su imagen. Y para que halle
en nosotros la imagen de su bondad, nos concede que podamos hacer lo que Él
hace, iluminando nuestras inteligencias e inflamando nuestros corazones, a
fin de que no solamente le amemos a Él, sino también a cuanto Él ama. Si
entre los hombres se da una firme amistad cuando los ha unido la semejanza
de costumbres (aunque sucede muchas veces que la conformidad de costumbres
y deseos conduce a malos afectos), ¡cuánto más debemos desear y esforzarnos
por conformarnos con aquellas cosas que Dios ama!» (Sermón 12, 1 sobre el
ayuno del mes de diciembre).–Por muy grande que sea la persecución y por
mucho que aumenten las dificultades, el alma piadosa confía siempre en
Dios. Confesamos, por eso, con el Salmo 55: «En Dios confío y no temo.
Misericordia, Dios mío, que me hostigan, me atacan y me cercan todo el día;
todo el día me hostigan mis enemigos, me atacan en masa. Anota en tu libro
mi vida errante, recoge mis lágrimas en tu odre, Dios mío... En Dios, cuya
promesa alabo, en Dios confío y no temo. ¿Qué podrá hacerme un hombre? Te
debo, Dios mío, los votos que hice; los cumpliré con acción de gracias».Esa
confianza inalterable, aún en medio de las mayores angustias, se fundamenta
en la amistad del alma con Dios. Así dice San Gregorio Magno:«¡Qué grande
es la misericordia de nuestro Creador! Ni siquiera somos siervos dignos
suyos, y nos llama amigos. ¡Qué grande es la dignidad del hombre al ser
amigo de Dios! » (Homilía 27 sobre los Evangelios).–Marcos 3,7-12: Los
espíritus inmundos gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Aquellos espíritus,
reconociendo su derrota, manifestaban el poder salvífico de Jesucristo.
¿Reconocen ese poder cuando nos tientan a nosotros? ¿Por qué permite Dios
nuestras tentaciones? Porque nos son útiles. Oigamos a San Juan
Crisóstomo:Permite Dios que seas tentado, «primero, para que te des cuenta
de que ahora eres ya más fuerte. Luego, para que tengas moderación y
humildad y no te engrías por los dones recibidos, pues las tentaciones
pueden muy bien reprimir tu orgullo. Además de eso, la malicia del demonio,
que acaso duda de si realmente le has abandonado, por las pruebas de las
tentaciones puede tener certidumbre plena que te has apartado de él
definitivamente. Hay un cuarto motivo: las tentaciones te hacen más fuerte
que el hierro mejor templado. Y un quinto: te hacen comprobar mejor lo
preciosos que son los tesoros que se te han confiado, porque si no viera el
demonio que estás ahora constituido en más alto honor, no te hubiera
atacado» (Homilía 13 sobre San Mateo).El Pastor de Hermas dice que«el
diablo no puede dominar a los siervos de Dios que de todo corazón confían
en El. Puede, sí, combatirlos, pero no derrotarlos» (Hermas 2).Nosotros no
confiemos en sus halagos y fascinaciones. A veces «el mismo Satanás se
disfraza de ángel de luz» (2 Cor 11,14).
VIERNES
Años impares
–Hebreos 8,6-13: Cristo es Mediador de
una alianza mejor. El tema de la alianza es central en la Carta a los
Hebreos. Allí se encuentra esa palabra más veces que en los demás libros
del Nuevo Testamento. La comparación entre las dos alianzas, la Antigua,
dada a Moisés y grabada en piedra, y la Nueva, dada por Cristo y grabada en
la inteligencia y en el corazón de los fieles por el Espíritu Santo,
desarrolla el texto de Jeremías (Jer 31,31-34), donde el profeta anuncia la
alianza interior de Yavé con su pueblo. Orígenes comenta:«Todos los que
hemos recibido la palabra del Señor somos “linaje escogido, sacerdocio
real, nación santa, pueblo adquirido” (1 Pe 2, 9). Si, pues, alguno de
nosotros, que hemos sido constituidos en el orden de la estirpe real, ha
sido llevado por el diablo cautivo, sin duda ha sido trasladado del cortejo
real a Babilonia y hace alianza con Nabucodonosor porque despreció la
alianza con Dios.«Es imposible que el hombre viva sin una u otra alianza.
Si mantienes en ti el testamento de Dios, Nabucodonosor no puede hacer
alianza contigo. Y si rechazaste el testamento de Dios, por la
prevaricación de sus mandatos, has hecho pacto con Nabucodonosor. Pues está
escrito: “hizo con él un pacto” (Ez 17,13), y “se vistió como un traje la
maldición” (Sal 108,18)» (Homilía 12,17 sobre Ezequiel).–Lo que fue promesa
se ha hecho ahora realidad en Jesucristo, y lo que fue anuncio de la
constante misericordia de Dios se ha manifestado plenamente en Cristo con
el carácter de lo definitivo. Él es al mismo tiempo misericordia y
fidelidad. Celebramos orantes ese misterio de gracia con el Salmo
84:«Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación. La salvación
está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra... La
justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra y la justicia
mira desde el cielo».
Años pares
–1 Samuel 24 3-21: No extenderé la mano
contra él, porque es el ungido del Señor. Saúl persigue a muerte a David. Y
cuando éste lo encuentra solo y lo tiene a su merced, sin embargo, no
levanta la mano contra él por respeto al ungido del Señor. No se venga.
Saúl conoce por esto y por otros signos que David es el elegido del Señor,
pero no por eso cambia hacia él sus sentimientos. Pueden más en él la
envidia y la soberbia. El perdón otorgado por David a su mayor enemigo es
un ejemplo perfecto. Pudo vengarse y no lo hizo, guardado del mal por temor
de Dios. También San León Magno exhorta al perdón:«Amadísimos, acordándonos
de nuestras debilidades, que nos han hecho caer en toda clase de faltas,
guardémonos de descuidar este remedio primordial [del perdón] y este medio
tan eficaz en la curación de nuestras heridas. Perdonemos, para que se nos
perdone; concedamos la gracia que nosotros pedimos. No busquemos la
venganza, ya que nosotros mismos suplicamos que se nos perdone. No nos
hagamos el sordo a los gemidos de los pobres; otorguemos con diligente
benignidad la misericordia a los indigentes, para que podamos encontrar
también nosotros misericordia el día del juicio» (Sermón 39,6).–El ejemplo
de David, acosado y salvado, nos mueve a elevar a Dios un canto de
confianza con el Salmo 55. La fuerza protectora de Dios es más poderosa que
la acción de los enemigos: «En Dios confío y no temo. Misericordia, Dios
mío, que me hostigan, me atacan y me acosan todo el día; todo el día me
hostigan mis enemigos, me atacan en masa. Anota en tu libro mi vida
errante, recoge mis lágrimas en tu odre. Que retrocedan mis enemigos cuando
te invoco y así sabré que eres mi Dios. En Dios, cuya promesa alabo, en el
Señor, cuya promesa alabo, en Dios confío y no temo; ¿qué podrá hacerme un
hombre? Te debo, Dios mío, los votos que hice; los cumpliré con acción de
gracias».–Marcos 3,13-19: Llamó a los que quiso y los hizo sus compañeros.
Jesús elige a sus apóstoles para que estén siempre con Él y para enviarlos
a predicar. No es posible ser apóstol de Cristo si no se está unido
íntimamente a Él. Difícilmente se podrá misionar si no estamos llenos de
Cristo por la oración. San Agustín insiste en ello con frecuencia:«Antes de
permitir a la lengua que hable, el apóstol debe elevar a Dios su alma
sedienta, con el fin de dar lo que hubiese bebido y esparcir aquello de que
le haya llenado» (Doctrina Cristiana 1,4). El cristiano, «para que aprenda
a amar a su prójimo como a sí mismo, debe antes amar a Dios como a sí
mismo» (Comentario al Salmo 118).Y San Ambrosio:«Recibe a Cristo para que
puedas hablar a los demás. Acoge en ti el agua de Cristo... Llena, pues, de
esta agua tu interior, para que la tierra de tu corazón quede humedecida y
regada por sus propias fuentes» (Carta 2,1-2).En fin, San Gregorio:«San
Juan Bautista escuchaba en su interior la voz de la Verdad para manifestar
al exterior lo que oía» (Homilía 20 sobre los Evangelios).Ésta ha sido la
doctrina constante de la Iglesia: de la unión vital con Cristo depende la
fecundidad de todo apostolado. Si no «estamos con Él», no podemos ser
«enviados a predicar».
SÁBADO
Años impares
–Hebreos 9,2-3.11-14: Entró una vez
para siempre en el Santuario con su sangre. Gran diferencia entre el
sacerdocio de Cristo y el sacerdocio de Aarón: no hay en la Cruz sangre de
cabritos, sino la suya; no se ofrece muchas veces el sacrificio, sino una
sola vez. Es la eficacia infinita del sacerdocio y sacrificio de Cristo.
Comenta San León Magno:«Oh admirable poder de la Cruz... En ella está el
tribunal del Señor, el juicio del mundo, el poder del Crucificado. En ella
“atrajiste a todos hacia Ti”, Señor, a fin de que el culto de todas las
naciones del orbe, celebrara, mediante un sacrificio pleno y manifiesto, lo
que se realizaba en el Templo de Judea como sombra y figura. Ahora, en
efecto, es más ilustre el orden de los levitas, más alta la dignidad de los
ancianos, más sagrada la unción de los sacerdotes; porque tu Cruz es la
fuente de toda bendición, el origen de toda gracia. Por ella, los creyentes
reciben de la debilidad la fuerza, del oprobio la gloria y de la muerte la
vida» (Sermón octavo sobre la Pasión 4).–La lectura anterior nos mueve a
cantar con el Salmo 46 la exaltación de Cristo en la Cruz. Es el Misterio
Pascual: Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión del Señor a los cielos.
Jesús se anonadó y Dios lo exaltó: «Dios asciende entre aclamaciones, al
son de trompetas... Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con grito
de júbilo; porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la
tierra..., porque el Señor es el Rey del mundo: tocad con maestría. Dios
reina sobre las naciones. Dios se sienta en su trono sagrado».
Años pares
–2 Samuel 1,1-4.11-12.19.23-27: Lealtad
de David ante la muerte de Saúl y Jonatán. Emotiva y bella elegía de David:
«¡cómo cayeron los valientes!»... Saúl es y sigue siendo el ungido del
Señor, y es gravemente escandaloso que un hombre elegido por Dios tenga
semejante destino. Serán necesarios todavía muchos siglos antes de que la
humanidad aprenda a unir en Jesucristo unción divina y muerte escandalosa.
Pero, en realidad la muerte de Jesús no es vergonzosa, sino sublime. Reina
Cristo desde la Cruz. Destruye en ella el pecado y la muerte. San Teodoro
Estudita escribe:«La Cruz es el madero al cual subió Cristo, como un Rey a
su carro de combate, para desde allí, vencer al demonio, que ostentaba el
poder de la muerte, y librar al género humano de la esclavitud del tirano»
(Sobre la Cruz).–Israel entendió siempre sus desgracias como castigo de
Dios por sus infidelidades. La voz de los elegidos se alza entonces en un
grito de socorro. El mismo pueblo, aunque humillado y castigado, continúa
siendo el pueblo de Dios. La misericordia de Dios prevalecerá sobre la
miseria de su pueblo, y lo sacará de la desgracia. Su misericordia y
fidelidad son eternas, como lo cantamos en el Salmo 79:«Que brille tu
rostro, Señor, y nos salve. Pastor de Israel, escucha; Tú que guías a José
como a un rebaño; Tú que te sientas sobre querubines, resplandece, ante
Efraín, Benjamín y Manasés. Despierta tu poder y ven a salvarnos. Señor,
Dios de los Ejércitos ¿hasta cuándo estarás airado mientras tu pueblo te
suplica? Le diste a comer llanto, a beber lágrimas a tragos: nos entregaste
a las contiendas de nuestros vecinos, nuestros enemigos se burlan de
nosotros».Así oraba Israel. Pero nosotros sabemos que Cristo vence y que
con Él venceremos también nosotros en todos nuestros peligros.–Marcos
3,20-21: Su familia decía que no estaba en sus cabales. Un grupo de
familiares de Jesús sale a su encuentro, porque corría la voz de que estaba
loco. Esa misma calumnia vuelve a ser aludida en ese mismo Evangelio. Oigamos
a San Gregorio Magno:«Un sector del pueblo enjuicia peyorativamente la obra
y el mensaje de Cristo. Al no aceptar con sencillez su excelsa doctrina lo
juzgan como a un iluso. Hasta allí llegó la humillación del Salvador, que
se agrandará en la hora de la Pasión y Muerte. Hemos de aprender de la
entereza de Cristo al sufrir tan gran difamación y calumnia.«¿Qué importa
que los hombres nos deshonren, si nuestra conciencia nos defiende? Sin
embargo, de la misma manera que no debemos excitar intencionadamente las
lenguas de los que injurian para que no perezcan, debemos sufrir con ánimo
tranquilo las movidas por su propia malicia, para que crezca nuestro
mérito. Por eso se dice: “gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es muy
grande en los cielos” (Mt 5,12)» (Sermones sobre el Evangelio 17).
SEMANA 3ª
DOMINGO
Entrada: «Cantad al Señor un cántico
nuevo, cantad al Señor toda la tierra. Honor y majestad le preceden, fuerza
y esplendor están en su templo» (Sal 96,1.6).Colecta (del Misal anterior, y
antes del Gregoriano): «Dios todopoderoso y eterno, ayúdanos a llevar una
vida según tu voluntad, para que podamos dar en abundancia frutos de buenas
obras en nombre de tu Hijo predilecto». Ofertorio (Veronense): «Señor,
recibe con bondad nuestros dones, y haz que lleguen a ser para nosotros
dones de salvación». Comunión cantamos: «Contemplad al Señor y quedaréis
radiantes, vuestro rostro no se avergonzará» (Sal 33,6). O bien: «Yo soy la
luz del mundo el que me sigue no camina vida» (Jn 8,12).Postcomunión (del
Misal anterior, y antes del Gelasiano): «Dios todopoderoso, que cuantos
hemos alcanzado tu gracia vivificadora, nos alegremos siempre de este don
admirable que nos haces».
CICLO A
Nuestro Salvador comienza a evangelizar
precisamente en Galilea, región menospreciada desde Judea y tenida por
escasamente religiosa.–Isaías 9,1-4: En la Galilea de los Gentiles el
pueblo vio una luz grande. Isaías proclama la condición mesiánica del
Emmanuel, como Luz divina destinada a disipar las tinieblas de la vida humana.
El tema de la luz es de gran importancia en la Sagrada Escritura. Aquí el
tema de la luz anuncia la liberación ya próxima de las provincias caídas en
manos de los asirios. Se trata de una liberación vinculada a la persona del
futuro Rey, que no es otro que el Mesías.La luz, elemento esencial de la
felicidad futura, significa a la vez salvación, liberación de la opresión y
del pecado, participación en la gloria del personaje mesiánico. Como
veremos en la lectura evangélica, esa profecía la ve cumplida San Mateo
cuando comienza la predicación de Jesucristo en Galilea.–Con razón, pues,
cantamos con el Salmo 26: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién
temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Una cosa
pido al Señor, eso buscaré: habitar en la Casa del Señor por todos los días
de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo. Espero
gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé
valiente, espera en el Señor».–1 Corintios 1,10-13.17: Poneos de acuerdo y
no andéis divididos. Jesús sigue siendo en la Iglesia la única luz
verdadera que ilumina y salva. Los valores humanos pueden deslumbrar las
conciencias, con el riesgo de oscurecer en ellas la primacía absoluta de
Cristo, la necesidad del Salvador. El gran principio que surge de esta
lectura paulina es el hecho de la unidad de los cristianos en la única fe
en Cristo, ya que los ministros del Evangelio no son más que instrumentos
de una única salvación, realizada por Jesucristo. San Gregorio de Nisa dice
que«si tenemos en cuenta que Cristo es nuestra santificación (1 Cor 1,30),
nos abstendremos de toda obra y pensamiento malo e impuro, con lo cual
demostraremos que llevamos con sinceridad su mismo nombre, mostrando la
eficacia de esta santificación, no con palabras, sino con los actos de
nuestra vida» (Tratado sobre el perfecto modelo cristiano).–Mateo 4,12-23:
Vino a Cafarnaún para que se cumpliera lo que había dicho el profeta
Isaías. Al Corazón redentor de Cristo se llega mediante una conversión que
nos disponga a ser iluminados por Él, y que nos permita seguirle con
fidelidad de discípulos. Y no debe maravillarnos que la luz del Salvador
llegue a veces a hombres que están muy lejos de Él. Así dice San Juan
Crisóstomo:«“El pueblo sentado en las tinieblas vio una luz grande”.
Tinieblas llama aquí el profeta no a las tinieblas sensibles, sino al error
y a la impiedad. De aquí que añade: “A los sentados en la región y sombras
de la muerte una luz les ha salido”. Para que os dierais cuenta de que ni la
luz ni las tinieblas son aquí las tinieblas y la luz sensibles, hablando de
luz, no la llamó así simplemente, sino “luz grande”, la misma que en otra
parte llama la Escritura “luz verdadera” (Jn 1,9); y, explicando las
tinieblas, les dio el nombre de “sombras de muerte”.«Luego, para hacer ver
que no fueron ellos quienes, por haberle buscado, encontraron a Dios, sino
que fue éste quien del cielo se les apareció, dice: “una luz salió para
ellos”, es decir, la luz misma salió y brilló para ellos, no que ellos
corrieran primero hacia la luz. Y ésta es la verdad, pues antes de la
venida de Cristo, la situación del género humano era extrema. Porque no
solamente caminaban los hombres en tinieblas, sino que estaban “sentados”
en ellas, que es señal de no tener ni esperanza de salir de ellas. Como si
no supieran por dónde tenían que andar, envueltos por las tinieblas, se
habían sentado en ellas, pues ya no tenían fuerza ni para mantenerse en
pie» (Homilía sobre San Mateo 14,1).
CICLO B
El llamamiento a la salvación,
garantizado por la presencia de Jesús Redentor en medio de los hombres, no
puede ser acogido sin un profundo cambio personal y colectivo. No podemos
alcanzar la salvación sin un cambio radical de nuestra vida. El Hijo de
Dios se ha hecho hombre para hacer de los hombres hijos de Dios. Pero
quiere una opción personal por parte de los hombres. Él no coacciona. Nos
deja en el uso pleno de nuestra libertad, que ha de ejercitarse hacia el
bien y no degenerar en el libertinaje. Se requiere una decisión vital, un
compromiso profundo de fidelidad al Corazón de Cristo Redentor, que cambia
toda nuestra vida interior y externamente. El encuentro con el Salvador ha
de producir en nosotros una «conversión», un cambio de vida, de mentalidad
y de costumbres.–Jonás 3,1-5.10: Los ninivitas se convirtieron de su vida.
El libro profético de Jonás constituye todo él una parábola reveladora. En
él se manifiesta claramente la voluntad de Dios, que quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Oigamos a San
Ireneo:«Dios toleró con paciencia que Jonás fuese engullido por el cetáceo,
no para que fuese absorbido y destruido definitivamente, sino para que, una
vez arrojado de nuevo, fuera más sumiso a Dios y diese mayor gloria a aquél
que le había otorgado una salvación tan inesperada, induciendo a los
ninivitas a una firme penitencia y convirtiéndolos al Señor, que los había
de librar de la muerte, con el estupor que les causó aquel milagro de
Jonás. Porque así dice de ellos la Escritura: “todos se retractaron de sus
malos caminos y de la injusticia de sus manos, diciendo: ¿quién sabe si
Dios se arrepentirá y apartará de nosotros su ira, y así no
pereceremos?”.«De manera semejante, Dios toleró pacientemente en los
comienzos que el hombre fuese engullido por aquel gran cetáceo, que era el
autor de la prevaricación, no para que fuese absorbido y pereciese
definitivamente, sino estableciendo y preparando de antemano un medio de
salvación, que fue llevado a la práctica por el Verbo mediante “el signo de
Jonás” (Lc 11,29-30), para aquellos que tienen con respecto al Señor los
mismos sentimientos que Jonás, confesándolo con sus mismas palabras:
“siervo del Señor soy yo, y adoro al Dios Señor del cielo, que hizo el mar
y la tierra” (Jon 1,9).«De esta forma, el hombre, recibiendo de Dios una
salvación inesperada, resucita de entre los muertos y glorifica a Dios y
pronuncia las palabras proféticas de Jonás: “Grité al Señor mi Dios en mi
tribulación y me oyó desde el seno del infierno” (Jon 2,2). Así el hombre
permanece para siempre glorificando a Dios y le da gracias sin interrupción
por la salvación que obtuvo de Él» (Contra las herejías III,19,3ss).–Con el
Salmo 24 pedimos al Señor que nos instruya en sus sendas, para que
caminemos con lealtad. La ternura y la misericordia del Señor son eternas.
Él es bueno y recto y enseña su camino a los pecadores. Él hace caminar a
los humildes con rectitud.–1 Corintios 7,29-31: La apariencia de este mundo
se termina. Para el verdadero creyente, la brevedad de la vida temporal no
significa sino la oportunidad de aceptar la gracia y llegar a esa salvación
próxima y definitiva que Cristo Jesús nos ofrece. Esa esperanza viva de los
bienes eternos inminentes es lo que permite a los fieles actuar con total
libertad de espíritu, y no como esclavos de las cosas temporales. Es
verdad, sin embargo, que en el camino de la vida presente hay muchos
enemigos y tentaciones. Escribe Casiano:«Que estos enemigos se oponen a
nuestro progreso lo decimos solamente en cuanto nos mueven al mal, no porque
creamos que nos determinen efectivamente a él. Por lo demás, ningún hombre
podría en absoluto evitar cualquier pecado, si esos enemigos tuvieran tanto
poder para vencernos, como lo tienen para tentarnos. Si, por una parte, es
verdad que tienen el poder para incitarnos al mal, por otra, es también
cierto que se nos ha dado a nosotros la fuerza de rechazar sus sugestiones
y la libertad de no consentir en ellas.«Y si su poder y su ataques
engendran en nosotros el temor, no perdamos de vista que contamos con la
protección y la ayuda del Señor. Su gracia combate a nuestro favor con un
poder incomparablemente superior al de toda esa multitud de adversarios que
nos acosan. Dios no se limita únicamente a inspirarnos el bien, sino que
nos impulsa a cumplirlo... Es, pues, un hecho cierto que el demonio no
puede reducir a nadie, si no es a aquél que libremente le presta el
consentimiento de su voluntad» (Colaciones 7,8).–Marcos 1,14-20: Convertíos
y creed la Buena Noticia. El camino de salvación, que el Evangelio nos
ofrece, exige una sincera renuncia personal a nuestra anterior vida tarada
o pagana, para seguir fielmente a Cristo Salvador. La conversión evangélica
es la apertura decidida del corazón del hombre al Corazón de Jesucristo.
San Clemente Romano escribe:«Fijémonos atentamente en la sangre de Cristo,
y démonos cuenta de cuán valiosa es a los ojos de Dios y Padre suyo, ya que
derramada por nuestra salvación, ofreció a todo el mundo la gracia de la
conversión.«Recorramos todas las etapas de la historia, y veremos cómo en
cualquier época el Señor ha concedido oportunidad de arrepentimiento a
todos los que han querido convertirse a El. Noé predicó la penitencia, y
los que le hicieron caso se salvaron. Jonás anunció la destrucción a los
ninivitas, pero ellos, haciendo penitencia de sus pecados, aplacaron la ira
de Dios con sus plegarias y alcanzaron la salvación, a pesar de que no
pertenecían al pueblo de Dios.«Los ministros de la gracia divina,
inspirados por el Espíritu Santo, hablaron acerca de la conversión. El
mismo Señor de todas las cosas habló también de la conversión, avalando sus
palabras con un juramento: “por mi vida, dice el Señor, no me complazco en
la muerte del pecador, sino en que cambien de conducta” [Ez 33,11]...
Queriendo, pues, que todos los que Él ama se beneficien de la conversión,
confirmó aquella sentencia con su voluntad omnipotente.«Sometámonos, pues,
a su espléndida y gloriosa voluntad e, implorando humildemente su
misericordia y benignidad, refugiémonos en su clemencia, abandonando las obras
vanas, las riñas y las envidias, cosas que llevan a la muerte. Seamos,
pues, hermanos, humildes de espíritu; abandonemos toda soberbia y
altanería, toda insensatez [...] Recordemos las palabras del Señor Jesús
con las que enseña la equidad y la bondad» (Carta a los Corintios
VII,4–XIII,1).
CICLO C
La Iglesia, ante todo por su acción
litúrgica, renueva y verifica la presencia viva de Jesús en medio de su
pueblo. Cristo, después de treinta años de vida oculta en Nazaret, se
manifiesta públicamente para mostrar a los hombres el camino de la
salvación. Pero muchos no quisieron seguirlo; más aún le contradijeron, le
calumniaron y, al final, le dieron muerte.También a nosotros nos puede
suceder lo mismo, si no queremos secundar los preceptos del Señor y preferimos
seguir nuestros caprichos y malos deseos. La Palabra de Dios proclamada en
la liturgia nos interpela hoy, y pide nuestro asentimiento de fe y también
nuestra correspondencia a ella con una conducta recta.–Nehemías 2,
1-4.5-6.8-10: Leyeron el libro de la ley, y todo el pueblo estaba atento.
En la historia de la salvación Dios se sirvió de Esdras y de Nehemías para
reafirmar la fe y renovar la vida religiosa de su pueblo, preparándolo para
una Alianza nueva y definitiva, la perfecta Alianza de salvación y de
santidad que Cristo selló con su Sangre. San Efrén afirma:El Señor
«escondió en su Palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros
pudiera enriquecerse. La Palabra de Dios es el árbol de la vida, que te
ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus ramas, como aquella roca
que se abrió en el desierto y manó de todos sus lados una bebida
espiritual» (Comentario sobre el Diateseron 1).Y San Agustín dice:«No os
descarriéis entre la niebla, escuchad más bien la voz del Pastor. Retiraos
a los montes de las Santas Escrituras; allí encontraréis las delicias de
vuestro corazón, y nada hallaréis allí que os pueda envenenar o dañar, pues
ricos son los pastizales que allí se encuentran» (Sermón 46 sobre los
Pastores).–Con el Salmo 18 bendecimos a Dios, que con su Palabra luminosa
nos reveló los caminos que llevan a la vida eterna: «Tus palabras, Señor,
son espíritu y vida. La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor
son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a
los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los
mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos».–1
Corintios12,12-30: Vosotros sois el Cuerpo de Cristo, y cada uno es su
miembro. Llegada la plenitud de los tiempos, Cristo mismo fue el autor y el
consumador de la Nueva Alianza, santificando a su Iglesia con los dones y
gracias de su Espíritu. San Agustín ha comentado este texto paulino en sus
sermones unas diecisiete veces. Escogemos aquí un párrafo:«“Nadie sube al
cielo, sino quien bajó del cielo, el Hijo del Hombre, que está en el
cielo”. Parece que estas palabras se refieren únicamente a El, como si
ninguno de nosotros tuviese acceso a Él. Pero tales palabras se dijeron en
atención a la unidad que formamos, según la cual Él es nuestra Cabeza y
nosotros su Cuerpo.«Nadie, pues, sino Él, puesto que nosotros somos Él, en
cuanto que Él es Hijo del Hombre por nosotros y nosotros hijos de Dios por
Él. Así habla el Apóstol: “de igual manera que el Cuerpo es único y tiene
muchos miembros, y todos los miembros del Cuerpo, a pesar de ser muchos,
son un solo cuerpo, así también Cristo” (1 Cor 12,12). No dijo: “así
Cristo”, sino “así también Cristo”. A Cristo lo constituyen muchos
miembros, que son con Él un único Cuerpo» (Sermón 263,A,2).–Lucas 1,1-4:
4,14-21: Hoy se cumple esta Escritura. En la Nueva Alianza es Jesús,
personalmente, la última Palabra viva del Padre y la plenitud definitiva de
la Revelación divina para los hombres. En la sinagoga de Nazaret nos da
Jesús un solemne testimonio del valor profético de la Palabra de Dios.
Comenta San Ambrosio:«Tomó después el libro para mostrar que Él es el que
ha hablado en los profetas y atajar las blasfemias de los pérfidos, los que
enseñan que hay un Dios del Antiguo Testamento y otro del Nuevo, o bien que
Cristo comenzó a partir de la Virgen. ¿Cómo Él toma origen de la Virgen si
antes de la Virgen Él hablaba?«“El Espíritu está sobre Mí”. Descubre, pues,
aquí la Trinidad perfecta y coeterna. La Escritura nos afirma que Jesús es
Dios y hombre, perfecto en lo uno y en lo otro. Él también nos habla del
Padre y del Espíritu Santo... ¿Qué testimonio podemos encontrar más grande
que el de Él mismo, que afirma haber hablado por los profetas? El fue
ungido con un óleo espiritual y una fuerza eclesial, a fin de inundar la
pobreza de la naturaleza humana con el tesoro eterno de la resurrección,
para eliminar la cautividad del alma, para iluminar la ceguera espiritual,
para proclamar el año del Señor, que se extiende sobre los tiempos sin fin
y no conoce las jornadas de trabajo, sino que concede a los hombres frutos
y descanso continuos» (Comentario a San Lucas IV, 44-45).
LUNES
Años impares
–Hebreos 9,15,24-28: Él se ha ofrecido
una sola vez para quitar los pecados. La segunda vez se aparecerá a los que
lo esperan. La Nueva Alianza, de la que Cristo es el Mediador, es una
Alianza eterna, no sólo por ser interminable, sino porque pertenece a la
eternidad del Santuario divino. En el sacrificio de la Nueva Alianza, se
ofreció Cristo para nuestra salvación, y ahora quiere ofrecernos también a
nosotros, que somos los miembros de su Cuerpo. Así lo explica Orígenes:«Si
yo renuncio a todas las cosas que poseo y tomo mi cruz y sigo a Cristo, ofrezco
el holocausto en el altar de Dios. Si castigo mi cuerpo, de modo que esté
encendido en el fuego de la caridad, o si alcanzo la gloria del martirio,
me ofrezco a mí mismo como holocausto en el altar de Dios. Si amo a mis
hermanos hasta entregar mi vida por ellos y lucho hasta morir en aras de la
justicia y de la verdad, ofrezco un holocausto en el altar de Dios. Si
mortifico mis miembros de toda concupiscencia, y el mundo está crucificado
para mí y yo para el mundo, ofrezco un sacrificio en el altar de Dios.«Así
es como yo me hago sacerdote de mi propia ofrenda. De este modo se ejerce
el sacerdocio en la primera estancia y se ofrecen sacrificios. Desde ella,
el pontífice, revestido con los ornamentos sagrados, se adelanta y entra en
lo interior del velo, según las palabras de San Pablo citadas
anteriormente: “pues no entró Jesús en un santuario hecho de mano humana,
sino en el cielo mismo, para presentarse ahora en el acatamiento de Dios a
favor nuestro” (Heb 9,24). Así es como los cielos y el trono mismo de Dios
están prefigurados por la imagen de la estancia interior» (Homilía sobre el
Levítico 16,9).–Jesucristo resucitado, Mediador de todos los hombres,
cancelando el pecado mediante su muerte, se ha constituido en el «ahora» de
la salvación. Al librarlo por la resurrección de todo lo caduco, Dios en Él
ha hecho a todos posible vencer las ataduras del pecado y del tiempo, y
abrirse así a la última venida gloriosa del Salvador, en la que se
establecerá plenamente una salvación en la que ya estará definitivamente
ausente el pecado.Por eso cantamos jubilosos con el Salmo 97: «Cantad al
Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado
la victoria. El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su
justicia; se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa
de Israel. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro
Dios».
Años pares
–2 Samuel 5,1-7.10: Tú serás el pastor
de mi pueblo Israel. David es proclamado rey de Israel. Ya lo era de Judá.
No logró esa ampliación de su poder real sin derramamiento de sangre: Saúl,
Jonatán, Isabael... Estas muertes favorecían a David, pero él no tuvo parte
en ellas. Los planes de Dios se cumplen, no obstante las ignorancias y los
errores de los hombres. Por eso nosotros hemos de estar siempre dispuestos
a cumplir la voluntad de Dios con todo amor y confianza. San León Magno nos
asegura que la voluntad de Dios es siempre buena, y no puede dejar de
serlo:«Dios todopoderoso y clemente, cuya naturaleza es bondad, cuya
voluntad es poder, cuya acción es misericordia, desde el mismo instante en
que la malignidad del diablo nos hubo emponzoñado con el veneno mortal de
la envidia, señala ya los remedios con que su piedad se proponía socorrer a
los mortales. Esto lo hizo desde el principio del mundo...«Ha sido, pues,
amadísimos, el plan de un profundo designio, en el que un Dios, que no se
muda, y cuya voluntad no puede dejar de ser buena, ha cumplido, mediante un
misterio aún más profundo, la primera disposición de su bondad, de manera
que el hombre, arrastrado hacia el mal por la astucia y malicia del
demonio, no pereciese, trastornando el plan divino» (Sermón 22,1).Y en otra
ocasión añade: «El diablo y sus
ángeles dirigen sus insidias y se aplican a tentar de innumerables maneras
al hombre que tiende hacia las alturas, ya sea amedrentándole en lo adverso
o corrompiéndole en la prosperidad. Pero “el que está con nosotros es mayor
que el que está contra nosotros” (1 Jn 4,4). A los que están en paz con
Dios y que continuamente dicen de todo corazón a su Padre: “hágase tu
voluntad”, no podrá vencerlos ningún combate ni dañarlos ningún conflicto»
(Sermón 26,4).–David ha comenzado a actuar, y la mano del Señor está con
él. Pronto se convierte en signo de la presencia de Dios en medio de su
pueblo. Por eso, su victoria y su fuerza salvadora nos llevan a cantar con
el Salmo 88 la misericordia y la fidelidad de Dios, que ha hecho maravillas
con nosotros por la salvación realizada en Cristo, figurado siglos antes
por David:«Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán. Un día hablaste en
visión a tus amigos: “He ceñido la
corona a un héroe, he levantado a un soldado sobre el pueblo. Encontré a
David, mi siervo, y lo he ungido con óleo sagrado; para que mi mano esté
siempre con él y mi brazo lo haga valeroso... Por mi nombre crecerá su
poder: extenderé su izquierda hasta el
mar y su derecha hasta el Gran Río”».La autoridad que el Señor
confiere a ciertos hombres ha de ser siempre un servicio de amor, como San
Agustín dice:«En la casa del justo, que vive de la fe y peregrina aún lejos
de la ciudad celeste, sirven también los que mandan a aquellos a quienes
parecen dominar. Y es que no les mandan por deseo de dominio, sino por
deber de caridad; no por orgullo de reinar, sino por bondad de ayudar»
(Ciudad de Dios 19,14).–Marcos 3,22-30: El corazón endurecido, bajo el
influjo de Satanás, blasfema contra el Espíritu Santo. San Agustín explica
en que consiste esa blasfemia:«La caridad perfecta es el don del Espíritu
Santo. Pero antes de todo está el perdón de los pecados. Por este beneficio
somos sacados del poder de las tinieblas, y “el príncipe de este mundo es
arrojado fuera” por la fe, pues en los hijos de la infidelidad obra
precisamente con la fuerza que tiene por la ligadura del pecado. Y en el
poder de ese Espíritu Santo, por el que el pueblo de Dios es congregado en
la unidad, es arrojado el príncipe de este mundo, que contra sí mismo se
divide.«Pues bien, contra este don gratuito, contra esta gracia de Dios,
habla el corazón impenitente. Y esa misma impenitencia es el espíritu de
blasfemia, que no se perdona ni en este siglo ni en el futuro. Es así como
pronuncia una palabra muy mala, demasiado impía, contra el Espíritu Santo,
en el que son bautizados aquellos cuyos pecados son perdonados. La Iglesia,
en cambio, recibe ese Espíritu para que le sean perdonados los pecados a
aquel a quien ella los perdona.«Por el contrario, aunque la paciencia de
Dios llama a penitencia, el pecador, por la dureza de su corazón, por su
corazón impenitente, atesora ira para el día de la cólera y de la
revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno según sus
obras. Con este especial nombre de impenitencia podemos designar de algún
modo a la blasfemia y a la palabra contra el Espíritu Santo, que nunca será
perdonada. Es la impenitencia final. El pecador no ha querido arrepentirse»
(Sermón 71).
MARTES
Años impares
–Hebreos 10,1-10: Aquí estoy, oh Dios,
para hacer tu voluntad. Desde la Encarnación Cristo ha llevado a la práctica
estas palabras del salmista (39,7-8), en las que se anuncia que Él había de
cumplir en todo la voluntad de Dios, en lo cual consiste el sacrificio
perfecto. Así establece Jesucristo un nuevo y definitivo culto, en el que
hay ofrenda de la voluntad interna y oblación externa. Una vez más, la
Antigua Alianza aparece como figura de la Nueva. Cristo es la Víctima
perfecta por la oblación total de su naturaleza humana. San León Magno
enseña:«Para reconciliar a los hombres había de ser ofrecida una víctima
que fuera de nuestra raza, pero ajena a nuestra corrupción. Por eso, el
plan de Dios, que era borrar el pecado del mundo, había de extenderse a
todas las generaciones, a todos los siglos y a los misterios, según las
diversas épocas» (Sermón 23,3). «La sangre inocente vertida en favor de los
culpables fue, en efecto, tan poderosa para conseguir la gracia, tan rica
para pagar la deuda, que, si todos los cautivos creyesen en su Redentor,
ninguno se vería retenido por las cadenas del tirano... Digan ellos con qué
sacrificio han sido reconciliados, con qué sangre han sido redimidos...
¿Qué sacrificio fue alguna vez más sagrado que aquel que el auténtico
Pontífice realizó sobre el altar de la cruz, inmolando sobre ella su propia
carne?... Podemos, pues, gloriarnos del poder del que, en la debilidad de
nuestra carne, se ha enfrentado con un enemigo soberbio, y ha hecho
partícipe de su victoria a aquellos en cuyo cuerpo ha triunfado» (Sermón
64,3).–Oremos, pues, con Cristo las palabras del Salmo 39: «Yo esperaba con
ansia al Señor; Él se inclinó y escuchó mi grito: me puso en la boca un
cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Tú no quieres sacrificios ni
ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: “Aquí estoy”. He proclamado tu salvación ante la gran
asamblea; no he cerrado los labios, Señor, tú lo sabes. No he guardado en
el pecho tu defensa, he contado tu fidelidad y tu salvación, no he negado
tu misericordia y tu lealtad, ante la gran asamblea. Aquí estoy, Señor, para
hacer tu voluntad». Éste Salmo señala el que es también nuestro camino. Así
seguimos a Cristo en todo, para hacer en todo la voluntad del Padre.
Años pares
–2 Samuel 6,12-15.17-19: Iban llevando
los israelitas el arca del Señor entre vítores a la Ciudad de David. Por el
camino van ofreciendo muchos sacrificios. Y el mismo rey David danza ante
el arca... Si esto se hizo ante el arca, ¿qué no hemos de hacer ante la
sagrada Eucaristía?... Dice Orígenes:«Conocéis vosotros, los que soléis
asistir a los misterios divinos, cómo cuando recibís el Cuerpo del Señor lo
guardáis con toda cautela y veneración, para que no caiga ni un poco de él,
ni desaparezca algo del don consagrado. Pues os creéis reos, y rectamente
por cierto, si se pierde algo de él por negligencia» (Homilía 13 sobre el
Exodo).Lo mismo dicen también Tertuliano, San Gregorio de Nisa, San Cirilo
de Jerusalén, San Agustín y otros muchos Padres. Todos muestran gran
veneración por el Cuerpo y la Sangre del Señor, por su presencia
eucarística. ¿Y nosotros?–Con el Salmo 23 cantamos la gloriosa presencia
del Señor, que invade el Santuario. Si el arca era signo de esa presencia,
mucho más aún lo es la sagrada Eucaristía: «¿Quién es ese Rey de la gloria?
Es el Señor en persona. ¡Portones! alzad los dinteles, que se alcen las
antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria. ¿Quién es ese Rey de
la gloria? El Señor, héroe valeroso, el Señor, héroe de la guerra.
¡Portones! Alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a
entrar el Rey de la gloria. ¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, Dios
de los ejércitos: Él es el Rey de la gloria».Esta devota veneración por lo
sagrado, tan propia de Israel, hemos de tenerla nosotros, cristianos, por
todo lo sagrado, pero muy especialmente por la Eucaristía, la suprema
sacralidad cristiana, que contiene al Santo de los Santos, el mismo
Jesucristo, nuestro Señor. San Juan Crisóstomo decía:«Los ángeles rodean al
sacerdote. Todo el Santuario y el espacio que circunda al altar están
ocupados por las potencias celestes, para honrar a Aquél que está presente
en el altar» (Homilía 6 sobre el
sacerdocio).–Marcos 3,31-35: El que cumple la voluntad de Dios ése es mi
hermano y mi hermana y mi madre. Éste fue un elogio grande que Jesús hizo
de la Virgen María, pues ninguna persona humana ha cumplido la voluntad de
Dios como Ella. Su fiat fue sumamente meritorio y eficaz para la salvación
de los hombres. Dice San Bernardo:«Ya que en Su voluntad está la vida, no
podemos dudar lo más mínimo de que nada encontraremos que nos sea más útil
y provechoso que aquello que concuerda con el querer divino. Por tanto, si
en verdad queremos conservar la vida de nuestra alma, procuremos con
solicitud no desviarnos en lo más mínimo de la voluntad de Dios» (Sermón
5)Y San Agustín afirma:«El Señor conoce mejor que el hombre lo que conviene
en cada momento, lo que ha de otorgar, añadir, quitar, aumentar, disminuir,
y cuándo lo ha de hacer» (Carta 138).El abandono en Dios lleva consigo una
confianza en Él sin límites. Por él se ve a Dios, como un Padre providente,
en todos y en cada uno de los momentos de la propia existencia, también en
la cruz y en la tribulación. Eso es lo único que puede guardar siempre
nuestras vidas en una gran paz y alegría.
MIÉRCOLES
Años impares
–Hebreos 10,11-18: Cristo ha
perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados. El sacrificio
único ofrecido por Jesucristo, aceptado por el Padre, que le glorifica en
la resurrección, obtiene para los hombres el perdón de los pecados. En esto
consiste la nueva y definitiva Alianza. Nada entendemos de la Carta a los
Hebreos si no tenemos una conciencia muy profunda de la malicia del pecado,
como muerte que separa de Dios, fuente de la vida. Dice San Agustín:«Se
ofrece al Padre un sacrificio nuevo y verdadero de reconciliación, no en el
Templo, cuya dignidad ha ya terminado, ni dentro de los muros de la ciudad,
que en castigo de su crimen ha de ser destruida, sino en el exterior,
“fuera de las puertas de la ciudad” (Heb 13,12), para que, en lugar del
misterio abolido de las antiguas víctimas, fuese presentada una nueva
hostia sobre un nuevo altar, y fuese la cruz de Cristo no un altar del
templo, sino del mundo» (Sermón 59,5).Esta imagen bellísima indica bien la
universalidad del sacrificio redentor de Cristo, expresado ya en la
Escritura y muy difundido en la doctrina de los Santos Padres, desde los
Padres Apostólicos. Uno de los textos más
elocuentes en este sentido es el de Mario Victorino:«Fue asumido
todo el hombre, asumido y liberado. Y en éste fueron liberadas todas las
cosas universales, toda la carne, toda el alma, y en la cruz se quitaron y
purificaron por Dios Salvador, Palabra Universal de todos los universales»
(Contra Arrio 4). –De nuevo nos trae la liturgia de hoy el Salmo 109: «Tú
eres sacerdote según el rito de Melquisedec», que ya rezábamos en el
miércoles de la semana segunda.
Años pares
–2 Samuel 7,4-17: Consolidaré tu reino.
Es el oráculo del profeta Natán sobre el futuro Mesías. El reino del Mesías
será eterno. Cristo vino para fundar el Reino de la verdad y de la vida, el
Reino de la gracia y de la santidad, el Reino de la justicia, del amor y de
la paz. Escribe San Juan Crisóstomo: «Ya nos ha preparado el Señor para la
guerra con el recuerdo de nuestro enemigo, ya ha eliminado de nosotros toda
indolencia; ahora nos anima y nuevamente levanta nuestros pensamientos al
recordarnos al Rey bajo cuyas órdenes luchamos y al mostrarnos que Él es
más potente que todos. Porque, dice, “tuyo es el reino y el poder y la
gloria”.«Por tanto, si Suyo es el reino, a nadie hay que temer, como quiera
que nadie puede enfrentarse con Él, ni interferir en el mando. Porque
cuando se dice: “Tuyo es el reino”, ponemos de manifiesto que también el
enemigo que nos hace la guerra le está sometido, por más que aparentemente
se le enfrente, en cuanto así lo permite Dios temporalmente. Pero en
realidad, también él es uno de sus siervos, aunque de los deshonrados y
reprobados, y no se atrevería él jamás a atacar a ninguno de los que son
siervos Suyos, como él lo es, de no recibir para ello potestad de lo alto»
(Homilías sobre San Mateo 19,6).–Cantamos con el Salmo 88 la alianza de
Dios con David. La misericordia del Señor jamás le retirará su favor. Pero
esto se realiza plenamente en Cristo, y en los miembros de su Cuerpo
místico: «Le mantendré eternamente mi favor. Sellé una alianza con mi
elegido, jurando a David, mi siervo. “Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades”. Él me invocará: “Tú eres mi
Padre, mi Dios, mi Roca salvadora”. Y yo lo nombraré mi primogénito,
excelso entre los reyes de la tierra. Le mantendré eternamente mi favor; y
mi alianza con él será estable, le daré un trono duradero como el
cielo».Nuestro Señor Jesucristo es Rey, «Rey del Universo». Él dirige y
gobierna con poder su reino, la santa Iglesia, nuestra almas. Todo será
finalmente sometido a Él. Seamos fieles súbditos de este Reino, sirvamos a
nuestro Rey, vivamos para Él. Reconozcamos con gozo que Jesús es nuestro
Señor. Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera.–Marcos 4,1-20: Salió el
sembrador a sembrar. Todo cuanto se menciona en esta parábola es muy
valioso: el Sembrador, la semilla que se siembra, que es la Palabra de
Dios, y la forma y generosidad con que es acogida en el corazón humano.
Comenta San Agustín en un sermón, al comienzo de su episcopado:«Ved cómo
salió el sembrador a sembrar. Sale el sembrador y siembra sin pereza. Pero
¿cómo es que parte cae en el camino, parte en tierra pedregosa, parte entre
las espinas? Si hubiera temido a esas tierras malas, no hubiera venido
tampoco a la tierra buena. Por lo que toca a nosotros, lo único que nos
atañe es no ser camino, no ser piedras, no ser espinas, sino tierra buena,
para dar el treinta, el sesenta, el ciento, el mil por uno. Sea más, sea
menos, pero siempre demos fruto de trigo.«No seamos camino, donde el
enemigo, cual ave, arrebata la semilla pisada por los transeúntes; ni
seamos pedregal, donde la escasez de tierra hace germinar pronto lo que
luego no puede soportar el calor del sol; ni seamos espinas, que son las
ambiciones terrenas y los cuidados de una vida viciosa y disoluta. ¿Y qué
cosa peor que la preocupación por la vida no permita llegar a la Vida? ¿Qué
cosa más miserable que perder la Vida por preocuparse por la vida? ¿Hay
algo más desdichado que caer, por temor a la muerte, en la misma muerte?
«Estírpense las espinas, prepárese el campo, siémbrese la semilla, llegue
la hora de la recolección, suspírese por llegar al granero y desaparezca el
temor del fuego» (Sermón 101,3).
JUEVES
Años impares
–Hebreos 10,19-25: Llenos de fe,
mantengámonos en la esperanza que profesamos. Ayudémonos los unos en los
otros, para estimularnos a la caridad. Siguiendo la ruta trazada por
Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, acerquémonos a Dios por el camino de la
sinceridad y de la fe. San Clemente Romano nos invita a no apartarnos nunca
de esa esperanza en las promesas del Señor:«Tomemos ejemplo de los frutos:
¿Cómo y en qué forma se hace la sementera? Sale el sembrador y lanza a la
tierra cada una de las semillas, las cuales, cayendo sobre la tierra seca y
desnuda, empiezan a descomponerse; y una vez descompuestas, la magnanimidad
del Señor las hace resucitar, de suerte que cada una se multiplica en
muchas, dando así fruto...«Si así obra Dios en la naturaleza, ¿vamos a tener
por cosa extraordinaria y maravillosa que el Artífice del universo resucite
a los que le sirvieron santamente, apoyando su esperanza en una fe
auténtica?... Apoyados, pues, en esa esperanza, únanse nuestras almas a
Aquel que es fiel en sus promesas y justo en su juicios. El que nos mandó
no mentir, mucho menos será Él mismo mentiroso, ya que nada hay imposible
para Dios excepto la mentira. Reavivemos en nosotros la fe en Él, y
pensemos que todo está cerca de Él... Todo lo hará cuando quiera y como quiera,
y no hay peligro de que deje de cumplirse nada de lo que Él ha
decretado...» (1 Carta a los Corintios 24-27).–El Sacerdocio de Cristo es
en favor de nosotros, y nos posibilita la entrada en el Santuario. La senda
se inicia en el bautismo. La gracia del Salvador nos va comunicando las
cualidades requeridas para entrar en el Templo y servir en su culto. Así lo
cantamos en el Salmo 23: «Éstos son los que buscan al Señor. Del Señor es
la tierra y cuantos la llenan, el orbe y todos sus habitantes. Él la fundó
sobre los mares, Él la afianzó sobre los ríos. ¿Quién puede subir al monte
del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos
inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos. Ese recibirá la
bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Éste es el
grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob».
Años pares
–2 Samuel 7,18-19.24-29: ¿Quién soy yo,
mi Señor, y qué es mi familia? Ciertamente es un altísimo honor el que Dios
hace a David al prometerle que su Casa permanecerá para siempre y que el
Mesías nacerá de su linaje. Estas promesas grandiosas suscitan en David un
acto de profunda humildad y acción de gracias. Los santos Padres tratan
muchas veces de la humildad. Así lo hace en una exposición San Agustín:«Son
“pobres de espíritu” los humildes y temerosos de Dios, es decir, los que no
tienen el espíritu inflado. No podían empezar de otro modo las
bienaventuranzas, porque ellas deben hacernos llegar a la suma sabiduría,
pues “el principio de la sabiduría es el temor de Dios” (Eclo 21,16),
mientras que, por el contrario, el primer origen del pecado es la soberbia
(ib.10,13ss). Apetezcan, pues, y amen los soberbios el reino de la tierra;
mas “bienaventurados son los pobres de espíritu, porque de ellos es el
reino de los cielos” (Mt 5,3)» (Sermón de la Montaña 1,1,3).–La elección de
David, no obstante sus muchas miserias, fue una predilección por parte de
Dios. También tuvo grandes virtudes, entre ellas la humildad, como lo hemos
visto, y una profunda devoción religiosa. Con el Salmo 131 decimos: «Señor,
tenle en cuenta a David todos sus afanes, como juró el Señor e hizo voto al
Fuerte de Jacob. “No entraré bajo el techo de mi casa, no subiré al lecho
de mi descanso, no daré sueño a mis ojos, ni reposo a mis párpados, hasta
que encuentre un lugar para el Señor, una morada para el Fuerte de Jacob”.
El Señor ha jurado a David una promesa que no retractará: “a uno de tu
linaje pondré sobre tu trono. Si tus hijos guardan mi alianza y los
mandatos que les enseño, también sus hijos por siempre se sentarán sobre su
trono. Porque el Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella. Ésta es
mi mansión por siempre; aquí viviré porque lo deseo”».En realidad, algunos
de los descendientes de David se apartaron del Señor. A pesar de eso, Dios
fue fiel a su promesa, y Cristo nació en Belén de Judá, del linaje de
David.–Marcos 4,21-25: La luz sobre el candelero. La medida que usáreis la
usarán con vosotros. Dos ideas principales: el cristianismo ha de ser
proclamado. Y no hemos de hacer a los demás lo que no queremos que se haga
con nosotros. Las dos cosas vienen impulsadas por la caridad. Sobre ella
dice San Agustín:«Vino el Señor mismo, como doctor de la caridad, rebosante
de ella, llevando a plenitud la palabra divina sobre la tierra, y puso de
manifiesto que tanto la ley como los profetas radican en los dos preceptos
de la caridad. Así pues, hermanos, recordad conmigo aquellos dos preceptos.
En efecto, tienen que sernos en extremo familiares, y no han de venirnos a
la memoria solamente cuando ahora los recordamos, sino que deben permanecer
siempre grabados en nuestros corazones. Nunca olvidéis que hay que amar a
Dios y al prójimo: a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo
el ser; y al prójimo como a uno mismo.«He aquí lo que hay que pensar y
meditar, lo que hay que mantener vivo en el pensamiento y en la acción, lo
que hay que llevar hasta el fin. El amor a Dios es el primero en la
jerarquía del precepto, el primero en el rango de la acción. Pues el que te
puso ese amor en dos preceptos no había de proponerte primero al prójimo y
luego a Dios, sino al revés, a Dios primero y al prójimo después. Pero tú,
que todavía no ves a Dios, amando al prójimo haces mérito para verlo. Con
el amor al prójimo aclaras tu pupila para mirar a Dios, como claramente
dice San Juan: “quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios
a quien no ve” (1 Jn 4,20). Al amar al prójimo y cuidarte de él vas
haciéndote capaz de amar a quién tenemos que amar con todo el corazón, con
toda el alma, con todo el ser.«Es verdad que no hemos llegado todavía hasta
nuestro Señor, pero sí que tenemos con nosotros al prójimo. Ayuda, por
tanto, a aquel con quien caminas, para que llegues hasta a Aquel con quien
deseas quedarte para siempre» (Tratado sobre el Evangelio de San Juan
17,7-9).
VIERNES
Años impares
–Hebreos 10,32-39: Soportasteis
múltiples combates con gran valentía. No desfallezcáis en ella. El motivo
para perseverar en la lucha es la seguridad que tenemos de que la Promesa
de Dios se cumplirá, y se cumplirá pronto. Es la eternidad divina la que
sostiene y dirige el curso de los tiempos. Por tanto, valentía y confianza
en el Señor. Dice Orígenes«Lo que falta a causa de la debilidad humana, lo
completa Dios, que “hace concurrir todas las cosas para el bien de los que
le aman” (Cf. Rom 7,28) (Tratado sobre la oración 29,19).Y San
Bernardo:«Entre los éxitos y fracasos de los momentos inestables,
conservarás, como imagen de la eternidad, una sólida ecuanimidad.
Bendecirás al Señor en todas las ocasiones y así, en medio de un mundo
vacilante, encontrarás la paz, una paz inquebrantable» (Sermones sobre el
Cantar de los Cantares 21,4-6).–Con el Salmo 36 proclamamos que toda
nuestra fuerza viene de Dios: «El Señor es quien salva a los justos. Confía
en el Señor y haz el bien, habita tu tierra y practica la lealtad; sea el
Señor tu delicia, y Él te dará lo que pide tu corazón. Encomienda tu camino
al Señor, confía en Él y Él actuará, hará tu justicia como el amanecer, tu
derecho, como el mediodía. El Señor asegura los pasos del hombre, se
complace en sus caminos; si tropieza no caerá, porque el Señor lo tiene de
la mano. El Señor es quien salva a los justos. Él es su alcázar en el
peligro; el Señor los protege y los libra, los libra de los malvados y los
salva, porque se acogen a Él».
Años pares
–2 Samuel 11,1-4.5-10,13-17: Te has
burlado de Mí casándote con la mujer de Urías. Ha pecado David gravemente.
Observa San Agustín:«Todo lo que quieres y deseas es bueno. No quieres
tener una bestia mala, un siervo malo, un vestido malo, unos hijos malos.
Pues si tú todo lo quieres bueno, sé tú también bueno, que todo lo quieres
bueno. ¿Dónde has tropezado para que, entre todas las cosas buenas que
quieres, tú solo quieres ser malo?» (Sermón 297). Y San Basilio:«En esto
consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la
voluntad de Dios de las facultades que Él nos ha dado para practicar el
bien» (Regla monástica, resp. 2,1).–Al pecado de David le siguió el
arrepentimiento, como veremos mañana. Pero ya hoy, ante nuestros muchos
pecados, pedimos perdón a Dios con el Salmo 50, que el mismo David compuso
después de haber pecado: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu
inmensa compasión limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre
presente mi pecado. Contra Ti, contra Ti sólo pequé, cometí la maldad que
aborreces. En la sentencia tendrás razón. Mira en la culpa nací, pecador me
concibió mi madre. Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los
huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda
culpa».El Señor nos devuelve en el sacramento de la penitencia todo lo que
culpablemente hemos perdido por el pecado: la gracia y la dignidad de hijos
de Dios. Es un don inmenso el que ha hecho Jesucristo a su Iglesia: le ha
dado poder de perdonar los pecados de los hombres.–Marcos 4,26-34: De día y
de noche, la semilla va creciendo sin que el sembrador sepa cómo. La obra
de Dios se realiza no obstante las limitaciones humanas. Tiene fuerza
eficaz por sí misma. ¿Cómo es posible que la Iglesia se extienda
rápidamente por todo el mundo a través de medios personales e
instrumentales tan pobres? ¿De dónde le viene su fuerza para resistir y
vencer tan grandes persecuciones como las que en un principio sufre de los
judíos, luego de los romanos y ahora de tantos enemigos del Evangelio de
Cristo? Responde San Ambrosio:«Es cosa normal que, en medio de este mundo
tan agitado, la Iglesia del Señor, edificada sobre la piedra de los
Apóstoles, permanezca estable y se mantenga firme sobre esta base
inquebrantable contra los furiosos asaltos de la mar (Mt 16,18). Ella está
rodeada por las olas, pero no se bambolea, y aunque los elementos de este
mundo retumban con un inmenso clamor, ella, sin embargo, ofrece a los que
se fatigan la gran seguridad de un puerto de salvación» (Carta 2,1-2).Y San
Juan Crisóstomo:«La nave de Jesús no puede hundirse... Las olas no
quebrantan la roca, sino que ellas mismas se convierten en espumas. Nada
hay más fuerte que la Iglesia... Es inútil pelear contra el cielo. Dios es
siempre el más fuerte» (Homilía antes del exilio).
SÁBADO
Años impares
–Hebreos 11,1-2.8-19: Esperaba la
ciudad cuyo arquitecto y constructor iba ser Dios. Abrahán y Sara
permanecen en la fe y por ellos son recompensados. Perseveremos en la fe a
toda costa. San Ireneo,«En Abrahán estaba prefigurada nuestra fe: él fue el
patriarca y, por decirlo así, el profeta de nuestra fe, como lo enseña
claramente el Apóstol en su Carta a los Gálatas (3,5-9)... El Apóstol no
sólo lo llama profeta de la fe, sino padre de aquellos de entre los
gentiles que creen en Cristo Jesús. La razón es que su fe y la nuestra son
la misma y única fe: él, en virtud de la promesa de Dios, creyó en las
cosas futuras como si ya se hubieran realizado; y nosotros, de manera semejante,
en virtud de la promesa de Dios, contemplamos como en un espejo por la fe
aquella herencia que tendremos en el reino» (Contra las herejías IV,
21,1).–La fe de Abrahán, la promesa de Dios, el cumplimiento de todas las
promesas en Jesucristo..., son, con tantos otros, signos formidables de la
visita de Dios a su Pueblo. Abrahán creyó a Dios y por su fe fue
justificado, y toda su descendencia sigue perseverando en la fe, ahora en
la plena fe de Jesucristo. Recitamos por eso el Cántico del Benedictus (Lc
1,69-75): «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado a su
pueblo. Nos ha suscitado una fuerza de salvación en la casa de David, su
siervo; según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos
profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano
de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con
nuestros padres, recordando su santa alianza. El juramento que juró a
nuestro padre Abrahán, para concedernos que libres de temor, arrancados de
la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su
presencia, todos nuestros días».
Años pares
–2 Samuel 12,1-7.10-17: Arrepentimiento
de David: He pecado contra el Señor. Tertuliano dice de la conversión y la
penitencia:El Señor «ha prometido que todos los pecados, ya fueren
cometidos por la carne o por el espíritu, ya de obra o de intención, pueden
alcanzar perdón por la penitencia. Lo ha prometido el mismo que fijó la
pena por el juicio, pues dice al pueblo: “haz penitencia y te daré la salvación”
(Ez 18,21). Por tanto, la penitencia es vida cuando antecede a la muerte.
Tú, pecador, entrégate, pues, a la penitencia, abrázala como el náufrago
que pone su confianza en una tabla; ella te levantará cuando estés para ser
hundido en las olas de los pecados, y te llevará al puerto de la divina
clemencia... Arrepiéntete de tus errores, una vez que has descubierto la
verdad. Arrepiéntete de haber amado aquello que Dios no ama, cuando ni
siquiera nosotros toleramos que nuestros esclavos no odien aquello que nos
molesta... Te preguntas: ¿me será útil la penitencia, o no? ¿Por qué le das
vueltas a eso? Es el mismo Dios quien manda que la hagamos...» (Sobre la
penitencia 4).–Seguimos con el Salmo 50, en el que David confiesa su pecado
y pide la misericordia de Dios. Sin ese reconocimiento de la culpa y esa
vuelta suplicante a la misericordia de Dios, no hay salvación para el
hombre. Pero si el hombre admite la gracia de la humilde contrición,
entonces Dios le perdona, y el pecador vuelve a nacer. Triunfa en él así la
misericordia de Dios:«Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por
dentro con espíritu firme: no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites
tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con
espíritu generoso. Enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores
volverán a Ti. Líbrame de la sangre, oh Dios, Salvador mío, y cantará mi
lengua tu justicia. Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu
alabanza». San Agustín comenta:«¡Qué cercano está Dios de quien se confiesa
a su misericordia! Sí, Dios no anda lejos de los contritos de corazón»
(Sermón 11).Y San Gregorio Magno:«Consideremos cuán grandes son las
entrañas de Su misericordia, que no solo nos perdona nuestras culpas, sino
que promete el reino celestial a los que se arrepienten de ellas» (Homilías
sobre los Evangelios 19)–Marcos 4,35-40: ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y
las aguas le obedecen! En este milagro los Padres han visto siempre
figurada la protección de Cristo sobre su Iglesia. Las olas de la persecución
tienden a hundirla, pero Cristo está con ella y no lo consiente. Es claro,
pues, que la razón de la indestructibilidad de la Iglesia está en su íntima
y sustancial unión con Cristo, que
es su fundamento primario.Jesucristo edificó su Iglesia sobre roca viva, y
desde el principio prometió a su Esposa que los poderes del infierno no
prevalecerían contra ella (Mt 16,18). La fe nos atestigua que esta firmeza
en la constitución de la Iglesia y en la veracidad de su doctrina durará
siempre. San León Magno dice:«Sobre esta piedra firme edificaré un templo
eterno, y la alta mole de mi Iglesia, llamada a penetrar en el cielo, se
apoyará en la firmeza de esta fe. Los poderes del infierno no podrán
impedir esta profesión de fe, los vínculos de la muerte no la sujetarán,
porque estas palabras son palabras de vida. Ellas introducen en el cielo a
los que la aceptan, y hunden en el infierno a los que la niegan» (Sermón
4,2-3).
SEMANA 4ª
DOMINGO
Entrada: «Sálvanos, Señor Dios nuestro,
reúnenos de entre los gentiles: daremos gracias a tu santo nombre, y
alabarte será nuestra gloria» (Sal 105,17).Colecta (Veronense): «Señor,
concédenos amarte con todo el corazón y que nuestro amor se extienda, en
consecuencia, a todos los hombres».Ofertorio (Veronense): «Presentamos,
Señor, estas ofrendas en tu altar como signo de nuestra servidumbre;
concédenos que, al ser aceptadas por ti, se conviertan para tu pueblo en
sacramento de vida y redención».Comunión: «Haz brillar tu rostro sobre tu
siervo, sálvame por tu misericordia, Señor, que no me avergüence de haberte
invocado» (Sal 30,17-18). «Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos
es el reino de los cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la
tierra» (Mt 5,3-4).Postcomunión (del Misal anterior, inspirada en el
Veronense): «Reanimados por los dones de nuestra salvación, te suplicamos,
Señor, que el pan de vida eterna nos haga crecer continuamente en la fe
verdadera».
CICLO A
Las bienaventuranzas nos exhortan a una
profunda regeneración interior. Solo si las recibimos podremos «tener los
mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (Flp 2,5).–Sofonías 2,3;
3.12-13: Dejaré en medio de ti un resto pobre y humilde. Ya desde el
Antiguo Testamento, y a pesar de la universalidad de la Redención
prometida, los destinatarios directos de la salvación de Dios son los
humildes de corazón. Ellos son ese «resto de Israel», que solo espera de
Dios su salvación.Todos los hombres estamos llamados a formar parte de ese
pueblo de quienes se reconocen pobres ante el Señor, según ese texto de
Sofonías. Muchas veces los Santos Padres llaman a la humildad,
presentándola como la condición primera de los que pertenecen a Cristo. Así
lo hace San Juan Crisóstomo:«Puesta la humildad por fundamento, el
arquitecto puede construir con seguridad sobre ella todo el edificio. Pero
si ésta se pierde, por más que tu santidad parezca tocar el cielo, todo se
vendrá abajo y terminará catastróficamente. El ayuno, la oración, la
limosna, la castidad, cualquier otro bien que juntes, si falta la humildad,
todo se escurre como el agua y todo se pierde» (Homilía sobre San Mateo 15,
2).–Con el Salmo 145 proclamamos: «El Señor hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos, abre los ojos al ciego,
ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y le da
vida... El Señor reina eternamente».Adoptando esta actitud de humildad y de
disponibilidad radical, el creyente participa de la gloria de los tiempos
nuevos. Cristo ha vivido esta realidad. Él ha dicho: “aprended de Mí a ser
mansos y humildes” (Mt 11,29). Él es en la Cruz el representante por
antonomasia del pueblo pobre y humilde. Resucitado, es el centro
vivificante para todo hombre y para todo pueblo, a condición de que sigamos
su camino, que entremos en su escuela de santidad, en la que Él nos
comunica la difícil fortaleza de su mansedumbre y la grandeza formidable de
su humildad.–2 Corintios 1,26-31: Dios ha escogido lo débil del mundo. Los
criterios de Dios no son los criterios de los hombres (cf. Is 55,8). Unas
diez veces ha comentado San Agustín este pasaje paulino:«Hemos dicho,
hermanos, que el Dios humilde descendió hasta el hombre soberbio.
Reconózcase el hombre como hombre y manifiéstese Dios al hombre. Si Cristo vino
para que el hombre se humillara y a partir de esa humildad creciera,
convenía que cesara ya la gloria del hombre y se exaltara la de Dios, de
modo que la esperanza del hombre radicase en la gloria de Dios y no en la
suya propia, según las palabras del Apóstol: “quien se gloríe que se gloríe
en el Señor” (1 Cor 1,31)...«He aquí, hermanos, que la gloria de Dios es
nuestra propia gloria, y cuanto más dulcemente se glorifique a Dios tanto
es mayor el provecho que obtendremos nosotros. Dios no ganará en excelsitud
por el hecho de que le honremos nosotros. Humillémonos y ensalcémoslo a
Él... Confiese, pues el hombre su condición de hombre; mengüe primero, para
crecer después» (Sermón 380,6).–Mateo 5,1-12: Dichosos los pobres de
espíritu. La carta magna de la autenticidad cristiana ha quedado en el
Evangelio con el nombre de Bienaventuranzas. Ellas reflejan exactamente las
maneras de ser el Hijo de Dios, que se hace hombre para hacernos a los
hombres hijos de Dios. San Juan Crisóstomo comenta:«Escuchemos con toda
diligencia Sus palabras. Fueron pronunciadas para los que las oyeron sobre
el monte, pero se consignaron por escrito para cuantos sin excepción habían
de venir después. De ahí justamente que mirara el Señor, al hablar, a sus
discípulos, pero sin limitar a ellos sus palabras. Las bienaventuranzas se
dirigen, sin limitación alguna a todos los hombres. No dijo en efecto:
“bienaventurados vosotros, si sois pobres”, sino: “bienaventurados los
pobres”. Cierto que a ellos se lo dijo, pero el consejo tenía validez para
todos...«Hay muchas maneras de ser humilde. Hay quienes son humildes
moderadamente, y hay quienes llevan la humildad a su último extremo. Ésta
es la humildad que alaba el bienaventurado profeta cuando, describiéndonos
un alma no contrita simplemente, sino un alma hecha pedazos por el dolor,
nos dice: “mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado
y humillado Tú no lo desprecias” (Sal 50,19). Ésta es la humildad que
Cristo proclama ahora bienaventurada» (Homilía 15,1).También San Agustín ha
comentado muchas veces las bienaventuranzas: «Escucha y compréndeme, a ver
si con Su ayuda consigo explicarme. Que Él nos ayude a comprender los
deberes y recompensas, de que hemos hablado, y a entender cómo se
corresponden entre sí. ¿Qué premio fue mencionado, en efecto, [en cada
bienaventuranza] que no vaya de acuerdo con la obligación respectiva? Ved
cómo, una a una, todas tienen el complemento apropiado, y nada se promete
como premio que no se ajuste al precepto.«El precepto es que seas pobre de
espíritu; el premio consiste en la posesión del reino de los cielos. El
precepto es que seas manso, el premio consiste en la posesión de la tierra.
El precepto ordena que llores, el premio es ser consolado. El precepto es
que tengas hambre y sed de justicia, el premio es ser saciado. El precepto
es que seas misericordioso, el premio conseguir misericordia. Del mismo
modo el precepto es que tengas el corazón limpio, el premio es la visión de
Dios» (Sermón 53).
CICLO B
En este Domingo se considera a Cristo
como Profeta, y ciertamente lo fue de modo excepcional, verdadero,
definitivo y único. Por eso su magisterio es de supremo valor para todos
los hombres, de todos los tiempos y de todas las naciones y culturas. El
profetismo, como medio de comunicación de los designios divinos a los
hombres, fue ya una institución querida por Dios en el Antiguo Testamento.
Así lo quiso Dios, a pesar del riesgo inevitable de los falsos profetas,
hijos de la presunción y de la osadía humana, que son posibles en todos los
tiempos.Después del Concilio Vaticano II, concretamente, se ha utilizado
mucho el calificativo de «profeta», a veces exageradamente y sin
fundamento. Para ser profeta hace falta ser elegido, enseñado y enviado por
el mismo Dios; hay que saber interpretar la situación presente a la luz de
la Palabra divina, y es necesario también ser personalmente un ejemplo vivo
y fidedigno de esa Palabra divina, que viene ya expuesta por la Tradición y
el Magisterio de la Iglesia. Son éstas las condiciones señaladas, por ejemplo,
en el concilio Vaticano II (Dei
Verbum 10). Por eso, el que se dice profeta, pero no reúne todas y cada una
de esas condiciones, se engaña a sí mismo y engaña a los demás. Es un falso
profeta.–Deutoronomio 18,15,20. Suscitaré un profeta y pondré mis palabras
en su boca. Es bueno tener presente lo que en el siglo primero se decía ya
en un documento venerable, la Didajé:«Al que viniendo a vosotros os
enseñare todo lo dicho, aceptadle. Pero si el maestro, extraviado, os
enseña otra doctrina para vuestra disgregación, no le prestéis oído; si, en
cambio os enseña para aumentar vuestra justicia y conocimiento del Señor,
recibidle como al mismo Señor.«Con los apóstoles y profetas, obrad de la
siguiente manera, de acuerdo con la enseñanza evangélica: todo apóstol que
venga a vosotros, sea recibido como el Señor. No se detendrá sino un solo
día, y, si fuere necesario, otro más. Si se queda tres días, es un falso
profeta. Cuando el apóstol se vaya, no tome nada consigo, si no es pan
hasta su nuevo alojamiento. Si pide dinero, es un falso profeta.«No pongáis
a prueba ni a examen ningún profeta que habla en espíritu. Porque todo
pecado será perdonado, pero este pecado no será perdonado. Con todo, no
todo el que habla en espíritu es profeta, sino el que tiene el modo de vida
del Señor. En efecto, por el modo de vida se distinguirá el verdadero
profeta del falso... Todo profeta que predica la verdad, si no cumple lo
que enseña es un falso profeta...» (cp.11-12).–A esta lectura conviene bien
el Salmo 94: «Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos
salva; entremos a su presencia, dándole gracias, vitoreándolo al son de
instrumentos. Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, Creador
nuestro; porque Él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el rebaño que Él
guía. Ojalá escuchéis hoy su voz: No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a
prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras».Dios nos sigue
hablando por medio de su Palabra, proclamada en la celebración litúrgica,
en los documentos del Magisterio de la Iglesia, y comunicada también por
sus inspiraciones en lo más íntimo de nuestros corazones. Escuchemos
siempre con docilidad la voz del Señor.–1 Corintios 7,32-35: El célibe se
preocupa de los asuntos del Señor. El don vocacional del celibato facilita
en la Iglesia una imitación más plena de Cristo, nuestro Salvador, y
muestra un signo de la dedicación personal al servicio evangélico de los
demás. Comenta San Agustín:«No es Dios capaz de dar riquezas al hombre
exterior y dejar en la miseria al interior; al invisible hombre interior le
dio riquezas invisibles y lo enalteció de forma invisible. Suspirando por
estas joyas, las hijas de Dios, las vírgenes santas, no desearon lo que les
era lícito, ni dieron su consentimiento a algo a lo que a veces se las
obligaba. Muchas de ellas vencieron
con el fuego del divino amor los esfuerzos en dirección opuesta de
sus padres. El padre se llenó de ira y la madre lloraba; pero esto a ella
no le hizo desistir, pues tenía puestos sus ojos en el más hermoso de los
hijos de los hombres: Cristo. Pensando en Él, deseaba verse embellecida
para “preocuparse de las cosas del Señor” (cf. 1 Cor 7,34).«Fijáos en lo
que es el amor. No dice: “se preocupa de que no la condene Dios”. Esto es
todavía temor servil, que guarda sin duda a los malos, para que se
abstengan de obrar perversamente y, absteniéndose, se hagan dignos de
admitir en su interior la caridad. Pero ellas no piensan en cómo evitar el
castigo, sino en cómo agradarle con la hermosura interior... con la belleza
del corazón. Sean las vírgenes quienes enseñen a los casados y casadas para
no caer en el adulterio. ¡Al menos ellas! Si ellas sobrepasan lo lícito,
ellos no se salgan de lo lícito» (Sermón 161,11-12).–Marcos 1,21-28: Les
enseñaba con autoridad. «Dios ha hablado a nuestros padres muchas veces y
de muchos modos en el pasado por el ministerio de los profetas. Ahora, en
la plenitud de los tiempos, nos ha hablado por su Hijo» (Heb 1,2). El Corazón
de Cristo es la plena revelación del Padre... Oigamos a Orígenes:«Así,
pues, quien investigue, y no de pasada, la naturaleza de las cosas, no
podrá menos de admirar profundamente a Jesús, que dejó atrás a cuantos
gloriosos en el mundo han sido. En efecto, han sido muy pocos los hombres
gloriosos que fueron capaces de ganar renombre por más de un concepto al
mismo tiempo. Unos han sido admirados y se han hecho gloriosos por su
ciencia; otros por el arte de la guerra; algunos bárbaros, por los prodigios
obrados en virtud de sus fórmulas mágicas; otros, en fin, por otros motivos
que nunca han sido muchos a la vez.«Jesús, sin embargo, es admirado al
mismo tiempo por su sabiduría, por sus prodigios y por su inmensa
autoridad. Y es así que Él no persuade a los suyos, como lo hace un tirano,
a que, como él, se aparten de las leyes, ni como un forajido arma a sus
bandas contra los hombres, ni como un ricachón provee a cuantos se le
acercan, ni es tampoco como alguno que, acusados por todos, merecen
reprobación. No. Jesús habló como Maestro de la doctrina acerca del Dios
supremo, del culto que se le debe y de toda la materia moral, que puede
unir con el Dios de todas las cosas a cualquiera que viva como Él enseña»
(Contra Celso 1,30).
CICLO C
Cristo es el gran Profeta. En Él
culmina el profetismo del Antiguo Testamento. Hemos de escucharle con amor
y humilde obediencia. Su palabra es vida para todos los hombres. Muchos,
sin embargo, permanecen sordos a sus enseñanzas. No quieren oír su voz, que
es la del Buen Pastor. Los que somos de su rebaño, oímos su voz, y así,
dirigidos por Él, podemos caminar con seguridad en medio de tantas
dificultades y errores que nos acechan en el mundo.–Jeremías 1,4-5.17-19:
Te nombré profeta de los gentiles. En el Antiguo Testamento el profeta es
el prototipo perfecto del hombre elegido, por iniciativa divina, para
transmitir a su pueblo los designios de Dios. Por eso es figura simbólica
del verdadero y definitivo profeta: Cristo Jesús. La revelación del
misterio de Cristo está, pues, realizada en un contexto profético. Como
enseña el Vaticano II, todo el Antiguo Testamento es una revelación
profética que lleva a Cristo (Dei Verbum 2,3,14-15). Dice San León Magno:
«Nada hay, amadísimos, en la religión cristiana que sea diverso de las antiguas
promesas, y los justos de los tiempos pasados no esperaron la salvación más
que en el Señor Jesucristo. La economía salvífica, cierto, ha variado,
según lo ha dispuesto la voluntad divina; mas sobre Él proyectan su luz los
testimonios de la Ley, los oráculos de los profetas y los sacrificios de
las víctimas.«Convenía, pues, que estos pueblos fuesen instruidos de tal
manera, que lo que ellos no podían conseguir en su plena luz, lo recibiesen
bajo el velo de las figuras, y de este modo fuese aumentada la autoridad
del Evangelio por el hecho de que las páginas del Antiguo Testamento
hubiesen puesto a su servicio tantos símbolos y misterios» (Sermón 66,2).
–Con el Salmo 70 proclamamos el verdadero profetismo querido por Dios: «Mi
boca anunciará tu salvación. A Ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado
para siempre; Tú, que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu
oído y sálvame. Sé Tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque
mi peña y mi alcázar eres Tú, Dios mío, líbrame de la mano perversa. Porque
Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza desde mi juventud... Mi boca cantará tu
auxilio, y todo el día tu salvación. Dios mío, me instruiste desde mi
juventud, y hasta hoy relato tus maravillas».–2 Corintios 12,32-13-13:
Quedan la fe, la esperanza y el amor; pero la más grande es el amor. En el
Nuevo Testamento el Corazón de Cristo, en su condición de profeta, nos ha
revelado la ley de la caridad como nunca se había hecho hasta entonces,
como plenitud de todos los carismas y dones divinos. Comenta San
Agustín:«Si de ti mismo te viene la caridad, ¡qué lejos te hallas de la
divina dulzura! Te amarás a ti mismo, porque a la fuerza has de amar a la
fuente de tu amor. Pero, en tal caso, yo te pruebo que no tienes caridad, y
prueba de que no la tienes es que te atribuyes un bien de tanto valor. Si
la tuvieses realmente, sabrías de dónde la tienes. ¿Tan leve cosa, tan de
poco más o menos es la caridad, que la tienes de tu propia cosecha?...«¡Qué
valor el de la caridad, que sin ella nada vale nada! ¿No es empequeñecer a
Dios pretender que sea tuya esta caridad que sobresale por encima de
todo?... ¿“Qué tienes tú que no lo hayas recibido” (cf. 1 Cor 4,7)? ¿Quién
es mi dador y el tuyo? Dios. Reconócele dador, para que no tengas que
sentirle condenador. Si damos fe a la Escritura, es Dios quien te dio la
caridad, don sublime, superior a todo (cf. 1 Cor 13)» (Sermón 145,4).–Lucas
4,21-30: Jesús, como Elías y Eliseo, no es enviado sólo a los judíos.
Cristo es el Profeta definitivo del Padre ante los hombres creyentes, y
como ya profetizó Simeón (Lc 2,34), es al mismo tiempo «signo de
contradicción» para cuantos se niegan a aceptar su testimonio y su mensaje
de salvación. Comenta San Ambrosio:«La envidia no se traiciona
medianamente: olvidando el amor, convierte en odios crueles las causas del
amor. Tú esperas en vano el bien de la misericordia celestial, si no
quieres los frutos de la virtud en los demás; pues Dios desprecia a los
envidiosos y retira las maravillas de su poder a los que fustigan en otros
los beneficios divinos. Los actos del Señor en su carne son la expresión de
su divinidad, y “lo que es invisible en Él nos lo muestra por las cosas
visibles” (Rom 1,20).«El Señor se disculpa de no haber hecho milagros en su
patria, para que nadie piense que el amor a la patria ha de ser en nosotros
poco estimado: Él, amando a todos los hombres, no podía dejar de amar a sus
compatriotas. Pero fueron ellos los que, por su envidia, renunciaron al
amor de su patria... Cuando distribuía sus beneficios entre los hombres,
ellos [los judíos] lo llenaban de injurias. No es sorprendente que,
habiendo perdido ellos la salvación, quisieran desterrar de su territorio
al Salvador. El Señor se modera sobre su conducta: Él ha enseñado con su
ejemplo a los apóstoles cómo hacerse todo a todos» (Comentario a San Lucas
IV,46 y 55).
LUNES
Años impares
–Hebreos 11,32-40: Por medio de la fe
subyugaron reinos. Dios tiene preparadas maravillas para nosotros. La
historia de los jueces y profetas de Israel se propone como modelo para los
cristianos, quienes han obtenido el cumplimiento de la promesa divina. De
nuevo la Carta a los Hebreos encarece el valor de la fe. Es lo que enseña
San Ambrosio:«Si el Señor se cuida de las aves, animales de escaso valor, y
de los hombres malvados, haciendo que les nazca el sol y la tierra les sea
fructífera; y si reparte con largueza el don de su misericordia a todos, en
modo alguno se puede dudar que tiene en una consideración muy presente los
méritos de sus fieles. Por eso admirablemente construyó su doctrina,
poniendo como cúspide la fe, al mismo tiempo que la colocó como fundamento
de las virtudes; porque así como la fe es estímulo de la virtud, así
también la virtud constituye la firmeza de la fe» (Comentario a San Lucas
VII,118).–La lectura anterior nos ha mostrado los frutos de la fe. Ha
resaltado su grandeza, capaz de las más grandes conquistas y de los más
extremados sacrificios. Y en el Antiguo Testamento, toda esa vivencia de fe
apunta a Cristo. Pensando en Él cantamos el Salmo 30: «Los que esperáis en
el Señor sed fuertes y valientes de corazón. Qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles y concedes a los que a Ti se acogen a la vista de
todos. En el asilo de tus presencia los escondes de las conjuras humanas;
los ocultas en tu tabernáculo, frente a las lenguas pendencieras. Bendito
el Señor que ha hecho por mí prodigios de misericordia en la ciudad
amurallada... Amad al Señor, fieles suyos; el Señor guarda a su leales».
Años pares
–2 Samuel 15,13-14.30; 16,5-13: Dejad
que me maldiga. El brillante reinado de David se ensombrece con la
insurrección. Pero David es fuerte en la humildad: «dejad a Semeí, que me
maldiga, porque quizá se lo mandado el Señor»... San Jerónimo escribe:«Nada
tengas por más excelente, nada por más amable que la humildad. Ella es la
que principalmente conserva las virtudes, pues es una especie de guardiana
de todas ellas. Nada hay que nos haga más gratos a los hombres y a Dios
como ser grandes por el merecimiento de nuestra vida, y hacernos pequeños
por la humildad» (Carta 148,20).Y Orígenes:«El humilde, según el profeta,
no obstante caminar en cosas grandes y maravillosas, que están por encima
de él, como son los dogmas verdaderamente grandes y los maravillosos
pensamientos, “se humilla bajo la poderosa mano de Dios” (1 Pe 5,6)... Y es
tan grande esta doctrina de la humildad que por maestro de ella tenemos no
a cualquiera, sino a nuestro Salvador mismo, que dijo: “aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas”
(Mt 11, 29)» (Contra Celso 6,15).–Ante los insultos, David no se ha tomado
la justicia por su cuenta. Con actitud humilde confía al Señor su defensa.
Se mantiene humilde, confiando en Él. También nosotros, en medio de
injurias y contrariedades, hemos de rezar con ese mismo espíritu el Salmo
3: «Levántate, Señor, sálvame, Señor. Cuántos son mis enemigos, cuántos se
levantan contra mí, cuántos dicen de mí: “ya no lo protege Dios”. Pero, Tú,
Señor, eres mi escudo y mi gloria, Tú mantienes alta mi cabeza. Si grito
invocando al Señor, Él me escucha desde su monte santo. Puedo acostarme y
dormir y despertar: el Señor me sostiene. No temeré al pueblo innumerable
que acampa a mi alrededor».Tengamos en el Señor una confianza sin límites.
San Juan Crisóstomo, que en medio de muchos sufrimientos y persecuciones
mantuvo esa confianza, afirma:«Las oleadas son numerosas, y peligrosas las
tempestades, pero no tememos el naufragio. Estamos consolidados sobre la
Roca, y aunque el mar se enfurezca, no demolerá la Roca. Aunque las olas se
agiten, no podrán hundir la barca de Jesús» (Homilía antes del
exilio).–Marcos 5,1-20: Espíritu inmundo, sal de este hombre. La lepra, los
demonios, todas las miserias que puedan oprimir a los hombres, todas son
vencidas por Cristo Salvador con suprema facilidad. San Máximo el Confesor
escribe:«La fuerza de los demonios disminuye cuando la práctica de los
mandamientos debilita en nosotros las pasiones; y es eliminada cuando, por
efecto de la libertad interior, estas pasiones desaparecen finalmente del
alma; porque ellos no encuentran ya en ella las complicidades que sirven de
base a sus ataques» (Centurias sobre la caridad 2,22).Siempre estamos
nosotros expuestos a las tentaciones del diablo. Por eso San León Magno nos
exhorta:«Fundados, amadísimos, en esta esperanza [en el triunfo de Cristo],
guardaos de todos los artificios del
diablo, que no sólo busca sorprender por los placeres corporales, sino que
también siembra la cizaña de la mentira en el buen trigo de la fe, e
intenta profanar el campo de la verdad, para hacer caer por los errores
malvados a los que no ha podido corromper por sus malas acciones...
Nosotros, libertados de estos peligros por el Señor Jesucristo, que es el
Camino, la Verdad y la Vida, soportemos con una fe gozosa todas las pruebas
y todos los combates de la vida presente» (Homilía 69,5).
MARTES
Años impares
–Hebreos 12,1-4: Corramos la carrera
que nos toca, sin desfallecer. Con «los ojos fijos en Jesús», corramos en
el estadio de esta vida, sin retirarnos. Progresemos con la gracia divina
cada día en nuestra vida interior. San Cipriano dice:«Pedimos y rogamos por
nosotros, que fuimos santificados en el bautismo, para que perseveremos en
esta santificación inicial. Y esto lo pedimos cada día. Necesitamos, en
efecto, esta santificación cotidiana, ya que todos los días delinquimos, y
por esto necesitamos cada día ser purificados mediante esta continua y
renovada santificación» (Tratado sobre la oración 11-12).Y Casiano
afirma:«Éste debe ser nuestro principal objetivo y el designio constante de
nuestro corazón: que nuestra alma esté continuamente unida a Dios y a las
cosas divinas. Todo lo que aparte de esto, por grande que pueda parecernos,
ha de tener en nosotros un lugar puramente secundario o, por mejor decir,
el último de todos. Incluso debemos considerarlo como un daño positivo»
(Colaciones 1).–Animados por «la cantidad ingente de testigos» que nos
contempla, nos vemos en el estadio muy estimulados en nuestra carrera hacia
la perfección cristiana. Corremos confiando plenamente en Dios, y así lo
proclamamos con el Salmo 21: «Te alabarán, Señor, los que te buscan.
Cumpliré mis votos delante de tus fieles. Los desvalidos comerán hasta
saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan: viva su corazón por siempre.
Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del orbe; en su
presencia se postrarán las familias de los pueblos... Me hará vivir para
Él». Éste ha de ser nuestro deseo constante.
Años pares
–2 Samuel 18,9-10.14.24-25: ¡Hijo mío,
Absalón, ¡ojalá hubiera yo muerto en vez de ti!. Grande es el dolor de
David por la muerte de su hijo Absalón, que se había rebelado contra él. ¡Y
grande es también la lección que nos da sobre el perdón de las injurias!
San Cipriano dice:«Es imposible alcanzar el perdón de los pecados si
nosotros no actuamos de modo semejante con los que nos han hecho alguna
injuria. Por ello dice también el Señor en otro lugar: “con la medida que
midáis se os medirá a vosotros” (Mt 7,2). Aquel siervo del Evangelio, a
quien su amo había perdonado toda la deuda y que no quiso luego perdonar a
su compañero, fue arrojado a la cárcel. Por no haber querido ser indulgente
con su compañero, perdió la indulgencia que había conseguido de su amo»
(Tratado sobre la oración 23-24).–El drama del corazón de David, en cuanto
padre, pone en nuestros labios el Salmo 85, que es la oración de un
desgraciado que pide la protección de Dios ante una prueba extrema. El
Señor, que es bueno y misericordioso, escucha la oración de los humildes
que lo invocan: «Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy un pobre
desamparado, protege mi vida que soy un fiel tuyo, salva a tu siervo que
confía en Ti. Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor, que a ti estoy llamando
todo el día. Alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia Ti.
Porque Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que
te invocan. Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica».
Sigue San Cipriano:«“Perseveraban unánimes en la oración” (Hch 2,42),
manifestando con esta asiduidad y concordia de su oración que sólo Dios
admite en la Casa divina y eterna a los que oran unidos en un mismo
espíritu» (Tratado sobre la oración 8-9).–Marcos 5,21-43: Jesús resucita a
la hija de Jairo y cura a la mujer enferma. Ninguno de los males del hombre
puede resistirse al poder maravilloso de Cristo Salvador. Los milagros que
realiza son los signos de su mesianismo, de su bondad, de su misericordia,
de su amor. Comenta San Jerónimo:El Señor «pregunta, mirando en derredor,
para descubrir a la que lo había tocado. ¿O sabía el Señor quién lo había
tocado? Entonces, ¿para que preguntaba por ella? Lo hacía como quien lo
sabe, pero queriendo ponerlo de manifiesto. Si no hubiese preguntado y
hubiese dicho: “¿quién me ha tocado?”, nadie hubiera sabido que se había
realizado un signo. Habrían podido decir: “no ha hecho ningún signo, sino
que se jacta y habla para gloriarse”. Por ello pregunta, para que aquella
mujer confiese y Dios sea glorificado...«Cristo es la Verdad. Y como había
sido curada por la Verdad, la mujer confesó la verdad... Resucitó la
Iglesia y murió la Sinagoga. Aunque la niña había muerto, le dice, no
obstante, el Señor, al jefe de la sinagoga: “no temas, ten sólo fe”.
Digamos también nosotros hoy a la Sinagoga, digamos a los judíos: “ha
muerto la hija del jefe de la Sinagoga, mas creed y resucitará”...Dice el
Maestro: «“la niña que ha muerto para vosotros, vive para Mí: para vosotros
está muerta, para Mí duerme. Y el que duerme puede ser despertado”... He
aquí que Cristo, cuando iba a resucitar a la hija del jefe de la sinagoga,
echa fuera a todos, para que no pareciera que lo hacía por jactancia. Y “la
niña se levantó inmediatamente y echó a andar”. Que nos toque también a
nosotros Jesús y echaremos a andar. Aunque seamos paralíticos, aunque
poseamos malas obras y no podamos andar, aunque estemos acostados en el
lecho de nuestros pecados y de nuestro cuerpo, si nos toca Jesús, al
instante quedaremos curados» (Comentario al Evangelio de San Marcos 5,21).
MIÉRCOLES
Años impares
–Hebreos 12,4-7.11-15: Dios reprende a
los que ama. El sufrimiento ha de ser considerado como una prueba pasajera,
como una corrección medicinal que Dios procura a sus hijos buscando su
bien. Nosotros, imágenes Suyas, también en esto debemos imitar a nuestro
Padre al procurar el bien de nuestros hermanos. Así lo enseña San
Agustín:«Para que no se moleste el hijo pecador de ser corregido con
azotes, también Él, el Hijo único sin pecado, quiso ser azotado. Por tanto
aplica tú el correctivo, pero evitando la ira del corazón. El Señor mismo,
refiriéndose a aquel deudor al que exigió de nuevo toda la deuda por haber
sido despiadado con su consiervo, dice así: “del mismo modo obrará vuestro
Padre celestial con vosotros, si cada uno no perdona de corazón a su
hermano” (Mt. 18,35)«Por tanto, [...] sin perder la caridad, practica tú
una saludable severidad. Ama y castiga, ama y azota. A veces acaricias, y
actuando así te muestras cruel. ¿Cómo es que acaricias y te muestras cruel?
Porque no recriminas los pecados, y esos pecados han de dar muerte a aquel
a quien amas perversamente, perdonándole. Pon atención al efecto de tu
palabra, a veces áspera, a veces dura y que ha de herir. El pecado desola
el corazón, destroza el interior, sofoca el alma y la hace perecer.
Apiádate, pues, y castiga» (Sermón 114,A,5).–Con el Salmo 102 cantamos la
misericordia paternal del Dios, que dura siempre con sus hijos, también en
la corrección: «Bendice, alma mía, al Señor y todo mi ser a su santo
nombre. Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios. Como un
padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles;
porque Él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro».
Años pares
–2 Samuel 24,2.9-17: Soy yo el que he
pecado, haciendo el censo de la población. ¿Qué han hecho estas ovejas?
Tras el pecado viene el castigo. En esta ocasión, David, compadeciéndose de
su pueblo, quiere sufrir él solo el castigo por su pecado, para expiarlo.
Esta historia nos muestra la misteriosa solidaridad de unos con otros tanto
en el pecado como en la gracia. El pecado de uno solo puede causar la
desgracia de muchos; pero también la oración y la expiación de uno solo
puede ser suficiente para evitar el castigo de todos. San Agustín dice:
«Padece enfermedad el género humano; no tanto enfermedad de cuerpo, sino de
pecados. Yace en toda la redondez de la tierra, de oriente a occidente, el
gran enfermo. Y para curar al gran enfermo descendió el Médico omnipotente.
Se humilló hasta su carne mortal, o digamos, hasta el lecho del enfermo»
(Sermón 87).Los cristianos somos solidarios con Cristo Redentor, que se
anonadó, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz, para curarnos
y para salvarnos. También nosotros hemos de ser solidarios con el mal
físico y moral de nuestros hermanos, procurando siempre su sanación o su
alivio.–Cuando existe el reconocimiento humilde del pecado, Dios da su
perdón, y en seguida viene el gozo y la dicha de sentirse perdonado. Y a
veces el arrepentimiento procede de la experiencia de algún sufrimiento.
Confesamos este misterio de gracia con el Salmo 31: «Perdona, Señor, mi
culpa. Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado
su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. Había
pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito. Propuse: “confesaré al Señor
mi culpa”, y Tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Por eso, que todo fiel te
suplique en el momento de la desgracia: la crecida de las aguas caudalosas
no lo alcanzará. Tú eres mi refugio; me libras del peligro, me rodeas de
cantos de liberación».–Marcos 6,1-6: No desprecian a un profeta más que en
su tierra. La culpa principal de los nazarenos, entre otras, está en que no
reconocen el valor trascendente de la humanidad de Jesús. Esa actitud les
hace imposible recibir al Salvador y entrar en su camino de salvación, que
es Él mismo. Así lo afirma San Agustín, «Hombre verdadero y Dios
verdadero... Ésta es la fe católica; quien ambos términos confiesa, es
católico, que tiene [en Cristo] una patria y un camino. Él es la patria a
donde vamos. Y Él es el Camino por donde vamos. Vayamos por Él a Él, y no
nos extraviaremos» (Sermón 93).Jesús es la fuente de vida. Su santa
Humanidad es instrumento, perfectamente unido a su divinidad, para
comunicarnos la vida sobrenatural. Incluso para comunicarnos su vida divina
ha utilizado su santa Humanidad. Más aún, esa misma Humanidad santísima,
unida al Verbo, es también para nosotros fuente de vida corporal. El
Evangelio, en efecto, nos dice que de Él salía una virtud que sanaba a
todos (Lc 6,17-18). San Agustín dice:«¿Qué felicidad más segura que la
nuestra, siendo así que el mismo que ora con nosotros es el que da lo que
pide? Porque Cristo es Hombre y Dios. Como hombre pide; como Dios otorga»
(Sermón 217).Hemos de tener hacia la Humanidad sagrada de Jesucristo una
gran fe y devoción. Así la tuvieron los santos, como San Bernardo, San
Francisco de Asís o Santa Teresa.
JUEVES
Años impares
–Hebreos 12,18-18.21-24: Os habéis
acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo. Los creyentes de la Nueva
Alianza no se acercan ya a la montaña humeante y terrible del Sinaí, sino a
«la Jerusalén celeste», llamada «visión de paz», a la esplendorosa «ciudad
del Dios vivo».Oigamos a Orígenes que habla de la Iglesia. Si la reina de
Sabá buscaba la ciencia en Salomón, la Iglesia la busca en Cristo Maestro,
nuevo Salomón:«En realidad, cuando esta negra y hermosa (Cant 1,5) llegue a
la Jerusalén celeste (Heb 12,22), y entre en la visión de paz, contemplará
muchas más cosas y mucho más magníficas de las que ahora se le prometen.
Pues ahora ve como en un espejo y en enigma, pero entonces verá cara a cara
(1 Cor 13,12), cuando consiga aquello que “ni ojo vio, ni oído oyó, ni
logró entrar en el corazón del hombre” (1 Cor 2,9). Entonces verá que lo
que oyó mientras estaba en la tierra no llegaba a la mitad de la realidad»
(Comentario al Cantar de los Cantares 2).– Con el Salmo 47 cantamos a la
Jerusalén del cielo, a la que nos dirigimos con nuestros hermanos de la
Iglesia terrestre: «Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu
templo. Grande es el Señor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro
Dios. Su monte santo, una altura hermosa, alegría de toda la tierra. El
monte Sión, vértice del cielo, ciudad del gran Rey. En tus palacios, Dios
descuella como un alcázar. Lo que habíamos oído lo hemos visto en la ciudad
del Señor de los Ejércitos, en la ciudad de nuestro Dios, que Dios ha
fundado para siempre... Como tu renombre, oh Dios, tu alabanza llega al
confín de la tierra; tu diestra está llena de justicia».
Años pares
–1 Reyes 2,1-4.10-12: Yo emprendo el
viaje definitivo. ¡Ánimo, Salomón, sé un hombre!. Son las últimas
exhortaciones de David a su hijo Salomón antes de morir. Le recomendó sobre
todo que permaneciera fiel a la Ley de Moisés, observando exactamente los
mandatos del Señor. Así dice San León Magno:«Sabéis, pues os lo enseña
Dios, que la observancia de los mandamientos os aprovechará para el gozo
eterno. En el cumplimiento de los cuales, el Señor, clemente y
misericordioso, nos ha dado remedio y ayuda para que podamos obtener el
perdón, ya que la fragilidad humana se cansa muchas veces y ofende en
muchas cosas a causa de su debilidad. ¿Quién podrá evadir tantos engaños
del mundo, tantas insidias del diablo y tantos peligros de su volubilidad,
si la clemencia del Rey eterno no quisiese más bien socorrernos que
perdernos?» (Sermón 15,1).–Con el Libro I de las Crónicas confesamos el
poder soberano de Dios: «Tú eres Señor del universo. Bendito eres, Señor,
Dios de nuestro Padre Israel, por los siglos de los siglos. Tuyos son,
Señor, la grandeza y el poder, la gloria, el esplendor, la majestad, porque
tuyo es cuanto hay en el cielo y en la tierra. Tú eres el Rey soberano de
todo; de Ti viene la riqueza y la gloria. Tú eres Señor del universo, en tu
mano está el poder y la fuerza, Tú engrandeces y confortas a todos».Todo
esto es verdad. Pertenecemos a Dios con todo cuanto somos y poseemos.
Nuestra vida está completamente en sus manos, y permanece siempre
dulcemente sometida a su omnipotente providencia. Él es nuestro Creador.
Así dice Orígenes:«De la misma manera que confesamos que Dios es
incorpóreo, omnipotente, invisible, confesamos también, como dogma seguro e
incontrovertible, que Él tiene cuidado de las cosas humanas, y que ninguna
se señala en el cielo ni en la tierra fuera del alcance de su providencia.«Recuerda
que hemos dicho que ninguna cosa se cumple sin su providencia, no sin su
voluntad. Ya que muchas cosas se hacen sin su voluntad, pero ninguna sin su
providencia.«En efecto, mediante la providencia que Él procura, provee las
cosas que se suceden; mientras que, mediante su voluntad, quiere o no
quiere alguna cosa» (Homilía 3, 2 sobre el Génesis).–Marcos 6,7-13: Jesús
llama a los Doce para enviarlos de dos en dos. Ellos se dedicarán a
prolongar la actividad profética de su Maestro. Todo lo van haciendo bajo
el signo de la pobreza, de la que han de dar testimonio la Iglesia y todos
y cada uno de sus hijos. Así dice San Ambrosio:«Los preceptos del Evangelio
indican qué debe hacer el que anuncia el reino de Dios: “sin báculo, sin
alforja, sin calzado, sin pan, sin dinero”, es decir, no buscando la ayuda
de los auxilios mundanos, abandonado todo a la fe y pensando que, mientras
menos anhelemos los bienes temporales, más podremos conseguirlos.«Este
pasaje parece tener por fin formar un estado de alma enteramente
espiritual, que parece se ha despojado del cuerpo como de un vestido, no
sólo renunciando al poder y despreciando las riquezas, sino también
apartando aun los atractivos de la carne» (Comentario a San Lucas VI,65).Y
San León Magno:«Que los falsos placeres de la vida presente no frenen el
empuje de aquellos que vienen por el camino de la verdad, y que los fieles
se consideren como viajeros en el itinerario que siguen hacia su patria;
que comprendan que en el uso de los bienes temporales, si a veces hay
algunos que agraden, no deben apegarse bajamente, sino continuar
valientemente la marcha» (Sermón 72).Y San Beda:«Se equivoca quien se
figura que podrá encontrar paz en el disfrute de los bienes de este mundo y
en las riquezas» (Homilía 12, sobre la Vigilia de Pentecostés).
VIERNES
Años impares
–Hebreos 13,1-8: Jesucristo es siempre
el mismo, ayer, hoy y siempre. Los fieles han de brillar en el amor, la
pureza, el desprendimiento de los bienes materiales, «sin ansias de dinero»,
en la presencia de Jesucristo, que vive para siempre. En efecto, el Cristo
histórico vive ya en un eterno «hoy», y Él es al mismo tiempo el objeto de
la fe y el autor de la salvación. Así escribe Clemente de Alejandría:«Todos
los poderes del Espíritu, unificados en un solo ser, se consuman en Él
mismo, en el Hijo; pero Él es irreductible a un límite definido, si se
intenta dar noción de cada uno de esos poderes. Por eso, el Hijo no es el
Hijo sino en cuanto uno, no múltiple como partes, sino uno, como unión de
todas las cosas. Por donde viene a ser también todas las cosas. En efecto,
Él mismo es como un círculo de todos los poderes, que se resuelven y
unifican en uno.«Con razón el Logos se dice “Alfa y Omega” (Ap 1,8). Por Él
solo el fin viene a ser principio, y vuelve de nuevo al principio inicial,
sin permitir ninguna interrupción. Por eso creer en Él y por Él significa
fundarse en la unidad, uniéndose en Él, sin distanciamiento alguno (1 Cor
7,35). Y no creer significa estar en la ambigüedad, estar desunido y
dividido» (Stromata 4,25, 156-157).Difícilmente podemos encontrar un
comentario más profundo y bello a la expresión: «Cristo, ayer, hoy y
siempre».–Todo nuestro auxilio y apoyo lo encontramos en el Señor. Así lo
confesamos en el Salmo 26: «El Señor es mi Luz y mi salvación, ¿a quién
temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Si un
ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra,
me siento tranquilo. Él me protegerá en su tienda el día del peligro; me
esconderá en lo escondido de su morada, me alzará sobre la roca. Tu rostro
buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo,
que Tú eres mi auxilio; no me deseches».
Años pares
–Eclesiástico 47,2-13. De todo corazón
amó David a su Creador, entonando salmos cada día. Esta Escritura hace el
elogio de David, y celebra sus grandes hazañas. En la tradición cristiana los Salmos se llaman «Salmos de
David». Aunque no los compuso todos, es cierto que compuso algunos, y que
los usaba para cantar al Señor. El mejor recuerdo que nos ha quedado de
David son los Salmos. En ellos está la gloria de David, más que sus
victorias guerreras. Escribe San Ambrosio:«¿Qué cosa más hermosa que los
salmos? Como dice bellamente el salmista: “Alabad al Señor, que la música
[los salmos] es buena: nuestro Dios merece una alabanza armoniosa”. Y con
razón: Los salmos, en efecto, son la bendición del pueblo, la alabanza de
Dios, el elogio de los fieles, la aclamación de todos, el lenguaje
universal, la voz de la Iglesia, la profesión armoniosa de nuestra fe, la
expresión de nuestra entrega total, el gozo de nuestra libertad, el clamor
de nuestra alegría desbordante.«Los salmos calman nuestras iras, rechazan
nuestras preocupaciones, nos consuelan en nuestras tristezas. De noche son
un arma, de día una enseñanza; en el peligro son nuestra defensa, en las
festividades nuestra alegría. Ellos expresan la tranquilidad de nuestro
espíritu, son prenda de paz y concordia, son como la cítara que aúna en un
sólo canto las voces más diversas y dispares. Con los salmos celebramos el
nacimiento del día y con los salmos celebramos su ocaso. En los salmos
rivalizan la belleza y la doctrina; son a la vez un canto que deleita y un
texto que instruye» (Comentario al Salmo 1,9-12). –El Salmo 17 es como un
canto del rey David por su liberación y su victoria sobre los enemigos.
David, como en su tiempo Abrahán, ha recibido una promesa de Dios y vive de
la fe en esa promesa. En su propia vida puede ir descubriendo el
cumplimiento sucesivo de dicha promesa por caminos extraños y maravillosos.
Su vida, iluminada por la promesa, se hace así una «teofanía», es decir,
una manifestación continua de Dios. Su camino es el camino de Dios.Pero la
promesa desborda la persona histórica de David, avanza en la historia por
la dinastía davídica, hasta que se cumple de modo desbordante en el
descendiente de David, nuestro Señor Jesucristo: «Sea ensalzado mi Dios y
Salvador. Perfecto es el camino de Dios, acendrada es la promesa del Señor,
Él es escudo para los que a Él se acogen. Viva el Señor, bendita sea mi
Roca... Te daré gracias entre las naciones, Señor, y tañeré en honor de tu
nombre. Tú diste gran victoria a tu rey, tuviste misericordia de tu Ungido,
de David, y su linaje por siempre».El Mesías, Cristo, que nace del linaje
de David, reza con frecuencia los Salmos, y da a su canto acentos nuevos y
bellísimos. –Marcos 6,14-29: Es Juan, a quien yo decapité, que ha
resucitado. Eso es lo que llega a pensar el brutal rey Herodes. Comenta San
Agustín:«La lectura del Santo Evangelio presentó ante nuestros ojos un
cruel espectáculo: la cabeza de Juan en una bandeja. Él, testimonio de la
crueldad de una bestia, fue decapitado por el odio a la verdad. Danza una
joven, su madre siente rebosar crueldad, y entre los placeres y lascivias
de los comensales el rey jura tremendamente e impíamente cumple lo
jurado.«Así vino a realizarse en Juan lo que él mismo había predicho:
“conviene que Él crezca y que yo mengüe” (Jn 3,30). Juan menguó al ser
decapitado y Cristo creció levantado en la Cruz. La verdad suscitó el odio.
No podían soportarse con ánimo sereno los reproches de aquel santo hombre
de Dios, que ciertamente buscaba la salvación de aquellos a quienes los
dirigía. Ellos le devolvieron mal por bien. ¿De qué podría hablar él sino
de lo que estaba lleno? ¿Y qué podían responderle ellos sino de lo que
estaban llenos?» (Sermón 307,1).«La boca mentirosa da muerte al alma» (Sab
1,11). El Bautista tenía que hablar rectamente y dar «testimonio de la
verdad» (Jn 5,33), como Jesús (Jn 18,37), aunque tuviera que sufrir, aunque
hubiera de morir. Nada tiene que ver con esto, ni siquiera lo entiende, un
espíritu frívolo y una vida mundana.
SÁBADO
Años impares
–Hebreos 13,15-17.20-21: Que el Dios de
la paz, que hizo subir de entre los muertos al gran Pastor, os haga
perfectos en todo bien. Comenta San Agustín:«En todas mis palabras presento
un espejo. Y no son palabras mías, sino que hablo por mandato del Señor,
por cuyo temor no callo. Pues, ¿quién preferiría callar y no dar cuenta de
vosotros? No. Ya que aceptamos la carga, ni podemos ni debemos sacudirla de
nuestros hombros.«Escuchasteis, hermanos, cuando se leía la Carta a los
Hebreos (13,17)... ¿Cuándo velamos por vosotros con gozo? Cuando vemos a
los hombres progresar por el camino de la palabra de Dios. ¿Cuándo trabaja
con alegría el labrador en su campo? Cuando mira el árbol y ve sus frutos;
cuando mira la cosecha y ve la abundancia cosechada en la era. No fue en
vano su trabajo, no dobló los riñones en vano, no fue inútil el que sus
manos estén encallecidas, no resultó inútil el frío y el calor
soportado...«Pues a los superiores les conviene entristecerse a causa de
vuestras maldades. Esa misma tristeza a ellos les resulta provechosa; pero
a vosotros no os conviene... No queremos nada que nos convenga a nosotros,
si no os conviene también a vosotros. Por tanto, hermanos, hagamos el bien
al mismo tiempo en el campo del Señor, para que disfrutemos juntos de la
recompensa» (Sermón 82,15).–La vida cristiana, y concretamente el
ministerio pastoral, puede implicar no pocas penalidades. Pero todas las
sobrellevamos con buen ánimo, fiados en Cristo, el Buen Pastor, y por eso
cantamos con el Salmo 22: «El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar, en
verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y
repara mis fuerzas. Me guía por sendero justo, por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo...
Preparas una mesa ante mí [la Eucaristía]... Tu bondad y tu misericordia me
acompañan todos los días de mi vida. Habitaré en la Casa del Señor por años
sin términos».
Años pares
–1 Reyes 3,4-13: Da a tu siervo un
corazón dócil para gobernar a tu pueblo. En respuesta a la desinteresada
oración de Salomón, Dios promete al nuevo rey la sabiduría, junto con la
riqueza y la gloria. Una vez más se manifiesta el gran poder de la oración.
Así lo enseña San Juan Crisóstomo:«La oración es luz del alma, verdadero
conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Por ella, nuestro
espíritu, elevado hasta el cielo, abraza a Dios con abrazos inefables; por
ella nuestro espíritu espera el cumplimiento de sus propios anhelos, y
recibe unos bienes que superan todo lo material y visible» (Homilía 6 sobre
la oración).Y Orígenes:«Quien siempre ora, es siempre escuchado» (Tratado
sobre la oración 13).–La oración del joven rey Salomón, pidiendo a Dios
inteligencia y prudencia para saber gobernar, nos hace cantar las
maravillas de la ley del Señor con el Salmo 118,9-14: «Enséñame, Señor, tus
leyes, ¿Cómo podrá un joven andar honestamente? Cumpliendo tus palabras. Te
busco de todo corazón, no consientas que me desvíe de tus mandamientos. En
mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra Ti. Bendito eres,
Señor, enséñame tus leyes. Mis labios van enumerando los mandamientos de tu
boca. Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas las
riquezas». El cumplimiento de la voluntad de Dios es la norma de la
sabiduría y de la prudencia. Observar sus mandatos es causa de alegría y
fuente de la más alta riqueza. –Marcos 6,30-34: Jesús sintió lástima de la
muchedumbre, viendo que andaban como ovejas sin pastor. Esta visión tan
angustiosa del Corazón de Cristo le lleva a hacerse Él mismo Buen Pastor,
que da la vida por sus ovejas. Y el distintivo del Pastor bueno es su
abnegada e incansable solicitud por el rebaño. Así escribe San Gregorio de
Nisa:«¿Dónde pastoreas, Pastor Bueno, Tú que cargas sobre tus hombros a
toda la grey? Toda la humanidad que cargaste sobre tus hombros, es, en
efecto, como una sola oveja. Muéstrame el lugar de tu reposo, guíame hasta
el pasto nutritivo; llámame por mi nombre, para que yo escuche tu voz y tu
voz me dé la vida eterna... Enséñame, pues –dice el sagrado texto–, dónde
pastoreas, para que yo pueda hallar los pastos saludables y saciarme del
alimento celestial, que es necesario comer para entrar en la vida eterna;
para que pueda allí mismo acudir a la fuente y aplicar mis labios a la
bebida divina que brota de tu costado, fuente de agua abierta por la lanza,
que se ha convertido para todos los que de ella beben en “un surtidor de
agua que salta hasta la vida eterna” (Jn 4,14).«Si de tal modo me
pastoreas, me harás recostar al mediodía, sestearé en paz y descansaré bajo
la luz, sin mezcla de sombra... Enséñame, pues, cómo tengo que recostarme y
pacer, y cuál es el camino del reposo a mediodía, no sea que, por
ignorancia, me sustraiga de tu guía y me junte a un rebaño que no sea el
tuyo» (Homilía 2 sobre el Cantar de los Cantares).
SEMANA 5ª
DOMINGO
Entrada: «Entrad, postrémonos por
tierra, bendiciendo al Señor, Creador nuestro. Porque Él es nuestro Dios»
(Sal 9,6-7).Colecta (del Misal anterior, y antes del Gregoriano): «Vela,
Señor, con amor continuo sobre tu familia; protégela y defiéndela siempre,
ya que ella sólo en ti ha puesto su confianza».Ofertorio (del Misal
anterior, retocada con textos del Veronense): «Señor, Dios nuestro, que has
creado este pan y este vino para reparar nuestras fuerzas, concédenos que
sean también para nosotros sacramento de eternidad».Comunión: «Den gracias
al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres.
Calmó el ansia de los sedientos y a los hambrientos los colmó de bienes»
(Sal 106,8-9). «Dichosos los que lloran porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán
saciados» (Mt 5,5-6).Postcomunión (del propio de los dominicos, e inspirada
en textos del Nuevo Testamento: Rom 12,5; 1 Cor 10,16; Jn 15,16; 17,11-21):
«Oh Dios, que has querido hacernos partícipes de un mismo pan y de un mismo cáliz, concédenos
vivir tan unidos a Cristo, que fructifiquemos con gozo para la salvación
del mundo».
CICLO A
Por el Bautismo pasamos de las
tinieblas a la luz. Por eso siempre hemos de ser luz para los demás,
llevando una vida cristiana irreprochable.–Isaías 58,7-10: Entonces nacerá
tu luz como la aurora. El profeta Isaías anuncia la regeneración mesiánica
como una irrupción en la vida de los hombres de la luz divina, que es capaz
de transformar toda su existencia. Cristo también se presenta como Luz, que
ilumina las tinieblas del mundo. El tema de la luz es riquísimo en la
Sagrada Escritura y en la doctrina patrística. En el prólogo del Evangelio
de San Juan el Verbo eterno del Padre es la Luz verdadera que ilumina a todo
hombre. Oigamos a San Agustín:«El Verbo es el Hijo del Padre y su
Sabiduría. Él ha sido enviado no porque sea desemejante al Padre, sino
porque es una emanación de la claridad de Dios Omnipotente. El caudal y la
fuente son una misma sustancia. No es como agua que salta de los veneros de
la tierra o de las hendiduras de la roca, sino como “Luz de Luz”. Cuando se
dice “esplendor de la Luz eterna”, ¿qué otra cosa queremos significar sino
que es Luz de Luz eterna? ¿Qué es el esplendor de la luz sino luz?El Verbo
encarnado es, «en consecuencia,
coeterno a la Luz de la que es el esplendor. Se dice “esplendor de
la Luz”, para que nadie crea más oscura la Luz que emana que la Luz de la
cual emana» (Tratado sobre la Santísima Trinidad 4, 20,27).–El cristiano,
viviendo en Cristo, vive en la Luz. Por eso con razón cantamos el Salmo
111: «El justo brilla en las tinieblas como una luz. En las tinieblas
brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo. Dichoso el que
se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. El justo jamás
vacilará, su recuerdo será perpetuo. No temerá las malas noticias, su
corazón está firme en el Señor...»Nadie más justo que el Señor Jesús, nadie
tan clemente ni tan compasivo como Él. Por eso nadie brilla en las
tinieblas con una Luz tan esplendorosa como la Suya.–2 Corintios 2,1-5: Os
he anunciado a Cristo crucificado. No es la filosofía humana, ni la
filosofía de los hombres la que puede iluminar nuestra vida para la
salvación, sino el misterio de Cristo crucificado y el poder renovador del
Espíritu Santo, que nos transforma profundamente, iluminándonos en la fe.
Comenta San Agustín:«Aunque sólo sepa esto [el misterio de la Cruz], nada
le queda por saber. Cosa grande es el conocimiento de Cristo crucificado,
pero es mostrado a los ojos de los pequeños como un tesoro encubierto...
¡Cuántas cosas encierra en su interior ese tesoro...! ¡Cristo crucificado!
Tal es el tesoro escondido de la sabiduría y de la ciencia.«Quieren
engañarnos, pues, bajo el pretexto de la sabiduría... ¡Necio filósofo de
este mundo, eso que buscas es nada! ¿Cuál es el precepto [del Señor], sino
que creamos en Él y nos amemos mutuamente? ¿Creer en quién? Creer en Cristo
crucificado. Escuche, pues, la sabiduría lo que no quiere oír la
soberbia... Es éste el mandato: que creamos en Cristo crucificado. Pero el
hombre soberbio, erguida su cerviz, hinchada la garganta, con lengua
orgullosa y carrillos inflados, se burla de Cristo crucificado» (Sermón
160,3).–Mateo 5,13-16: Vosotros sois la luz del mundo. Las lecturas de este
día tienen una gran unidad temática. El Nuevo Testamento muestra al
auténtico cristiano como un hombre iluminado por Cristo, esto es, como un
«hijo de la luz» (Lc 16,8; Jn 12,36; Ef 5,8; 1 Tes 5,5). Por tanto el
cristiano, con su conducta, ha de purificar e iluminar el mundo,
glorificando a Dios en medio de la humanidad. Comenta San Agustín:«Cuando
dije que vosotros erais luz, quise decir que erais lámparas. Pero no
exultéis, llenos de soberbia, no sea que se os apague la llama. No os pongo
bajo el celemín, sino en el candelabro, para que deis luz. ¿Y cuál es el
candelabro para la lámpara? Escuchad cuál. La Cruz de Cristo es el gran
candelabro. Quien quiera dar luz, que no se avergüence de ese candelabro de
madera...«Si no habéis podido encenderos vosotros para llegar a ser
lámparas, tampoco habéis podido colocaros sobre el candelabro; sea
glorificado quien os lo ha concedido... Dice el Apóstol: “lejos de mí
gloriarme, si no es en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6,14). Por
tanto, “esté crucificado el mundo para vosotros, y vosotros para el mundo”
(ib.)... Pon tu gloria en estar en el candelabro [de la Cruz]. Conserva
siempre, oh lámpara, tu humildad en ese candelabro, para que no pierdas tu
resplandor. Y cuida de que la soberbia no te apague» (Sermón 289,6).
CICLO B
Todos tenemos profunda necesidad de la
redención de Cristo. Y esta necesidad tiene sus raíces en nuestra propia
condición humana: débil, limitada y siempre amenazada por el misterio del
pecado, del dolor y del sufrimiento. Esto es un enigma, que sólo a la luz
de la fe cristiana encuentra su interpretación exacta y salvífica.Una
concepción racionalista de la vida no hace más que aumentar el dolor y la
angustia del hombre e, incluso, puede llevarle hasta la desesperación. Por
el contrario, la Iglesia nos enseña, como hoy lo hace en su liturgia, a
iluminar el problema del dolor a la luz de la revelación divina. El
Vaticano II dice: «Éste es el gran misterio del hombre que la Revelación
cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el
enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en
absoluta obscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y
nos dio la vida» (Gaudium et spes 22).–Job 7,1-4.6-7: Me asignan noches de
fatiga y mis días se consumen sin esperanza. El libro de Job proclama la
trascendencia de Dios eterno sobre las limitaciones de la vida humana en el
tiempo. El dolor y el sufrimiento son, para el hombre, un signo de sus
limitaciones y de su debilidad, y al mismo tiempo una llamada providencial,
para purificar su vida y buscar en Dios la salvación. Comenta San
Agustín:«... Viéndose en el padecimiento de tantos males, dice Job: “¿acaso
no es la vida humana una milicia sobre la tierra?” (7,1). Hallándose, pues,
Job en esta vida humana, se halla, sin duda, en medio de la tentación. Y
quiere verse libre de tal prueba. Hasta él echa de menos la vida en que no
existe tentación. Si la echa de menos, eso significa que aún no es
feliz.«En consecuencia, tampoco es feliz ningún hombre que puedas imaginar,
describir, diseñar o desear. No lo encontrarás. En esta tierra nadie puede
ser feliz... Y qué gran bien hay en la paciencia... Resistimos en esta vida
terrena gracias a ella. Quien no la tenga desfallecerá y quien desfallezca
no llegará a la patria deseada» (Sermón 396 A, 6-7).–El Señor es
roca en nuestra debilidad y alegría en nuestras penas. Por eso en el Salmo
146 proclamamos: «Alabad al Señor que sana los corazones quebrantados.
Alabad al señor que la música es buena; nuestro Dios merece una alabanza
armoniosa. El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de
Israel. Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas. Cuenta el
número de las estrellas, a cada una la llama por su nombre. Nuestro Señor
es grande y poderoso, su sabiduría no tiene medida. El Señor sostiene a los
humildes»...–1 Corintios 9,16-19.22-23: ¡Ay de mí, si no anuncio el
Evangelio! La Iglesia, responsable y depositaria de la obra redentora de
Cristo, siente a diario hondamente la necesidad que todos los hombres
tienen del Evangelio de salvación. Y la evangelización es misión de todos
los cristianos, cada uno según su vocación y circunstancia. Dice San
Gregorio Nacianceno:«Jesús, que desde el principio acogió a los pecadores,
va de un lugar a otro (Mt 19,1). ¿Con qué fin? No sólo para ganar un mayor
número de hombres para el amor de Dios, frecuentando su trato, sino
también, a mi parecer, para santificar un mayor número de lugares. Se hizo
judío para el judío, para ganar a los judíos. Para rescatar a los que
estaban bajo la Ley, se sujetó a la Ley. Con los débiles se hizo débil, a
fin de salvar a los débiles; se hizo, en fin, todo a todos, para ganar a
todos (1 Cor 9,19-23)» (Sermón 37,1).Y San Gregorio de Nisa: «Considerando
que Cristo es la Luz verdadera, sin mezcla posible de error alguno, nos
damos cuenta de que también nuestra vida ha de estar iluminada con los
rayos de la Luz verdadera. Los rayos del Sol de justicia son las virtudes
que de Él emanan para iluminarnos... y para que, obrando en todo a plena
luz, nos convirtamos también nosotros en luz y, según es propio de la luz,
iluminemos a los demás con nuestras obras» (Tratado sobre la ejemplaridad
cristiana).–Marcos 1,29-30: Curó de diversos males a muchos enfermos.
Cristo Jesús, el Siervo de Dios, padeciendo por los pecados de los hombres
(Is 52,13ss.), ha tomado sobre su Corazón redentor nuestras miserias y
debilidades, y ha orientado eficazmente nuestras vidas hacia la salvación
definitiva y eterna. San Cirilo de Alejandría escribe:Jesús, «una vez
vencido Satanás, y coronada la naturaleza humana con la victoria conseguida
sobre él, volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu, utilizando su poder
para obrar milagros varios y causando gran admiración. Obraba milagros,
recibiendo la gracia no del exterior y dada por el Espíritu, como ocurría
en los otros santos, sino porque es el Hijo natural y verdadero de Dios
Padre, y heredero de todo lo que le es propio» (Comentario al Evangelio de
San Lucas).
CICLO C
La liturgia de este Domingo, a través
de las tres lecturas propone un idéntico tema: los creyentes forman una
comunidad de enviados, es decir, de apóstoles. Dios se ha revelado a ellos.
Ellos lo han conocido, han sido llamados y han sido enviados. Todo
cristiano ha de transmitir ante todo lo que él mismo ha recibido. El bien
es difusivo de sí mismo.En la asamblea litúrgica de cada domingo es donde
el cristiano se ha de preparar y encender para difundir después el mensaje
de salvación por todas partes, según sus propias circunstancias y
posibilidades, con su palabra, con su ejemplo y con su oración. «Salvado
para salvar». Eso es el creyente. Ésa es la vocación cristiana. Por
iniciativa divina fuimos elegidos para injertarnos en el misterio de Cristo
y servir, así, de testigos y de continuadores de la obra de la salvación
sobre otros hombres. La vocación cristiana es por su naturaleza una
vocación apostólica.–Isaías 6,1-2.3-8: Aquí estoy, envíame. Toda vocación,
aunque nace de iniciativa divina, supone en el elegido una actitud de
disponibilidad generosa ante la voluntad de Dios. Yavé tiene su trono en el
cielo, pero también establece su sede en medio de su pueblo. San Jerónimo
dice:«Hay cuatro clases de apóstoles: una que no es por los hombres ni por
el hombre, sino por Jesucristo y Dios Padre; otra, que ciertamente es por
Dios, pero también por el hombre; la tercera que es por el hombre, no por
Dios; la cuarta, ni por Dios ni por el hombre, sino por sí mismo.«Al primer
grupo pueden pertenecer Isaías (Is 6,8), los demás profetas y el mismo
Pablo, que fue enviado no por los hombres ni por un hombre, sino por Dios
Padre y por Cristo. Del segundo grupo, Josué, hijo de Nun, que fue
constituido apóstol por Dios ciertamente, mas por medio de un hombre,
Moisés (Dt 34,9). La tercera clase, cuando alguno se ordena por el favor o
la astucia; como ahora vemos que muchos han venido al sacerdocio no por
voluntad de Dios, sino habiéndose ganado el favor del vulgo. El cuarto, es
el gremio de los pseudoprofetas y pseudoapóstoles, de los que dice el
Apóstol: “esos individuos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos,
disfrazados de apóstoles de Cristo” (2 Cor 11,13)» (Comentario a la Carta
de los Gálatas 2,43).–Con el Salmo 137 proclamamos: «Delante de los ángeles
tañeré para Ti, Señor. Te doy gracias, Señor, de todo corazón; me postraré
hacia tu santuario. Daré gracias a tu nombre por tu misericordia y lealtad.
Cuando te invoqué me escuchaste, acreciste el valor de mi alma... Señor, tu
misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos».–1 Corintios
15,1-11: Esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído. El
verdadero cristiano es el hombre elegido por Dios para configurarse a la
imagen del Hijo (Rom 8,29), de modo que venga a ser así en medio de los
hombres testigo de la nueva vida pascual. San Agustín predica en un
sermón:«Contempla a Pablo, una partecita de esa heredad [del Señor}, míralo
enflaquecido, diciendo: “no soy digno de ser llamado apóstol, pues perseguí
a la Iglesia de Dios”. ¿Por qué entonces apóstol? “Por la gracia de Dios
soy lo que soy”. Enflaqueció Pablo, pero Tú lo perfeccionaste. Y pues es lo
que es por la gracia de Dios, mira lo que sigue: “y su gracia en mí no fue
vana, sino que trabajé más que todos ellos”. ¿Comienzas a atribuir a ti
mismo lo que antes atribuías a Dios? Atiende lo que sigue: “pero no yo,
sino la gracia de Dios conmigo”. Bien, hombre débil. Serás engrandecido en
la fortaleza, ya que eres agradecido. Tú eres Pablo, pequeño en ti, grande
en el Señor. Tú eres quien rogaste tres veces al Señor que retirase de ti
el aguijón de la carne, el ángel de Satanás, que te abofeteaba. Y ¿qué se
te dijo? ¿Qué se te respondió cuando esto pedías? “Te basta mi gracia, pues
la fuerza se perfecciona en la debilidad” (2 Cor 12,7-9)» (Sermón
76,7).–Lucas 5,1-11: Dejándolo todo, lo siguieron. La vocación cristiana,
como respuesta fiel a la llamada de Cristo, exige siempre un cambio de vida
personal, que convierta a quienes la reciben en auténticos testigos del
Evangelio. Oigamos a San Agustín:«Recibieron de Él las redes de la palabra
de Dios, las echaron al mundo, cual a un hondo mar, y capturaron la
muchedumbre de cristianos que vemos y que nos causa admiración. Aquellas
dos barcas simbolizaban los dos pueblos: el de los judíos y el de los
gentiles, el de la Iglesia y el de la Sinagoga...«¿Y qué hemos escuchado?
Que entonces las barcas amenazaban hundirse por la muchedumbre de peces. Lo
mismo sucede ahora: los muchos cristianos que viven mal oprimen a la
Iglesia. Y esto es poco: también rompen las redes, pues si no se hubiesen
roto las redes no hubiesen existido cismas» (Sermón 248,2).
LUNES
–Génesis 1,1-19: Dijo Dios y así fue.
Ninguna cuestión más fascinante que el del origen del mundo y de la
humanidad. Los hombres sin fe siguen torturados por él. Nosotros, los
cristianos, tenemos la respuesta en las primeras páginas de las Sagradas
Escrituras. El Libro de los orígenes, al comienzo de la Biblia, presenta,
dentro de un magnífico poema litúrgico, el misterio de la creación del
mundo. Todo cuanto existe es obra de la Palabra de Dios y expresión de su voluntad.
San Agustín ha comentado este pasaje bíblico muchas veces:«Hermoso es el
mundo, pero más hermoso Aquél por quien el mundo fue hecho. Suave es el
mundo, pero más suave es Aquél por quien fue hecho el mundo. ¿Cómo es que
el mundo es malo, siendo bueno quien hizo el mundo? ¿No hizo Dios todas las
cosas y “eran todas buenas”?... ¿Cómo, pues, es malo ahora el mundo y bueno
quien hizo el mundo? Porque “el
mundo fue hecho por Él, pero el mundo no le conoció” (Jn 1,10). Por Él fue
hecho el mundo, es decir, el cielo y la tierra, y todo cuanto hay en ellos.
Pero el mundo no lo conoció, es decir, los amantes del mundo, los que aman
al mundo y desprecian a Dios: éste es el mundo que no lo conoció. Por
tanto, el mundo es malo, porque son malos los que prefieren el mundo a
Dios» (Sermón 96,4-5).–Contemplando la creación, brota de nuestros labios
una gran alabanza a Dios, la del Salmo 103: «Bendice, alma mía, al Señor.
¡Dios mío qué grande eres! Te vistes de belleza y majestad, la luz te
envuelve como un manto. Asentaste la tierra sobre sus cimientos, y no
vacilará jamás; la cubriste con el manto del océano, y las aguas se posaron
sobre las montañas. De los manantiales sacas los ríos, para que fluyan
entre los montes... ¡Cuántas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con
sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas! ¡Bendice, alma mía, al
Señor!»
Años pares
–1 Reyes 8,1-7.9-13: Llevaron el Arca
al Santuario, y la nube llenó el Templo. La gloria divina llena el templo del
Señor. La gloria es Dios mismo, en cuanto que se revela habitando entre los
suyos. Cristo es el resplandor de la gloria del Padre (Heb 1,3). Su
presencia es, por tanto, protección y salud para los que a Él
acuden.También hemos de considerar la dignidad sublime del templo
cristiano, donde se reactualiza sacramentalmente el sacrificio redentor del
Calvario, donde se guarda la Eucaristía y se administran los sacramentos...
Y no hemos de olvidar tampoco que el cristiano en gracia es templo vivo de
Dios. Por eso todo en él debe ser santo: santos los pensamientos, deseos,
afectos, palabras, obras... santa toda su vida. Exhorta San León
Magno:«Reconoce, oh cristiano, tu dignidad, pues participas de la
naturaleza divina (2 Pe 1,4), y no vuelvas a las antiguas vilezas con una
vida depravada. Recuerda de qué Cabeza y de qué Cuerpo eres miembro. Ten
presente que, arrancado al poder de las tinieblas, has sido trasladado al
reino luminoso de Dios (Col 1,13). Por el sacramento del bautismo te
convertiste en templo del Espíritu Santo. No ahuyentes, pues, a tan excelso
huésped con acciones pecaminosas; no te entregues otra vez como esclavo al
demonio, pues has costado la sangre de Cristo, quien te redimió según su
misericordia y te juzgará conforme a la verdad» (Sermón 21,3).–Desde Efrata
el Arca es llevada y establecida en una mansión definitiva. El Salmo 131
repite toda la liturgia de la entronización: gala de los sacerdotes,
aclamación del pueblo, lugar prominente del rey, el Ungido, que viene en
presencia de Yavé y del Arca: «Levántate, Señor, ven a tu mansión. Oímos
que estaba en Efrata, la encontramos en el Soto de Jaar: entremos en su
morada, postrémonos ante el estrado de su pies... Ven con el arca de tu
poder; que tus sacerdotes se vistan de gala, que tus fieles vitoreen. Por
amor a tu siervo David, no niegues audiencia a tu Ungido».Para nosotros el
Ungido por antonomasia es Cristo. Dice San Ambrosio: «Cristo es la luz
eterna de las almas, ya que para esto lo envió el Padre al mundo, para que,
iluminados por su rostro, podamos esperar las cosas eternas y celestiales,
nosotros que antes nos hallábamos impedidos por la oscuridad de este mundo»
(Comentario al Salmo 43).–Marcos 6,53-56: Los que tocaban a Jesús se ponían
sanos. Después de la multiplicación de los panes y de sosegar la tempestad,
un nuevo resumen nos describe la actividad de Jesús en una serie de
milagros. En muchos de ellos se da un encuentro personal de Jesús con los
hombres, y por parte de éstos, vemos una aceptación de la persona de Jesús,
el Salvador, a cuyo encuentro salen. San Juan Crisóstomo observa: «Ya no se
le acercan como al principio: no le obligan a que vaya a sus propias casas,
ni a que impongan las manos a los enfermos, ni a que lo mande de palabra.
Ahora se ganan la curación de modo más elevado, más sabiamente por medio de
una fe mayor. La mujer del flujo de sangre les había enseñado a todos esta
sabiduría. Por lo demás, el mismo Evangelista nos da a entender que, de
mucho tiempo atrás, había estado el Señor en aquellas partes... Sin embargo,
no sólo no había el tiempo destruido la fe de aquella gente en el Señor, no
sólo la había mantenido viva, sino que la había aumentado.«Toquemos también
nosotros la orla de su vestido; más aún, pues la verdad es que su Cuerpo
mismo está ahora puesto delante de nosotros. No toquemos solo su vestido,
sino su Cuerpo. No solo está presente para tocarle, sino para comerle y
hartarnos de su carne. Acerquémonos, pues, a Él con viva fe, llevando cada
uno nuestra enfermedad» (Homilías sobre San Mateo 50,2).
MARTES
Años impares
–Génesis 1,20–2,4: Hagamos al hombre a
nuestra imagen y semejanza. La obra de Dios llega a su culmen en la
creación del hombre. El Señor, por una decisión especial, lo hace a su
imagen y lo establece como rey de la creación. Comenta San Agustín:«Amadísimos,
mucho nos insiste Dios en la unidad entre todos. Fijáos bien en que al
principio de la creación, cuando hizo todas las cosas, los astros en el
firmamento y en la tierra las hierbas y los árboles, Dios dijo: “produzca
la tierra, y aparecieron los árboles y cuanto verdea”... Pero llegó a la
creación del hombre, y creó solo uno, y de ese uno, todo el género humano.
Y ni siquiera quiso hacer dos, varón y mujer, por separado, sino uno solo,
y de ese primer hombre hizo una sola mujer.«¿Por qué así? ¿Por qué el
género humano tomó comienzo de un solo hombre, sino porque así se intima la
unidad del género humano? También Cristo, el Señor, nació de solo una
mujer, pues la unidad es virginal: conserva la unidad y se mantiene
incorruptible» (Sermón 268,3).–Entre todas las obras de la creación
sobresale el hombre. Así lo proclamamos con el Salmo 8: «¡Señor, dueño
nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! Cuando contemplo el
cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es
el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Lo
hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad; le
diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus
pies».
Años pares
–1 Reyes 8,22-23.27-30: Dios no puede
ser encerrado en un lugar, por muy digno que éste sea. Dios lo trasciende
todo. Salomón suplica al Señor que escuche benigno las súplicas y oraciones
que le dirija su pueblo en el Templo. Clemente de Alejandría escribe:«Dice
Juan el apóstol, refiriéndose al invisible e inexpresable seno de Dios: “a
Dios nadie le vio jamás, pero el Dios unigénito, que está en el seno del
Padre, éste lo manifestó” (Jn 1,18). Por eso algunos lo llamaron Abismo,
pues aunque abarcando y conteniendo en su seno todas las cosas, es en sí
mismo ininvestigable e interminable.«Que Dios es sumamente difícil de
aprehender se muestra en el discurso siguiente: si la causa primera de
cualquier cosa es difícil de descubrir, la causa absoluta y suprema y más
originaria, siendo la causa de la generación y de la continuada existencia
de todas las demás cosas, será muy difícil de describir. Porque, ¿cómo
podrá ser expresable lo que no es ni género ni diferencia, ni especie, ni
individuo, ni número, así como tampoco accidente o sujeto de accidentes?«No
se le puede llamar adecuadamente el Todo, porque el todo se aplica a lo
extenso, y Él es más bien el Padre de todo. Ni se puede decir que tenga
partes, porque lo Uno es indivisible, y por ello es también infinito, no en
el sentido de que sea ininvestigable al pensamiento, sino en el de que no
tiene extensión o límites. Como consecuencia, no tiene forma ni nombre. Y
aunque a veces le demos nombres, estos no se aplican en el sentido
estricto: cuando le llamamos Uno, Bien, Inteligencia, Ser en sí, Padre,
Dios, Creador, Señor, no le damos propiamente un nombre, sino que, no
pudiendo hacer otra cosa, hemos de usar esas apelaciones honoríficas a fin
de que nuestra mente pueda fijarse en algo y no ande errante en cualquier
cosa. Cada una de estas apelaciones no es capaz de designar a Dios, aunque
tomadas todas ellas en su conjunto muestran la potencia del
Omnipotente.«Las descripciones de una cosa se dicen con referencia a las
cualidades de la misma, o a las relaciones de ésta con otras; pero nada de
esto puede aplicarse a Dios. Dios no puede ser aprehendido por ciencia
demostrativa, porque ésta se basa en verdades previas y ya conocidas, pero
nada es previo al que es ingénito. Sólo resta que el Desconocido llegue a
ser conocido por la gracia divina y por la Palabra que de Él procede»
(Stromata 5,12,81).–Dios, que no cabe en el cielo ni en la tierra, ha
querido manifestar algo de su gloria en el antiguo templo de Jerusalén, y
de un modo más especial en nuestras iglesias, con la Eucaristía. El Salmo
83 nos ofrece ideas sublimes sobre esta realidad: «¡Qué deseables son tus
moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del
Señor; mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo. Hasta el gorrión ha
encontrado una casa y la golondrina un nido donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos, rey mío y Dios mío. Dichosos los que
viven en tu casa, alabándote siempre. Fíjate, oh Dios, en nuestro escudo,
mira el rostro de tu Ungido. Vale más un día en tus atrios que mil en mi
casa, y prefiero el umbral de la casa de Dios a vivir con los
malvados».Todo esto se realiza más exactamente en nuestras iglesias, con la
presencia real de Cristo
Sacramentado, con la celebración de la Eucaristía y los demás sacramentos,
con la oración litúrgica y extralitúrgica.–Marcos 7,1-13: Dejáis a un lado
el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres. La
base de la religiosidad está en la limpieza del corazón, en el amor al
Padre y en la expresión de este amor en la convivencia humana. Dice San
Juan Crisóstomo:«Cuando escribas y fariseos quieren presentar a los
discípulos como transgresores de la ley, Él les demuestra que son ellos los
verdaderos transgresores, mientras que sus discípulos están exentos de toda
culpa. Porque no es ley lo que los hombres ordenan. De ahí que Él la llama
“tradición”, y tradición de hombres transgresores de “la ley”. Y como no
lavarse las manos no era realmente contrario a la ley, les saca a relucir
otra tradición de ellos que era francamente opuesta a ella. De este modo
viene a decirles que, bajo apariencia de religión, ellos enseñaban a los
jóvenes a despreciar a sus padres...«Habiendo, pues, demostrado el Señor a
escribas y fariseos que estaban acusando sin razón [a sus discípulos] de
transgredir la tradición de los ancianos –ellos, que pisoteaban la ley de
Dios–, les demuestra ahora lo mismo por el testimonio del profeta. Ya les
había rebatido fuertemente, y ahora prosigue adelante. Es lo que hace
siempre, aduciendo también el testimonio de las Escrituras, y demostrando
de este modo su perfecto acuerdo con Dios.«¿Y qué es lo que dice el
profeta? “Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos
de mí” (Is 29,13). ¡Mirad con qué
precisión concuerda la profecía con las palabras del Señor, y cómo ya desde
antiguo denuncia la maldad de escribas y fariseos!» (Homilías sobre San
Mateo 51, 2).
MIÉRCOLES
Años impares
–Génesis 2,4-9.15-17: El Señor Dios
tomó al hombre y lo colocó en el jardín del Edén. Situado en el jardín paradisíaco,
el hombre es rey de todo. Así lo quiso el Señor; pero, al mismo tiempo, lo
quiso dependiente de Él, como no podía ser menos, pues era criatura suya.
Dice San Gregorio Nacianceno: «Dios puso al hombre en el paraíso,
cualquiera que éste fuera, considerándolo digno del libre albedrío; para
que el bien permaneciera en quien lo elige, como quien ha puesto en él
capacidad de hacerlo. Lo hizo hortelano de árboles inmortales, los
pensamientos divinos, los más simples y los más perfectos. Estaba desnudo por
su sencillez y forma de vida sin artificio, lejos de todo encubrimiento y
recelo. Pues así era conveniente que fuera quien había sido creado en el
principio.«Y le fue dada la ley, que es el objeto sobre el que ejercitar la
libertad. Le dió, en efecto, el mandato de “no comer del árbol de la
ciencia del bien y del mal” (Gén 2,16); no porque éste hubiera sido mal
plantado, y tampoco porque se le prohibiera por envidia –no desaten aquí
sus lenguas los enemigos de Dios, imitando a la serpiente–, sino porque
comer de él era bueno sólo en el momento oportuno. Este árbol, creo yo,
representaba la contemplación de Dios, cuya posesión era solo conveniente
para quienes tuvieran una conveniente disposición...» (Sermón 38,12).–La
grandeza de la creación no se agota en el acto creador, sino que se
continúa en la conservación y en el cuidado que Dios dispensa a sus
criaturas. Este cuidado llegó a su más alta expresión en el hombre. Toda la
narración de la colocación del hombre en el jardín del Edén es una imagen
expresiva y fuerte del Dios cercano y amigo.Ante este designio amoroso de
Dios, brota la alabanza del Salmo 103: «Bendice, alma mía, al Señor. ¡Dios
mío, qué grande eres! Te vistes de belleza y de majestad, la luz te
envuelve como un manto. Todos ellos aguardan a que les eches la comida a su
tiempo. Abres tu mano, y se sacian de bienes. Le retiras el aliento, y
expiran y vuelven a ser polvo. Envías tu aliento, y los creas y repueblas
la faz de la tierra».
Años pares
–1 Reyes 10,1-10: La reina de Sabá vio
la sabiduría de Salomón. La crónica del reino de Salomón describe
admirativamente la sabiduría, la magnificencia, la justicia y la fama del
rey. En realidad, lo que se intenta mostrar es que es Dios quien se ha
complacido en Salomón y, por amor a su pueblo, le ha dado sabiduría y
riquezas. Y Cristo es más que Salomón (Mt 12,42). Escribe San
Ambrosio:«Todo lo tenemos en Cristo; Cristo es todo para nosotros. Si
quieres curar tus heridas, Él es médico; si estás ardiendo de fiebre, Él es
manantial; si tienes necesidad de ayuda, Él es fuerza; si temes la muerte,
Él es vida; si deseas el cielo, Él es el camino; si buscas refugio de las
tinieblas, Él es Luz; si buscas
manjar, Él es alimento» (Sobre la virginidad 19,99).–La proverbial
sabiduría de Salomón se refleja bien en el Salmo 36: el fiel cumplimiento
de la alianza nos guarda en la verdadera sabiduría. La mayor prudencia se
da en el cumplimiento de la voluntad del Señor: «Encomienda tu camino al
Señor y Él actuará: hará tu justicia como el amanecer, tu derecho, como el
mediodía. La boca del justo expone la sabiduría, su lengua explica el
derecho; porque lleva en el corazón la ley de su Dios, y sus pasos no
vacilan. El Señor es quien salva a los justos, El es su alcázar en el
peligro; el Señor los protege y los libra, los libra de los malvados y los
salva, porque se acogen a El».–Marcos 7,14-23: Lo que sale de dentro es lo
que hace impuro al hombre. La enseñanza de Jesús sobre lo puro e impuro es
una aplicación de su principio general sobre la verdadera religiosidad. San
Juan Crisóstomo comenta: «El Señor, tanto en lo que afirma, cuanto en lo
que legisla, se apoya en la verdad misma de las cosas. Por eso sus enemigos
no se atreven a replicarle, y no le arguyen: “¿pero qué es lo que dices?
¿Dios nos manda tantas cosas acerca de la observancia de los alimentos, y
tú nos vienes ahora con esa ley?” Y es que el Señor los había enmudecido
eficazmente no sólo por sus argumentos, sino haciendo patente su mentira,
sacando a pública vergüenza lo que ellos ocultamente habían hecho, y en
fin, revelando los íntimos secretos de su alma. Por eso ellos, sin chistar,
optan por la retirada. Pero considerad aquí, os ruego, por otra parte, cómo
todavía el Señor no estima prudente romper abiertamente con la ley de los
alimentos, y se limita a decir: “no es lo que entra en la boca lo que
mancha al hombre”» (Homilía sobre San Mateo
51,3).De dentro del corazón salen los malos propósitos, las
fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias,
fraudes, desenfrenos, envidia, difamación, orgullo, frivolidad... Todas las
maldades salen de dentro, y eso es lo que hace impuro al hombre. Pero esto
no querían verlo los fariseos, sino que se aferraban a sus tradiciones, que
miraban sobre todo a lo exterior del hombre.
JUEVES
Años impares
–Génesis 2,18-25: Dios presentó la
mujer al hombre. Y serán los dos en una sola carne. El relato de la
creación de la mujer pone de manifiesto su relación originaria con el
hombre. La mujer es un don de Dios al hombre, una criatura no idéntica a
él, pero sí complementaria; y lo mismo el varón para la mujer. Fundándose
Jesús en este pasaje, proclamará la indisolubilidad del matrimonio,
establecida por Dios desde el principio. Comenta San Agustín:«“Serán dos en
una sola carne”; no son ya dos, sino una sola carne, se entiende según esa
realidad que se da en Cristo y en la Iglesia. Como se habla de esposo y de
esposa, así también de Cabeza y de Cuerpo, puesto que el varón es la cabeza
de la mujer. Sea que yo hable de cabeza y cuerpo, sea que hable de esposo y
de esposa, entended una misma cosa» (Sermón 341,12).–La creación de la
mujer nos lleva a cantar la bienaventuranza de la vida familiar, que
expresa el designio de Dios sobre la vida del hombre, y lo hacemos con el
Salmo 127: «Dichoso el que teme al Señor, y sigue sus caminos. Comerás del
fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. Tu mujer, como parra
fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor
de tu mesa. Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor
te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días
de tu vida».Es ocasión de orar por las familias del mundo, llamadas por
Dios a un ideal tan alto y hermoso, y tan amenazadas por tantos peligros.
Años pares
–1 Reyes 11,4-13: Por haber sido infiel
al pacto, voy a arrancar el reino de tus manos; pero dejaré a tu hijo una
tribu, en consideración a David. Es la tragedia constante del Antiguo
Testamento: la Alianza quebrantada tantas veces por la infidelidad, y
siempre renovada por la misericordia de Dios. Por sus pecados, Salomón se
precipita en su ruina; pero el Señor guarda su reino para un descendiente
suyo, Jesucristo. Veamos lo que dice San Atanasio sobre el pecado:«El
primer hombre, que se llama en hebreo Adán, al principio, según las
Sagradas Escrituras, conservaba su espíritu vuelto hacia Dios, en la
libertad más limpia, y vivía con los santos en la contemplación de las
cosas inteligibles, de las que gozaba en el lugar que el santo Moisés ha
llamado en figura el paraíso. Porque la pureza del alma le hacía capaz de
contemplar a Dios en ella misma, como en un espejo...«Pero el alma humana,
sin contentarse con haber encontrado el mal, poco a poco se fue
precipitando en lo peor... Así, desviada del bien y olvidando que ella es
la imagen del Dios bueno, el poder que hay en ella no ve ya al Dios Verbo,
a cuya semejanza ella misma fue hecha; y saliendo de sí misma, no piensa ya
ni imagina sino la nada. Porque ella ha escondido en los repliegues de los
deseos corporales el espejo que hay en ella, por el que sólo podía ver la
imagen del Padre. Y así ya no ve más aquello en que un alma debe pensar; al
contrario, vuelta hacia los lados, sólo ve aquello que cae bajo los
sentidos.«Así, llena de toda suerte de deseos carnales, y ofuscada por la
falsa opinión que de ellos se ha hecho, acaba por imaginarse al modo de las
cosas corporales y sensibles a Dios, de cuyo pensamiento se ha olvidado, y
da a las apariencias el nombre de Dios. Ella ahora no aprecia más que
aquello que ve y contempla como algo agradable. Ése es, pues, el mal, la
causa y el origen de la idolatría» (Tratado contra los paganos 2 y 8).–En
el corazón de Salomón se introdujo la malicia y fue infiel al pacto,
caminando tras otros dioses. Es el gran pecado del pueblo, la idolatría:
dar culto a dioses extraños, pero también dar culto al dinero, a la
ambición, al poder, a la violencia, al placer... Pero Dios misericordioso
se compadece siempre de la miseria del hombre.A Él acudimos, pues, con el
Salmo 105: «Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo. Dichosos los que
respetan el derecho y practican siempre la justicia... Visítame con tu
salvación. Emparentaron con los gentiles, imitaron sus costumbres; adoraron
sus ídolos, y cayeron en sus lazos. Inmolaron a los demonios sus hijos y
sus hijas; la ira del Señor se encendió contra su pueblo, y aborreció su
heredad».Sin embargo, triunfa la misericordia del Señor sobre nuestro
pecado, pues se compadece de su pueblo, del hombre que Él creó. Dios se
acuerda siempre de nosotros con bondad, pero nosotros tenemos siempre
necesidad de arrepentimiento.–Marcos 7,24-30: Los perros, debajo de la
mesa, comen las migajas que tiran los niños. Jesús sana a la hija de la
cananea, mujer de fe sumamente admirable. Comenta San Agustín:«Esta mujer
cananea nos ofrece un ejemplo de humildad y un camino de piedad. Nos enseña
a subir desde la humildad hasta la altura. Al parecer, no pertenece al
pueblo de Israel, al que pertenecían los patriarcas, los profetas... y
también la Virgen María, que dio a luz a Cristo. La cananea no pertenece a
este pueblo, sino a los gentiles... Ella gritaba, ansiosa de obtener el
beneficio, y llamaba con fuerza. Él disimulaba, pero no para negar la
misericordia, sino para estimular el deseo; y no sólo para acrecentar el
deseo, sino también para tener ocasión de ensalzar la humildad.«Clamaba,
pues, ella al Señor, que no escuchaba, pero que planeaba en silencio lo que
iba a realizar... Tengamos, pues, humildad, y si aún no la tenemos,
aprendámosla. Si la tenemos, no la perdamos. Si no la tenemos,
adquirámosla, para ser injertados; si la tenemos, retengámosla, para no ser
amputados» (Sermón 77,2 y 15).Oigamos el sumo elogio que de la humildad
hace Casiano:«La humildad, maestra de todas las virtudes, es, a la par, el
fundamento inconmovible del edificio sobrenatural, el don por antonomasia y
la gracia más excelsa del Salvador» (Colaciones 15,7).
VIERNES
Años impares
–Génesis 3,1-8: Seréis como Dios en el
conocimiento del bien y del mal. No tiene por qué Dios deciros qué es lo
bueno y qué lo malo. Vosotros mismos tenéis capacidad y autoridad para
discernirlo. Ésta, la soberbia, es la tentación fundamental de los primeros
padres, pero también de los hombres de todos los siglos. Comenta San
Agustín:«La soberbia es gran malicia, la primera de todas, el principio y
el origen, la causa de todos los pecados. Ella arrojó a los ángeles del
cielo e hizo al diablo. Éste, arrojado de allí, dio a beber el cáliz de la
soberbia al hombre, que aún se mantenía firme; elevó hasta la soberbia a
quien había sido hecho a imagen y semejanza de Dios, que ahora ya se hace
indigno, por la soberbia. El diablo sintió envidia de él, y lo convenció
para que despreciara la ley de Dios y disfrutara de su propio poder
autónomo. ¿Y cómo lo convenció? “Si coméis [de ese fruto], les dijo, seréis
como dioses”. Ved, pues, si no los persuadió por la soberbia.«Dios hizo al
hombre, y él quiso ser dios; tomando lo que no era, perdió lo que era; no
digo que perdiera la naturaleza humana, sino que quedó privado de la
felicidad presente y futura. Perdió aquello hacia lo que había de ser
elevado, engañado por quien de allí había sido expulsado» (Sermón
340,A,1).–Nuestra actitud después de pecar no ha de ser como la de nuestros
primeros padres, «escondernos» de Dios. Sería tan perjudicial como inútil.
Por el contrario, con toda humildad y confianza, hemos de reconocer ante el
Señor nuestra culpa. De este modo obtendremos Su perdón.Así lo cantamos con
el Salmo 31: «Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han
sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el
delito. Había pecado, lo reconocí; no te encubrí mi delito; propuse:
“confesaré al Señor mi culpa”, y Tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Por
eso que todo fiel te suplique en el momento de la desgracia; la crecida de
las aguas caudalosas no lo alcanzarán. Tú eres mi refugio; me libras del
peligro, me rodeas de cantos de liberación».
Años pares
–1 Reyes 11,29-32; 12,19: Se separó
Israel de la casa de David. Un profeta anuncia a Jeroboán, de una manera
pública, la disolución del reino unificado por David. Las tribus del norte
reivindicarán su autonomía. Pero aunque parezca derrumbarse la casa de
David, la fidelidad de Dios a sus promesas permanecerá para siempre, y de
esa casa y linaje nacerá el Salvador de los hombres. Él es la Luz del
mundo, el que iluminando a todos los pueblos, congrega a todos en un solo
Reino. Escuchemos a Clemente de Alejandría: «¡Salve, luz! Desde el cielo
brilló una luz sobre nosotros, que estábamos sumidos en la oscuridad y
encerrados en la sombra de la muerte; luz más pura que el sol, más dulce
que la vida de aquí abajo. Esta luz es la vida eterna, y todo lo que de
ella participa vive, mientras que la noche teme a la luz y, ocultándose por
el miedo, deja el puesto al día del Señor. El universo se ve iluminado por
la luz indefectible, y el ocaso se ha transformado en aurora... Cristo fue
el que transformó el ocaso en amanecer, quien venció la muerte con la vida
por la resurrección, quien arrancó al hombre de su perdición y lo levantó
al cielo... Él es quien diviniza al hombre con una enseñanza celeste»
(Exhortación a los paganos 11,114,1-5).–La división del reino fue fruto de
la infidelidad. Ésta es la lectura sapiencial de la historia. La gran
tentación de Israel, siendo la nación que Yavé se había escogido como
heredad, fue siempre la de asemejarse a las demás naciones. Y entonces,
cuando Israel se aparta del plan salvífico de Dios, experimenta la ruina,
el exilio, el desastre.– Pero la fidelidad de Dios permanece para siempre,
como lo confiesa el Salmo 80: «Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz.
No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero; yo soy el
Señor, que te sacó de Egipto. Pero mi pueblo no escuchó mi voz. Israel no
quiso obedecer. Los entregué a su corazón obstinado, para que anduviesen
según sus antojos. Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi
camino: en un momento humillaría a sus enemigos y volvería mi mano contra
sus adversarios».–Marcos 7,31-37: Hace oír a los sordos y hablar a los
mudos. Jesús llega a la Decápolis, donde cura a un sordomudo. Su fama se
difunde por doquier. La muchedumbre lo glorifica. Este milagro de sanación
nos hace recordar el rito sacramental de la iniciación cristiana: por él se
nos abren los oídos para oír la palabra de Dios, y se nos desata la lengua
para proclamar su gloria.La Escritura relaciona el mutismo con la falta de
fe (Ex 4,10-17; Is 6; Mc 4,12). Y a esa luz se nos muestra la curación del
mudo como un bien mesiánico. En efecto, los últimos tiempos nos sitúan en
un clima de relaciones filiales con Dios, nos capacitan para oír su
palabra, para responderla y también para hablar de Él a los demás.El
cristiano que vive estos últimos tiempos se convierte así en profeta,
experto en la Palabra divina, apóstol, misionero, catequista; más aún, en
familiar y amigo de Dios. Eso implica que puede escuchar la Palabra,
responderla y proclamarla a los hombres. Necesita, pues, los oídos y los
labios de la fe. Y la fe, como dice San León Magno, es don de Cristo:«No es
la sabiduría terrena quien descubre esta fe, ni la opinión humana quien
puede conseguirla; el mismo Hijo único es quien la ha enseñado y el
Espíritu quien la instruye» (Sermón 75).Dios es la luz sobrenatural de los
ojos del alma, que sin ella permanece en tinieblas.
SÁBADO
Años impares
–Génesis 3,9-24: El Señor los expulsó
del jardín del Edén para que labrasen el suelo. Los progenitores de la
humanidad se ven excluidos de la felicidad, a la que en su origen los había
destinado el Creador. Pero el Señor no los abandona. Ya entonces les
anuncia una salvación por gracia: la que ofrece Cristo Jesús.Las
consecuencias del pecado tienen siempre forma de rupturas: ruptura del
hombre con Dios, ruptura del hombre consigo mismo, ruptura con la creación.
Todo esto desbarata el estado anterior de la armonía primera. Todo queda
dañado, menos el amor de Dios. Los descendientes de Adán nacemos con ese
pecado, llamado original, y sufrimos todas sus consecuencias. Pero el amor
de Dios, en la plenitud de los tiempos, resplandeció en Cristo, el nuevo
Adán, el Redentor, el Reconciliador, el Mediador y Pontífice. Dice San
Agustín:«Cuando vencemos en nosotros mismos las apetencias de los bienes
temporales, vencemos en nosotros a aquel que reina mediante esas apetencias
del hombre. Cuando le dijeron al diablo: “tierra comerás”, le dijeron al
pecador: “tierra eres y en tierra te convertirás” (Gén 3,14-19). El pecador
fue hecho así alimento del diablo. No seamos, pues, tierra, si no queremos
ser devorados por la serpiente» (El combate cristiano 2).–Hasta en el
momento más ruinoso de la historia de la humanidad brilla la luz de la
salvación, la fidelidad de Dios, su amor misericordioso. Así lo proclamamos
con el Salmo 89: «Señor, Tú has sido nuestro refugio de generación en
generación. Antes que naciesen los montes o fuera engendrado el orbe de la
tierra, desde siempre y por siempre Tú eres Dios. Tú reduces el hombre a
polvo, diciendo: “retornad, hijos de Adán”. Mil años en tu presencia son un
ayer que pasó, una vela nocturna. Los siembras año por año, como hierba que
se renueva: que florece y se renueva por la mañana, y por la tarde la
siegan y se seca. Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos
un corazón sensato. Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus
siervos».
Años pares
–1 Reyes 12,26-32–13,33-34: Jeroboán
hizo dos becerros de oro, y puso uno en Betel y otro en Dan. Pretende así
asegurar la división entre los reinos de Israel y de Judá, no solo en lo
político, sino también en lo religioso. Otra vez, como había sucedido en el
Éxodo, las tribus del Norte representan a Yavé como un «becerro» de oro.
Recayendo así en la idolatría, son infieles a la alianza, y se apartan de
Yavé.También ahora muchos miembros del Pueblo de Dios se fabrican no pocos
«becerros» de oro: el poder, la ambición, las riquezas, los placeres... La
vida de muchos bautizados se cierra así a los designios de Dios, queda
sorda a la Palabra de Dios, encarnada y escrita en Cristo. Los bautizados
infieles se hacen dioses a su medida. La fe de los cristianos, como dice
San León Magno, puede corromperse:«En esta misericordia de Dios, cuya
grandeza no podemos explicar, los cristianos deben tener mucho cuidado de
no dejarse atrapar por los lazos del demonio y envolverse de nuevo en los
errores a los que han renunciado (cf. 2 Pe 2,20). En efecto, el antiguo
enemigo, “transfigurándose en ángel de luz” (2 Cor 11,14), no cesa de
tender por todas partes las redes de sus engaños y trabaja sin descanso
para corromper de todas formas la fe de los creyentes... Sabe a quién
conturbar con la tristeza, a quién engañar con la alegría, a quién abatir
con el temor, a quién seducir con la adulación...«Engaña también a los que
afirman mentirosamente que toda la vida humana depende de la influencia de
las estrellas, y a los que atribuyen a una inevitable fatalidad lo que solo
ha sido hecho por voluntad de Dios o de la nuestra. Para causar mayor daño,
promete que las circunstancias pueden ser cambiadas mediante plegarias a
los astros adversos... Arrojen de sí los fieles la costumbre de esta condenable
perversidad, y guárdense de mezclar el honor debido solo a Dios con los
ritos de los hombres, que son esclavos de las criaturas» (Sermón 27,4-5).–El pecado de Jeroboán ha sido
grande: ha incitado al pueblo a la infidelidad y a violar su alianza con
Él. Es un episodio más en la historia de la prevaricación y del pecado, que
se prolonga, ciertamente, en nuestros días. Volvámonos, pues, a Dios,
rezando el Salmo 105, perfectamente actual:«Acuérdate de mí, Señor, por
amor a tu pueblo. Hemos pecado con nuestros padres, hemos cometido maldades
e iniquidades. Nuestros padres en Egipto no comprendieron tus maravillas.
En Horeb se hicieron un becerro de oro; adoraron un ídolo de fundición;
cambiaron su gloria por la imagen de un toro que come hierba. Se olvidaron
de Dios, su salvador, que había hecho prodigios en Egipto, maravillas en el
país de Cam, portentos junto al Mar Rojo».Quien habiendo llegado a la fe en
Jesucristo, se deja después dominar por la avaricia, se enaltece con los
falsos honores, se abrasa con la envidia, se contamina con los deleites
inmundos, y se goza con las prosperidades mundanas, renuncia a seguir a
Cristo, en quien creyó.–Marcos 8,1-10: La gente comió hasta quedar
satisfecha. Segunda multiplicación de los panes y peces. Muchos autores ven
en este prodigio un símbolo anticipador de la Eucaristía. En el acto de la
sagrada comunión se realiza una inefable, íntima, viva y fecunda unión del
hombre con Cristo Salvador. San Cirilo de Jerusalén describe así esta
maravillosa unión:«Mezclad dos gotas de cera derretida y ambas se fundirán
en una sola. De igual modo, cuando nosotros recibimos el Cuerpo y la Sangre
de Cristo, se realiza entre Él y nosotros tal unión que Él se encuentra en
nosotros y nosotros en Él» (Catequesis 23,4).Y San León Magno:«La comunión
del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, es decir, la sagrada Comunión, no
aspira sino a que nos transformemos en lo que recibimos, a que llevemos en
el alma y en el cuerpo a Aquél con quien hemos muerto, con quien fuimos enterrados y con quien hemos
resucitado» (Homilía 24,2).

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