Asunción
de la Virgen
Todos los Santos
Jesucristo, Rey del
Universo
Asunción de la Virgen María
15 de
agosto, solemnidad
Entrada: «Una señal grandiosa
apareció en el cielo: una Mujer con el sol por vestido, la luna bajo sus
pies y en la cabeza una corona de doce estrellas» (Ap 12,1). O : «Alegrémonos
todos en el Señor al celebrar este día de fiesta en honor de la
Virgen María: de su Asunción, se alegran los ángeles y alaban al Hijo de
Dios».
Colecta (como la oración del ofertorio
y la postcomunión, procede del Misal anterior, desde 1950): «Dios
todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada
Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos, que aspirando
siempre a las realidades divinas, lleguemos a participar con ella de su
misma gloria en el cielo».
Ofertorio: «Llegue a
tu presencia, Señor, nuestra humilde oblación, y por la intercesión de la
Santísima Virgen María, que ha subido a los cielos, haz que nuestros
corazones, abrasados en tu amor, vivan siempre orientados hacia ti».
Comunión: «Me
felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras
grandes por mí» (Lc 1,48-49).
Postcomunión: «Después de
recibir los sacramentos que nos salvan, te rogamos, Señor, que, por
intercesión de la Virgen María, que ha subido a los cielos, lleguemos a la
gloria de la resurrección».
En la Virgen María, asunta en cuerpo y alma a
los cielos, se ha consumado plenamente el misterio Pascual de Cristo. Ella
nos ha precedido en el tiempo como índice de la capacidad regenerante y
glorificadora de la obra de Cristo sobre la naturaleza humana.
–Apocalipsis 11,19.12,1-6.10: Una Mujer vestida de sol, la luna por
pedestal. María, Arca Nueva y Viva de la Nueva Alianza, realizadora de
la presencia del Emmanuel en medio de su pueblo y entronizada, al fin, en
la bienaventuranza. Ella es el signo plenamente logrado de la obra
redentora de Cristo. Comenta San Germán de Constantinopla:
«Ya que por medio de ti, oh
santísima Madre de Dios, han cobrado esplendor los cielos y la tierra,
¿acaso es posible que, con tu tránsito, dejas a los hombres privados de tu
asistencia? En modo alguno podemos pensarlo. Puesto que cuando habitabas en
el mundo no eras ajena a las costumbres celestiales, de igual modo,
después de haber emigrado de entre
nosotros, no te has distanciado en espíritu del tenor de vida de los seres
humanos» (Homilía 1 sobre la Dormición, 13, 109-110).
–Con el Salmo 44
proclamamos: «De pie a tu derecha está la Reina enjoyada con oro de Ofir...
Prendado está el Rey de tu belleza... Las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real»...
–1 Corintios 15,20-26:
Primero resucita Cristo, como primicia, después todos los cristianos.
La Asunción plena de María en cuerpo y alma a los cielos, triunfo pleno de
la obra de Cristo en Ella, es también un índice consumado de nuestra
vocación de resucitados para Cristo y para la eternidad. Comenta Modesto de
Jerusalén:
«Finalmente, tal como correspondía
a la gloriosísima Madre de Aquel que es dador de vida y de inmortalidad, le
fue concedida la vida eterna y la participación en la incorruptibilidad de
su Hijo: Cristo, en efecto, nuestro Dios y Salvador, la resucitó de la
muerte, haciéndola subir del sepulcro y la elevó junto a Sí en los cielos
del modo que solo Él conoce» (Sermón sobre la Dormición 14).
–Lucas 1,39-56: El
Poderoso ha hecho obras grandes por mí: enaltece a los humildes.
Grandes son las prerrogativas de la Virgen María, sobre todo su Maternidad
divina, con todo lo que antecede y sigue a la misma. Escribe Antíoco
Estratagio:
«Desde el tiempo en que nuestro
Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, gracias a su bondad para con nosotros,
se dignó aparecer en el mundo, naciendo de la santa e inmaculada Madre de
Dios y siempre Virgen María, nos ha concedido el don de la fortaleza
necesaria para combatir al diablo, a fin de que, para quien lo desea,
resulte más fácil alcanzar la virtud de la virginidad a pesar de que su
práctica sea ardua y laboriosa.
«A los que de veras aman a Dios se
les otorga un feliz resultado y unos dones aún mayores, de acuerdo con su
promesa. Nadie, sin embargo, puede alcanzar una virtud tan excelsa, si no
tiene amor y si no posee la humildad debida, como lo atestigua Aquella que
es totalmente inmaculada, la siempre alabada y gloriosísima Madre de Dios,
al entonar su cántico de alabanza en el que dice: “mi alma engrandece al
Señor”» (Homilía 21).
Todos
los Santos
1 de Noviembre, solemnidad
Entrada:
«Alegrémonos todos en el Señor al celebrar este día en honor de todos los
Santos. Los ángeles se alegran en esta solemnidad y alaban a una al Hijos
de Dios».
Colecta (del
Misal anterior): «Dios todopoderoso y eterno, que nos has otorgado celebrar
en una misma fiesta los méritos de todos los Santos, concédenos, por esta
multitud de intercesores, la deseada abundancia de tu misericordia y tu
perdón».
Ofertorio
(tomada del Misal de París de 1738): «Dígnate aceptar, Señor, las ofrendas
que te presentamos en honor de todos los Santos, y haz que sintamos
interceder por nuestra salvación a todos aquellos que ya gozan de la gloria
de la inmortalidad».
Comunión:
«Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los
que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el
reino de los cielos» (Mt 5,8-10).
Postcomunión
(del Misal de París de 1738): «Señor, te proclamemos admirable y el solo
Santo entre todos los Santos; por eso imploramos de tu misericordia que,
realizando nuestra santidad por la participación en la plenitud de tu amor,
pasemos de esta mesa de la Iglesia peregrina al banquete del Reino de los
cielos».
Hoy la Iglesia
en su liturgia nos presenta un cuadro plástico de lo mejor de la humanidad
redimida por Cristo: la Iglesia triunfante ya en la Jerusalén celeste. Son
los Santos de todos los tiempos. También los Santos que solo Dios conoce.
De ellos, algunos han sido proclamados oficialmente por la Iglesia y se les
da culto; otros, la mayoría, nos son desconocidos, pero santos también y
por eso hoy los veneramos a todos en una misma solemnidad. Son un ejemplo
para nosotros y nuestros intercesores.
–Apocalipsis
7,2-4.9-14: Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podía contar, de toda
nación, razas, pueblos y lenguas. El destino eterno del hombre se libra a
diario en la vida temporal, cualquiera que sea su raza, la condición y
estado de cada hombre.
–1 Juan 3,1-3:
Veremos a Dios tal cual es. La santidad cristiana es siempre una iniciativa
del de Amor de Dios sobre el hombre, aunque queda bajo la responsabilidad
de los propios hombres el secundar esa iniciativa y esa elección,
respondiendo con amorosa conciencia de hijos de Dios.
–Mateo 5,1-12:
Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el
cielo. Las bienaventuranzas evangélicas son el camino auténtico que Cristo
nos ha garantizado con su vida y con su gracia para la santidad cristiana.
Son la semblanza modélica del propio Corazón de Jesucristo.
La voluntad de
Dios es nuestra santificación. «Sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Dice San
Agustín:
A Cristo «lo
han imitado los santos mártires hasta el derramamiento de su sangre, hasta
la semejanza con su pasión; lo han imitado los mártires, pero no solo
ellos. El puente no se ha derrumbado después de haber pasados ellos; la
fuente no se ha secado después de haber bebido ellos. Tenedlo presente, hermanos:
en el huerto del Señor no solo hay las rosas de los mártires, sino también
los lirios de las vírgenes, y las yedras de los casados, así como las
violetas de las viudas. Ningún hombre, cualquiera que sea su género de
vida, ha de desestimar su vocación; Cristo ha sufrido por todos. Con toda
verdad está escrito de Él: Nuestro Salvador quiere que todos los hombres se
salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (Sermón 304).
Y San Cipriano:
«Pedimos y
rogamos que nosotros que fuimos santificados en el bautismo, perseveremos
en esta santificación inicial» (Tratado sobre la oración 11-12).
Solemnidad
de Jesucristo, Rey del universo
Domingo de la Semana 34
La larga serie
de los Domingos del Tiempo Ordinario, y todo el Año litúrgico, se concluye
con la grandiosa solemnidad de Cristo Rey.
Entrada: «Digno
es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la
fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. A Él la gloria y el poder, por
los siglos de los siglos» (Apoc 5,12.16).
Colecta (de
nueva composición): «Dios todopoderoso y eterno, que quisiste fundar todas
las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del universo, haz que toda la creación,
liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique
sin fin».
Ofertorio (del
Misal anterior): «Te ofrecemos, Señor, el sacrificio de la reconciliación
de los hombres, pidiéndote humildemente que tu Hijo conceda a todos los
pueblos el don de la paz y de la unidad».
Prefacio: (del
Misal anterior): «Porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo a
tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría,
para que, ofreciéndose a sí mismo como víctima perfecta y pacificadora en
el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana; y,
sometiendo a su poder la creación entera, entregara a tu majestad infinita
un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de
la santidad y la gracia, el reino de la justicia, del amor y de la paz».
Comunión: «El
Señor se sienta como rey eterno, el Señor bendice a su pueblo con la paz»
(Sal 28,10-11).
Postcomunión
(de nueva composición): «Después de recibir el alimento de la inmortalidad,
te pedimos, Señor, que quienes nos gloriamos de obedecer los mandatos de
Cristo, Rey del Universo, podamos vivir eternamente con él en el Reino del
cielo».
CICLO A
El Evangelio
nos presenta a Cristo en el juicio final separando las ovejas de las
cabras. Las primeras a la derecha y las segundas a la izquierda. Esto ha
motivado la elección del pasaje de Ezequiel sobre Dios Pastor que juzga a
su rebaño. La segunda lectura nos habla de Cristo que devuelve a Dios Padre
su Reino.
El reino de
Cristo no es de este mundo (Jn 18, 36), pero se inicia o se rechaza aquí,
cuando por la fe o la incredulidad aceptamos o rechazamos su mensaje de
salvación.
–Ezequiel
34,11-12.15-17: A vosotros, ovejas mías, os voy a juzgar. La Realeza
mesiánica del Corazón de Jesucristo, en su etapa de encarnación y de
humillación redentora, se realizó por vía de amor y de sacrificio; como
Buen Pastor, que dio su vida por sus ovejas (Jn 10,11). El juicio del Señor
se hará sobre los delitos, injusticia y opresión con respecto a las ovejas
pobres y débiles por parte de las más fuertes y poderosas. Hacer justicia
equivale a salvar las más débiles de la opresión por parte de las más
poderosas. El Señor asume la defensa de estas ovejas humildes, rectifica lo
tortuoso, asegurando la salvación.
–Consiguientemente
se toma como canto responsorial el Salmo 22: «El Señor es mi Pastor, nada
me puede faltar, en verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia
fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por
el honor de su nombres. Prepara una mesa ante mí,
en frente de mis enemigos, me unge la cabeza con perfume y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida y
habitaré en la Casa del Señor por años sin términos».
–1 Corintios
15,20-26.28: Devolverá el Reino a Dios Padre, para que Dios sea todo en
todos. Con su sacrificio salvador nos brindó Jesús la posibilidad de
librarnos de nuestros pecados y de sus degradantes consecuencias. Pío XI en
la encíclica Quas primas, en la que instituyó en 1925 la solemnidad de
Cristo Rey, dice:
«Es necesario
que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto
acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas
y a la doctrina de Cristo. Es necesario que reine en la voluntad, la cual
ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos. Es necesario que reine en
el corazón, el cual, posponiendo los afectos naturales, ha de amar a Dios
sobre todas las cosas y solo a Él
estar unido. Es necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que
como instrumentos, o en frase del apóstol San Pablo, como “armas de
justicia” para Dios (Rom 6,13), deben servir para la interna santificación
del alma».
El texto
anterior de San Pablo en la Carta primera a los Corintios, en el que se
contempla el Reinado de Cristo, es ampliamente comentado por los Padres,
como puede apreciarse en la siguiente síntesis:
El Reino de
Cristo se asentará y jamás llegará a su fin (Teodoreto de Ciro), porque Él
comienza a reinar eternamente en todos los sentidos (San Jerónimo). El
último enemigo, la muerte, será destruído (San Juan Crisóstomo). El
sometimiento de Cristo al Padre significa que toda criatura aprenderá a
someterse a Cristo, quien a su vez se somete voluntariamente al Padre
(Ambrosiáster).
Del mismo modo
que nosotros nos sometemos a la gloria de su Cuerpo reinante, el Señor
somete a sí mismo todas las cosas (San Hilario de Poitiers). Algunos
rechazaban el término «sometimiento» referido al Hijo, sin entender que el
sometimiento del Hijo al Padre revela la bendición de nuestra madurez
espiritual (Orígenes). Cuando las Escrituras dicen que el Hijo es menor que
el Padre, se refieren a su condición de hombre. Pero cuando señalan que es
igual al Padre, se refieren a su divinidad (San Agustín y San Gregorio
Nacianceno).
El Señor hace
suyas incluso nuestras adversidades, cargando con nuestros sufrimientos
(San Basilio). Los Santos Padres trataron de responder tanto a las
confusiones de los paganos, como a las exageraciones arrianas respecto al
texto paulino aludido (Teodoreto de Ciro y Mario Victorino). San Pablo está
pensando en la dispensación divina de la Encarnación cuando dice que el
Hijo, que es verdadero Dios, se ha sometido voluntariamente al Padre (San
Juan Crisóstomo). Es necesario que Él haga su reino tan evidente, para que
sus enemigos no se atrevan a negar que Él reina (San Agustín). Cristo no
deja de reinar cuando pone a todos sus enemigos bajo sus pies (San Gregorio
Nacianceno y San Cirilo de Jerusalén).
La nueva vida
que ahora comienza por medio de la fe, proseguirá mediante la esperanza,
hasta que llegue un momento en que la muerte se vuelva victoria (San
Agustín). Cuando seamos capaces de recibir a Dios, entonces «Dios será para
nosotros todo en todas las cosas» (Orígenes). Dios será la consumación de
todos nuestros deseos (San Agustín y Orígenes). Esta es madurez hacia la
cual nos apresuramos (San Gregorio Nacianceno). Cuando todos los santos
sean glorificados en el coro de todas las virtudes, y Dios sea todo para
todo el mundo (San Jerónimo y San Agustín) (cf. La Biblia comentada por los
Santos Padres, Ciudad Nueva, Madrid 2001, pg. 230).
–Mateo
25,31-46: Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros.
Sobre nuestra existencia pesa un momento decisivo: el encuentro final con
Cristo Rey, Señor de cielos y tierra. Él ha de juzgar nuestras vidas, con
el modelo de su Amor... Y de este juicio dependerá nuestra suerte eterna.
San Juan Crisóstomo dice:
«Ahora ha
venido en deshonor, en injurias e ignominias; mas entonces se sentará en el
trono de su gloria. Es que como la cruz estaba tan cerca y la cruz parecía
el suplicio más ignominioso, de ahí que trate Él de levantar a sus
oyentes y les ponga ante los ojos el
tribunal, y delante del tribunal la tierra entera. Y no es éste el modo
único por el que da tono de espanto a su palabra, sino el hecho de
mostrarnos vacíos los cielos. Porque todos los ángeles -dice- vendrán en su
acompañamiento, y también ellos dará testimonio de
cuanto sirvieron, enviados por el Señor, en la salvación de los hombres. De
todos modos ha de ser espantoso aquel día» (Homilía 79,1, sobre San Mateo).
CICLO B
El Reino de
Cristo no es de este mundo (tercera lectura). Él es el Hijo del Hombre al
que Daniel vio venir sobre las nubes investido con una realeza eterna y
universal (primera lectura). San Juan en el Apocalipsis nos presenta a
Cristo como príncipe de los reyes de la tierra (segunda lectura). Cristo es
la razón de nuestra fe, el aval de nuestra esperanza y el centro de nuestra
caridad. Coronamos el año litúrgico con una vivencia intensa del Reinado de
Jesucristo.
–Daniel
7,13-14: Su poder es eterno. No cesará. La investidura real del Hijo del
Hombre coronará la victoria de Dios y de su pueblo sobre las fuerzas del
mal y congregará a todos los que han vivido en la fe de Cristo. Como Israel
somos santos y reinaremos en la medida en que en que servimos a Dios. El
Reino eterno de Dios destruirá las potencias adversas que actúan mediante
el imperio del despotismos, de la agresividad, de
la recíproca destrucción y de la idolatría. La entronización del Hijo del
Hombre será para todos los pueblos, naciones y lenguas el quebrantamiento
de toda esclavitud y un servicio que es fruición del Reino divino universal
de la libertad.
–Con el Salmo 92 aclamamos al Señor que
reina, vestido de majestad, el Señor vestido y ceñido de poder. Así está el
orbe firme y no vacila. Su trono
está firme desde siempre y Él es eterno. Sus mandatos son fieles y seguros,
la santidad es el adorno de su casa por días sin términos.
–Apocalipsis
1,5-8: El príncipe de los reyes de la tierra nos ha convertido en un reino
y nos ha hecho sacerdotes. La humanidad entera ha quedado emplazada para la
Parusía: el retorno de Cristo Rey para juzgar a vivos y muertos. La
realidad de Cristo, expresión perfecta de la acción del Dios del universo,
es contemplada y celebrada en los momentos esenciales que abarcan el
pasado, el presente y el futuro de la historia de la salvación. La realeza
de Cristo converge hacia el Reino del Padre y en la realeza de Cristo viene
realmente hasta nosotros el Reino del Padre.
–Juan 18,33-37:
Tú lo dices: soy Rey. La realeza de Cristo está por encima de los criterios
y moldes humanos. Es Reino de salvación. Reino de amor. La Cruz nos revela
quién es el Padre y quién es Jesús, la comunicación interpersonal de amor
que se difunde en el hombre. En la medida en que la Cruz es para nosotros
palabra y verdad, la muerte de Cristo nos salva, la fe acoge su acto
redentor y mediante esta fe de los hombres, Cristo puede reinar en ellos.
Testigos de la
realeza de Jesucristo vivimos en la esperanza nuestra vocación de
eternidad. Nuestro vivir de cada día no debe desmentir nuestra condición de
elegidos para el Reino del Hijo muy amado del Padre. Pero esta realeza de
Cristo hay que vivirla en la interioridad y en el amor.
CICLO C
El título de la
Cruz: «Jesús nazareno, Rey de los judíos» (tercera lectura) evoca la unción
de David como rey de Israel. Cristo descendiente de David. Pero Jesús es
mucho más que Rey de los judíos; es, como indica San Pablo, «imagen de Dios
invisible, primogénito de toda criatura, Cabeza del Cuerpo que es la
Iglesia y quien hizo la paz por la sangre de su Cruz» (segunda lectura).
–2 Samuel
5,1-3: Ungieron a David como rey. Históricamente David fue el rey «según el
corazón de Dios», para el pueblo de Israel. Fue, al mismo tiempo, una
figura de Cristo Rey para la humanidad rescatada. Dios, que conoce de
antemano el destino de cada hombre y pueblo, había elegido a David como
jefe de su pueblo. Samuel lo ungió rey. De pastor de ovejas pasó a ser
pastor del pueblo elegido. Cristo, más aún, será el Ungido del Señor para
ser el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y ella le conocen a Él. Es el
Buen Pastor que va en pos de la
descarriada y da su vida por la salvación de la humanidad, a la que rescata
del pecado. Es Rey de reyes y Señor de los que dominan.
–Jerusalén es
la ciudad del rey David. La Iglesia, nueva Jerusalén, es la gran familia
que salvó Cristo y reina sobre ella, por eso cantamos jubilosos con el
Salmo 121: «¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos
a la Casa del Señor», vamos a la Iglesia, a la asamblea litúrgica.
–Colosenses
1,12-20: El Padre nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido. La razón
suprema de la realeza del Corazón de Cristo está en su filiación divina.
Dice San Juan Crisóstomo:
«Los beneficios
recibidos son múltiples: además del propio don con el que nos gratifica,
nos da también la virtud necesaria para recibirlo... Dios no solo nos ha
honrado haciéndonos partícipes de la
herencia, sino que nos ha hecho dignos de poseerla. Es doble, pues, el
honor que recibimos de Dios: primero el puesto, y segundo el mérito de
desempeñarlo bien» (Homilía sobre Colosenses 1,12).
Y más adelante
dice él mismo:
«El Hijo de
Dios no solamente ha creado todo, sino que Él conserva todo; de modo que si
suspendiera un solo momento la acción de su voluntad soberana, todo
volvería a la misma nada de la que Él ha sacado todo lo que existe... Por
la palabra plenitud es necesario entender la divinidad de Jesucristo... La
elección de esta expresión se ha hecho para indicar mejor que la esencia
misma de la divinidad residía en Cristo» (ib. 17 y 19).
Y San Agustín:
«La Cabeza es
nuestro mismo Salvador, que padeció bajo Poncio Pilato y ahora, después que
resucitó de entre los muertos, está sentado a la diestra del padre. Y su
Cuerpo es la Iglesia... Pues toda la Iglesia, formada por la reunión de los
fieles –porque todos los fieles son miembros de Cristo–, posee a Cristo por
Cabeza, que gobierna su Cuerpo desde el cielo» (Comentario al Salmo 56,1).
–Lucas
23,35-43: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. Toda la realeza
salvífica del Corazón redentor de Cristo Jesús gira en torno al Calvario.
Es la realeza que nos redime con su inmolación amorosa y nos salva con su
resurrección pascual. Comenta San Agustín:
«Miremos la
Cruz de Cristo. Allí estaba Cristo y allí estaban los ladrones. La pena era
igual, pero diferente la causa. Un ladrón creyó, otro blasfemó. El Señor,
como en un tribunal, hizo de juez para ambos; al que blasfemó lo mandó al
infierno; al otro lo llevó consigo al Paraíso. Cristo en la Cruz es
considerado Rey: “acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Cristo reinó
desde la Cruz. La participación en la realeza de Cristo es consustancial a
la vida cristiana, con tal que lo reconozcamos en medio de las
tribulaciones, en su Cruz, como el buen ladrón» (Sermón 335,2).
En los tres
ciclos se puede meditar también el texto siguiente de Orígenes:
«Sin duda,
cuando pedimos que el reino de Dios venga a nosotros, lo que pedimos es que
este reino de Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera, produzca
fruto y se vaya perfeccionando. Efectivamente, Dios reina en cada uno de
los santos, ya que éstos se someten a su ley espiritual, y así Dios habita
en ellos como en una ciudad bien gobernada. En el alma perfecta está
presente el Padre, y Cristo reina en ella, junto con el Padre, de acuerdo
con las palabras del Evangelio: “vendremos a él y haremos morada en él”.
«Este reino de
Dios que está dentro de nosotros llegará, con nuestra cooperación, a su
plena perfección cuando se realice lo que dice el Apóstol, esto es, cuando
Cristo, una vez sometidos a Él todos sus enemigos, entregue a Dios Padre su
reino, y así Dios lo será todo para todos. Por esto, rogando incesantemente
con aquella actitud interior que se hace divina por la acción del Verbo,
digamos a nuestro Padre que está en los cielos: Santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu Reino» (Tratado sobre la oración 25).

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