DOMINGO DESPUÉS DEL 6 DE ENERO
BAUTISMO DEL SEÑOR
La entrada de la
Misa es un texto de San Mateo: «Apenas se bautizó el Señor, se abrió el cielo
y el Espíritu se posó sobre Él. Y se oyó la voz del Padre que decía: “Éste
es mi Hijo el amado, mi predilecto”» (Mt 3,16-17).
Colecta (del Misal
anterior): «Dios todopoderoso y
eterno, que en el bautismo de Cristo, en el Jordán, quisiste revelar solemnemente
que Él era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo, concede a tus hijos
de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, la perseverancia
continua en el cumplimiento de su voluntad».
Otra oración colecta
opcional (Gelasiano), ya empleada en el martes después de Epifanía, como
vimos, reza así: «Señor, Dios nuestro, cuyo Hijo asumió la realidad de
nuestra carne para manifestársenos, concédenos, te rogamos, poder
transformarnos internamente a imagen de aquel que en su humanidad era igual
a nosotros».
Al coronar el misterio
navideño, la Iglesia quiere presentar con toda fuerza ante nuestras
conciencias la verdadera imagen redentora de Cristo Jesús, proclamando así
la urgente necesidad que tenemos de abrirnos a Él por la fe y la
obediencia, desde lo más íntimo de nuestra esperanza responsable.
–Isaías 42,1-4.6-7: Mirad a
mi Siervo, a quien prefiero. Es Dios mismo quien presenta y, en cierto
modo, quien consagra a su Siervo; signo evidente de una relación particular
que une a los dos entre sí. La plenitud con que Dios da el Espíritu a su
Siervo es la característica más notable de los tiempos mesiánicos. Ya lo
anunció Isaías: «sobre Él se posará el Espíritu del Señor; espíritu de
sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu
de conocimiento y de temor del Señor» (Is 11,1-2).
Por esta particular
presencia del Espíritu, el Mesías podrá llegar a ser «Alianza del pueblo»,
es decir, instrumento de reconciliación y luz de las naciones, que ilumina
a todos los hombres de modo que puedan volver al Señor. Esta condición del
Salvador es subrayada en el Nuevo Testamento, sobre todo por San Juan. En
su evangelio dice Jesús: «Yo soy la Luz del mundo, el que me sigue no
caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (8,12). En la
ación salvífica del Salvador se manifiesta sobre todo la mansedumbre y la
benevolencia, en definitiva, el amor misericordioso: «la caña cascada no la
quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará» (Mt 12,20).
–Con el Salmo 28 cantamos al Señor:
«Hijos de los hombres, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del
Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado… En su templo un grito
unánime: ¡Gloria!»
–Hechos 10,34-38: Dios ungió
a Jesús con la fuerza del Espíritu Santo. La conversión y el
bautismo del pagano Cornelio conmocionaron a la primitiva comunidad
eclesial. Pedro, cabeza y guía de los creyentes, ejerce entonces su
magisterio para proclamar la universalidad de la obra redentora de Cristo.
En su discurso, San Pedro
alude al bautismo de Cristo, «ungido por Dios con la fuerza del Espíritu
Santo». El Santo de los Santos se ha colocado así entre los impuros, entre
los pecadores. El Hijo de Dios se ha
humillado voluntariamente bajo la mano del Bautista. ¡Epifanía de la
humildad de Cristo! ¡Epifanía del Amor, de la voluntad salvadora de Nuestro
Redentor! Para Dios no existen barreras que limiten su acción salvadora.
Para agradarle, lo que cuenta es «el temor de Dios y la práctica de la
justicia». El Señor, porque está lleno del Espíritu Santo, obra maravillas,
y la más grande maravilla es que libra a los hombres de la esclavitud del
pecado y de Satanás.
–Hay tres lecturas
evangélicas para los ciclos: A) Mateo
3,13-17; B) Marcos
1,6-11; C) Lucas
3,15-16.21-22. Las tres nos hablan del Bautismo del Señor. San
Agustín ha comentado muchas veces esta hermosa escena evangélica:
«La criatura bautiza al
Creador, la lámpara al Sol, y no por eso se enorgulleció quien bautizaba,
sino que se sometió al que iba a ser bautizado. A Cristo que se le
acercaba, le dijo: “Soy yo quien debo ser bautizado por ti”. ¡Gran
confesión! ¡Segura profesión de la lámpara al amparo de la humildad! Si
ella se hubiese engrandecido ante el Sol, rápidamente se hubiera apagado
por el viento de la soberbia.
«Esto es lo que el
Señor previó y nos enseñó con su bautismo. Él, tan grande quiso ser
bautizado por uno tan pequeño. Para decirlo en breves palabras: el Salvador
fue bautizado por el necesitado de salvación. En su bautismo Jesús piensa
en mí, se acuerda de todos nosotros. Se entrega a la nobilísima tarea de
purificar las almas, se entrega a Sí mismo por la salvación de todos los
hombres» (Sermón 292,4, en la fiesta de San Juan Bautista, hacia el
405).

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