
SANTA
ISABEL DE LA TRINIDAD, UNA COMUNIÓN INCESANTE CON LA TRINIDAD.
Autor.
Pedro Sergio Donoso Brant
«Oh
Dios mío, Trinidad a quien adoro...»
Contemplar a un alma orando, es
sorprenderla en el momento de su más gran intimidad con Dios. La oración es
la síntesis de un alma: según la oración tal es la vida. Santa Isabel de la
Trinidad no ha escrito como su santa Madre Teresa de Jesús un tratado de
oración, pero su sublime plegaria, nos revela el más rico testimonio sobre su
manera completamente carmelitana de concebir la vida de oración: “una
comunión incesante con la Trinidad.” Le escribe Isabel a una querida amiga
sobre la oración; “Germanita querida, cuando te aconsejo la oración, no se
trata de imponerse una cantidad de oraciones para rezarlas diariamente. Hablo
más bien de esa elevación del alma hacia Dios a través de todas las cosas,
que nos constituye en una especie de comunión ininterrumpida con la Santísima
Trinidad, obrando con sencillez la luz de su mirada.” (Carta a la señorita
Germana Gémeaux, febrero de 1905, Obras Completas, página 512)
Compuesta de un solo trazo, sin la
menor enmienda, en un día en que el Carmelo entero renovaba sus votos, esta
oración, ya célebre, es la síntesis de su vida interior. En ella aparecen
perfectamente caracterizados todos los rasgos esenciales de su alma, la gran
devoción de su vida: la Trinidad; la forma propia de su vida de oración: la
adoración; su apasionada ternura por Cristo “amado hasta morir de amor”,
amado en la cruz; finalmente, el rapto irresistible hacia los “Tres”, “su
bienaventuranza, su todo, Soledad infinita en la que su alma se pierde”. “Oh
Dios mío” -Su alma va directamente no a las perfecciones divinas, sino a la
esencia, fuente de todos los atributos, al mismo Dios. “Trinidad” No el Dios
de los filósofos y de los sabios sino el Dios de los cristianos y de los
místicos: Padre, Verbo, Amor.
Sor Isabel de la Trinidad queda
menos sorprendida de este aspecto íntimo del misterio en sí mismo, que
preocupada de descubrir en él el término feliz y explícito de su vida de
unión: “La Trinidad, he aquí nuestra morada, nuestro “hogar”, la casa paterna
de la que no debemos salir nunca.” Había que oír con qué acento de ternura,
con las manos sobre su corazón como sobre una presencia amada, hablaba de sus
“Tres”: “¡Amo tanto ese misterio! Es un abismo en el que me pierdo.”
En síntesis, habría que transcribir
mucha de sus cartas, escritos de su diario, o agregar muchas citas para para
dimensionar bien como esta alma carmelita manifiesta el misterio de la
Trinidad y como esta en toda su vida y como todo lo demás para ella
desaparece. Es así como cuando El 21 de noviembre de 1904, fiesta de la
Presentación de la Virgen, el Carmelo entero renovaba los votos de profesión.
Mientras con sus compañeras sor Isabel pronunciaba de nuevo la fórmula de sus
votos, sintió que un movimiento de gracia irresistible la arrebataba hacia la
Santísima Trinidad. De vuelta a su cuarto, tomó una pluma, y, en una simple
hoja de libreta, sin vacilación, sin la menor enmienda, de un solo trazo,
escribió su célebre oración, como un grito que se escapa del corazón:
“Oh Dios mío, Trinidad a quien
adoro, ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme en Ti, inmóvil
y tranquilo, como si ya mi alma estuviera en la eternidad. Que nada pueda
turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, oh mi inmutable, sino que cada minuto
me sumerja más en la hondura de tu Misterio.
Pacifica mi alma, haz de ella tu
cielo, tu morada de amor y el lugar de tu descanso. Que en ella nunca te deje
solo, sino que esté ahí con todo mi ser, todo despierto en fe, todo adorante,
totalmente entregado a tu acción creadora.
Oh mi Cristo amado, crucificado por
amor, quisiera ser, en mi alma, una esposa para tu Corazón, quisiera cubrirte
de gloria, quisiera amarte..., hasta morir de amor. Pero siento mi
impotencia: te pido ser revestido de Ti mismo, identificar mi alma con cada
movimiento de la Tuya, sumergirme en Ti, ser invadido por Ti, ser sustituido
por Ti, para que mi vida no sea sino irradiación de tu Vida. Ven a mí como
Adorador, como Reparador y como Salvador.
Oh Verbo eterno, Palabra de mi
Dios, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero volverme totalmente dócil,
para aprenderlo todo de Ti. Y luego, a través de todas las noches, de todos
los vacíos, de todas mis impotencias, quiero fijar siempre la mirada en Ti y
morar en tu inmensa luz.
Oh Astro mío querido, fascíname,
para que ya no pueda salir de tu esplendor.
Oh Fuego abrazador, Espíritu de
amor, desciende sobre mí, para que en mi alma se realice como una encarnación
del Verbo: que yo sea para Él como una prolongación de su Humanidad
Sacratísima en la que renueve todo su Misterio.
Y Tú, oh Padre, inclínate sobre
esta pobre criatura tuya, cúbrela con tu sombra, no veas en ella sino a tu
Hijo Predilecto en quien tienes todas tus complacencias.
Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza,
Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo, me entrego a Vos como una
presa. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vos, hasta que vaya a
contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas”
Esta oración es una de
las más bellas de nuestra fe trinitaria
Me imagino que hay que llevar una
vida de santidad para componer una oración como esta Elevación a la Santísima
Trinidad, y no nos cabe la menor duda que esta oración es una de las más
bellas de nuestra fe trinitaria, con un carisma exclusivo que brota de un
corazón enamorado del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es una oración
para vivir por siempre y no casarse nunca de orarla.
Para Santa Isabel de la Trinidad la
habitación divina en el centro más profundo de su alma fue el secreto de su
camino a la santidad. Es así como deja además su propio testimonio unos días
antes de su muerte le escribe a la Señora Gout de Bize: ¡Oh! Cuando esté allá
arriba, en el centro del amor, la recordaré activamente. Pediré para usted si
le parece bien (Esta será la señal inefable de mi entrada en el cielo) la
gracias de la unión íntima con el Señor. Le comunico confidencialmente que
esto ha hecho de mi vida un cielo anticipado. Creer que un Ser, que es Amor,
habita día y noche constantemente en nosotros que nos pide vivir en sociedad
con Él” (Carta a la Señora Gout de Bize, Carmelo de Dijon, octubre de 1906,
Obras Completas, página 680).
Le dice Jesús a Marta: “¿No te he
dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?” (Jn 11,40)
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Santiago de Chile, Junio de 2017
www.caminando-con-jesus.org
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