Judía, filósofa,
carmelita, mártir, Edith Stein (1891-1942), "que concentra
en su intensa vida una síntesis dramática de nuestro siglo" (Juan
Pablo II, 1 de mayo de 1985), y a quien la Iglesia incluye entre
sus santos, inaugura vías de relación y de comunión entre ámbitos y niveles
distintos, en puntos vitales de la experiencia humana, cristiana,
eclesiástica, interreligiosa.

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Edith Stein en 1913, a 22 años,
cuando era estudiante en Gotinga
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Judía
Judía,
nacida en Breslau (Wroclaw) el día del Kippur,
destinada al encuentro con Cristo en el bautismo y en la Iglesia, pero no a
olvidar la fe de sus padres y de Israel.
"En
el origen de este pequeño pueblo... está la cuestión de la elección divina.
Es un pueblo convocado y guiado por Yahvé, Creador del cielo y de la
tierra. Su existencia no es un mero dato de la naturaleza ni de la
cultura... es un hecho sobrenatural" (Juan Pablo II, 31 de octubre de 1997).
Edith
Stein vive la fe en la alianza, y ve su culminación en una alianza nueva,
reinterpreta desde esta perspectiva la historia de su pueblo, y comparte su
destino, con una convicción lúcida y sin vacilación: "Bajo la cruz
he intuido el destino del pueblo de Dios, que desde ese momento empieza a
preanunciarse. Creo que quien comprende que todo esto es la cruz de Cristo,
debería llevarla sobre sí en nombre de los demás" (escrito por
Edith Stein el 9 de diciembre de 1938).
Edith
asume la carga de la cruz del pueblo elegido, y comparte su suerte hasta el
final. De este modo, invita a los cristianos a "comprender que un
mundo sin Israel sería un mundo sin el Dios de Israel" (A. Heschel), que "mientras el judaísmo siga
marginado en nuestra historia de salvación, estaremos a merced de impulsos
antisemitas" (R. Etchegaray), y sobre todo que "la
religión hebrea no es extrínseca sino, en cierto sentido, intrínseca a
nuestra religión" (Juan Pablo II).
Edith
Stein asume en su persona y deja como herencia a judíos y cristianos la
reconciliación que la tragedia inhumana de la Shoah
invoca de todos. Porque Auschwitz no sólo es un hecho histórico, sino
también una cumbre extrema de la maldad humana, que exige de todos silencio
y arrepentimiento.
Si
"la Iglesia
alienta a sus hijos e hijas a purificar sus corazones, por medio del
arrepentimiento por los errores y las infidelidades del pasado"
(E. Cassidy), Edith, muerta por su pueblo, "puede resplandecer como
santa cristiana, portadora de su origen judío" (B. Di Porto, Il tempo e l’Idea, n. 9, mayo
de 1997, p. 60), también para sus hermanos judíos.
Como
reconoce uno de ellos: "Yo, como judío, creo firmemente en el valor
de nuestra cohesión de pueblo, pero no la limito con vallas y alambradas.
Admito, en la libre dinámica del espíritu, la posibilidad de los
intercambios y los deslumbramientos... Respeto la canonización de Edith,
mártir cristiana, nacida hermana mía judía, muerta en las cámaras de gas en
Auschwitz por quien inscribía indeleblemente su fraternidad de carne y
sangre conmigo" (B. Di Porto, op.cit.).

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Edith Stein, en
una foto de 1930
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Filósofa
Filósofa,
discípula y más tarde asistente de Husserl (1916-1922), condiscípula
de los participantes en el círculo de Gotinga (Adolf Reinach, Hedwig Conrad-Martius,
Roman Ingarden, Hans Lipps...), Edith Stein frecuenta también las clases de
Max Scheler. Conocerá a Heidegger, sucesor
de Husserl, y a Peter Wust, quien describirá su
itinerario desde la filosofía al Carmelo, cuando Edith tome el hábito, el
15 de abril de 1934.
Escéptica
ante el positivismo de la psicología experimental de Stern, Edith se siente
atraída hacia la fenomenología por la concepción husserliana
de la conciencia que emerge sobre el mundo y esparce sus
significados, por la admiración de una realidad que suscita admiración,
estimula el estudio, invita a "ir hacia las cosas" sin
prejuicios, que "pone entre paréntesis" el ser, entendido en modo
naturalista, y, por ende, toda forma de realismo que afirme la prioridad
del ser sobre el pensamiento.
La
fenomenología, que influenciará más tarde a buena parte del pensamiento
moderno - de Scheler a Hartmann, de Sartre a Merleau-Ponty, Lévinas, Ricoeur... - fascina
a Edith Stein, que ve en Husserl al "filósofo de nuestro tiempo",
por la clarificación de la realidad que lleva a cabo, mediante un análisis
de los procesos cognoscitivos en su apertura original, como reflexión sobre
lo que aparece en el fluir de la conciencia, con la amplitud de un método
de investigación no sólo gnoseológico y psicológico, sino también ético,
que tiene aplicaciones incluso en la psiquiatría, especialmente en la
logoterapia.
En
1917 la fe serena de la joven viuda de Adolf Reinach,
caído durante la guerra, lleva a Edith "a su primer encuentro con la
cruz... y [con] la luz de Cristo". En 1921, la lectura de la
autobiografía de Teresa de Ávila la conduce de manera limpia y viva
ante el Cristo-verdad.
Bautizada el 1 de enero de 1922, Edith,
guiada por el Padre jesuita Erich Przywara,
afronta el estudio de la philosophia perennis
: primero Tomás de Aquino y después, en el Carmelo, Juan de la Cruz y Dionisio
Areopagita.
Convertida
al cristianismo al final de una búsqueda apasionada y ansiosa de la verdad,
por voluntad de respuesta a las grandes preguntas sobre el hombre y su
destino, que habían despertado en ella el deseo de no dejar inexplorado
ningún problema existencial, atraída por el misterio de la persona y
por la necesidad de un encuentro con la realidad que no esclavizase, sino
que liberase al hombre, Edith Stein es la figura emblemática de
una búsqueda que, por amplitud de
horizontes y rigor del método crítico, interesa a los creyentes como a los
no creyentes, e invita a un compromiso firme, encarnado en la vida, con las
grandes interrogaciones que se ciernen sobre ella.

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Edith Stein en
1931,
dos años antes de entrar al
Carmelo de Colonia
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Carmelita
Admitida
en el Carmelo (14 de octubre de 1933), "alto monte al
que hay que empezar a subir desde abajo" (27-08-1939), por su sed
de participación en el misterio pascual, Edith asimila su condición de
desierto, lo que hace del Carmelo lugar idóneo para entender la cultura
nihilista de buena parte de nuestro siglo. Si toda la vida cristiana es un éxodo
hacia la tierra prometida, el Carmelo vive la dimensión del éxodo con el
radicalismo que Edith ha experimentado, de distintas maneras, durante toda
la vida.
Su
conversión, que no le impide seguirse sintiendo hija de Israel, enamorada
de su santa progenie, la separa sin embargo de la familia y de la madre muy
amada, quien posee "también una gran fe" (verano de 1933).
"Mi madre se opone todavía con todas sus fuerzas a la decisión que
voy a tomar. Es duro tener que asistir al dolor y al conflicto de
conciencia de una madre, sin poderla ayudar con medios humanos"
(26-01-1934).
La
separación de la fe la madre, que seguirá "hasta el final",
con admiración de Edith, "fiel a su fe" (04-10-1936), se
superpone a sus sucesivos exilios: primero de la Universidad de
Friburgo (1922), después del liceo de Spira
(1931), de la Academia
pedagógica de Münster (1933), y por último, del
mismo Carmelo de Colonia (1938), hasta la separación suprema del Carmelo
de Echt (2 de agosto de 1942) por el campo de
Amersfoort, el lager de
Wersterbork (3 de agosto de 1942) y el de Auschwitz-Birkenau (7 de agosto de 1942), donde Edith y su
hermana Rosa resultarán inmediatamente seleccionadas para su eliminación (9
de agosto de 1942).
Edith
confirma que "la historia de la salvación es la de un continuo
caminar sobre las huellas del Señor... Un nuevo descubrimiento, una nueva
experiencia de Dios en la historia, una nueva llamada suya pueden hacernos
caminar en una dirección inesperada. Cuando Él apareciere, seremos
semejantes a Él, porque le veremos como Él es (1 Jn
3,2)" (C. Maccise).
Condición
de la disponibilidad al éxodo es el abandono a Dios. Edith, enamorada del
Carmelo - "en la cima de mis pensamientos estaba sólo el monte
Carmelo" (27-03-1934) -, inundada por el agradecimiento de ser
carmelita - "no me queda sino dar gracias a Dios de continuo por la
inmensa gracia, inmerecida, de la vocación" (11-02-1935) -, sigue
abierta a la voluntad de Dios: "Soy consciente de que no
tenemos una posición duradera aquí. No deseo más que se cumpla en mí y a
través de mí la voluntad de Dios. Él sabe cuánto tiempo me dejará todavía
aquí y lo que sucederá después. In manibus tuis sortes meae... No tengo por qué preocuparme"
(16-10-1939).
Dios
está en todas partes porque vive en el corazón humano, más espacioso que
cualquier otro lugar, incluso sagrado: "Dios está con nosotros con
toda la Trinidad. Si
en el fondo del corazón construimos una celda bien protegida en la que
retirarnos lo más a menudo posible, no nos faltará nada en cualquier
situación nos encontremos" (22-10-1938).
Ni
siquiera en un lager. En el de Westerbork, tres días antes de su muerte, Edith dirá: "Suceda
lo que suceda, estoy preparada. Jesús está también aquí con nosotros"
(06-08-1942).

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Edith Stein en
1938, cinco años después de su entrada al
Carmelo de Colonia
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Mártir
El mártir es el más pobre entre los
pobres, y el más creíble de los evangelizadores. Edith Stein pasa de la "alegre
pobreza" del Carmelo (26-01-1934) a la miseria amarga, anonadada,
de las cámaras de gas. No por casualidad.
Desde el momento del bautismo se
siente evangelizadora: "Sólo soy un instrumento del Señor. Si uno
viene a mí, querría llevarlo a Él" (14-12-1930). "Dios no
llama a nadie únicamente para sí mismo" (15-19-1938). "Todos
los días esta paz me parece una gracia inmensa que no se nos da para
nosotras solas" (02-01-1934).
Una auténtica evangelización no
admite condicionamientos, es un testimonio fuerte y libre de la verdad: "Nuestro
actuar entre los demás resultará eficaz y estará bendecido por Dios sólo si
no cedemos ni siquiera un centímetro del terreno seguro de la fe, y seguimos
nuestra conciencia sin dejarnos influenciar por el respeto humano"
(20-03-1934)
Ninguna vacilación a la hora de
dejar testimonio de la verdad, pero sí la convicción profunda de que Dios
está en toda búsqueda sincera, más allá de la percepción de quien lo busca:
"Nunca me ha gustado pensar que la misericordia de Dios se pueda
detener en las fronteras de la
Iglesia visible. Dios es la verdad. Quien busca la
verdad busca a Dios, lo sepa o no" (23-03-1938).
El mártir evangeliza porque
su sacrificio es un ofrecimiento a Dios por sus hermanos. Edith Stein, que
comparte con sus hermanos judíos el trágico destino que arrastró a seis
millones de ellos, que muere cristiana, pero como hija de su pueblo
martirizado" (Juan Pablo II, 1 de mayo de 1987), y - con
explícita y repetida admisión - "para" este pueblo, nos recuerda
que, si después de Auschwitz la fe es todavía posible, es porque "Dios
mismo estuvo en Auschwitz, sufriendo con los mártires y los
asesinados" (G. Dossetti, citando a J. Moltmann).
Su sacrificio lleva a los
cristianos a "renovar la conciencia de las raíces judías de la fe... y
a recordar que Jesús era descendiente de David; que del pueblo judío
nacieron la Virgen
y los Apóstoles; que la
Iglesia obtiene su sustento en las raíces de aquel buen
olivo en el que se han injertado las ramas del olivastro de los gentiles
(ver Rm 11,17-24); que los judíos son nuestros
queridos y amados hermanos" (Nosotros recordamos: una reflexión
sobre la Shoah,
16 de marzo de 1998).
Edith incita a judíos y cristianos
a nutrirse en los manantiales de la "santa raíz", y a un "respeto
recíproco, compartido, como conviene a los que adoran al único Creador y
Señor, y veneran a un padre común de la fe, Abraham".
www.caminado-con-jesus.org
caminandoconjesus@vtr.net
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
ocds
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